CAPÍTULO 10
Había alrededor de un centenar de palcos senatoriales vacíos en apoyo del boicot ithoriano. Los wookiees arrojaban partes de sus consolas de conferencias al estrado del orador, donde un holograma del senador thyferrano ofrecía un plan de nueve puntos para entablar negociaciones de paz con los yuuzhan vong. El personal consular de Talfaglio en pleno recorría las pasarelas gritando, gritando de verdad, su petición de que los Jedi se rindieran para salvar a los rehenes. Balmorra ofrecía plataformas de turboláser gratuitas a cualquier mundo que enviase una flota en su defensa, y los droides de seguridad zumbaban por el aire a uno y otro lado buscando en vano un asesino de Dathomir que se rumoreaba estaba escondido en la sala.
No era así como a Borsk Fey’lya le habría gustado reunirse con el emisario de Tsavong Lah. Habría preferido recibirlo en la Sala de Recepciones del Estado, mientras tomaba una copa de fino licor endoriano, elaborando con tranquilidad un guión aceptable para su encuentro público. Pero el emisario había rechazado la invitación, sugiriendo en su lugar que el Jefe de Estado lo recibiera al desembarcar de la nave, un gesto de deferencia que había dividido aún más al Senado y minado los ya decrecientes apoyos de Borsk. Por tanto, al no haber podido llegar a un compromiso, allí estaban, encontrándose por primera vez en la Gran Sala de Convocatorias del Senado de la Nueva República, con toda la galaxia mirando y no sabiendo ninguno lo que diría el otro. Como reza esa frase hecha, era un gran momento histórico, de esos en los que los imperios se elevan o caen por lo que dice un político y el favor de la posteridad se pierde o se gana en un segundo. El Jefe de Estado Fey’lya se sentía a punto de vomitar.
El yuuzhan vong, recordando lejanamente a un Jedi al presentarse con una capa con capucha sobre la armadura escarlata de cangrejos vonduun, hizo esperar a Borsk mientras descendía trescientos metros de escaleras al paso de un perezoso de los pantanos de Dagobah. Iba sin guardaespaldas, dando la impresión de que no necesitaba más protección que la de su armadura viviente y el largo anfibastón que llevaba en la mano. No prestó atención a los siseos y abucheos de muchos de los senadores, y todavía menos a los locos que se le acercaban para sugerir un encuentro privado. El único momento en que apartó la vista fue cuando los togorianos le arrojaron una andanada de tazas de café, e incluso entonces sólo fue para mirar de forma sombría a los droides de seguridad que interceptaron la descarga.
Borsk deseó repentinamente haber pedido al sargento al cargo que lo desarmara. Había pensado que enfrentarse a un guerrero armado le haría parecer valiente en la HoloRed, pero ya no estaba tan seguro. Aunque los droides de seguridad dejarían al emisario sin sentido a la primera señal de ataque, Borsk se conocía lo bastante bien como darse cuenta de que ni siquiera las holocámaras podían disimular su ansiedad.
Cuando el yuuzhan vong llegó por fin al suelo de la cámara, se detuvo a un lado del estrado del orador y esperó. Como habían acordado sus negociadores, Borsk bajó de la consola de Jefe de Estado para detenerse ante él. Le seguían dos miembros del Consejo Asesor, Viqi Shesh de Kuat y Fyor Rodan de Commenor. No intercambiaron saludos o cortesías.
—Soy Borsk Fey’lya. Le he invitado aquí para hablar de los rehenes de Talfaglio.
—¿Qué hay que discutir? —el emisario alzó la mano y se echó atrás la capucha, mostrando el habitual destrozo que era una cara yuuzhan vong—. Las palabras que le dirigí a Leia Solo fueron lo bastante claras.
El escándalo de la sala disminuyó dando paso a un zumbido eléctrico mientras los ayudantes consulares buscaban en los bancos de datos equivalencias en rostro y voz. Borsk no necesitaba esa ayuda. Aunque no se había enfrentado cara a cara con muchos invasores, más bien ninguno, había visto un centenar de veces el holograma de la reunión en Bilbringi. El retorcido rostro de Nom Anor le era casi tan familiar como el suyo propio, incluso pese a tener un nuevo ojo falso llenando lo que en el holo era una cuenca vacía.
