XXIII. LA MAREA ROJA
La jodida marea roja, tío…, todo el mundo en Manzanillo con los nervios de punta. Trópico de Cáncer, 45 grados de tempera tura, sin viento, montones de mosquitos y la marea roja matando los peces. Miles, decenas de miles de condenados peces muertos flotando panza arriba en la marea roja. El hedor… no podrías ni creértelo, y hay algo en el aire, algo escupido por el mar que hace que los ojos te piquen como demonios. Hay quienes lo sien ten en los pulmones, como si fuera una gripe. No hay calamidad mayor que la marea roja, porque aquí en Manzanillo vivimos to dos de la pesca. Todos menos los gringos locos. Y encima de la marea roja, surgidos como de la propia marea roja, tenemos a los norteamericanos locos. Una jodida plaga ellos mismos, de un lado para otro en ese autobús criminal, endemoniado. Entran en la plaza, llegan cerca del gran Jacaranda en ese autobús diabólico cubierto como de flores del cólera fluorescentes, más chillonas y llamativas que los capullos rojos del gran Jacaranda de Manzanillo,
¡MAREAROJA!
y las viejas y los niños dicen: «¡Diablo!», y se santiguan, y a los locos norteamericanos les parece muy divertido. Pero a nosotros no.
El más grande de todos, con su gran sonrisa burlona y sus ojos de bombilla norteamericana y sus pantalones de mil colores, viene a la plaza del mercado con una rubia a la que llama Gretch y unos cuantos niños rubios pegados a los talones, y mueve la cara sonriente de un lado a otro hasta que está seguro de que todo el mundo le mira, y entonces lanza los grandes brazos de mono al aire y alza los ojos al cielo y grita:
—¡SITIO DE LA COMIDA! ¡SITIO DE LA COMIDA[60]! ¡LLEVADME AL SITIO DE LA COMIDA!
—¿Se refiere al mercado, señor?
El hombre sonríe y se queda mirando con gran intensidad al pobre mestizo como si éste acabara de decir la cosa más penetrante de toda la historia de México, y dice:
—¡Sí! ¡Sí! ¡Eso! ¡Eso! ¡Eso!
Y todo el mundo deja paso, asombrados, al extraño grupo que se adentra con decisión en la plaza del mercado.
Aquí se habla mucho de estos locos. Muchos piensan que son alemanes, refugiados de alguna especie de conspiración fallida. Confunden su hablar extraño con el alemán. Algunos piensan que son gángsters yanquis que han venido aquí a esconderse. Pero yo creo que han salido de la marea roja.
¡ELAGUAJE!
¡No hay duda! En el océano, donde el agua era de un azul verdoso intenso, o, en el peor de los casos, y cerca de la orilla, de un amarillo verdoso, hay ahora grandes franjas de agua rojiza, como si una canalización dividiera el propio océano y se extendiera kilómetros y kilómetros, caliente y turbia, espesa y mucosa. Los peces, al entrar en ella, mueren casi al instante. Yo he visto cómo entraba un mújol en una de esas franjas. Pasó de las aguas azules verdosas a la marea roja y de pronto se es coró sobre el lomo, como paralizado, y empezó a hundirse, a pugnar por enderezarse, a agitarse desesperadamente, como aturdido, y salió de nuevo a la superficie, donde giró sobre sí mismo, centelleando a la luz del sol, y dejó de moverse y volvió a ladearse, inmóvil, y se fue hundiendo y desapareció bajo las aguas, y al cabo de un rato volvió a salir a flote, ya muerto, para unirse al pestilente y muerto banco de peces, cangrejos, róbalos, mújoles, arenques, caballas, camarones, percebes, coquinas, peces vela, peces espada, marsopas, tortugas…, inmensas masas de hediondo y viscoso tejido orgánico flotando en una pavorosa colonia muerta sobre la marea roja. Muerta fulminantemente…
… ¿a causa de qué? A causa del plancton. Todo el mundo sabe que es el plancton el causante de la marea roja…, como si a algo así se le pudiera catalogar como una causa. Porque el plancton está siempre ahí, millones de organismos invisibles, millares en un simple vaso de agua salada. Es él quien posee ese reflejo azul verdoso y da el color a nuestro océano, aunque en otros lugares su reflejo es rojo y tiñe de esa coloración al Mar Rojo, sin causar daño alguno a los seres vivos que lo pueblan, y al Mar Bermejo su tono bermejo y al Lago de Sangre esa leche rosadoroja de azufre. Pero aquí, frente a la plácida Bahía de Manzanillo, en el océano Pacífico, este diminuto, invisible… hummm…, dinoflagelado, el Gymnodinium brevis, de una sola célula y dos flagelos, se desplaza de un lado a otro con rapidez y comienza a multiplicarse. Y de pronto, si se le observa al microscopio, como en su día hizo Charles Darwin, parece estallar, y se divide en dos dinoflagelados, y éstos en cuatro, y así sucesivamente, en una progresión vertiginosa, hasta caber diez millones de ellos en un vaso de agua marina, que se vuelve roja al reflejar la luz su pigmentación roja, hasta que finalmente, y a causa de los millones de jodidos estallidos, un potentísimo veneno llamado aconitina invade el agua… Pero ¿por qué? ¿Por qué se ha desencadenado ahora esa maligna cadena de estallidos del plancton…?
