CAPÍTULO 13
La sala del cráter de Eclipse era la única que aún tenía luz, con el lechoso esplendor del núcleo galáctico filtrándose por su techo de transpariacero. Un intento de proporcionar más energía al sistema central de refrigeración había reventado el banco de fusibles primario, desconectando todos los sistemas no vitales y obligando a los Jedi a reunirse en uno de los laboratorios del Programa Eclipse. Amontonaron a un extremo varios tanques de villip vacíos, pues ni siquiera Cilghal podía hacer crecer las cosas, y se creó una zona de reuniones. Han y Lando estaban un poco apartados, con los guardaespaldas noghri de Leia. Tras lo sucedido en Coruscant, los noghri habían salido de los tanques de bacta un día antes de lo debido y se negaban a perder de vista a la princesa.
Ésta estaba cerca de la parte delantera, junto a Mara, Cilghal y los Jedi mayores, mientras que Jacen y Jaina estaban junto a Tenel Ka, Lowie, Raynar, Zekk y los jóvenes Caballeros Jedi más prudentes. Anakin, con su guapa amiga Tahiri, estaba rodeado por su creciente pandilla de compañeros, que ahora incluía a los tres barabeles compañeros de nido, Ulaha Kore, una humana pelirroja llamada Eryl Besa, y la bailarina twi’leko Alema Rar.
Han sólo estaba ligeramente menos complacido que Tahiri al ver cómo se pegaba Alema al espacio personal de su hijo. Aunque la twi’leko tenía la misma edad de Anakin, la forma en que usaba los ojos y el tacto le decía que era mucho mayor al menos en un sentido, y no era un momento especialmente bueno para que Anakin aprendiera esas lecciones. Aunque Luke había convocado la reunión para informar de los progresos en las investigaciones de Cilghal, acababan de saber que Lyric, amigo de Anakin, había caído víctima de los voxyn. Casi igual de alarmante era el hecho de que Corran Horn hubiera sido visto huyendo con su mujer Mirax de una manada de esas criaturas cuando se aprovisionaba en Corellia. Nadie había podido contactar con ellos desde entonces.
Cilghal fue la primera en romper el silencio.
* * *
—He pedido al Maestro Skywalker que convocara esta reunión porque quería daros noticias esperanzadoras. Pero debo pedir otra vez disculpas por mi tardanza en resolver el problema —la mon calamari bajó los bulbosos ojos al suelo—. Perdonadme.
—No hables así —el tono de Anakin era cálido, aunque tenía los ojos húmedos por lágrimas apenas contenidas—. Nadie podría haberlo hecho mejor. Sin ti ni siquiera sabríamos que esas cosas son en parte vornskr.
Las palabras de Anakin enorgullecieron a Han. Sabía por experiencia propia lo difícil que era contenerse cuando has perdido a alguien, y esas palabras ayudarían a apaciguar la conciencia hiperactiva de Cilghal.
—Cierto —coincidió Ganner Rhysode. La cicatriz de la mejilla daba al hombretón un aspecto peligroso a lo que de otro modo sería un rostro apuesto y desenfadado—. Todos sabemos lo mucho que has trabajado, sólo por lo duro que hemos trabajado nosotros.
Esto provocó un coro de asentimientos, ya que Cilghal tenía a muchos Jedi ocupados intentando identificar el paradero del voxyn original, la reina, como la llamaban ahora. Ganner había rastreado la ruta del Dulce Sorpresa hasta y desde la estación Nova, Streen había estudiado su bitácora en busca de ausencias sospechosas y Cheklev aún tenía una docena de científicos ocupados analizando piezas de la nave destrozada. Mientras tanto, Anakin y su grupo iban de planeta en planeta buscando cadáveres de voxyn para llevárselos a Cilghal, que trazaba pautas de dispersión y correlacionaba datos. El resultado de todo ese esfuerzo había sido confirmar que todos los voxyn eran clones de una sola criatura y, lo que era más importante, establecer que sus células se deterioraban a ritmo acelerado. Cilghal calculaba que las criaturas sólo podían sobrevivir unos meses después de nacer, y Han sabía que había estado buscando un modo de emplear la Fuerza para hacerlos envejecer aún más rápido. Con suerte, habría convocado esta reunión para anunciar su éxito.
