2

En cuanto la bonita boca de la muchacha se cerró alrededor de su polla, Gregor supo que no sería suficiente. Iba a tener que clavarse entre sus pálidos muslos y poseerla. Verla arrodillada a sus pies, chupándolo con fruición, le despertó el deseo de descubrir más de los talentos que sin duda poseía. ¿Sería ésa su intención?

Si ése era el caso, no podía estar muy bien de la cabeza. Si los descubrían faltándole al respeto a su disfraz, ambos estarían en una situación muy delicada. Pero el hecho de que el carcelero estuviera tan cerca parecía volverla aún más atrevida. Era una locura. Tras lamerle el pene de arriba abajo, ella le agarró los testículos y se metió la punta en su boca caliente y húmeda.

Su polla aumentó de tamaño y, al hacerlo, ella le rozó con los dientes la parte inferior, lo que casi hizo que perdiera el control. Cuando maldijo entre dientes, ella gruñó. Gregor sintió la vibración en el miembro, lo que añadió un nuevo elemento a la experiencia. Sin lugar a dudas, era una muchacha impetuosa. Sabía que debería detenerla, pero su actitud liberal y fresca resultaba irresistible.

Jessie levantó la mirada. A la luz parpadeante de la vela, él vio el deseo que brillaba en sus ojos y entendió por qué se había ganado su sobrenombre. Nunca había visto a una ramera disfrutar tanto con su oficio. Le era imposible detenerse. Le habría resultado más fácil derretir los barrotes que los encerraban. No obstante, él no estaba acostumbrado a que una mujer le complicara los planes, por lo que se dijo que tenía que recobrar el control. Era a su enemigo a quien quería que distrajera, aunque su tenacidad demostraba que era la persona perfecta para la misión.

A pesar de sus propias advertencias, el deseo de clavarse en ella y poseerla crecía cada vez que lo acariciaba con su hábil lengua. El guardia no suponía un gran riesgo, ya que había creído a pies juntillas que era un sacerdote itinerante que había acudido a reforzar la labor del párroco local. Si no hacían ruido, tal vez fuera posible. La agarró del pelo y le levantó la cara mientras ella seguía succionándolo con ansia.

—No tienes vergüenza —le espetó.

Ella sacudió la cabeza para liberarse. Cuando lo consiguió, suspiró satisfecha.

—Eso es verdad, pero no parece que le importe mucho, padre —señaló, burlona.

Mientras hablaba, le sostenía el miembro con una mano. Al acabar, agachó la cabeza y le pasó la lengua por debajo del glande, donde la piel estaba más tirante, provocándolo deliberadamente.

—No, no me importa en absoluto, pero tenemos que salir de aquí pronto. No podemos entretenernos.

En ese instante, las sombras bailaron en el interior de la celda, como si una corriente de aire hubiera movido la llama. Gregor oyó gruñir al borracho que dormía la mona en una celda próxima. Si se concentraba, podía oír al carcelero canturreando mientras disfrutaba de la cena. Todas esas cosas —y lo cerca que estaba de correrse— lo obligaban a actuar cuanto antes.

Jessie volvió a lamerle la parte inferior del glande. Un instante después, cuando su ardiente boca lo atrapó profundamente, Gregor se vio obligado a recostarse contra la pared. Maldiciendo para sus adentros, apoyó los hombros en la dura superficie mientras la mujer arrodillada a sus pies le apretaba las pelotas con una mano y le rodeaba la base de la verga con la otra, acariciándola arriba y abajo. Era buena, demasiado buena.

Bajando la vista, se dio cuenta de que ella también estaba excitada, puesto que meneaba las caderas adelante y atrás siguiendo el ritmo. Si no se equivocaba, ella deseaba tenerlo dentro tanto como lo deseaba él, lo que espoleó aún más su deseo. Desde lo más hondo de la garganta de Jessie le llegó un gemido de aprobación al notar que su polla crecía aún un poco más.

Soltándolo, la mujer levantó la vista. Sus extraños ojos azules brillaban a la luz de la vela mientras lo acariciaba con los dedos.

—¿Quieres que lo haga más de prisa?

—No. —La agarró del brazo y tiró de ella para que se pusiera en pie. Rápidamente le hizo dar media vuelta y le apoyó la espalda contra la pared—. Pero voy a tener que encargarme de esta situación antes de que llames la atención del guardia con tus suspiros. —Si eso ocurría, quería estar preparado. No deseaba que lo sorprendieran en plena faena, con los pantalones por las rodillas.

