12

Jessie no había tardado mucho en volver a meterse en líos. Gregor la miró con una mezcla de diversión y desconfianza.

—¿Qué hacías? ¿Planeando escapar? —le espetó.

Sin embargo, sabía que, si ésa hubiera sido su intención, a esas horas ya no estaría allí. Se reprendió a sí mismo. No debía interesarse tanto en ella, ni en sus emociones ni en las razones que la movían a actuar. Llevaba toda la tarde recordándose que era una prostituta que había contratado para un servicio, ni más ni menos. El hecho de que se excitara cada vez que ella estaba cerca era algo puramente accidental. No podía permitirse encariñarse con la joven. Ya tenía bastantes problemas tal como estaban las cosas. No necesitaba más.

—No, yo… —La voz de Jessie perdió fuelle al ver los paquetes que había dejado sobre la mesa, tristes y solitarios.

¿Pensaría que iba a castigarla privándola de los vestidos?

—Me preguntaba cuántos huéspedes hay en la posada. Cuando te vas, oigo voces al otro lado de las paredes.

—Tienes muy buen oído. —Gregor tenía la sensación de que se estaba perdiendo algo. Algo importante—. ¿No ibas a fugarte?

Ella negó con la cabeza con vehemencia.

—Oh, no. Estoy comprometida con la misión.

Gregor no lo dudaba, pero sabía que se aburría al quedarse sola; se lo había confesado la noche anterior. Tenía que acelerar su instrucción y empezar la misión cuanto antes si no quería que se cansara y se marchara.

—Me gusta oírte decir eso. Necesito tu dedicación y tu compromiso, Jessie. Estamos casi listos. Ya no tardaremos mucho en ponernos en movimiento. —Señaló en dirección a la mesa—. Te he traído dos vestidos. La modista me ha asegurado que son adecuados para una criada de una cierta posición. Pruébatelos. Asegúrate de que te vayan bien y empieza a ponértelos para que no parezca que acabas de estrenarlos. Cuando te presentes en la puerta de Balfour Hall, debes dar una imagen de modestia.

Ella asintió y comenzó a abrir los paquetes con curiosidad.

Gregor se sentó a observarla mientras ella examinaba su nuevo vestuario con asombro, murmurando palabras de aprobación y abriendo mucho los ojos. Comentó la calidad de la lana usada para hacer los vestidos y lo suaves que eran al tacto, cosas en las que él no se había fijado al recogerlos. Tras ver su reacción el día anterior, se había dado cuenta de lo mucho que la ropa nueva significaba para ella. Por eso, en el último momento había añadido un par de caprichos al pedido, cosas que no eran necesarias.

Sonrió al ver la alegría que iluminó sus ojos al ver el vestido de noche azul. Lo sabía. Había sido un capricho extravagante, pero la reacción de la joven merecía la pena. Además, quería verla con él puesto.

—Creo que hay un error —dijo ella entonces—. Me has dicho que me habías comprado dos vestidos. Pero éste no puede ser para mí. ¿Es para otra mujer? —preguntó a continuación, perdiendo el brillo en la mirada.

¿Eran celos lo que veía en sus ojos? La noche anterior le había preguntado sobre otras mujeres.

—He dicho que te he comprado dos vestidos adecuados para una criada. El tercero es para que la Puta de Dundee se lo ponga para su cliente actual, que soy yo.

Mil emociones brillaron de pronto en los ojos de Jessie, y Gregor no fue capaz de descifrarlas todas. Por un momento le pareció que el regalo la entristecía, pero luego suspiró y se lo puso delante del pecho, acariciando maravillada la seda.

—Es demasiado bueno para alguien como yo.

Su manera de rozar la tela con los dedos hizo que Gregor se endureciera.

—Ya lo arreglaremos. Ya verás como no lo será dentro de un rato, cuando te lo levante por encima de las caderas para poder acceder a tu dulce coño.

