21

Ah, Jessie. —Ivor Wallace se levantó al verla entrar en su salita a la mañana siguiente.

La joven reprimió las ganas de suspirar hondo o de sacarle la lengua al señor de la casa. Había pasado muy mala noche, dándole vueltas a las contradicciones que la atormentaban. Gregor quería que saliera de esa casa cuanto antes, y ella también lo deseaba. Pero cuando lo hiciera, ambos se dirían adiós y no volverían a verse. Si usaba la magia para averiguar lo que necesitaba saber, el riesgo de que acabaran denunciándola y deteniéndola era demasiado grande. No podría quedarse en la zona mucho tiempo. Sabía que podía influir en la decisión de Wallace y que, con ello, ayudaría a Gregor a cumplir su venganza y eso le daba fuerzas para continuar.

El dueño de la casa se acercó a ella con una sonrisa libidinosa. Al parecer, lo que había atisbado el día anterior por debajo de su falda le había abierto el apetito.

Ella lo saludó con una rápida reverencia.

—Buenos días, señor Wallace.

Se dirigió rápidamente a la chimenea, donde se arrodilló y empezó a recoger las cenizas. Instantes después, él estaba a su lado, con un codo apoyado en la repisa de piedra. Tenía los pies separados. De reojo, Jessie vio el brillo de las hebillas de sus zapatos. Si levantaba la vista se toparía con su entrepierna, que era exactamente lo que él deseaba que viera. Quería que viera cómo la tela de los pantalones le tiraba a causa de su erección. La joven decidió regalarle una mirada rápida para que el viejo bribón disfrutara un rato.

Era una suerte que no hubiera ido a buscarla a su cuarto la noche anterior. Aunque, pensándolo bien, no podía saber si había ido mientras ella estaba fuera. Esa idea la preocupó durante un momento, pero luego se dio cuenta de que, si él había ido a su alcoba y no la había encontrado, habría supuesto que se estaba escondiendo en la habitación de la señora Gilroy, lo que reforzaría su imagen de virgen inocente y temerosa.

—¿Cuántos años tienes, muchacha?

—No estoy segura, señor. —Era la verdad. De niña, nadie había sabido decírselo. Era una de las cosas que esperaba descubrir cuando volviera a las Highlands. Maisie lo sabría. Su hermana siempre había sido más lista que ella, y sin duda había llevado la cuenta.

Wallace estaba hablando otra vez, así que se forzó a escucharlo.

—Apuesto a que tienes un montón de hombres pegados a tus faldas.

«Ah, ya nos estamos acercando…»

—No sé de qué me está usted hablando, señor. —Jessie se volvió hacia él con la cabeza baja, fingiendo timidez.

—Eres una muchacha muy hermosa. Atraes las miradas. Estoy seguro de que muchos hombres desean arrebatarte la virginidad con sus pollas.

«Caramba, eso es ganarse a una mujer con palabras bonitas», pensó ella con ironía.

Se echó hacia atrás, sentándose sobre los talones, pero mantuvo la mirada fija en el suelo. Esperó unos instantes antes de responder, dejando que él pensara que estaba aturdida por su comentario. Desde luego, el entrenamiento de Gregor estaba resultando de lo más útil.

—Por favor, señor —suplicó finalmente con voz lastimera—. Me asusta cuando me habla así.

Era obvio que ése era su objetivo. Igual que Cormac la noche anterior, Wallace esperaba ver miedo en su expresión antes de dominarla. Por desgracia, no era algo fuera de lo normal. Para muchos hombres, era uno de los privilegios de su sexo. Y, aunque no pensaba ceder ante él, Jessie tenía que seguirle la corriente si quería influir en su decisión.

—No te he dado ninguna razón para estar asustada.

Ella volvió a mirarlo de reojo y distinguió un brillo desagradable en sus ojos, algo que revelaba su necesidad de poseer y destruir. Había conocido a otros hombres como él, y los rehuía siempre que podía. A veces no era posible, porque Ranald la obligaba, pero cualquier puta sensata mantendría las distancias con un hombre así.

—¡Ay, Dios mío! —exclamó fingiendo secarse una lágrima.

La señora Gilroy no tardaría en ir a buscarla. Tenía que darse prisa en usar la magia. Ojalá Wallace se hubiera quedado sentado a la mesa. Tenía que conseguir que volviera allí.

Él le apartó entonces la mano de los ojos y se la llevó hasta la entrepierna, forzándola a cubrir su erección.

—¿Es esto lo que te da miedo? ¿Te parece demasiado grande?