… un vasto e inmortal Grupo de Microorganismos de veinticinco kilómetros de largo y cinco de ancho… En verdad inmortal. El primer minúsculo Gymnodinium brevis, mientras la marea roja se expande, sigue viviendo sin duda con el mismo vigor que el cien mil millonésimo. Pues se multiplican simplemente por división celular. Los grandes peces espada mueren, las marsopas mueren, todas las criaturas del mar mueren, y los pescadores mueren, pero el Gymnodinium es inmortal, al igual que el hermano instantáneo de cada Gymnodinium que haya existido desde el comienzo de los tiempos…, no hay pasado, no hay futuro, sólo el Ahora…, inmortales, los muy hijos de puta. No es una causa, señor, no ha habido punto de partida en el tiempo; es sólo el punto de intersección del doscientos mil octillonésimo Gymnodinium y todos sus antepasados y descendientes con nuestro ahora en este viejo lugar llamado Manzanillo donde la marea roja nos está poniendo al borde de la histeria. Lo único que sabemos es que ayer había pesca, y que hoy los peces están muertos, y que el plancton venenoso y los locos norteamericanos están vivos, y que mañana tendremos que encontrar la causa y el remedio…, ¿o es que cabe la posibilidad de que el ayer y el mañana no sean sino una extensión del Ahora que abarca inmortalmente una superficie de veinticinco por cinco kilómetros cuadrados…?
Entonces, Ahora, Esaú, Judit, Basemat, Reuel… en suspensión en el mucus. Qué mal viaje. Montañesa está echada en la cama de su cuarto, mirando el techo. Vaya chapuza de enlucido… Y todos en suspensión en un mucus abrasador (cuarenta y tres grados centígrados)… Ella, Kesey, Faye, sus hijos, George Walker, la nueva chica: Black Maria… tienen una casa junto a la playa; nueva, con certificado de construcción Cutre recién expedido; bloques de ceniza y yeso; podría arañar con los dedos y abrir un boquete en ellos. A unos cincuenta metros más allá, al otro lado de la carretera de la playa, La Choza Cutre: una fábrica de piensos animales Purina. Sí. Habitada por Babbs, Gretchen la Bella y los niños de Babbs. Es un pequeño y peculiar edificio hoy vacío, alicatado con brillantes azulejos. Todos se hallan apiñados y varados como moscas en este mucus abrasador de Manzanillo, y por si fuera poco padeciendo la pestilente marea roja. Hagen, con la pierna escayolada; Julius Karpin, el Drogota Más Duro del Oeste, de Berkeley (miembro del círculo externo de los Bromistas), con otra pierna escayolada. Eligieron Manzanillo por las razones siguientes: era un lugar aislado, había pocos norteamericanos en el verano (estaba fuera del circuito turístico), constituía un islote seguro y apartado. Varados en una ciudad al borde de la histeria, sin carreteras que lleven al norte ni al sur; son nueve o diez horas infernales de autobús a Guadalajara, la única vía para volver al mundo. Durante el día no se puede salir ni hacer nada a causa del calor; por la noche no se puede salir por culpa de los mosquitos; la selva que hay más allá de la Choza