¿Lo había dicho en voz alta? No había sido ésa su intención, como tampoco había previsto volver a sucumbir a su deseo por ella. Sin embargo, dicho estaba. No podía disimular lo mucho que la deseaba. Suponía que al vivir juntos en un espacio tan reducido era casi inevitable. Al fin y al cabo, era una hermosa muchacha que sabía apreciar un buen revolcón.

—¡Señor Ramsay! —lo reprendió ella, juguetona, aunque los ojos se le oscurecieron de deseo y sus labios se curvaron en una sonrisa.

Gregor se preguntó qué cruzaría por su mente en momentos como ése. Si tuviera que hacer una apuesta, no sabría dónde colocar el dinero. Con una sonrisa irónica reconoció que eso formaba parte de su atractivo.

—Mira en el bolsillo —apuntó entonces.

Ella sacó el bonito adorno que le había comprado, un collar. Nada extravagante, pero tenía un par de piedras azules que hacían juego con el vestido. Le habría gustado buscar a un joyero que le puliera algunas de las piedras que había traído de sus viajes, pero le pareció que era una manera tonta de llamar la atención.

Jessie recibió el regalo con exclamaciones y palabras de felicidad.

—En ese otro fardo encontrarás ropa interior. La modista y su asistente me han asegurado que las prendas son perfectas para que puedas ponértelas tú sola.

Jessie se dirigió hacia el otro paquete y empezó a desenvolverlo a toda prisa. Segundos después, sacó unas enaguas adornadas con encaje y un corsé de ballenas, y se quedó mirándolos desorientada.

—Lo único que he tenido hasta ahora han sido corsés de hilo —admitió, mirándolo asustada—. ¿Cómo me las arreglaré para ponerme esto yo sola? ¿Me ayudarás?

La experiencia de Gregor con ese tipo de prendas era limitada. No tenía ningún problema en quitarlas, pero nunca las había puesto. Además, si le ponía las manos encima, ya podía dar la noche por perdida, porque no iba a poder hacer nada más que disfrutar de su piel suave y de su alegría.

—Avisaré a la doncella —sugirió, dirigiéndose al pasillo.

Cuando Morag llegó, las dos mujeres entraron en el dormitorio principal, aunque dejaron la puerta abierta. Gregor oyó susurros y risas, que le resultaron muy agradables. No era un sonido que estuviera acostumbrado a oír. Se había dado cuenta de que las dos jóvenes disfrutaban de su compañía mutua. Siempre aprovechaban para hablar, cuando Morag traía la comida o se llevaba el agua sucia de la jofaina. Se imaginó que Morag le abría la puerta de la habitación en su ausencia para pasar las horas charlando.

Al cabo de un rato, llevó la silla al dormitorio para observarlas más cómodamente. Empezaba a ponerse el sol. La luz del crepúsculo iluminaba la silueta de Jessie, que arqueaba la espalda provocativamente para que la muchacha pudiera apretar más el corsé. A Gregor le recordó a una ilustración de lo más inmoral de una mujer arreglándose en su tocador que había visto hacía tiempo y con la que había disfrutado mucho. Con la diferencia de que esa escena era real, y sólo para sus ojos.

Contemplar el ritual femenino le proporcionaba un gran placer. Y también una cierta sensación de propiedad, al saber que esa escena no habría tenido lugar sin su intervención directa.

Se imaginó a Jessie como dueña y señora de su propia casa. No sería una casa demasiado grande ni lujosa, pero tendría un buen trozo de tierra, el suficiente para asegurarle el futuro. Una casa como la que él tendría en ese momento de no haber sido por el despreciable charlatán de Ivor Wallace, un hombre que se enriquecía a costa de los demás, y que disfrutaba dándose aires de grandeza. Pero Gregor no estaba dispuesto a permitir que Wallace le estropeara el espectáculo. Con esfuerzo, lo apartó de sus pensamientos.

Ambas mujeres parecían encantadas con el corsé. ¿Le habrían hecho alguna vez un regalo parecido? Lo dudaba, aunque cuanto más creía conocerla, más lo sorprendía. Jessie era una muchacha extraña, misteriosa.

