CAPÍTULO 15

Los gráficos enloquecieron y Danni se vio aplastada contra su asiento antigravedad cuando Wonetun hizo un giro muy cerrado. Wonetun era un sólido reptiloide brubb del mundo de alta gravedad de Baros y solía mantener los compensadores de inercia al 92 por ciento porque le gustaba saber cuándo temblaba el bombardero; prefería que un tripulante se mareara o desmayara por unos segundos a forzar las juntas del viejo casco. Danni forcejeó por alejar el color púrpura de su campo de visión y se esforzó por ver los gráficos de la pantalla. Seguían dando saltos. Lo cual no significaba que hubiera resuelto el enigma; pero significaba algo, aunque Saba Sebatyne no le hubiera dicho que había algún yammosk cerca.

Los artilleros vaporizaron los coralitas con una ráfaga de fuego intermitente procedente de los grandes cañones láser del bombardero, y Danni sintió en la piel un picor nacido de la aprensión. Aún así, resistió la tentación de apartar la mirada de los instrumentos. Los gráficos subían y descendían de forma tan intermitente que parecía sospechosamente elaborada y no podía permitirse distracciones. Sus dedos volaron sobre los paneles de control, definiendo el barrido de los sensores y activando los grabadores.

—Saba, ¿podría haber allí un yammosk? —seguía sin apartar la mirada de los instrumentos—. Por favor, dime que hay un yammosk.

—Oh, sí, sí que hay un yammosk. De ezo no hay duda —el tono de Saba era distraído y ella no parecía comprender lo que significaba la pregunta de Danni. Se dirigió al comunicador del bombardero—. Caballeros Salvajes, preparados para volver al Hombre Alegre. Nos desviaremos a la izquierda cuando ésta dé la señal…

Danni se preparó. El Hombre Alegre no era el atestado bombardero en que viajaba, sino el carguero rápido estacionado a cierta distancia de allí, en un conglomerado de polvo espacial. El escuadrón lo utilizaba de base móvil, además de para transportar al combate a vigilantes y aulladores carentes de hipermotor.

—Tres, dos, ¡ya!

Danni luchó por mantener la mirada fija en las pantallas de datos mientras Wonetun hacía girar el bombardero. Varios gráficos más saltaron a lo más alto, deteniéndose ahí un instante, antes de bajar de golpe a casi cero. Cuando las constantes que no había dejado de mirar reaccionaron con un chaparrón de oscilaciones, Danni desechó las coincidencias. Estaba viendo un código de comunicaciones, no un remolino gravitacional perdido.

Saba debió notar su excitación en la Fuerza, porque la barabel le habló con su voz ronca.

—¿Has dezcubierto algo, Danni Quee?

—Eso creo —el casco del bombardero vibró cuando se abrieron las troneras de los artilleros—. Modulación gravitacional. Así es como se comunican los yammosk.

—Ah —eso para la barabel era casi un grito de excitación. Fogonazos carmesíes llenaron el interior de la nave cuando las bolas de plasma empezaron a estallar contra los escudos—. Si ézta puede hacer una sugerencia, deberías abrir un canal de comunicaciones para que esa información no se pierda.

Danni apartó los ojos de las pantallas de gráficos.

—¡Sables Sith!

Lo que al principio parecía todo un anillo de asteroides se estaba curvando en el espacio para interceptarlos, y los nodulos que eructaban plasma en los monolitos más cercanos permitió que los identificara enseguida como una flota enemiga. No podía creerse que los Caballeros Salvajes se merecieran semejante despliegue, y entonces se dio cuenta de que no se lo merecían.

El escuadrón llevaba unos días actuando en un cuello de botella cerca del mundo minero de Arkania, emboscando a las corbetas yuuzhan vong que abandonaban la zona de guerra. Habían supuesto que esas patrullas sólo exploraban las posiciones de la Nueva República, pero ahora era evidente que preparaban una ruta de invasión. Danni no necesitaba una holografía galáctica para saber que la captura de Arkania dejaría a los yuuzhan vong muy cerca de la Ruta Comercial Perlemiana y de la Vía Hydiana, y en posición de amenazar a buena parte de la región de las colonias. Abrió el canal de transmisión de datos al Hombre Alegre, y añadió una alerta urgente por la banda de emergencia subespacial.

