7
Jessie gritó, sorprendida pero encantada de que él hubiera respondido a su provocación.
—Acabas de complicarte mucho las cosas —la amenazó Ramsay, haciéndola caer en el catre junto a él.
Se había despertado con muchas ganas de meterse en su cama, y decidió que lo mejor sería un enfoque directo. Y ¿qué más directo que acercarse a él desnuda? Su plan era sorprenderlo y meterse bajo las sábanas antes de que tuviera la oportunidad de recuperarse. En segundos lograría excitarlo. No podía fallar. Se había armado de valor para presentarse de esa manera. No estaba acostumbrada a desnudarse delante de los clientes, pero le había parecido que valdría la pena. Le costaría más resistirse a ella si le dejaba las cosas tan claras.
Sin embargo, la sorprendida había sido ella. Ramsay la había atacado sin darle la oportunidad de reaccionar.
¿A qué demonios se referiría con eso de que se había complicado las cosas? A ella no se lo parecía. Su cuerpo cantaba de alegría ante la reacción de él. La había tumbado boca arriba y la mantenía clavada a la cama con una mano en la clavícula. Los ojos le brillaban divertidos. ¿Se estaba burlando de ella?
No era eso lo que había previsto al ir a su habitación. No quería estar quieta, pasiva. Pero no podía moverse. En esa posición, los pechos se alzaban con descaro y sus partes íntimas quedaban expuestas ante los ojos de él. Trató de liberarse, sin conseguirlo.
Sujetándola con más fuerza, Ramsay le recorrió el cuerpo con la mano que le quedaba libre. No eran caricias delicadas. Le frotaba y le apretaba todas sus partes sensibles con brusquedad. Aunque sus palabras la habían puesto en guardia, el roce de sus manos la estaba enloqueciendo. Los pezones se le endurecieron y el coño se le humedeció rápidamente.
—Eres tan dominante… —murmuró ella, incapaz de disimular su placer.
—Pues no entiendo por qué me cuesta tanto hacerte obedecer mis instrucciones —replicó él con sarcasmo.
Ramsay siguió masajeándole los pechos hasta que sus jadeos aumentaron de intensidad. Entonces se detuvo bruscamente.
Jessie contuvo el aliento.
—Levántate.
Al ver que ella no se movía, la empujó, haciéndola rodar hasta que se cayó de la cama. Jessie apoyó entonces las manos en el colchón y empezó a incorporarse, pero antes de conseguirlo del todo, él se levantó de un salto y se colocó a su lado.
—Ya que estás tan impaciente por continuar tu formación esta mañana, empezaremos la lección antes de desayunar.
Ella se volvió hacia él, confusa.
—¿Qué quieres decir?
Él levantó las cejas.
—Ni siquiera te has vestido, cariño. Has venido directamente. Supongo que eso quiere decir que estás impaciente por seguir avanzando en tu formación. Me parece admirable.
—Yo…
Él le puso un dedo en los labios, haciéndola callar. Sus ojos brillaban, traviesos.
Jessie tragó saliva con dificultad y le apartó el dedo de la boca.
Ramsay la sujetó por los hombros.
En ese momento, ella sintió el roce de su verga erguida contra el vientre. Su cuerpo entero lo celebró. ¡La deseaba! Envalentonada por la prueba de su deseo, bajó la mano y le acarició el miembro mirándolo con descaro.
—¿La clase que quieres que demos es la que mencionaste anoche?
—Exactamente.
Jessie se detuvo en seco, cosa que él aprovechó para cogerle la mano y apartarla.
—Empezaremos ahora mismo. —La intensidad de su mirada le dijo que no sería buena idea desobedecer sus órdenes—. Luego ya nos ocuparemos de resolver los problemas que se vayan alzando ante nosotros —añadió él, bajando la mirada. Al hacerlo, se topó con los pezones endurecidos de la muchacha, que parecían estar observándolo descaradamente.
Esa mirada hizo que a Jessie le diera vueltas la cabeza. Se encontró dividida entre las ganas de desobedecerlo y las de someterse a su dominio. Las reacciones de su cuerpo eran muy intensas, como nunca las había sentido hasta ese momento. Notaba oleadas de calor, y se sentía débil, como si el deseo le estuviera sorbiendo las fuerzas. Si se sometía, ¿aprobaría él su actitud y se rendiría de una vez al deseo que obviamente también sentía? Eso esperaba. Aferrándose a esa esperanza, asintió y respondió en tono sumiso:
—Sí, señor. Iré a vestirme ahora mismo.
Se volvió para marcharse, pero él se lo impidió, agarrándola por la muñeca.
