V. POLVO DE NEÓN

Una genuina postal de Navidad,

el lugar donde vive Kesey en La Honda. Una casa

de troncos, un arroyo de montaña, un puentecito de madera.

A veinticinco kilómetros de Palo Alto, más allá

de Cahill Ridge, donde la carretera 84

atraviesa una garganta de bosques de secuoyas.

¡Un bosque de secuoyas como jardín!

Una genuina postal de Navidad.

Y…

estratégica intimidad.

Ni un vecino en dos kilómetros.

La Honda vivía al estilo del Oeste.

Una colmena de papas trabajadores,

una zona urbana,

pero más allá, detrás de los bosques de secuoyas.

Las caras de los papas trabajadores no podían verse

desde la vieja y panorámica carretera 84.

Sólo un par de locales del Salvaje Oeste al pie de la carretera,

El Gran Almacén Baw’s,

El Motel Hilltom, al estilo turístico del Salvaje Oeste,

con letreros de madera castaña mellados en los extremos,

pero pulcramente serrados, ya saben,

como sugiriendo:

el Salvaje Oeste da a todo un toque rústico, amigos motorizados,

pero los inodoros están higienizados,

y hay pastillas de amoníaco en cada mingitorio.

Queremos mantener su Salvaje Oeste limpio y purificado.

¿Quién conquistó el Oeste? La antisepsia, supongo.

El filón Salvaje Oeste de La Honda

parece que se debe a los pistoleros Younger Brothers.

Pero, diablos, encontraron un medio amistoso

de pagar por su estancia.

Construyeron un almacén de madera, estos célebres forajidos.

Pero se trataba de los Younger Brothers,

simples pistoleros.

Ahora son Kesey

y sus Alegres Portentos quienes van carretera abajo…

… bajo la ::::: luz de ::::: los focos :::::

A principios de 1964 no son sino un grupo muy pequeño. Por la tarde vemos a Faye, la eterna y beatífica esposa pionera, en la casa, ante la cocina, ante la máquina de coser, ante la lavadora, con los niños Shannon y Zane pegados a sus faldas. Fuera, en la cabaña de madera, cerca del río, Kesey tiene su mesa con la máquina de escribir en la que acaba de corregir A veces un gran impulso, ahora de una extensión de 300.000 palabras. Está allí George Walker, un amigo de Kesey de Oregón: rubio, de veintitantos años y aspecto típicamente norteamericano, de complexión robusta, hijo de un rico promotor inmobiliario. Walker tiene lo que podríamos llamar una disposición risueña para las cosas, y siempre está diciendo «¡Demasiado!», con el más entusiasta de los tonos. Y también está Sandy Lehmann-Haupt. Sandy es el hermano menor de Cari Lehmann-Haupt, a quien Kesey había conocido en Perry Lane. Sandy es un muchacho bien parecido, de veintidós años, alto, delgado y muy nervioso. Había conocido a Kesey tres meses atrás, el 14 de noviembre de 1963, a través de Cari, cuando Kesey fue a Nueva York para el estreno teatral de Alguien voló sobre el nido del cuco. Kirk Douglas interpretaba el papel de McMurphy. Sandy había dejado la Universidad de Nueva York y se había puesto a trabajar como ingeniero de sonido. Era un genio con las cintas magnetofónicas, las bandas sonoras, los sistemas de audio y demás, pero estaba pasando una mala racha. Hasta el punto de que un buen día quiso internarse en un psiquiátrico. Logró disuadirle su hermano Cari, que le llevó a ver el estreno de Alguien voló sobre el nido del cuco. Y allí estaba Randle McMurphy…, y Kesey…, y Cari le pidió a Kesey que se llevara a Sandy al Oeste, a La Honda, para sacarlo del marasmo neoyorquino. Y si había algún lugar capaz de curarle del mal de Nueva York era precisamente aquel donde vivía Kesey, bajo las luces :::::: de foco :::::: de aquella cúpula enramada :::::: detrás de la casa, senda arriba, colina arriba, en el bosque de secuoyas. Sandy se topó de pronto con un fabuloso claro, algo como la bóveda de media esfera de un gran domo, algo muy cercano a lo que quiere decir la gente cuando habla de una «catedral entre los pinos» (sólo que las secuoyas eran aún más majestuosas). Aquel modo en que se filtraba el sol a través de las hojas de las secuoyas… Troncos y hojas parecían alzarse centenares de metros sobre las cabezas. Un ámbito a un tiempo soleado y fresco siempre, como si en él hiciera a lo largo de todo el año el perfecto día de otoño. El sol llegaba a través de leguas de hojas y se rompía, como en un lienzo puntillista, en sombras moteadas y de un tono verde oscuro, pero también en brillante luz en el altísimo domo verde intenso, una perpetua luz verde de foco, de tarde verde y oro, de quietud, de paz perpendicular, perfumada de madera, mientras los coches que se deslizaban por la carretera 84 añadían un neumático y leve efecto de sonido: shhhiii-ooooo…, similar a un suave viento. ¡Todo tan lleno de paz; todo tan sedante!