Ella se echó a reír, encantada.

Al parecer, esa mujer no le tenía miedo a nada. La única opción sensata era hacerla callar con su boca. Además, de ese modo podía penetrarla mientras la besaba. Le subió la falda, la agarró por las nalgas y la levantó del suelo. Ella ahogó una exclamación de sorpresa, seguida de un murmullo de aprobación mientras le rodeaba las caderas con las piernas, invitándolo a entrar.

—Eres muy escandalosa.

—¿Qué pasa? ¿Eres de esos que desprecian a las mujeres que disfrutan haciéndolo?

—Al contrario —respondió él, haciendo un gran esfuerzo para controlar la voz. Una especie de latido en la parte baja de la espalda se había apoderado de su cuerpo, recordándole la necesidad de descargar. Si el carcelero elegía ese momento para aparecer, estaban sentenciados.

—Bien —replicó ella mirándolo con los ojos brillantes mientras se abría el escote, dejándose los pechos al descubierto para juguetear con los pezones. Sujetándoselos entre el pulgar y el índice de cada mano, los apretó y tiró de ellos con fuerza, gimiendo sin control.

Gregor apretó los labios. Deseaba rozarle los tiernos pezones con los dientes para oírla gemir con más fuerza pero, dadas las circunstancias, eso habría sido un auténtico suicidio. La muy desvergonzada lo estaba provocando con sus actos lascivos. Y eso era algo que debía tener en cuenta para sus planes.

—Eres un peligro, querida.

Ella rió suavemente, pero sus ojos no perdieron la expresión de necesidad y de deseo. Era la mirada ensayada de una fulana avispada, sin duda, pero el cuerpo de él reaccionaba igualmente, y su polla no podía esperar para clavarse en su interior. Dobló las rodillas. Cuando su erección frotó los pliegues de su coño húmedo, ella se estremeció ostensiblemente.

—Ah, esto es lo que necesitas. Por eso no te acuerdas del miedo.

—Es posible —respondió ella, entornando los ojos.

Gregor se percató de que estaba a punto de echarse a reír una vez más y lo impidió con un beso. La penetró con la lengua, del mismo modo que pensaba penetrar en su cuerpo.

Colgada de su cuello, Jessie se apartó de su boca y se echó hacia atrás, contra la pared. Sus pechos liberados se bambolearon ante los ojos de él al arquear la espalda. Moviendo hábilmente las caderas, ella buscó el miembro erecto, que se deslizó en su interior con facilidad en cuanto encontró su abertura caliente y resbaladiza.

Gregor cambió entonces de postura, ansioso por empezar a moverse en su interior. Pero antes se clavó más profundamente, disfrutando de las fuertes contracciones de los músculos más íntimos de la prostituta. Ella estaba tan ansiosa como él, y Gregor estaría encantado de darle lo que quería. La intensa conexión entre ambos lo atrapó, reblandeciéndole las ideas, hasta el punto de que en un rincón de su mente se preguntó si habría perdido el juicio.

Ella le susurró palabras de ánimo y se tapó la boca con la mano cuando él se clavó más profundamente en su interior, empotrándola contra la pared.

Verla tan entregada le proporcionaba un gran placer. Gregor separó las piernas y usó la nueva posición para hacer palanca. Su coño caliente y entrenado le aferraba la polla con ganas a cada nueva embestida. Maldijo entre dientes, lamentando estar en un lugar tan poco adecuado.

Ella le rodeó entonces el cuello con las manos y le musitó al oído:

—Más fuerte, señor.

Gregor cerró los ojos para no perder el control definitivamente. Le dolían los testículos. La necesidad de aliviarse era imposible de ignorar. Los movimientos de sus caderas y la succión de su coño húmedo lo animaban a dejarse llevar.

—En otras circunstancias, nunca permitiría que me metieras prisa.

Ella alzó las cejas.

—Un hombre que domina su cuerpo… Estoy impresionada. Lo que daría por descubrir todas tus habilidades.

Por toda respuesta, él la empotró con más fuerza contra la pared. La necesidad de empujar era tan apremiante que corría el riesgo de olvidar el lugar en el que se encontraban, y no podía permitírselo. La situación era demasiado peligrosa. Manteniéndola firmemente sujeta por las caderas, se clavó más profundamente en su interior, a lo que Jessie respondió con un gemido. Tan de prisa como pudo, él le tapó la boca con la suya para ahogar el ruido.

