16
Gregor había mantenido la distancia con ella a lo largo de todo el camino de vuelta hasta la posada, dejando claro que no tenía ganas de hablar. Una vez estuvieron a solas en sus habitaciones, se sentó en silencio, mirando enfurruñado por la ventana.
Jessie entendía su actitud. Si ella hubiera regresado al lugar donde mataron a su madre, se habría sentido asimismo turbada. Lo que no entendía era por qué lo pagaba con ella, como si todo fuera culpa suya. Habían aprendido mucho el uno del otro y empezaban a entenderse, o al menos eso creía ella. Pero cuando había tratado de consolarlo, él la había fulminado con la mirada y se había apartado de su lado. Le había dolido. A pesar de todo, trató de no tenérselo en cuenta, y se retiró al cuarto del servicio para dejarlo a solas con su dolor.
Cuando llegó la cena, Gregor seguía del mismo humor. Le ofreció la bandeja a Jessie, como si no pensara cenar, y le ordenó que volviera a su cuarto.
—Escucha, por favor —trató de razonar ella.
No sirvió de nada. Esa noche, Jessie durmió sola en su incómodo camastro.
A la mañana siguiente lo encontró tal como lo había dejado, sentado en la silla, medio desplomado pero sin dormir.
Gregor pasó el día entero en silencio, con la vista fija al frente y una botella de oporto en una mano y un vaso en la otra. La joven empezaba a preocuparse. ¿Habría perdido el juicio?
Estaba concentrado en la venganza y había levantado un muro entre ellos. Suponía que eso le hacía las cosas más fáciles a Gregor, pero a ella esa técnica no le funcionaba. Jessie necesitaba su apoyo y sus ánimos. Pero, en vez de eso, él se había vuelto frío y distante. Jessie habría hecho cualquier cosa por él. Era una estúpida por haberse involucrado tanto. Le preocupaba lo que Gregor pensara de ella y él, en cambio, actuaba como si las cosas entre ellos no fueran más que una transacción comercial. Su madre le había advertido que era peligroso encariñarse de un hombre y ella no la había escuchado.
Sí, era una estúpida. Un hombre como él nunca se encariñaría de una mujer como ella, una puta. Durante un día o dos había traicionado sus principios, permitiéndose creer que compartían algo más profundo. No obstante, pronto saldría de su vida, y eso hacía que le diera más rabia su actitud. Ya que les quedaba tan poco tiempo juntos, lo mínimo que podían hacer era aprovecharlo mejor.
Las horas pasaron y el sol se puso. Para entonces, el humor de Jessie era ya tan malo como el de él. Dolida por su silencio, se preguntó cómo le sentaría enterarse de que la había menospreciado. Se sintió tentada de contarle que había abierto las cerraduras a voluntad, incluso la de su precioso baúl. Si se hubiera molestado en escuchar a la gente de Dundee, se habría enterado de que no le habría costado nada encontrar otro protector. Podría haberse marchado cuando hubiera querido.
Se puso los zapatos nuevos y se peinó antes de presentarse ante él.
—Si no hablas conmigo ni me preparas para la misión, bajaré a la taberna para entretenerme un rato.
Los ojos de Gregor se encendieron durante un momento. A Jessie le pareció que iba a prohibírselo, que la agarraría por la muñeca y la estrecharía entre sus brazos.
—Haz lo que quieras —replicó finalmente. Luego se levantó y se alejó de ella dándole la espalda.
Asombrada, se lo quedó mirando desde el otro extremo de la sala. Había tratado de obligarlo a hablar con ella para sacarlo del trance en el que estaba inmerso, pero había fracasado. Al parecer, no le importaba adónde fuera.
