CAPÍTULO 20
La válvula de la puerta se abrió y Nom Anor entró en el agobiante resplandor de la Sala de Gloria. Apenas podía verse al Maestro Bélico, atado a su trono de la cognición a treinta metros de distancia, debido a todos los insectos brillo que caldeaban la sala con sus abdómenes carmesí. Algunas de las criaturas se movían lentamente por el aire, y unas pocas se apagaban o encendían, pero la mayoría flotaba en su sitio, cada una representando el paradero de una nave capital o una concentración importante de naves más pequeñas. La escena era confusa a simple vista, pero si se escuchaba con atención se podía identificar la filiación de cada insecto por el sonido de sus alas: un batir grave para las naves yuuzhan vong, un pitido para las de Nueva República, un zumbido constante para el Remanente Imperial, y un chirrido agudo para los demás infieles.
La situación sonaba como un poco precaria ya que el batir de los invasores estaba envuelto por todas partes por el pitido de las fuerzas infieles. Nom Anor se habría preocupado de no haber invadido su olfato un olor acre al moverse por entre los insectos brillo del enemigo. La peste a desorganización y escasa preparación para el combate garantizaba una victoria rápida para los yuuzhan vong, y el éxito que había tenido Nom Anor al dividir al Senado de la Nueva República era responsable de buena parte de ese olor. Por eso había ordenado el Maestro Bélico que se presentara ante él nada más llegar, o eso esperaba. La alternativa era demasiado horrible para pensar en ella.
Atravesó las zonas infieles hasta llegar a la columna invasora yuuzhan vong, donde el amargo olor a confusión daba paso al olor a clyriz de la organización y la finalidad. Allí los insectos, en vez de girar en confusión al pasar él por su lado, como había sucedido cuando cruzó entre los de la sección de la Nueva República, se limitaron a apartarse y volver a su sitio una vez hubo pasado.
A medida que Nom Anor se acercaba al centro de la cámara, el trono de la cognición del Maestro Bélico se veía con más claridad. Era más pequeño que un deslizador infiel y se movía sobre seis patas achaparradas, y transmitía a los insectos brillo una serie constante de instrucciones a través de las puntas resplandecientes de sus cien antenas.
El Maestro Bélico estaba sentado en una cúspide neuronal en lo alto del trono, con la cabeza envuelta en agusanados sensores, las manos metidas en los sacos de control de los reposabrazos que tenía a lo largo del cuerpo. Aunque Nom Anor nunca había montado un trono de cognición, sabía que un buen jinete podía unirse a la criatura tan completamente que experimentaba la totalidad de la situación estratégica. El batir de alas codificado de cada insecto identificaba no sólo la clase y el nombre de la nave que representaba sino su estado y efectividad estimada en combate. Las sutiles variaciones de olor apuntaban a la moral de su capitán y su tripulación calculadas con una complicada fórmula de experiencias conocidas, efectividad en combates previos y la situación táctica general. Aunque nunca lo diría en voz alta, Nom Anor sospechaba que las estimaciones tendían a calibrar a las naves yuuzhan vong de forma indebidamente elevada y a las naves infieles de modo absurdamente inferior.
La habitual multitud de aprendices, subalternos y Lectores se apartó para dejarlo pasar, pero sólo los aprendices y subalternos cruzaron sus brazos sobre el pecho. Los Lectores, una amalgama de adivinadores y analistas militares, eran los responsables de reunir información sobre la capacidad del enemigo y trasladar su conocimiento al enjambre de insectos brillo. Cada uno de ellos era también sacerdote de uno de los muchos dioses a los que rendían homenaje los yuuzhan vong, y, como tales, técnicamente subordinados de Vaecta, sacerdotisa del Sunulok, en vez de serlo del Maestro Bélico, hecho que recalcaban a la menor oportunidad. Nom Anor sabía que ese acuerdo era un colmillo clavado en el costado de Tsavong Lah, pero era una precaución necesaria, al menos para quienes creían en esas cosas, para evitar poner a cualquier otro dios en simbólica servidumbre ante Yun-Yammka, el Aniquilador.
Nom Anor intentó no interpretar la ausencia de envidia en los ojos de quienes lo rodeaban, se detuvo ante el trono de cognición y se golpeó el pecho a modo de saludo.
—Vengo directamente de la cámara de atraque, Maestro.
Tsavong Lah le miró desde lo alto del trono, poco más que ojos y boca visibles a través de su capullo de palpos sensoriales.
—Como se te ha ordenado. Bien.
A Nom Anor se le secó la boca. No le ofrecía palabras de bienvenida, ni asomo de aplauso.