—¿Siempre eres tan ruidosa? —preguntó cuando se apartó de ella para respirar—. ¿O acaso estás tratando de atraer la atención del guardia?

Jessie se mordió el labio inferior y lo miró con los ojos entornados.

—Discúlpame, pero es que tu asalto me está resultando de lo más agradable.

Deslizó entonces una mano entre ambos y alcanzó el lugar donde Gregor estaba clavado en ella hasta el fondo. Luego le agarró la base del miembro con los dedos mientras se acariciaba los pliegues de su propio sexo con la palma de la mano.

Sin dejar de hincarse vigorosamente en su interior, él maldijo en silencio. Con la presión añadida de su mano, tenía las pelotas muy levantadas, a punto de estallar. Pensó que ya no iba a poder detenerse, pero no hizo mucho caso de ello. Ni siquiera el peligro de que apareciera el guardia era comparable a la desesperada necesidad que ambos tenían de correrse.

La boca de la prostituta se abrió al mismo tiempo que cerraba los ojos. Nunca había visto a una mujer tan ansiosa por recibir placer. Parecía estar a punto de gritar. Gregor le cubrió la boca con la suya para impedirlo. Al notar que su coño empezaba a contraerse, apenas tuvo tiempo de retirarse para no derramarse en su interior. Habría pagado cualquier precio por poder hacerlo sin salirse de ella. Mientras se corría, Jessie le apretó el miembro con más fuerza, separando los labios y acariciándole la boca con la lengua. Él tuvo la impresión de que ese gesto le transmitía todo el placer que ella sentía en un grito mudo. El beso lo cautivó, y durante unos segundos se entregó a la suavidad de sus labios y de su curiosa lengua, hasta que la prudencia le aconsejó apartarse.

Una vez saciada, la muchacha tenía el aspecto relajado y regio de una gata. Arqueó el cuello, saboreando los restos de su orgasmo. Gregor la observaba fascinado. Sus pechos subían y bajaban al ritmo de su respiración entrecortada. Era una mujer muy voluptuosa, de ello no cabía la menor duda.

Cuando al fin abrió los ojos, gimió suavemente y le dirigió una mirada sensual, como si los párpados le pesaran de placer.

—Eres un buen amante. Espero que te haya parecido que valía la pena arriesgarse a sacarme de aquí.

Su voz sonaba ligeramente ronca. Si hubieran estado en otro sitio, oírla habría hecho que Gregor volviera a estar listo para otro asalto en poco tiempo.

Tras dejarla en el suelo, dio un paso atrás y se abrochó los pantalones, echando una rápida mirada al pasillo para asegurarse de que el carcelero seguía cenando. Habían tenido suerte. El hombre estaba entretenido rebañando los huesos.

Cuando hubo acabado de abotonarse la sotana, respondió:

—Ha valido la pena arriesgarse. Ahora, colócate a mi espalda y prepárate para correr cuando te avise.

La observó mientras ella se arreglaba la ropa, especialmente el corpiño medio roto. Luego, la joven cruzó las manos modestamente sobre la cintura y adoptó una actitud recatada, como si la visita del sacerdote hubiera tenido un efecto purificador sobre ella.

Gregor sacudió la cabeza, preguntándose qué locura se había apoderado de él para hacer algo así. No obstante, en seguida recordó su plan. La muchacha había demostrado su valía. Sería el cebo ideal para acelerar la caída de su rival. Tras aclararse la garganta, asintió y recogió el sombrero del suelo. A continuación se asomó a los barrotes y llamó al carcelero, indicándole con un gesto que se acercara.

—Guardia, hemos terminado.

El hombre se aproximó. Miró a Jessie y, al verla tranquila y aparentemente contrita, levantó la llave que llevaba colgando del cinturón y abrió la puerta de la celda.

Entonces, Gregor salió, sostuvo la puerta abierta con una mano y le propinó al carcelero un rápido golpe en el estómago con la otra. Cuando el hombre se echó hacia adelante sujetándose el estómago con las manos, le dio otro puñetazo en la mandíbula que lo derribó y lo hizo caer de espaldas contra el suelo. Luego Gregor se agachó para comprobar que no pudiera seguirlos. El hombre estaba aturdido, aunque pronto se recuperaría.

