23

Jessie apoyó la espalda en una pared desde la que se divisaban los establos. A la izquierda se veían los jardines y la colina donde Gregor dejaba atado su caballo cuando iba a verla. Al principio, todo estaba en calma, pero luego se levantó viento y la muchacha tuvo que cubrirse los hombros con el chal y pegarse al muro para resguardarse.

El tiempo fue pasando. Las nubes jugueteaban con la luna, ocultándola de vez en cuando y haciendo que fuera más difícil saber qué hora era. Los ojos empezaron a dolerle de tanto forzar la vista en la oscuridad, buscando a Gregor.

«¿Dónde estás?…»

Pasó un buen rato antes de que la joven admitiera que él no iba a acudir a la cita. Luego pensó que tal vez no regresaría nunca más, y se le formó un nudo en el estómago.

Volvió a recorrer los jardines y los bosques con la mirada buscando algún indicio de vida, pero no vio nada. Fue hasta el establo y miró en todos los rincones, pero tampoco estaba allí.

Su primera reacción fue preocuparse por su seguridad. Tal vez lo habían atacado unos bandidos, o se había caído del caballo en medio del bosque. O quizá finalmente se había dado cuenta de lo que significaba estar con alguien como ella. Durante las últimas dos noches no había sido capaz de controlar el brillo de su magia mientras hacía el amor con él. Debía de haber sido un impacto muy fuerte. La muchacha temió que por fin Gregor se hubiera dado cuenta de la magnitud de lo que había visto y hubiera decidido darle la espalda.

Mientras estaba junto a la puerta de los establos, esperando y vigilando, divisó el resplandor de una vela tras una de las ventanas de la casa. Luego en otra, y en otra. La llama se movía rápidamente, como si alguien caminara con prisa por la casa. Cuando ella había salido, todo estaba en calma, pero por lo visto algo había cambiado. Había al menos dos personas rondando por la casa. No podía arriesgarse a que descubrieran que había salido. Le harían preguntas y podría poner a Gregor en peligro. Esperaba que, si él llegaba en ese momento, viera las luces en las ventanas y se mantuviera escondido.

Corrió hasta la puerta de servicio y entró. Consternada, comprobó que la cocina estaba abierta y que había luz en el interior. Cuando puso un pie dentro, una mano la agarró y la arrastró hasta el vestíbulo, donde habían encendido varias velas.

Sabía que era Cormac quien la había agarrado. Lo que no entendía era para qué la llevaba hacia la luz. La vez anterior, la había atacado en la oscuridad.

En cuanto llegaron al vestíbulo comprendió la razón. Otro hombre los aguardaba allí. Estaba de espaldas a ellos, sirviéndose una copa de vino.

—Aquí está —dijo el ayuda de cámara—. Ésta es la nueva criada. Estaba merodeando, como siempre. A saber qué estaría tramando. Nada bueno, seguro.

Jessie trató de huir, pero lo único que logró fue que su adorado chal azul cayera al suelo. Cormac la sujetaba con fuerza por la parte trasera del vestido y, por mucho que se retorcía, no conseguía soltarse. La mantenía inmovilizada con los brazos estirados, como si se la estuviera mostrando al otro hombre. Pero no era el señor Wallace. ¿Quién podía ser?

—Vaya, vaya… —comentó éste al volverse—, pero si es la Puta de Dundee.

Jessie dirigió una mirada incrédula hacia el recién llegado. No lo reconoció, pero por desgracia él sabía quién era ella. Definitivamente, no era el señor Wallace, sino un hombre mucho más joven.

Sus ojos grises la examinaron con crueldad mientras sus labios se curvaban en una sonrisa, como si le gustara lo que estaba viendo. Su rostro le resultaba familiar, aunque no conseguía ubicarlo. De pronto, lo recordó. La última vez que lo había visto llevaba una peluca y una chaqueta ricamente bordada. Ese día iba sin peluca, con el pelo recogido en una coleta. Tampoco llevaba chaqueta, y la amplia camisa le colgaba por fuera de los pantalones. Las botas eran las mismas que Jessie recordaba. Le habían llamado la atención por su ostentosidad. Era el hombre por el que Eliza y ella se habían peleado en la taberna aquella fatídica noche en Dundee. Recordó que ese hombre las había animado a luchar por él y que a Ranald Sweeney le había faltado tiempo para aceptar apuestas.

La situación era mucho peor de lo que la joven había temido, mucho peor que si la hubiera descubierto Cormac a solas o el señor Wallace. Porque ese hombre la conocía y sabía de qué la acusaban. Jessie sintió frío y calor a la vez al percatarse del peligro que corría.

El ayuda de cámara fue el primero en hablar:

—¿La conoce, señor Forbes?

«¡Forbes!» Jessie reconoció el nombre. Era el hijo de Ivor Wallace. El servicio había hablado en susurros sobre su regreso durante los últimos días. Sabía que se lo esperaba en la casa, pero no había prestado mucha atención porque tenía la mente ocupada en otras cosas.

