25
Jessie no entendía nada de lo que había sucedido. Durante todo el trayecto de vuelta a la posada fue tratando de sacar sus propias conclusiones, pero no era fácil pensar a tanta velocidad. Gregor sólo se había detenido el tiempo necesario para quitarse la levita y ofrecérsela, tanto para protegerla del frío como para cubrir sus prendas rotas. Al llegar junto a su montura, la había agarrado por los hombros y, mirándola fijamente, le había pedido disculpas por tener que volver a montar a caballo. Sin embargo, a ella no le importó mucho. Lo importante era irse de allí cuanto antes. Se agarró a él con fuerza. Cuando el caballo se puso al galope, el estómago se le revolvió, pero cerró los ojos y enlazó los dedos ante su cintura.
Aunque estaba nerviosa y alterada, sintió que Gregor estaba preocupado y se excusó, suponiendo que era por su culpa.
—Lo siento. El hijo del amo me reconoció. Estaba en la taberna de Dundee la última noche. No deberías haber entrado en la casa. Lo he estropeado todo.
—Calla —replicó él—. No has estropeado nada. Todo ha terminado y pronto estarás camino de las Highlands, con el dinero que tanto te mereces. —Apoyó una mano sobre la de ella y se la apretó para tranquilizarla.
Sorprendida por sus palabras, aunque reconfortada por el contacto de su mano, Jessie apoyó la cabeza en su espalda. No quería volver a las Highlands. No, si eso implicaba separarse de él. Sintió un pinchazo de dolor en el corazón y una gran tristeza. Durante el resto del trayecto, viajaron en silencio.
Una vez en la posada, Gregor permaneció taciturno y pensativo. ¿Sería por su extraña conversación con Wallace? Jessie había tenido la impresión de que este último se alegraba de verlo. Y, por un momento, le había parecido incluso que iba a disculparse por lo sucedido en el pasado. Pero entonces Gregor había dado media vuelta y se había marchado. ¿Adónde había ido a parar su sed de justicia?
Cuando habían llegado a las habitaciones, Gregor no se había molestado siquiera en cerrar la puerta. Había sido Jessie quien lo había hecho, y luego había ido a buscar agua y una toalla para limpiarle la sangre de los nudillos. Gregor no se lo impidió, ni se quejó mientras le lavaba las heridas. Se dejó caer en la silla y permaneció mudo e inmóvil. Las manos de la muchacha temblaban cuando le llevó la botella de oporto, que él rechazó sacudiendo la cabeza.
—Perdóname, Gregor, lo he estropeado todo. Forbes Wallace me reconoció. Pero he averiguado algunas cosas que deberías saber.
—Todo ha cambiado —replicó él con brusquedad. Al volverse hacia ella, la expresión de su rostro se dulcificó—. Descansa —añadió en un tono más amable—. Lo necesitarás. En cuanto amanezca nos pondremos en camino. Tienes que marcharte de Fife antes de que se corra la voz. Ya oíste a Forbes Wallace: llamará al alguacil.
Ella se lo quedó mirando incapaz de responder, puesto que sus palabras le habían provocado un escalofrío. Negó con la cabeza.
Gregor se levantó, fue al baúl a buscar el dinero que le había prometido y lo dejó sobre la mesa. Al ver la bolsa de monedas, Jessie abrió la boca para hablar, pero él se lo impidió con un gesto de la mano.
—Tengo que pensar —le dijo, invitándola a acostarse en la cama grande—. Han pasado muchas cosas.
Frustrada, ella obedeció.
Gregor no dormía. Sintiéndose desdichada, la joven lo observaba desde la cama. Al cabo de un rato, él se levantó y se dirigió a la ventana, donde se quedó observando la noche. Verlo tan desanimado le partía el corazón, ya que por su culpa había tenido que identificarse en Balfour Hall.
Finalmente, Jessie no pudo seguir manteniendo los ojos abiertos y se durmió, aunque su sueño fue inquieto por culpa de los acontecimientos de las últimas horas. Al despertar, vio que Gregor volvía a estar sentado en la silla. El día empezaba a clarear. Sintió un dolor sordo en el pecho.