—No, empezamos ahora mismo.
Jessie estaba cada vez más confusa. ¿No pretendería…?
Miró hacia abajo. El pene de Ramsay estaba más largo y grueso que hacía un momento, y tan erecto que le rozaba el vientre.
—Pero… pero ¡estamos desnudos!
—No es culpa mía. Eres tú la que te has presentado así. —Con una sonrisa engañosamente amable, la condujo hacia la mesa.
Dolida, Jessie recordó lo que él había dicho la noche anterior sobre sus modales.
Con un gesto, él la invitó entonces a sentarse.
—Si puedes mostrarte humilde e inocente mientras estás desnuda, habrás hecho un gran avance. Será una muestra de tu capacidad de actuar.
—Te estás burlando de mí. —Horrorizada, Jessie señaló con la cabeza su erección, que le recordaba a un mástil—. ¿Cómo voy a mostrarme inocente delante de semejante cosa?
Volvió a clavar la vista en el miembro erguido, como hipnotizada.
Nunca se había topado con un hombre tan testarudo. No entendía su resistencia. Su negativa a llegar al éxtasis cuando tenía la oportunidad rayaba casi en la obsesión. Pero, por desgracia, parecía que hablaba en serio. Al parecer pretendía instruirla sobre buenos modales en la mesa a pesar de que estaba duro como una piedra y más que listo para un buen revolcón. Ese hombre parecía empeñado en torturarla.
De pie ante ella, Ramsay apoyó las manos en la mesa y la miró a los ojos.
—Hablo muy en serio, te lo aseguro —le dijo con una sonrisa maliciosa.
—Y me acusas a mí de no tener vergüenza…
Él levantó las manos como si no supiera de qué estaba hablando.
No cabía duda: se estaba burlando de ella. Refunfuñando, Jessie se revolvió en la silla. Estaba demasiado excitada para representar el papel de inocente de manera racional. Los ojos se le desviaban hacia su erección una y otra vez. No podía evitarlo. Era la primera ocasión que lo veía totalmente desnudo, y se estaba paseando ante ella como si fuera lo más normal del mundo. Era insoportable. De sus hombros anchos y el pecho salpicado de vello, los ojos de la muchacha fueron descendiendo hasta llegar al punto donde su erección se alzaba como si fuera un árbol brotando de la tierra. El vello oscuro que le nacía en la base le recordó a frondosos arbustos. Debajo, su pesado saco le daba un aspecto muy viril. El pene era largo, rígido y estaba erguido lascivamente. La piel estaba retirada, dejando a la vista la cabeza, hinchada y oscura. Lo deseaba con tanta intensidad que quería gritar.
—Mírame a la cara —le ordenó él secamente.
Su tono de voz era tan autoritario que Jessie se estremeció de excitación. Movió el culo en la silla para enderezar la espalda y mirarlo a los ojos. La dura superficie le torturó el sexo excitado.
—¡Estás loco!
—La espalda recta cuando estés sentada a la mesa.
Ella obedeció, pero le dirigió una mirada asesina.
Él la miró fingiendo estar decepcionado. Al parecer, la desnudez aumentaba su capacidad de actuar.
—¿Qué pasa? ¿Tengo que recordarte para qué estás aquí? Como tú misma admitiste, los hombres ricos y poderosos suelen preferir a las vírgenes inocentes. Y me aseguraste que serías capaz de seducir a un hombre de esa manera.
—Pero ¡no así!
Jessie lo fulminó con la mirada, agarrándose a la mesa para no salir huyendo. No quería seguir sus instrucciones, pero tampoco quería marcharse, no en esos momentos. Con Ramsay tan cerca, alzándose sobre ella guapo y moreno mientras le daba instrucciones, sus pensamientos corrían en dirección opuesta a la inocencia. Estaba tan cerca que podía tocarlo si alargaba el brazo, pero se negaba a rendirse a lo que ambos deseaban. Estar desnuda no la ayudaba en absoluto. Se sentía como si hubiera caído en una trampa.
Apartó la cara y cerró los ojos, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—Si lo haces, tendrás tu recompensa —aseguró él.
Esas palabras le hicieron hervir la sangre. Apretó los muslos con fuerza y bajó la vista hacia la mesa, tratando de liberarse de la atracción. Era lo más difícil que había hecho hasta entonces en ese estado de excitación, sobre todo con él tan cerca y tan preparado para darle lo que necesitaba. Pero eso no era lo que él le pedía. Intentaría concentrarse para darle lo que deseaba. Tenía que convertirse en lo que él quería que fuera.