Sandy y Kesey y Walker salían de vez en cuando al bosque con hachas y cortaban madera para la casa. Pero eso no era lo habitual en el hogar de Kesey. Sandy pudo darse cuenta de que Kesey no era un hombre de vida al aire libre; ni alguien a quien le volviera loco la Naturaleza virgen. Era más como si tuviera una visión del bosque como fantástico decorado escénico…, en el que cada día constituiría un happening, una forma de arte…

Había colocado altavoces de alta fidelidad en el tejado de la casa, así que de pronto, en medio del ozono de la gran montaña verde de Dios, irrumpe un negro lunático que sopla en un saxofón de plástico…, o sea, un disco de Ornette Coleman. El sendero que los tres leñadores siguen es un sendero un tanto extraño: hay delirantes móviles colgados de las ramas bajas y un montón de excéntricas pinturas clavadas en los troncos de los árboles; más adelante, un árbol gigantesco con la base hueca, y dentro de ella, brillando en la penumbra verde, un caballo de hojalata (la hojalata está doblada de forma que el pequeño y grotesco animal se halla inclinado, como arrodillado, en una mala postura).

El terreno que a Kesey más le interesaba era, de hecho, el interior de la casa. Pese a estar hecha de troncos, era más una morada que una cabaña. La estancia principal tenía grandes puertaventanas (se conseguía así un efecto de ventanas con una gran vista panorámica) y vigas vistas y una gran chimenea de piedra en un extremo. Kesey tenía todo tipo de aparatos de grabación, magnetófonos, cámaras de filmación y proyectores, y Sandy añadió al equipo ciertas mejoras, como unos sofisticados sistemas de relés y algunos artilugios más. La gente de Perry Lane les visitaba a menudo (aunque ninguno de ellos se había mudado hasta el momento a La Honda). Ed McClanahan, Bob Stone, Vic Lovell, Chloe Scott, Jane Burton, Roy Seburn. De vez en cuando llegaban desde Oregón su hermano Chuck y su primo Dale. Ambos se parecían a Kesey, pero eran de menor envergadura. Chuck era un hombre inteligente y tranquilo. Muy normal y campechano. Dale era de complexión fornida, y el más normal y convencional de los dos. Kesey estaba tratando de desarrollar diversas formas de expresión espontánea. Hacían cosas como… tenderse todos en el suelo y ponerse a hablar de esto y de aquello mientras Kesey se colocaba un micrófono de grabación en cada manga y empezaba a pasar las manos por el aire y por encima de sus cabezas, como un hechicero ejecutando sus pases, y las voces quedaban o no grabadas a medida que los micrófonos se acercaban o alejaban. A veces el resultado era muy…

… en fin, algo así como un maldito galimatías para el oído humano. Aunque, para el receptivo intelectual estándar que hubiera oído hablar del Armory Show de 1913 y de Eric Satie y Edgard Várese y John Cage, habría podido sonar como… muy avant-garde, ya entienden… Pero de hecho, como todo lo demás allí, se trataba de algo surgido de… la experiencia con LSD. Todo el otro mundo al que accedía la mente en LSD existía sólo en el momento presente —ahora—, y cualquier intento de planear, componer, orquestar, escribir un guión, etcétera, no hacia sino cerrar la mente a aquel instante único, y hacerla volver al mundo del condicionamiento y del aleccionamiento en el que el cerebro hacía la función de válvula reductora…