Las dos jóvenes tiraban en direcciones opuestas, riéndose, tratando de ajustar la lujosa prenda.

«Qué dinero tan bien empleado», pensó él al ver cómo los pechos de Jessie se iban alzando por encima del borde del corsé cada vez que Morag tiraba de las cintas. La hendidura entre sus senos quedaba en las sombras mientras los dos montículos se elevaban de un modo tan tentador que las manos le picaban de ganas de acariciarlos. Se estaba endureciendo cada vez más, pero no quería perderse el espectáculo. Se obligó a controlarse para saborear la situación tanto como pudiera.

—¿Te gusta lo que ves, Gregor? —le preguntó Jessie en ese momento, como si pudiera leerle la mente.

—Pues sí, la verdad es que es muy atractivo —admitió él al tiempo que sonreía y asentía con la cabeza.

No quería que ella se esforzara especialmente en complacerlo. Ya lo complacía sin necesidad de esforzarse. Y tampoco quería que se acostumbrara a los halagos, pero no podía negarle uno cuando estaba tan radiante.

Morag había cogido el vestido azul y lo estaba sosteniendo en alto. En cuanto Jessie metió la cabeza por la abertura, la doncella la rodeó y se puso a su espalda para abrochárselo. Cuando acabó, se situó frente a ella para colocarle bien el encaje que le adornaba el escote.

Jessie miró entonces a Gregor por encima del hombro de Morag y, entornando los ojos, acarició la cintura de la chica mientras ésta se afanaba con el encaje de su escote.

Él sintió que se le despertaba la curiosidad. Había supuesto que el vestido la mantendría distraída durante un rato, pero era obvio que Jessie lo estaba provocando. ¿Lo habría estado observando todo ese tiempo sin que él se diera cuenta? Alzó una ceja, curioso.

Ella confirmó sus sospechas al responderle con una sonrisa traviesa. Luego se acercó a él como si estuviera mostrándole el vestido. Al llegar a su lado, se inclinó y le susurró al oído:

—Esta mañana me has dicho que creías que mi capacidad de seducción era adecuada.

—Así es.

—¿Puedo hacerte otra demostración?

Curioso por descubrir qué se le habría ocurrido, asintió.

Ella se volvió entonces y regresó junto a Morag con las manos en las caderas, disfrutando del modo en que se movía la seda del vestido al caminar.

—Es precioso, señorita Jessie.

—Lo es —asintió ella y, sujetando la cara de la muchacha entre ambas manos, la besó en la mejilla—. Mira, Morag, el señor Ramsay está disfrutando mucho viéndonos juntas.

«Será desvergonzada…», pensó él.

Señalando con la barbilla en su dirección, Jessie hizo que la doncella se fijara en él. Morag se rió y se ruborizó un poco, pero no pestañeó ni apartó la mirada. Gregor se sorprendió gratamente. Había imaginado que era una joven tímida y pragmática.

—De hecho —siguió diciendo Jessie en un tono seductor—, estoy segura de que no le importaría darte unas monedas a cambio de seguir viéndonos juntas. —Lo miró de reojo, desafiándolo con los ojos.

Gregor alzó las cejas. Era una proposición interesante, aunque estaba volviendo a tomarse demasiadas confianzas. Debería ponerla en su sitio, pero la curiosidad por ver hasta adónde estarían dispuestas a llegar ganó la partida. La idea de verlas juntas era de lo más excitante. Tanto, que su pene le presionaba ya los pantalones, deseando liberarse.

Se preguntó si su conversación de la noche anterior tendría algo que ver con eso. ¿Estaría tratando de impresionarlo con sus habilidades?

Aparte de la excitación en sí, Gregor también sentía curiosidad. ¿Hasta adónde llegaba su capacidad de seducción? Sabía que a él le resultaba imposible resistirse a su poder de atracción, pero ya que iba a entrar en una casa grande, con mucho personal de servicio, no estaría de más asegurarse de que sería capaz de camelarse a cualquiera que se interpusiera en su camino. Al menos, le parecía una buena excusa para dejar que las dos mujeres retozaran.