Levantó la cabeza ligeramente y la ladeó hasta colocarla en el ángulo que él le había indicado el día anterior. Al encontrar su mirada, abrió mucho los ojos, como si estuviera sorprendida. Con el labio inferior tembloroso, se llevó una mano a la garganta.
—Discúlpeme, señor. Estaba desayunando. Enseguida me pongo con mis tareas.
Esperaba que él la reprendiera, pero no lo hizo. El silencio se prolongó entre ambos mientras la tensión iba en aumento.
Con cautela, Jessie alzó del todo la cabeza y lo miró directamente, aunque trató de mantener la expresión humilde y bienintencionada.
—¿En qué puedo servirlo, señor?
Él apretó los labios, como si le estuviera costando no decir nada, pero sus ojos hablaron libremente. Casi negros de lujuria, la miraban con apetito. Jessie sintió entonces que su temperatura corporal aumentaba y la respiración se le alteró. Se habían vuelto las tornas. Ahora era él quien estaba luchando contra sus impulsos.
«Cuidado», se dijo. Si no se esforzaba, podía enviarla a su habitación.
—Has captado mi atención —dijo él con voz suave, más íntima—. Eres una buena empleada. Me gustaría que siguieras a mi servicio.
—Gracias, señor. Estoy deseosa de agradarlo y de conseguir un puesto fijo en la casa. —Pestañeó, tratando de transmitir sólo inocencia.
—Pero me atraes demasiado, Jessie.
Su confesión la sorprendió. Lo miró fijamente y se convenció de que no estaba fingiendo. Sintió un aleteo en lo más hondo del vientre y luchó por reprimirlo. Pestañeó de nuevo y ladeó la cabeza.
—¿Yo, señor?
—Sí. —Ramsay se acercó y le acarició el pelo—. Es por tu carácter. Eres una mezcla muy curiosa de inocencia y sinceridad.
El corazón de ella latía con fuerza en el pecho. Eso era lo que su enemigo podría decir, pero sabía que también era una especie de prueba. Si fuera una auténtica inocente, no se fijaría en su erección. Y, si lo hacía, se ruborizaría y apartaría la mirada rápidamente. Sin flaquear, siguió con los ojos fijos en los suyos.
La expresión de él reflejaba sus cambios de humor. La tensión era visible en cada uno de los músculos de su cuerpo. Grandes y poderosos, sus anchos hombros la empequeñecían. La columna de su cuello estaba tan tensa que se le marcaban los tendones. Sus ojos tenían un brillo oscuro.
—Levántate —le ordenó.
Jessie obedeció, con las piernas temblorosas. La lujuria la había debilitado de tal modo que se tambaleó. Con la mirada baja, trató de ocultar lo alterada que se sentía.
Ramsay apartó la silla de un empujón y se colocó tras ella. Le apoyó una mano en el hombro y se lo apretó.
—Eres una jovencita muy especial, Jessie. ¿Quieres complacer a tu nuevo señor?
La pregunta la impresionó tanto que cerró los ojos, separó los labios y dejó caer la cabeza hacia atrás. Forzándose a reaccionar, dijo lo que pensaba que él quería oír:
—Discúlpeme, señor, pero no estoy segura de entenderlo.
—Has hecho que desee besar tus bonitos labios —dijo él, acariciándole el pelo.
—Señor… —susurró ella, casi sin aliento.
—¿Nunca han querido besarte?
—Sí, pero nunca lo he permitido.
—Entonces, deja que te muestre el camino que lleva al placer, dulce Jessie.
Ella se mordió el labio inferior. Deseaba volverse hacia él, pero sabía que sería más duro si lo hacía.
Él se acercó un poco más, hasta hacerle sentir el arco de su erección en la curva de la espalda. Por un momento, Jessie se preguntó si la estaría poniendo a prueba, pero no, él deseaba la recompensa tanto como ella. Estaba haciendo un esfuerzo de contención desde que se había acercado a su cama.
Pugnando por encontrar las palabras más adecuadas, replicó:
—Estoy asustada, señor, pero por encima de todo quiero complacerlo.
En el silencio que siguió a sus palabras, la tensión aumentó hasta nuevos límites. Ramsay estaba tan cerca que notaba su aliento en la piel.
Finalmente, admitió:
—Mejor. Mucho mejor hoy, Jessie.
Luego le besó el hombro, y el roce de sus labios hizo que lo deseara aún más. En ese momento, sintió su mano en la cintura.
—Inclínate sobre la mesa —le ordenó, en voz baja pero no por ello menos autoritaria.
Sus palabras la excitaron, pero lo disimuló. Se tomó su tiempo, fingiendo estar insegura. Estremeciéndose, se volvió a mirarlo por encima del hombro. La mirada que encontró la convenció de que la clase había terminado.