Alicaída, lo observó mientras entraba en su habitación, vertía agua en la jofaina y se quitaba la camisa por encima de la cabeza. La visión de su torso desnudo la enfureció aún más, porque se moría de ganas de que la abrazara. «Idiota. Eres una idiota». Aquel hombre no sentía nada por ella. Para él sólo era una puta que había contratado para que llevara a cabo su plan. Sabía que corría el riesgo de ser condenada a muerte y había pensado que una mujer en sus circunstancias agradecería su protección y las migajas de afecto que le arrojara. Y eso por no hablar de las tardes que había pasado encerrada. ¿Qué hacía cuando la dejaba sola? Debía de ir a ver a otra mujer. ¿Tal vez su esposa? Sin duda, alguien a quien no se le ocurriría encargarle la sórdida tarea de seducir a un enemigo a cambio de dinero.
Furiosa, giró sobre sus talones y salió de la habitación sin despedirse. Bajó la escalera a toda prisa y entró en la taberna, que a esa hora estaba abarrotada.
Gregor se quedó mirando la palangana antes de coger agua con las manos y lavarse la cara, sin notar apenas el frío en la piel. A continuación, se echó también agua en la nuca. Finalmente metió la cabeza en la jofaina y se mojó el pelo. Levantó la cabeza hacia atrás, se pasó los dedos por el pelo y se apretó la frente con las manos. Pasados unos momentos, se dio cuenta de que Jessie no estaba.
Miró a su alrededor con el entrecejo fruncido.
Volvió a la habitación del centro mientras se frotaba la mandíbula y pensaba que no le vendría mal un afeitado. Entonces reparó en que la puerta que daba al pasillo estaba abierta de par en par. Recordaba que ella lo había estado atosigando, pero no sabía qué le había dicho porque había estado perdido en sus pensamientos.
Se esforzó en recordar su cara. Obviamente, estaba enfadada.
No debería haber pagado su mal humor con ella tras la visita a Strathbahn, pero no había podido evitarlo, estaba fuera de sí. Por culpa de su curiosidad y de su insistencia, habían ido a la casa en ruinas y los recuerdos habían vuelto a golpearlo con una violencia que creía superada.
Por otro lado, Gregor empezaba a sospechar que las acusaciones de brujería podían estar fundadas. Su manera de cabalgar había sido muy extraña, sobre todo sabiendo que la aterrorizaba. Y luego la joven había afirmado que podía lograr que los criados de la casa de Wallace tuvieran más trabajo del que pudieran atender. Lo había dicho totalmente convencida. ¿Sería cierto? Pronto lo averiguaría.
No se perdonaba sus sentimientos. ¿Cómo podía estar preocupado por el bienestar de una puta? Casi había perdido el interés en su plan por culpa de una mujer sobre la que no sabía apenas nada, y eso era lo que lo empujaba a creer en la veracidad de las acusaciones. Estaba sumido en un mar de dudas. Llevaba horas perdiendo un tiempo precioso porque en lo único que podía pensar era en poseer a Jessie y disfrutar de su brillante luz. ¿Era eso brujería? Las dudas y los sentimientos encontrados lo habían atormentado hasta que, finalmente, estaba tan frustrado que le había gritado y le había respondido mal sin venir a cuento.
Entre las paredes de aquellas habitaciones, había perdido la voluntad para completar su venganza. No podía consentirlo. Tenía que concentrarse en llevar a cabo su misión. Se lo debía a su padre.
Sin embargo, no podía dejar de pensar en que Jessie estaba en la taberna, donde los hombres le dirigirían miradas lujuriosas y donde podría encontrar un nuevo protector en cuestión de segundos. No era una sensación agradable. El entumecimiento que se había adueñado de sus emociones durante las últimas horas desapareció de pronto. Volvía a estar furioso. La sangre se le heló en las venas.
Cuanto más rato pasaba mirando la puerta abierta y oyendo las risas y los gritos que le llegaban desde abajo, más tenso y posesivo se sentía.
Tal vez Jessie fuera una puta, pero hasta que hubiera cumplido su misión, era su puta.
