3
Fue el ruido de la conversación lo que despertó a Jessie. Al mirar a su alrededor para ver dónde estaba, no reconoció el lugar. Tras incorporarse de un brinco, se frotó la cara, y la luz que entraba por las finas cortinas la hizo pestañear. Volvió a mirar a su alrededor con curiosidad. Apenas se acordaba de nada de lo ocurrido la noche anterior. Recordaba que el viaje había sido agotador y que su rescatador la había obligado a montar en un caballo. ¡Un caballo!
Al verse tan alta, tan lejos del suelo, se había asustado mucho. Se había agarrado a su espalda, lloriqueando, con los ojos firmemente cerrados. A él le había parecido muy divertido, pero Jessie no le había encontrado la gracia por ningún lado. Cada vez le daba más rabia verse obligada a quedarse con ese hombre. Había pasado tanto miedo durante el trayecto que al llegar a su destino estaba agotada.
La habitación era muy sencilla, sin apenas muebles. Había dormido en un estrecho catre, vestida con la camisola. El vestido roto, las enaguas y el corpiño estaban en el suelo, junto a sus zapatos. Recordaba habérselo quitado todo de cualquier manera la noche anterior. La manta estaba en buen estado y la habitación, aunque sin ser lujosa, era cómoda. En el extremo opuesto estaban el cubo, cubierto con una tapa de madera, y el lavamanos, con una jarra de agua y una toalla. Sin duda era mucho mejor que la celda en la que la habían encerrado, y que el cuchitril donde se había alojado con sus seis compañeras en Dundee.
Tras sentarse en el catre, abrió la cortina y miró por la ventana. Las verdes colinas se perdían en el horizonte. Era un paisaje arrebatador, que la devolvió a su infancia. Sintió de nuevo el familiar deseo de salir de casa; de caminar descalza sobre la hierba, aspirando el aroma del follaje. Estaban en Fife, una región rica y fértil que se divisaba desde Dundee, si se subía a la parte alta de la ciudad. Jessie había mirado a menudo al otro lado del Tay, preguntándose cómo sería. Desde lejos le había parecido bonito, pero nunca se había atrevido a cruzar el río, a causa de los rumores que le llegaban de los pueblos de Fife. Eran historias de torturas y de ahorcamientos de personas como ella. Y ese solo pensamiento le trajo recuerdos dolorosos de su madre.
Obligándose a centrarse en el presente, vio que la puerta de la habitación adyacente estaba entreabierta. Se levantó y, tras aliviarse en el cubo, miró en el interior de la jarra con desconfianza. Dos hojas de menta flotaban en el agua. Las apartó antes de agarrar la jarra con las dos manos y beber con ganas. Sabía que se arriesgaba a pillar alguna enfermedad, pero en primavera solía tener siempre mucha sed, y el día anterior apenas habían parado a comer ni a beber. Se secó la boca con el dorso de la mano y volvió a dejar la jarra en su sitio.
Estaba a punto de dirigirse hacia la puerta cuando se acordó de las monedas que le había dado su nuevo protector en Dundee. Era importante esconderlas bien, y de prisa. Se había cosido un bolsillo en las enaguas, donde guardaba lo que iba ganando. Sacó los dos chelines y buscó un escondite en la habitación. Finalmente decidió ocultarlos entre dos tablones del suelo. Tras meterlos todo lo adentro que pudo, se arrancó algunos hilos del dobladillo roto y los usó para cubrirlos. Satisfecha con el resultado, se acercó a la puerta y escuchó.
—No me avisó de que tendría compañía —dijo una voz femenina.
—Ha habido un cambio de planes.
Jessie reconoció la voz. Era el hombre que la había sacado del calabozo. Todavía no sabía cómo se llamaba.
—No se preocupe —añadió él—. Le pagaré bien.
Jessie no pudo resistir más la curiosidad. Sujetándose lo mejor que pudo la camisola medio rota, abrió la puerta y echó un vistazo. Su rescatador estaba sentado a la mesa en una habitación mucho más grande que la suya. Era una salita privada, muy amplia. Aparte de la mesa y de las sillas, vio una mecedora frente a la chimenea, junto a la que había un buen montón de leña. Justo frente a ella había otra puerta, que daba a un segundo dormitorio. La cama era grande y parecía cómoda, aunque estaba parcialmente oculta por las cortinas que la rodeaban. A un lado de la cama había un baúl con un candado de aspecto sólido y pesado en la cerradura. En ese momento, la tapa del baúl estaba abierta. Al ponerse de puntillas, vio que estaba lleno de ropa y papeles.
La mujer que estaba charlando con su rescatador portaba una bandeja repleta de comida en las manos. Su contenido llamó la atención de Jessie, que llevaba dos días sin comer.
—Tal como le dije cuando alquilé las habitaciones —siguió diciendo él—, necesito intimidad. Es muy importante, ahora más que nunca.
Jessie reparó en lo guapo que estaba, con el pelo húmedo y la camisa medio abierta, que dejaba al descubierto parte del pecho. También se fijó en que acababa de afeitarse.
—Le di mi palabra y la mantengo, señor Ramsay —replicó la mujer.
«Así que se llama Ramsay», pensó ella justo antes de bostezar ruidosamente para anunciar su presencia.
—Ah, Jessie. —El señor Ramsay parecía divertido por su aparición y su atuendo.
La mujer, por el contrario, la miraba con el cejo fruncido. Era una mujer madura, de aspecto respetable, que llevaba un vestido de color marrón apagado y un delantal, además de una cofia que le ocultaba el cabello.