—Lamento haber tardado tanto en unirme a la flota. Mi viaje se vio retrasado por las dificultades de abandonar Coruscant.
—No era tarea fácil teniendo a toda la Defensa Planetaria buscándote, supongo —dijo la débil voz de Vergere. Se abrió paso entre la multitud y le miró entre dos Lectores—. Hay que felicitarte por tu huida. Fue muy ingeniosa.
—Sí, la planificación lo es todo —Nom Anor tenía dificultades para que la rabia no se le notara en la voz, pues estaba convencido de que Vergere estaba tras el atentado contra la vida de Fey’lya. Había estudiado la situación desde todos los ángulos posibles y era quien tenía más que ganar—. Sólo lamento que haya sido necesario decepcionarte.
—¿Por qué iba a decepcionarme tu escapada? —Vergere extendió los brazos—. Tu valor para nuestra causa es conocido por todos.
La sutil burla de esa criatura medio pagana resultó excesiva para Nom Anor, por muy acostumbrado que estuviera al juego de la política. No sólo había interferido en su misión y casi había hecho que lo encarcelaran sino que ahora lo ridiculizaba ante su señor y los suyos.
—No hay necesidad de hacerse el bunish tímido, Vergere —Nom Anor tuvo que luchar para mantener un tono frío de voz, e incluso así su furia fue lo bastante tangible como para provocar un murmullo—. Hay que aplaudir tu ingenio. No pensé que una simple mascota fuera capaz de ser tan astuta, o atrevida.
Si Vergere hubiera sido una yuuzhan vong, estas palabras habrían bastado para provocar un desafío de sangre. En este caso, la criatura se limitó a cogerse las antenas.
—¿Me acusas de lo que pasó en el Senado?
—Un valiente intento de eliminar a un rival —confirmó Nom Anor—. Tuviera o no éxito, tanto los infieles como el Maestro Bélico me habrían culpado del asesinato —desvió su atención hacia Tsavong Lah—. Mi regreso prueba tanto mi importancia para la Gran Doctrina como mi fe en la capacidad del Maestro Bélico para ver más allá de trampas tan primitivas.
La boca en forma de pico de Vergere se abrió como si fuera a sisear, pero se contuvo y pareció calmarse.
—No me culpes de tus fracasos en Coruscant. Eso sólo te hace parecer más…
—Basta.
Aunque el Maestro Bélico había hablado en voz baja, el mero sonido de su voz bastó para callar a Vergere y salvarle la vida. Si hubiera acabado de decir el fatídico idiota, Nom Anor no sólo habría tenido derecho a matarla ahí mismo, sino que se habría esperado que lo hiciera.
—El asesinato, o intento de asesinato, de Borsk Fey’lya tiene poco interés para mí —la sombra de una sonrisa asomó a sus labios. Manipuló algo en el saco del brazo y las patas del trono se plegaron, bajándolo a un nivel de conversación más cómodo—. Antes de tu llegada, estábamos discutiendo el patético plan del general Bel Iblis de socavar la moral de nuestros guerreros con esa estupidez sobre gemelos Jeedai. ¿Cómo se le ocurrió semejante idea?
Nom Anor sabía lo que quería oír Tsavong Lah, pero no era tan imprudente como para mentir ante el Maestro Bélico, no con Vergere esperando para machacar cada palabra suya.
—No sé cómo prepara sus planes Bel Iblis.
—Entonces conjetura —dijo Tsavong Lah—. Te lo ordeno.
A Nom Anor se le secó la garganta. Los insectos brillo, temporalmente liberados de su posición por la ociosidad del trono, empezaron a descender hacia el grupo. El roce de sus ardientes abdómenes era más doloroso que la picadura de sus probóscides, pero tal era el precio de la servidumbre. Nadie hizo más que apartarse de los ojos a las hambrientas criaturas, y los Lectores ni siquiera eso.
—Maestro, los humanos no son como los yuuzhan vong. Los gemelos no son un suceso infrecuente —dijo Nom Anor. En toda la historia yuuzhan vong habían nacido muy pocos gemelos, y sólo cuando así lo deseaban los dioses. En cada caso, uno había matado al otro en su infancia, creciendo luego para guiar al Imperio en tiempos de gran necesidad. El propio señor Shimrra había asesinado a su hermano gemelo antes de crecer para tener el sueño que profetizó que encontrarían esta nueva galaxia—. Su nacimiento no implica un favor especial de los dioses.
—¿Entonces afirmas que los niños Solo son gemelos? —el Lector que preguntaba esto era Kol Yabu, de la Llama Eterna, un «mitad y mitad» cuyo cuerpo quemado había sido moldeado cuidadosamente para parecer macho desde un perfil y hembra desde el otro. Como apóstol de la Llama Eterna, adoraba a los gemelos Yun-Txiin y Yun-Q’aah, hermano y hermana, dioses del amor y el odio y todo lo que es opuesto—. ¿Admites que Jacen y Jaina Solo son hermano y hermana, gemelos Jeedai?
