CAPÍTULO 6

La sala de mando de la flota de la Fuerza de Defensa de la Nueva República parecía más un galaxarium que una cámara del consejo. El holograma de la actual situación estratégica iluminaba la oscuridad del techo y docenas de despliegues tácticos flotando en la fosa inferior. El despliegue superior mostraba una representación simplificada de la galaxia, con una ancha banda de carmesí marcando la ruta de invasión de los yuuzhan vong. En sólo dos años, los alienígenas se habían abierto camino desde el Brazo Tingle hasta casi llegar al espacio bothano, con tres entradas claras en el Borde Interior en Fondor y en Duro. Un tercero, el que amenazaba Bilbringi, aún no había llegado a entrar en el Borde Interior, pero Leia sabía que sería pronto. Los invasores destruían naves más deprisa de lo que la Nueva República las construía, y ni siquiera Bilbringi era merecedor de una buena defensa. Se preguntó cuánta importancia le daría el CSMNR, Comité de Supervisión Militar de la Nueva República, a las vidas de los refugiados de Talfaglio. Se preguntó cuánto podrían permitirse darle.

Leia estaba menos que contenta de volver a encontrarse en Coruscant negociando en los retorcidos pasillos del poder, mientras se apoyaba en su hijo para avanzar por la entreplanta. Aunque había pasado más de un día desde que la dejó inconsciente la sangre nociva del voxyn, seguía necesitando apoyarse en algo al moverse, y se consideraba afortunada. Los noghri que habían recibido lo peor del ataque seguían en los tanques de bacta con daños graves en oídos y pulmones.

—Esto es reconfortante —dijo Jacen. Había viajado hasta allí para estar con su madre mientras Han viajaba a Eclipse con los cadáveres de los voxyn—. Si nos han dejado entrar es que nuestra reputación en el Senado no es tan mala.

—No te lo creas demasiado —dijo Leia—. Hay motivos tras los motivos por los que Borsk Fey’lya hace algo. Escucha con los ojos, Jacen, observa con los oídos.

Leia apenas miraba los hologramas tácticos que se desarrollaban bajo ella a medida que avanzaban. En Eclipse había una sala de situación menos elaborada que la mantenía al día gracias a una conexión secreta que le proporcionaba un oficial al mando amistoso, por lo que sabía que los hologramas mostrarían varias docenas de flotas orbitando a la espera, además de un número alarmante de batallas espaciales. La situación estaba así desde hacía casi todo un año, con los yuuzhan vong ensanchando despacio la banda de territorio ocupado mientras el avance principal seguía atascado en el Sector Corelliano.

Leia y Jacen pasaron ante un holograma que mostraba el trabajo frenético de los astilleros de Bilbringi, y un gran ascensor apareció a la vista tras una escaramuza menor cerca de Vortex. El propio Borsk Fey’lya iba en el ascensor, sus rasgos bothanos animales estaban retorcidos en una sonrisa de bienvenida, y su vello cremoso se retorcía con lo que Leia había descubierto hace mucho que era la forma en que su especie mostraba servilismo.

—Princesa Leia, nos honra.

—¿No ha podido encontrar un momento en la agenda para que un antiguo Jefe de Estado se dirija al Senado al completo? —preguntó Leia. La guerra iba mal, Fey’lya estaba perdiendo apoyos, y tratándolo con dureza Leia ganaría más aliados de los que perdería—. La guerra no puede ir tan mal.

La falsa sonrisa de Fey’lya se mantuvo congelada en su rostro.

—Me alegra ver que se ha recuperado tan pronto de su refriega con los matajedi —él mismo abrió la puerta, señal de lo frágil que se había vuelto su poder—. Oh, podríamos ponerla en la agenda si así lo desea, pero el CSMNR considerará antes su petición en sesión cerrada. Suba, por favor.

Leia soltó el brazo de Jacen y entró la primera en el ascensor, descendieron directamente a la platea donde conferenciaba el comité, y Leia fue directamente a la tribuna del orador. Varias hileras de senadores se sentaban en semicírculo ante ella.

—Gracias por venir —dijo Fey’lya, uniéndose a ella—. También damos la bienvenida a su acompañante Jedi.

—Jacen está aquí en calidad de guardaespaldas —dijo Leia, explicando la presencia de su hijo y dejando a un lado cualquier pregunta de por qué no habían enviado los Jedi alguien de mayor rango—. Esto no tiene nada que ver con los Jedi. Es un asunto exclusivo del COSERE.