Cutre está llena de sucios cocoteros y de todo tipo de inmundicias selváticas; el picor te recorre, vivo como una entrepierna llena de niguas; hay todo tipo de bichos exóticos; picaduras, inflamaciones, ampollas…, el paraíso de los mosquitos, con escorpiones, por añadidura, que salen del polvo de estiércol y que se parecen a las langostas como las ladillas a los cangrejos. Quietos, como petrificados en esta mierda; esperando; ¿a qué? En primer lugar, a la pasta; todos los días suplicando en el altar del Telégrafo, a la espera de dinero de los Estados Unidos. Se supone que los abogados de Kesey están tratando de conseguir dinero, y día tras día alguien —como por ejemplo Black Maria, la nueva chica de Kesey— baja a Telégrafos a preguntar —utilizando un alias— si ha llegado algún telegrama de algún abogado de San Francisco, o del abogado de la capital mexicana con quien los abogados norteamericanos de Kesey han contactado para que arregle las cosas con la policía mexicana. Se apellida Estrella. ¿Porque es una estrella de la abogacía? Quién coño sabe. Aquí estamos, en la Isla del Diablo, nosotros los fugitivos; sin ningún sentido del tiempo; de los Estados Unidos solo llegan noticias increíblemente malas. Ron Boise, que padecía de reumatismo cardiaco, ha muerto de un ataque al corazón a la edad de treinta y dos años; Norman Hartweg ha tenido un accidente de coche camino del Este con Marge la Falúa y Evan Engber, y está en un hospital de Ann Arbor, paralizado casi por completo. Cosas increíbles salidas del Karma tiempo-muerte. Y aquí no existe el tiempo. Sólo un ahora en calma chicha que se extiende eternamente hacia atrás y eternamente hacia adelante.
Así que Montañesa está tendida en la cama y mira hacia arriba a través de las oleadas de calor que se alzan en el mucus abrasador (cuarenta y tres grados centígrados) de Manzanillo, y no está colgada con nada; quizá está un poco ida, pero no drogada. No, ni siquiera está ida. Pero todo es un poco como en aquella distorsión del tiempo que producía el ácido. Como si se vieran todos arrastrados permanentemente a un tiempo primitivo. Ésta es una situación permanente: Kesey no podrá volver nunca, porque lo encerrarían para siempre; y ella tampoco puede volver. ¿A qué? ¿A que la metan de nuevo en la jaula de bambú para someterla a peroratas y sermones y gimoteos compasivos hasta ahogarla? Ninguno de los dos puede volver, porque no hay nada a lo cual volver. Ahora todo está aquí. En México. Como lo vaticinó aquel día Kesey en La Honda y ella empezó a aprender español, idioma que ninguno de ellos (salvo Black Maria) sabe realmente. Siempre enclaustrados como en un capullo, aislados de los dignos y ahora nerviosos nativos. Sólo que son los Bromistas los primitivos: abandonados a sus propios recursos, reviviendo la vida primitiva del hombre, con tan sólo la esperanza cada día más exigua de un milagro benéfico dimanado del sagrado Telégrafo, un milagro que acaso rompería ese maleficio… de hace tres mil años.