Así que intentaban improvisaciones aún más audaces…, como las Cintas Humanas: extendían enormes rollos de papel de carnicería sobre el suelo; cogían lápices de cera de diferentes colores y garabateaban símbolos sobre los que cada uno de ellos debía improvisar: Sandy ponía los toques de la percusión y producía un sonido como chii-oong-chung, etcétera, y Kesey los punteos de guitarra, broing broing brang, y Jane Burton las secuencias de sílabas rítmicas, y Bob Stone la Voz en Off que contaba cosas sobre aquel fondo de Jazz Humano… Todo ello grabado en el magnetófono, y ellos volando —¿en qué?— en ácido, peyote, semillas de dondiego de día, endiabladas de tragar (millones y millones de biliosas semillas convertidas en una empapada masa vegetal que te hincha la barriga), pero ¡volando!…, o en IT-290, dexedrina, benzedrina, methedrina —¡speed![20] o en speed y hierba…, porque a veces se tomaba una combinación de speed y hierba para… mantener la puerta LSD abierta en la mente sin tener que padecer el incontrolable tumulto que el LSD produce… Y Sandy toma LSD y la luz :::::: de foco :::::: y la mágica bóveda enramada se convierte en… polvo de neón…, que ahora, sin duda, son partículas puntillistas. Partículas doradas, brillantes partículas de un verde-bosque, cada una de ellas embebiéndose de luz, fulgurando y fluyendo como un mosaico electrónico, puro polvo de neón californiano. No hay palabras para describir cuan bello es este descubrimiento, cuan bello es ver realmente, por primera vez en la vida, la atmósfera en la que se ha vivido durante años, y sentir que dentro de ti —ascendiéndote desde el corazón, desde el torso, hasta el cerebro— una fontana eléctrica… Y… ¡el IT-290! Sandy y George Walker están en el gran árbol de enfrente de la casa, a horcajadas sobre una rama, y Sandy experimenta… la intersubjetividad: sabe exactamente lo que Walker está pensando. No es necesario decir lo que cada dibujo es; basta con desempeñar el papel asignado a cada uno.

—Tú dibujas las telas de araña —dice Sandy—. Y yo las hojas que hay detrás de ellas.

—¡Demasiado! —dice George.

Porque, por supuesto, sabe…; todos ellos deslizándose dentro y fuera de esas combinaciones de mutua conciencia, de intersubjetividad, yendo al retrete exterior, cerca del arroyo, con la grabadora, y poniéndose a parlotear, a charlar siguiendo pautas de asociación libre, como en una conversación espontánea o incluso en un monólogo, y todos ellos, cada uno de ellos, captando palabras, símbolos, ideas, sonidos, que lanzan luego a un lado y a otro, más allá… de los muros de la lógica convencional. Uno del grupo encuentra un juego de piezas de ajedrez: figuras talladas, piezas antiguas, piezas que alguien ha dejado a la intemperie y que se han humedecido y han acabado por deformarse y por dejar que aflore su ser real. Ésta, por ejemplo, tiene los genitales al aire, colgando, pese a llevar ropajes y una lanza…

… ¿Habéis visto a mi hija? Sostiene que la solicito. Sostiene que todo el mundo sabe que tengo un coño en el cerebro. ¡A mi edad…!

… Sí, señor, tenemos el informe. Tu hija es una putilla cachonda, pero yo soy el rey y no me queda más opción que cortarte las pelotas…

… Majestad, le pido clemencia por…

… ¿Tus pelotas?

… ¡Eso es! Y con esos tapacubos dorados que lleváis ahí…

¡Eso es! Increíble, de hecho. Cada uno de ellos tiene una pieza de ajedrez en la mano y se convierte en ese personaje, y se pone a parlotear según la personalidad que adivina en su pieza, y todos empiezan a pensar las mismas cosas a un tiempo. También yo vi esas pequeñas y extrañas curvas que lleva esa pieza debajo de la mano, no más grandes que la cabeza de una pequeña tachuela, a modo de… tapacubos dorados… Estaba a punto de decirlo… Es la sensación más extraña que he sentido en mi vida… Intersubjetividad: como si nuestras conciencias se hubieran abierto y fluyeran juntas, y uno no tuviera más que mirar en el otro la vibración de su boca o su ojo o a la pieza trémula que tiene en la mano…

… ¿No iréis a creer a una chica con tetas eléctricas de anguila, eh, majestad?