—Leia Solo ya no es una representante de este gobierno —dijo Borsk con tono desdeñoso, aunque tenía el vello de punta—. Si tienen algo que decir a la Nueva República, tendrá que decírmelo a mí.
El emisario miró a Borsk por su único ojo bueno, claramente sorprendido por su desvergüenza.
—¿No conoce nuestras condiciones?
Un murmullo de indignación creció en la cámara a medida que los ayudantes consulares informaban a sus señores de la identidad del enviado, y Borsk supo que debía actuar con rapidez. Estaba muy documentado el papel que había tenido Nom Anor en el conflicto Rhommamul-Osarian y en la caída de Duro, y que lo hubieran elegido como emisario era un insulto claro.
—Sé que ha amenazado con matar a millones de ciudadanos de la Nueva República —dijo Borsk—. Lo he hecho venir para que nos dé una explicación.
El murmullo de la sala aumentó hasta ser casi un clamor, y los wookiees ladraron su aprobación. Borsk no hizo nada por acallar el ruido, cosa que los de Talfaglio interpretaron correctamente como un gesto de ánimo e intentaron contrarrestarlo alentando a sus aliados a callar a los wookiees. Esto provocó un contrarrugido ensordecedor por parte de los defensores de los Jedi, y Borsk se dio cuenta de que igual había encontrado el modo de ganarse su apoyo. Cruzó su mirada con la de Nom Anor y permitió que el tumulto continuase, hasta que Viqi Shesh volvió al estrado del Consejo Asesor y usó la megafonía para pedir silencio. A Borsk le preocupó menos la traición de su patrocinada que la rapidez con que fueron recompensados sus esfuerzos.
El coro de abucheos no había sido tan sonoro como le habría gustado a Borsk, y por un momento le preocupó estar cometiendo un error. Aunque muchos de los sistemas que apoyaban a los Jedi eran casi fanáticos en su lealtad, estos solían ser los ya conquistados o aislados del resto de la Nueva República por la ruta de invasión. En cambio, los mundos que preferían apaciguar a los yuuzhan vong eran en su mayoría ricos sistemas del Núcleo, con recursos vitales para el esfuerzo de guerra y bases de poder político críticas para que Borsk pudiese continuar en su puesto de Jefe de Estado. Los yuuzhan vong sabían todo eso, motivo por el que habían enviado a un conocido espía para representarlos. Querían dividir al Senado entre los que podían intimidar y los que no, y Borsk llevaba en política el tiempo suficiente como para saber lo que le pasaba a los que eran fácilmente intimidados.
Esperó mientras la mirada de Nom Anor recorría los palcos, pasando de largo con una sonrisa confiada ante los que se burlaban de él y demorándose ante los que guardaban silencio, hasta que estos se sentían molestos y apartaban los ojos. Borsk tuvo que admirar la técnica del emisario. Era una maniobra clásica de intimidación, que resultaba todavía más efectiva por el hecho de que los yuuzhan vong habían demostrado una y otra vez que no dudarían en hacer realidad hasta la amenaza más improbable. Por suerte para la Nueva República, aquí se enfrentaban a un verdadero maestro, o al menos esa era la humilde opinión de su Jefe de Estado.
Cuando la mirada de Nom Anor volvió a fijarse en la tribuna del orador, Borsk dio un paso para ponerse a una mano de distancia del pecho del yuuzhan vong. Echó atrás la cabeza para mirar a la parte inferior de la barbilla partida del otro, resaltando así a propósito su figura regordeta contra la más maciza de su adversario.
—A los yuuzhan vong deben preocuparle mucho nuestros Jedi, para creer que un puñado de ellos vale tantas vidas.
Borsk habló en voz tan baja que el droide de sonido tuvo que desplazarse flotando hasta ellos para poder captar sus palabras y, tal y como había planeado, Nom Anor tuvo que retroceder un paso para poder mirarlo.
—Vuestras vidas no significan nada para nosotros.
—¿De verdad? —Borsk miró a los palcos más altos buscando al senador pacifista de Thyferra—. Ya me parecía a mí.
