20

Saciado y asimismo estupefacto, Gregor se tumbó de espaldas. Un instante después notó que Jessie se movía. Cuando la rodeó con el brazo, ella se arrastró hasta quedar pegada a su pecho. Así, abrazados —como habían pasado las noches en la posada—, era capaz de olvidar la extraña realidad de su situación y disfrutar del momento. La besó en la coronilla y ella suspiró, satisfecha.

Al mirar hacia el cielo, le pareció que la luna que asomaba entre los árboles era más grande de lo habitual. ¿Siempre estaba así? Cerró los ojos, incapaz de llegar a conclusiones racionales en esas circunstancias.

La respiración regular de la muchacha contra su pecho lo ayudó a serenarse. Poco a poco, la trascendencia de lo que acababa de presenciar se fue haciendo evidente. Tragó saliva y le acarició la espalda. No le apetecía en lo más mínimo preguntarle sobre lo que había pasado, ya que tenía miedo de lo que pudiera descubrir, pero no podían ignorarlo. La acarició, abrazando a la mujer que conocía, y al mismo tiempo invitando a la mujer desconocida a revelarle sus secretos.

Al cabo de un rato, ella levantó la cabeza y observó a su amante en silencio.

—Ahora soy más fuerte —le dijo.

No era lo que Gregor había esperado oírle decir, pero entendió que era algo importante para ella. Al parecer, Jessie estaba casi tan sorprendida como él por lo que había sucedido.

—¿No es habitual?

Ella se encogió de hombros.

—Había oído hablar de esto cuando era pequeña, pero llevo mucho tiempo separada de mi gente. Sé muy pocas cosas sobre mis habilidades. Las voy descubriendo poco a poco.

Hablaba despacio, eligiendo las palabras con cuidado, como si tuviera miedo de desvelarle demasiado. Volviendo la cabeza, miró en dirección a Balfour Hall con determinación.

Gregor la abrazó con más fuerza, aterrado por la idea de lo que le harían si descubrían su verdadera naturaleza.

—¿Puedes protegerte con la magia?

Ella asintió.

—De hecho, es prácticamente para lo único que la uso. He ayudado a alguna persona a lo largo de estos años, pero muy poco. Después de ver lo que le pasó a mi madre, tengo miedo de que me descubran.

En sus ojos se mezclaban varias emociones. Gregor leyó en ellos una súplica. Le estaba pidiendo comprensión, pero también había dolor, como siempre que recordaba la muerte de su madre. Lo entendía perfectamente, ya que era lo mismo que él sentía al recordar la muerte de su padre.

—¿Qué piensas hacer con tu poder?

Jessie lo miró con desconfianza.

—Hemos recibido el don de la magia para hacer el bien, para curar y ayudar a nuestros semejantes. A través de la magia abrazamos el cambio de las estaciones y la naturaleza, que nos potencia y nos da fuerzas. Los que no lo entienden cuentan mentiras sobre nosotros y nos persiguen. De niña pasé muchos años sin usar la magia, pero al escapar recurrí a ella para protegerme. Y en el trabajo que he estado haciendo últimamente me ha sido muy útil. La he usado para mantenerme libre de enfermedades y para no quedarme embarazada. —Suspiró—. Pero incluso así, las demás mujeres se preguntaban por qué mi destino era tan distinto del suyo. Por eso empezaron a hacer correr rumores sobre mí.

Gregor asintió. Entendía las dificultades de andar por la vida por un sendero tan estrecho. Usar la magia para protegerse era un peligro en sí mismo. Por suerte, había logrado mantenerse a salvo hasta ese momento. Con una mano, la acarició entre los pechos y siguió bajando hasta detenerse encima del vientre, aún desnudo y cálido. Siguió acariciándola con un dedo y ella se estremeció.

—¿Puedes rechazar la semilla del hombre aquí? —preguntó él, extendiendo la palma de la mano sobre su abdomen.