El clamor de las voces y el olor de la cerveza y los cuerpos sin lavar no eran una experiencia desconocida para Jessie. Aunque no le apetecía en absoluto, se coló entre la clientela. No iba a darle a Gregor la satisfacción de volver a la habitación con el rabo entre las piernas. Tal vez si se quedaba un rato a solas despertaría del trance y podrían seguir con sus planes.
La taberna estaba abarrotada de granjeros borrachos que comentaban cómo les había ido en el mercado de Saint Andrews. Era tal como Morag lo había descrito. Mientras se abría paso hasta la barra, donde la tabernera estaba ocupada sirviendo a los parroquianos, vio al señor Grant, que probablemente se estaba relajando tras una dura jornada recaudando impuestos. Varios granjeros alargaron las manos para agarrarla, pero ella se zafó con facilidad. Se situó junto al recaudador de impuestos y se inclinó sobre el mostrador para hablar con la tabernera.
Cuando el señor Grant se volvió hacia ella, Jessie le sonrió.
El hombre se ruborizó vivamente. Al ver que la señora Muir se acercaba, señaló la jarra de cerveza que estaba a punto de servir.
—Una cerveza para la señorita —dijo, ruborizándose un poco más—, y otra para mí.
—Gracias, señor. —Jessie se acercó a él, agradecida por la oportunidad de charlar con alguien. Si se entretenía hablando, no se sentiría tentada de regresar junto a Gregor.
—Considérelo una disculpa. —Su vecino de habitación inclinó la cabeza en un gesto caballeroso—. Mi amigo se comportó con muy poca educación el otro día en el pasillo. No sabía que era usted una huésped. Pensó que tal vez quería robar en las habitaciones.
—Es comprensible, dadas las circunstancias —lo tranquilizó ella.
Mientras hablaba, no podía quitarse de la cabeza las imágenes tan íntimas que había presenciado. Cuando la tabernera le sirvió su cerveza, se llevó la jarra a los labios para disimular una sonrisa.
—Parece que hoy era día de mercado en Saint Andrews —comentó despreocupadamente tras limpiarse la espuma de la boca.
Aunque no acababan de estar cómodos, conversaron durante un rato. Jessie se estaba riendo de uno de los comentarios de Grant cuando la sonrisa se le heló en los labios al sentir que un escalofrío le recorría la espalda.
Fue una sensación tan intensa que se temió que el alguacil de Dundee y sus hombres hubieran ido allí a buscarla. Pero al mirar por encima del hombro del señor Grant, vio que era Gregor el que casi no cabía por la puerta de entrada. El corazón de la muchacha se aceleró al ver el brillo intenso y salvaje en sus ojos. Estaba en apuros.
Había bajado a buscarla. Eso debería complacerla, pero la expresión en sus ojos no hacía presagiar nada bueno. Tenía una mirada tormentosa. Era obvio que no le había hecho ninguna gracia encontrarla hablando con el recaudador de impuestos. ¿Cuánto tiempo llevaría allí plantado, observándolos? Recordó que le había tocado el brazo al señor Grant un par de veces. No creía que le importara. Al fin y al cabo, la estaba entrenando para que sedujera a otro hombre. Sin embargo, cuando sus miradas se encontraron, Jessie sintió miedo.
Gregor tenía el pelo mojado pegado a la cara, al igual que la camisa, que se le adhería al torso. Los círculos oscuros de los pezones se transparentaban a través de la fina tela. Se había lavado, pero a toda prisa. La sombra de la barba de varios días le confería un aspecto aún más salvaje.
La estaba observando mientras hablaba con otro hombre, y había tal furia en su expresión que Jessie estaba muy sorprendida. Entonces, cruzó la taberna a grandes zancadas para reclamarla, la agarró por la nuca y la empujó hacia la puerta. Al llegar a la escalera, la cogió por la muñeca y tiró de ella, subiendo los desvencijados escalones de dos en dos.
—¡Gregor, para! —protestó la joven, tropezando con los escalones.
