XX. LA PRUEBA DEL PONCHE DE ÁCIDO LISÉRGICO

Lo que les sucedió a los Bromistas tras la huida de Kesey a México fue algo muy similar a lo que les sucedió a los miembros de la Liga tras la huida de Leo en la obra de Hermann Hesse Viaje a Oriente. En fin, era algo condenadamente extraño, esa particular sincronía…, esa exactitud…, ¡los Bromistas!, ¡y el gran viaje en autobús de 1964!, su película completa. No: su película continuaba. La fantasía de Hesse coincidía en todo momento con la suya. Y continuó así… durante todo el tiempo hasta esa extraña línea divisoria…

El jefe de la Liga de Viaje a Oriente se llamaba Leo. No se le conocía abiertamente como el jefe: como Kesey, era el «no-capitán» de la hermandad. Y Leo, de pronto, «en medio del peligroso anquilosamiento de Morbio Inferiore», se fue; justo cuando la Liga se hallaba más hondamente empeñada en su Viaje a Oriente, en la fase crítica de un viaje que suscitaba alternativamente denuncia y maravilla. «A partir de entonces, en nuestra comunidad dejaron de existir la certeza y la unidad, aunque aún nos mantuviera unidos la gran idea. ¡Cómo recuerdo aquellas primeras disputas! Eran algo tan nuevo, tan ajeno a nuestra hasta entonces perfectamente unida Liga… Se desarrollaban con respeto y cortesía…, al menos al principio. Al principio no daban lugar ni a encarnizados conflictos ni a reproches o insultos personales…; al principio seguíamos siendo una hermandad unida, inseparable, a lo largo y ancho del mundo…» Las cosas fueron empeorando progresivamente, y el narrador, H., partió después del Morbio Inferiore. Y el narrador, Hartweg, partió después de…

¡Extraña, tal sincronía!

Una vez se hubo ido Kesey, Babbs se convirtió en líder del grupo. No hubo asamblea, ni votación, ni siquiera una palabra en tal sentido de Kesey. Es Babbs quien se convierte en jefe…: la mente… comunal lo supo inmediatamente, sin la menor vacilación. Empaquetaron todo lo que había en La Honda y lo enviaron a Oregón, a casa de los padres de Kesey. Los Archivos los guardaron primero en el Spread y, más tarde, en la casa de Chuck en Oregón. Algunas cosas las regalaron a otros «colegas» del ácido, como la gran mesa redonda llena de inscripciones grabadas por los Ángeles del Infierno, que fue a parar a un nuevo grupo psicodélico, los Artistas Anónimos de Norteamérica, asentado en un lugar llamado Rancho Diablo, en Skylonda. Los Bromistas se llevaron consigo todo aquello que podía servirles para las Pruebas del Ácido.

Viajaron en el autobús hasta Los Ángeles, adonde Babbs había decidido trasladar el escenario de las Pruebas del Ácido. Apenas habían llegado cuando empezaron los primeros roces…, «en nuestra comunidad dejaron de existir la certeza y la unidad, aunque aún nos mantuviera unidos la gran idea. ¡Cómo re cuerdo aquellas primeras disputas!». Babbs da demasiadas órdenes… Kesey, el «no-capitán», se limitaba a expresar un deseo y a esperar a que éste cristalizara en la Mente comunal. Babbs dirige el grupo como si estuviera en el ejército…, como si fuéramos boy scouts… Las bromas de Babbs, de pronto, les parecieron a los Bromistas puros sarcasmos. Sus comentarios crípticos, su franqueza, se les antojaron crueles. Algunos del grupo dieron incluso en compadecer a pobres diablos como Pancho Almohada, el universalmente denostado y necio y pelmazo-en-ácido Pancho Almohada.

Pancho, siempre en las angustias de la autoflagelación, seguía muñéndose de ganas de estar en el autobús. El pobre desgraciado se gastó sus últimas reservas terrenales en viajar de San Francisco a Los Ángeles y logró dar con el autobús un buen día en Lemon Grove. Se acercó con una enorme sonrisa de hermandad en el semblante y empezó a subir los escalones. Babbs, al verlo, salió a su encuentro a la puerta.

—No creo que nadie te quiera aquí —dijo.

—¿Qué quieres decir? —dijo Pancho—. ¿No puedo subir al autobús?

—No hay nadie en el autobús que quiera que subas.

La sonrisa de Pancho se borra, por supuesto, y sus ojos empiezan a moverse de un lado a otro como bolas de billar, tratando de ver quién está dentro del autobús… Me conocéis todos, ¡soy Pancho!

—Bueno…, sé que hay gente a la que le pongo los nervios de punta —dice Pancho—, pero he venido de muy lejos para estar con vosotros, chicos, y me he gastado todo lo que tenía en el viaje…

—Nos tiene sin cuidado —dice una voz, dentro del autobús.

—Mira —dice Pancho—, tendré la boca cerrada. Haré lo que queráis. Lo único que quiero es ayudar en las Pruebas. Haré todo lo que…

—Nos da igual —dice la voz de alguien, dentro del autobús.

—… todos los trabajos que queráis, haré recados…, tiene que haber millones de cosas…

—Nos da igual.

Pancho sigue allí de pie, sin habla, con la cara enrojecida por completo.

—¿Ves? —dice Babbs—. Lo que te he dicho. Nadie del autobús quiere que te quedes.

Pancho, aturdido, baja de espaldas, despacio, los escalones y se pierde en Lemon Grove.

Bien, los Bromistas se rieron a gusto con el asunto de Pancho. ¡El jodido Pancho Almohada! ¡El rey de los malos viajes! ¡El tío más pesado del mundo! Un mal viaje hecho persona: ::::: pero aquella risa a costa de Pancho les dejó un mal sabor, un regusto metálico en la boca ::::::

Babbs había conseguido una vieja mansión en Los Angeles, llamada Sans Souci, un increíble y enorme caserón que se caía en pedazos y tenía una cúpula y una balaustrada de piedra. Todo en ella era ruinoso, pero «con estilo». Cuando el propietario se encontró con una pandilla de beatniks en su caserón recién alquilado, se quedó helado, pero era demasiado tarde. En fin, el caso es que un día en que estaban todos en casa, uno de los Bromistas alzó la voz y dijo algo nada propio de los Bromistas. Dijo:

—Quiero expresar lo siguiente: no soporto a Margie y quiero que se marche.