Jessie sintió la tentación de replicar que había disfrutado de algunas mucho más grandes y que debería avergonzarse por su falta de delicadeza. Sin embargo, en vez de eso, apartó la cara y trató de retirar la mano con grandes aspavientos al tiempo que soltaba un grito de espanto. Sabía lo que él deseaba oír y, aunque a desgana, le dio lo que quería.

—¡Oh, señor Wallace! Es monstruoso. No me haga tocarlo.

Tal como la joven esperaba, el miembro en cuestión aumentó de tamaño bajo su mano.

—Harás mucho más que tocarlo, querida.

Justo entonces la puerta se abrió y una corriente de aire frío penetró en la estancia. El dueño de la casa la soltó y Jessie aprovechó para recuperar el cepillo y protegerse con él como si fuera un arma. Si volvía a acercarse a ella, quedaría manchado de ceniza.

Pero la que entró no fue la señora Gilroy, sino la señora Wallace. Aprovechando la oportunidad, la joven se levantó y acercó el cubo al escritorio.

—¿Qué quieres? —preguntó Wallace bruscamente, volviéndose hacia su esposa.

Ella le dirigió una mirada de desprecio, apretando la boca y entornando los ojos.

—Forbes ha enviado una nota. Pronto estará aquí. Prométeme que no tomarás ninguna decisión hasta que llegue.

Ninguno de los dos prestaba atención a la doncella. Jessie aprovechó entonces su descuido para echarles un vistazo a los papeles que había sobre la mesa. Vio el mapa junto a otros documentos. Dos de ellos aún estaban sellados y atados con cintas. Cerró los ojos y susurró un hechizo:

Thoir an aire do Strathbahn.

Usando el encantamiento que su madre le había enseñado para que las clientas se fijaran en las plantas y las frutas silvestres que recogía en el bosque, atrajo la atención de Wallace sobre la tierra que nombró.

Luego se dedicó a recoger algunos de los documentos que habían caído al suelo con la corriente de aire. Ahora que el hechizo estaba hecho, el señor Wallace sentiría una gran necesidad de añadir Strathbahn a la lista de propiedades que debía vender. Mientras recogía los papeles, la joven pensó qué sucedería a continuación. Sólo había un modo de saber si el hechizo había funcionado. Esa noche tendría que llevarle los documentos a Gregor para que él los leyera y lo comprobara. No podía ser tan difícil. Cogería los papeles antes de reunirse con él y los volvería a dejar a su vuelta.

Se dispuso a retirarse.

Mientras tanto, el tono de la conversación de Wallace y su esposa había ido en aumento.

—Haré lo que me plazca —gritó él.

La señora Wallace había dejado la puerta abierta, y la señora Gilroy apareció poco después al oír las voces. Al ver a Jessie, frunció el cejo, y de inmediato le indicó que la siguiera con un gesto de la mano.

Cuando el ama de llaves cerró la puerta, la discusión se volvió aún más acalorada.

La señora Gilroy agarró entonces la barbilla de Jessie y le volvió la cara a un lado y a otro.

—Estás sofocada, muchacha. ¿Ha sido el señor? ¿Te ha hecho algo?

Ella aprovechó la oportunidad.

—Discúlpeme, señora Gilroy, pero el señor… me da miedo. —Hizo un mohín—. Conozco mi lugar en esta casa y trataré de hacer bien mi trabajo, pero… pero a veces tengo ganas de salir huyendo antes de que me ponga las manos encima.

Estaba preparando el terreno por si tenía que marcharse precipitadamente. Si el ama de llaves pensaba que era porque el señor la había asustado, mejor para todos. Así, a nadie le resultaría sospechoso su comportamiento.

—Si tienes otro sitio adonde ir, no te lo echaré en cara. Ojalá yo hubiera hecho lo mismo hace muchos años.

—¿Otro sitio adonde ir? —Jessie se quedó pensando.

Las Highlands la llamaban, igual que la búsqueda de su hermano y su hermana. Si ése era el lugar donde su corazón deseaba estar era otro cantar.

Esa noche, Jessie bajó la escalera desde el último piso con más precaución todavía que la noche anterior, recordando la tendencia a los paseos nocturnos del señor de la casa y de su ayuda de cámara. Cormac la había estado espiando durante todo el día mientras realizaba sus tareas. Si fuera necesario, estaba dispuesta a usar un hechizo para defenderse de él. No obstante, esperaba no necesitarlo. Era muy arriesgado mostrar sus cartas ante alguien tan astuto como él.