—Mis disculpas por el dolor de cabeza que tendrás después —murmuró Gregor, y a continuación le indicó con un gesto a Jessie que lo siguiera.

Recorrieron el pasillo en silencio y salieron del edificio por la puerta trasera. Por suerte, la luna estaba alta en el cielo. Al final del callejón, donde éste se unía con una calle empedrada, Gregor oyó voces y se detuvo, levantando un brazo para que ella lo imitara. Tras retroceder un poco hasta quedar ocultos en las sombras, le puso un dedo en los labios para que guardara silencio.

Dos hombres pasaron entonces ante ellos, sosteniéndose el uno apoyado en el otro. Cuando se hubieron alejado y el callejón volvió a quedar en silencio, Gregor apartó el dedo de su boca y asintió.

Jessie se sacudió el polvo de la falda.

—Gracias por tu ayuda. A partir de aquí ya seguiré sola.

Frunciendo el cejo, Gregor la agarró con firmeza por la barbilla.

—No, no lo harás. Aceptaste llevar a cabo una tarea a cambio de tu libertad.

—Y he cumplido —replicó ella, liberándose de sus dedos con una sacudida.

Parecía convencida de que él se había jugado la vida por sus favores terrenales. Gregor se echó a reír y meneó la cabeza, incrédulo.

—Ésa no era la tarea que tenía en mente, querida. Lo otro ha sido idea tuya.

Ella lo miró indignada, poniendo los brazos en jarras.

—¿Qué demonios quieres decir?

Él sintió deseos de sacudirla para que no levantara la voz, pero al oír que alguien más se acercaba, se reprimió. A continuación, volvió a empujarla hacia las sombras y la sujetó por los brazos.

—Cállate. Como alguien te oiga, volverás a encontrarte en la celda antes de que puedas hacerle ojitos al próximo cliente. El guardia no tardará en despertarse y dar la alarma. Tenemos que alejarnos de aquí cuanto antes.

La muchacha se retorció como una anguila y, gruñendo, le dio una patada en la espinilla. Gregor apretó los labios y la sujetó aún con más fuerza, acercándola a él y levantándola hasta que sus pies casi no tocaron el suelo.

Por un segundo, ella lo miró asustada, pero en seguida recuperó el ánimo. Entornó los ojos y le golpeó el pecho con los puños.

—No puedes retenerme por la fuerza.

Sabía defenderse, no cabía duda de ello. Sus puñetazos hicieron que la sangre de Gregor bombeara con más fuerza por sus venas. Aunque estaban prácticamente pegados y tenía poco margen de acción, se movía con desenfreno, como una sirena exuberante y rebelde.

—Piensa un poco —le dijo él—, ¿quieres que te cuelguen?

—Suéltame —le ordenó ella con una nota de advertencia en la voz y un brillo extraño en los ojos.

—No. Aceptaste a ayudarme a cambio de que te liberara. Lo menos que puedes hacer es venir conmigo y escucharme —replicó Gregor. Y, señalando con la cabeza en dirección al edificio que acababan de abandonar, añadió—: No sé tú, pero a mí no me apetece que me encierren por haberte ayudado a escapar. Te recomiendo que me sigas. Tenemos que salir de aquí en seguida.

Por primera vez, pensó que quizá la mujer era demasiado problemática, y que lo mejor que podía hacer era soltarla y buscarse a alguien más dócil. Sin embargo, la resistencia de Jessie hizo que se volviera a empalmar, quizá porque ahora sabía lo buena que era en lo suyo.

Ella le propinó un golpe en las costillas que él recibió con una mueca de dolor. Tal vez el encuentro sexual que acababan de tener era la causa de que la mantuviera sujeta pacientemente, evitando que la descubrieran, en lugar de soltarla y dejar que se las apañara sola como era su voluntad. Fuera cual fuese la causa, lo cierto era que no podía apartar de su mente la fantasía de Jessie retorciéndose bajo su cuerpo en una cama. Estaban en una situación demasiado arriesgada, no podía permitirse semejantes distracciones. Pero tampoco quería soltarla.

—Eres libre de marcharte. Y te recuerdo que eres libre porque he arriesgado el pescuezo para sacarte de ahí. Estás en deuda conmigo.

Al oírlo, ella dejó de resistirse, pero hizo un mohín y lo miró con resentimiento.

—No necesitaba tu ayuda. Estaba a punto de marcharme por mis propios medios.