Iba tan de prisa que Jessie temió que le dislocara el hombro. Se golpeó el codo con la barandilla y, al retorcerse para librarse de su mano de hierro, miró abajo sin querer y se le nubló la vista. Con la mano que le quedaba libre, trató de agarrarse de un escalón, pero lo único que consiguió fue caer y hacerse un rasguño en el codo.
Él se detuvo apenas el tiempo suficiente para cogerla otra vez y seguir subiendo. Esta vez la agarró por las mangas y acabó de subir los escalones con ella a cuestas. Su actitud posesiva la sorprendía sobremanera, aunque, al mismo tiempo, la complacía de un modo perverso. Gregor rebosaba de energía masculina, oscura y rebelde, y Jessie lo deseaba aún más por eso.
Cuando llegaron a las habitaciones, la soltó y cerró de un portazo tan fuerte que la puerta permaneció un rato temblando. Jessie se incorporó mientras él la observaba con los ojos brillantes.
—Estás sucia —murmuró, mirándole la manga rota del vestido y el brazo lleno de polvo de los escalones.
¿Qué tendría previsto hacer con ella? Si la encerraba en su miserable cuartito, con ese camastro pequeño y solitario, se sentiría muy mal. Pero no lo hizo, sino que, en vez de ello, la sujetó por el codo y la llevó a su dormitorio.
—¿Quieres estropear todo lo que habíamos conseguido? —refunfuñó, llevándola frente a la palangana donde él se había refrescado poco antes—. Después de todo lo que hemos trabajado…
—No, no quiero estropear nada. Sólo quería un poco de conversación. Me tienes encerrada entre estas paredes. Si encima te quedas callado toda la tarde, no puedo soportarlo.
Por toda respuesta, Gregor apretó mucho los labios. Sin más preámbulos, empezó a desnudarla, tirando de las cintas del corpiño.
Jessie oyó que la tela del vestido se rasgaba.
—Gregor, para, lo estás rompiendo.
Como si no la oyera, él siguió tirando de las cintas hasta que éstas cedieron. Le quitó el vestido por los hombros y lo arrojó al suelo. Tras apartarlo de una patada, empezó a aflojarle el corsé.
—Confié en ti y tú me has traicionado —gruñó él.
—No he hecho nada malo.
—Te rescaté y te traje aquí. Te he alimentado bien, te compré ropa nueva y te prometí que te pagaría cuando todo esto acabara. Y ¿cómo me lo pagas?
Confundida, Jessie trató de entender qué le ocurría. De pronto, lo vio claro. Cuando sólo le quedaba la camisola puesta, la empujó hacia el lavamanos.
—Quítatelo todo.
—No.
Gregor la volvió hacia él y le rompió la fina prenda, rasgándola de arriba abajo.
—¡Mi camisola! —exclamó ella, sorprendida.
—A ver si aprendes a obedecerme cuando te doy una orden.
Gregor mojó entonces una toalla en el agua y le lavó el brazo con ella, al tiempo que la mantenía sujeta con la otra mano. No obstante, una vez hubo acabado de lavarle el brazo, no se detuvo. Parecía decidido a humillarla a conciencia. El agua estaba fría. Furiosa, ella trató de liberarse mirándolo con odio mientras él la frotaba con fuerza.
—El señor Grant no quería nada de mí, y eres idiota si no me crees —le dijo, indignada—. Ni siquiera me ha tocado.
Gregor le dirigió una mirada de incredulidad.
—Es la pura verdad.
Él sonrió sin ganas.
—Eso no es lo que yo he visto.
—Un gesto sin importancia, sin duda.
—Mientras estés conmigo, eres mía y tienes que seguir mis instrucciones. Te lo advertí el primer día y estuviste de acuerdo. Y, sin embargo, ahora te rebelas. —Sacudió la cabeza—. Tu conducta caprichosa está poniendo en peligro nuestro acuerdo.
La volvió de espaldas a él y siguió frotándola con fuerza, hasta que la piel de la espalda y las nalgas estuvo colorada y la incomodidad se mezcló con el deseo que sentía por él.