La vanguardia de la flota disparó una andanada de proyectiles de magma, obligando a Wonetun a llevar al bombardero a toda una serie de giros y vueltas de las que revuelven el estómago. Saba le ordenó que pusiera el compensador de inercia al máximo para poder seguir consciente. La flota enemiga estaba ya tan cerca que parecía un enorme chorro de coral yorik.

Uno de los bultos más grandes abrió la nariz y vomitó grutchins, insectos de medio metro semejantes a saltabarrios. Los artilleros del bombardero cambiaron de objetivo y lanzaron una andanada de disparos láser al paso de las criaturas. Esas cosas podían comerse un casco de titanio en sólo unos segundos.

—Eze es nueztro objetivo —dijo Saba por el comunicador—, el crucero en la parte inferior de la formación. ¿Lo veis?

—¿El del final? —intervino Drif Lij, piloto de uno de los viejos Ala-X T-65 del escuadrón.

—No, eze se lo ezperarían —repuso Saba—. Tres naves más adentro. El que se ha adelantado un poco.

—Visto —replicó Drif.

Un chorreo de klics por el comunicador confirmó que todos los demás también lo habían visto, y Danni sintió que el miedo del escuadrón se transformaba en resolución.

—Brillobola en cinco, cuatro…

Izal Waz, un artillero arcona con una fea adicción a la sal, dejó de disparar y se desplazó al interior. Aunque sus ojos compuestos eran incapaces de distinguir las formas, su sensibilidad al movimiento lo convertía en el mejor artillero del escuadrón. Mientras Saba continuaba con su cuenta atrás, los ojos dorados se volvieron vidriosos y distantes, como cuando tenía un viaje con sal, y las venas de su cabeza en forma de yunque se hincharon con la concentración.

—Ya —dijo Saba.

Una brillante esfera blanca envolvió al bombardero. «Sobrecarga de los escudos», pensó Danni, pero Wonetun enderezó la nave y aceleró. Cuando ninguna bola de plasma atravesó el casco, miró fuera y descubrió que el escuadrón viajaba camuflado dentro de un orbe brillante como el sol.

—¿Qué es esto? —jadeó Danni.

—¿Has visto soles fantazma? —preguntó Saba.

—¿Parheliones? Claro —dijo Danni—. A veces de dos soles a la vez.

—Ezto es como ezo —explicó Saba—. Izal Waz lo llama su brillobola. Hace acopio de luz con la Fuerza.

Danni miró a Izal con nuevo respeto.

—¿Y qué hace eso?

—¿Qué hace ezo? —siseó Saba en respuesta—. Nos oculta. ¿No bazta con ezo?

La esfera debía tener ya un kilómetro de diámetro, pero los Caballeros Salvajes se mantenían pegados al bombardero, una docena de formas fantasmales agrupando sus defensas. El Ala-X de Drif estaba a pocos metros de distancia. Sus motores de iones proyectaban efluvios azules a la brillobola, alimentando la intensidad del brillo general. Las bolas de plasma y los proyectiles de magma continuaron atacando ciegamente la brillobola, pero la mayoría fallaba por amplio margen, y las que pasaban cerca eran eliminadas por la defensa combinada de los Caballeros Salvajes.

—¿Tiene ya el Hombre Alegre suficientes datos? —preguntó Saba.

Danni comprobó sus instrumentos. Los gráficos saltaban como locos.

—Esto es muy bueno —dijo—. Cuanto más estemos aquí, mejor.

Las pupilas en forma de diamante de Saba se estrecharon.

—¿Pero tienen suficiente?