La empinada escalera no le resultaba fácil de bajar. Al hacerlo sentía un cosquilleo en el estómago y le daba vueltas la cabeza, por lo que al llegar a la planta baja suspiró aliviada. Tal como había planeado, entró en la salita del señor y localizó los papeles en los que había estado trabajando esa mañana. Los enrolló con cuidado y se los escondió bajo el chal antes de cruzar el vestíbulo y dirigirse a la cocina con el corazón desbocado.

Si al salir encontraba a Gregor esperándola, eso querría decir que durante el día no se había enfadado con ella, ni se había asustado al reflexionar con calma sobre lo sucedido. La noche anterior había estado cegado por el deseo, que lo había ayudado a aceptarla. Sin embargo, a la luz del día las cosas se veían de otra manera. Al abrir la puerta, lo primero que hizo fue dirigir una mirada ansiosa en dirección a los establos con la esperanza de verlo. Pero no vio nada. Una sensación de pánico se apoderó de ella. Si no estaba allí, tendría que aceptar que la había abandonado por ser como era.

Cerró la puerta tan silenciosamente como pudo y resiguió el muro de la mansión hasta llegar a la esquina. De nuevo, volvió a estirar el cuello, buscándolo. Estaba a punto de echar a correr hacia los establos cuando sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Sin tiempo a reaccionar, notó que alguien la agarraba y la arrastraba hacia las sombras. Le pareció que el corazón se le iba a salir del pecho al notar que le cubrían la boca con la mano. Por un instante creyó que Cormac la había capturado, pero en seguida notó ternura en el abrazo del hombre que la retenía. Ternura y algo más.

—¡Ah, cómo me gusta tenerte así! —le susurró Gregor al oído antes de recorrerle la oreja con los labios, volviéndola loca con sus besos sobre la piel sensible.

El contacto de su boca era tan íntimo, tan directo y tan deseado que Jessie se estremeció de pies a cabeza. Él había acudido a la cita, a pesar de lo que había descubierto la noche anterior. Jessie se recostó contra él, fundiéndose con su cuerpo, antes de volverse entre sus brazos para mirarlo.

Llevaba ropa oscura y la cabeza descubierta. El brillo de su sonrisa a la luz de la luna revelaba que era feliz. La joven lo agarró con fuerza por los hombros, como si quisiera asegurarse de que era él de verdad. Cuando sus ojos se encontraron, le pareció que las estrellas centelleaban con más intensidad y que la luna brillaba sólo para ellos.

«¡Ha vuelto!»

Gregor la contempló un instante más antes de reclamar su boca en un beso largo y apasionado y apoyarle la espalda contra el muro. Ella respondió con la misma intensidad, recorriéndole el cuerpo con las manos. Cuando la lengua de él invadió su boca, Jessie arqueó las caderas sintiendo que se derretía.

—Pensaba que no vendrías —admitió, al separarse.

—¿Crees que es tan fácil asustarme? —preguntó él, sacudiendo la cabeza.

La muchacha estaba exultante de alegría pero, al mismo tiempo, inquieta por si alguien los descubría tan cerca de la casa.

—Esperaba que no —susurró.

Gregor la mantenía pegada a su cuerpo, rodeándole la espalda con un brazo. Con la mano libre, le acarició el pelo.

—¿Cómo te ha ido hoy?

Jessie se sacó los documentos de debajo del chal.

—Creo que esto te será útil. Wallace estaba trabajando en ello y le di un empujoncito de magia mientras lo hacía. Creo que es una lista de las tierras que quiere vender.

Gregor cogió los documentos y se volvió hacia la luna para leerlos. Jessie lo miró mientras él los examinaba con una sonrisa en los labios, asintiendo con la cabeza. Cuando se volvió hacia ella, la joven supo que había hecho un buen trabajo.

—Muy útil. Muchas gracias.

De inmediato, se sintió orgullosa. No era una emoción a la que estuviera acostumbrada, y menos aún gracias a los halagos sinceros de otras personas.

—¿Es la lista para el subastador? —preguntó—. Wallace y su esposa discutieron esta mañana. Ella le recordó que tenía que enseñarle la lista a alguien llamado Forbes, pero él se enfadó al oírlo.

Él negó con la cabeza.

—Forbes es el hijo de Wallace. Tengo entendido que trata de llevar las propiedades de su padre a su manera, y que a él no le gusta cómo lo hace.

—Tiene sentido. Oí a los criados hablando en la cocina. Decían que el hijo del amo estaba a punto de volver. No daban la impresión de estar muy contentos con la noticia. Al parecer, despierta todavía menos simpatías que su padre.