El silencio reinó en la sala y, cuando el bothano oyó el murmullo de un millar de traseros senatoriales removiéndose en su asiento, supo que lo había conseguido. Tenía a la audiencia en su poder; eso no era lo que esperaban oír y apenas se atrevían a respirar por miedo a perderse lo que pasaría a continuación.
Entonces Viqi Shesh dio un paso para situarse a su lado y Borsk casi pudo oír como la excitación se desvanecía de la sala.
—Lo que el Jefe de Estado quiere decir, embajador, es que quizá los yuuzhan vong no entiendan la relación de la Nueva República con los Jedi. No tenemos control sobre ellos.
—No —Borsk dirigió a Shesh una mirada que habría fundido el duracero—. Eso no es lo que quiere decir el Jefe de Estado.
Shesh empalideció, pero se negó a dar marcha atrás.
—Le ruego me perdone.
—La senadora de Kuat es bienvenida a expresar su opinión en los foros adecuados, pero no debería presumir de hablar por el Jefe de Estado —Borsk la miró fijamente hasta que retrocedió, y luego se volvió hacia Nom Anor—. Lo que quiere decir el Jefe de Estado es que los yuuzhan vong son cobardes y asesinos. Si tuvieran el valor del más inferior de sus esclavos, dejarían de esconderse detrás de refugiados indefensos e irían a enfrentarse a los Jedi.
—¡No nos escondemos! —replicó Nom Anor—. ¡Son los Jedi los que se esconden!
—¿De verdad? —respondió Borsk con tono de sarcasmo—. Entonces les sugiero que miren en el Sector Corelliano. Tengo entendido que hace poco se los ha visto por Froz.
Gran parte de la sala estalló en carcajadas. La «irresponsable emboscada Jedi» de Froz había dominado la programación de la HoloRed en los últimos días. Era demasiado pronto para saber si el comentario de Borsk cambiaría el sesgo con que se daba la noticia, pero desde luego mantendría el incidente, y al Jefe de Estado, presente en los noticieros de días venideros.
El ojo falso de Nom Anor giró para mirar a Borsk, y al bothano le dio un vuelco el estómago. Había leído los informes sobre el falso ojo confiscado en Bilbringi y estaba al tanto de la desagradable muerte que sobrevendría a cualquiera con la desgracia de que le vaciaran su veneno en la cara. Pero se negó a retroceder. Ya sentía crecer el apoyo de los partidarios de los Jedi y sabía que mostrar miedo sería tirar por la borda todo lo que acababa de conseguir.
Entonces, en un fogonazo de inspiración, supo lo que debía decir, cómo cristalizar su apoyo.
—Y puede que deban buscarlos en espacio bothano. Sé de buena tinta que los Jedi son allí muy queridos.
Esto provocó una risotada aún mayor que lo de Froz, ya que Borsk y los Jedi no tenían buenas relaciones desde, bueno, desde siempre. Era un punto débil en el plan que se estaba trazando con rapidez, y esperaba poder solventarlo pidiendo abiertamente a su sistema natal que apoyase a los Jedi. Alzó la mirada hacia el palco bothano, y vio allí al senador Mak Sezala, dirigiéndole una mirada asesina. Borsk aplanó las orejas en señal de advertencia y Sezala se levantó obediente para sugerir otros planetas donde podían buscar los yuuzhan vong. Ninguno de esos mundos estaba habitado, pero bastó para que los senadores de un centenar de sistemas se pusieran en pie para hacer sugerencias similares.
Los ojos de Nom Anor se estrecharon. Borsk pensó que igual había ido demasiado lejos, pero el yuuzhan vong dio un paso atrás.
—Transmitiré sus sugerencias —se volvió hacia la escalera y miró a los palcos—. Todas ellas.
—Muy bien, pero lo hará por villip —dijo Borsk.
Nom Anor miró por encima del hombro.
—¿Qué?
—Podrá transmitir sus sugerencias por villip —Borsk no quiso perder la oportunidad de burlarse del conocido espía—. Le hice venir para que explicase porqué han cogido un millón de rehenes. No se irá hasta que lo explique.
La réplica de Nom Anor se perdió en un tumulto de rugidos wookiee. A Borsk le encantaron las ovaciones. No podría volver a pisar espacio bothano, pero le encantaron las ovaciones.