—Te presento a la señora Muir, la tabernera del Drover’s Inn. Jessie es… mi prima. Se hospedará conmigo durante unos cuantos días. Soy su tutor legal.
Jessie lo escuchaba, divertida por su repentino ascenso en la escala social. Como la prima de un hombre con la bolsa repleta de monedas, sabía que la tratarían bien. Tal vez no había sido tan mala idea aceptar ese trabajo.
La tabernera miró a Jessie de arriba abajo antes de dejar la bandeja sobre la mesa. Aparentemente convencida por la explicación de su cliente, se volvió para marcharse.
—Oh —añadió él—. ¿Podría pedir que subieran más agua caliente? Mi prima llegó muy cansada del viaje.
«¿Agua?», pensó Jessie, estremeciéndose.
Tras mirarla con desconfianza, la dueña asintió y se retiró.
—¿Y si no quiero bañarme? —preguntó ella cuando la mujer se hubo marchado. La rebelión le corría por las venas. Y más cuando estaba en una situación que no dominaba.
—Pues te bañarás igualmente y darás las gracias.
—El agua puede llevar enfermedades —insistió ella, acercándose a la mesa atraída por el olor de la comida.
—Puede. Tendrás que correr el riesgo, igual que yo me estoy arriesgando al confiar en ti —replicó él con una sonrisa irónica—. Me gustaría echar un buen vistazo a la mercancía que he comprado, y para eso vamos a tener que quitarte de encima varias capas de suciedad.
Jessie hizo una mueca de disgusto, pero en ese momento vio el plato lleno de panecillos y se olvidó de discutir. Y también había caldo. Se le hizo la boca agua.
—Siéntate —le ordenó él—. Come.
Ella se sentó a la mesa y cogió un panecillo. Todavía estaba tibio. Lo comió con ansia antes de atacar el caldo. Era espeso y sabroso, y en él flotaban unos pedazos de carne de cordero. Sus tripas gruñeron ruidosamente, agradecidas.
El señor Ramsay la observó mientras comía. Parecía divertido por su falta de modales. Tal vez se imaginaba que era una inocente, con pocas luces, y que tendría que ocuparse de ella. ¿Qué palabra había usado? «Tutor». Había dicho que era su tutor legal. Eso la molestó. No necesitaba tutores legales. Del mismo modo que tampoco necesitaba que nadie le enseñara cómo seducir a un hombre. Aunque, si estaba dispuesto a pagarle el tiempo de su supuesta formación, no tenía prisa por sacarlo de su error.
Él volvió a centrarse en los papeles que tenía en la mano, y Jessie aprovechó la oportunidad para observarlo a placer. Tenía el cejo fruncido, lo que le confería un aire amenazador. A la luz de la mañana, la cicatriz que le recorría la cara tenía un aspecto más descarnado. La lesión debía de haber sido seria. Se preguntó cómo lo habrían herido, y qué habría sido del hombre que lo hirió.
Aunque aún no conocía bien a su nuevo «tutor», habría apostado que su oponente había pagado por su ofensa. Probablemente con la vida.
—He subido de categoría de repente —comentó mientras acababa de desayunar—. Resulta que ahora soy tu prima.
—¿Habrías preferido que le dijera que eres una puta? ¿Una puta acusada de brujería nada menos? —preguntó él, mirándola con desaprobación—. ¿Crees que si le hubiera contado la verdad te habría recibido con los brazos abiertos?
Jessie se encogió de hombros. Estaba molesta, pero básicamente porque era obvio que él no tenía ganas de hablar. Lo que le había dicho no era más que la verdad, y ella nunca rehuía la verdad.
—Llevarse a una puta a la habitación no es tan raro, créeme —replicó, y luego añadió riendo—: No, a menos que la dueña sea más beata de lo habitual y pueda permitirse rechazar clientes. Por lo que he visto hasta ahora, diría que no es el caso.
—Se lo he dicho por mi seguridad tanto como por la tuya. Mis negocios son privados y así deben seguir —añadió él, malhumorado, dejando los papeles sobre la mesa. La miró de arriba abajo, con una expresión que sugería que no estaba satisfecho con su aspecto ni con sus palabras.
Jessie se enfureció. Había sido él quién había insistido en que lo acompañara. Apartó el cuenco vacío y lo miró desafiante.
—Y ¿se puede saber hasta cuándo estoy contratada? No me gusta haberme ido de Dundee tan repentinamente.
Cuanto más tardara en ir a recuperar su dinero, más razones tendría Ranald para quedárselo. Lo conocía lo suficiente para saber que negaría estar al tanto de ese dinero si no regresaba en seguida.
El señor Ramsay le dirigió una mirada burlona.
—Estaban a punto de juzgarte por bruja. Por si no te has dado cuenta, esos juicios suelen acabar con la bruja muerta.
Jessie se encogió al oír sus crueles palabras, y se obligó a tragarse los recuerdos lo más rápidamente que pudo.
—Tenías pocas opciones. Tenías que salir de allí.
Ella se mordió el labio y él esperó a que hablara, expectante.
—Sí, me habría marchado, pero antes habría recuperado mis ganancias. No me diste la oportunidad.
—¿Por qué iba a hacerlo? Te habrían pillado, y no te liberé para que volvieran a apresarte. —Entornó los ojos—. La mayoría de las mujeres en tu situación se sentirían agradecidas de que hubiera ido a liberarlas.