Gregor señaló la lista con la barbilla.

—Forbes podría hacer algún cambio antes de enviarla al subastador.

Ella negó con la cabeza.

—No, nadie puede deshacer el hechizo de influencia. Cualquiera que lea esa lista querrá que Strathbahn forme parte de ella.

Gregor le dirigió una mirada tan divertida que Jessie se echó a reír. Él enrolló entonces el documento para que volviera a esconderlo.

—Tengo que dejarlo donde lo encontré antes de que acabe la noche si no quiero meterme en un buen lío.

—¿Tienes que irte ya? —preguntó él, decepcionado.

—No, pero pronto. —Jessie miró por encima del hombro en dirección a las ventanas. No se veía ninguna vela encendida.

—¿Qué ocurre? ¿Alguien te ha visto salir?

—No, pero debemos andarnos con cuidado.

El hecho de que pudieran descubrirlos la ponía muy nerviosa. Si el enemigo de Gregor lo encontraba en su propiedad, lo atacaría como a un intruso.

—¿Ha pasado algo? Cuéntamelo —la animó él, observándola a la luz de la luna.

Su preocupación sincera la emocionó.

—Uno de los criados me vio entrar anoche por la puerta, pero no sabe qué estuve haciendo. Le dije que había salido a tomar el aire. —Jessie cogió entonces a Gregor de la mano señalando hacia los establos con la cabeza—. Vamos, busquemos un sitio más discreto para hablar.

Y, tirando de él, cruzó el patio a la carrera. Se había acercado a los establos esa misma tarde y había encontrado un cubículo vacío al fondo, donde guardaban el forraje.

Una vez que estuvieron dentro, sin embargo, él tomó la iniciativa y señaló una escalera de mano que estaba apoyada en un altillo cerca de la entrada.

—Subamos allí, al pajar. Así, si alguien entra, no nos verá.

—No, no puedo subir ahí… Me caeré. —Sólo de mirar hacia arriba, a la joven comenzó a darle vueltas la cabeza. Tambaleándose, se apoyó en él mientras los recuerdos la asaltaban.

—Madre mía, era eso. —Gregor la sujetó por los brazos ayudándola a mantener el equilibrio—. Pensaba que te daban miedo los caballos.

—Lo sé.

—¿Por qué no me lo explicaste?

—Porque habrías pensado que era idiota.

—No eres idiota. —Le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la cara para mirarla a los ojos—. Entonces, ¿el carro no fue mejor que el caballo?

Ella negó con la cabeza.

—¿Y esto? —La abrazó por la cintura y la levantó del suelo.

Se estaba acordando de la primera noche en el calabozo de Dundee, cuando la había apoyado contra la pared para penetrarla con más comodidad. Ella sonrió y le propinó un golpe en el pecho.

—Si me abrazas, puedo soportarlo.

Era la verdad, pero no se había dado cuenta hasta que lo había dicho.

Gregor volvió a dejarla en el suelo, pero no rompió el abrazo.

—Ojalá me lo hubieras dicho.

La estaba mirando con tanta atención y cariño que la muchacha sintió ganas de confiárselo todo. Al fin y al cabo, ya sabía lo de la magia. No había razón para mantenerlo en secreto.

«Y ha vuelto a mí».

—Empezó durante la ejecución de mi madre. La gente nos obligó a mi hermana Maisie y a mí a colocarnos encima de los pilares de la verja de entrada a la iglesia mientras lapidaban a mi madre. Dijeron que así aprenderíamos a distinguir el bien del mal. Cuando estuve a punto de desmayarme, un hombre me obligó a mantenerme en pie para que viera qué sucedía cuando alguien intentaba curar las enfermedades de los demás con malas artes en vez de hacerlo mediante la oración.

—Oh, cariño —Gregor la abrazó con fuerza.

Ella se aferró a él y descansó la cara en su hombro.

—Cada vez que mis pies no tocan el suelo, me acuerdo de aquel horror. Se me hace un nudo en el estómago y me da vueltas la cabeza.

Él no había aflojado el abrazo. Jessie notó que estaba a punto de hablar y se lo impidió, poniéndole un dedo en los labios y suplicándole con la mirada. No quería que tratara de consolarla. Si le decía algo, perdería las fuerzas que necesitaba para llevar adelante la misión.

—Por favor, hazme el amor. Necesito tu fuerza para enfrentarme al mundo.

Él la estrechó con más fuerza entre sus brazos.