Luke permitió que todos le manifestaran su apoyo, y luego alzó una mano para callarlos.
—No tenemos quejas sobre los progresos de Cilghal, pero sí hay motivos para preocuparse. Si Corran y Mirax han desaparecido, Booster Terrik podría decidir ir tras ellos y meterse en zona de guerra.
—No con Tionne y Kam a bordo —dijo Han. Leia y él habían conseguido contactar por fin con Booster entre viaje y viaje a Coruscant—. Saben dónde encontrarnos. No le dejarán hacer ninguna estupidez sin pasarse antes por aquí para dejar a los estudiantes.
—¿Estás seguro? —preguntó Luke—. Esa nave transporta la siguiente generación de Caballeros Jedi.
—Dos de los cuales son sus nietos —dijo Leia—. Booster no arriesgará a Valin y Jysella, ni siquiera por Mirax.
Luke lo meditó y asintió.
—Bueno. Hace lo suficiente que soy amigo de Corran como para saber que puede cuidarse solo, pero todos respiraremos mejor si no hay que preocuparse por los estudiantes de la Academia —guardó silencio un momento antes de continuar—. Centrémonos en impedir que los voxyn acaben con más de los nuestros. Cilghal tiene noticias interesantes.
Luke se acercó a Mara y sonrió al bebé que dormía en sus brazos. La imagen llenó a Han de calma, y se preguntó cómo sería poder tocar la Fuerza. Por un momento, la galaxia no pareció a punto de romperse, el pegamento que la mantenía unida seguía presente y, con los yuuzhan vong o sin ellos, seguía habiendo un mañana.
Cilghal pestañeó dos veces y contuvo la emoción, encontrando luego la voz.
—Amigos míos, he descubierto algo muy interesante en el último voxyn que me trajeron Ulaha y Eryl —inclinó la cabeza hacia ellas, que estaban con el grupo de jóvenes hembras que esos días parecía congregarse alrededor de Anakin—. Tenía en el estómago un ysalamiri adulto, y en el estómago del ysalamiri encontré varias hojas de olbio.
—¿Esas cosas comen ysalamiris? —preguntó Raynar. Las veces que Han había visitado Yavin 4 había observado que las preguntas parecían quemar al muchacho del mismo modo en que las palabras brotaban de la joven Tahiri, dos cosas más que habían sobrevivido a la invasión de los yuuzhan vong—. ¿Es eso lo que quieres decirnos?
—No, Cilghal nos está diciendo dónde encontrar a la reina —dijo Jacen—. ¿Hiciste un estudio de metales en las hojas?
—Casan perfectamente —dijo Cilghal sonriendo—. Las hojas proceden de Myrkr.
Lando lanzó un silbido, y Han obtuvo una mirada desaprobadora de su esposa por expresar sus emociones de un modo menos elocuente. Myrkr era famoso entre los contrabandistas por el elevado contenido metálico de sus árboles, rasgo que hacía que los sensores orbitales fueran ineficaces y convertía el lugar en ideal para establecer bases secretas. También era el mundo natal de vornskr e ysalamiris, siendo los primeros unos desagradables depredadores que usaban la Fuerza para encontrar a sus presas, y los segundos unos reptiles muy dóciles que alejaban la Fuerza de su entorno de forma limitada. En las mejores condiciones no era el lugar ideal para ir a cazar voxyn, y la cosa se complicaba por estar el planeta cuatrocientos años luz detrás de las líneas yuuzhan vong.
—Vale —dijo Raynar—. ¿Y cuáles son las buenas noticias?
—Es un principio —dijo Mara, pasándole Ben a Luke y mirando a Cilghal—. ¿Estás segura de que la reina está allí? ¿El ysalamiri no podría venir de otro sitio?
Fue Jacen quien contestó.
—No con esas hojas en el estómago. Si las hojas procedieran de otra parte, el contenido metálico sería menor.