—¿Juntas? —preguntó Morag—. ¿A qué se refiere, señorita Jessie?

—Bueno —respondió ella jugueteando con el pelo de la muchacha, como si estuvieran hablando de la última moda en peinados—, por ejemplo, ¿me dejarías que te abrazara?

Qué segura se la veía. Gregor nunca la había visto actuar con tanta confianza en sí misma. Tal vez fuera por el vestido.

Morag reflexionó unos instantes, con expresión estoica.

—Supongo que sí.

Jessie hizo un sonido de aprobación con los labios apretados y, a continuación, acarició los grandes pechos de Morag por encima de la ropa.

—Y ¿me dejarías desvestirte?

La doncella no respondió, pero tampoco salió de la habitación corriendo. De hecho, tenía las mejillas más coloradas que hacía un momento, y los ojos muy abiertos y fijos en Jessie, como si estuviera disfrutando de sus caricias.

—¿Desvestirme? —repitió mientras ella seguía acariciándola—. ¿Para que el señor Ramsay me mirara?

—Sí.

Metiéndose la mano en el bolsillo, Gregor sacó varias monedas y se las puso en la palma de la mano, como si fuera a contarlas. Los ojos de Morag se abrieron, interesados, y se inclinó instintivamente hacia las manos de ella.

—Supongo que sí.

Jessie miró entonces a Gregor y asintió antes de seguir hablando.

—Estoy segura de que al señor Ramsay también le gustaría ver cómo te acaricio el coño mientras te beso las tetas.

Él contuvo el aliento esperando la reacción de la chica. Estaba mirando las monedas que tenía en la mano y había rodeado a Jessie —que era más delgada que ella— con los brazos, como buscando consuelo.

Divertido y fascinado por el giro de los acontecimientos, Gregor contó cinco monedas y las dejó encima de la mesa, esforzándose por no sonreír.

Las dos mujeres estiraron el cuello para contarlas.

Gregor formó entonces un segundo montón de monedas, igual de alto que el primero.

Los ojos de Jessie se iluminaron.

—Eso me parece muy justo.

Cuando Morag asintió, ella le dio la mano y la llevó a la cama. Mientras caminaban, se puso la otra mano en la cadera y miró a Gregor por encima del hombro. La melena oscura le caía libremente sobre el hombro, y sus ojos tenían un brillo seductor. En ese momento, él supo que nunca debería haber puesto en duda su capacidad de seducción. Estaba seguro de que Jessie podría seducir a cualquier persona de este mundo. Estaba manejando a la doncella a su antojo, usando sus poderes de atracción de un modo muy sutil. ¿Se habría estado riendo de él a sus espaldas permitiéndole que le diera lecciones sobre cómo seducir pareciendo tímida? No lo creía. Le parecía más probable que estuviera empleando sus nuevos recursos. Que quisiera demostrarle a su patrón que, aunque seguía siendo una descarada, no había estado perdiendo el tiempo educándola.

Entonces, Jessie dio unas palmaditas sobre el colchón y Morag se tumbó de espaldas donde le indicaba. Ella permaneció de pie junto a la cama, para que Gregor no perdiera detalle. Comenzó acariciando el cuello de la doncella y fue descendiendo hasta alcanzar sus pechos, provocándola y haciéndole cosquillas sin querer.

La chica se echó a reír.

A continuación, Jessie le desabrochó el corpiño y liberó sus pechos. Tras sacarlos de dentro de la combinación, los masajeó y los apretó mientras canturreaba de placer. Luego siguió jugando con las tetas desnudas de Morag hasta que los pezones se le endurecieron y la joven contuvo el aliento.

Cuando Jessie tiró de ellos, los pies de la muchacha se agitaron inquietos sobre la colcha.

—¡Oh, Dios mío, cómo me gusta!

—¿Te gusta? —repitió Jessie, volviendo a tirar de los pezones.

Morag asintió con entusiasmo. Estaba excitada, no podía negarlo.