Era obvio que ese hombre no estaba acostumbrado a que discutieran sus instrucciones y sus decisiones. La estaba mirando con tanta intensidad que Jessie sintió que la invadía una oleada de calor. Era una mirada de lujuria, aunque también distinguió un leve resentimiento, como si se hubiera arrepentido de haberla llevado consigo. Y el hecho de que ella compartiera ambas emociones no ayudaba en nada.
—No lo dudo —replicó ella con brusquedad—, pero eso no tiene nada que ver. Me obligaste a hacer un trato contigo sin saber a qué me estaba comprometiendo.
Arrastró la silla hacia atrás, pero antes de que pudiera levantarse, él le agarró la muñeca con una mano de acero y se la clavó a la mesa. La sujetó con todas sus fuerzas, como si quisiera demostrarle lo decidido que estaba a llevar su plan a cabo.
Jessie le lanzó una mirada asesina. El humor de su anfitrión acababa de cambiar de nuevo. De inquieto había pasado a estar irritable, y ahora la miraba furioso.
—Eres una mujer diabólica. Protestas por todo, pero en una cosa te doy la razón: aceptaste el trato, así que deja de quejarte de una vez —repuso, dando así el tema por zanjado.
Se notaba que estaba acostumbrado a impartir órdenes y a que todo el mundo las acatara sin rechistar. Jessie trató de liberarse, pero él le apretó entonces la mano con más fuerza. Su cara tenía una expresión entre mercenaria y amenazadora. Iba a tener que contarle la verdad.
—Si no vuelvo a Dundee pronto, Ranald, mi amo, se quedará con mi dinero. —Odiaba contarle sus intimidades pero, si quería que le hiciera caso, no tenía más remedio—. No quiero perder el dinero que me ha costado tanto ganar. —Respiró hondo—. No me lo puedo permitir.
—Te lo compensaré. Añadiré la cantidad a tu tarifa. —La voz de Ramsay sonaba ahora más calmada, pero seguía clavándola en la mesa con la mano y la mirada.
Jessie tragó saliva. A pesar de estar tan firmemente sujeta, se sentía a la deriva. Al volver a ver un brillo lujurioso en la mirada de él, deseó que apartara la mesa, la sentara sobre ella y la tomara allí mismo. La sangre se le aceleró y le costó respirar. Era la mirada de un depredador, tan intensa que su coño palpitó deseando que se clavara en su interior.
Antes de que pudiera responder, llamaron a la puerta. Eran dos criados, un chico delgaducho que se los quedó mirando con descaro y una joven de carnes generosas que el delantal no podía ocultar. La muchacha los observó con más disimulo, aunque no por ello perdió detalle. Entre los dos llevaron una gran tina a la habitación en la que había dormido Jessie. Antes de marcharse, la joven hizo una rápida reverencia.
—Ahora traeré más agua caliente.
La doncella sonrió al ver a Jessie medio desnuda y clavada a la mesa por su supuesto primo y tutor legal. Cuando hubieron salido al pasillo, los oyeron reír mientras se alejaban.
Sin duda, ellos no se habían dejado engañar.
El señor Ramsay le soltó la mano.
Pronto, la doncella regresó con un cubo lleno de agua humeante. Ramsay la ignoró, ya que tenía la vista fija en Jessie. Fue entonces cuando ella se dio cuenta de que la fina tela de la camisola era prácticamente transparente a la luz que entraba por la ventana. La estaba observando como si estuviera calificando su potencial para conquistar a su enemigo.
Nunca se había encontrado en una situación parecida. Quería usarla para causar la desgracia de otro hombre. Era un encargo menos arriesgado que otros que Jessie había recibido, pero no acababa de gustarle. La observaba como si dudara que fuera capaz de llevar a cabo su cometido. ¿Cómo se atrevía? Iba a tener que dejarle un par de cosas muy claras.
Respiró hondo y alzó la barbilla, dispuesta a zanjar su discusión anterior.
—Acepto ese dinero adicional. Cuando hago un trato no me echo atrás. Y no te preocupes: cumpliré la misión sin problemas.
Los ojos habitualmente insondables de Ramsay brillaron ahora divertidos, confiriéndole un aspecto salvaje y canalla. Jessie cada vez sentía más curiosidad por saber qué estaba pensando. Y también por saber qué habría pasado si los criados no los hubieran interrumpido.
El chico no había vuelto. La joven había acabado de preparar el baño y permanecía junto a la bañera con los puños del vestido remangados y una toalla de paño colgada del brazo, como si pensara ayudarla a bañarse. Jessie se sintió inexplicablemente incómoda.
El señor Ramsay hizo un gesto con la mano.
—Vamos, a lavarte. Y date prisa.
Jessie se dio cuenta de que estaba haciendo planes para más adelante. Bueno, ella también tenía sus propios planes. Cada vez sentía más impaciencia por conocer los detalles de la misteriosa misión. Quería quitársela de encima cuanto antes, volver a por su dinero y escapar al norte. Aunque Ramsay la compensara, no pensaba renunciar a un dinero que le pertenecía y que tanto le había costado ganar.
Sin embargo, antes tendría que soportar la ridícula instrucción de su falso tutor. Si había algo de lo que estaba segura, era de su capacidad para atraer a los hombres. Había aprendido mucho durante el año que había pasado ganándose la vida como prostituta, pero le seguiría la corriente. Mientras le pagara esos días, no le importaba. Se acercó a la tina preguntándose qué clase de hombre sería el enemigo de Ramsay.
