CAPÍTULO 14

El enorme droide bélico rotó doscientos grados sobre la junta de su cintura y apuntó a Raynar Thul con el extremo funcional de su brazo láser.

—Punto catorce del plan, recluta.

—No soy un recluta —Raynar vestía como siempre, con los colores de la casa comercial de su familia, en este caso bombachos escarlata, fajín púrpura y una túnica dorada que casaba con el color de sus erizados cabellos rubios—. No estamos en el ejército.

—Punto catorce —insistió 1-1A.

Raynar puso los ojos en blanco.

—La tripulación entra en la zona del comedor y captura a los Jedi. Punto quince: los Jedi deponen las armas.

—Los sables láser —corrigió 1-1A—. Y no le pedí el punto quince, soldado.

—No soy un soldado —dijo Raynar cansinamente.

Anakin y los dieciséis miembros de su grupo de asalto estaban sentados en los lujosos y cómodos sofás de la cubierta de observación del yate privado de Lando Calrissian, ensayando el plan que Anakin había trazado con Luke, Lando, su padre, su madre y la mitad de los Jedi de Eclipse. Había mil detallitos a memorizar, pero básicamente consistía en que la tripulación del Dama Fortuna «sorprendiera» a los Jedi cuando los yuuzhan vong subieran a bordo. Mientras los invasores se llevaban a los prisioneros, dos droides CYV saldrían por la escotilla de deshechos con una cápsula de equipamiento y se engancharían a la parte inferior de la nave transbordadora enemiga. Cuando volviera a la nave nodriza, los droides les acompañarían, ocultos por la misma nave transbordadora. Para asegurarse de que los droides no eran vistos, el grupo de asalto organizaría una distracción.

—Punto treinta y dos, señor.

Anakin se acordó de que el droide lo consideraba el oficial del grupo y alzó la mirada para encontrarse con su láser apuntándole a la cara.

Como de costumbre, mirar al negro túnel de la muerte le hizo enfocar sus pensamientos.

—Uso la Fuerza para abrir la armería y reparto las pistolas láser —dijo Anakin—. Las pistolas estarán almacenadas con la batería desconectada.

—Esta parte me preocupa —dijo Tenel Ka—. Seguro que los yuuzhan vong encuentran eso demasiado conveniente.

—Piensa en la alternativa —dijo Lando, entrando en la cubierta de observación—. Mi tripulación se habrá presentado voluntaria, pero no quiere morir sólo para que las cosas queden aparentes.

—Lo cual sólo prueba su argumento —dijo Ganner. Como el Caballero Jedi con más edad de a bordo, serviría de comandante señuelo para que Anakin pudiera guiar libremente, dentro de lo posible, al grupo en silencio—. Los yuuzhan vong no son estúpidos.

—No, no lo son, motivo por el que puedo colarles esto —dijo Lando—. Desconectar las baterías es un procedimiento de seguridad muy corriente, y que desde luego utilizaría todo el que fuera a traicionar a una nave llena de Jedi.

—Esto surgió cuando trazamos el plan —dijo Anakin—. Y a papá le pareció una buena idea.

Ganner se encogió de hombros y asintió, para alivio de Anakin. Servir de jefe y señuelo había sido sugerencia del propio Ganner, y la mayor preocupación de Anakin era que el anciano tuviera problemas para diferenciar los dos papeles.

—Tengo una pregunta —dijo Raynar.

—¿Por qué no me sorprende? —musitó Jaina.

Lando sonrió.

—Pregunta. Necesitas tener confianza en el plan.

—Las naves yuuzhan vong están vivas, ¿verdad? ¿Cómo es que ésta no sentirá que lleva los droides sujetos a ella?

—Sería como si un shenbit sintiera algo en su concha —dijo con voz ronca Bela Hara—. Una coraza no sirve de nada si sientes dolor cuando la golpean.