Increíííííble. Se refiere a Marge la Falúa. Todos los ojos confluyen en Babbs, que ahora encarna el papel de Kesey y debe resolverlo todo. Babbs se vuelve a Marge la Falúa y dice:

—¿Qué piensas tú de eso?

Marge dice:

—Creo que es ridículo.

Y lo dice con tan tranquila y llana convicción que nadie vuelve a decir nada al respecto.

Un incidente minúsculo…, pero un incidente más en el progresivo cisma entre los leales a Babbs y quienes «ya no le soportaban». Más tarde caerían en la cuenta de que, en muchos casos, se trataba simplemente de que culpaban a Babbs por el misterioso sentimiento de pérdida que percibían en su empresa. Miraban a su alrededor en busca de una explicación, y la explicación era Babbs. Lo que habían perdido, claro está, era la mágica amalgama del carisma de Kesey. «Parecía que cuanto más cierta se hacía su pérdida, más indispensable se hacía su persona; sin Leo, sin su hermoso rostro, su buen humor y sus cánticos, sin su entusiasmo por nuestra gran empresa, la empresa misma —de un modo misterioso— parecía perder sentido.»

Lo cierto es que Babbs trasladó las Pruebas del Ácido a Los Ángeles con una determinación asombrosa. Los Bromistas estaban ahora fuera de su territorio, el área de San Francisco, pero actuaron con una eficiencia que jamás habían sospechado poseer. Era como si todos ellos se estuvieran ateniendo a la exhortación que Babbs había formulado unos meses atrás: «Tenemos que aprender a funcionar en ácido.» Actuaban colgados hasta las cejas, pero llevaban a cabo las Pruebas del Ácido como si las hubieran organizado con precisión milimétrica.

Babbs se encontraba en excelente forma, como digo, y había conectado con un personaje notable, un adicto al ácido, poeta, actor y autor de teatro llamado Hugh Romney, que había vivido una larga trayectoria desde los días de la Beat Generation hasta la cultura del LSD, para finalmente «descubrir el Management[49]», como él lo llamaba, «y cuando uno descubre el Management ya no puede sino dedicarse a él». Así que Romney y su amigo Bonnie Jean estaban ahora en el autobús, y todos los Bromistas se habían aprestado a la tarea de —nada más y nada menos— convertir a todo Los Ángeles al Management… Sííí… La primera Prueba tuvo lugar en Northridge, la iglesia de Paul Sawyer en San Fernando Valley, no lejos de Los Angeles. Sawyer no había perdido nunca su voluntad de experimentar, y también estaba en el autobús. Y si los Camisas Deportivas pudieran ver estos… nuevos rituales experimentales…, que incluían música, danza y sacrificio… —¿sacrificio?—, bueno…, no fue estrictamente una Prueba del Ácido, sino un happening, vocablo que había llegado a ser inocuo y «desactivado» en los círculos culturales, incluida la Iglesia Unitaria Universalista del Valle de Paul Sawyer. Era ésta un magnífico edificio moderno en forma de inmensa cebolla de las Bermudas, algo parecido a un gran… Domo, con una acústica soberbia que parecía concebida expresamente para aquel empeño: la fantasía del momento. Así que los Bromistas fueron y tendieron los cables e instalaron los equipos de luces y sonido, y en su momento se presentaron en el happening centenares de personas, llegadas a compartir con los Bromistas la magia y el chile con pina, plato ideado y servido por los Bromistas, de sabor más bien infame —aunque «chile con pina» pese a todo, concepto exótico en sí mismo por absurdo—. Y Cassady cogió un micrófono y se puso a parlotear, y Romney cogió otro micrófono y se puso a parlotear… (Romney era fantástico), y Babbs y Paul Foster, que vagaba por el quinto cielo con el Dios Rotor y no tartamudeaba en absoluto… La gente bailaba en absoluto éxtasis, y «conectaba» con el meollo del asunto —hasta las personas más convencionales, que llegaron también a coger micrófonos—, y en el happening, de pronto, ya no hubo la menor separación entre protagonistas y asistentes, la menor condescendencia del tipo «vaya, mirad la cara de susto que ponen los muy carcas», tan habitual en todo happening. Cientos de personas se vieron «arrastradas» por la vivencia de una auténtica experiencia, que fue tomando cuerpo como un tifón de ensueño, todo paz en el suave y líquido y centrífugo y vertiginoso límite… Todo el mundo estaba en La Película, en el autobús, en suma, y era algo fabuloso… Todos parecían tan… ¡en onda!, como los Bromistas, que ahora se disponían a sumergir en la nueva experiencia a centenares, millares, millones de personas, a gentes que se apresurarían a asistir en los días que siguieron :::::

::::: Como Clair Brush, por ejemplo. Sí. Clair era una chica de veintitantos años, una guapa pelirroja que trabajaba para Art Kunkin, editor del semanario del mundo hip local, la Free Press de Los Ángeles. Su viejo amigo Doc Stanley la había llamado antes de la Prueba en la iglesia de Paul Sawyer y le había dicho: Clair, va a haber un happening en la Iglesia Unitaria del Valle que no deberías perderte, etcétera, etcétera… Pero uno de los cometidos de Clair en la Free Press era precisamente confeccionar el calendario de los eventos del mundo hip, y aquélla era la gran temporada de los happenings y ella había asistido ya a una docena y cada uno de ellos se había anunciado como el que iba a marcar la pauta del futuro e invariablemente había resultado un auténtico aburrimiento. Así que no fue. Ummmmm ::::: Sin embargo :::::