Gregor se revolvió en su silla.

Jessie se inclinó entonces sobre ella y se metió un pezón en la boca. Tras succionar, separó los labios, dejando los dientes al descubierto. Gregor contempló, cautivado, cómo se pasaba el pezón por los dientes, y deseó hacer lo mismo con ella más tarde.

Morag gimió. Había echado hacia atrás la cabeza hasta chocar con la cabecera, y sujetaba la colcha con las manos, apretando y soltando al ritmo de los movimientos de Jessie.

—¡Ay, Señor! ¡Mis lombardas!

Se revolvió excitada hasta que la falda se le levantó. Al darse cuenta se quedó muy quieta, jadeando y temblando.

Jessie se incorporó con una sonrisa orgullosa y, sin previo aviso, le quitó los zapatos a su víctima y acabó de levantarle la falda y las enaguas hasta la cintura. A continuación, hizo un nudo con ellas para que no molestaran, dejándole así medio cuerpo al descubierto.

Morag llevaba unas curiosas medias de lana, una de ellas con un agujero considerable encima de la rodilla. Tenía las piernas tan macizas como el resto del cuerpo. Morag las fue separando a medida que Jessie se las recorría con los dedos, desde los tobillos hasta los muslos, gruñendo de aprobación con la boca cerrada.

Gregor miró a la doncella, pero no podía evitar que sus ojos se desviaran hacia Jessie una y otra vez. Se maravilló al ver lo cómoda y sensual que se mostraba con la otra mujer. Sabía que estaba pendiente de él en todo momento, pero no lo demostraba de manera descarada. Era tan sutil como el primer día, cuando se había tocado mientras él la miraba. Estaba conectada con él, a pesar de estar excitando y dando placer a otra persona. Y hacía bien, aprobó Gregor, ya que él era quien le pagaba. Le estaba demostrando su talento y su valía. Pero la conexión entre ambos no sólo había captado su atención, sino que asimismo le estaba provocando un dolor creciente en el bajo vientre y un gran deseo de poseerla. Cada vez le costaba más no tener acceso constante a sus partes íntimas.

Jessie le dirigió una mirada traviesa a Morag mientras le pasaba un dedo entre sus mullidos pliegues.

—Vaya, vaya, resulta que eres una descarada. Estás húmeda. Creo que te gusta lo que te hago.

Morag se echó a reír.

—Me ha gustado lo que le ha hecho a mis lombardas. Me lo haré más tarde.

—¿Te das placer tú sola a menudo? —le preguntó Jessie mientras recorría con el dedo la hendidura brillante de la doncella.

—Sí, todas las noches, si no he conseguido a un hombre que me satisfaga.

Jessie se detuvo y dirigió una mirada tan provocativa hacia Gregor que éste tuvo que forzarse a permanecer quieto y disfrutar del espectáculo. Si se perdía algo así no se lo perdonaría nunca, por mucho que en esos momentos le apeteciera más llevarse a Jessie a rastras para darle su merecido. Las manos le ardían de ganas de sentársela sobre las rodillas y azotarla hasta que tuviera las nalgas tan coloradas como las mejillas. Se lo había ganado con creces, por descarada.

Jessie volvía a estar concentrada en su víctima.

—Cuéntanos lo que haces. ¿Te frotas?

Morag volvió la cabeza a un lado y a otro.

—Oh, sí, lo hago. Lo hago todo el rato.

Jessie introdujo un dedo en su interior.

—Cuéntanos cómo lo haces. Queremos saberlo todo.

Por un momento, Gregor se preguntó si haría lo mismo con él. ¿Sería él también una marioneta en sus manos? Poco después, sin embargo, volvió a quedar hechizado con el espectáculo.

Morag echó la cabeza hacia atrás en la almohada y abrió la boca como si le costara respirar. Agarró la colcha con fuerza y asintió con la cabeza.

—Me froto todas las noches, con fuerza. A veces, me froto contra el pomo de la puerta de mi habitación imaginándome que es…, ya sabe…, una polla.