Entonces, Cormac la agarró por el pelo y tiró de él, retorciéndole el cuello y obligándola a levantar la cabeza. La muchacha soltó un grito de dolor al tiempo que movía los ojos a un lado y a otro en busca de la mejor ruta de escape. No era la primera vez que tenía que salir huyendo de un lugar. Por desgracia, en todas partes había hombres que preferían propinarle una paliza a una mujer y violarla en vez de pagar por sus servicios.

Cormac la miró con atención, como si él también debiera conocerla.

—No es de por aquí —dijo.

—No, no es de por aquí —corroboró Forbes, acercándose para examinarla. Cuando le miró el pecho, se pasó la lengua por los labios—. Parece que no puedo dejar de vigilar esta casa —señaló—. Me marcho unos días y me encuentro con que el viejo quiere vender tierras a mis espaldas. Y, para acabar de empeorarlo, mete a una zorra fugitiva bajo nuestro techo.

Aunque su tono de voz era de desaprobación, era obvio que estaba encantado. Si los rumores que había oído Jessie eran ciertos, Forbes aprovecharía su presencia en la casa para ocupar el lugar de su padre al frente de las propiedades.

De un trago, el hombre apuró el contenido de su copa. Por su aspecto, Cormac y él llevaban un rato bebiendo. La boca de Forbes Wallace era aún más desagradable cuando estaba húmeda y manchada de vino.

—Se llama Jessie Taskill, pero la conocen como la Puta de Dundee —dijo señalándola con la copa—. Te están buscando. Saben que cruzaste el Tay. La noticia de tu huida viaja por la costa, de pueblo en pueblo. Pronto será la mano del verdugo la que notes a tu espalda.

Imágenes del pasado inundaron de pronto la mente de la chica, haciendo que el corazón se le desbocara y latiera con tanta fuerza que la ensordeció. Tras el disgusto sufrido por la ausencia de Gregor, tenía las emociones a flor de piel. Estaba a punto de perder el control.

Cormac no había aflojado la mano. Volvió a mirarla.

—¿Quién es?

—Una puta, de las más lascivas que te puedas imaginar. Y eso no es todo —añadió con una sonrisa burlona. Que estuviera disfrutando tanto no tranquilizó a Jessie en absoluto—. Está acusada de brujería. La encerraron, pero cuando llegó el verdugo se había escapado del calabozo.

—¿Brujería? —Cormac soltó a Jessie como si estuviera apestada y se acercó a su señor, con quien parecía llevarse de maravilla.

Liberada, ella reculó entonces cuanto pudo hasta chocar con la pared. Al volverse hacia la puerta de la cocina, Cormac se apresuró a cerrarle el paso. No iba a ser fácil escapar de dos hombres. Podía usar un hechizo, pero si descubrían que estaba trabajando para Gregor, eso podría perjudicarlo. No quería que nadie pudiera asociar su nombre a la brujería.

—Aunque ya me presentaron a nuestra nueva criada en Dundee —dijo Forbes con una desagradable sonrisa—, creo que deberíamos recuperar el contacto. A ver si esta vez podemos acabar lo que dejamos a medias.

Ella negó con la cabeza. Tenía un nudo en el pecho que le impedía respirar.

—En Dundee pagué por acostarme contigo, querida —añadió él—. Me lo debes, eso y más. —Y, acariciándose el miembro erecto por encima de los pantalones, le ordenó a Cormac—: Llévala al comedor y desnúdala.

«No. No quiero». En otra ocasión habría coqueteado con él, aunque sólo fuera para mantenerlo satisfecho y que no tuviera excusa para golpearla, pero esta vez no. Ya no. Esa vida había quedado atrás.

Al igual que le había sucedido esa mañana con Ivor Wallace, sintió una gran repugnancia ante la idea de follar con ese tipo.

«Ahora me siento ligada a un solo hombre. Estoy enamorada de Gregor Ramsay». No quería que otro la ensuciara poniéndole las manos encima. No soportaría que Gregor la mirara decepcionado, como la noche que la encontró charlando con el señor Grant.

Cormac titubeó.

—Pero si es una bruja, ¿no llamará a los demonios para que la defiendan o algo así?

Entonces, ella decidió aprovechar la ocasión y, volviéndose bruscamente hacia el ayuda de cámara, siseó.

Cormac se apartó de ella de un brinco y caminó de espaldas con los ojos muy abiertos y las manos levantadas como para defenderse de un ataque.

Forbes se echó a reír.

—Vamos, no seas gallina. Desnúdala.

El otro no se dejó convencer tan fácilmente.

—Pero…

—¿No ves que está tratando de asustarte, idiota? —se burló el señor antes de volverse hacia ella—. Eliza me confesó que conocías unas cuantas hierbas medicinales, pero que en realidad no tenías poderes mágicos.