::::: Al oír los comentarios de los que sí habían asistido, decidió no perderse el siguiente :::::

::::: que tendría lugar en Watts el 12 de febrero —aniversario del nacimiento de Lincoln— de 1966. ¡Watts! El mismísimo Watts, donde apenas cinco meses atrás había estallado la maldita revuelta negra, lugar que simbolizaba todo lo catastrófico y sin solución en la vida norteamericana, y ¿qué diablos es esa extraña nave espacial que se está acercando a Watts, al Youth Opportunities Center[50]— ¡Ayuda a la Juventud! —para ofrecer el más catastrófico de los viajes? :::::

::::: «Creo que lo que me decidió», me contaría Clair más tarde, «fue la narración que alguien me hizo de cómo participó y se divirtió espontáneamente Art Kunkin aquella noche en la iglesia. La mayoría de la gente se entregó a la improvisación, como le habían indicado, pero Arthur y yo somos tremendamente reservados cuando hay demasiada gente por medio.

»En fin. El caso es que se escogió Watts —bueno, en realidad fue Compton, una ciudad anexa en la periferia de Wattspor razones que desconozco. Las explicaciones más verosímiles que he oído apuntan al deseo de organizar la fiesta en un barrio recientemente afectado por la revuelta negra, en señal de solidaridad con él; aunque la verdad es que era un sitio bastante cómico…— ¿irónico?— para celebrar un evento de ese tipo.

»El edificio era un almacén, una dependencia del Youth Opportunities Center que permanecía aún vacía. La gente del centro estaba utilizando o iba a utilizar ese edificio como taller de trabajos manuales, quizá relacionados con la automoción, o con la reconversión profesional… Fue alquilado legalmente por veinticuatro o cuarenta y ocho horas por el grupo de Kesey, con dinero contante y sonante, y el vigilante del centro estuvo presente todo el tiempo durante la Prueba del Ácido.

»La publicidad se hizo del modo habitual: la Free Press, el calendario KPFK, etc., y asistieron unas doscientas personas. Cuando yo llegué, aún no había empezado la cosa… La gente estaba sentada en pequeños grupos sobre esteras y mantas dispuestas a lo largo de las paredes. El local, el recinto principal, era enorme…, mi sentido de las dimensiones es bastante malo, pero diría que mediría unos 50 por 25 metros. Había otro re cinto más pequeño en el costado este, y un baño en el oeste, y el recinto grande tenía un pasillo que iba de un lado a otro de la pared sur y en el que había ventanas abiertas y sin cristales a la altura de la cintura… A través de ellas se podía ver lo que sucedía en el interior.

»Llegué en mi coche, con dos personas que había recogido en el camino, pero los dejé enseguida y fui a reunirme con unos amigos que tenían vino rosado y estaban sentados en una estera acolchada tendida en el suelo. Como he dicho, no habían desplegado ninguno de los efectos…, pero al poco alguien anunció (creo que fue Neal Cassady, pero entonces yo aún no le conocía) que la velada iba a dar comienzo. Se proyectaron películas sobre la pared sur, con un comentario…, películas de Furthur, del autobús, de la gente del autobús…, el comentario, bastante insulso, era una especie de glosa viajera y la película me pareció confusa y muy poco inspirada.

»No olvide que soy una novata en esas lides. Nunca había estado colgada con hierba ni con pastillas ni con ninguna otra cosa… Mi experiencias más “fuertes” las había tenido con alcohol. Conocía a algunos adictos al ácido, pero no pensaba demasiado en el asunto. Había probado la hierba unas cuantas veces y no había experimentado gran cosa, excepto quizá el sabor desagradable.

»Puede que ahí esté el porqué de que tanta gente entendiera la película, y se riera tanto, el porqué de tantos asistentes… Estoy segura de que yo pertenecía a la minoría de los que no tenían ni idea de lo que podíamos esperarnos… Seguro que se hizo circular cómo iba a ser la cosa, pero a mí no me llegó. Seguro que muchísimos de los presentes habían oído hablar de las “cosas” de Kesey, y que eran muy conscientes de lo que se estaba cociendo, pero no la cándida Clair. Es la historia de mi vida.

»La película seguía; se pasaron unas diapositivas de flores y formas y figuras, de esto y de lo otro…, y luego trajeron al centro del recinto un gran cubo de plástico, de los de basura, e invita ron a todo el mundo a que se sirviera un poco de ponche. Nadie se apresuró demasiado a aceptar la invitación: la gente se acercaba despacio, como paseando, y se servía el líquido en vasos de papel, y como el ponche era el refresco principal en casa de Del Cióse y de Hugh Romney y de otros amigos míos, pensé que era absolutamente natural que la ofrecieran en aquella fiesta…, y me serví un vaso, y luego otro, y vagué de aquí para allá un rato, y me serví un tercero…»

… Irónicamente —para Clair, en cualquier caso—, fue Romney quien tuvo la inspiración de servir «Ponche Lisérgico», como él llamó al bebedizo. Habían…, sí…, «sazonado» el ponche con una dosis más que generosa de LSD. Era una broma, en parte, pero sobre todo era la natural culminación de las Pruebas del Ácido. Era un gesto, un gesto de pura generosidad ofrecer a los asistentes la dádiva de aquel ácido; era «poner en onda» a todo el mundo, era invitar a todo el mundo a participar en el éxtasis del Todo-Uno de los Bromistas…, a convertirse en vasijas divinas al unísono…, y todo estaba allí, en el ponche y en el vaso. Cassady se bebió de inmediato más de tres litros. En realidad había dos cubos. Romney cogió el micrófono y dijo:

—Este de aquí es para la gente pequeña y ese otro para la gente grande; este de aquí es para los gatitos y ese otro para los tigres.