Se levantó y se acercó a él. Luego se arrodilló a su lado y le apoyó una mano en el brazo y otra en la rodilla.
—Por favor, no te enfades conmigo —dijo—. Sé que ya no te sirvo de nada, pero podrás seguir adelante con tu plan sin mí.
Él sonrió.
Eso la animó.
—Encontrarás otra manera de vengarte, ya lo verás.
Él alzó la mano y le acarició el pelo, distraído, y a continuación se echó a reír. Jessie le apretó la rodilla con más fuerza, aliviada al verlo de mejor humor.
—Tienes tanta fe en las cosas, Jessie, eres tan optimista. Te entregas a todo lo que la vida pone a tu paso con entusiasmo. Creo que eso fue lo que me atrajo de ti. La esperanza, la fe, la alegría.
Ella no quería hablar sobre sí misma. Gregor había empezado a mejorar su actitud, y no pensaba rendirse.
—Tú también crees en cosas buenas. Crees en la justicia.
Él se echó a reír sin ganas.
—No. He sido un idiota, movido por razones equivocadas.
—No es verdad. Mira, ayer descubrí cosas que pueden serte útiles.
Gregor puso los ojos en blanco y sonrió con ironía.
—No todo está perdido —insistió ella, preguntándose por qué los ojos de él brillaban tanto al mirarla—. Ivor Wallace habló conmigo. Bueno, más bien divagó un rato. Cuando mencionó un nombre que me resultó familiar, presté atención y me acordé de dónde lo había oído antes. Gregor, Ivor Wallace estaba enamorado de tu madre. Por eso odiaba tanto a tu padre. No fue sólo por avaricia, también fue un asunto sentimental.
—Lo sé. —Gregor sonrió con tristeza, y a ella le pareció que el brillo de sus ojos podrían ser lágrimas. Tomó la mano de la muchacha, le besó la punta de los dedos y añadió—: Dulce Jessie, lo que Wallace quería era vengarse. Y la venganza no es una cuestión de honor.
—¿No te hace sentir mejor saber que es un viejo atormentado por el remordimiento? ¿Un anciano que vive rodeado de los recuerdos de la jovencita con la que debería haberse casado pero finalmente no lo hizo?
Él echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
—Tienes razón. Ya es bastante castigo.
Ella no sabía cómo interpretar su actitud.
—Por favor, no te enfades conmigo.
Él volvió a besarle los dedos.
—Jessie, no estoy enfadado contigo.
Sin acabar de estar convencida, insistió:
—Pues cuéntame qué es lo que te preocupa tanto. ¿Qué he hecho mal?
—Tú no has hecho nada mal, todo lo contrario. —Se la quedó mirando fijamente—. Anoche descubrí algo sobre mí mismo que me disgustó mucho. Como suele decirse, de tal palo, tal astilla. —Se frotó los ojos con las manos—. He malgastado once años soñando con vengarme de un hombre. Cuando era un niño me enseñaron que la venganza era algo malo, pero no hice caso porque estaba en mi sangre. —Dirigió los ojos hacia ella, pero en realidad tenía la mirada perdida—. Lo que acabas de contarme confirma la historia que descubrí ayer. Al parecer, todos estos años he deseado vengarme de mi verdadero padre.
La mente de Jessie trató de asimilar rápidamente lo que estaba oyendo.
—Oh, Gregor. —Ahora lo entendía todo. Se aferró al muslo de él y apoyó la mejilla—. Debió de ser una impresión terrible.
Él le acarició la cabeza y la muchacha se permitió cerrar los ojos y disfrutar por unos instantes de la silenciosa y profunda conexión que existía entre ambos. Había sido un día duro, lleno de descubrimientos y revelaciones, pero lo superarían. Si algo tenía claro en medio de tanta confusión, era que valía la pena luchar por esa conexión.
—Todo el esfuerzo que le he dedicado —murmuró él—, mi razón de vivir de todos estos años… no tenía ningún sentido.
Jessie levantó la cabeza.
