13

Esa noche, Gregor estaba despierto contemplando a Jessie cuando empezaron las pesadillas. Después de que Morag se hubo marchado, compartieron una botella de vino que él había bajado a buscar a la taberna y comentaron el carácter de la doncella, tan estoico pero atrevido al mismo tiempo. Una vez más, Jessie lo había sorprendido. Le había demostrado que era una persona muy observadora y eso era muy bueno, ya que lo que más le interesaba era que observara a su enemigo.

Mientras la luna cruzaba el cielo, bañando la habitación en luces y sombras, él la admiraba mientras dormía. En reposo le recordaba a una madona, una estatua clásica de gran valor. Cuando comía bien e iba bien vestida era una auténtica belleza. Cualquier hombre con sangre en las venas la encontraría cautivadora. Y, sin embargo, Gregor echaba de menos los comentarios procaces y el brillo travieso que iluminaba su rostro. Junto con sus miradas descaradas, eran sus rasgos más característicos, los que le habían llamado la atención de ella desde el primer momento.

Se burló de sí mismo, reconociendo que lo había atrapado en sus redes desde aquella primera noche, a pesar de que su intención había sido que fuera una más. ¿Cómo lo había logrado? Hacía muchos años que nadie le había calado tan hondo. Y no lo había echado de menos. Con la mente ocupada pensando cómo vengar la muerte de su padre y cómo recuperar las tierras familiares perdidas, Gregor había viajado por los lugares más exóticos del mundo sin prestar atención a las mujeres que le ofrecían compañía. ¿Sería el hecho de estar tan cerca de su hogar lo que había derribado sus barreras y le había permitido volver a sentir? ¿O sería mérito únicamente de Jessie?

Mientras trataba de resolver el misterio, ella echó la cabeza hacia atrás, se golpeó con la cabecera y dejó escapar un gemido cargado de dolor. Gregor se incorporó y estaba a punto de despertarla cuando ella habló.

—¡No! —exclamó, moviendo mucho los párpados pero sin abrir los ojos—. Màthair.

Gregor se detuvo en seco, sorprendido. Estaba llamando a su madre en gaélico. ¿Habría nacido en las Highlands? Nunca le había hablado de su familia. La curiosidad que le despertaba su compañera de cama no hacía más que crecer. ¿Diría algo más?

Jessie había empezado a sudar y respiraba con dificultad. Movía mucho los brazos y las piernas. Era evidente que estaba pasando un mal rato.

Gregor no podía soportarlo.

La besó en la mejilla y susurró su nombre, tratando de despertarla suavemente para que no siguiera torturada por las pesadillas.

—Jessie, despierta. Estás conmigo, en la posada. Estás a salvo.

Entonces, ella abrió los ojos y se cubrió la boca con la mano, pero no antes de que se le escapara otro grito. Cuando sus ojos, muy abiertos y asustados, se encontraron con los de Gregor, éste la estrechó entre sus brazos.

Ella se aferró a él, temblorosa.

—Abrázame fuerte —le rogó.

—¿Qué te preocupa tanto? —preguntó él.

Jessie se echó hacia atrás, deshaciendo el abrazo, aunque sin dejar de temblar.

Gregor maldijo en voz alta por haber preguntado, pero ya no había vuelta atrás. Le alzó la barbilla con un dedo para ver bien sus ojos.

Era la mirada de alguien aterrorizado. No parecía verlo, sino que parecía estar mirando algo a lo lejos, más allá de su espalda.

—¿Jessie?

Aunque ella reaccionó al oír su voz, enterró la cara en su hombro, como si no quisiera ver más.

—No puedo decírtelo. Te burlarías de mí si lo supieras.

—No, no lo haría. Tranquila. Ven aquí, pequeña salvaje, acércate más.

Se aferró a su hombro desnudo con fuerza.

—¿Me prometes que no pensarás aún peor de mí?

—No pienso mal de ti.

—Pero soy una puta.

El dolor que oyó en su voz hizo crecer en él las ganas de consolarla.

—Y yo he sido un ladrón y muchos me definirían como un canalla, pero uno hace lo que tiene que hacer para sobrevivir. He mentido y engañado, me he hecho pasar por lo que no soy para salir adelante. No lo había planeado. No me educaron para actuar así, pero la vida a veces no nos deja otra elección.

Gregor cambió de postura en la cama y volvió a levantarle la barbilla para mirarla a los ojos.

—Ninguno de los dos es un santo, cariño. Creo que, en ese aspecto, nos entendemos bien.

Ella se lo quedó mirando durante un rato con emoción antes de hablar. Finalmente asintió.

—Cuando era una niña, condenaron y mataron a mi madre. Lo vi todo. Me obligaron a mirar.

—¿Quiénes te obligaron?