Y siguió así unos minutos. Estaba haciéndolo él todo; sólo le faltaba poner un letrero con las siglas LSD en cada cubo «sazonado». Romney estaba tan concienzudamente «en el ajo» que jamás se le ocurrió que pudiera haber un puñado de almas más simples que quizá habían recalado por azar en aquel remoto rincón de Watts sin saber absolutamente nada…, o que pensaban que todas aquellas instrucciones veladas de Romney se referían quizá a la ginebra, como sucede con esos dos boles de cristal llenos de ponche que se colocan a ambos extremos de la larga mesa blanca en las bodas…, o que sencillamente no habían oído bien, como Clair Brush…

«Estaban Severn Darden y, por supuesto, Del Cióse. Conocía a los dos de la Second City[51] de Chicago. Severn y yo estábamos bajo la luz de un estroboscopio (era la primera vez que veía algo parecido, y es una maravilla), haciendo una improvisación: él era un marido celoso, y yo una mujer infiel, algo muy sencillo y divertido. Él me estaba ahogando y zarandeando (con suavidad, claro está), y de repente me empecé a reír… y a reír…, con la risa más primitiva, más desgarradora de las entrañas de todas las risas que yo había conocido hasta entonces. Venía de muy dentro, de un lugar mucho más hondo de lo que yo había podido sentir en toda mi vida…, y continuaba…, y era incontrolable…, y maravillosa. Algo me hizo volver en mí y caí en la cuenta de que no había nada gracioso en aquello, de que no había nada de qué reírse. ¿De qué me había estado, pues, riendo?

»Miré a mi alrededor y vi que las caras de la gente estaban distorsionadas…, las luces centelleaban por todas partes…, en la pantalla (unas sábanas), al fondo del recinto, se proyectaban tres o cuatro películas a un tiempo, y las luces del estroboscopio centelleaban más vertiginosamente que antes…, y el grupo, los Grateful Dead, tocaba… pero yo no podía oír la música…, la gente bailaba…, alguien se acercó mí y yo cerré los ojos y quien se había acercado a mí proyectó imágenes en la parte interior de mis párpados (creo que sucedió realmente…, pregunté y me dijeron que tal máquina existía), y nada había en perspectiva, nada poseía el menor viso de normalidad o realidad… Sentí miedo, porque sinceramente pensé que aquello sólo estaba en mi cabeza, que me había vuelto loca.

»Busqué a una persona que me inspirase confianza, paraba y preguntaba a todo el mundo qué diablos estaba pasando… La mayoría se reía, no se creía que yo no lo sabía. Encontré a un hombre al que no conocía mucho pero que me caía simpático desde la primera vez que me lo presentaron. Le pregunté qué estaba pasando, y si sólo era cosa mía, y él se echó a reír y me abrazó y me dijo que el ponche había sido “sazonado” y que estaba teniendo mi primera experiencia con LSD…, y que no tuviera miedo, que ni lo aceptara ni lo rechazara…, que para mantenerme siempre abierta no tratara de resistirme ni de intentar que “aquello” cesara. Me tuvo abrazada durante mucho tiempo, y llegamos a estar tan juntos como dos personas puedan llegar a estarlo…, nuestros huesos se fundieron, nuestra piel era una piel, no había ni un centímetro de nuestro ser en que estuviéramos separados, en que él se detuviera y yo empezara. Cercanía tal no se podría describir sino en términos melodramáticos…, y sin embargo sentí que nos habíamos fundido, que nos habíamos hecho uno de la forma más genuina, y que nada podría separarnos, y que aquello tenía sentido allende cualquier cosa de las que hasta entonces hubieran existido. (Nota: un año y dos… tres meses más tarde…, leí acerca de la “impronta”, acerca de que era posible que siguiéramos siendo importantes el uno para el otro en cualesquiera circunstancias. Y creo que es verdad… La persona en cuestión sigue siendo muy especial en mi vida, y yo en la suya, pese a no tener contacto alguno y vernos sólo de manera muy esporádica… Compartimos algo perdurable… ¡Oh, Dios, no hay forma de hablar de esto sin que “suene” a sensiblería!)

»Ya no tenía miedo, y empecé a mirar a mi alrededor. La escena que acabo de narrar tuvo lugar en el recinto más pequeño, iluminado tan sólo por luz negra[52], que hace que la gente adquiera una gran belleza de color y de textura. Vi unas diez personas sentadas justo debajo de la luz negra (tras la que había una sábana blanca que se veía de un luminiscente azul lavanda), pintando maniquíes incorpóreos con pintura fluorescente…, y pintándose entre sí…, la ropa, etcétera. Me quedé bajo aquella luz, y me cayeron en el pie y en la sandalia unas gotas de pintura, y fue algo exquisito… Volví a aquella luz varias veces. Era algo apacible y bello, algo que no puede describirse… Mi piel, bajo aquella luz, tenía profundidad y textura…, era aterciopelada y purpúrea. Recuerdo que deseé ser de aquel color para siempre. (Aún hoy lo deseo.)

»En el recinto grande había una gran actividad. La gente bailaba y el grupo tocaba, aunque yo no lograba oír nada. No puedo recordar ni una sola nota de aquella música (las vibraciones eran tan intensas). Tengo gran sensibilidad para la música: canto, toco algunos instrumentos…, y por eso se me antoja tan extraño lo que me pasaba. Me puse al lado de los músicos y dejé que me anegaran las vibraciones. Me empezaban por los dedos de los pies y ascendían y vibraba con ellas cada ápice de mi ser…, viajaban a través de mi sistema nervioso (recuerdo haberme visto como uno de aquellos gráficos que estudiábamos en Biología, donde podía verse la urdimbre de los nervios) y recorrían cada milímetro de mi cuerpo, hasta llegarme a la coronilla, donde estallaban en gloriosas estructuras de líneas y colores… (¿similares quizá a los dibujos de Steinberg?). Recuerdo los colores intensos, pero siempre con líneas negras…; no eran formas definidas, pero tenían ciertos contornos y delineaciones…

»El estroboscopio se estropeó a media velada… Supongo que se rompió algo en su interior… Pero para mí fue un alivio porque, aunque me había encandilado, perturbaba la parte de mí que trataba de mantenerse anclada en la realidad… Jugar con el sentido del tiempo era algo que yo nunca había hecho, y que me parecía irresistible aunque aterrador.