Hace tres mil años, Montañesa baja hacia el agua, hacia un remanso; lo hace todos los días para lavar la ropa, pañales y otras prendas sucias; todos los días camina en el agobiante calor, bajo el salino sol, a través de la maleza y la arena llena de estiércol; va a lavar la ropa a la orilla del… Nilo, y la hija del faraón baja también a lavarse en el río, y sus doncellas van bordeando la ribera, y cuando la hija del faraón ve la canasta entre los lirios, manda a su criada a cogerla… Es como si estuviera bajando al río y se estuviera viendo a sí misma, de doncella, tres mil años atrás, bajando al río, en el mismo instante, en… Oriente Próximo. Siempre es, de algún modo, ese Oriente Próximo sacado de alguna vieja Biblia ilustrada… Calor asfixiante (cuarenta y tres grados centígrados), espadañas y el eterno engorro de la colada; nada para leer salvo Nova Express, de William Burroughs, los libros de Nietzsche y de Dostoievski de Kesey y una Biblia. Nova Express puedes leértela en un par de horas, pero con la Biblia puedes demorarte…, y poco a poco, sin que nadie diga nada, sin necesidad siquiera de colocarte, te encuentras en otra dimensión temporal: las tribus bíblicas, las mujeres tribales bíblicas que lavan en el río; y vives como los hijos de Isaac y Rebeca en el Libro Primero, e incluso tomas identidades bíblicas; eliges y encarnas un personaje de la Biblia, realmente; es hace tres mil años…, te has remontado atrás… a los tiempos remotos del… Génesis, a Esaú, y Kesey es Esaú, el velludo; y Esaú era un hábil cazador, un hombre del campo, y Jacob era un hombre sencillo, y vivían en tiendas. 13: ¿Se parecían? Describámoslos: Esaú era el cazador diestro, y Jacob el hombre tranquilo, amante del hogar. 14: ¿Quién era el primogénito? Esaú. 15: ¿Valoraba su derecho de primogenitura? Veamos: un día que estaba hambriento, desfallecido, se la vendió a su hermano Jacob por un plato de lentejas, o por cualquier otra comida. Así millares de seres, por el placer presente, se arriesgan a perder el alma, o la pierden de hecho. 16: ¿A quién se la vendió, y a cambio de qué? Véase 15. 23: ¿A quiénes eligió Esaú como esposas? A Judit y a Basemat, hititas (Génesis 26, 34). 24: ¿Aprobaron sus padres su elección? No; se afligieron mucho con ella. Y Basemat dio a luz a Reuel… hace tres mil años. Porque en este lugar no existe el tiempo, sólo un eterno ahora que se extiende infinitamente por el mundo entero y por la historia de este mundo. Porque el mundo busca su propio nivel, que es el mar, y todos los seres vivos del mar morirán, pero el Gymnodinium brevis, que no conoce otro tiempo que el ahora, vivirá por siempre, y has oído que fue dicho por tus ancestros que la Tierra era redonda, pero yo te digo que…
Kesey estaba tumbado fuera de la casa grande en una hamaca. Y Black Maria, en pantalones negros ceñidos, se había puesto a rumiar sus cosas, a contemplar el mar dándoles la espalda, lo cual molestaba a todo el mundo. Ellos, de cuando en cuando, se reían solapadamente, y eso, claro está, la ponía aún más tensa de lo que estaba. Julius y Mike Hagen tenían sus respectivas escayolas pintarrajeadas con Day-Glo, con llamativas y gloriosas figuras similares a las del autobús. Kesey, echado en la hamaca, leía a Nietzsche :::: quién hubiera imaginado que aquella vieja valquiria patilluda fuera un drogota de tal calibre, un tipo tan en el ajo…
Así pues, pequeños ciclos dentro de otros ciclos… Hagen seguía produciéndose heridas traumáticas. En Barcelona había tenido un accidente de moto, pero siguió practicando el motociclismo y acabó con un hombro lesionado de forma crónica. En Canadá volvió a sucederle algo parecido. Y ahora en México, con la pierna rota y la escayola llena de Day-Glo, se nota algo muy desagradable allí dentro, debajo del yeso, y descubre una garrapata, y corta y abre la escayola y localiza otras dos más, y ve que la pierna rezuma pus… Junta ambos lados del corte y venda toda la escayola con cinta adhesiva.
—¿Por qué te has vendado esa preciosa escayola, Mike? —Me he estado buscando garrapatas.
Un par de días después ni siquiera podía andar hasta la Choza
Cutre. No hubo más remedio que entregarlo a los oficios Cutres del Hospital Civil.
—Dame algo de speed, Julius, para poder lidiar con esos cabrones.
Kesey trata de animarle diciéndole que podrá filmar la boda de Montañesa y George Walker.
—¡Oye! —dice Hagen—. A lo mejor conseguimos que ese tipo, el mayor jefe[61], celebre aquí la ceremonia.
Hagen empieza a menearse de un lado a otro a la pata coja y a chasquear los dedos. La dexedrina está empezando a alborotar y hacer cosquillas al tipo de aquí dentro…, dice señalando la escayola.
—No digas chorradas —dice Montañesa.
—¡Qué amable!
—No digas chorradas.