—La gente del pueblo. Los que la condenaron. —Jessie respiró hondo—. Habíamos viajado desde las Highlands porque mi madre quería encontrar a mi padre, que la había abandonado al enterarse de que se había quedado embarazada por segunda vez. Pero, en vez de encontrarlo a él, encontró la muerte. La lapidaron, la colgaron y luego la quemaron.

—¿La condenaron por brujería?

Jessie asintió.

La mente de Gregor empezó a atar cabos rápidamente.

—Aquella mujer de Dundee, Eliza, ¿sabía lo que le había pasado a tu madre? ¿Fue por eso por lo que te acusó a ti de lo mismo?

Era una explicación razonable.

Ella tardó un poco en responder, pero finalmente asintió con la cabeza.

—Es posible.

En los últimos minutos había descubierto un montón de cosas sobre ella. Decidió seguir indagando.

—¿Naciste en las Highlands? —le preguntó acariciándole la espalda. Eso explicaría el hecho de que hablara en gaélico, aunque aún lo sorprendía un poco.

Jessie lo miró con recelo.

—Sí, aunque espero que no te burles de mis orígenes.

Gregor bajó la mano hasta sus nalgas y la atrajo hacia sí.

—No me burlo de ti, sólo me sorprende; no lo sabía. Por cierto, es algo que se te da muy bien. Me sorprendes todos los días —añadió besándole el hombro desnudo.

Al volver a mirarla, vio que estaba mucho más calmada y que se esforzaba por sonreír.

—Sí, nací en las Highlands y todavía las recuerdo —dijo, melancólica—. Cuando haya reunido bastante dinero, volveré a mi tierra.

—¿Ah, sí?

Ella asintió.

—Allí no condenan a la gente por sus creencias.

Era lógico que quisiera regresar.

Jessie se lo quedó mirando, pensativa.

—Tú nunca me has acusado de brujería, Gregor Ramsay.

Él sonrió.

—Y ¿por qué iba a hacerlo? No he visto ninguna evidencia de ello.

A pesar de todo, era un tema grave, que no debían olvidar. Por muy infundada que fuera la acusación, los cargos la perseguirían si no se alejaba de Dundee. Tal vez pudiera volver pasados unos años, pero de momento lo mejor que podía hacer era marcharse lo más lejos posible y cuanto antes.

Jessie miró hacia la ventana iluminada por la luz de la luna.

—Aunque admito que eres bastante rara —dijo él, pasándole un dedo por los labios.

—¿No me apartarás de tu lado? —preguntó ella al tiempo que lo miraba con ojos inseguros.

—¿Por qué iba a hacerlo? No me has dado ningún motivo. —Le acarició el pecho, haciéndole cosquillas en el pezón con el pulgar—. No eres una mujer corriente. Nunca he conocido a otra tan desvergonzada y ardiente como tú, pero por eso te elegí a ti entre todas. —Estuvo a punto de hablar de la misión, pero la tierna expresión que vio en la mirada de ella lo hizo cambiar de idea.

Suspirando, la joven se acurrucó contra su costado y él le rodeó el cuello con un brazo. Su miembro, que estaba ya a media asta gracias a la cercanía y el calor de ella, acabó de erguirse cuando notó los pechos de la muchacha clavarse en su torso.

—¿Estás mejor?

Asintiendo, Jessie levantó una rodilla y le acarició el muslo con ella.

—Tómame, Gregor. Haz que me olvide de las pesadillas.

¿Qué hombre podría resistirse a semejante tentación?

Sin hacerse de rogar, se colocó sobre ella y penetró en su ardiente canal. Con movimientos lentos, fue adentrándose hasta llegar a lo más hondo. Gregor se detuvo al notar el abrazo cálido y húmedo sobre su miembro, y bajó la cabeza para mirarla fijamente a los ojos. A la pálida luz de la luna, brillaban de una manera extraña, como si estuvieran iluminados desde el interior.

Cuando ella se dio cuenta, bajó los párpados. Él se percató de que aún seguía afectada por la pesadilla.

Se movió adelante y atrás lentamente, fascinado por el modo en que cada movimiento se reflejaba en la expresión de ella. Los labios se le movían, igual que los párpados, respiraba entrecortadamente y gemía cada vez que alcanzaba el fondo.

—Mírame —le pidió él.

Ella tragó saliva y respiró hondo antes de obedecerlo. Cuando sus miradas se encontraron, contuvo el aliento. Tenía los ojos brillantes, como si estuviera a punto de llorar.

Gregor le sostuvo la mirada mientras la penetraba.

Haciéndolo durar tanto como pudo, siguió embistiéndola con suavidad hasta que ninguno de los dos pudo aguantar más y explotaron a la vez. Al terminar, Jessie se abrazó a él agradecida, murmurando su nombre. Gregor la atrajo entonces hacia sí y la tapó para que se durmiera.