—Lo sé. Me di cuenta anoche.

El vientre de la joven se contrajo de deseo. Necesitaba hacerle el amor más que nada en el mundo, y no sólo por la fuerza que eso le imprimía para enfrentarse a los problemas y para manejar al señor de la casa. El fuego de sus entrañas había empezado a arder. La fuente de la que brotaba su magia se estaba encendiendo, alimentada por la seguridad de que harían el amor y de que eso la volvería más fuerte. Sin embargo, había otra razón mucho más sencilla y básica: lo deseaba. Gregor Ramsay le encendía la sangre como nadie lo había hecho nunca. Le costaba imaginarse que pudiera encontrar a otro hombre que le despertara las mismas sensaciones y emociones. Pronto esa misión llegaría a su fin y él regresaría a su barco. Pero, hasta entonces, aprovecharía todos los momentos que pasaran juntos.

Él señaló entonces con la cabeza hacia el fondo del establo y la apartó de la entrada.

—Si supieran lo que eres y que has sacado estos documentos de la casa, te tratarían aún peor que los parroquianos de Dundee —declaró, y le dio un beso rápido en la frente antes de seguir hablando—. Si te sucediera algo por mi culpa, no podría soportarlo.

—No me sucederá nada. —Tras cogerlo de la mano, Jessie lo condujo hasta el cubículo donde guardaban la paja que les darían a los caballos al día siguiente—. Está oscuro, pero estoy segura de que me encontrarás —bromeó, provocándolo.

Al llegar allí, ella se dejó caer al suelo a cuatro patas, pero Gregor la alcanzó en seguida y la agarró por la cintura. Levantándose la falda, Jessie meneó las caderas invitándolo a acercarse más. Cuando él la sujetó por el trasero, ella echó la cabeza hacia atrás alegremente.

—Dijiste que mi culo fue lo primero que te llamó la atención de mí.

—Así es —admitió él, dándole una palmada juguetona.

Luego, le levantó los pies del suelo, le separó las piernas y se colocó entre ellas. Con la espalda arqueada y tambaleándose ligeramente, Jessie aguardó impaciente la primera embestida.

Sin embargo, él parecía no tener prisa. Le recorrió el trasero con las manos varias veces, apretándolo posesivo.

—Ah, tu precioso culo… Cómo lo he echado de menos estos dos últimos días.

—Por favor, Gregor —le suplicó ella.

—Pienso penetrarte, no lo dudes.

Pero, a pesar de sus palabras, siguió torturándola durante un rato. Le acarició los pliegues húmedos con tanta delicadeza que Jessie pensó que empezaría a arder y a crepitar en cualquier momento. Cuando él le apoyó la mano en la carne hinchada de su sexo y la apretó con fuerza, la joven tuvo que morderse el labio para ahogar un grito. Luego la separó usando ambas manos y se sintió desvanecer. Estaba tan excitada que el cuerpo le quemaba y tenía la piel húmeda de sudor. Se preparó para recibirlo, ansiosa.

Gregor le introdujo primero los dedos, explorándola. Cuando, al girar la mano, le acarició los pliegues con los nudillos, la muchacha gritó.

—Aaahhh, por favor, apiádate de mí.

—Chis, silencio, mi preciosa golfilla. Tengo el remedio que necesitas —replicó él, acariciando la entrada de su sexo con la punta del miembro.

«Oh, sí». Jessie levantó la cabeza. La rígida tela del vestido y las enaguas le presionaba los pechos. Bajo las rodillas, las burdas briznas de paja amenazaban con romperle las medias. Pero todo eso dejó de tener importancia cuando él se clavó al fin en su interior, abriéndola, llenándola.

Una luz parecida a la de las estrellas fugaces cruzó entonces ante sus ojos. Respiró con dificultad hasta que se acostumbró a la sensación, y contuvo el aliento una vez más cuando él empezó a entrar y a salir de ella muy lentamente. Cada vez que la penetraba, sentía flojera en las piernas. Los muslos le temblaban. Y cada vez que la rígida punta de su miembro alcanzaba el fondo de su vagina, su espalda se arqueaba y las rodillas le flaqueaban sin poder evitarlo.

—Tenías ganas, ¿eh? —bromeó él.

La mano que le apoyaba en la espalda no ayudaba a calmarla, sino todo lo contrario. En el cubículo había aumentado de repente la temperatura, como si se estuviera acercando una tormenta. Al otro lado de los tablones de madera que los separaban de ellos, los caballos empezaron a resoplar y a revolverse, inquietos.

