14
A la mañana siguiente, Gregor la dejó dormir, sabiendo que había pasado mala noche. Se levantó sin hacer ruido y se preparó para el día que le esperaba. Cuando Jessie despertó, se incorporó ligeramente, cubriéndose el pecho con las mantas, y lo miró con ojos de sueño.
Él se acercó a la cama.
—Le diré a la tabernera que te suba algo para desayunar. Cuando estés vestida, baja y nos pondremos en marcha —le dijo acariciándole la mejilla.
Ella asintió y le cubrió la mano con la suya.
—Tengo asuntos muy importantes que atender antes de irnos. —Gregor se soltó y, acto seguido, cogió el sombrero para marcharse.
La verdad era que necesitaba un poco de aire fresco para aclararse las ideas. Había dormido aún menos que ella. Había permanecido despierto gran parte de la noche, vigilando que las pesadillas no volvieran a asaltarla. Luego se había preguntado por qué demonios lo estaba haciendo. Hasta varias horas después no había logrado dejar de pensar en ella para centrarse en Balfour Hall y en su dueño. Se suponía que tenía que estar concentrado en su venganza. Había contratado a Jessie para que lo ayudara, no para que lo distrajera por completo. El Libertas regresaría a puerto antes de seis meses. Para entonces, todo debería estar resuelto. Tenía que mover ficha.
Gregor salió al exterior, respiró hondo y se acercó a los establos. Hacía un bonito día, lo que les facilitaría el viaje.
Cuando Jessie apareció, llevaba puesto el vestido gris claro que le había comprado para su papel de doncella recatada, con el chal firmemente anudado sobre el escote. Llevaba el pelo recogido en un discreto moño y la cara recién lavada. Se la veía bastante pálida, como si los días de encierro no le hubieran sentado bien.
¿Por qué tenía que sentirse culpable? No era responsable de ella. ¿Por qué se sentía mejor cuando se mostraba desinhibida y apasionada, con las mejillas encendidas y el pelo cayéndole libremente sobre los pechos desnudos?
«Lujuria, se llama lujuria», se dijo.
No sería el primer hombre en perder la cabeza por ese pecado capital, pero sí era la primera vez que él sufría sus efectos con semejante intensidad. Se pasó las manos por la cabeza, despeinándose. ¿Habría empezado ya a volverse loco? Llevaba once años ahorrando para volver a su pueblo convertido en un hombre rico. Un hombre que pudiera comprar tierras y vengar a su padre. Durante esos años se había acostado con muchas mujeres, pero nunca había experimentado ese…, ¿qué? ¿Qué era lo que sentía? Era algo que iba más allá del deseo, de la naturaleza alegre y vigorosa de sus encuentros sexuales. ¿Sería compañerismo?
Al acercarse a él, Gregor vio que Jessie miraba los caballos con aprensión. Obligándose a dejar a un lado las imágenes de la intimidad que habían compartido durante los últimos días, recordó su reacción durante la huida de Dundee. Había tenido que obligarla a montar a su espalda y había ido agarrada a él durante todo el camino como una lapa. En aquel momento no le había dado importancia. Se había imaginado que ella trataba de seducirlo con su cercanía, pero ahora ya no estaba tan seguro.
Jessie no reaccionaba bien ante las burlas. Debía recordarlo y actuar de otra manera si no quería que perdieran el tiempo en disputas eternas. Si discutían, el viaje sería tenso. Cuanto más relajado fuera el trayecto, en mejor estado llegarían a Craigduff. Iban a necesitar todas sus facultades, físicas y mentales, para derrotar a su enemigo.
—Viajaremos más de prisa en dos caballos —le dijo al tiempo que señalaba a los animales con la cabeza.
Jessie se retorció las manos, las soltó y luego se agarró la falda con fuerza. Aunque resultaba obvio que le estaba costando un gran esfuerzo, asintió. No obstante, le dirigió una rápida mirada suplicante antes de apartar la vista, como si estuviera planeando algo. Gregor estaba empezando a reconocer esa expresión. ¿Qué estaría tramando? ¿Tenía miedo de montar, o eran los caballos los que la asustaban?
El mozo de cuadra había acudido a ayudarlos.
—¿Éste es para mí? —preguntó ella señalando el más pequeño de los dos, una yegua color canela.
Gregor asintió.
Cuando Jessie se acercó a la yegua, ésta levantó la cabeza y olfateó el aire.
—Hola, preciosa —le dijo, acariciándola.