—No es cierto. Todo ese esfuerzo te ha llevado a descubrir la verdad, y eso era lo que necesitabas saber.
—Tal vez —concedió Gregor tristemente—. Odio parecerme tanto a él.
Ella se echó a reír.
—No os parecéis en nada, te lo aseguro.
Su risa tuvo un efecto casi balsámico sobre él, que sintió que la melancolía lo abandonaba.
—Ayer, durante un momento, sentí lástima por él. No te pareces en nada a Ivor Wallace, pero es bueno que hayas descubierto la verdad para que puedas comprender lo que le sucedió al hombre que te crió como si fueras su propio hijo.
Él le apretó la mano. Parecía más tranquilo, pensó ella, y se alegró por él.
—Pensaba que estaba solo en el mundo, y sin embargo tengo una familia. Una que nunca quise ni querré.
Sus palabras volvieron a entristecerla. Ella no tenía a nadie, y deseaba con todas sus fuerzas formar parte de una familia.
Gregor suspiró.
—Está a punto de hacerse de día. Tienes que marcharte, dulce Jessie.
Decidida a resistirse, la joven negó con la cabeza.
—Si cojo esa bolsa de dinero y me marcho —dijo—, ¿qué harás tú?
Él se encogió de hombros.
—Mi barco no regresará hasta dentro de unos meses. Cuando lo haga, me embarcaré y volveré al mar. No hay nada como dejarse llevar a la deriva.
«Hasta dentro de unos meses…» Jessie estaría encantada de compartir esos meses con él.
—Lo hemos pasado bien juntos, ¿no crees? —preguntó ella, insegura.
Él la miró con deseo, lo que le infundió seguridad.
—Sí, muy bien.
—Formamos un buen equipo —insistió Jessie—. Tal vez deberíamos seguir juntos. —Su voz se había convertido en un susurro. Tenía mucho miedo de su rechazo.
Gregor se echó a reír suavemente y la miró con cariño.
—¿Un granuja vengativo y una bruja perseguida?
—Sí, supongo que somos todo eso y más, pero también somos un hombre y una mujer, y juntos podemos ser muchas más cosas.
—Tú no eres una mujer como las demás —murmuró él.
Jessie bajó la vista, alarmada, pero él la obligó a levantar la barbilla.
—Eres una mujer, de eso no cabe duda —añadió mirándola posesivamente de arriba abajo—, pero también una bruja. —Se llevó un dedo a los labios, como diciendo que mantendría el secreto—. Una hechicera. Me has hechizado, Jessie.
El corazón de ella se desbocó cuando la esperanza se abrió paso en su pecho.
—¿Lo ves? ¿Tú también te has dado cuenta de que juntos podemos construir algo bueno, algo que valga la pena?
—Puede ser. —La sonrisa de él la asustaba. Temía que no estuviera tomándosela en serio—. Mi fierecilla rebelde…, no debe de haber sido fácil para ti decir eso en voz alta.
Jessie tardó unos segundos en percatarse de que Gregor la había entendido perfectamente. No sólo había entendido sus palabras, sino que también comprendía sus sentimientos.
—Mi dulce Jessie, me has hecho sentir otra vez. Aquel día, en Strathbahn, te odié por ello.
—Y ¿todavía me odias?
—No, claro que no. —Le acarició la mejilla con delicadeza—. No te he tratado mucho mejor que tu chulo, enviándote a ese sitio.
Incorporándose un poco, Jessie se colocó entre sus piernas y le apoyó las manos en el pecho mientras lo miraba fijamente.
—Lo hice por ti, porque… te he cogido cariño.
—No lo merezco.
Ella sonrió.
—Tal vez no —admitió—. Quizá debería ser más cautelosa con mis afectos.
A continuación, bajó las manos por su camisa hasta llegar al cinto que sujetaba sus pantalones, y una vez allí las movió de un lado a otro. La respuesta de Gregor fue instantánea. Separó los pies un poco más para dar espacio a su erección, que crecía bajo el brazo de Jessie, y sonrió encantado.
Ella ladeó la cabeza.