—El pomo de la puerta —repitió Jessie volviéndose para observar a Gregor. Se pasó la lengua por los labios y bajó la mirada hacia el bulto que se marcaba en sus pantalones.

—Diablesa —susurró para que sólo lo oyera ella.

Al parecer, el calificativo le encantó, porque volvió a dedicarse a su víctima con entusiasmo.

—Vaya, vaya, así que el pomo de la puerta… Ese truco no lo conocía. Tengo que probarlo un día. Igual lo pruebo una de estas tardes, cuando me quede encerrada a solas en mi habitación.

La imagen que invadió la mente de Gregor en ese momento era lasciva, rayando la obscenidad. Llevaba tres días encerrándola en el cuartito, pero a partir de ese momento no podría volver a hacerlo sin imaginársela levantándose la falda, frotándose contra el pomo y usándolo con ganas en su ausencia. Tenía la polla tan tiesa que empezaba a dolerle.

Mientras tanto, Morag seguía con sus explicaciones:

—Al final, cuando comienzo a perder el mundo de vista de tanta embestida, la puerta golpea y hace ruido. —Se echó a reír, pero su risa quedó interrumpida por un gemido cuando Jessie movió los dedos.

—Sí, así. Oh, así.

—No sabías que tus peras fueran tan sensibles, ¿verdad?

—Oh, no. No lo sabía. Me ha gustado mucho. —Cubriéndose los pechos con las manos, se retorció los pezones entre dos dedos, gimiendo con abandono.

Jessie siguió penetrándola con tres dedos, agrupados para que parecieran un falo. Morag gritó y levantó los pies de la cama. Soltándose los pechos, se agarró a la cabecera, sosteniéndose con fuerza mientras ella metía y sacaba los dedos de su orificio húmedo. Con los brazos levantados de esa manera, los pechos de la joven se juntaron. Jessie le retorció un pezón con la mano libre. Con el pulgar de la otra mano, le acarició el clítoris sin dejar de penetrarla con los demás dedos.

A Gregor no se le escapó que Jessie se estaba frotando contra la cama. Había apoyado una rodilla en el colchón y estaba apretando las caderas contra el borde. Llegados a ese punto, Gregor había tenido que separar los pies para acomodar la erección dentro de sus pantalones y aliviar el dolor que sentía en los testículos. Lo que más lo excitó fue comprobar cuánto le gustaba lo que estaba haciendo. Y en ese momento se dio cuenta de que le apetecía mucho más averiguar lo mojada que estaba Jessie que no meter la verga en otra mujer, por muy húmeda y preparada que estuviera.

Jessie había captado su atención por completo, aunque eso no era ninguna sorpresa. Era tremendamente sensual, más de lo que se había imaginado al conocerla, más que ninguna de las mujeres que había conocido durante sus viajes.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Morag.

Jessie había agachado la cabeza y le estaba acariciando el pezón con la lengua, con el rostro vuelto hacia Gregor para que él no perdiera detalle. Estaba tan excitado que le dolía. ¿Qué pretendía?, ¿darle placer o acabar con él?

Jessie había acelerado el ritmo de sus dedos. Cuando Morag alcanzó el éxtasis, levantó los pies de la cama mientras se agarraba a la cabecera con los brazos rígidos. Él pensó que tal vez entonces se tumbaría a su lado, pero no lo hizo. Una vez hubo alcanzado su objetivo, Jessie se volvió hacia él.

Los testículos de Gregor pidieron a gritos que se ocuparan de ellos cuando le clavó los ojos en el paquete. Con una sonrisa complacida, volvió a levantar la vista. Los ojos de la joven se habían oscurecido y tenía los labios húmedos. Sin apartar la mirada, él se acarició el miembro suavemente.

Olvidándose de la cama, Jessie se acercó a él caminando lentamente. Mientras se acercaba, se levantó la falda mostrándose ante él. Ver la pálida carne de sus muslos hizo que la necesidad de clavarse entre ellos se volviera irresistible.

El suave y oscuro vello que cubría sus partes más íntimas atrajo su atención. Deseaba ver lo que ocultaba.