Luego, en un susurro casi inaudible, le habló en lo que a Gregor le pareció picto. Se la quedó mirando, intrigado. Ya la había oído hablar en gaélico y, al parecer, también conocía la otra antigua lengua escocesa. Uno de sus marineros, Jacob Carr, hablaba en picto cada vez que se emborrachaba, una costumbre que juraba que pasaba de padres a hijos en su familia. Lo que Jessie le había susurrado al caballo le había sonado muy parecido.
La yegua frotó el hocico contra la mano que la acariciaba.
—Qué preciosa mañana. ¿Has visto el paisaje? —comentó Jessie señalando las colinas.
Gregor miró en la dirección que ella indicaba, pero no vio nada que le llamara la atención, sólo la porqueriza al fondo de la finca y las colinas que se perdían en el horizonte.
Al volverse hacia ella para preguntarle a qué se refería, vio que la muchacha había vuelto a centrarse en la yegua. El animal tenía la cabeza baja, en señal de sumisión, y Jessie le había apoyado la frente en las crines. Con los ojos cerrados, movía los labios como si estuviera rezando. Gregor la contempló divertido. Cuando volvió a abrir los ojos, le pareció ver un destello violeta en ellos, y tuvo la impresión de que estaban más brillantes y llenos de vida que nunca.
No obstante, un momento después, el efecto había desaparecido.
Se acordó de la tarde en que la había conocido, y de las acusaciones de la gente mientras esperaban a que llegara el alguacil. Recordó que alguien había dicho que había visto una mirada extraña en los ojos de Jessie.
Una sensación de intranquilidad se apoderó de él al recordar los gritos y los insultos de aquella noche en Dundee, ahora que conocía la historia de su madre. Se frotó la barbilla, pero poco después apartó las sospechas de su mente. No podía permitirse volver a perderse en divagaciones.
Jessie le estaba sonriendo, y eso hizo que se olvidara de las feas acusaciones.
—Así pues, ¿el caballo cuenta con tu aprobación? —preguntó Gregor.
—Es una criatura preciosa —respondió ella—. Sé que nos llevaremos estupendamente. —Dio unos pasos junto a la yegua y, con ayuda del mozo de cuadra, la montó.
Gregor se fijó en que montaba como los hombres, pero no hizo ningún comentario.
Cuando ella vio que la estaba observando, se encogió de hombros.
—Voy más cómoda así.
Una vez más, Gregor tuvo la sensación de que no tenía mucha experiencia montando a caballo, por no decir ninguna. Pero ahora que estaba subida a la yegua y que por fin podrían partir, no iba a iniciar una conversación. Era hora de actuar, no de hablar.
Montó ágilmente y sacudió las riendas para ponerse en marcha.
Tras él, oyó que Jessie animaba a su montura. Tras darle una palmada, ésta comenzó a galopar rápidamente. Cuando llegó a la altura de él, Jessie reía encantada, con una mano en la parte delantera de la silla y la otra agarrada firmemente de las crines. Brincaba a una velocidad casi peligrosa y, sin embargo, no sujetaba las riendas. ¿Cómo controlaba al animal?
Preocupado, Gregor se apresuró a colocarse a su lado. Seguro que estaba fingiendo que sabía montar para complacerlo. ¿Y si se caía y se hacía daño? Poco a poco, al ver que su precioso culo seguía firmemente pegado a la silla de montar, se fue tranquilizando. ¿Cómo lo hacía?
Él espoleó a su caballo para adelantar a la yegua e ir al frente. No tenía previsto recorrer el camino a esa velocidad pero, si así era como ella quería que viajaran, no iba a quejarse.
—Gregor, ¡qué maravilla! —exclamó Jessie poco después. Se la veía exultante, cabalgando mientras contemplaba el paisaje de Fife.
—Sí que lo es —corroboró él con un curioso sentimiento de orgullo, a pesar de que las tierras que estaba admirando no eran suyas.
No obstante, a medida que se fueron acercando a la fortaleza de Ivor Wallace, Balfour Hall, el humor de Gregor se fue apagando. Al ver el tejado de la mansión a lo lejos, la sangre comenzó a hervirle en las venas y le entraron ganas de ir y pegarle una paliza a su enemigo. Pensaba que ya había superado esa fase. Se obligó a tranquilizarse, diciéndose que había maneras mucho mejores de resolver esos asuntos.
—Es allí —dijo señalando el caserón.
Jessie frunció el cejo.