La doncella la estaba aguardando. Sin saber lo que esperaba de ella, Jessie se quitó la camisola rasgada. La joven le señaló la tina y ella entró en el agua.
—La ayudaré, señorita —dijo la doncella, remangándose un poco más.
A Jessie le daba vergüenza que otra mujer la bañara. Durante las pocas ocasiones en que se había dado un baño completo, se había bañado con otras mujeres, pero nunca la habían enjabonado ni frotado. Sabía que para las damas de la alta sociedad era lo habitual, pero ella no estaba acostumbrada.
—Puedo hacerlo sola —repuso.
Haciendo caso omiso de sus palabras, la joven empezó a enjabonarla.
—Señorita, prefiero frotarla a usted a fregar los suelos de la taberna —admitió, sincera.
Jessie se encogió de hombros. Era comprensible. Lo que no iba a hacer era permanecer en silencio mientras la bañaba.
—¿Cómo te llamas?
—Morag, señorita.
Jessie movió los dedos de los pies en el agua caliente.
Con el paño mojado, Morag le restregó las piernas con fuerza.
Ella se ruborizó.
—¿Qué tal es el Drover’s Inn? ¿Viene mucha gente por las noches? —Jessie recordó vagamente el olor a cerveza rancia que la había asaltado al entrar la noche anterior en la taberna de la posada. Había visto a dos hombres durmiendo la mona sobre una mesa, agarrando con fuerza su vaso a pesar de que estaban dormidos.
Morag cogió la jarra que había junto a la jofaina y la llenó con agua limpia del cubo.
—Eche la cabeza hacia atrás, señorita. —Jessie obedeció y la chica le vertió el agua por la cabeza y los hombros—. Trabajo no falta, sobre todo los días que hay mercado en Saint Andrews. Los granjeros paran aquí de camino a casa. Si han hecho un buen negocio, se dejan parte de las ganancias.
Jessie se sorprendió pensando que no era un mal sitio para hacer negocios, antes de recordar que no estaba allí para eso. Se encontraba a las órdenes del señor Ramsay. En ese momento se dio cuenta de que él estaba paseando por la habitación contigua, mirándola cada vez que pasaba ante la puerta.
—¿Quién más se aloja aquí?
Armada con el paño, Morag le levantó los brazos sin ninguna ceremonia y le frotó con fuerza las axilas.
—Gente de paso sobre todo —respondió encogiéndose de hombros antes de volver a subirse las mangas—. Lo normal es que se queden sólo una noche, para descansar ellos y los caballos.
No sonaba muy interesante. Con una mirada de complicidad, Jessie siguió preguntando:
—¿El señor Ramsay es el único cliente que se ha instalado una temporada?
—Hay otro caballero, el señor Grant, que se quedará unos cuantos días. Es recaudador de impuestos. —Morag abrió mucho los ojos—. Oh…, creo que no debería haberle dicho eso.
Jessie se echó a reír.
—Lo comprendo. Los recaudadores de impuestos no son queridos en ninguna parte. No te preocupes. No se lo diré a nadie.
—Gracias.
Ramsay se había detenido en la puerta, con el hombro apoyado en el marco y los brazos cruzados despreocupadamente sobre el pecho mientras la observaba. Jessie se fijó en que la camisa que llevaba era de buena calidad. Estaba abierta en el cuello, dejando al descubierto la piel morena de la parte superior del pecho. Tanto su cuello como su mandíbula transmitían fuerza y determinación. La joven le recorrió el torso con la mirada y luego bajó hasta los pantalones de cuero. Era la primera vez que podía observarlo con buena luz. Qué lástima que quisiera emplear sus servicios para otro hombre.
Se dio cuenta de que también era la primera vez que él la veía con buena luz. Estaba totalmente desnuda, así que podía contemplar a placer la mercancía que había comprado. Aunque su mirada era fría y calculadora, Jessie sintió que su temperatura corporal aumentaba. Deseó que hubiera contratado sus servicios para él. Aprovecharía los días que pasaran juntos, aunque habría preferido pasar esos días de un modo más interesante que aprendiendo lecciones.
Cuando vio que él estaba admirando sus pechos, se levantó el pelo con ambas manos y se volvió a un lado y a otro. Los ojos de Ramsay se oscurecieron y por un momento pareció perder el hilo de sus pensamientos. Se alegró de comprobar que podía hacerle perder la cabeza si se lo proponía, lo que podía resultarle útil en algún momento.
—Su primo parece tenerle mucho cariño, señorita —comentó Morag en voz baja sin dejar de frotarle la piel.
Jessie se echó a reír. Le gustaba esa doncella. Era una joven práctica.
—Tienes razón. Parece que disfruta de las vistas.
Sonriendo, Morag bajó la esponja y la sumergió entre los muslos de ella.
Ramsay siguió el movimiento con la mirada.
Jessie se frotó los pechos con las manos. Cuando la esponja empezó a estimularla entre las piernas, dejó caer la cabeza hacia atrás y suspiró ruidosamente.
Para su sorpresa —porque, hasta hacía un instante, parecía estar disfrutando del espectáculo—, él se acercó, cogió la toalla bruscamente y la cubrió con ella por detrás.
—Te estás entreteniendo demasiado, querida —le susurró al oído con voz aterciopelada—. Tenemos muchas cosas que hacer.