—Me estoy acordando de nuestro primer encuentro, en aquella celda en Dundee —le dijo acariciándole el miembro por encima de la tela de los pantalones.
—¿Ah, sí?
—Sí. —Le pasó la mano por toda su longitud, excitándose al notar cómo su miembro se levantaba, buscándola—. De hecho, me siento en la obligación de hacerte una oferta.
Lo miró con los ojos entornados mientras se pasaba la lengua por los labios. Aunque estaba ardiendo de deseo, aguardó a oír su respuesta.
—¿Una oferta? Interesante. Te escucho.
Su voz ronca encendió una hoguera en el vientre de la joven.
—¿Harías algo por mí a cambio de placer?
—¿Qué tendría que hacer?
—Ah, los detalles de la misión te los contaré luego, como tú hiciste conmigo.
Él se echó a reír.
—Suena arriesgado.
—Yo me atreví a correr el riesgo. ¿Y tú? —Levantó el cinto que le sujetaba los pantalones y tiró de él.
Gregor abrió la boca. Ella se detuvo.
Finalmente, él asintió.
Sonriendo, Jessie se puso cómoda mientras le desabrochaba los pantalones. Cuando su verga saltó, liberada, el sexo de la muchacha palpitó de excitación.
—Vaya, ya veo que te apetece.
—Si es contigo, Jessie, siempre me apetece.
Riendo, ella le tomó la punta en la mano y le pasó la lengua por la parte inferior.
Gregor cerró los ojos y apretó los dientes.
Ella le agarró entonces los testículos, sosteniéndolos con suavidad, y le lamió el miembro de arriba abajo. Al llegar a la base, le apretó ligeramente los testículos. El pene se sacudió. Al verlo, el sexo de la joven volvió a contraerse y ella sintió que un hilillo de humedad le resbalaba por los muslos.
—Jessie… —murmuró él.
Por un momento, ella cerró los ojos y se perdió en sus pensamientos. La primera vez que había hecho eso no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Tenía la impresión de que las mujeres que eran capaces de dar placer a un hombre con la boca eran muy hábiles. Pero las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Adoraba a ese hombre y adoraba esa parte de su cuerpo que tanto placer le daba y que los aunaba cuando hacían el amor. Nunca antes se había sentido tan unida a un hombre, y no quería que esa sensación acabara.
Gregor se aferraba con fuerza a los brazos de la silla. El pulso le latía con fuerza en el cuello.
—No es suficiente —murmuró y, agarrándola por la nuca, la obligó a parar.
Consternada, ella levantó la cabeza y se secó los labios con el dorso de la mano.
—¿No es suficiente?
Él le dirigió una mirada cargada de lujuria.
—Quiero estar dentro de ti.
Jessie sintió que se derretía. Sin poder reprimirse, se echó a reír con la voz ronca de excitación.
Lo acarició una vez más para demostrarle lo mucho que la complacían sus palabras.
Maldiciendo entre dientes, Gregor se levantó tirando de ella.
Feliz, Jessie lo besó en la boca, el cuello y la mejilla.
Con un suspiro hondo, él la levantó entonces del suelo y ella le rodeó el cuello con los brazos, sonriendo.
La llevó hasta la cama y la dejó caer de espaldas. Tras levantarle la falda hasta la cintura, se situó entre sus piernas. Le acarició el monte de Venus con los dedos hasta encontrar su botón hinchado.
—Mi cama te echaba de menos. Y yo también.
Sus palabras la colmaron de felicidad, y al mismo tiempo la excitaron.
—Y yo echaba de menos estar aquí.
Sin dejar de acariciarla, haciéndola jadear y retorcerse bajo su cuerpo, Gregor penetró fácilmente en su canal resbaladizo. Despacio, fue avanzando hasta llenarla por completo. Cuando no pudo entrar más, Jessie suspiró y lo abrazó con las paredes de su vagina.
Él le enterró la cara en el cuello, besándola mientras se clavaba en ella con embestidas poco profundas.
Jessie le rodeó las caderas con los muslos y le acarició la espalda, hambrienta de sensaciones.