—No voy a negarlo —repuso ella. Habría sido una tontería hacerlo, con los fluidos que salían de su sexo y se deslizaban por sus muslos.

Clavó los dedos con fuerza en la paja. Tenía los sentidos tan agudizados que le parecía notar cada brizna por separado. Le hacían cosquillas, que aumentaban su excitación. Los brazos le temblaban por el esfuerzo de mantener el equilibrio y sus pechos protestaban por estar tan aplastados bajo la ropa, sobre todo los rígidos pezones.

Entonces sintió que Gregor la acariciaba con los dedos en el punto sensible sobre la entrada de su sexo. Se había inclinado sobre su espalda y la acariciaba entre las piernas. Al parecer quería que ella se corriera sin esperarlo.

—¡Gregor! —exclamó cuando el clímax se apoderó de su cuerpo. Fue tan brusco e inesperado que los brazos se le doblaron, incapaces de soportarla por más tiempo, y se derrumbó sobre la paja.

—¿Puedes resistir un poco más? —preguntó él con un tono entre burlón y amenazador.

Se estaba conteniendo, pensó ella, excitándose con la idea.

Con esfuerzo, se incorporó, lo empujó para que se tumbara de espaldas y montó a horcajadas sobre sus caderas. El deseo de la muchacha se reavivó al acariciarle el miembro arqueado, que dio un brinco al notar su mano; estaba caliente y húmedo de haber estado en su interior. Se lo clavó hasta el fondo. Al principio le costó respirar por la intensidad de las sensaciones. Luego se inclinó sobre él y lo besó en los labios. Sus manos se encontraron y se entrelazaron con fuerza.

Jessie notó que la energía de Gregor penetraba en su interior, pasando a ser también la suya.

Él levantó las caderas, hundiéndose un poco más en su vientre y haciéndola vibrar de arriba abajo. Aumentando el ritmo, Jessie saltó sobre él. Se movían con urgencia, como si estuvieran haciendo una carrera para ver quién alcanzaba antes el premio. Gregor susurró su nombre un instante antes de explotar en su interior. Entonces, tras inclinarse sobre él, ella movió las caderas a lado y lado mientras lo besaba a ciegas. La última sacudida de su miembro la empujó hacia un segundo clímax, que fundió sus cuerpos.

Se separaron, pero en seguida volvieron a buscarse, tumbados de lado.

—Estás radiante, cariño —le dijo él mientras le retiraba el pelo de la frente—. Si eres tan buena haciendo magia, ¿por qué te dedicaste a la prostitución?

Ella se puso a la defensiva.

—No me malinterpretes —se apresuró a añadir él—. No te lo reprocho, sólo quiero entenderte mejor.

—Antes probé con otras cosas. Me crié en una familia que me tenía miedo. En cuanto pude, me escapé. Durante un tiempo, viví en los bosques y fui feliz.

La muchacha suspiró al recordar aquella época. Habían sido tiempos duros pero felices. Se sentía bien estando tan cerca de la naturaleza, pero cuando llegó el invierno tuvo que pedir ayuda. Una viuda la acogió en su casa a cambio de que la ayudara con la casa y las tierras, haciendo las cosas que ella ya no podía hacer.

Pero la viuda había muerto y unos parientes lejanos que fueron a llevarse sus pertenencias la echaron de allí, no sin antes acusarla de haber provocado la muerte de la anciana.

—Cuando me marché, seguí trabajando la tierra en otros sitios a cambio de alojamiento y comida. Y así llegué a Dundee. Me dirigí allí porque fue el último sitio donde vieron a mi padre.

—¿Tu padre? Nunca me habías hablado de él.

—No lo conocí. Nos abandonó antes de que yo naciera. Por lo que parece, se embarcó. Mi madre lo esperó durante años, ya que él le había dicho que volvería. Con el tiempo, se hartó de esperar y fuimos en su busca. —Jessie se echó a reír sin ganas—. Tal vez quería echarle en cara que la hubiera dejado sola con tres hijos.

Había sido la magia lo que lo había apartado de su madre. Jessie lo sabía por instinto, no le había hecho falta que nadie se lo dijera. Y, no obstante, cuando su madre había decidido ir a buscarlo, sus hermanos y ella no habían podido hacer nada por evitarlo.

—Al llegar a las Lowlands, sin embargo, las cosas cambiaron. El don de mi madre para curar a la gente no nos trajo más que problemas.

Gregor la atrajo hacia sí y la besó en la mejilla.

Por un momento, Jessie se permitió no sentir nada más que la ternura y el consuelo de su abrazo.