—Son conchas, no corazas —objetó Raynar—. Y si las naves están vivas…

—No están vivas en ese sentido —dijo Jaina—. Tienen cerebros, pero sólo controlan ciertas funciones, como los ordenadores de a bordo de nuestras naves. Y no sienten nada en la concha, al menos no lo sentía ninguna de las naves en que he estado.

—No pueden —dijo Jacen—. Para sentir algo necesitarían terminaciones nerviosas y cualquier terminación nerviosa de la cara externa de la concha quedaría congelada. Imaginaos descalzos en Hoth.

Esto pareció convencer a Raynar. Hizo una mueca y asintió en dirección a Lando.

—Gracias, ahora estoy convencido.

El CYV 1-1A rotó hacia Lowbacca.

—Punto treinta y tres, recluta.

Lowbacca rugió algo largo y grave que Anakin reconoció como una oferta grosera relacionada con un borrado de memoria. Eme Tedé, el droide traductor de Lowbacca aleteó hasta situarse ante él.

—¿Seguro que quiere decirle eso a un droide bélico, amo Lowbacca?

Cuando éste respondió con un gruñido, Eme Tedé se deslizó hasta situarse detrás de Tekli y emitió un chorreo de estática que hizo que al 1-1A se le iluminaran los fotorreceptores.

Lando se interpuso entre Lowbacca y el droide bélico.

—Es todo por ahora, Uno-Uno-A —dirigió a Lowbacca una mirada de hartazgo y se volvió hacia los demás—. Ya hemos transferido los dos CYV a vuestra cápsula de equipamiento, y Tendrá está en el puente con la tripulación, calculando la ruta a seguir.

—Estamos preparados —dijo Tahiri confiada—. Uno-Uno-A se ha ocupado de eso.

La expresión de Lando se volvió más severa.

—Uno-Uno-A es un droide. Puede ayudaros a entrenar y practicar, pero no puede prepararos, no para algo como esto.

—No estoy seguro de entenderte —aventuró Ulaha Kore—. Los ensayos han sido impecables. Vale que deberemos estar dispuestos a improvisar, como cualquier equipo que se precie, pero las previsiones actuales nos dan… un setenta y dos por ciento de probabilidades de éxito.

Anakin no quiso preguntar cuál era el margen de error. Seguía habiendo tantos imponderables que sospechaba que el péndulo podía desplazarse tanto para aumentar sus posibilidades por encima del cien por cien como por debajo del cincuenta.

Lando se sentó ante la bith y la miró a sus ojos cristalinos con la mirada más fría y dura que le había visto nunca Anakin.

—Lo que estoy diciendo no puede calcularse —miró a los demás—. Las cosas saldrán mal. Por muchas veces que lo ensayemos, por muy bien que lo planeemos todo, nada saldrá como esperamos. Tendréis que reaccionar con rapidez.

—Como en cualquier batalla —dijo Ganner.

—Esto no es una batalla, Rhysode. Métete eso en la cabeza —Lando miró a Ganner hasta que Ganner apartó la mirada, y no dejó de mirar con fijeza—. No vais como guerreros, sino como espías. Tendréis que hacer cosas que no os sentarán nada bien. Y no podréis echaros atrás. No podréis ni dudar.

—No lo haremos —fue Alema Rar quien dijo eso, y su mirada dijo a Anakin que al menos ella sí entendía lo que Lando les estaba diciendo—. Yo no.

Lando estudió a la twi’leko un momento antes de asentir.

—Tú has pasado por ello, lo sé —se volvió hacia los demás—. Fijaos en Alema. Hará lo que sea necesario, y vosotros deberéis hacer lo mismo.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Jacen—. ¿Que el fin justifica el medio?

—Está diciendo que sólo deben preocuparnos dos cosas —dijo Alema, la suavidad sedosa de su voz contradecía el acero de sus palabras—. La primera, completar la misión. La segunda, volver con vida.