Esta vez fue él quien se echó a reír.

Los ojos de la prostituta se entornaron más aún.

—¿No te lo crees? ¿No oíste lo que dijeron en la taberna?

—Sí. Hablaban de brujería, pero yo creo que fue un hábil truco, nada más.

Jessie lo observó con atención. Gregor nunca había sentido un escrutinio tan intenso. Sin embargo, su comentario parecía haberla calmado un poco, por lo que siguió hablando.

—No pretenderás que me crea eso de la magia, ¿verdad? Eres una mujer astuta, eso fue lo que me llamó la atención de ti desde el principio, pero no trates de usar tus trucos conmigo. He viajado por todo el mundo. He estado en sitios de los que ni siquiera has oído hablar. En todas partes hay gente espabilada que afirma tener poderes especiales. No creas, me interesa saber cómo lo hiciste. Puedes contármelo con una jarra de cerveza delante cuando lleguemos al lugar donde me alojo.

Ella lo miró con cautela, como si lo estuviera viendo con otros ojos. Por lo visto, le habían gustado sus palabras. Parecía aceptar de buen grado que Gregor no iba a dejarse engañar fácilmente.

—Te repito que te estoy muy agradecida por tu ayuda, pero creo que ya has recibido una buena recompensa por tu servicio.

Gregor se sentía frustrado. Empezaba a preguntarse si se habría equivocado. No entendía por qué la joven no se mostraba más agradecida.

—Tendrás una recompensa mayor cuando la misión haya acabado —añadió—. Una bolsa llena de monedas. Sólo serán unos días. No ganarías tanto dinero en una taberna.

Ella lo miró de arriba abajo como si estuviera considerando la oferta.

—Vamos, dame al menos unos minutos para que pueda hacerte mi propuesta —insistió él.

Sacudiendo la cabeza, Jessie miró en dirección a la calle.

—No me ato a un solo hombre. Es peligroso —respondió.

Su comentario despertó la curiosidad de él, ya que nunca había oído a una mujer expresar una opinión semejante, pero no tenía tiempo de pedirle que se lo explicara.

—No te verás obligada a atarte a ningún hombre. No se trata de eso.

Su encuentro había sido mucho más agradable mientras se habían dedicado a darse placer en vez de a hablar. Pero, por mucho que le costara, Gregor debía recordarse constantemente que su objetivo al ir a buscarla no había sido ése. Instantes después de haberse corrido, ya volvía a estar listo para montarla de nuevo. Se imaginaba haciéndolo, y las imágenes eran tan vivas que ocupaban el espacio de su mente que debería haber empleado en planear su siguiente paso. Se burló de sí mismo, riéndose en silencio.

—Te escucho —dijo ella finalmente—. ¿Qué tendría que hacer?

Gregor echó un vistazo a la calle y Jessie lo imitó.

—Necesito a una mujer que se acerque a un antiguo enemigo, que se acueste con él y le saque información. Alguien a quien él no conozca.

Ella ladeó la cabeza, como si estuviera considerando sus palabras. Luego sonrió ligeramente. La misión no le desagradaba. Era evidente que disfrutaba de su naturaleza sensual. No, Gregor no se había equivocado en su elección.

—La misión necesitaría un poco de preparación —prosiguió él—. Tendría que mostrarte su entorno, enseñarte las cosas que le gustan… Te compraría ropa nueva. La tarea en sí llevará unos cuantos días, aunque no demasiados. Y luego podrás seguir tu camino con una bolsa repleta de monedas.

—¿Cuánto tiempo crees que me llevará en total?

—No lo sé exactamente. El que haga falta. —Gregor hizo una mueca de inquietud. Estaba ansioso por cruzar el río—. ¿Quieres que te muestre el dinero?

Ella se cruzó de brazos.

—No hace falta. Ya veo que llevas una bolsa bien llena.

La había sopesado antes, Gregor se había dado cuenta de ello. Tendría que vigilarla de cerca si no quería que lo desplumara.

—¿No te parece una oferta tentadora?

Jessie miró en dirección norte, y algo en sus ojos hizo que Gregor se preguntara cuáles debían de haber sido sus planes antes de que la encarcelaran.

—Sí, muy tentadora —admitió ella, asintiendo—. Dame unas cuantas monedas como adelanto. O, si lo prefieres, a cuenta del placer que te he dado esta noche. Así sabré que puedo fiarme de ti —añadió con un brillo travieso en la mirada.