Estaba a punto de levantarse cuando ella lo impidió, negando con la cabeza. No tuvo ni que abrir la boca. Supo lo que quería porque tenía la vista clavada en su abultado paquete y se sostenía la falda levantada para montarlo. Él se desabrochó los pantalones.

Cuando su miembro se liberó dando un brinco, Jessie suspiró.

Por un momento, a Gregor se le pasó por la cabeza que el talento de esa mujer iba a ser su perdición. Sería tan fácil dejarse atrapar por sus encantos sensuales y olvidarse de todo lo que tenía que hacer… En los pocos días que habían pasado desde que la conoció, había hecho ya varias locuras. Había rescatado a una prisionera del calabozo y se había arriesgado a ser descubierto por fornicar con ella allí mismo.

—¿Te ha gustado lo que has visto?

—Tal vez. —Con un gesto de las manos, le indicó que se subiera más la falda—. Enséñame un poco más y te lo diré.

Ella hizo lo que le pedía, dejándole su cuerpo al descubierto hasta la cintura.

Durante unos segundos, Gregor no pudo hacer nada más que observar. Sus curvas eran tan delicadas y femeninas que deseó pedirle que no se vistiera nunca para poder contemplarla siempre así. Deseó recorrerle con los dedos el lugar donde los muslos se convertían en caderas y reclamar su posesión. El mullido montículo que formaba el vello era una invitación para penetrar en él e invadir su dulce raja. El brillo de la humedad que empezaba a resbalar entre sus muslos acabó de endurecerlo. Se forzó a mirarla a los ojos.

Los de Jessie lo estaban observando con un brillo travieso.

—Pues yo creo que te ha encantado lo que has visto.

No podía evitarlo, era juguetona en todo momento. A Gregor le gustaba que lo obedecieran siempre, y ella debería estar deseando complacerlo, ¿no? Pues no: al parecer, se divertía más provocándolo.

—¿Me estás diciendo que he pagado ese dinero para que me pongáis cachondo y nada más?

—No, claro que no. Sólo quería asegurarme de que el espectáculo te había complacido. Estoy ansiosa por cabalgar una buena polla y, casualmente, eso es lo que tengo delante.

Era obvio que sabía cómo tocar los resortes adecuados para encender a un hombre. Gregor estaba tan caliente que no podía esperar más. Se le había acabado la paciencia para más juegos.

—Pues ya lo sabes. Venga, creo que estabas a punto de demostrarme lo ansiosa que estabas por montarte en una buena polla.

—¿Y ahora me vienes con exigencias? —Jessie chasqueó la lengua—. Y yo que pensaba que me habías contratado para otro hombre.

Él la agarró por la muñeca.

—Ahora vas a montarme a , o ya puedes olvidarte de nuestro acuerdo.

Ella sonrió, victoriosa, con los ojos brillantes de lujuria.

—¿Nuestro acuerdo? ¿Te refieres a ese en el que has invertido tanto? ¿Lo echarías a perder por un revolcón?

Apretando los dientes para no caer en sus provocaciones, Gregor le indicó que se acercara con un dedo.

Ella movió la falda, haciendo que se bamboleara a un lado y a otro, sin apartar la vista de su erección.

—Déjame dormir contigo otra vez esta noche y haré que te corras como nunca lo has hecho.

—Descarada, no estás en posición de venirme con exigencias.

—Yo creo que sí que lo estoy.

Se sentó sobre su regazo con los muslos bien abiertos. Con una mano se sujetó la falda a un lado de la cintura, mientras se separaba los labios del coño con la otra. Estaba suculento como un melocotón maduro, hinchado y húmedo.

Morag se había incorporado y los estaba observando, asombrada. Cuando su mirada se cruzó con la de Gregor, se sentó de un brinco en la cama.

—Discúlpenme. ¿Me marcho ya?

Antes de responder, Gregor llevó la mano hasta la entrepierna de Jessie y le introdujo dos dedos mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar.