—¿Qué pasó con tu padre?

—Oh, pregunté por él en todas las tabernas de Dundee, pero nadie lo recordaba. O, al menos, nadie lo admitió.

—Cuando mi barco regrese, preguntaré por él. Si sigue con vida, te ayudaré a encontrarlo.

Ella le apoyó un dedo en los labios.

—Me temo que la luz de la luna te ha afectado la cabeza —se burló—. Si sigue con vida, será un extraño para mí. Ya hace tiempo que perdí la esperanza de retomar el contacto. Lo mejor que puedo hacer es volver a las Highlands, donde vivíamos seguros y felices, y donde puede que Lennox y Maisie me estén esperando.

—¿Tus hermanos?

—Maisie es mi hermana gemela. Lennox es unos cuantos años mayor que nosotras.

—Los gemelos suelen tener un vínculo especial.

Ella asintió, de nuevo conmovida por la sensibilidad que Gregor mostraba hacia esos temas. Aunque parecía sentir curiosidad cuando hablaba de sus hermanos, le había dicho que él no tenía ninguno.

—A veces la siento muy cerca de mí, como si estuviéramos pensando la una en la otra al mismo tiempo. Creo que las cosas le han ido mejor que a mí, aunque tal vez sólo es que tengo ganas de creerlo. —Se llevó la mano al pecho al sentir una punzada de dolor.

—¿Y tu hermano?

—Era el más rebelde y salvaje.

—¿Más que tú?

Jessie se echó a reír.

—Oh, sí. —A veces, Lennox se le aparecía en sueños. Eran sueños oscuros, que la dejaban con una sensación de inquietud y aprensión—. Ya de niño tenía el don, y jugaba con él más que nosotras. Aprendía muy de prisa. —Y se había metido en líos por culpa de la magia en más de una ocasión, recordó. De inmediato, se obligó a apartar los pensamientos ominosos de su mente y sonrió—. Ahora llevo ya un tiempo ahorrando para poder hacer el viaje de vuelta a casa.

—¿La prostitución fue la mejor manera que encontraste?

¿Era desaprobación lo que había oído en su voz? ¿A esas alturas? Más que su indignación, lo que despertó el tono de voz de Gregor fue su curiosidad. ¿Estaría enfadado, intrigado, celoso…? Estaba acostumbrada al desprecio de los hombres que contrataban sus servicios. Para muchos de ellos, una puta merecía el mismo respeto que una cucaracha. No obstante, desde que se habían separado, Gregor había empezado a mostrarse posesivo. Sus encuentros en Balfour Hall habían sido más apasionados que los anteriores. Las dos últimas noches habían sido las más felices de su vida y, sin embargo, Jessie sabía que estaban al filo del desastre. La amenaza de ser descubiertos se cernía sobre ellos. La detención de Dundee era demasiado reciente. Y cuando hubieran acabado con la tarea que se traían entre manos, deberían enfrentarse a la separación.

—¿Desapruebas la prostitución? ¿No te parece eso un poco hipócrita?

—No la desapruebo. Sólo quiero conocer tus motivos.

—La gente no presta atención a las putas. Cuando iba de pueblo en pueblo, en seguida me acusaban de brujería. Me pareció una buena manera de pasar desapercibida. Tampoco te creas que me quedaban muchas opciones.

A pesar de que siempre trataba de ocultarlo, Jessie era una mujer orgullosa. Pero estaban siendo sinceros el uno con el otro, así que no vio razón para ocultar que su vida no había sido fácil.

Al ver que él la observaba atentamente, se sintió incómoda.

—¿Me odias por ser una puta? No lo creo. Bien que te gusta lo que te hago…

—No, no te odio —respondió él, apesadumbrado.

—Si no hubiera sido puta, no me habrías encontrado. —Alargó la mano, deseando poder verlo mejor para juzgar su reacción. Mientras esperaba, el corazón se le aceleró.

Gregor entornó los ojos, pero sonrió débilmente.

—Eres una provocadora, Jessie. ¿Qué estás buscando? ¿Acaso quieres que me enfade? —Le acarició la barbilla con el pulgar, pensativo—. ¿O que me encienda de celos como aquella noche cuando te encontré con el señor Grant?

Volvían a estar dando vueltas a los temas que les preocupaban, como la noche anterior.

—¿Por qué ibas a estar celoso? —inquirió ella, fingiendo desinterés—. Me contrataste para hacer un trabajo. Si te enfadaste cuando me viste con el señor Grant fue porque habías invertido tiempo y dinero en prepararme. Mi misión es seducir a tu enemigo, no a los parroquianos de la posada.