»El ponche se había servido a eso de las diez. La entrada casi desde el principio, había estado atestada de gente que entraba y salía, y de policías. A lo largo de la velada hubo, como mínimo, unos seis tipos de policías: los de la ciudad de Compton, los patrulleros de autopista, los ayudantes del sheriff, los agentes del Departamento de Policía de Los Ángeles, los de la brigada contra el vicio y los estupefacientes… Creo recordarlos en grupos de cinco o seis, de pie justo dentro del umbral, mirando, a veces charlando con los que pasaban a su lado, pero sin hacer gestos hostiles ni proferir amenazas. Supongo que debieron de darse cuenta de que, fuera lo que fuere lo que estaba sucediendo, era algo contra lo que no se podía hacer nada…, y que una cárcel con ciento cincuenta personas en ácido tendría que ser algo terriblemente engorroso…, de modo que se limitaban a mirar, a hacer comentarios y a marcharse cuando llegaban a relevarles… Así que eso es lo que hicieron durante toda la velada.

»También pasaron por allí las fuerzas vivas del vecindario. Creo que hacia medianoche, no estoy segura, porque no tuve ningún sentido del tiempo hasta las seis de la mañana más o menos, cuando por fin me senté (desde las diez había estado paseándome, bailando, de pie, pero sin querer sentarme en ningún momento…, no sabría decir por qué). Eran dos mujeres y unos siete hombres. Uno de ellos llevaba un traje blanco y una gorra del Santuario (yo creí que se trataba de Elijah Muhammad)[53]. Sonrieron, observaron, charlaron con algunos de los presentes… Se quedaron una media hora y se marcharon deseándonos a todos una feliz velada. No se veía ni rastro del ponche por ninguna parte, por supuesto; la habían retirado inmediatamente. Aquellos emisarios de las fuerzas vivas, como es lógico, eran negros. Al parecer ni sospechaban siquiera que aquella fiesta pudiera ser otra cosa que una reunión de gente joven, y parecían encantados de darnos la bienvenida al vecindario. Recuerdo que una de las mujeres llevaba un niño, y que muchos de los asistentes se agachaban a jugar con él: no debía de tener más de dos años.

»El guarda del edificio estuvo presente durante toda la velada. De cuando en cuando desaparecía; imagino que se iba a la oficina a dormir un rato, o que simplemente se alejaba un poco del ruido y el caos…, pero al rato volvía a comprobar si todo marchaba como es debido. Era un tipo simpático, y se le veía contento, aunque muy, muy desconcertado por las extrañas actividades que veía desarrollarse en su edificio.

»A la Prueba del Ácido yo la definiría como una soberbia puesta en escena. Todo estaba cuidadosamente dispuesto y calculado para producir el “efecto LSD”, así que no tengo ni idea de dónde acababa la puesta en escena y dónde empezaba mi propia cabeza. Las películas que proyectaban eran tan vividas…, con formas definidas y primeros planos de flores y árboles y a veces solo color rodeado de líneas negras y paisajes que pasaban a toda velocidad y planos cortos de manos y cosas por el estilo…, pero también evitaba verlas durante mucho tiempo para no quedarme “colgada”.

»Fuera había grupos de gente…, era una noche fría y clara…, algunos se dejaron dominar por el pánico, cogieron el coche y salieron disparados… Yo quería volver a casa, pero sabía que conducir en aquellas condiciones habría sido una locura. Bonnie (la chica de Hugh Romney) estaba sola, y nos tocamos las manos y nos sonreímos, con complicidad, con simpatía… Furthur estaba aparcado en la calle. Me acerqué y me senté en él, y oí y sentí el espíritu de la gente que vivía en aquel autobús…, nosotros (el autobús y yo) emprendimos un viaje a través del tiempo, y conocí tan bien a sus dueños… Volví al recinto y encontré al hombre de la cara mitad oro, mitad plata y la cabeza alborotada por los rizos que poco antes me había parecido tan pavoroso y extraño…» […era Paul Foster…] «… y lo miré y comprendí. Los disfraces de los Alegres Bromistas me habían parecido estrafalarios, pero ahora me parecían apropiados y hermosos. Recordé un póster que habíamos tenido en el techo de la Free Press cuando las oficinas estaban bajo el Fifth Estáte…, un cartel de la obra The Beard[54] en el que se leía “Grah roor ograrh… león leona… oh grahr” (así como suena), y entonces comprendí el significado exacto de aquel galimatías.

»Me invadió un gran fogonazo de lucidez. Hoy lo he olvidado, pero hubo un instante en que todo encajó y todo tuvo sentido, y dije en voz alta: “¡Oh, por supuesto…!” ¿Cómo no había visto todo aquello antes? ¿Cómo había podido no caer en la cuenta de todo aquello, cómo había podido resistirme tanto a la evidencia? Pero aquella lucidez no duró, y jamás he vuelto a tenerla.

»Había una bruja muy amable, que emitía las mejores y más cálidas y encantadoras vibraciones. Llevaba un traje de terciopelo rojo, y era una dama de cierta edad y una bruja en el mejor de los sentidos. Yo estaba contenta de que estuviera allí, y la dama sonreía y “comprendía” y disfrutaba, y ayudaba solícitamente al puñado de gente que no estaba reaccionando bien.

»Había una chica que luchaba con Dios. Estaba con amigos, y creo que se le pasó al cabo de unas horas. Había un hombre que se quedó “ido” por completo. Quiero decir catatónico, porque queríamos hacer que volviera en sí y no podíamos “llegar” a él… Era un especie de amigo mío, y me sentía un tanto responsable de que volviera como es debido a la ciudad… El hombre tenía un historial de internamientos psiquiátricos, de pérdida de contacto con la realidad y demás, y cuando me di cuenta de lo que pasaba le rogué que no tomara más ponche, pero no me hizo caso…, y le fue realmente mal. Que yo sepa, éstas fueron las dos únicas personas con malas experiencias, pero obviamente no podía estar al tanto de lo que le pasaba a todo el mundo.