—El ysalamiri comió en Myrkr poco antes de ser devorado —coincidió Cilghal—. Y se lo comieron a su vez poco después. No encontré en las hojas señales de congelación o de cualquier otro método de conservación.
La sala se sumió en un siniestro silencio. La situación que se presentaba ante todos era tan evidente como acuciante, y los Jedi estaban lo suficientemente sintonizados unos con otros como para darse cuenta de que lo siguiente era trazar un plan.
—Descartemos de entrada cualquier idea de un ataque en regla —dijo Ulaha Kore—. En caso de que pudiéramos reunir una flota lo bastante grande, que no es el caso, nuestras posibilidades de sobrevivir estarían por debajo de un dígito.
—Y sólo intentarlo les informaría de nuestras intenciones —dijo Luke—. Debemos pensar algo mejor.
—Un comando —dijo Zekk—. Les colaremos un pequeño grupo de asalto cuando no miren.
—No, a no ser que seáis mejores que el Escuadrón Espectro —interrumpió Han. Antes de salir de Coruscant había pasado por el centro médico de la Fuerza de Defensa de la Nueva República para ver cómo estaba Wedge y lo encontró muy charlatán—. Hace seis meses que intentan atravesar la frontera entre Corellia y Vortex. Los yuuzhan vong tienen interceptores con dovin basal por todas partes; el Escuadrón ha sido expulsado de todas las rutas hiperespaciales que han probado. Y el tramo entre la Ruta Comercial Perlemiana y la Vía Hydiana es especialmente malo; fueron atacados a este lado de la frontera.
—Y ahora sabemos porqué —comentó Luke—. Los yuuzhan vong sospechan que acabaremos descubriendo este secreto y se preparan para cuando actuemos.
—Creo que cuentan con ello —dijo Tahiri. Su comentario reclamó la atención de todos pese a su edad, pues tenía poco más de quince años y era la Jedi más joven de los allí reunidos. Había sobrevivido a los intentos de un cuidador yuuzhan vong de convertirla en una esclava cazadora de Jedi y entendía a los yuuzhan vong mejor que cualquiera de los presentes—. Tienen un dicho: «Dejemos luchar al enemigo». No creo que quieran pelear limpio.
—Tienes mucha razón —dijo Alema. La alabanza sólo obtuvo como respuesta una mirada gélida, pero la twi’leko simuló no darse cuenta. Se dirigió a Luke y a los Jedi mayores—. En Nueva Plympto, los yuuzhan vong siempre intentaban anticiparse a nuestras reacciones y construir una trampa en función de ellas. Podéis estar seguros de que ahora mismo nos estarán esperando.
—Entonces habrá que engañarlos —dijo Anakin, hablando con su tono habitual de adolescente seguro de sí mismo. Se volvió hacia los Jedi más jóvenes—. Los yuuzhan vong quieren que nos rindamos, ¿verdad? Pues, hagámoslo y dejemos que sean ellos los que nos lleven al otro lado de la frontera.
—Continúa —dijo Luke, atrayendo diestramente la atención hacia el lado más maduro de la asamblea—. Te escuchamos.
Anakin se soltó de Tahiri y dio un paso hacia su tío.
—Eso también daría tiempo a Talfaglio.
—Eso sería un extra —dijo Luke—. ¿Cómo lo haremos?
—Tú no —dijo Anakin—. Nosotros.
Han sintió la mano de Lando en su brazo incluso antes de darse cuenta de que empezaba a andar. Lando había estado presente cuando Leia le echó la bronca a Han por casi hacer que la mataran durante la demostración del droide. Le había dicho en términos nada confusos que si bien se alegraba de tenerlo por fin de vuelta, no toleraría que su marido la sobreprotegiera, como no se lo toleraba a un guardaespaldas noghri, que desde luego era mucho mejor en eso.
La próxima vez que Han la abrumase a ella o a sus hijos con enloquecida necesidad de control, se encontraría pilotando solo el Halcón Milenario. Han se juró que escucharía a su hijo menor hasta el final, retrocedió un paso y dio las gracias a Lando en silencio por el aviso.
Anakin se volvió para mirar a su grupo.