—No pensarás llevarme hasta la puerta y presentarme, ¿verdad?
—No. Enseguida dejaremos el camino —respondió él, señalando en dirección al bosque que rodeaba la casa por el otro lado.
Tras aquellos árboles estaba el sendero que llevaba a su antigua casa. De niño había jugado a menudo en aquellos bosques. Los conocía bien. Tomó las riendas de la yegua y la mantuvo pegada a su caballo para que lo siguiera.
En cuanto abandonaron el camino principal y se adentraron en el bosque, Gregor señaló hacia lo alto de la colina.
—Allí dejaremos descansar a los caballos. Es una buena atalaya. Está cerca de la casa, pero los árboles nos ocultarán.
Mientras él iba señalándole puntos de referencia, ella asentía, grabándoselos en la memoria, pero cuando él no decía nada, los ojos de Jessie se dirigían irremediablemente hacia el bosque. A medida que se abrían paso entre los árboles, bajo el manto de hojas verdes, parecía cada vez más animada. No perdía detalle.
—Esto es precioso, Gregor. Me encanta.
—Sí, sobre todo ahora, en primavera —convino él y, con una sonrisa, añadió—: De pequeño solía jugar por aquí.
Ella lo miró como si se lo estuviera imaginando siendo un niño y se echó a reír.
Cuando Gregor tiró de las riendas para que los animales se detuvieran y le dijo que desmontara, Jessie obedeció, aunque se dejó caer de su montura haciendo grandes aspavientos, gruñendo y protestando. Él sacudió la cabeza. Era evidente que había algo en los caballos que no le gustaba, pero le había parecido que lo había superado al montar en la posada. Al volverse hacia ella, vio que la joven había echado a correr, y que acariciaba las cortezas de los árboles al pasar junto a ellos. La observó, divertido.
Iba saltando y bailando de árbol en árbol, pegando las manos a los troncos y mirando a su alrededor con avidez. Tocaba la alta hierba y los zarzales, acariciándolos con cuidado y aspirando el aroma de las flores. Cuando empezó a girar cada vez más de prisa con los brazos extendidos bajo las frondosas copas de los árboles, Gregor se quedó hechizado mirándola.
Finalmente se detuvo y echó la cabeza hacia atrás, respirando hondo. Parecía querer aspirar el bosque entero.
A Gregor le extrañó su comportamiento, pero su entusiasmo resultaba contagioso. Cuando Jessie se calmó un poco y lo miró, como si acabara de recordar que no estaba sola, él se le acercó.
—Vamos, desde aquel claro del bosque junto a la cima podré enseñarte los detalles de la casa para que estés preparada.
Asintiendo, Jessie le dio la mano y lo siguió, acariciando las flores y las plantas trepadoras que colgaban de las ramas a su paso.
—¡Mira, dedalera! —dijo, señalándola encantada—. ¡Y allí hay espino blanco y helechos!
Gregor miró hacia el lugar donde ella le indicaba y sonrió, volviendo a preguntarse sobre sus intereses. Desde lo alto de la colina, con la protección de varios matorrales a su alrededor, señaló en dirección a la finca.
—Éste es un lugar seguro. La vegetación nos protege. Mira, ésa es la parte trasera de la casa.
Jessie observó la mansión, inquieta.
—Es una casa impresionante. ¿Tu enemigo es noble?
Gregor frunció el cejo.
—No, qué más quisiera él. Es un noble de pega.
—¿Qué quieres decir?
—Lo vuelven loco los títulos y el poder, pero en realidad sólo posee las tierras. Y casi tiene que trabajarlas él solo porque es un tipo mezquino y egoísta, incapaz de ganarse la lealtad de sus arrendatarios.
Jessie lo observaba con atención mientras hablaba. Finalmente, asintió y señaló en dirección a la casa.
—¿Ésa es la entrada de servicio que marcaste en el plano?
—Sí —respondió Gregor, antes de mostrarle dónde estaban los establos, las letrinas y los demás edificios auxiliares.
Mientras la muchacha lo observaba todo detenidamente, él, a su vez, la observaba a ella con disimulo. Le gustaba verla tan concentrada e interesada, aunque empezaba a tener dudas. ¿Estaría haciendo lo correcto? ¿Por qué vacilaba? Antes de poder encontrar la respuesta, Jessie se volvió hacia él con decisión.
—Voy a acercarme. Quiero ver qué puedo hacer para entrar en la casa.
Gregor negó con la cabeza, sorprendido.