… ¿Las tetas que ionizaron la espada del rey Arturo bajo las aguas del pantano?

… Las mismas. Tetas con miles de diminutos bonetes de succión; una chiquilla cachonda y tetuda, me temo, una menor de alto voltaje donde las haya…

… (¿cómo, ni en las más delirantes combinaciones del azar, iba a ocurrírsenos a todos al mismo tiempo la expresión «una menor de alto voltaje»?).

Pero hay pantanos, también… No todo es ya Jardín del Edén y glorioso descubrimiento para el grupo de Perry Lane. De hecho hay pequeñas quejas en la mágica cañada. Kesey está empezando a organizar nuestros «viajes». Nos da las drogas personalmente, ésta para ti, ésta para ti…, y justo cuando te tiendes y te pones a rumiar tus cosas viene y nos dice «¡vamos!, ¡vamos! ¡Todo el mundo arriba!», y organiza una caminata por el bosque…

Una vez que ha pasado todo, algunos de ellos piden a Kesey ácido y IT-290 para llevárselo a Palo Alto. Nooooo, dice Kesey, y levanta la cabeza como si quisiera decirlo de la manera más adecuada, dado que se trata de un asunto delicado… «Creo que debéis venir aquí para tomarlo».

Luego, en el viaje de vuelta, alguien dice: Antes todos estábamos en pie de igualdad; ahora es el «viaje» de Kesey. Venimos a su casa. Tomamos su ácido. Hacemos lo que él quiere.

¿Y qué es lo que quiere? Gradual y vagamente va haciéndose patente que la fantasía de Kesey ha vuelto a avanzar, a ir incluso más lejos que la de ellos, sus viejos compañeros de Perry Lane. En cualquier caso, nadie tiene valor para seguir el plan maestro de Kesey: mudarse todos ellos a su refugio, e instalarse en tiendas de campaña y demás: trasplantar Perry Lane a La Honda. Empezaban a mirar la morada de Kesey como una suerte de Versalles campestre, con Kesey como Rey Sol, que a sus ojos adquiere más y más talla, con su gran mandíbula recortada de perfil contra las secuoyas y las cumbres. Nunca llegaban, sin embargo, al distanciamiento abierto, ni siquiera al desencanto. Sentían inquietud, sencillamente. Intuían que Kesey continuaba su camino hacia adelante, hacia una fantasía que ellos no sabían si querían explorar.

Empezaba a aparecer por el refugio de Kesey otra gente, y ahí residía parte del problema. En el grupo de Perry Lane había quienes no sabían exactamente qué pensar de Cassady. Ahí lo teníamos ante nosotros en el Versalles de Kesey, mostrándose, mostrándose, sin camisa y sacudiendo los brazos y haciendo sobresalir los oblicuos abdominales a ambos costados como un levantador de pesas… Somos gente hip, apreciamos el bendito primitivismo. Pero Kesey daba a entender que había que aprender de Cassady, que nos estaba hablando. Y era cierto. Cassady quería comunión intelectual. Pero lo único que querían los intelectuales de él era que fuera el buen salvaje, el chico de Denver, la criatura natural entre ellos. A veces, Cassady percibía que no lo aceptaban intelectualmente, y se retiraba a un rincón y seguía con su monólogo maníaco y murmuraba: «Está bien, me meteré en mi viaje, me embarcaré en mi propio viaje, es mi viaje, ¿lo entendéis?…».

O Page Browning: el Vaquero Cadavérico había aprendido también la ruta de la montaña. En Perry Lane no había sido sino un personaje de Renta Baja que, haciendo un alto en su camino, aparecía de cuando en cuando. Pero ahora Kesey sugiere que se puede aprender de Page Browning. Kesey ve algo leal, valeroso y creativo, creativo, bajo esa faz cadavérica y esa nuez y esa cazadora negra de motorista —vestigio de su pertenencia a los Ángeles del Infierno— y esa voz gruesa de foso Shell. De foso Shell primordial…, ¿no podría ser, después de todo, un poco de miedo de clase el de aquellos distinguidos…, intelectuales hip? Un poco de Ahor, como lo llamaba Arthur Koestler, de Antiguo Honor, ese que se remonta a la niñez, cuando el fino niño de barrio residencial iba en su bicicleta hasta la estación de servicio y allí, en la zona del foso de engrase donde se lubricaban los coches, los tipos duros, en cuclillas, contaban chistes verdes, con ocasionales referencias clínicas a evacuaciones intestinales y ventosidades sonoras. Y, santo Dios, ¿no recordáis aquellos antebrazos con sus venas basílicas arracimadas en torno a ellos como tubos quirúrgicos, llenos de ese inalcanzable y rudo poder de clase baja, y aquellos ojos que en cualquier momento van a alzar la mirada y van a reparar… en nosotros, mofletudos chiquillos distinguidos? Pero Kesey adoraba este material humano de Clase Baja. Estaba dispuesto a mezclarse con él. Más tarde llegaría incluso a mezclarse con las bestias de los auténticos abismos Ahor de los fosos Shell, con los mismísimos Ángeles del Infierno…