Estar unida así con él, después de todo lo que se habían confesado, hizo que las emociones la desbordaran. Mientras alzaba las caderas para responder a sus estocadas, pestañeó para contener las lágrimas, dando gracias por cada centímetro de su cuerpo que entraba en contacto con el de él.
—Gregor, no puedo aguantar más —susurró entonces, al borde del clímax.
Él alzó la cara y la miró a los ojos.
—No lo hagas. Déjate ir, mi preciosa buscona.
El cuello de él se tensó. Se le marcaban todos los músculos mientras embestía con más intensidad para correrse con ella.
Jessie gritó, sintiendo que la invadía una gran felicidad.
Gregor mantuvo la mirada fija en ella todo el tiempo mientras la penetraba con fuerza, haciendo que el cuerpo entero de la muchacha latiera y ardiera. Luego, se tumbó de espaldas a su lado.
Jessie se arrimó a él y permaneció quieta con una sonrisa en los labios. Nunca se había sentido tan feliz.
—¿Qué hay de la misión, Jessie? —quiso saber él cuando hubo recobrado el aliento y su pulso se hubo normalizado.
«Dilo», se animó ella.
—Quiero que te quedes conmigo un poco más de tiempo y me protejas como hiciste anoche.
—He disfrutado de la recompensa, así que supongo que debo aceptar la tarea.
Ella estaba a punto de replicar cuando vio el brillo travieso en sus ojos.
—¿Te ves capaz de llevarla a cabo? —preguntó siguiéndole la corriente.
—Sé que no será fácil —contestó él, besándola en la barbilla y en el cuello y aspirando su aroma mientras hablaba. Le cubrió un pecho, todavía muy sensible, con la mano—. Ser el protector de una criatura tan salvaje como tú… No sé… —declaró, y suspiró teatralmente.
—¡Gregor! —protestó ella, clavándole un dedo en el costado.
Él se echó a reír.
—Por supuesto que lo haré.
—¿De… de verdad me acompañarás hasta las Highlands?
—Sí, Jessie. ¿Por qué no iba a hacerlo? Tienes razón: formamos un buen equipo. Anoche, lo único que me importaba era sacarte de aquella casa. No me perdono que las circunstancias me apartaran de tu lado cuando más me necesitabas.
—Chis, llegaste a tiempo. Estamos a salvo.
Él se echó a reír.
—Sé que no será fácil, pero no hay nada que me retenga aquí. Incluso mi vida a bordo resulta lejana. Puede que vuelva a embarcarme algún día, pero tú y yo estamos conectados, y esa conexión hace que vuelva a sentirme ligado a la tierra, no al mar. —Le acarició el pelo mientras la besaba en la frente—. ¿Me aceptas como protector si prometo esforzarme y hacerlo mejor que ayer?
Jessie suspiró, incrédula, mientras le acariciaba la cara con dedos temblorosos.
—Ayer lo hiciste muy bien.
Repasó los acontecimientos de la noche anterior. Recordó que él le había impedido que usara la magia en una situación muy arriesgada. Había evitado que se expusiera ante los habitantes de la casa. Si su secreto hubiera salido a la luz, habría puesto su vida en peligro. Que Gregor se hubiera dado cuenta del riesgo y la hubiera protegido en ese momento de vulnerabilidad le parecía más importante que el hecho de haberla rescatado de las garras de aquellas fieras.
—Y dime, ¿exactamente durante cuánto tiempo quieres que sea tu protector?
Ella se llevó la mano a los labios y tragó saliva con dificultad. Quería hablar con franqueza, pero no le resultaba fácil. En los ojos de Gregor vio un brillo travieso pero cariñoso al mismo tiempo. Era consciente de lo mal que lo estaba pasando Jessie.
—Mucho tiempo.
—Me parece justo, con una condición.
—¿Qué condición? —preguntó ella, insegura.
—Quiero que seas mi puta, mía y de nadie más. ¿Lo entiendes? —Los ojos de Gregor brillaron, posesivos.