Montañesa tiene un aspecto espléndido de amazona, pero parece muy deprimida, con su vistoso pelo amarillo de la Prueba del Ácido hasta la cintura (aunque con un círculo negro, parecido a una gorra, en la parte superior de la cabeza, donde asoman las raíces naturales). Como Mike, pospondrá mientras pueda todas esas tonterías mundanas que odia. Sólo hace tres semanas que sabemos que le encantaría casarse legalmente, para que su hijo pueda disfrutar de plenos derechos mexicanos… Pero ella sabe desde hace nueve meses cuál es la fecha límite para ese matrimonio.
George, Faye y el Colgado vuelven de comprar comida en el mercado, y George lleva los pantalones azules de terciopelo del Colgado, una camisa a rayas verticales anaranjadas y blancas, muy anchas, que le ha hecho Gretchen la Bella, botas altas hasta la rodilla que él mismo se ha decorado con listas diagonales de Day-Glo anaranjadas y blancas, y el pelo lleno de motas color naranja de la última Prueba del Ácido. Todo está arreglado en el ayuntamiento para la boda entre la señorita Carolyn Adams y el señor George Walker, y en el Hospital Civil para el nacimiento del niño.
—… y compraremos una cunita blanca…
—No digas chorradas.
—… y filmaremos la boda en la playa, al atardecer, con micrófonos y todo. Babbs tenderá el cable y el altavoz…, y pondremos música, y podremos oír a Gretche ¡tocando al órgano La Marcha Nupcial… !
—No digas chorradas —dice Montañesa.
Así que Montañesa y George se casaron sin estridencias en la ciudad. Y Montañesa dio a luz en el Hospital Civil, y fue una niña rubia y sana a quien puso el nombre de Sunshine[62]. Al nivel del mar…
Kesey en la casa grande… Siempre hay un zalamero triángulo reverberando en la casa, con los cuatro cuartos individuales amenizados por las interminables variaciones sobre el tema «Faye y yo y George y Montañesa»…
Montañesa sigue taciturna.
—Mira esa pared. Es horrible. No, en serio. Mírala. Podría arañarla y hacer un agujero en cinco minutos.
—¿Por qué no lías un porro?
—¿No podríamos ruinárnoslo en mi cuarto para que no tenga que darme un susto cada vez que Faye da un portazo?
—Mmmmmmmm…
—No importa. Ha sido una pregunta un poco tramposa. Además, si me quedo aquí me mantendré despejada.
Los ánimos van mejorando ligeramente en medio del torpor de la marea roja. Los Bromistas empiezan a hacer pequeñas cosas propias de ellos. Hagen ha vuelto del Hospital Civil cojeando, pero con sus cosas de tipo adorable de siempre. Nada de equipos estereofónicos ni de proyectores ni de cintas de vídeo con que armar bulla en la Isla del Diablo…, pero ha dado con la mejor de las cosas existentes en los alrededores, y ha conseguido «sacársela» a un pobre lugareño: una tortuga. Una gigantesca tortuga marina de unos veinticinco kilos de peso. El monstruo causa un gran alborozo en todos ellos, pero nadie sabe qué diablos hacer con él, ni siquiera Faye, la esposa pionera y cocinera jefe, la dietética, la técnica y experta mecánica… Ningún caldero del mundo sería capaz de contener tal mole animal. Así que le dibujan una enorme calavera y dos tibias cruzadas en la concha y la devuelven al mar, con el feliz pensamiento de que le acaban de conceder otros doscientos años de vida. Nadie en el México de Zecotopetl, el dios de la muerte, se atrevería ahora a atraparla para prepararse un estofado…
Babbs, después de muchos días de vida hosca y taciturna en su reducto de Purina, sale a darse una vuelta… y saluda en tono lascivo: «¡Hola, Je-e-e-e-ed!» al hijo de tres años de Kesey. Nadie sino Babbs en su mejor pose de Belze-baabs sería capaz de saludar a un infante de tres años con semejante tono de demencia lúbrica.