Danni hizo un rápido cálculo estadístico de memoria, y luego asintió.

—Nos vendría bierfmás información, pero…

—Debemos enzeñarte a pilotar un Ala-A, Danni Quee. A los Caballeros Salvajes les vendría bien tener a alguien tan loca como tú —repuso Saba por el comunicador—. Saltacortos al Hombre Alegre.

Nos vemos en casa.

Los dos aulladores y los tres vigilantes del escuadrón se dirigieron al carguero al abrigo de la brillobola en expansión.

—Uzad senzores pazivos, no lázeres —ordenó Saba. Se volvió hacia Danni y señaló a Izal que seguía en trance en la torreta del cañón superior.

—Cambiad de sitio. La brillobola requiere toda su concentración.

Danni miró al gran arcona, intentando imaginar cómo podría mover a alguien que le doblaba en tamaño sin romper su concentración.

—Esto…, no creo que pueda levantarlo. Igual tú.

—Ésta puede, pero te ha dicho que lo hagas —Saba la miró fijamente por un ojo negro—. Eres Jedi, Danni Quee. El tamaño no importa.

Danni tragó saliva. Llevaba casi dos años estudiando la Fuerza, pero nadie parecía capaz de explicarle la teoría que había tras ella, hasta Luke hablaba de sentir y hacer, nunca de cómo o porqué, y seguía siendo la última solución que acudía a su mente. Entre los labios de Saba asomó una lengua impaciente. Danni respiró hondo para relajarse y se imaginó al alto arcona dejando su asiento para ir a parar al que tenía ante ella, y entonces buscó con la Fuerza y lo hizo.

Para su alivio, Izal se cambió de asiento como si se hubiera movido él, y la brillobola siguió intacta. Danni empezó a subirse a la torreta como le habían ordenado, pero Saba la cogió del hombro y la hizo bajar.

—¿Nunca entrenas, Danni Quee? —dijo subiéndose ella a la torreta—. Ésta nos salvará sola. Mira. Aprende.

Danni no lo entendió, hasta que un momento después una andanada de proyectiles de magma fue a por ellos y sintió el corazón en la garganta. Sintió que los artilleros de los Alas-Y conectaban con la Fuerza y se daban un codazo amistoso y entonces dejó de haber tiempo para preguntas. De pronto apareció una espiral carmesí, haciéndose más y más grande. Saba empujó mentalmente y la hizo pasar a varios metros por encima de su torreta. Alguien redireccionó un grutchin y Danni se pasó la siguiente eternidad viendo como la barabel empleaba la Fuerza para empujar, levantar y girar los proyectiles yuuzhan vong.

—¿Qué dice ahora tu máquina, Danni Quee? —preguntó al final Saba—. ¿Ha visto nuestro truco el yammosk?

Danni se asomó a mirar su pantalla. Las lecturas de gravedad subían y bajaban.

—Lo mismo que antes. El yammosk parece dar órdenes, y todo lo demás está en silencio. No tengo ni idea de lo que significa eso.

Saba enseñó los dientes como agujas y siseó satisfecha.

—Ezo significa que cree que nos tiene cogidos —bajó de la torreta y empujó a Danni de vuelta al asiento del artillero—. Prepara todas las armas. Aminorar y soltar el bloque a la señal de ésta. Tres, dos…

Danni apenas había conseguido subir a la torreta antes de «ésta». La escotilla de la bodega se abrió de golpe, expulsó dos toneladas cúbicas de duracero, y el bombardero redujo la marcha de golpe, haciendo que se diera de cabeza contra la cúpula de transpariacero. Se agarró a los gatillos del cañón y se elevó con la Fuerza hasta el asiento del artillero. En el exterior, la esfera solar de la brillobola ya se estaba reduciendo de tamaño, dejando atrás una cola de cometa de proyectiles de magma, bolas de plasma y grutchins.

Un carraspeo de victoria brotó de la cubierta principal del bombardero, donde Saba estaba parada ante el panel de instrumentos, agitando los escamosos hombros mientras veía bailar los gráficos de datos.