—Haremos que un traidor nos entregue a los yuuzhan vong con el pretexto de ganar tiempo para los rehenes de Talfaglio. Organizaremos una entrega en alguna parte cerca de Obroa-Skai, dejaremos que crucen la frontera, nos apoderaremos de la nave y la pilotaremos hasta Myrkr —se volvió hacia su hermana mayor—. Sé que Wedge, el general Antilles, te ha dejado pilotar alguna nave yuuzhan vong. ¿Podrías enseñar a Zekk?
Jaina lo estudió con sospecha.
—¿Por qué necesito hacer eso? No harás una locura semejante sin mí.
Una mirada de preocupación se pintó en el rostro de Anakin.
—Pero sólo estás de permiso temporal. El Escuadrón Pícaro podría reclamarte en cualquier momento.
—Seguro que sí —Jaina puso los ojos en blanco; y el rostro se le endureció como le pasaba a Leia cuando no aceptaba discusiones—. Si tú vas, voy yo.
—Y yo —dijo Tahiri.
—¿Tú? —Anakin frunció el ceño—. Eres demasiado…
—Como digas joven, de daré una patada donde no quieres que te den una patada —le interrumpió Tahiri—. Aquí nadie conoce a los yuuzhan vong por dentro como yo. ¿Puede alguien de aquí, quizá exceptuándote a ti, reconocer un laboratorio de cuidadores? ¿Puede alguien entender su idioma?
—Buen argumento —dijo Jaina—. Necesitaremos su ayuda para pilotar la nave.
Anakin le frunció el ceño a su hermana.
—¿Puedes pilotar una nave yuuzhan vong o no? Si Wedge se ha limitado a hacer que te pongas la capucha de cognición o algo así…
—He pilotado una. Y también Tahiri, a no ser que lo hayas olvidado —dijo Jaina. Se refería al apurado escape de Anakin del Sistema Yag’Dhul unos meses antes, cuando escapó de una muerte segura, junto a Corran Horn y Tahiri, a bordo de una nave exploradora yuuzhan vong—. La mayor parte del pilotaje es simbólico pero, ¿quién sabe cómo será el resto? En esto hay mucho más que pilotar.
—¿Y qué pasará cuando empiecen a saludar? —preguntó Tahiri—. Necesitaréis saber qué dicen, y cómo responderles.
Miró a su alrededor expectante. Y cuando nadie respondió, Han se mordió la lengua y esperó a que su cuñado se cargara el plan.
Luke fue muy paciente. Han contó los segundos, decidido a acatar el aviso de su esposa, pero igual de decidido a mantener a salvo a su familia. Toda ella.
Han llegó a los cinco segundos antes de que el silencio de su cuñado se volviera insoportable.
—¿A qué esperas, Luke? —Han apartó la mano de Lando y entró en el círculo de los Jedi—. Dile porqué no saldrá bien.
Los ojos azules de Anakin se oscurecieron hasta ser de un furioso color amatista.
—¿Por qué no me lo dices tú, papá?
—De acuerdo, lo haré —se volvió hacia su hijo—. No saldrá bien porque… —estaba tan furioso que le costaba discurrir una razón—. Porque no tienes la seguridad de poder escapar.
—La verdad es que creo que sí podré, o al menos estoy razonablemente seguro de ello —su voz se mantuvo en calma, pese a la indignación que brillaba en sus ojos—. Ya estuve tras las líneas enemigas para rescatar a Tahiri, y tengo esto —se tocó el sable láser modulado con el cristal lambent—. Pero, sobre todo, sé cómo piensan.
—Sabemos cómo piensan —le corrigió Tahiri.
—¿Sabéis cómo piensan? —bramó Han—. No pensarán que os tiran insectos aturdidores.
Leia le cogió del brazo.
—Han…
Él se lo quitó de encima.
—Y te daré otra razón. No puedes hacerlo por que es una locura —agitó un dedo ante la cara de su hijo y se sorprendió vagamente al darse cuenta de que lo agitaba a la altura de su propia nariz—. Y porque no, por eso.
—¡Han! —Leia lo apartó—. Eso no lo decides tú.