»Ya te hablé de cómo grababan… (“¿A QUIÉN LE IMPORTA?… A mí me tiene sin cuidado…”), y cómo ponían lo que habían grabado en la Prueba siguiente. El negocio del espectáculo…»

… El negocio del espectáculo…, siiííi…, y nooooo… Clair volaba en LSD, y se preguntaba qué le estaba pasando y si se es taba volviendo loca y cosas así, y entonces se oyó un grito desgarrador:

«¿A quién le importa?»

Y luego:

«¡Ray! ¡Raaaaayyy…! ¡A quién le importa!»

Ni un grito tan demente como éste habría logrado hacerse oír —o al menos no con tanta nitidez— en medio del fragor y el caos de la Prueba del Ácido, por encima incluso de los aullidos de los Grateful Dead, si no hubiera sido recogido por un micrófono y amplificado a través de unos gigantescos altavoces.

«¡A quién le importa!»

Era precisamente lo que «necesitaba» oír alguien como Clair, que pensaba que era ella la que se estaba volviendo loca…, los alaridos de una mujer enloquecida, flipada, amplificados como si se estuvieran arrancando de cada entraña e invadieran lo más hondo de cada cerebro. Así que el protector e improvisado guía de Clair la rodeó con sus brazos y le dijo: «Es una cinta que han montado ellos mismos. No es más que una broma. El autor es Hugh Romney.» Bueno, era una explicación plausible. Hugh era actor, y un gran artista satírico y un gran bromista… De hecho, entre los alaridos, se oía la voz de Hugh —era él, sin duda— a través del micrófono:

«Damas y caballeros, ¡en la sala de al lado hay un poli desmembrado! ¡Que alguien vaya a recomponerlo!»

«¡Ray! ¡Raaaaayyy…! ¡Demasiado perfecto

Entonces volvió a sonar la voz de Romney:

«¿Alguien tiene tranquilizantes? En la sala de al lado hay una persona en apuros.»

La sala contigua era la antesala del gran recinto donde Clair había empezado la velada. En ella había una chica sentada en el suelo, alucinando de un modo dramático. Un caso para los veteranos del ácido. Estas cosas suceden, y lo que necesitas es…, y los Bromistas y otros hierofantes del mundo del ácido oyeron que había una chica sentada en la sala contigua que gritaba ¿A quién le importa?, y que estaba alucinando. Norman Hartweg y Hugh Romney entraron en la sala y la vieron: si se pasaba por alto lo distorsionado de su semblante, era una chica bastante guapa, con una pierna lisiada, que gritaba ¿A quién le importa?, y ¡Ra-a-a-aay! Ray, el propio Ray en persona… Y Romney mira a Ray y ve la estampa al instante: Ray es un tipo corpulento de pelo cortado a cepillo, con una camiseta y una chaqueta sin mangas (o quizá un chaleco o cualquier otra cosa), que exhibe sus músculos a los cuatro vientos. Tiene el aire de un marinero que hubiera ido a parar allí con un puñado de hippies y que ahora se preguntara qué coño estaba pasando…

«¡Ray

El peor tipo del mundo para tratar con la chica de «¿A quién le importa?». Es un trabajo de expertos, y aquí tenemos expertos, algunos de los más grandes expertos en ácido del mundo: Romney, Norman, Peleón, que llega en este momento, y Babbs —ahí lo tenemos también—, y todos se apiñan en torno a la chica…, ¡Atención!, ¡recordad a Rachel Rightbred!, ¡le ha pasado lo mismo! Y le brindan su pericia de drogotas:

—… no te opongas…

—… déjate llevar…

—… ni aceptes ni rechaces…

—… déjate llevar por la corriente…

—… estamos contigo…

—… estás en manos de expertos…

expertos…, y he ahí a los Bromistas parloteando encima de ella, retahila tras retahila de palabras.., y entonces Romney encuentra algo de Thorazine, un tranquilizante utilizado para abortar malos viajes de LSD, y dice:

—Vamos, tómate esto…

… tómate esto…, la chica de «¿A quién le importa?», y Ray miran a aquel tipo estrafalario rodeado de tipos estrafalarios, todos colgados como monos, tratando de darle una cápsula de Dios sabe qué —brujería—, y Ray tira la Thorazine y la Chica «¿A quién le importa?», tira la Thorazine, y las cápsulas caen rodando por el suelo, y la Chica «¿A quién le importa?», empieza:

—harruuummmppparummmparrrumppparruuuuuuumparumpauharuharummmpa —murmurando entre dientes, sumergiéndose y saliendo de sus alucinaciones, riendo tontamente unos segundos…

Y ellos dicen: «Ah, está volviendo en sí», y entonces:

—¡A quién le importa…! ¡Ray…! ¡Ra-a-a-a-ay…! ¡Oh, qué más da…! ¡Sexo! ¡Ray! ¡Sexo! ¡A quién le importa!

¡Aquella frase!…, se pega a la cabeza de Romney. No se la puede quitar de ella. El grito de la chica retumba ahora en la sala, porque Babbs ha traído el micrófono y lo sostiene ante ella, justo enfrente de Ray, solícito, como diciendo «esto va a arreglarlo todo». La cabeza de Ray gira y gira como la de un pelele. Babbs lo está recogiendo todo en el micrófono para convertirlo en parte de la Prueba del Ácido, no como un incidente aislado sino como parte del Todo-Uno, un alucine anacorético…, ¿A quién le importa? Romney mira a Babbs y ¿A quién le importa?, y, bien, a Babbs le importa, a una parte de él, porque la otra tiene su devoción puesta en la Prueba, en los Archivos, es un caso de mal viaje para los Archivos, un mal viaje grabado en cinta para los Archivos, ¿a quién le importa?, en los Archivos de los Bromistas, y el grito se propaga por la sala, y penetra en cada cerebro, incluido el de Clair…

Romney no puede quitarse de la cabeza ese grito demente, ¿A quién le importa?, y para él se convierte en la «Prueba ¿A quién le importa?», y vuelve a coger el micrófono, ahora con una misión, y su voz surca los meandros del micrófono:

—Escuchad, esa chica está perdiendo la sesera, y ¿a quién le importa? ¡Esa chica se está desmoronando!, y ¿a quién le importa? ¡Esa chica se está haciendo pedazos!, y ¿a quién le importa? ¡Esa chica se está quedando endurecida, seca, con los ojos totalmente fríos, como de nylon!, y ¿a quién le importa?

