CAPÍTULO 8
La puerta se abrió a un sonido poco familiar de murmullos, y a Cilghal se le secó la piel. Los voxyn estaban muertos.
El Halcón Milenario se había alejado del Dulce Sorpresa con la escotilla de emergencia abierta y la bodega de popa expuesta al frío espacio. Las criaturas se habían envuelto en capullos de escamas y sobrevivido a la descompresión resultante. Hasta soportaron por un tiempo el vacío sumiéndose en hibernación. Pero el frío había acabado por matarlas. Han mantuvo todo el viaje la bodega en un vacío sellado y cercano al cero absoluto y, para cuando llegaron a Eclipse, los voxyn estaban congelados. Cilghal sondeó con la Fuerza sus estructuras moleculares para encontrar reventadas todas las células de su cuerpo. Confirmó sus hallazgos con una sonda ultrasónica y un escáner térmico, realizando luego una docena de diferentes bioexploraciones en sus carcasas congeladas en el espacio en busca de algún signo de vida. Y lo había repetido todo, sólo para asegurarse, cortando sus garras de la cubierta de duracero del Halcón tras confirmar los resultados. Tenían que estar muertas.
Aún así, Cilghal no pensaba arriesgarse, no con criaturas que escupían un ácido que corroía la carne, aturdían a sus presas con descargas sónicas, cuya sangre se volvía una neurotoxina al entrar en contacto con la mayoría de las variedades de aire y cuyas patas tenían almohadillas que albergaban un centenar de letales retrovirus. Estaba demasiado cansada para analizar la situación, últimamente demasiado propensa a cometer errores como para arriesgar la vida de todos los que estaban en Eclipse. Cilghal retrocedió en silencio y salió por la puerta, sacó el comunicador de un bolsillo y se lo llevó a los labios.
El lastimero gemido de un wookiee brotó de la sala, y fue consciente de una extraña pesadez en la Fuerza. Se dio cuenta con un sobresalto que el sonido que había oído era un sollozo.
El sollozo de un humano.
Cilghal miró por la puerta y vio una hilera de jóvenes Jedi al otro lado de la habitación, mirando al almacén de tejido congelado a través de un panel de observación de transpariacero. En un extremo del grupo estaba Anakin, alto, desgarbado y con los hombros anchos de esa manera que tienen los machos humanos cuando pasan de la adolescencia a la edad adulta, reconocible hasta de espaldas por la despeinada melena color arena. A su lado estaba, como siempre, Tahiri, pequeña y esbelta con pelo rubio muy corto, los pies desnudos como acostumbraba, sujetando su calzado con una mano y el brazo de Anakin con la otra. El gemido del wookiee provenía del otro extremo de la fila, donde Lowbacca estrechaba la delgada forma de Jaina Solo con su peludo brazo rojizo. Al lado estaban Zekk y Tenel Ka, siendo el primero un joven enjuto y nervudo con el descuidado pelo negro llegándole a los hombros y la segunda una belleza esbelta de pelo color óxido y un brazo amputado justo encima del codo. Y más o menos en el centro estaba aquél a quien Cilghal había oído llorar, el rubio Raynar Thul, apretando con los puños el transpariacero, y los hombros subiendo y bajando a medida que lloraba.
Cilghal se mantuvo fuera, intentando decidir si recoger otra muestra de tejido justificaba la intrusión. Los jóvenes Caballeros Jedi formaban un grupo muy cerrado al haber pasado muchos de sus años de formación estudiando en la Academia Jedi de Luke en Yavin 4. Se habían enfrentado juntos a secuestradores imperiales, implacables organizaciones criminales de Jedi Oscuros y más peligros de los que podía enumerar la médico mon calamari. No le pareció correcto interrumpir su reunión, fuera lo que fuera lo que les apenaba.
Empezó a retroceder, pero su presencia no había pasado desapercibida. Tenel Ka se volvió y fijó en ella los enrojecidos ojos.
—No te preocupes por nosotros. No estamos aquí para interrumpir tu trabajo.
Insegura de qué hacer, al sentir en la Fuerza la angustia de los compañeros, Cilghal entró en la habitación y se dirigió al armario donde tenía el criotraje que necesitaría para recoger las muestras.
—¿Ha muerto alguien más? —preguntó, temiendo la verdad aunque la había adivinado.
—Lusa —dijo Anakin, con voz rota. Lusa era una de sus mejores amigas en la Academia de Yavin 4, una chironiana amante de la naturaleza. Anakin hizo un gesto vago en dirección a los cuerpos congelados en el almacén de tejidos—. Un grupo de voxyn acabó con ella.
—Acabamos de enterarnos por el subespacio —añadió Tahiri—. Estaba en su casa, corriendo por un prado.
—Se suponía que estaba a salvo —añadió Jaina, apartando por fin la cara del vello de Lowbacca—. Chiron está muy lejos de los yuuzhan vong.
Cilghal sintió una punzada de culpa.