Se volvió para mirarla indignado.
—¡Tampoco lo decide Anakin!
Cuando se volvió hacia su hijo, se sorprendió al verlo mirándole con fijeza, más herido que enfadado, pero inflexible y completamente seguro de sí mismo. Era algo tan adolescente, tan clásicamente rebelde. Pero también había en él una solidez que ni siquiera Han podía dejar de ver, una dureza nacida de batallas perdidas y ganadas, templada por la angustia de los camaradas caídos y los amigos perdidos. Con sus diecisiete años, Anakin ya era mucho más hombre de lo que lo había sido él a los treinta, y probablemente había visto ya tanta lucha y derramado más sangre que Han durante la Rebelión. Y todavía era tan joven.
—La decisión es de Luke —dijo Leia—. Ni es de Anakin, ni es tuya.
Se interpuso entre padre e hijo, y apartó suavemente a Han, dejando que se preguntara dónde estaba él cuando su hijo, cuando todos sus hijos se habían convertido en adultos. La respuesta, claro está, era que había estado perdido, revolcándose en su pena como el motivo de esa pena nunca habría querido que hiciese.
Pero el viejo Han Solo había vuelto, y no pensaba dejar que los yuuzhan vong, ni nadie, le quitaran a su familia. Se volvió hacia Luke.
—Esto no es una misión, es un sacrificio. No puedes enviarlo allí… Ni a Anakin ni a nadie.
Luke estudió el suelo un momento y miró a Anakin.
—Siento que puede funcionar, pero yo lideraré ese grupo de asalto. Tú te quedarás aquí.
El mundo de Anakin se vino abajo, y el corazón de Han lo acompañaba, lo cual no le impidió sentir alivio. Luke ya había hecho antes algo así. Han había estado allí para ayudarlo, y, pese a la mirada de desmayo de Mara, sabía que Luke conseguiría volver, sobre todo si él lo acompañaba para sacarlo de apuros. Miró a Mara para tranquilizarla y vio que no hacía falta. Ésta apretaba los dientes y pese a lo que decían sus ojos, en su expresión había una calma que a Han le costaba entender; reconocía los peligros y lo que podía costarle aquello, al tiempo que aceptaba estoica los hechos. Alguien tenía que matar a los voxyn, y si tenía que hacerlo Luke, que así fuera.
Anakin estudió un momento a su tío, asintió con la cabeza y dio un paso atrás volviendo con su grupo. Se negó a mirar a su padre a los ojos. Por un momento, Han pensó que Anakin saldría de la sala, pero su hijo se había hecho un hombre en más sentidos de lo que imaginaba. Anakin pareció darse cuenta de que su reacción dictaría la de su círculo de amigos, y había decidido quedarse, listo para ofrecer su apoyo a Luke.
Tras un tenso momento de silencio, Tenel Ka dio un paso adelante, vestida con su habitual atuendo de guerrera dathomiriana ahora cubierto por el ubicuo traje de emergencia que seguía siendo necesario en Eclipse.
—Maestro Skywalker, perdona si te hablo con tanta franqueza pero, ¿has perdido la cabeza?
La brusquedad habitual de la joven llenó la sala de risitas incómodas.
Hasta Luke sonrió.
—Creo que no, ¿por qué?
—Porque deberías saber que el plan de Anakin nunca funcionará contigo. Depende de que los yuuzhan vong nos crean, y eso no pasará si nos acompaña un Maestro Jedi. En el supuesto de que no te matasen allí mismo, tomarían toda clase de precauciones para dejarte indefenso.
—Tiene razón —dijo Ganner—. El jefe tiene que ser alguien que no les preocupe demasiado, alguien que crean que puede ser engañado por un traidor —les dedicó una brillante sonrisa bajo el bigote—. Alguien como yo.
Hasta Han pudo sentir las reticencias de los demás Jedi.
Cuando nadie se presentó voluntario para unirse al apuesto Caballero Jedi, Jacen dijo:
—Quizá ninguno debería ir.