… y estaba perfectamente claro. Aquéllos a quienes le importase harían algo, aportarían su energía —aunque sólo fuera eso—, verterían sobre ella su Sustancia Dimensional…, lo harían, si verdaderamente les importase… Para Romney se convirtió en una Prueba; lo podía sentir, podía sentir que era una prueba destinada a averiguar cuánto le importaba…

¿A quién le importa?, grita la chica.

¡A él le importa! El lo siente, y siente que crece en él…

… mientras las cintas giran y lo registran todo.

Al final, la velada de la Prueba de Watts acaba por agotar a los asistentes, y quienes no están «en el ajo» empiezan a levantar el campo, y sólo los contumaces Bromistas y algunos conversos como Clair permanecen en el recinto, y Norman sabe que se acerca, que está llegando la hora mágica, y Peleón se pone en pie, con su disfraz azul de paje, y ejecuta una danza lenta, divertida, bella al son de la música, y resulta perfecto…, y Page está detrás de él a cargo de los proyectores, los de cine y los de diapositivas, y se pone a montar una especie de fabuloso collage, proyectando imágenes cinematográficas sobre imágenes fijas…, y los Bromistas, sentados, miran asombrados y maravillados, y él realiza pequeños cambios., compone formas abstractas e imágenes de las diapositivas y…, todo ello casa…, todo…

Hacia las seis de la mañana, más policías, ahora de la brigada de estupefacientes, seis, de paisano…, y uno de los tena ces conversos de las tres de la madrugada se acerca a ellos y anuncia con expresión radiante de total sinceridad sumida en ácido:

—Miren, ahora tengo más Conciencia, mucha más… Conciencia, en la uña del meñique… Mi Conciencia es tan superior a la suya que…, eeeh…

Por la radiante tensión de su semblante resulta obvio que no hay metáfora, concepto que pueda concebirse en lengua inglesa capaz de expresar cuan superior es su Conciencia, así que su cara vuelve a adoptar su expresión dulce y sincera, leve mente exhausta, y dice:

—¿Qué tal si nos consiguen cigarrillos? No nos queda ninguno…

Por extraño que parezca, uno de los policías sale y vuelve con un cartón de Kool, y va pasando cigarrillos. A eso de las nueve sólo siguen allí los Bromistas, Clair y unas cuantas personas más…, y más policías…, que finalmente le dicen a Babbs que debería encargarse de que fuera marchándose todo el mundo, que el sol de Los Angeles ya ha salido y los buenos negros de Watts empiezan a salir para el trabajo… Y los Bromistas salen al sol de Los Ángeles en grupo: el Diablo con la cara naranja llena de estrellas plateadas, un tipo alto, de pelo alborotado, con la mitad de la cara de oro y la otra mitad de plata, delirantes gentes pintadas con Day-Glo… salen del pandemónium de una ya helada incubadora al sol de las nueve de la mañana de Los Ángeles…

Y Clair Brush concluye:

«Creo que, más o menos, eso fue todo… Supongo que he divagado a conciencia… ¿Me duró aquello? ¿Soy diferente? No lo puedo recordar. Parece que sí, pero no estoy segura. Cuando estoy bajo una luz negra, o un estroboscopio, todo me vuelve vívidamente…

»Del Cióse me diría más tarde que me paseaba de un lado a otro como “extasiada, en el sentido de llena de maravillado asombro”. No puedo imaginar una descripción mejor.

»He tomado LSD un par de veces más. Cada vez fue diferente y mucho menos dramática, más personal, más suave. La única similitud importante es el efecto físico que, en mí, consiste en contracciones muy parecidas a los dolores del parto, y un estremecimiento de las terminaciones nerviosas…, anunciador…, durante largos ratos, de la sensación de estar al borde del orgasmo sin que haya mediado el menor contacto… Esto me ha ocurrido las tres veces… Por lo demás, todas han sido diferentes.

»¿Si pienso volver a tomarlo? Oh, puede que algún día… Pero no tengo prisa, no quiero correr a comprarlo al amable camello de la esquina. Creo que lo mejor es tomarlo con un amante, pero un amante que quieras que permanezca en tu cabeza mucho, mucho tiempo. Y de ésos no abundan. Es una intimidad de la que no puedes librarte fácilmente.

»Eso es todo, sí, todo. Suficiente, espero.»

Hacia la una de la tarde empieza a sonar el teléfono en el apartamento de Romney, y le despierta:

—Romney, ¡os tendrían que pegar un tiro!…

—¡Siete personas detenidas!…

—¡Colgados como piedras!…

—¡Qué atrocidad!…

Y finalmente una llamada de la policía de Los Ángeles:

—¿Es usted Hugh Romney? Escuche, tenemos aquí a un tipo de dos colores

Oh, la Sus-tan-cia Di-men-sio-nal… Tenía que ser Paul Foster. Cuatrocientas, quinientas, seiscientas personas habían pasado la noche en aquella casa de locos montando una maldita orgía…, y los polis no pudieron «empapelara a ninguna; así que, al mortecino sol de las nueve de la mañana de Los Ángeles, ven a un personaje larguirucho que sale dando tumbos del edificio, como un druida, con la mitad de la cara de oro y la otra mitad de plata, y detienen al pobre diablo por…, bueno, por borrachera pública o cualquier cosa por el estilo… Pero a la una de la tarde quieren que alguien vaya a hacerse cargo de este petimetre de dos colores.