—Oh, eso les ha pillado por sorpreza —siseó—. Les ha pillado de lleno.

Una bola de plasma estalló contra los escudos y por el altavoz se oyó la voz de Drif.

—Danni, tenemos a los hostiles detrás.

—Perdón.

Giró la torreta para ver a los cazas de los Caballeros Salvajes haciendo un bucle para enfrentarse con media docena de coralitas. Apretó los gatillos, señalando más que apuntando, y sintió que los cañones láser gemelos cobraban vida. Largas rayas carmesíes mancharon la oscuridad estrellada, obligando a los coralitas a girar y apartarse en su descenso a por el escuadrón.

El bombardeo dio un salto hacia delante y Wonetun anunció:

—El crucero quiere acabar con nuestros escudos.

—Escuadrón, en formación con el bombardero a la señal de ésta —dijo Saba—. Cinco…

El bombardero saltó hacia atrás.

—Hemos perdido los escudos —dijo Wonetun.

—¡Dos-uno-ya! —acabó Saba.

El bombardero aceleró. Los cañones de Danni enloquecieron, acertando por pura suerte a un coralita y reduciéndolo a guijarros. Los Ala-X y Ala-Y giraron hacia atrás para rodear el bombardero, y proteger a la nave más grande con sus escudos.

—Sigue disparando, Danni —urgió Drif—. Tú nos cubres las espaldas.

Danni movió los cañones hacia el bulto más grande del cielo, el análogo a una corbeta que se inclinaba para cortarles el paso, y apretó los gatillos. Sus rayos carmesí fueron directos a su morro, y desaparecieron en un agujero negro. Atacó el casco a plena potencia, atacando y parando, atacando y parando. Los escudos continuaron deteniendo sus ataques, pero la corbeta empezó a quedarse atrás al tener que dedicar sus dovin basal a la protección de la nave.

Danni disparó unos segundos más, hasta que la batalla se acercó demasiado al crucero enemigo y la corbeta y los coralitas abandonaron el combate. Danni giró los cañones hacia delante. La brillobola estaba a sólo doscientos metros de distancia, tan grande como un cometa de clase tres, y el crucero yuuzhan vong llenaba el espacio que había más allá, como una silueta desigual tan grande como algunas lunas, escupiendo plasma y magma contra la brillobola. La esfera dorada fue reduciéndose a medida que los escudos de la nave dirigían contra ella una de sus singularidades.

—Preparad proyectiles y torpedos. En abanico —ordenó Saba—. Ezperad… ezperad…

La brillobola se distorsionó y desapareció con un parpadeo, e Izal se desplomó exhausto sobre la cubierta. El crucero yuuzhan vong se sumió en una ominosa oscuridad mientras sus artilleros luchaban por recalibrar sus armas. Los Caballeros Salvajes lanzaron una segunda, y una tercera, andanada de proyectiles de impacto y de torpedos de protones, y, de pronto, la negrura que había delante se llenó de rastros en espiral de iones y ondulantes rastros de plasma.

—Ozcurece el tintado de las ventanillas —Saba usó la Fuerza para levantar a Izal hasta un asiento, y luego se volvió para ponerle la red de seguridad—. Preparados para el impacto.

—¿El impacto? —gritó Danni, cogiéndose a la red de seguridad—. ¿Vas a embestirlo?

—¿Embeztirlo? —Saba explotó en un ataque de siseos y hasta Wonetun temblaba de risa—. ¡Qué loca eztas, Danni Quee!

Entonces Danni recordó el bloque, el bloque que los yuuzhan vong no podían haber visto al capturar la brillobola, las dos toneladas de duracero aceleradas a un porcentaje no pequeño de la velocidad de la luz. La energía del impacto equivaldría a la masa multiplicada por la velocidad al cuadrado, dividido por…

Danni aún hacía cálculos cuando el espacio se volvió blanco.