—Siento ir tan despacio. He aprendido mucho de estas criaturas, pero nada que pueda usarse.
Raynar murmuró una sugerencia de que podría trabajar más. El respeto por su dolor hizo que Cilghal simulara no oírla mientras se ponía el criotraje.
Lowbacca no fue tan generoso, gruñendo con suavidad y reprochando al joven Jedi su grosería. Raynar empezó a replicar algo, pero la garganta le falló y se volvió hacia el almacén de tejidos.
Jaina se apartó de Lowbacca y dio a Raynar unas palmaditas en el brazo antes de volverse hacia Cilghal.
—Perdona a Raynar. Lusa y él eran muy amigos —aunque Jaina tenía los ojos hinchados por el llanto, Cilghal pudo notar que su furia nacía de la ira—. Nadie está enfadado contigo. Matan a los Jedi y el Senado nos culpa por perder la guerra. A veces creo que deberíamos emigrar a las Regiones Desconocidas y dejar a la Nueva República a merced de los yuuzhan vong.
—Lo entiendo —dijo Cilghal. La pena, sobre todo la de los jóvenes, debía tener un desahogo o acababa consumiéndote—. Pero, ¿qué haremos cuando los yuuzhan vong vayan a buscarnos allí?
Los ojos de Jaina se endurecieron, pero asintió.
—Lo sé, y tampoco hay garantías de que los Chiss nos acogiesen.
—Entonces supongo que habrá que encontrar el modo de defender esta parte de la galaxia —Cilghal casi se cae al meter la pierna en el criotraje—. Si podemos.
—¿Estas criaturas tienen algún punto débil? —preguntó Tahiri—. Los pueblos de las arenas dicen que todos tienen un punto débil, todos menos ellos.
—No he encontrado ninguno en los voxyn —respondió Cilghal—. Como sospechábamos, son medio de esta galaxia y medio yuuzhan vong, pero no he conseguido ir más allá. Hay tantas cosas que carecen de sentido.
—Estás cansada —dijo Tenel Ka, sosteniendo uno de los enormes brazos del traje—. Te ayudaré.
—A lo mejor deberías descansar —dijo Anakin volviéndose, mostrando ojos tan rojos como los de Tenel Ka—. Es muy difícil pensar con claridad cuando uno no se tiene en pie.
Cilghal sonrió ante su preocupación.
—Tienes razón, por supuesto, pero no me animo a dormir mientras otros mueren —metió el brazo por la segunda manga—. Debo seguir trabajando.
—¿Podemos hacer algo? —preguntó Tenel Ka—. Tenemos turno de guardia en una hora, pero…
—Podéis observar —dijo Cilghal—. Podéis decirme cómo es que sigo contaminando las muestras.
—¿Contaminándolas? —preguntó Tahiri—. ¿Qué quieres decir?
—Sus códigos genéticos siempre son iguales. No es el equipo, porque lo he comprobado, así que debo contaminar las muestras cuando las recojo.
Tenel Ka intercambió miradas con sus amigos, y posó una mano en el brazo de Cilghal para que no se cerrara el traje:
—¿Cuántas veces lo has hecho?
—Cuatro —dijo Cilghal.
—¿Y el código es siempre el mismo? —preguntó Jaina—. ¿Exactamente el mismo?
Cilghal asintió, intentando adivinar adonde querían llegar los jóvenes Jedi.
—Hasta cuando es Tekli quien recoge las muestras —Tekli era su aprendiz, una joven chadra-fan no mayor que Jaina—. En algún momento cometemos sistemáticamente el mismo error.
—¿Y si no es así? —preguntó Tenel Ka.
Una oleada de cansancio invadió a Cilghal y negó con la cabeza.
—Lo cometemos. No hay dos secuencias genéticas idénticas. Siempre hay diferencias.
—No siempre —dijo Jaina.
Cilghal frunció el ceño y sintió como su piel se iluminaba y adquiría un color verde pálido.
—¿Clones? —jadeó—. ¡Están clonando los voxyn!
—¿Por qué iban a hacer eso? —preguntó Tenel Ka—. ¿No tendría más sentido criarlos?
—Quizá —de pronto Cilghal estaba muy despierta, sus pensamientos volaban a la velocidad de la luz—. A no ser que sólo tengan uno.
La excitación iluminó los ojos de Anakin, o quizá fuera la determinación.
—Eso sí que sería un punto débil.
—Pero todos esos voxyn provenían de la misma nave —observó Tenel Ka—. ¿Cómo podemos saber que una camada de otra nave no provendría de otro?
Cilghal lo meditó un momento, repasando todas las pruebas diferentes que había hecho, tanto científicas como con la Fuerza. Y llegó a una única conclusión.
—No hay manera de estar seguros —dijo—. No con un solo grupo de muestras.
—Entonces necesitamos más muestras —Anakin ya estaba medio fuera en la puerta cuando se dio cuenta de que Tahiri era la única que lo seguía. Se volvió hacia los otros—. Las necesitamos ya.