—Por supuesto —dijo Fey’lya complaciente—. Hemos estudiado su informe. Desde luego es digno de la atención del CSMNR.

Precavida ante el inesperado apoyo del bothano, Leia preguntó:

—¿Y?

—Y, desgraciadamente, sí concierne a los Jedi —dijo la endulzada voz de una mujer—. ¿No son el motivo por el que los yuuzhan vong retienen como rehén a Talfaglio?

Leia se volvió para ver a una mujer esbelta de largo pelo negro levantándose de su asiento. Viqi Shesh era una senadora joven y sensual del mundo constructor de naves de Kuat que había utilizado la importancia de su planeta en el esfuerzo de guerra para conseguir un puesto en el Consejo Asesor y en varios asientos de primera fila en los comités supervisores más importantes. También había demostrado ser buena haciendo tratos y cambiando de lealtades con una facilidad que asombraba a los bothanos, y no dudaba en emplear su posición para obtener beneficios personales. Menos de un año antes, siendo administradora del Comité del Senado para Refugiados, COSERE, no había dudado en firmar un trato que la beneficiaba personalmente al desviar suministros vitales para los campos de refugiados de Duro. Leia no había conseguido reunir pruebas suficientes para que expulsaran a la mujer del Senado, pero había hecho que la cosa oliera lo bastante mal como para que la sustituyeran en el Comité. Era un misterio cómo había podido esa senadora sin escrúpulos conseguir un puesto en algo tan secreto, e influyente como el CSMNR, pero las primeras palabras de la kuati dejaban muy claro que Leia se había ganado una poderosa enemiga tanto para ella como para los Jedi.

Recurriendo a la Fuerza para que le diera energías, y paciencia, Leia miró a la senadora a los ojos.

—Cierto, los yuuzhan vong han amenazado con destruir el convoy si los Jedi no se entregan. Y no tengo ninguna duda de que, de hacerlo así los Jedi, la siguiente demanda de los yuuzhan vong sería que se el entregaran las fábricas de motores de Kuat.

—Nunca ha sido política de la Nueva República ceder a los chantajes —dijo Fey’lya, cortando hábilmente la discusión antes de que empezase—. La cuestión es ¿qué podemos hacer sin rendirnos?

—Creo que no podemos hacer nada —dijo Shesh, mirando a Fey’lya—. ¿Podemos ver el Sector Corelliano?

El bothano empleó un mando remoto para enviar la orden y el holograma giró para mostrar ese sector. El Sistema Corelliano estaba rodeado por una barrera de fragatas de la Nueva República, las que estaban en el lado de Duro brillaban ligeramente más para indicar que libraban escaramuzas contra un muro de naves sondas enemigas. Talfaglio estaba rodeado por un enjambre de patrullas yuuzhan vong compuestas por naves equivalentes a corbetas, con un único crucero situado en el centro para proporcionar apoyo. Pero más alarmante aún era el Sistema Jumus. Situado a sólo un breve salto hiperespacial desde Corellia o Talfaglio, se había convertido en residencia de gran parte de la flota que había capturado Duro.

—Como pueden ver, los yuuzhan vong esperan que intentemos romper el bloqueo —Shesh señaló el grupo demasiado pequeño de naves capitales que orbitaban Corellia—. En cuanto actuemos, se moverán y se apoderarán de este premio.

—No, si atacamos por detrás —dijo Jacen. Señaló sobre sus cabezas, trazando una ruta desde los lindes del Núcleo hasta la parte trasera del sector—. Si colamos tres destructores estelares por aquí, podremos barrer su bloqueo e irnos con el convoy antes de que puedan reaccionar.

—Eso sí que les enseñaría a no coger rehenes —dijo Kvarm Jia, un senador de barba gris procedente del Sector Tapani—. ¿Dónde encontraremos esos destructores estelares?

—Sí, ¿dónde encontraremos tres destructores estelares de los que podamos prescindir? —repitió Shesh, dispuesta a darle la vuelta al apoyo de Jia—. ¿O sugiere que sacrifiquemos otro mundo a la ineptitud Jedi?

Dos senadores se pusieron a hablar al mismo tiempo, se dieron cuenta de que sus opiniones eran enfrentadas y pasaron a intentar convencerse mutuamente, Fey’lya pidió orden, sólo para ser vituperado por los senadores de la coalición antijedi, que a su vez eran vituperados por los del bando de Jia. Pronto, todos los senadores se gritaban a la vez.