Ella ahogó un grito y cerró los ojos, mientras sus músculos internos se contraían alrededor de los dedos de él.

La polla de Gregor se sacudió de deseo.

—Eso, querida —dijo él en respuesta a la pregunta de la doncella—, depende sólo de ti. Lo que está a punto de pasar va a pasar estés tú aquí o no. Si no quieres verlo, vete.

Jessie le dirigió una mirada divertida a la muchacha por encima del hombro. Luego agarró el miembro con la mano y lo dirigió hacia su abertura. La punta entró con facilidad, pero no el resto, puesto que ella lo mantenía sujeto con tanta fuerza que Gregor dio una patada en el suelo.

Soltándolo, Jessie sonrió y se sentó un poco más sobre él. Cada pocos segundos, se detenía y lo apretaba con fuerza, como si quisiera volverlo loco.

El puño caliente y húmedo que lo abrazaba íntimamente era a la vez un gran placer y una tortura, y ella era perfectamente consciente.

—Más —le pidió él—. Necesito más.

Arqueando el cuello, Jessie suspiró y dejó que se clavara en lo más hondo de ella.

Gregor gruñó cuando notó que estaba ensartado hasta el fondo. El suculento abrazo hizo que diera las gracias al cielo por estar vivo. No era un sentimiento muy familiar. Le rodeó las nalgas bajo la falda del vestido que había elegido especialmente para ella y apretó la suave y redondeada carne cada vez que Jessie se clavaba en él.

Ella enredó los dedos en su pelo y lo agarró por la nuca mientras la montaba. Los movimientos de Jessie eran muy ágiles como los de una bailarina. Y no sólo daba, sino que también tomaba todo lo que él le ofrecía.

—¿Crees que soy lo suficientemente buena para seducir a tu enemigo?

—Creo que eres lo bastante buena para seducir al rey en persona —respondió él al tiempo que le clavaba los dedos en el trasero.

Al notar la presión de sus manos, ella gritó y echó las caderas hacia adelante, lo que hizo que la polla se arqueara en su interior.

—¡Demonios! —El ritmo de su cuerpo y el ardiente abrazo de su coño hicieron que le costara respirar—. Ahora ya sé por qué te pusieron ese apodo.

Echando la cabeza hacia atrás, ella se echó a reír con ganas.

—No me avergüenzo de disfrutar del sexo.

—Ya me he dado cuenta. Tienes habilidades excepcionales. Podrías seducir a quien quisieras. —Instintivamente, levantó una mano para acariciarle la mejilla.

—Sí, probablemente. —Volviendo la cara sin apartarla de su mano, ella le besó la palma—. Pero yo sólo te quería a ti y, al verte mirando, mi deseo por ti no paraba de crecer.

Los ojos de Jessie brillaban. Gregor supo que, al menos en ese momento, lo tenía. No le costaría nada volverse adicto a eso. Se resistió, volviendo la vista hacia la mujer que estaba en la cama. Habían intercambiado los papeles. Esta vez era ella la que los estaba observando, tumbada boca abajo sobre el colchón, mientras se succionaba los dedos.

Sujetó a Jessie con más fuerza por las nalgas al notar un latido sordo que le nacía en la parte baja de la espalda.

—Con fuerza. Móntame con más fuerza —le ordenó, desesperado por correrse.

Agarrándose al respaldo de la silla, ella cabalgó sobre él vigorosamente, con los pechos a punto de desbordarse por el escote del vestido y el pelo cayéndole sobre los hombros. Apretó el sexo sin poder evitarlo.

Gregor sintió que los testículos le iban a estallar justo antes de que un latigazo le recorriera la espalda.

—Y esto era exactamente lo que quería hacer —susurró ella, antes de gritar. Las contracciones se volvieron más rítmicas y más seguidas durante el orgasmo.

Era más de lo que Gregor podía aguantar. Con esfuerzo, la apartó de él para no derramarse en su interior. Lo logró por los pelos y, muy a su pesar, se corrió en la mano en vez de hacerlo en su dulce sexo.