Jessie levantó la barbilla. Tal vez las cosas no eran tan graves como parecían. Eliza nunca había visto lo que era capaz de hacer. Y su poder, tras haberlo alimentado gracias al amor físico, emocional y espiritual, era mucho mayor. Eso le dio fuerzas.

—¿Y usted lo creyó? —replicó—. Entonces, ¿cómo lo hice para escaparme del calabozo?

Por un instante, Jessie vio que él dudaba, pero en seguida apretó los labios con fuerza y se dirigió hacia ella. La agarró por el corpiño del vestido y la sacudió adelante y atrás mientras la abofeteaba con la otra mano.

—Zorra insolente.

El dolor del bofetón no fue nada en comparación con el asco que la muchacha sintió al darse cuenta de que él la estaba arrastrando hacia el comedor. Se resistió con todas sus fuerzas, pero él era un hombre grande y corpulento, y parecía decidido a poseerla.

Cormac parecía haberse sobrepuesto. Cogió un par de candelabros y los levantó por encima de su cabeza, iluminando el camino al comedor.

Una vez allí, Forbes la empujó sobre la mesa y la mantuvo clavada en el sitio mientras la sujetaba del cuello con una mano y presionaba la pelvis contra sus muslos.

Jessie trató de defenderse con manos y pies, pero lo único que consiguió fue encenderlo aún más.

—¡Cormac, a prisa, agárrale los brazos! —ordenó Forbes.

No tenía otra opción. Debía usar la magia, aunque eso supusiera perder el trabajo. Que la lapidaran, que la ahorcaran, le daba igual, pero no pensaba entregarse a esas bestias.

El ayuda de cámara dejó los candelabros sobre la repisa de la chimenea para que la luz se reflejara en el espejo que había sobre ella. Jessie seguía luchando y debatiéndose, buscando un modo de escapar mientras pensaba en un hechizo. De pronto vio una puerta abierta en el otro extremo del comedor. Recordó haber pasado por allí mientras realizaba sus tareas. Llevaba a la biblioteca, desde donde podría escapar. Estaba tan nerviosa y asustada que al pronunciar el encantamiento se le trababa la lengua.

Cormac había llegado a su lado y le estaba sujetando los brazos por encima de la cabeza. Forbes apretó entonces un poco más la mano que le oprimía el cuello y, con la otra, le desgarró el corpiño, rasgando la tela para dejarle los pechos al descubierto.

Jessie gritó.

—¡Calla, zorra! —le ordenó él, ladeándole la cabeza y cubriéndole la boca con la mano.

La muchacha se defendió tratando de morderle la mano, pero Forbes ya le estaba levantando la falda. Una puta sensata se resignaría a su suerte. Jessie había tenido que hacerlo alguna vez en el pasado, pero ya no. Sólo podía pensar en Gregor. Él no querría que permitiera eso. Estaba harta. Quería marcharse de esa casa, abandonar esos muros impregnados de culpa y brutalidad. Cerró los ojos y pronunció las palabras en su mente.

Un instante después, Cormac se tambaleó hacia atrás y los brazos de Jessie quedaron libres. Tras golpear con fuerza la cabeza de Forbes, se alejó de él sentándose en la mesa.

Éste trastabilló pero no se apartó de su camino.

Instintivamente, Jessie se volvió y se puso de rodillas sobre el tablero de la mesa, pero la falda le impedía avanzar. La mesa era larga, e iba a tener que recorrerla por encima. Respiró hondo antes de recoger los pies y levantarse. Entonces vio su imagen en el espejo.

¡Estaba muy lejos del suelo!

Al percatarse de ello, la cabeza comenzó a darle vueltas. De nuevo se vio subida al pilar de la verja de la iglesia. Oía los gritos de la multitud, que pedía que mataran a su madre mientras arrojaban piedras contra su cuerpo desplomado y la llamaban bruja.

Maisie estaba muy lejos. No podía llegar hasta ella. Y a Lennox lo habían metido en un carro, atado de pies y manos, porque los había asustado con sus insultos y maldiciones.

«Levanta la cabeza y mira a tu madre», le había ordenado una voz severa. Pero Jessie no podía mirar lo que le estaban haciendo. Las almas misericordiosas que asistían regularmente a la iglesia se habían convertido en animales despiadados.

—¡Está asustada! —exclamó Cormac.

Los dos hombres comenzaron a aproximarse a ella, y la muchacha se tambaleó. Cormac la estaba señalando con la boca curvada en una espeluznante sonrisa. Tras él, Forbes se acercaba con el atizador de la chimenea en la mano.

El ayuda de cámara la agarró entonces por el tobillo, y acto seguido Forbes se abalanzó sobre ella con el atizador en alto. Cormac dio un tirón con la mano y le levantó el pie de la mesa.

De inmediato, la habitación empezó a dar vueltas, y Jessie sintió arcadas antes de que la oscuridad la engullera por completo.