De hecho sólo algunos de los nuevos visitantes que aparecían en La Honda eran originalmente de clase baja, pero el lugar se hizo mucho más llano que Perry Lane.

Uno de los viejos amigos de Kesey, Kenneth Babbs, se presentó un día en La Honda recién llegado de Vietnam, donde había pilotado helicópteros como capitán de marines. Babbs se había licenciado cum laude en la Universidad de Miami, donde había cursado Letras en la especialidad de Inglés. Era asimismo un gran atleta. Había luego asistido a los cursos de escritura creativa de Stanford, donde había conocido a Kesey. Babbs era alto, fuerte, una genuina criatura rabelesiana. De vuelta de la guerra, apareció como un oso pardo grande y cordial, de atronadora carcajada cósmica. A veces, estuviera donde estuviera, llevaba su vestimenta de vuelo durante días enteros (ven a volar conmigo…). Y era capaz, en efecto, de realizar descabellados vuelos. Aportó a la colonia de Kesey gran parte de su nuevo estilo… Sí. introdujo la idea de las travesuras (de ahí los Alegres Bromistas), monumentales bromas públicas que el grupo escenificaba de cuando en cuando…

Y llegó también Mike Hagen. Hagen era un tipo que Kesey había conocido en Oregón: bien parecido, de hablar suave y buenas maneras, de buena familia y desahogada situación económica, el tipo de chico que suscita la sonrisa de papá cuando sale por primera vez con su hija quinceañera. Sí, señor, la he educado estupendamente, si se me permite decirlo. Nada de gentuza para mi niña, sólo amables y cristianos chicos que dicen «sí, señor; sí, señora» y se peinan el pelo con agua. Unos diez minutos después de su llegada, Hagen tenía montada su Choza para Follar en la parte de atrás de la casita, un cobertizo armado con viejas tablas y decorado con retales de alfombras, un colchón con una colcha de estampado indio, velas, pequeños ornamentos centelleantes, un altavoz…, todo para solaz y comodidad de sus chicas. Oh, Dios, las Chicas de Hagen y los problemas que causaron… Completamente Desnudas, Anónimas… (Los problemas llegarían más tarde). Hagen era un embaucador bonachón pero inspirado, de modos tiernos. Tenía especial talento para el regateo, el trueque, la disputa, y era capaz de volver con el coche atestado de relucientes artilugios de grabación y filmación, de micrófonos, altavoces, amplificadores e incluso equipos de vídeo, de forma que el nivel audiovisual del lugar empezó a mejorar considerablemente…

Un buen día, por ejemplo, un amigo de Kesey de los tiempos de Perry Lane, un escritor llamado Gurney Norman, llegó para pasar el fin de semana procedente de Fort Ord, el campamento militar, acompañado de su amigo Ron Bevirt, un teniente de infantería de veinticuatro años. Bevirt, al principio, causó a todo el mundo un profundo desagrado, porque era el prototipo del militar profesional. Era gordo y de aspecto sucio, y llevaba un pelo a cepillo de estilo militar particularmente detestable. Un tipo carente por completo de refinamiento. Pero a Bevirt le gustaron ellos, y siguió visitándolos en fines de semana. Solía llegar con montones de comida, que gustaba de compartir con todo el mundo, y no paraba de sonreír y de reírse a carcajadas, y la gente no pudo evitar que él también acabara gustándoles. Al final dejó el ejército y se quedó en La Honda de forma permanente. Incluso empezó a adelgazar y a curtirse y el pelo le creció y se dejó melena a lo Príncipe Valiente, y se convirtió en un tipo muy aceptable y muy en… el ajo. Más tarde llegaría a ser conocido como Peleón, y su nombre verdadero caería casi en el olvido.