Se presenta en la casa Page Browning, con talante de fiesta, encantado con los guaraches y con el país de lo Cutre. ¡Guaraches en todos los pies de México! Ni a alguien tan desaforado como él se le habría ocurrido jamás inventar un artilugio más diabólico y engorroso…
—¡Los tienen a todos amarrados con los guaraches! No puedes correr, no puedes andar, nunca te quedan bien, te hacen daño en los pies. Lo único que puedes hacer es quedarte sentado y quieto. Así es como mantienen a raya a este pueblo. ¡Los tienen a todos amarrados con esta maldita mierda de calzado! —Y sigue así un buen rato…
Un día, de pronto, aparece Sandy Lehmann-Haupt, de vuelta de un largo viaje, en una motocicleta. Viene desde Nueva York a lomos de una motocicleta, recorriendo media Norteamérica y atravesando las tierras Cutres hasta este extremo occidental de México, hazaña nada despreciable ni para un Neal Cassady. Kesey le mira y no puede creerlo. Parece más fuerte, más sano, más tranquilo, más seguro de sí mismo que nunca. Lo mira y siente un presagio al que no puede poner nombre…
Incluso les visita Bob Stone. Surgido de los viejos tiempos de Perry Lane. Llega en un coche alquilado en Hertz. Fue en avión hasta Ciudad de México, donde alquiló un coche. Esquive le ha encargado escribir un reportaje sobre Kesey en el Exilio. Ah…, así que el viejo mundo aún espera… Stone, siempre hipersensible, ve al FBI y a los federales detrás de cada cocotero…, o escorpiones, y al mismo tiempo, sin embargo, se zambulle de cabeza, como siempre, en cuanta caótica debacle los Bromistas se encarguen de montar, y grita, por ejemplo, «Cuidado, que esto es muy peligroso», mientras hace el salto del ángel desde el primer acantilado que encuentra a mano.
No paran de tomar dexedrina. Stone y Babbs se van en el coche de Stone, colgados como bellacos, rumbo a Tepic, otra ciudad del país Cutre. Vuelven soltando risitas y comentando su extraña experiencia con el Aninal de la Carretera. Iban viajando por el polvo de estiércol, tras días sin dormir y ciegos de dexedrina, de tierras de matorrales y burros, y cayó la noche y todo se hizo muy extraño. Stone ve unos pequeños puentes mexicanos y piensa que son lagartos gigantescos, y Babbs también los ve. La carretera se convierte en una fina cuerda floja tendida sobre la tierra de nadie de los monstruos, y de pronto… ¡los monstruos se apoderan de la carretera! Ante sus ojos, allá adelante, aparece el mayor monstruo que hayan visto jamás ojos humanos, tan descomunal que parece a horcajadas sobre la carretera como una tarántula con patas de tres metros de altura a cada lado de ella, y con el inmenso y sucio abdomen y las mandíbulas cerniéndose sobre el centro, un monstruo ávido de comida, y el coche avanza hacia él, y ellos no se atreven a pararse ni a avanzar…
—¡No! ¡No te acerques! —grita Stone.
—Tenemos que hacerlo —dice Babbs—. Tenemos que pasar a través de él.
—¿A través de él?
—Tenemos que hacerlo —dice Babbs—. Porque si no jamás podremos seguir…
Entonces, repentinamente, el poder seguir su camino se les antoja la cosa más crucial de la historia de la humanidad…
—¡Ya lo sé! Pero es que es tan…
—¡Tenemos que hacerlo! —dice Babbs.
Se aprestan a enfrentarse con el desastre, con Armagedón, con el fin de todas las cosas…
… ¡y pasan a través de él!…
… es una jodida enorme máquina de obras públicas que avanza pesadamente por la carretera a velocidad guarache-mexicano, con los mestizos que van encima mirando llenos de asombro al coche que acaba de pasar por debajo de ellos a cien o ciento diez kilómetros por hora…
Stone y Kesey van camino de Sonora. Se sienten estupendamente, con una buena dosis de speed en el cuerpo. Stone piensa que va detrás de un cristal tintado, en un taxi, aunque es él quien conduce. Así que, como en un taxi, recogen a un jovencito, un norteamericano, que hace autostop de vuelta a California. Le pueden llevar hasta Sonora. Nos vamos a California, dice Stone, y salen a toda marcha.
—¡California! —exclama Kesey, con el acento campesino más burdo que es capaz de simular.
—Sí —dice Stone—. Le estoy llevando a este amigo —señala a Kesey— a California para que vea cómo sale el sol. No ha visto nunca salir el sol.