Sacudiendo la cabeza, él cogió la bolsa y la hizo saltar en la palma de su mano para demostrarle que no mentía al hablar de su peso. Luego metió los dedos hasta el fondo y sacó dos chelines. Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.

Tras hacerse con las monedas y guardarlas entre sus pechos, Jessie se escupió en la mano como habría hecho un hombre y se la tendió. Gregor se la estrechó y, con una leve reverencia, le hizo un gesto para que se pusiera en marcha.

La muchacha lo siguió de buen grado hasta que llegaron a la iglesia.

—Espera aquí un momento —dijo él. Tenía que devolver la sotana que había cogido prestada. Mirando por encima del muro, vio que no la habían echado en falta. Saltó al otro lado y desde allí le recordó—: Ni se te ocurra huir, a menos que quieras volver al calabozo.

Luego cruzó el huerto a grandes zancadas. Era finales de primavera y las verduras estaban crecidas. Devolvió la sotana y el sombrero al lugar donde los había encontrado, colgando de la rama de un árbol para que se airearan. Había tenido mucha suerte al hallarlos tan a mano. Había pensado pedirle a su casera ropa vieja para disfrazarse, pero la sotana había sido un disfraz mucho más efectivo. Dejó unas cuantas monedas en el bolsillo de la misma como pago por el préstamo y recuperó su zurrón, que había dejado escondido entre las raíces del árbol. Al volver al muro, se encontró a su nueva compinche mirándolo con curiosidad.

—¿De aquí sacaste la sotana?

—Sí. ¿Se te ocurre un lugar mejor?

Ella se encogió de hombros, mirando el zurrón.

—Apártate —le ordenó él.

Jessie obedeció, pero cuando Gregor estuvo sentado en lo alto del murete, volvió a acercarse y se colocó entre sus muslos. Apoyó los pechos sobre sus piernas y los sacudió para distraerlo mientras palpaba el zurrón con disimulo.

—No negaré que disfruto con tus atenciones —comentó él señalando los pechos de la mujer, que le acariciaban el paquete—, pero no tenemos tiempo para jugar. Hemos de ir a despertar al barquero. Cuando hayamos cruzado el Tay podremos viajar más de prisa. Mi caballo nos espera junto a la muralla de Saint Andrews.

No obstante, la muchacha permaneció inmóvil entre sus piernas. Ni siquiera daba la impresión de estar escuchándolo. Al parecer, iba a tener que recordarle la naturaleza de su misión cada cinco minutos. Bueno, para ser sinceros, iba a tener que recordárselo a ambos. La había contratado para que distrajera a su enemigo, no para que lo distrajera a él. Ladeó la cabeza señalando el zurrón.

—Voy a ahorrarte tiempo. Ahí no vas a encontrar nada que valga la pena robar, querida. Sólo llevo papeles y una manzana pocha.

Ella apartó la mano, molesta por haber sido sorprendida.

—Puede que algunos de tus clientes sean estúpidos —siguió diciendo él mientras bajaba al suelo de un salto—, pero yo no lo soy. Te recomiendo que no lo olvides. —La agarró por el brazo—. Vamos. Larguémonos de aquí antes de que se corra la voz de que te has escapado.

Ella apartó el brazo bruscamente y plantó los pies con fuerza en el suelo.

—Un momento. ¿Puede saberse adónde vamos?

—A Fife. —Gregor no pensaba ser más específico hasta no saber si podía fiarse de ella.

—¿A Fife? —repitió ella con unos ojos como platos.

—Dentro de un día estarás a salvo de cazadores de brujas y podremos descansar —replicó él, pensando que eso la tranquilizaría y podrían seguir su camino de una vez—. Me alojo en una posada a unos quince kilómetros de Saint Andrews. —Había elegido una posada remota en la carretera que iba a Craigduff, el pueblo donde se había criado. Se había instalado a medio camino entre su enemigo y su puerta de salida al mundo exterior, el puerto de Dundee, donde su nave, el Libertas, regresaría a buscarlo al cabo de seis meses.

—A quince kilómetros de Saint Andrews —repitió ella con el cejo fruncido.

Tal vez le costara hacerse una idea de la distancia. Gregor se imaginaba que nunca debía de haber salido de Dundee. O, en caso de que lo hubiera hecho, no debía de tener manera de medir la distancia que había recorrido.