Y andando el tiempo, como es natural, los ciudadanos de La Honda y demás gentes empezaron a preguntarse… qué diablos estarían haciendo aquellos mentecatos. ¿Era posible explicarlo? No existía forma humana de explicarles la experiencia. No podía expresarse con palabras. Los ciudadanos siempre han tenido la misma fantasía, conocida como la fantasía de la patología. Esos memos son seres patológicos. A veces ésta era psicológica: ¿de dónde vendrán esos chicos; de hogares rotos, tal vez? Otras veces, sociológica: ¿estarán alienados estos chicos?, ¿estará nuestra sociedad pudriéndose en su núcleo? Los ciudadanos no podían saber nada de la experiencia del LSD, porque esa puerta jamás se había abierto para ellos. Estar en el umbral de… ¡Dios Santo! ¿Cómo explicarles lo que era la vida allí? La juventud no había tenido nunca más que tres opciones: estudiar, conseguir un empleo o vivir en casa de sus padres. Y cuan aburridas eran las tres… comparadas con la experiencia de… del infinito…, con una vida en la que la temática no es escolástica ni burocrática sino… Yo y Nosotros, la gente en sintonía en medio de las multitudes amusicales con relucientes-zapatos-negros, Yo, con mis ojos puestos en aquel agujero casi invisible de allá arriba, en lo alto del cielo de las secuoyas…

Una noche, Bob Stone estaba sentado en su casa de Menlo Park —aún seguía el curso de escritura creativa en Stanford— y sonó el teléfono y era Babbs, que llamaba de casa de Kesey en La Honda. Vente para aquí, le dijo, estamos a punto de hacer algo que seguro que te interesa. No, dijo Stone. No le apetecía ir; estaba algo cansado, y tardaría una hora en llegar a la montaña y otra hora en volver, y quizá algo más de tiempo en…

—Venga, Bob —dice Babbs—. No te llevará una hora. Puedes llegar en treinta minutos.

Babbs está de un humor espléndido, y al fondo Stone oye música y voces: sí, no hay duda de que tienen algo entre manos…

—Sé perfectamente lo que se tarda —dice Stone—. Se tarda de cuarenta y cinco minutos a una hora; de noche, más bien una hora.

—¡Escucha! —dice Babbs, que se está riendo y prácticamente chilla en el teléfono—. ¡El viajero intrépido lo puede hacer en media hora! ¡El viajero intrépido puede hacerlo a la velocidad de la luz!

Al fondo se oyen unas voces que repiten rítmicamente:

—¡El viajero intrépido! ¡El viajero intrépido!

—¡El viajero intrépido! —grita Babbs—. ¡El viajero intrépido se pone en pie y sale de casa y está aquí en un instante!

Y sigue porfiando hasta que la resistencia de su interlocutor cede y Stone coge el coche y sale hacia La Honda. Y llega. Una hora después, como él pensaba.

Y en cuanto se baja del coche enfrente de la casa empieza a oír la Gran Cantinela, que le llega del interior de la casa y de lo alto de los bosques: es como un repique de tambores y un ulular de cuernos, y los Bromistas aúllan y salmodian:

¡El viajero intrépido!

¡El viajero intrépido!

¡El viajero intrépido!

¡El viajero intrépido!

Stone entra por las puertaventanas de la parte delantera y…, delirantes luces ocres y desvaídas, gongs, tambores, flautas, guitarras a las que se arrancan cadencias de percusión…

¡El viajero intrépido!

¡El viajero intrépido…, el viajero exhalación!

¡El viajero intrépido

que hace rectas las curvas!

¡El viajero intrépido

que hace curvas las rectas!

¡El viajero intrépido,

un rayo de luz!

¡El viajero intrépido,

un relámpago!

¡El viajero intrépido

acorta el circuito!

¡El viajero intrépido

cambia la banda a onda corta!

¡El viajero intrépido

y su pandilla de Alegres Bromistas!

¡El viajero intrépido

y su pandilla de Alegres Bromistas emprenden viaje hacia el Este!