Jessie se tambaleó al notar su aliento tan cerca. Ramsay la secó, frotándole la cintura y las caderas por encima de la toalla. Sentir aquellas grandes manos sobre su cuerpo hizo que las ganas de acostarse con él aumentaran. Jessie recordó la facilidad con la que aquellas manos la habían levantado. Y lo agradable que había sido cuando la había empotrado contra la pared de la celda y su largo miembro se había clavado en ella.
Levantándose, Morag se secó las manos en el delantal.
—¿Puedes dejarle algo de ropa a mi prima? —le preguntó Ramsay—. La suya se rompió durante el viaje.
La muchacha asintió.
—Ve a buscarla, por favor.
Tras doblar la rodilla a modo de reverencia, salió a toda prisa.
Estaban solos. Jessie se volvió para mirarlo, expectante. El vientre le palpitaba de deseo.
—Eres muy considerado.
Él alzó la comisura de los labios, sacudiendo la cabeza.
—Un saco usado habría sido preferible a la ropa que llevabas. Ahora vístete y no pierdas más tiempo. Estás aquí para llevar a cabo una misión —replicó él con autoridad.
Y, acto seguido, tras colgarle la toalla de los hombros, se volvió y se marchó, dejándola para que acabara de secarse sola.
Jessie lo miró con una mueca de desencanto. Era un tipo extraño; le costaba predecir sus reacciones. Aunque estaba segura de que, con un poco más de tiempo, llegaría a hacerlo. Era una de las metas que se había fijado.
Morag llegó poco después con la ropa y la ayudó a vestirse, atándole las cintas del corsé y las del vestido con fuerza, ya que la doncella estaba mejor dotada que ella. Cuando hubo acabado de recogerle el pelo, salió al pasillo y llamó a gritos al chico para que la ayudara a llevarse los cubos.
Cuando la vio aparecer, el señor Ramsay apartó una silla de la mesa y la colocó en el centro de la habitación.
Jessie se colocó junto a la silla, expectante.
Poniendo las manos sobre el respaldo de la silla, él le preguntó:
—Necesito que estés comprometida con la misión. ¿Estás dispuesta?
Ella hizo una mueca de impaciencia.
No, no estaba dispuesta. ¿Cómo iba a estar dispuesta si no sabía qué se esperaba de ella?
—No me has contado gran cosa. No sé qué debo hacer.
—Necesito que obtengas acceso a la casa de un hombre rico y que te ganes su confianza, seduciéndolo.
—¿Para qué?
—Para provocar su caída en desgracia. —Ramsay hizo una pausa antes de añadir—: Quiero vengar una injusticia cometida en el pasado.
—Lo comprendo.
—¿Te ofende la naturaleza de la misión?
—No, claro que no. —Jessie se echó a reír—. ¿Pensabas que me echaría atrás?
—Necesito estar seguro.
Por alguna razón, su patrón pensaba que tenía dudas y que podía echarse atrás. Pero no eran sus motivos lo que la alteraban, sino él.
—Pero ¿qué pasa? ¿Te has olvidado de lo que soy? Una puta hace lo que le piden. Será un trabajo como cualquier otro. La única diferencia es que me pagarás tú, en vez de él.
Ramsay asintió, aparentemente satisfecho con su respuesta. La curiosidad de Jessie sobre ese viejo enemigo no hacía más que aumentar. Se preguntó qué habría pasado entre ellos. Cruzando las manos sobre el regazo, lo miró a los ojos.
—Si quieres que actúe de manera convincente, tendrías que darme más información. ¿Por qué quieres que seduzca a ese hombre? ¿De qué quieres vengarte?
Un ligero espasmo en la mejilla de Ramsay fue la única muestra visible de que se había enfadado.
—Lo único que necesitas saber es que tienes que entrar a trabajar en la casa y conseguir que te den un puesto de confianza.
Jessie se preguntó por qué se resistía tanto a explicarle las razones que lo impulsaban.
—Un puesto de confianza… ¿Qué es lo que quieres que me confíe?, ¿sus secretos o sus objetos de plata?
Él sonrió con ironía.
—Supe que eras una muchacha astuta desde el primer momento en que te vi en la taberna… actuando.
Eso le gustó. No era muy habitual que la gente reconociera que tenía talento para más cosas aparte de para abrirse de piernas. Tenía una mente despierta, aunque no tuviera muchas ocasiones de demostrarlo.
—¿Y la respuesta a mi pregunta es…?
—Las dos cosas. Quiero que tengas acceso a su plata y a sus secretos. —Ramsay se sentó en la silla que había apartado, frente a ella—. Quiero que escuches todo lo que se dice en la casa; que te fijes en los negocios que se trae entre manos.
Jessie asintió, admirando el imponente aspecto de su patrón sentado en una sencilla silla de madera. Tenía las largas piernas estiradas en dirección a ella, cruzadas a la altura de los tobillos.
Toda esa fuerza y virilidad habían quedado ocultas bajo su disfraz cuando lo conoció. Menudo placer había sentido al descubrirlas aquella noche. Menudo placer observarlas ahora.
—Para conseguirlo, vas a tener que ganarte su confianza con engaños. —Ramsay apoyó un codo en el respaldo de la silla y gesticuló con la otra mano—. A ver, muéstrame cómo le ofrecerías tus servicios a un hombre rico en circunstancias normales.
La estaba mirando con curiosidad. Jessie se sintió tentada de provocarlo, pero no quería perder su buena consideración. Él pensaba que era astuta, así que actuaría con astucia. Cuando se conocieran mejor, ya le daría su opinión con más libertad. Mientras tanto, usaría con él las mismas armas que pensaba emplear con su enemigo. Le demostraría lo capaz que era de seducir a un hombre.