—Eso lleva al Lado Oscuro —insistió Jacen—. Si no nos preocupamos por los métodos usados para alcanzar nuestros objetivos, no seremos mejores que el Emperador… o que los yuuzhan vong.

—Quizá sea así —admitió Alema—. Pero no podremos dar marcha atrás aunque el sendero que se abra ante nosotros sea oscuro, no por nuestro bien, sino por el de quienes caerán si fracasamos.

—Y por Numa y Lusa y Eelysa y todos a los que ya han matado los voxyn —añadió Raynar.

Alema recompensó su apoyo con una sonrisa vagamente prometedora.

—Por supuesto. Por ellos más que nada.

—No. La venganza lleva al Lado Oscuro —dijo Zekk—. No tomaré parte en algo así.

Todos se pusieron a hablar a la vez, Alema y Raynar argumentando que destruir a los voxyn y derrotar a los yuuzhan vong justificaba cualquier acto, Zekk diciendo que no sabían lo que decían, Jacen insistiendo en que estaba mal anteponer fines a medios. Aunque los demás parecían estar entre uno u otro bando, también hablaban alzando la voz, atrayendo a la discusión hasta a Eryl Besa y Jovan Drark, un rodiano imperturbable. Sólo parecían controlarse los barabeles, agrupados en una esquina, mirándolos con sus pupilas reptilescas estrechadas hasta ser rendijas verticales.

Anakin suspiró profundamente para sus adentros y notó que Lando lo miraba y se dio cuenta de lo inteligente que había sido su madre al elegir al tratante de armas para que los entregara al enemigo. Por sincera que fuera la advertencia de Lando sobre no dudar en combate, sus palabras ocultaban algo más. Sabía que el grupo de asalto acabaría teniendo esta discusión y la había provocado intencionalmente mientras aún podían aclarar la situación, y ahora esperaba a que Anakin la solventase.

—Silencio —Anakin esperó un momento, volvió a intentarlo y, al fracasar eso, gritó—. ¡Callaos! ¡Es una orden!

Su rudeza, y la Fuerza que usó para aumentar la voz, acabó llegando a los demás. Habló antes de que la discusión pudiera reanudarse.

—Nadie se va a pasar al Lado Oscuro en esta misión —miró a Raynar y Alema—. ¿Está eso claro?

—No quise sugerir que fuéramos a hacerlo —empezó a decir Alema en voz baja—. Sólo que no podemos echarnos atrás…

—¿Está eso claro?

A Alema se le rizó el lekku por las puntas, pero echó la mandíbula adelante y dijo:

—Por supuesto, Anakin.

Anakin sintió más que vio la extraña sonrisa que se pintó en la cara de Tahiri. Aunque ninguna de las mujeres Jedi del grupo le caía especialmente bien, Alema parecía desagradarle especialmente. Decidió dejar eso para otro momento y se volvió para mirar a Raynar con el ceño fruncido.

—Vale. ¿Quién querría hacer eso, de todos modos? —repuso éste, asintiendo.

Anakin aceptó esa respuesta y se volvió hacia Zekk y Jacen.

—Pero Lando tiene razón. Igual hay que hacer cosas que no nos gustarán, y hacerlas con rapidez. Si no podéis vivir con eso, quizá debáis coger el próximo carguero rumbo a casa.

—¿Qué clase de cosas? —preguntó Jacen—. Si hablamos ahora de los límites…

¡Jacen! —siseó Anakin—. ¿Puedes hacerlo?

En vez de contestar, Jacen buscó apoyos a su alrededor. Los encontró, claro, sobre todo en Zekk y Tenel Ka, pero Anakin empezaba a pensar que hasta el talento especial de su hermano para controlar animales no valía la discordia que llevaría al grupo. Miró a Lando en busca de guía, pero sólo encontró el rostro inexpresivo de un jugador veterano. Anakin tendría que resolver solo el problema; en el sitio al que iban no tendrían el consejo de los antiguos héroes de la Rebelión.