Nom Anor intentó humedecerse la garganta, pero al tragar la encontró tan seca como el polvo de hueso.
—No admito nada, Lector —miró hacia Tsavong Lah y decidió que le venía bien que el rostro del Maestro Bélico permaneciera oculto bajo una luminosa máscara de insectos brillo—. Nuestra espía, Viqi Shesh, afirma que los dos Solo son gemelos, y que también lo son su madre y su tío. Quizá sea a ella a la que debamos preguntar por el plan de Bel Iblis.
Tsavong Lah evitó la mirada del mitad y mitad clavando la suya en Nom Anor.
—Viqi es una traidora a su pueblo o una agente doble infiel. No tengo fe en ella.
—En este asunto sólo podemos confiar en la opinión de un yuuzhan vong —coincidió Vergere. A diferencia de los demás, no estaba cubierta de la centelleante luz de los insectos brillo, quizá porque no paraba de erizar las plumas para mantener a raya a las ardientes criaturas—. Y Nom Anor estaba en Coruscant. Seguro que se tomó tiempo para investigar un asunto de tanta importancia antes de irse.
A Nom le habría gustado poder decir que no tuvo tiempo, pero sabía que no podría superar tan fácilmente la trampa de Vergere. Decidió que su única esperanza estaba en decir lo inesperado, respiró hondo, miró al Maestro Bélico a los ojos y dijo la verdad.
—Muchos registros respaldan la afirmación de Shesh, Maestro, y dudo que sean falsos. No encontré nada que la contradijera, ni siquiera en fuentes muy oscuras —cuando los insectos brillos empezaron a abandonar el enfurecido rostro del Maestro Bélico y a alzar el vuelo, Nom Anor decidió que su única posibilidad de redención yacía en una estrategia arriesgada—. Es evidente que la fortuna nos sonreía cuando el llamado Jacen se le escapó en Duro.
El trono de cognición tembló y saltó hacia delante, sin duda en respuesta a los puños apretados dentro de los sacos.
—Dime cómo —la voz del Maestro Bélico era grave y cortante, pues no le gustaba que le recordaran la forma en que Jacen había usado la hechicería Jedi para robarle un pie e impedir el sacrificio de Leia Organa Solo.
Nom Anor respiró hondo y se volvió hacia Kol Yabu.
—¿Cómo habrían visto Yun-Txiin y Yun-Q’aah el sacrificio de un solo gemelo?
El mitad y mitad lo meditó un momento antes de hablar.
—Los Gemelos no exigen sacrificios, pero el Equilibrio lo es todo.
—Eso no es lo que pregunta el Ejecutor —dijo Tsavong Lah, mirando fijamente al sacerdote—. Contesta con claridad, o pediré un Lector que lo haga.
Las ojeras de Kol Yabu empalidecieron; él, o ella, Nom Anor no se había molestado en comprobar lo que era, respondía ante Vaecta, pero no podía ignorar semejante petición del Maestro Bélico.
—Ofensa no es la palabra, Maestro Bélico. La Gran Danza se habría vuelto inestable.
Tsavong Lah meditó esto y asintió.
—Eso me pareció.
—Si pudiera sugerir algo —dijo Nom Anor, decidido a explotar lo ganado—. Puede que el señor Shimrra vea con buenos ojos el sacrificio de gemelos Jedi. Podría hacer que lucharan entre ellos, como el señor Shimrra luchó con su hermano, tal y como los dioses ordenaron que debían hacer los gemelos desde el alba de la historia yuuzhan vong.
—Sería un gran regalo para Yun-Yuuzhan, ¿verdad? —repuso Tsavong Lah, recostándose en el trono de cognición.
Ningún Lector le respondió, pues sólo el propio señor Shimrra se comunicaba con Yun-Yuuzhan, el Señor Cósmico.
—Nunca lucharán entre sí —dijo Vergere, siempre dispuesto a socavar a Nom Anor—. Están tan unidos como un piloto y su coralita.
El propio Maestro Bélico ahorró a Nom Anor la necesidad de contrarrestar su argumento.
—Sólo habrá que someterlos antes a la ruptura —dijo Tsavong Lah—. Y Nom Anor lo preparará todo para retransmitirlo a la Nueva República.
—Como desee, Gran Maestro Bélico —Nom Anor se permitió una sonrisa rápida en dirección a Vergere—. Estoy seguro de que nada podría desanimar más a los Jedi.