¡Dios, tío! ¡Es demasiado hasta para nosotros! Nosotros nos lavamos las manos de todo esto ::::: Atrocidad :::::

::::: ¿qué ::::: hemos hecho exactamente? y :::::

::::: incluso hubo algunos de los Bromistas, la facción anti Babbs, para quienes la Prueba había sido una completa debacle. Por una parte, ponían en duda que fuera ético echar ácido en el ponche, y consideraban, por otra, que el tratamiento aplicado a la chica de «¿A quién le importa?», el haber transmitido su alucine a través de los altavoces, había sido cruel. Poco después de volver de La Jolla a Los Ángeles, el cisma se manifestó abiertamente, con toda su virulencia. Fue un gran pequeño Morbio Inferiore, la «Línea Divisoria» de la revista Life.

La Prueba del Ácido de Watts, en Los Ángeles, y antes el Festival de los Viajes de San Francisco, habían hecho que la creciente y rápida ola psicodélica estallase a la luz pública con una intensidad que nadie jamás habría imaginado. Leary y Alpert y sus experimentos habían gozado de gran publicidad, pero transmitían la impresión de ser algo aislado, capitaneado por un par de doctores de Harvard que se mostraban solemnes y harto misteriosos al respecto. Aquellas veladas de LSD de San Francisco y Los Ángeles, con jovencitos colgados y delirante rock and roll, propagaron la impresión de que el temible LSD había prendido en la juventud como una infección —lo cual, de hecho, era cierto—. Y muy pocos cayeron en la cuenta de que todo ello había emanado de una única «toma eléctrica»: Ken Kesey y los Alegres Bromistas.

Un equipo de la revista Life, dirigido por el fotógrafo Larry Schiller, que estaba en el mundo del LSD y que había realizado las fotografías en la Prueba de Hollywood, entrevistó a los Bromistas y sacó fotografías y dijo que iban a publicar un gran reportaje sobre el mundo del ácido, y que esperaban poder dedicarles la portada. Así que llevaron el autobús a un gran estudio fotográfico, y Schiller les invitó a todos a participar. Entonces… Babbs se negó a entrar. Pero el resto del grupo, Norman, Hagen, Cassady y un puñado de ellos más entraron en el estudio y Schiller sacó un montón de fotos. A Norman le pareció todo bastante convencional. Para empezar, el tipo utilizaba película en blanco y negro, cuando el elemento más obvio en los Bromistas era el color, el Day-Glo…, cuanto más llamativo mejor, cuantas más vibraciones mejor… Luego Schiller los sentó a todos juntos, en grupo, sobre un fondo negro, y en medio puso a Cassady de pie, agitando las manos de arriba abajo como si fuera un cuervo. Sacó las fotografías con iluminación estroboscópica, de forma que parecía que Cassady tuviera muchos brazos, como el gran dios Siva. La luz estroboscópica, en aquella época, era una novedad en la fotografía psicodélica, y los medios de comunicación jamás se cansaban de utilizarla. Recrea la experiencia del ácido, etcétera. Luego Schiller pidió a ciertos Bromistas que posaran para tomas individuales: personajes pintorescos como Cassady; Paul Foster, con sus grandes y alborotadas patillas y su Ropaje de Importancia; Norman…, quizá porque tenía barba. Lo habitual, en suma… Los demás salieron a hacer compañía a Babbs. Finalmente se fueron los que se habían quedado para las fotografías individuales, y al salir vieron que el autobús ya no estaba. Se había ido sin dejar rastro. Babbs, Montañesa, el Colgado, Walker y los otros… se habían largado.

Hagen no podía creerlo.

—Vaya…, nos han gastado una broma —dijo.

Los Bromistas… y los Embromados.

Estando las cosas como estaban, la broma adquirió una dimensión fundamental. Las víctimas de la broma acabaron volviendo al destartalado Sans Souci, pero Babbs & Co. se habían largado del caserón, llevándose todo el dinero y la comida. Babbs dejó el mensaje de que ellos, el núcleo interno, se iban a organizar una Prueba del Ácido por su cuenta, y que se reunirían con los demás, los Satélites, para la celebración de la Prueba del Ácido de UCLA[55], programada para el 19 de marzo. «La gran idea nos mantenía aún unidos…» Y Hagen, Paul Foster, Roy Seburn, Marge y unos cuantos más se dedicaron a preparar la Prueba de UCLA. Pero la UCLA se echó atrás en el trato a causa de la notoriedad cosechada con la Prueba de Watts. Y fue el principio del fin. Empezaron todos a disgregarse. Fue una época extraña, y produjo un sentimiento extraño. Nadie podía explicarse por qué Babbs se la había jugado a Cassady; a los otros, tal vez…, aunque que se la hubiera jugado a Hagen era también bastante extraño…, pero a Cassady… Era increíble.

Cassady dijo «a tomar por el culo» y se fue a San Francisco. Norman y Paul Foster se fueron a casa de Hugh Romney. Al cabo de un tiempo a Norman se le presentó la oportunidad de ir a Nueva York con Marge la Falúa y Evan Engber, así que cogieron un coche y salieron hacia el Este.

«Apenas Leo nos hubo dejado, se acabó la fe y la concordia que existía entre nosotros; fue como si la sangre del grupo se nos hubiera escapado por una invisible herida.»

Un día Paul Foster puso en marcha el gran Dios Rotor y se sentó y se puso a trabajar en una intrincada e iluminada cartulina. Cuando la terminó, se veía una orla negra y hermosa, y en el centro las palabras

IN MEMORIAM

en florida letra inglesa antigua, y al pie: 23 de enero de 1966. El día en que desapareció Kesey. Nada más: sólo In memoriam y la fecha. Y la colgó en la pared.