—Me acercaría a él con más prudencia. Le haría creer que ha encontrado una fruta que acaba de madurar, que aún no está tan estropeada como las otras que ha ido encontrándose por la calle.
Ramsay asintió, pensativo.
—Sí, creo que es un buen acercamiento.
Jessie puso los ojos en blanco.
—¿Estás pensando en ti o en ese enemigo tuyo?
Él alzó una ceja.
—Estaba pensando en él, por supuesto. Ha desvirgado a muchas jóvenes sin ningún cargo de conciencia.
—¿Y tú? ¿También prefieres acostarte con inocentes?
—No estamos hablando de mí. Haz el favor de recordarlo. —Aunque la reprendió, Ramsay parecía divertido. La miró de arriba abajo antes de añadir—: Pero, ya que lo preguntas, te diré que prefiero acostarme con mujeres que disfrutan del sexo.
La sangre de Jessie se aceleró. Había quedado encantado con su encuentro en la celda, ahora estaba segura de ello. Se lo había parecido entonces, pero luego, al contratarla para otro hombre, le habían surgido dudas.
—Es mucho más placentero dar y recibir placer de una mujer que sabe lo que está haciendo. Nunca le he encontrado la gracia a corromper inocentes.
Jessie empezaba a formarse una idea tanto de Ramsay como de su enemigo. ¿Le habría arrebatado a un antiguo amor?
—Lo siento. No pretendía interrumpir tu… instrucción con preguntas personales.
Él se echó a reír suavemente. Jessie no podía sacudirse de encima la sensación de que la había calado a la primera. Ella no podía decir lo mismo, y eso le daba mucha rabia.
—Eres una mujer capaz de hacer que un hombre pierda el mundo de vista, lo admito. Precisamente por eso te elegí —dijo Ramsay. Luego señaló el suelo—. Imagínate que te contrata como doncella. Creo que es la mejor manera de acceder a la información que quiero. —Frunció el cejo y añadió—: Aunque reconozco que aún no sé cómo vamos a conseguir que lo haga. Tendremos que trabajar en ello.
—No será difícil.
La expresión de Ramsay cambió de pronto.
—¿Tienes alguna idea?
Jessie sintió una gran satisfacción al ver que podía alegrarle el ánimo tan fácilmente.
—Tal vez. ¿Tiene muchos criados?
—Sí, calculo que una docena, más o menos, sin contar el personal que se ocupa de las tierras y los establos.
Ella asintió, pensativa.
—Es fácil conseguir trabajo en una casa grande, sobre todo en situaciones de caos. Déjame eso a mí. Yo me ocuparé.
No le costaría mucho crear el caos en la casa con un toque de magia. Si gracias a ella lograba llevar a cabo su misión, valdría la pena arriesgarse. Pero ese as en la manga lo mantendría en secreto. Cada vez que salía el tema de la magia, él se enfadaba, así que, ¿para qué provocar su mal humor? Cambiando de tema, le preguntó:
—¿Quieres que finja estar fregando el suelo?
—Sí, pero quiero que lo hagas de un modo que le resulte… seductor —respondió él, sin apartar la mirada cuando ella sonrió.
Cada vez que la miraba con aquella intensidad, Jessie sentía el ardor del deseo en el vientre. Entre ellos había una atracción indudable. ¿Cómo podía estar allí sentado, como si nada? Ya sabía que la había contratado para otro hombre, pero su encuentro del primer día había demostrado que se entendían bien en el sexo. Y, aunque Jessie tenía su propio destino y no iba a permitir que nada ni nadie la apartara de él, aprovecharía lo que pudiera conseguir de ese hombre por el camino. Era la primera vez que alguien la rescataba. Tras la confusión de los primeros momentos, guardaba un buen recuerdo de la experiencia, especialmente del revolcón. Arrodillándose ante él, se juró conseguir que no fuera el último.
La luz del sol que entraba por detrás de la cabeza de Ramsay la deslumbraba. Él permanecía completamente inmóvil, medio oculto a contraluz. Respirando hondo, Jessie se cubrió los ojos con una mano para tratar de leer la expresión de su cara mientras le decía:
—Discúlpeme, señor Ramsay, tengo que fregar el suelo. —Le habló de usted, metiéndose en el papel, y lo llamó por su apellido, para que se diera cuenta de que lo había oído antes.
A pesar de que él permaneció en silencio, el ambiente de la habitación se alteró, cargándose de tensión. Había sido algo de lo que ella había dicho o hecho, aunque no sabía exactamente qué.
Ramsay permanecía tan quieto que lo único que se oía era un pájaro que piaba en el exterior. Jessie simuló estar fregando el suelo, canturreando en voz baja. De vez en cuando le dirigía una mirada coqueta. Tratando de no sonreír, meneaba los hombros y las caderas más de lo necesario para captar su atención.
Se percató de que él seguía estando tenso sentado en su silla. ¿En qué debía de estar pensando? Aunque permanecía en silencio, la rigidez que desprendía calentaba la sangre de la joven. Pensar que estaba allí, examinándola, hacía que quisiera moverse de otra forma. Lo que realmente le apetecía era acercarse a él de manera provocativa y rogarle que le diera placer como la otra vez.
Poco después, él se levantó y se plantó ante ella. Con un dedo la obligó a levantar la barbilla.