La muchacha contuvo el aliento. El corazón se le había hinchado en el pecho, impidiéndole respirar. Asintió en silencio, agradecida, conteniendo las lágrimas. Estaba a punto de hablar cuando alguien golpeó la puerta con fuerza.
Gregor frunció el cejo y miró en dirección a la puerta, al igual que ella.
—No está cerrada con llave —dijo Jessie, colocándose bien el corpiño.
Antes de poder decir nada más, la puerta se abrió y Morag entró corriendo en la habitación.
La pareja se la quedó mirando, sorprendida. Ni las prisas ni el aspecto asustado de la joven eran propios de ella.
La doncella cerró la puerta a su espalda y empezó a hablar agitando las manos en el aire:
—De prisa, tienen que marcharse en seguida. El alguacil está abajo con un grupo de hombres. Están buscando a una mujer de Dundee que está acusada de practicar la brujería. Creen que puede estar en una posada de la zona. ¿La buscan a usted, señorita Jessie?
A ella se le cayó el alma a los pies.
—Sí, me buscan a mí, querida Morag.
La doncella asintió, sonriendo y mirándola con curiosidad.
—Eso suponía.
—¡Maldita sea! —exclamó Gregor, levantándose de la cama de un brinco.
—Dense prisa —repitió Morag—. Tienen tiempo de escapar. Les he dicho que aquí arriba no había ninguna mujer. La señora Muir no sabe que volvió usted anoche, señorita Jessie. Sin duda lo registrarán todo, pero han empezado por los establos y las letrinas.
—Por supuesto. ¿Dónde iba a estar una criatura salvaje como yo sino con los animales? —señaló ella, irritada, mientras buscaba sus zapatos.
—Eres una criatura salvaje —corroboró Gregor—, pero tenemos que salir de aquí antes de que comprueben hasta qué punto.
—Sí, cojan sus cosas. Les mostraré otra salida.
Él se había arrodillado junto al baúl. En una camisa echó los papeles, las monedas y algún que otro objeto, y ató luego las mangas formando un hatillo.
Jessie se dirigió a la otra habitación, cogiendo la bolsa de monedas por el camino, pero Gregor la detuvo diciendo:
—Déjalo todo.
—¡El vestido azul! No puedo irme sin él.
—Te compraré otro si salimos de ésta. Y si te portas bien y me haces caso, te compraré un vestido de novia. Pero ahora vayámonos de aquí.
Jessie se lo quedó mirando con unos ojos como platos.
Él se echó a reír y la agarró de la mano.
—El baúl y todo lo que éste contiene es para ti —le dijo a Morag.
La chica los guió hasta una habitación vacía. Era un pequeño vestidor cuya puerta estaba al lado de la habitación del señor Grant. Al abrir la puerta, el interior parecía un armario, pero Morag señaló hacia el fondo, que quedaba oculto entre las sombras.
—Así es como entra el amante del señor Grant cuando viene a visitarlo —dedujo Jessie.
—Sí, el señor Grant paga bien para que le demos esa habitación.
Una estrecha abertura en la pared dejaba pasar un hilo de luz. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, Jessie vio una estrecha escalera de caracol que se perdía más abajo.
—Oh, no —susurró. La escalera era muy estrecha. Por ella sólo cabía una persona, y no había barandilla a la que agarrarse, sino únicamente las desnudas paredes de piedra. Estaba tan oscuro que uno no veía dónde debía poner los pies.
Sin embargo, Gregor no le dio tiempo a pensar.
—Colócate detrás de mí y apóyate en mi hombro. No te dejaré caer.
Ver el respeto con que trataba sus miedos hizo que a Jessie le entraran ganas de llorar, pero al mismo tiempo le imprimió fuerzas.
—Vamos —le dijo, agarrándolo con fuerza.
Bajaron lo más a prisa que pudieron. Jessie estaba asustada, pero más de lo que pudiera esperarlos al final de la escalera que de los traicioneros escalones. El cuerpo de Gregor le daba mucha seguridad.
Morag bajó tras ellos, cerrando las puertas a su paso. Al llegar abajo, Gregor se detuvo. Un estrecho pasillo conducía hasta una puerta en la parte trasera de la posada, donde se encontraban los establos.