—He invertido tiempo en ti, Jessie —le recordó, dándole un sonoro azote en el trasero.
Con la piel sensible como la tenía por el intenso frotamiento, la palmada le dolió. Volvió la cabeza y lo fulminó con la mirada.
—Pues vuelve a dejarme en las cloacas si crees que no soy digna de otra cosa. Ya te he dicho lo que ha pasado. No te he mentido.
—Mientras estés conmigo, seguirás mis instrucciones. Si vuelvo a encontrarte con ese petimetre, nuestro acuerdo quedará anulado.
¡Qué guapo estaba cuando se enfadaba! Tenía un aspecto tan salvaje y posesivo que Jessie no pudo evitarlo y se echó a reír en su cara.
—Eres un idiota. Ese hombre no está interesado en mí. Si abrieras los ojos te darías cuenta de que prefiere llevarse a hombres a su habitación. No dudes de que habría preferido que fueras tú quien se sentara a su lado y no yo.
Él la miró entonces, confuso.
Jessie aprovechó su silencio para seguir hablando.
—Y, ya de paso, mientras me vas castigando, podrías explicarme por qué te has molestado tanto y, en cambio, verme con Morag no te molestó, sino todo lo contrario.
—Eso fue distinto —se defendió él con el cejo fruncido.
—¿Por qué? Podría ganarme la confianza de Morag y huir con ella si quisiera.
Las palabras de Jessie lo enfurecieron aún más. La sujetó con fuerza y la miró con los dientes apretados.
—No huirás con nadie.
—Lo haría si quisiera. No eres mi tutor. —Mientras lo decía, Jessie se percató de que le gustaría que lo fuera. Ése había sido el problema que la había empujado a salir de la habitación y ése seguía siendo el problema ahora—. ¿Te parece mal que quiera marcharme pero no te parece mal pedirme que seduzca a tu enemigo? —inquirió, irritada—. Sí —asintió al ver que él se sobresaltaba al oírla—, piénsalo bien, Gregor.
Los ojos de él se encendieron con una furia renovada.
—Es muy distinto. Te estoy preparando para una misión. Es un trabajo, y muy bien remunerado por cierto.
—Sí, me has pagado para que haga un trabajo. Menuda novedad, Gregor. Soy una puta, por si no te habías dado cuenta. Trabajo a cambio de dinero. —Jessie sintió un escozor en los ojos. Las emociones que había mantenido a raya empezaban a aflorar—. Por mucho que me frotes, no podrás limpiar lo que soy.
Él la miró, furioso.
—Estás dispuesto a pagarme para que me comporte como una puta —añadió ella sacudiendo la cabeza—, pero no soportas que coquetee con el hombre que yo quiera. No lo entiendo.
A Gregor se le cayó la toalla de las manos.
—¿Quieres estar con ese… vanidoso?
«No. Quiero estar contigo, estúpido». Con los nervios a flor de piel, le costaba controlar sus emociones más profundas, las que no había pensado confesarle nunca.
—Y, si fuera así, ¿qué pasaría? —le espetó antes de volver la cara.
Odiaba que le preocupara lo que él pensaba de ella. Odiaba darse cuenta de que él se estaba cegando para no ver la verdad. Ambos lo estaban haciendo. Ella era una puta, pero él se olvidaba de eso cuando le convenía, cuando quería que le calentara la cama. Era lo que los hombres hacían con las fulanas. No era distinto de los demás. De hecho, era peor, porque tampoco le gustaba que le recordara que la estaba entrenando para arrojarla en manos de su enemigo.
Un silencio tenso los rodeó.
Jessie evitó con todas sus fuerzas echarse a temblar, pero no fue capaz.
Gregor se colocó entonces a su espalda.
Ella no se volvió.
—Vuélvete —le ordenó él.