—Cuando estés arrodillada, levanta la cara de este modo. Así se te ven mejor los pechos.
El sonido de su voz le retumbó por todo el cuerpo, resiguiéndole los nervios. Era una voz profunda, grave, seductora, y deliciosamente autoritaria. La excitó. Quería seguir escuchándola. Su cuerpo tapaba la luz del sol, por lo que podía verlo perfectamente. Al mirar a Ramsay desde su posición, recordó la primera noche en la celda, cuando se había arrodillado ante él con intenciones muy distintas. En aquel momento sólo pensaba en él, pero ahora él la obligaba a pensar en otro hombre, en su enemigo.
Sin retirar el dedo de su barbilla, él siguió examinándola con los labios fruncidos; sus ojos no perdían detalle. Jessie pensó que, en una sala repleta de hombres, sin duda él sería quien llamaría la atención. Y la cicatriz no le restaba un ápice de atractivo. Era rudo, oscuro, y estaba cargado de secretos, pero la atraía muchísimo.
—¿Señor? —susurró—. ¿Qué más quiere que haga?
Deseaba que le pidiera que se desnudara para él, que se sentara sobre su miembro y lo montara hasta que llegara al clímax.
Mirándola con curiosidad, él le pasó el pulgar por el labio inferior. Jessie se estremeció, sin poder disimular su excitación.
—No te muevas. Sigue así. —Ramsay no volvió a la silla, sino que, en vez de ello, caminó a su alrededor, deteniéndose ocasionalmente para observar algún detalle de su aspecto.
Incapaz de resistirse a la tentación, ella lo miró por encima del hombro. Aunque no la estaba tocando, la sangre le corría desbocada por las venas. Se preguntó si él debía de ser consciente del efecto que tenía sobre ella.
Cuando llegó a sus pies, los separó un poco más con uno de los suyos.
—Separa un poco más las rodillas y arquea la espalda —le ordenó.
Ella obedeció, levantándose un poco la falda para facilitar la maniobra. En la nueva postura, los muslos le quedaban muy abiertos. Si alguien le levantara la falda desde atrás, le resultaría muy fácil tomarla. Sintió un cosquilleo entre las piernas y el vientre empezó a latirle de manera incontrolada.
—Mejor así —dijo él.
«¿Mejor para quién?», pensó Jessie. Tuvo que cerrar los ojos unos instantes. Esa nueva postura no la ayudaba en nada a concentrarse. Se preguntó cuánto tiempo podría aguantar así. Notaba que se estaba hinchando como una fruta madura, lista para ser recogida. Estaba húmeda de deseo mientras él permanecía impasible a su espalda, dándole instrucciones sobre cómo posar lascivamente.
—Vamos, prueba a fregar así.
Le pareció que su voz sonaba divertida. ¿Se estaría riendo de su enemigo o de ella? Empezaba a sentirse francamente frustrada. Respirando hondo, fingió fregar el suelo una vez más. La nueva postura hacía que su trasero se moviera arriba y abajo cada vez que agitaba el brazo. Al tiempo que se retiraba los mechones de cabello que le habían caído por encima del hombro, lo miró de reojo sin dejar de moverse.
—Cualquiera que nos viera —comentó, incapaz de contenerse— pensaría que estás tratando de humillarme.
—¿Humillarte? —repitió él. Esta vez, a Jessie no le cupo ninguna duda. Se estaba riendo de ella—. ¿Humillar a la Puta de Dundee? Aunque quisiera no podría hacerlo. Sin duda es una tarea imposible.
Maldición. Conocía su dichoso título. Apretó los labios, furiosa. Era un forastero, un hombre que había pasado años en alta mar y, aun así, conocía su apodo. Era una lástima.
Se sentó sobre sus talones y lo miró fijamente, con los brazos cruzados sobre el pecho. ¿Con quién habría hablado sobre ella? ¿Qué más sabía? Ese título era un honor bastante dudoso. Muchas veces había pensado que era una maldición, aunque sabía que en el fondo no era cierto. La auténtica maldición, la auténtica carga que llevaba sobre los hombros, era su habilidad secreta. Pero, en cualquier caso, el apodo no le gustaba.
Justo en ese momento, se dio cuenta de que el suave cuero de los pantalones de su falso tutor le apretaba más que minutos antes. Los botones parecían estar a punto de desabrocharse por sí solos a causa del miembro que se erguía tras ellos. No podía ocultar que su jueguecito lo había excitado tanto como a ella. Eso la calmó.
—No se olvide de la instrucción, señor —lo provocó—. Continúe, por favor.
—Me gusta verte tan dispuesta.
Ella se mordió el labio inferior para evitar replicar.
Ramsay sonrió con ironía.
—Quiero que ese hombre se vuelva loco por ti, pero no debe sospechar que tu objetivo es acercarte a sus documentos. Tienes que atraerlo, pero sin que él se dé cuenta. Debe pensar que es él quien te seduce a ti, no al revés. ¿Qué harías en esas circunstancias?
En la mente de Jessie aparecieron varias escenas, todas ellas lascivas, pero el único hombre que era capaz de imaginarse en todas ellas era el que tenía delante.
—Me haría la inocente para convencerlo de que soy casta y luego… dejaría que pensara que ha logrado excitarme.
Él asintió.
—¿Cómo lo harías?
—Podría fingir que estoy deseando que un hombre me toque, pero que no tengo a nadie que lo haga. Me escondería en algún sitio donde pudiera encontrarme fácilmente, desde donde pudiera observarme desesperada… tratando de aliviarme sola.