—No, si te ven merodeando por ahí, ya no podrás ir a pedir trabajo.
—No me verán, y si voy ahora me aseguraré de que haya tanto trabajo que no den abasto. Así, cuando vaya a pedir trabajo luego, no podrán negarse.
Hablaba totalmente en serio, mientras miraba hacia la casa con determinación.
Gregor sintió que se le nublaba la mente. No entendía nada. Era demasiado pronto. No había pensado acercarse tanto a la casa todavía. Además, la expresión ansiosa en el rostro de la muchacha lo preocupaba.
«Quiere acabar cuanto antes para marcharse», dedujo.
Sin embargo, no pudo contenerse. La abrazó y luego le recorrió el borde del escote con los dedos.
—¿Dices que no te verán? ¿Cómo puedes estar tan segura?
—Confía en mí. Yo me encargo de eso.
—Llamarás la atención. Es inevitable. —Obviamente, a él le había llamado la atención.
—¿Acaso no me contrataste para eso? —preguntó ella con un brillo travieso en la mirada.
—Sí —reconoció él, a regañadientes. Sintió una erección y la acercó más a su cuerpo para que la notara.
Jessie alzó la vista y lo miró fijamente.
—No te estarás arrepintiendo de haberme contratado, ¿verdad? ¿No crees que sea capaz de hacerlo?
Al acabar de hablar se frotó contra su miembro, para asegurarle que había notado la erección. Antes de que él pudiera responder, se soltó de su abrazo.
Con una risita burlona, Jessie le señaló el bulto en los pantalones.
—Por un momento he pensado que ibas a sacrificar la misión por tu propio placer.
Gregor trató de agarrarla de nuevo, pero ella lo esquivó y salió corriendo.
—No tardaré —le dijo por encima del hombro—. Espérame aquí.
Él empezó a salir de la protección del bosque, pero se detuvo. Sucediera lo que sucediese, no podía permitirse el lujo de que alguien lo viera. Estaba demasiado cerca de conseguir su objetivo. La siguió con la mirada, enfadado pero al mismo tiempo temeroso de lo que pudiera ocurrirle si la descubrían.
Minutos después, la había perdido de vista. Al igual que había hecho con la yegua, Jessie parecía tener la habilidad de manejarlo sin necesidad de usar riendas. Lo llevaba por donde quería y, cuando él reaccionaba, ya era tarde. ¿Y si alguien la veía? Aún no estaba preparada. Todavía tenía un aspecto demasiado… femenino.
Gregor empezó a recorrer el claro de un extremo al otro. A medida que iban pasando los minutos, aumentaba su preocupación. Se dio cuenta de que eso iba a ser un problema. Si lograba que la contrataran en la casa, tendrían que pasar varios días separados. Para tranquilizarse se dijo que sólo estaba preocupado porque ella aún no estaba lista.
No obstante, el deseo que sentía por ella se colaba constantemente en sus pensamientos, burlándose de él. Las armas femeninas de Jessie le habían ganado la partida.
«No es más que una puta. No te dejes engañar por sus artimañas. Está actuando», se repetía una y otra vez, esforzándose por no apartarse del plan que llevaba once años preparando.
Finalmente, después de un rato que se le hizo eterno, la vio desandando el camino por el que había desaparecido, ascendiendo hacia el lugar donde él la esperaba. Nunca había conocido a una mujer tan fuerte y decidida. Era tozuda y salvaje, rebelde y difícil de dominar. Sabía que, si se lo proponía, se libraría de él sin apenas esfuerzo. Volvía a su lado por voluntad propia, pero eso podía cambiar en cualquier momento.
Al llegar junto a él, jadeante, Jessie apoyó las manos en las caderas y respiró hondo varias veces para recuperar el aliento. Sus ojos azules brillaban como piedras preciosas. Sus pechos asomaban de un modo muy sugestivo cada vez que respiraba profundamente. Tenía las mejillas encendidas. ¿Qué demonios había estado haciendo allí abajo?
Cuando se hubo recuperado, lo miró fijamente.
—¿Cómo se llama?
Gregor supuso que había llegado la hora de confiarle más detalles. Iba a tener que enterarse antes o después.
—Ivor Wallace.
—Cuéntame lo que te hizo. Necesito saberlo —le pidió ella sin apartar la mirada ni un segundo.
¡Maldita curiosidad femenina! ¿Por qué las mujeres necesitaban saberlo todo? No le apetecía entrar en detalles personales. Negó con la cabeza.