La muchacha asintió.

—Llevo empleando ese hechizo durante tanto tiempo que me temo que ya no pueda revertirlo y… —Apartando la mirada, dejó la frase a medias.

Él sintió entonces su dolor, el dolor de la pérdida y el miedo, y deseó poder librarla de esa carga. Al principio, Jessie le había parecido fría y calculadora, pero bajo su apariencia mercenaria había una mujer sensible y muy femenina que añoraba todas esas cosas para las que había sido creada: el deseo, el afecto, la seguridad, una cama caliente y una vida mejor de la que había tenido hasta ese momento.

—Chis, tranquila. Todo va a mejorar, ya lo verás.

—Sí, eso es lo que siempre me digo. La esperanza de un futuro mejor es lo que me mantiene con vida. —Ella le apartó la mano del vientre y enlazó los dedos con los de él—. A las putas y a sus hijos les suceden cosas espantosas —continuó diciendo. Aunque su tono de voz había cambiado y ahora era más decidido, Gregor siguió percibiendo la vulnerabilidad en el fondo de su alma—. He visto perecer a niños a causa del hambre. He visto mujeres golpeadas hasta morir y abandonadas en una cuneta. Y, peor aún, he visto las consecuencias de las enfermedades. —La preciosa boca de la joven se apretó formando una fina línea, como si se negara a seguir hablando.

Gregor se sentó, descansó los codos en las rodillas y se retiró el pelo de la cara. De repente, lo veía todo más claro.

—No tendrás que volver a esa vida nunca más. Te pagaré el doble de lo que te prometí. Podrás vivir cómodamente en las Highlands. Empezar de nuevo.

Ella se sentó a su lado y le cubrió una mano con la suya. Por suerte, asintió en silencio y no dijo nada.

—Cuanto antes obtengas la información que necesito, antes podré cumplir mi misión y antes estarás a salvo —prosiguió él. Luego respiró hondo antes de continuar—: ¿Te acuerdas del señor Grant, el recaudador de impuestos?

Ella asintió.

—Anoche estuve hablando con él. Me dijo que pronto habrá una subasta de tierras y ganado. Sin duda es Wallace el que venderá. Lo que necesito saber es qué parcela piensa poner a la venta. El ganado lo compraré seguro, pero la tierra no. Dependerá de la parcela.

Jessie alzó la comisura de los labios en una sonrisa traviesa.

—¿Qué parcela te gustaría que pusiera a la venta?

Gregor estaba a punto de responder cuando se dio cuenta de lo que la joven estaba sugiriendo. ¿Sería posible?

—¿Crees que puedes influir en su decisión?

—Estoy convencida.

Si era cierto, mucho mejor para todos. Acabarían antes con ese asunto. Se la quedó mirando, maravillado.

Jessie se estremeció. Buscó su camisón y se lo puso.

—Supongo que quieres recuperar las tierras de tu familia, Strathbahn, ¿no?

Las palabras de la muchacha lo sacaron de su ensimismamiento.

—Sí, por supuesto —asintió él, aunque sabía que le dolería regresar allí—. Sé que no podría quedarme a vivir en ese lugar, pero me gustaría volver a ver las tierras ocupadas y trabajadas; saber que un arrendatario vive feliz allí con su familia y saca un buen provecho de las tierras. Devolver el esplendor a la finca.

—Confía en mí —le pidió ella, dándole un beso en la palma de la mano. Luego cerró los dedos de Gregor como guardando el beso en el interior de su mano, y él notó calor y una curiosa sensación de consuelo en la extraña prenda. No le cabía ninguna duda de que Jessie no era completamente de este mundo.

—Confiaré en ti si me prometes que antepondrás tu seguridad a todo lo demás.