Ramsay la miró un buen rato antes de decir:
—Sí, sin duda eso lo excitaría.
Sin embargo, su comentario no sonó todo lo entusiasta que ella esperaba. Parecía… malhumorado. ¿Lo habría molestado en algo? ¿O había conseguido alterarlo al fin? Deseaba que así fuera. Sería lo justo. La había excitado tanto que iba a tener que aliviarse sola. Pronto.
—Muéstramelo. Para asegurarme de que funcione.
Ella sacudió la cabeza, incrédula.
—¿Que te lo demuestre?
—Eso he dicho. Quiero ver cómo finges ser una inocente muerta de lujuria, que no puede esperar y debe aliviarse en un rincón —le ordenó él con los ojos brillantes.
Jessie contuvo el aliento. ¿Quería que se desnudara y se tocara delante de él? La idea la estimuló. Nerviosa por la novedad de la situación, lo miró, desafiándolo en silencio a resistirse a lo que estaba a punto de ver.
Se levantó, con las piernas temblorosas por la excitación, y se dirigió hacia una silla colocada bajo la ventana. La luz ayudaría a que el espectáculo fuera más lucido.
—Dame un momento para situarme mentalmente en casa de ese hombre. Quiero hacerlo bien.
—Los que necesites —replicó él, cruzando los brazos sobre el pecho y apoyándose en la pared. Su pose era relajada, pero tenía los ojos entornados y los labios apretados, como si estuviera concentrado.
Jessie se aprovecharía de su interés. Pronto lo tendría a sus pies. Mientras tanto, disfrutaría contemplando su atractivo rostro mientras se acariciaba y se daba placer. No obstante, tras unos momentos de reflexión, decidió cambiar de estrategia.
—Por favor, escóndete un poco entre las sombras —dijo—. Así podré imaginarme que no te veo…, quiero decir que no lo veo… a él.
Ramsay no puso disimular la curiosidad que sentía. Durante unos momentos no se movió, sino que sólo la miró fijamente, como si la estuviera desafiando. El corazón de Jessie se desbocó. Sabía que podía hacerlo a la perfección, pero la atención de él la hacía sentirse más llena de vida y de energía que nunca. Y cuando al fin hizo lo que le había pedido, adivinar su presencia entre las sombras le resultó todavía más excitante. Sin previo aviso, recordó el momento en que él se había clavado en su interior. El eco de ese momento retumbó en su vientre, y la fuerza del recuerdo la devolvió al calabozo. Evocó la fuerza de sus brazos, sosteniéndola. Se estremeció entonces sin poder evitarlo, lo que aumentó su frustración. Decidida a lograr que él compartiera también esa misma frustración, se pasó la mano por la nuca y suspiró de deseo.
Aunque estaba mirando hacia otro lado, sentía su presencia con fuerza. Si su misión fuera seducirlo a él, no tendría ningún problema en mostrarse excitada. Ni siquiera tendría que fingirlo. Así pues, decidió imaginarse que era al señor Ramsay a quien tenía que cautivar. El señor Ramsay, que la había contratado en su casa sin conocer su verdadero objetivo. Con esa idea en la cabeza, empezó a acariciarse y a apretarse los pechos por encima del vestido. En su fantasía, él era su señor, y ella su criada. Como dueño de la casa, se había mostrado interesado en ella. Ella había ido a su encuentro y lo había descubierto desnudo. Tal vez se estaba bañando. Excitada al ver su cuerpo fuerte y masculino, había tenido que esconderse en un armario empotrado donde se guardaba la ropa blanca para aliviar la fiebre que se había apoderado de ella.
Mientras se levantaba la falda para acceder a su sexo, se imaginó que él la descubría y se quedaba observándola entre las sombras, espiándola a través de la puerta entreabierta. Ah, sí… Quería que el señor Ramsay se acercara a ella. Lo conseguiría. Se mordió el labio inferior, luchando contra el impulso de buscarlo con la mirada. En algún momento tendría que hacerlo, porque necesitaba saber si su actuación estaba surtiendo efecto, pero todavía no.
La naturaleza escabrosa de sus pensamientos la animaron a seguir tocándose. Tras apoyar un pie sobre la silla, se levantó la falda hasta la cintura y la sostuvo en alto ayudándose de los codos. Se introdujo dos dedos y comprobó que estaba muy húmeda. No le extrañó, pero igualmente suspiró de placer mientras se extendía los fluidos por los pliegues de su sexo. Poco después, sus caderas empezaron a moverse hacia adelante y hacia atrás, y la fricción incrementó su excitación. El vientre le ardía de deseo. Necesitaba sentir las sólidas y gratificantes embestidas de su miembro hinchado. Se estremeció al recordar las sensaciones de la otra noche. Su sexo se contrajo bruscamente, deseando sentirse lleno una vez más.
Poco después, Jessie estaba desesperada por correrse. La presencia de Ramsay aumentaba su necesidad, pero estaba resuelta a resistir. La tensión que le llegaba desde el lugar donde él se ocultaba en las sombras crecía a cada instante. Lo notaba. Estaba a punto de abalanzarse sobre ella. Estaba a punto de obligarla a inclinarse sobre la silla para poder tomarla desde atrás. De nuevo evitó la tentación de buscarlo con la mirada. Lo deseaba con todas sus fuerzas, pero tenía algo que demostrarle: Ramsay debía descubrir que no podía resistirse a ella.