—No puedo decírtelo.
—Tienes que hacerlo, Gregor. Necesito saberlo —insistió ella, acercándose más a él—. Necesito sentir tu rabia y tu odio para seguir adelante.
Él la observó y le pareció que lo decía totalmente en serio. Aparte de seria, parecía muy concentrada. Al igual que la noche que la conoció, le recordó a un zorro, astuto y vivo. A pesar de los líos en los que se metía; de la rebeldía y de los juegos obscenos que tanto le gustaban, Jessie Taskill era una persona compleja. Supo que había muchas partes de ella que desconocía, porque no las mostraba a nadie. ¿A qué venía ese deseo repentino de descubrir hasta sus secretos más ocultos?
—Quiero ayudarte con tu venganza —dijo ella, agarrándolo del brazo y apretando un poco los dedos como si lo animara a confiar en ella—. He estado en la finca y, cuando vuelva, no me costará mucho conseguir que me den trabajo, pero necesito tener clara la causa de todo. Tu causa. Tengo un vínculo contigo. Si compartes tu ira y tu fuego conmigo, los usaré para ayudarte.
Aunque aparentemente lo había dicho sin darle importancia, eran palabras muy profundas, con un significado que tal vez se le escapaba.
Gregor sonrió apesadumbrado, la atrajo hacia sí y la abrazó con ternura.
—¿La bolsa de dinero que te ofrecí no es suficiente motivación?
Ella se encogió de hombros y le apoyó las manos en el pecho, mirándolo con sinceridad.
—Sí, por supuesto que es suficiente. —Frunció el cejo, reflexionando—. A ver, ¿cómo te lo explico?
Echó la vista a un lado antes de volver a mirarlo fijamente. Se notaba que el tema era importante para ella. No era un capricho. Gregor permaneció quieto y en silencio, dándole el tiempo que necesitaba para encontrar las palabras adecuadas.
—Puedo aceptar tu dinero sin más explicaciones, al igual que acepto dinero por acostarme con un hombre. Pero si ese hombre hace que se despierte mi deseo —dijo ascendiendo con los dedos por su clavícula hasta llegar a la barbilla mientras lo miraba con los ojos muy abiertos—, entonces puedo disfrutar de lo que estoy haciendo, y el resultado es más satisfactorio para ambos. —Se echó a reír, complacida con la comparación—. Y luego, por supuesto, le cobraré lo que me haya prometido.
Gregor la sujetó por la cintura con un sentimiento de posesión y sacudió la cabeza, divertido. Qué facilidad tenía esa mujer para distraerlo.
—Me temo que tu explicación me ha nublado la mente. —El deseo se estaba apoderando de él a toda prisa, haciendo que se olvidara de todo lo demás—. ¿Me estás diciendo que disfrutas de lo que hacemos juntos?
Ella asintió.
—En ese caso, lo que ocupa mi cabeza no es mi placer, sino el placer de ambos.
Jessie le dio una palmadita en el brazo.
—¡Vamos! Tendrías que estar ciego para no darte cuenta de que disfruto haciéndolo contigo. —Lo miró de arriba abajo antes de insistir—: Cuéntame qué pasó para que ahora desees vengarte de ese hombre. Por favor. Me será de gran ayuda. Yo te he contado mi historia y tú no me has dado la espalda. No puede ser peor que lo que yo te conté. Y, aunque lo fuera, me da igual. Necesito saberlo.
¿Lo necesitaba? Tal vez sí.
Un montón de emociones lo asaltaron sin avisar. ¿Sería capaz de transmitirlas con palabras? No quería compartir su dolor con ella, pero no le faltaba razón. Necesitaba enfrentarse a lo sucedido. Volver a sentirlo, para poder acometer esa última fase de la venganza. Últimamente había empezado a flaquear, como si, al tener que ocuparse de los aspectos prácticos para llevar el plan a cabo, hubiera perdido de vista el objetivo final.
Sí, definitivamente le iría bien revivir los hechos, refrescar el odio. Al bajar la vista hasta sus ojos, vio que ella lo estaba mirando con tanta honestidad que no pudo resistirse. La abrazó con fuerza y la besó en la frente. Luego, alzando la mirada por encima de la cabeza de ella, señaló más allá del bosque, en dirección al valle donde estaba Strathbahn.
—Te lo mostraré —dijo repentinamente.
Y, sin darle tiempo a replicar, la agarró de la mano y la llevó hasta el lugar donde aguardaban los caballos.