Eso ya no tenía nada que ver con la formación, sólo con el deseo.
Aliviada, hizo lo que él le había pedido, apoyando los antebrazos y las manos en la mesa. El coño le latía de excitación. Se pasó la lengua por los labios, puesto que la boca se le había secado de repente.
Ramsay le apoyó una mano entre los omóplatos y la inclinó más hacia adelante, hasta que quedó inmóvil, pegada al mueble.
—¡Oh!
Los sensibles pechos de Jessie estaban aplastados contra la mesa, y sus pezones protestaron ante el roce de la superficie rugosa. Sin embargo, al notar las manos de él en su culo, se olvidó de los pezones. Le estaba acariciando las nalgas. Se preguntó si la azotaría como el día anterior.
«Si lo hace, me desmayaré», pensó apoyando la mejilla en la mesa.
Pero lo que más quería era lo que no había tenido el día anterior, y él no podía negar que también lo deseaba. Estaba muy excitado. Jessie meneó el trasero para recordárselo.
Lo oyó murmurar algo entre dientes antes de bajar un poco las manos para acariciarle la parte de atrás de los muslos. Temblando bajo sus manos, ella cerró los ojos con fuerza mientras él le agarraba una esbelta pantorrilla. La sujetó con una mano, mientras con la otra le acariciaba el pie. Esa curiosa exploración hizo que Jessie se diera cuenta de que sus partes íntimas estaban totalmente a la vista. Su sexo se contrajo, como si quisiera tapar su desnudez y, al hacerlo, una gota de humedad se deslizó por el muslo. Jessie levantó la cabeza y gimió cuando él la recogió con la lengua.
Cuando le separó los pliegues con los pulgares, notó el contraste del aire fresco en su carne ardiente.
—¿Crees que te lo has ganado? —susurró él.
Así que ése era su juego. Ir cambiando de papel constantemente para comprobar su habilidad de responder de forma adecuada en cada situación. Jessie se sorprendió a sí misma encontrando fuerzas en algún rincón para seguir adelante con la farsa.
—Creo que he acabado mis tareas por hoy, señor —murmuró con voz temblorosa, como si estuviera asustada por lo que estaba a punto de ocurrir.
—Eso parece. En tal caso, te has ganado una recompensa.
Le costó respirar cuando notó que la punta redonda de su verga empezaba a empujar para entrar en ella. Cuando estuvo dentro, la agarró por las caderas. Sin esfuerzo aparente, la levantó del suelo, cambiando el ángulo para penetrar en ella con más facilidad.
La primera embestida fue lenta. La fue abriendo despacio, centímetro a centímetro, y se detuvo unos instantes antes de penetrarla más profundamente. En la posición en que se encontraba, Jessie no podía moverse, no podía hacer nada más que recibirlo dentro de ella. Su miembro era tan grande y estaba tan rígido que se clavaba en su dolorido interior. Segundos después, el dolor se convirtió en un placer desconocido hasta entonces. Los pechos le quemaban. Arañó la mesa con las uñas.
Entonces, soltó un grito de placer, y él se retiró y embistió con más fuerza.
—Eres una auténtica tentación, Jessie Taskill —le dijo—. Agárrate fuerte, que no puedo aguantar más.
Levantándole aún más las caderas, empezó a penetrarla sin piedad. El deseo acumulado se hacía evidente en cada estocada, que ella recibía encantada, aprisionando su carne.
Jessie estaba a punto de estallar. Cuando notó los pesados testículos golpearle los sensibles pliegues, contuvo el aliento y lo soltó poco después en un largo gemido. La prolongada excitación, unida a su exquisita destreza al penetrarla, hizo que el orgasmo fuera mucho más satisfactorio.
—Oh, sí —jadeó él cuando Jessie alcanzó el clímax—. Te siento, puedo sentirlo…
Apretándole las caderas con ambas manos, continuó clavándose con fuerza en su interior. Poco después, la siguió.
Se retiró de ella un segundo antes de derramarse, pero continuó penetrándola con la mano mientras él se corría sobre su espalda. Los dedos de él exploraron los pliegues de su sexo, extraordinariamente sensible, mientras ella se retorcía sobre la mesa. Sus expertos dedos prolongaron el placer hasta que volvió a repuntar. Jessie sintió que una oleada de fuego le recorría el cuerpo, desde el coño hasta los pechos, cuando un segundo orgasmo se apoderó de ella. Cuando al fin Ramsay se apiadó y la dejó descansar, se alegró de que la mesa la estuviera sosteniendo.