—Llegaremos mañana al anochecer —le aclaró.

Una vez allí, estaría a salvo de miradas indiscretas, y podría empezar a prepararla para su misión. Por un momento se la imaginó tumbada en la cama. ¡Maldita sea! Tenía que recordar que no la llevaba allí para su disfrute personal. Era un cebo para su enemigo, sólo eso. No obstante, mucho se temía que ésa no iba a ser la última vez que tendría que recordárselo.

Sin embargo, la muchacha seguía en sus trece.

—Pensaba que íbamos a ir a las Highlands. O, al menos, en dirección norte.

—No, hemos venido en esta dirección para devolver la sotana, pero vamos a Fife.

Por la expresión de ella, era evidente que la noticia no le hacía ninguna gracia.

—Acepté acompañarte porque pensaba que íbamos al norte. —Había vuelto a apoyar las manos en las caderas y lo miraba como acusándolo de haberla engañado.

—Jessica Taskill, te recuerdo que me debes un favor muy grande. Me he arriesgado por ti. Si me atrapan ahora, podrían colgarme por haberte ayudado a escapar.

Ella lo miró con un mohín de disgusto.

A Gregor se le estaba acabando la paciencia.

—Considéralo de la siguiente manera: no tienes otra opción. Si quieres volver a ver la luz del sol, no puedes regresar a Dundee.

Ella maldijo con ganas, mirándolo como si fuera el responsable de la situación en la que se encontraba.

—Cuando hayamos acabado tendré que volver, porque tengo ahí mis ahorros guardados. Todo el dinero que he ganado este último año.

—Cuando te pague ya no necesitarás tus ahorros.

—Es mi dinero —exclamó ella, enfadada, descargando sus frustraciones en él.

La paciencia de Gregor llegó a su fin.

—¡Vete al infierno! —le espetó y, sacudiendo la cabeza, se volvió y se alejó de ella. Si quería quedarse allí, era cosa suya.

Poco después, oyó sus pasos que se acercaban.

Quiso decirle que lo dejara en paz, pero guardó silencio.

—En Fife torturan y matan a las brujas —murmuró ella en un tono tan bajo que Gregor no supo si se lo decía a él o estaba pensando en voz alta.

—Pues deja de fingir que practicas la brujería.

Jessie alzó la cabeza y lo miró, aunque sus ojos quedaban ocultos por las sombras.

—Y yo que pensaba que querías que usara mis trucos con ese hombre que te ha hecho enfadar.

Indignado por su falta de respeto por sus asuntos privados, él la agarró entonces por el brazo y la obligó a andar más de prisa. Iba a pagarle para que cumpliera sus órdenes, no para que especulara sobre sus motivos. Esa mujer era realmente astuta. Cada vez tenía menos claro que fuera a ser capaz de mantener una relación distante mientras la entrenaba para su misión. Lo más seguro sería resistirse a sus encantos y no volver a tocarla.

Sin embargo, no iba a ser fácil. La había probado, había poseído su cuerpo. Con cualquier otra mujer se habría dado por satisfecho con eso. Pero estar cerca de esa preciosidad, sabiendo que estaba disponible y lista para recibirlo, y mantener las distancias iba a poner a prueba su fuerza de voluntad.

—Tus trucos me hicieron creer que eras una chica lista —murmuró él—, pero empiezo a dudarlo. Aunque lo que realmente me llamó la atención de ti fue tu culo. No lo olvides.

—¿Mi culo? —preguntó ella, soltándose de golpe.

Parecía tan indignada que Gregor se olvidó de su enfado y se echó a reír a carcajadas.

—Sí, tu culo. El que nos mostraste a todos los parroquianos mientras te revolcabas por el suelo de la taberna. ¿Qué pasa? ¿No sabías que lo estabas enseñando?

Su silencio le dijo que no, no lo sabía.

Gregor le dio una palmada en el trasero para que volviera a ponerse en marcha.

Jessie abrió la boca, sorprendida por su descaro, pero no dijo nada. Se frotó el culo y le dirigió una mirada dolida.

Gracias a Dios, había conseguido hacerla callar. Gregor se guardó la información para usarla más adelante. Si iban a pasar tiempo juntos, una palmada en el culo de vez en cuando le sería muy útil.

No obstante, por alguna razón, eso no lo tranquilizó. Mucho se temía que sus problemas no habían hecho más que empezar.