Esto provocó la indignación de sus hermanos, y Anakin dijo:
—Jacen, no es momento de ponerse a debatir sobre el bien y el mal. O matamos a esas cosas o esas cosas matan a los Jedi.
—Si destruimos a la reina, los yuuzhan vong tomarán represalias todavía más severas contra la Nueva República —replicó Jacen—. ¿Queremos eso sobre nuestras cabezas?
—Jacen, esa sangre no está en nuestras manos —dijo Alema, con el lekku temblando de furia—. Está en las de ellos.
—Una postura muy conveniente, pero ¿salvará más vidas de las que costará? —preguntó Ulaha—. Esa debe ser nuestra única preocupación como Jedi.
Y empezaron a hablar todos a la vez, alzando la voz y gesticulando cada vez más a medida que discutían la misma cuestión sobre la que discutían desde la destrucción del Cazador de Nebulosas. Alema habló sobre todo contra Jacen, sin duda porque no podía soportar la culpa de la destrucción de Nueva Plympto y la muerte de su hermana. Ulaha y Jacen argumentaron la responsabilidad que tenían los Jedi, y eran apoyados por un número sorprendentemente elevado de gente, incluidos Streen, Cilghal y, lo más desconcertante de todo, los compañeros de nido barabeles.
Al final, el debate se acaloró tanto que hubo que llamar a C-3PO para que se llevara a un Ben que no paraba de llorar, y Luke tuvo que reclamar silencio repetidas veces. Acabó por tener que usar la Fuerza para proyectar su voz directamente a la mente de todos los presentes y sobre la sala cayó un silencio tan tenso como embarazoso.
Luke miró con calma a los Jedi y habló con lo que apenas era un susurro.
—Todo se reduce a una simple cuestión: ¿cómo combatir a un enemigo brutal y malvado sin volvernos brutales y malvados?
—Así es —confirmó Tenel Ka.
Luke la miró un momento y entonces negó cansinamente con la cabeza.
—Me gustaría tener la respuesta, pero la Fuerza se niega a guiarme en esto, como supongo que hace con todos vosotros —hizo una pausa y como nadie se lo negó, continuó hablando—. Lo que cada vez tengo más claro es que ha llegado el momento de elegir un camino. Supongo que aquí no habrá nadie que crea que debemos rendirnos a los yuuzhan vong.
Aunque Jacen alarmó a Han pareciendo que iba a mostrarse en desacuerdo, al final se quedó tan en silencio como los demás Jedi.
Luke asintió.
—Lo suponía. Por tanto, ¿acabamos con los voxyn y nos arriesgamos a más represalias? ¿O aceptamos las pérdidas con la esperanza de que así salvaremos a la Nueva República más vidas de las que costaría eso?
—¿Qué estás pidiendo? —preguntó Ganner—. ¿Una votación?
—Tu opinión —aclaró Luke—. Decida lo que decida, quiero que todos opinen.
Ganner lo meditó un momento y asintió:
—De acuerdo, yo digo que vayamos a por la reina.
—Aceptemos las pérdidas —dijo con voz ronca el primer barabel, Tesar Sebatyne.
Sus compañeras de nido coincidieron con él y Luke empezó a preguntar alrededor del círculo. Aunque Han sentía que debían ir a por la reina, no podía dejar de aplaudir en silencio cada vez que alguien apoyaba el aceptar las pérdidas. Tenel Ka tenía razón al decir que un Maestro Jedi no podría guiar el grupo, lo que significaba que Anakin, y sin duda también Jaina, entregarían sus vidas en un plan casi tan demencial como intentar rescatar a Leia de los calabozos de la Estrella de la Muerte. Si los Jedi elegían aceptar las pérdidas, al menos Leia y él estarían cerca, en el Halcón, protegiéndolos hasta que los atrapara una manada de voxyn. Tarde o temprano alguien tendría que acabar con esa reina, pero no entendía porqué tenían que hacerlo sus hijos.
Para cuando la pregunta llegó al extremo de Leia, la opinión estaba dividida casi en partes iguales, inclinándose ligeramente por buscar a los voxyn.
Lando se inclinó hacia Han.