Jacen miró a su madre y negó con la cabeza consternado. Leia estaba más acostumbrada a la naturaleza rencorosa de la política republicana y se dedicó a contar cabezas y se dio cuenta enseguida que el Comité estaba dividido casi por la mitad. Le cogió el sable láser a Jacen, pues se había dejado el suyo con la esperanza de resaltar que se presentaba allí en nombre de COSERE y no como Jedi, y se volvió hacia Fey’lya.

—¿Puedo? —casi tuvo que gritar para hacerse oír.

El bothano asintió, y se apartó.

—Por favor.

Leia encendió la hoja, su luminosidad y su siseo característico redujo el tumulto a un silencio instantáneo. Contuvo una sonrisa ante este recordatorio del poder continuado de los Jedi y apagó la hoja.

—Por favor, disculpen el teatro —dijo, devolviendo el arma a su hijo—. No me he presentado ante ustedes buscando crear tal discordia en el seno del CSMNR. Es lo último que necesita la República. Puede que el Comité deba limitarse a votar la sugerencia de Jacen y acabar con esto.

—¿Votar ahora? —los ojos de Shesh se estrecharon—. ¿Para que su hijo y usted puedan usar sus trucos mentales Jedi?

Leia forzó una sonrisa tolerante.

—Esos trucos sólo funcionan en los de voluntad débil, y puedo asegurarle que ninguno del este Comité lo es.

El chiste provocó una risa que relajó la tensión en ambos bandos, y Jia se burló.

—A no ser que tema usted perder, senadora Shesh.

—No sería yo quien perdería, senador Jia, sino la Nueva República. Pero votemos, ya puestos.

Fey’lya fue a su estrado y autorizó la votación, y el cerebro droide anunció los resultados casi antes de que el último senador usara el panel de votación. Como esperaba Leia, la propuesta se aprobó por una escasa mayoría de dos votos, insuficiente para autorizar el ataque sin la aprobación de todo el Senado, pero suficiente para que Fey’lya empleara su autoridad dentro del acta de secretos militares para saltarse el riesgo de seguridad de una votación por el pleno del senado y «declarar» la mayoría necesaria. Dada la deferencia que había mostrado antes a Leia, ésta esperaba que hiciera precisamente eso.

Incómoda por encontrarse en deuda con un bothano, se volvió hacia él.

—¿Declarará la mayoría, jefe Fey’lya? Es su oportunidad de salvar un millón de vidas.

El vello de Fey’lya volvió a agitarse, traicionando lo débil que se había vuelto su posición como Jefe de Estado.

—Oportunidad para salvar un millón, o perder mil millones.

—¿Cómo? —Leia se sorprendió ante la ira de su propia voz. Igual se debía a la fatiga, o quizá a la sorpresa de haber calculado tan mal, pero se sorprendió intentando contener toda una retahila de invectivas que se le acumulaban en la punta de la lengua.

—Jefe Fey’lya, el plan es sólido…

—Y no he dicho que no —repuso él, alzando una mano—. Pero ya sabrá lo que significaría para nosotros la pérdida de tres destructores estelares. Podríamos perder otra docena de planetas —se mesó los cremosos mechones de la mejilla, antes de hablar con tono deliberadamente pensativo—. Solicitaré un estudio a los militares.

—¿Un estudio? —estalló Jacen—. ¡El convoy será escoria a la deriva para cuando lo acaben!

—Estoy seguro de que el general Bel Iblis acelerará el asunto —dijo Fey’lya con calma—. Hasta entonces, lo aplazaremos.

—¿Aplazarlo? —en su debilitado estado, Leia no estaba segura de poder mantener un tono educado. Conocía a Garm Bel Iblis, al que se había sacado de la reserva, como a Wedge Antilles, al empezar la guerra, y sabía que actuaría con rapidez. Pero ni siquiera él podría acelerar la lenta burocracia del mando, y no había garantías de que llegara a la conclusión esperada—. ¿Cómo va a conseguir un aplazamiento de los yuuzhan vong?

Fey’lya sonrió de un modo que Leia estaba segura que pretendía ser tranquilizador.

—Pediremos a Tsavong Lah un emisario para discutir la cuestión.

—¿Un emisario? —gritó Jia—. ¡Parecerá que pedimos condiciones!

Las orejas de Fey’lya se inclinaron hacia delante de modo travieso.