Cuando ella sonrió, Gregor quiso abrazarla y no permitirle que se alejara de su lado. Sin embargo, saber que podía recurrir a la magia para protegerse lo calmó lo suficiente como para no hacer alguna tontería como prohibirle regresar a la mansión. A cada minuto que pasaba se le hacía más dura la idea de verla partir, pero saber que podía usar su talento secreto para forzar a Wallace a vender la tierra facilitaría mucho el éxito de la misión.

Cuando se levantaron, él le rodeó la cintura con un brazo.

—Reúnete conmigo mañana a la misma hora.

—Sí, pero espérame junto a los establos —replicó ella, señalando una zona en el extremo opuesto de la finca donde se encontraban los establos y las letrinas—. Allí es más difícil que nos vean desde la casa. Ten cuidado cuando te acerques.

Ella dio un paso atrás sin soltarle la mano. Luego lo miró a los ojos y rió suavemente.

—Vamos, señor Ramsay, no esté tan serio. Debería estar usted contento. Está a punto de lograr sus objetivos.

Sus ojos brillaron un momento a la luz de la luna antes de alejarse en la oscuridad, dejando tras de sí una estela blanca que Gregor siguió con la vista hasta que desapareció.

Jessie corrió pegada a las paredes de la mansión hasta llegar a la puerta de servicio. Una vez allí, se detuvo y apoyó la espalda en la fría superficie del muro para recuperar el aliento. La excitación de su encuentro clandestino, unida a la carrera, la había dejado en ese estado.

Al salir de la casa se había imaginado que Gregor estaría serio y frío, tal y como lo había dejado dos días antes. Pero, en vez de eso, se había mostrado preocupado y la había abrazado con fuerza. Era obvio que la había echado de menos. El nudo que la joven sentía en el estómago se deshizo en cuanto él la besó.

Todavía podía adivinar la mancha blanca de su camisa entre los árboles mientras la observaba regresar a Balfour Hall. El deseo mutuo suspiraba entre ellos. Jessie ahogó una risita. Debía de ser cosa de la magia. Lo había marcado como una criatura salvaje marca su territorio. La extraña conexión se iba desvaneciendo lentamente, pero la emocionó.

Habían hecho el amor con tanta pasión y tanta intensidad que la magia se había fortalecido y se había extendido a su alrededor. No cabía duda de que era Gregor el que la volvía poderosa. Siempre le sucedía después de unirse a él.

Ver que no la rechazaba al darse cuenta de su auténtica naturaleza había hecho que tuviera el orgasmo más arrollador de su vida. Por primera vez desde que la habían separado de su familia, no se sentía sola. Desde aquel día nunca había vuelto a sentirse aceptada, y nunca le había importado tanto que fuera así. Era cierto que al principio la había mirado con recelo pero, tras la sorpresa inicial, se había abierto a ella. Y entonces…, ¡Dios santo, qué placer!

«Por muchos años que viva —se dijo—, nunca olvidaré este momento». Entonces le vino a la mente la imagen de su madre, como le ocurría casi siempre que se perdía en sus pensamientos. Apoyándose una mano en el pecho, se forzó a calmarse antes de abrir la puerta de la casa.

Al volver a cerrarla desde el interior, un escalofrío le recorrió la espalda. Aunque instintivamente se cerró el chal, sus sentidos le dijeron que no era el aire frío el culpable del estremecimiento.

El sonido de su propia respiración la ensordecía. No se atrevía a darse la vuelta, pero cuando al fin lo hizo, el alma se le cayó a los pies.

Una figura la observaba en la oscuridad.

En silencio, Jessie pidió que Gregor se alejara de allí cuanto antes. Si se quedaba en los alrededores, podían descubrirlo. Haría lo que estuviera en su mano para impedirlo.

—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? —preguntó el hombre en la sombra—. ¿Qué debía de estar haciendo la chica nueva por ahí a estas horas de la noche?

Con cautela, Jessie se acercó a él, bloqueándole el acceso a la puerta. Había reconocido la voz, y se armó de valor para coquetear con él si era necesario e impedir así que saliera.