—Bah —dice Kesey—, me estás tomando el pelo. El sol no sale.
—Jamás te tomaría el pelo —dice Stone—. El sol sale, y vas a verlo.
Extraña sensación la de ir en taxi a través de las tierras mexicanas de ninguna parte, con Kesey tras un cristal tintado.
—Bahhhhh… —dice Kesey.
El chico, entretanto, está mortalmente quieto.
—¡No te miento! —dice Stone—. Mira allá arriba. Ahí lo tienes: ¡el sol!
—Uyyy, uyyyyy, Dios, tenías razón, ahí está, ¡el sol! ¡Bueno…, si lle-e-e-e-na todo el cielo…! ¡Si ilumi-i-i-i-na todo el valle…! ¡Si se refle-e-e-e-ja en el océano…!
Unos kilómetros después, el chico dice en un tono como despreocupado, de la manera más natural que es capaz de simular:
—Eh, amigos, creo que me bajaré en Tepic en lugar de en Sonora. Acabo de acordarme de que tengo que ver allí a una persona.
Y se apea del coche.
¡Nunca confíes en un Bromista!
Y Cassady… Cassady irrumpe también en la costa Cutre en uno de sus vehículos Cassady, acelerando acelerando acelerando a la eterna velocidad Cassady, con una nueva Excalibur propia de Cassady. Lleva un enorme martillo de dos kilos con el mango envuelto en cinta de Day-Glo, que maneja como una maza de gimnasia de la mañana a la noche, lanzándolo al aire y cogiéndolo al caer, imprimiéndole giros dobles, triples, cuádruples, giros normales, giros excéntricos, meneando sinuosamente hombros, codos, rodillas, pies… a un ritmo espasmódico. La Broma y el Cisma, al parecer, han quedado olvidados ya hace tiempo. Si hay alguien capaz de romper esta jodida marea roja y despejar el aire mucoso que se expande vertiginosamente por los canales oceánicos, ése es Cassady… Así que los Bromistas fuman hierba y se suben al tejado de la casa grande y se sientan, mientras Cassady ofrece una exhibición de su pericia con la maza en el crepúsculo, embarcado en un alado viaje en el que logra situarse escasamente a una treintava parte de segundo del Ahora. Cassady ejecuta su desatada danza norteamericana de la maza al lado de un estanque de agua quieta, y los Bromistas ven el reflejo de Cas sady en el agua, y su propio reflejo mirando desde arriba a Cassady, pero mirando hacia arriba desde la superficie del estanque, en un perfecto encadenamiento asimétrico, parpadeante de Day-Glo y de crepúsculo, invocador de apariciones del pasado, una puerta de luna para el mundo en el inmenso acto de contemplarse a sí mismo, Domnu, sativa y rajas a un tiempo, fons et origo, Película del instante… Ahora.
¡Harry mango-húmedo!
Y la Bocanada de Alucilusión empieza a batir sus alas como las aspas de cuero de una rueda de la fortuna de feria, un pájaro Cutre, pero que conoce el agujero del cielo. Kesey está en la casa grande, y el viento se ha levantado y el cielo está nublado, y la Bocanada aletea, y el enlucido Cutre se halla tapizado de páginas de cómics del Capitán Marvel, de secuencias enteras del Dr. Strange, del Submarinista, del Increíble Hulk, de los Cuatro Fantásticos, de la Antorcha Humana… de los Superhéroes, en suma. Todos los drogotas creen que son obra de dibujantes adictos a la methedrina, a juzgar por la minuciosa dedicación fluorescente de sus manos. ¡Superhéroes! Übermenschen! Qué extraño resultaba que Nietzsche, aquel curioso y pequeño Peter Lorre misántropo con patillas y profesoral levita Tübingen de una negrura acerba, hubiera estado tan en el meollo del asunto…
… y Kesey oye que Bob Stone le dice:
—Nietzsche está ahora en el cielo, Ken, diciéndonos: «Entiendo lo que estáis haciendo…, pero no se os ocurra leer mis libros»…
… sí, la vieja Valquiria estaba en el ajo. El mundo no era una hilera de causas y efectos proyectada eternamente hacia adelante, sino algo finito que se repite eternamente, de forma que todo lo que alguna vez ha sido y alguna vez será se halla apresado en el ahora, en un Eterno Retorno, a la espera tan sólo de los Superhéroes para volver a emerger; y a partir de ahí se da una nueva y total Revaluación en la secuencia. Combinando la inspiración de Nietzsche con su propia inspiración del atenerse al presente…, del hombre que ve por siempre su propia película y no logra jamás llegar al paraíso que se halla detrás de la pantalla: como vislumbró Nietzsche, la vida es un círculo y por ello es el ir, no el llegar, lo que cuenta. Vive en el instante. Numerosos sabios lo han dicho. Yo lo he intentado. Dediqué a ello mucho tiempo y mucha energía. Y descubrí que aquellos sabios se engañaban…, ¡por la sencilla razón de que estamos siempre en la inminencia de vivir en el presente pero jamás llegamos a vivirlo realmente! ¡Ahhhhhhh!