Del exterior llegaban ladridos de perros y gritos. El corazón de Jessie latía desbocado.
Morag pegó la oreja a la puerta y asintió.
—Están registrando las letrinas. Al salir, diríjanse a la izquierda hasta la porqueriza. Si saltan la valla por allí, no los verán.
Gregor se despidió de la muchacha con un sentido beso en la mejilla. Y, tras armarse de valor para la huida, Jessie hizo lo propio.
—Gracias, amiga. ¡Hasta la vista!
Gregor tenía la mano apoyada en el pomo.
Jessie estaba lista. Lista para ocultar su rastro con magia y lista para emprender el viaje hacia las Highlands.
Sin soltar la mano de ella en ningún momento, él abrió entonces la puerta. Al volverse hacia Morag por última vez, la vieron secándose los ojos con el delantal.
Agachados, corrieron hasta la porqueriza, manteniéndose apartados de las letrinas, y luego se detuvieron antes de saltar la valla. Una vez hubieran alcanzado los establos quedarían a cubierto y podrían cruzar los campos abiertos que los llevarían hasta la protección de la colina arbolada. Sin embargo, durante unos segundos estarían expuestos.
En ese instante, un hombre salió de las letrinas con un mosquetón en las manos. Si se volvía hacia ellos, los vería. Jessie tiró de la mano de Gregor y, cuando él la miró, se llevó un dedo a los labios.
Moviendo la mano, susurró un hechizo para crear el caos en la porqueriza. Un cerdo gritó, asustado. Poco después, otro hizo lo mismo. Los dos animales fueron corriendo hasta la puerta del cercado y la derribaron. Al verlos dirigiéndose hacia él, el hombre soltó el arma y salió corriendo para refugiarse en los establos.
Gregor contempló el espectáculo con las cejas enarcadas y, volviéndose hacia Jessie, sacudió la cabeza, maravillado.
—Venga, vamos —lo animó ella, reprimiendo las ganas de reír.
No obstante, una vez hubieron alcanzado la colina y estuvieron a salvo de ser descubiertos, no se contuvo más. Riendo con ganas, se burló de él.
—Ay, Gregor, Gregor… Por la cara que has puesto antes, creo que ya te has arrepentido de aceptar la misión.
Él frunció el cejo.
—Tardaré un poco en acostumbrarme a tus poderes. Me costará, pero lo conseguiré.
—¿No vas a pedirme que haga algún truco? ¿No piensas aprovecharte de mis poderes? —preguntó ella, fingiendo estar sorprendida.
—Básicamente, pienso aprovecharme de ti —repuso él al tiempo que le rodeaba la cintura con el brazo mientras caminaban.
A Jessie se le hizo un nudo en la garganta a causa de la emoción.
—Quizá, con el tiempo, se me ocurra algún uso interesante para tus poderes.
Era la primera vez que alguien se mostraba interesado en aprender y comprender su magia. Hasta ese momento, la única reacción que había presenciado era el miedo. Ésa era la actitud general en esa región de Escocia. No obstante, iban camino de las Highlands, y Gregor le había prometido ser su protector. Y lo conocía lo bastante para saber que no hacía una promesa a ciegas. Era consciente de quién era ella y de lo que había sido en el pasado.
Hasta ese día, Jessie nunca se había sentido segura. Estaba en campo abierto, a horas de distancia de cualquier pueblo habitado, sin carruaje ni montura. No poseían más que las piedras preciosas y los documentos que Gregor llevaba a cuestas, pero sin embargo se sentía segura y feliz.
—Eso que has dicho antes del… vestido…, ¿lo has dicho en serio?
Él sonrió y le dio una palmada en el trasero.
—Necesitaré una esposa nacida en las Highlands si quiero que me acepten allí.
—Sí —replicó ella, bajando la mirada como si fuera una esposa sumisa y modosa, aunque en realidad estaba disimulando una sonrisa. Al fin y al cabo, las lecciones de su futuro marido habían servido de algo—. Tienes toda la razón.