Ella obedeció. Gregor se quitó la camisa y la secó con él, con los labios muy apretados. Seguía furioso, pero parecía que no iba a seguir atacándola con sus palabras. El calor que le infundió con la toalla mientras la frotaba hizo que la muchacha temblara más violentamente. Tras envolverla con ella, la cargó en brazos y la llevó a la cama.
Jessie notó que tenía la respiración alterada: seguía estando muy tenso. Su pecho desnudo despedía un agradable calor, que la atraía. Aunque tenía la piel fría, en su interior Jessie ardía por él. Quería ponerse de rodillas, besarle los pies y rogarle que la abrazara como la otra noche.
—Tengo que hacerlo —dijo como única advertencia antes de soltarla sobre la cama.
—Gregor…
Él le cubrió la boca con la mano para evitar que hablara.
La joven tragó saliva.
Él se alzaba sobre ella, con el torso desnudo y un brillo oscuro en los ojos a la pálida luz de la vela.
Jessie sintió que se derretía.
Gregor cogió entonces su camisa y la retorció hasta formar una cuerda con ella.
Jessie lo observaba con el corazón desbocado.
A continuación, él le cogió ambas manos, las ató con la camisa y luego sujetó la prenda a la cabecera de la cama.
Ella seguía sus movimientos con la mirada, sin atreverse a protestar.
Gregor se desabrochó los pantalones y se agarró el miembro con la mano.
Reaccionando al fin, Jessie trató de zafarse, tirando de la camisa.
—¡No me desafíes! —Gregor la sujetó por los hombros y la obligó a tumbarse en la cama antes de abrirle las piernas con la rodilla.
Sin ninguna delicadeza, le separó los muslos y dirigió la erección hacia su abertura. Maldiciendo amargamente, encontró el camino y empujó.
La súbita sensación de plenitud entumeció los sentidos de Jessie, pero intensificó sus emociones.
—¡Gregor! —exclamó sin poder reprimirse—. Era contigo con quien quería estar.
Él le dirigió una mirada de advertencia. Al parecer, su confesión no le había gustado nada, ya que volvió a taparle la boca con la mano. No, no quería oír sus palabras. No se fiaba de ellas.
«Te lo demostraré —le juró entonces ella en silencio, mirándolo a los ojos—. Haré que confíes en mí».
Lo observó, suplicándole sin palabras que confiara en ella.
Él entornó los ojos y siguió montándola, de prisa, con fuerza, sin piedad.
La presión de su mano despiadada sobre su boca la enloqueció de deseo. Arqueó la espalda y levantó las caderas para aferrarse más a él. Las ataduras acentuaban su necesidad y enfatizaban el exquisito placer de cada movimiento que él hacía. Cada embestida, cada roce, por dentro y por fuera. Que la tomara de esa manera tan brutal la volvía loca de placer.
Nunca antes había disfrutado con ese tipo de prácticas, pero en ese momento estaba totalmente entregada a las sensaciones que él le proporcionaba: las estocadas en lo más hondo de su vientre, el peso sobre sus muslos, la mano sobre su boca. La estaba montando como un demente, como si la necesidad de enterrar su semilla en ella lo hubiera transformado en una criatura salvaje.
Gregor tenía todos los músculos del cuerpo en tensión mientras se alzaba sobre ella. Maldiciendo, arqueó la espalda al notar que se acercaba el clímax, pero no dejó de penetrarla en ningún momento. Echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un grito. Bruscamente, levantó las piernas de la muchacha y se las apoyó en los hombros, curvándole la espalda para clavarse aún más profundamente en su sensible e hinchado canal.
Ella gimió, puesto que cada vez que se hundía en ella la llevaba al éxtasis. Él siguió hincándose entre sus muslos empapados hasta que Jessie se sintió deliciosamente agotada tras varios orgasmos seguidos. Cuando al fin soltó en ella su semilla, lo hizo clavado con profundidad en su vientre.