Anakin respiró hondo, empleando una técnica Jedi de relajación para despejar la mente y poder concentrarse. Jacen y él se habían ido distanciando a lo largo de la invasión yuuzhan vong, hasta llegar a un punto en que apenas podían hablarse sin un trasfondo de culpa y resentimiento. Era heridas que sólo ahora empezaban a curarse. Lo último que quería Anakin era apartar a su hermano del grupo y reabrirlas, pero tenía que pensar en la misión, y en todos los que participarían en ella.

Se volvió hacia su hermano:

—Jacen, quizá…

—¡Anakin, he estado pensando! —aunque el tono de voz de Jaina era entusiasta, Anakin pudo sentir su preocupación gracias a la Fuerza. Estaba casi tan preocupada por ese distanciamiento como sus hermanos y ahora se dirigía a los dos intentando reducirlo—. Ya sabéis que me tiene muy preocupada la ruptura.

—¿Sí? —respondió Anakin con precaución. Todos en Eclipse sabían cuánto valoraban los yuuzhan vong el romper la voluntad de sus prisioneros. Su mayor preocupación estaba en que sus «captores» pudieran empezar esa ruptura en la nave de trasbordo, que alguno del grupo no fuese capaz de soportarla y cediese antes de cruzar la frontera enemiga—. ¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando?

—¿Recuerdas cómo usamos la unión telepática en la Fuerza en el primer ataque yuuzhan vong a Dubrillion? —preguntó Jaina. Los tres hermanos se habían buscado en la Fuerza para compartir sus percepciones—. ¿Y si Jacen pudiera ayudarnos a todos a hacer eso?

Podríamos usar esa conexión para apoyarnos unos a otros mental y emocionalmente.

—Es un buen plan —dijo Tenel Ka—. Todos los interrogadores saben que el aislamiento mental es clave para romper la resistencia de una víctima.

Anakin vio el potencial de la idea, del mismo modo que veía lo desesperadamente que su hermana intentaba evitar que aumentara el distanciamiento entre Jacen y él.

—¿Cómo podemos hacer eso? —preguntó, precavido.

—He estado hablando con Tesar y sus compañeros de nido sobre las tácticas de combate de los Caballeros Salvajes —dijo Jaina con confianza, mirando hacia los barabeles—. Creo que podremos adaptar algunas a nuestra situación.

—Sí, éste cree que podemos —dijo Tesar—. Quizá hazta podamos uzar la conexión para crear una gran fuzión de combate.

Anakin alzó las cejas. Fusión de combate era como llamaban los barabeles a su increíble despliegue de cohesión durante la confusa batalla de Froz.

—Es una posibilidad interesante.

—Pero necesitaremos a Jacen —presionó Jaina—. Es el único con suficiente potencia empática para unirnos a todos.

«O para separarnos», pensó Anakin. Pero, a medida que estudiaba los rostros expectantes que lo miraban, se dio cuenta de que ya se había hecho buena parte del daño. Enviar a Jacen de vuelta no sólo decepcionaría a su hermana sino que alienaría a Zekk, Tenel Ka y muchos de los que compartían su preocupación por el Lado Oscuro. También aumentaría el distanciamiento entre ellos, y Anakin deseaba eso tanto como que le implantaran en la cabeza otra semilla esclava yuuzhan vong.

—Jacen, tendrás que hacer lo que yo te diga cuando lo diga —Anakin enfrentó la mirada de su hermano y la sostuvo—. Si algo te parece mal, yo seré el responsable de ello, no tú. Si no puedes vivir con eso, lo siento, pero no puedes venir.

Jacen sintió lo cerca que había estado Anakin de enviarlo de vuelta a casa y sabía que no debía dudar. Asintió y dijo:

—Confío en tu juicio, Anakin. De verdad que sí.