—Justamente, senador, y así ganaremos tiempo —el bothano se apresuró a dirigirse a Leia—. Pero, puede estar segura, princesa, de que sea cual sea la decisión del general Bel Iblis, le diremos al enviado sólo lo siguiente: las amenazas de los yuuzhan vong sólo fortalecen los lazos entre la Nueva República y sus Jedi.

Jin hasta llegó a sonreír.

—Un argumento que quedará más que claro cuando rescatemos a los rehenes.

—Y hasta si debemos dejar que mueran —añadió Shesh. Asintió dando su aprobación—. Creo que hay consenso, jefe Fey’lya.

El consenso sólo enfureció aún más a Leia; había trabajado con Borsk Fey’lya lo suficiente como para saber que sus planes sólo estaban a su propio servicio. Fuera lo que fuera lo que pretendía decirle a los yuuzhan vong, seguro que no permitiría que los Jedi se interpusieran en un arreglo que salvase su posición.

—Lo que hay, senadores —dijo con gelidez—, es un consenso de idiotas.

—¿Madre?

Leia sintió que Jacen acudía a ella mediante la Fuerza, bañándola en emociones tranquilizadoras, y ella se dio cuenta de lo joven que en realidad era su hijo. El Senado de la Nueva República estaba muy lejos de ser la institución inmaculada que él creía que era, y escaseaban los compromisos de buena fe descritos en las lecciones cívicas de C-3PO. El Senado era un club de personas sedientas de poder que muy a menudo veían su deber en términos de sus propios intereses, que medían su éxito por el tiempo que se aferraban al cargo, y hacían que Leia se avergonzara de haber jugado un papel tan importante en su creación. Giró sobre sus talones y ya habría entrado en el ascensor, incluso saltado a su interior, de no ser por el suave tirón telequinésico de su hijo.

Se cubrió alargando la mano hacia la puerta y diciendo:

—Ya he perdido con el CSMNR todo el tiempo que me importaba perder.

Borsk Fey’lya se puso delante de ella.

—No tiene motivos para ponerse así, princesa. La integridad del general Bel Iblis está fuera de toda duda.

—No es la integridad de Garm la que cuestiono, Jefe.

Leia usó la Fuerza para abrir la puerta detrás de Fey’lya, lo apartó a un lado y entró en el ascensor. Jacen acudió a su lado, con una mano preparada para cogerla al primer signo de debilidad.

Cuando llegaron al entresuelo y se dirigieron a la salida, él preguntó:

—¿Ha sido inteligente hacer eso? Ya tenemos bastantes enemigos en el Senado.

—Jacen, he acabado con el Senado. Otra vez.

Mientras hablaba, una calma inesperada la inundó. Empezaba asentirse más fuerte y menos cansada, más en armonía consigo misma, y supo que sus palabras se debieron a algo más que a la habitual frustración con los políticos. Había perdido el control con Fey’lya no porque estuviera débil y cansada, que lo estaba, sino porque su lugar ya no estaba en los salones del poder, ya no creía en el proceso que colocaba a burócratas egoístas en posiciones de poder sobre aquellos a los que juraban servir. La Fuerza la guiaba, diciéndole que la Nueva República había cambiado, que la galaxia había cambiado, y que, sobre todo, había cambiado ella. Había empezado a recorrer un nuevo camino y ya iba siendo hora de darse cuenta de ello y de dejar intentar seguir el antiguo.

Leia cogió a Jacen por el brazo y habló con voz más tranquila.

—No volveré a presentarme ante ellos o sus comités.

Jacen guardó silencio, pero su preocupación y tensión eran tan espesos en la Fuerza como el aire en un pantano de Dagobah. Leia lo rodeó con el brazo por la cintura, volvió a sorprenderse de lo alto que era ya su hijo de diecinueve años y tiró de él.

—Jacen, a veces puede ser peligroso esperar lo mejor de la gente —dijo con calma—. Borsk es el peor enemigo que tenemos en el Senado, y acaba de demostrarlo.

—¿Ah, sí?

Salieron de las salas del Comité y tomaron por el familiar pasillo.

—Piensa cuál es el motivo detrás del motivo. ¿Por qué querría Borsk hablar con un emisario yuuzhan vong? ¿Qué tiene para negociar con ellos?

Jacen dio unos pasos en silencio, y se detuvo cuando la respuesta acudió a él.

—A nosotros.