—Me apetecía respirar un poco de aire fresco, señor Cormac.

Él también avanzó hacia ella y, al hacerlo, quedó iluminado por la luz de la luna que se filtraba por la ventana. Jessie no se había equivocado, era el ayuda de cámara, desnudo de cintura para arriba. El pálido pecho le brillaba a la luz blanquecina. Llevaba los pantalones a medio abrochar y una copa en la mano. No era uno de los sencillos vasos del servicio, sino una copa de la vajilla de los señores. Cuando llegó junto a ella, Jessie percibió un fuerte olor a vino del bueno en su aliento.

Estaba borracho. Eso podía ser una suerte… o una maldición.

—Eres una fierecilla, muchacha. Lo supe en cuanto te vi.

Cormac apuró el contenido de su copa antes de dejarla en una mesa cercana y, rápido como un rayo, levantó una mano. A continuación le agarró un mechón de pelo, lo enrolló alrededor de su muñeca y tiró con fuerza.

La joven dio las gracias en silencio. Mientras el hombre se entretenía con ella, Gregor tendría tiempo de huir.

Él examinó su expresión. Jessie sabía lo que buscaba; había conocido a otros como él. Sabía que quería ver el miedo reflejado en su cara. Deseaba verla sometida, temiendo por su supervivencia. Tiró con fuerza del pelo y le echó la cabeza hacia atrás. Le hizo daño, pero el dolor sólo consiguió aumentar su determinación. Con la otra mano, Cormac le acarició el cuello y luego le desabrochó los botones del camisón para ver el valle que separaba sus pechos.

Jessie pensó en usar un hechizo para apartarlo de ella. Algo que lo distrajera, como hacer caer una silla, o derramar el vino de la botella que estaba abierta sobre la mesa.

«No puedo arriesgarme. Aún no». Sin embargo, cuando los dedos de él le rozaron el pecho, el estómago se le revolvió. Movió los labios en silencio, articulando palabras protectoras.

Justo en ese instante se oyó algo en el pasillo.

—¿Cormac? —llamó una voz femenina—. ¿Estás ahí?

Tenía a otra mujer esperándolo. Jessie sintió renacer la esperanza al oírlo gruñir.

—Vuelve a la habitación —respondió él por encima del hombro, aunque en seguida volvió a clavar la mirada en el valle que separaba los pechos de Jessie—. Prepárate —le dijo a la otra mujer mientras terminaba de desabrochar el camisón de Jessie para verla mejor.

¡Maldita fuera! Pensaba abusar de ella antes de volver con la otra.

—¿Traerás el vino que me prometiste? —Al parecer, su amante le había impuesto condiciones.

Cormac maldijo y soltó a Jessie.

Tambaleándose, ella se cerró el camisón con las manos para cubrirse el pecho.

El hombre le dirigió una sonrisa irónica antes de recuperar el vaso y la botella.

—Luego, Jessie —le prometió mientras se alejaba.

«No si puedo evitarlo», se juró ella.

Oculta entre las sombras, aguardó a que los pasos se alejaran. Mientras esperaba, pensó que las caricias de Gregor la habían malacostumbrado. Le iba a costar muchísimo acostarse con otro hombre después de haber estado con él. Y eso era desastroso para una mujer que se ganaba la vida abriéndose de piernas para cualquiera que le pagara el servicio. Suspiró. Momentos después, tras asegurarse de que todo estaba en calma, subió a su habitación. Mientras ascendía por los escalones iba pidiéndole a la fortuna que guiara sus pasos y que mantuviera a Cormac alejado de ella hasta que hubiera alcanzado su objetivo. Cuando Gregor le hubiera pagado lo prometido, podría retirarse del negocio y empezar una nueva vida.

Mientras tanto, sin embargo, tenía que ser dura. No podía permitirse que se le ablandaran los sesos.

Ni el corazón.