—Puedes respirar tranquilo, viejo amigo. Leia y Mara querrán ir a por la reina, pero Cilghal y Streen están en contra.
Aunque sabía que no había un jugador en la galaxia que supiera leer las caras mejor que Lando Calrissian, Han no se sentía tan aliviado como debería. La forma en que lo miraba Leia dejaba muy claro lo que pensaba del orgullo herido de Anakin, pero en ello había algo más que ira. Han estaba siendo egoísta y ella lo sabía, y sabía lo que su egoísmo podía acabar costándole a los Jedi.
—¿Han?
Pillado por sorpresa, Han apartó la mirada de Leia para clavarla en su cuñado.
—¿Sí?
—¿Tu opinión?
—¿La mía?
—Eres parte de esto. Puedes opinar.
Han volvió a mirar a Leia, y al ver la silenciosa súplica en sus ojos se preguntó cómo podía ser tan fuerte.
—Vale, dame un momento.
Cerró los ojos y, tras desear que alguien le enseñara una de esas técnicas de relajación Jedi, intentó calmarse respirando hondo. No le sirvió de nada, la verdad. Sabía porqué su hijo quería liderar esa misión, porqué había participado en todas las principales batallas Jedi desde que empezó la invasión, porqué había ido él solo a rescatar a Tahiri.
Por Chewbacca.
Por mucho que Anakin dijera otra cosa, todo era por Chewbacca.
—Papá —dijo Anakin—. Haz lo que creas correcto.
—No necesito que me digan eso, de verdad que no —abrió los ojos y se encontró con su hijo parado ante él. Empezó a coger al chico por los hombros, pero se dio cuenta de lo ridículo que sería abrir tanto los brazos y se limitó a cogerlo del antebrazo—. No tienes porqué hacer esto, ¿sabes?
—Lo sé —el dolor en el rostro de Anakin fue sustituido al instante por una energía alarmante—. Pero lo haré.
Han se volvió con la incómoda sensación de haber visto treinta años antes esa misma mirada orgullosa en el espejo, y encontró a Leia mirándolo con la boca abierta.
Se encogió de hombros y le dedicó una sonrisa ladeada.
—Crios. ¿Qué se le va a hacer?
—Asumo que estás a favor de ir a por la reina —dijo Luke.
Acabó la votación, que salió tal y como había predicho Lando, sólo que al estar Han a favor de la misión, se decidió ir a por la reina voxyn.
—Espero que todos los presentes apoyen esta decisión —dijo—. Haremos lo que haga falta para proteger a los inocentes, pero enviaremos un grupo de asalto a Myrkr.
Jacen se volvió hacia su hermano.
—Entonces, deja que sea el primero en presentarme voluntario.
—¿Tú? —Anakin fue el más sorprendido de todos—. Pero si estás en contra.
—Eso no importa. Nadie es mejor que yo con los animales. Vais a necesitarme si hay que rastrear a la reina o algo así.
—Cuando tienes razón, tienes razón, hermanito —dijo Jaina, poniéndose al lado de su hermano gemelo—. Y creo que estábamos de acuerdo en que yo también voy.
—Como si pudiera elegir —dijo Anakin con una sonrisa, volviéndose hacia los demás Jedi—. Si alguien quiere ser voluntario, que me vea luego, en cuanto hayamos trazado algo parecido a un plan.
Han sintió que le cedían las rodillas. Iban a ir, los tres, todos sus hijos, en la misma misión de locos, y él no estaría para protegerlos, ni siquiera podía acompañarlos porque no era un Jedi.
Leia no parecía más contenta que él. Estaba pálida, le temblaba el labio y aún así consiguió encontrar fuerzas para mantener la cabeza bien alta, y parecer orgullosa de sus hijos.
—Con una condición —dijo, volviéndose hacia Lando—. Quiero que tú los entregues.
Lando pareció sorprendido por primera vez en mucho tiempo.
—¿Yo?
—Eres el único que puede hacer funcionar esto —dijo Leia—. Sé que no te fui de mucha ayuda con Borsk, pero si haces esto…
Lando alzó las manos.
—Ya ha pasado el momento de los favores. Ayudaré en lo que pueda.