Jadeando, Gregor bajó la cabeza y el pelo le ocultó parcialmente la cara. El sexo de Jessie se contrajo sin querer, expulsándolo de su interior.
A continuación, él se incorporó y se sentó en el borde de la cama, quieto y en silencio.
La joven observó su espalda. Tenía los músculos cubiertos por una fina capa de sudor. Deseando consolarlo, protestó y tiró de la camisa para liberar las manos, haciendo fuerza con los pies contra la cama.
Gregor se volvió hacia ella.
La luz parpadeante de la vela le iluminaba un costado de la cara. Jessie deseaba poder verlo mejor para asegurarse de que se hubiera calmado y estuviera de mejor humor.
Pero no lo estaba. Le desató las manos y salió de la habitación.
Cuando hubo recuperado el aliento y sintió que las piernas aguantarían su peso, ella fue a buscarlo. Lo encontró sentado en una silla frente a la chimenea. La muchacha permaneció de pie a su lado, disfrutando del calor de las llamas, aunque en realidad lo que deseaba era el calor de su abrazo. Deseaba que la abrazara como la noche en que la había despertado de su pesadilla.
—Siento haberme marchado —susurró.
Él le cogió la mano, se la llevó a los labios y le besó el dorso.
Jessie buscó sus ojos con la mirada, pero él la rehuyó, y sintió que la frustración se apoderaba de ella. No le había extrañado que se la llevara a rastras, que la montara bruscamente y que se mostrara posesivo. Lo que no esperaba era que la tratara como si estuviera sucia; como si fuera una posesión valiosa que alguien hubiera mancillado. Notó una punzada de dolor en el pecho.
Gregor seguía mostrándose distante, con la vista fija en las llamas. Los rasgos de su cara parecían más duros que nunca, casi cincelados. Tenía la mirada perdida, lo que le resultó extraño. Tras dejarse caer de rodillas a su lado, ella le rodeó el cuello con los brazos, abrazándolo.
—No soy inmune a tus trucos, Jessie —murmuró él—. Dudo que haya un solo hombre sobre la Tierra que lo sea. Bien que lo sabes. Siempre lo has sabido —le dijo, como si estuviera decepcionado.
Le importaba. Se preocupaba por ella y se mostraba posesivo. Pero había algo más. Algo preocupante. Parecía como si se estuviera despidiendo de ella. A Jessie se le formó un nudo en el pecho. Sólo había pretendido que reaccionara. Había querido atraer su atención antes de que fuera demasiado tarde. Lo había provocado, deseando que él la reclamara, y lo había hecho. Pero no había previsto esa reacción. La estaba haciendo sufrir con esa nueva distancia que estaba interponiendo entre ambos. El alma se le cayó a los pies. Gregor había perdido la buena opinión que tenía de ella. En sus ojos vio dolor, pero también notó que se sentía traicionado.
—Perdóname. Me he portado como una tonta —susurró ella antes de darle un beso en la mejilla, cerca de la comisura de los labios. Permaneció allí unos segundos esperando a que él volviera la cara, pero no lo hizo.
Las llamas se reflejaban en sus ojos mientras él las miraba, ausente.
—Soy tu cliente —repuso—. No debería haberlo olvidado. Habría sido mejor para ambos.
Jessie tragó saliva, destrozada. Se había imaginado que, por haber intercambiado confidencias, las cosas entre ellos podían ir más allá, pero se había equivocado. Gregor se arrepentía de haber confiado en ella. Lamentaba haber dormido con ella y haberle susurrado palabras al oído mientras compartían almohada.
Pero la joven aún deseaba consolarlo. Lo deseaba con toda su alma y todo su corazón. Deseaba ser la mujer en la que él confiara, incluso si no quería nada más de ella.
—Sí, eres mi cliente y no te defraudaré. Te lo prometo.
Él le dirigió una mirada rápida.
—Prepárate para partir mañana a primera hora. Nos vamos a Balfour Hall.
Bajando la cabeza, Jessie asintió y se marchó.