Sin embargo, tal como los Bromistas y muchos de sus allegados creen, él sabe que de algún modo ha tenido un atisbo de la gran bestia aleteante, y que ha trapasado ya este lado de la pantalla, y que accede a la verdadera y plena y desnuda esencia del misterio…, a lo que popularmente suele llamarse «iluminación»…, y rememora:
Es de noche y ha bajado hasta el agua, alto en hierba, y se ha sentado, y la luz de los letreros eléctricos —¿de Coca-Cola?— de la ciudad le llega a través de la bahía, y cada línea de luz se destaca recta, con nitidez, la línea primitiva, la de la Edad de Piedra, la de la hierba…
EL PLANO CAMBIA A
noche, mismo escenario, alto en ácido, las líneas no le llegan rectas sino en perfectos semicírculos, la línea del ácido, la línea del presente, el círculo perfecto, como las arañas a las que inyectaban ácido y tejían pequeñas y perfectas telas circulares…
EL PLANO CAMBIA A
noche, mismo escenario, alto en opio, la única vez que ha tomado una droga dura en su vida, las líneas empiezan trazando círculos pero acaban en forma de pequeño gancho, como esos pequeños garfios dibujados en el agua en las estampas japonesas, como los pequeños garfios que vemos en ese extraño cómic, El Espíritu…, ahora es la línea del futuro, que completa el círculo sin necesidad de cerrarlo todas las veces, que llega a su término con sólo conocer el comienzo del viaje
EL PLANO CAMBIA A
noche, una tormenta con aparato eléctrico en medio del calor mexicano, alto en ácido, el relámpago rasga el cielo…, ¡allí!, ¡allí…!, y la electricidad pasa a través de él y sigue su camino, una segunda piel, un ropaje de electricidad, y si el tiempo fue alguna vez «ahora» es ¡ahora!…, y lanza la mano hacia el cielo para hacer que el rayo estalle donde él señala…, ¡ahora!, tenemos que eliminarlo, abolir el desfase entre el fogonazo y el ojo, y conseguirlo, volver a entrar en el Ahora…, como Superhéroes… abiertos…, hasta que cae sobre la playa y Montañesa lo encuentra agarrado a su garganta y asfixiándose como si lo estuviera atragantando la arena…
Allende el ácido. Han hecho el viaje, han conseguido cerrar el círculo, todos ellos, y o bien emergen como Superhombres, cerrando la puerta tras ellos y remontándose y pasando a través del agujero en el joven cielo, o bien se quedan vagando en el rizar el rizo del desfase… ¡Casi meridiano! Presque vu!…, muchas sabias cabezas lo vieron…, Pablo les hablaba de ello a los primeros cristianos: si bebéis el vino para la venida del Espíritu Santo…, tarde o temprano la Sangre acabará fluyendo dentro de vosotros para siempre… Zoroastro les hablaba de ello a sus discípulos: no podéis seguir tomando agua de haoma[63] indefinidamente para ver las llamas de Vohu Manah; tenéis que convertiros en las llamas… Y el Dr. Strange y el Submarinista y el Increíble Hulk y los Cuatro Fantásticos y la Antorcha Humana juguetean en las paredes Cutres de la casa grande como estroboscópicos Cassadys con su martillo, fons et origo ::::: y o bien haces esto permanente en tu interior o habrás de encaramarte torpemente a la torre del vigía cada vez que necesites echar una breve ojeada al horizonte :::::