Un instante después, Gregor estaba de nuevo encima de ella, clavándola al suelo con el peso de su cuerpo.

—Sal de esa casa ahora mismo. Quiero que vuelvas conmigo esta misma noche. —Le cubrió el cuello de besos mientras empujaba la pelvis hacia adelante—. Ya tengo suficiente información. No necesito que seduzcas a Wallace.

Sonriendo en la oscuridad, ella se mordió el labio inferior, levantando las caderas al encuentro de su amante.

—Vaya, vaya, señor Ramsay. Creo que está dejando que su polla piense por usted.

Él rió entre dientes.

—Es posible, pero en este tema mi polla y yo pensamos lo mismo.

Sujetando su bello rostro entre las manos, Jessie sacudió la cabeza.

—No necesito acostarme con él para influir en sus actos.

Gregor enlazó los dedos con los suyos.

—¿Usarás la magia?

—Hoy he influido en la lista de las propiedades que quiere vender. No tardará en llevarla al subastador. Si quieres recuperar la tierra de tus antepasados, tendrás la oportunidad de hacerlo.

Jessie pensó que a él le gustaría oír esas palabras, pero la expresión de Gregor no varió.

—Usar la magia es peligroso. La noticia de tu fuga podría haber llegado hasta aquí. La gente susurrará tu nombre.

La nebulosa de placer que los había cegado pareció aclararse un poco. Él tenía razón.

—Sin embargo, nadie me ha visto actuar —replicó la joven—. Sólo han visto los resultados.

Gregor le dirigió una mirada de preocupación.

—Y así es como deben seguir las cosas. Prométeme que no usarás la magia a menos que estés sola.

No era una promesa fácil de hacer, ya que tal vez necesitara de ella para protegerse.

—Por favor, no te preocupes —repuso.

Gregor guardó silencio, pero Jessie sintió la preocupación y el disgusto que emanaban de él. Era como si su alma hubiera sido invadida por una profunda tristeza.

—Wallace… ¿ha intentado tocarte?

Ella respiró hondo.

—Apenas. No es que no le apetezca, pero tiene otras prioridades en estos momentos.

Gregor no pareció muy convencido.

—No es en absoluto necesario que vuelvas a la casa. Ya tengo bastante información.

—No sabemos cuándo pondrá las tierras en venta —replicó ella—. Es importante saber la fecha para poder actuar rápidamente. ¿No quieres vengar a tu padre?

Él la miró detenidamente antes de responder.

—La fecha no me importa. Me quedaré en Saint Andrews hasta que las tierras salgan a subasta. Además, le ofrecí dinero al subastador si me avisaba. Estoy seguro de que lo aceptará. Por favor, Jessie. Te has ganado tu sueldo con creces. Ven conmigo y mañana por la mañana podrás seguir tu camino hacia las Highlands.

«Ir a las Highlands…»

Días atrás, habría aprovechado la oportunidad y se habría marchado alegremente, cantando por el camino. Pero ahora se le formaba un nudo en el estómago sólo de pensarlo. Si se ponía en marcha por la mañana, no volvería a ver a Gregor. Sabía que la hora de la separación estaba cerca, pero aún no estaba preparada.

Además, algo le decía que todavía no era el momento. Estaba empezando a conocerlo. «¿O acaso me estoy engañando porque me he encariñado de este hombre y no soporto la idea de separarme de él definitivamente?»

—Si me marcho ahora, sospechará —protestó al tiempo que se ponía en pie y se arreglaba la ropa—. Tengo que volver a la casa y dejar los documentos en su sitio o la subasta no se celebrará. Sabes que tengo razón.

Él suspiró, frustrado, y se recolocó los pantalones y la camisa.

—Sí, supongo que sí.

Al llegar a la puerta de los establos, Jessie lo observó a la luz de la luna.

—Mantendré los ojos y las orejas abiertos y me reuniré aquí contigo mañana.

Él frunció el cejo.

—Te marcharás de aquí pronto, no lo olvides.

—Sí, pronto.

—¿No lo seducirás?

Ella puso los ojos en blanco.

—No, Gregor, no lo seduciré, a pesar del tiempo que pasaste entrenándome precisamente para ello.

Él permaneció taciturno. Tenía un aspecto casi desconsolado.

—Confieso que la idea me atormenta. Wallace es mi enemigo y no deseo que ninguna mujer tenga que estar cerca de él. En estos últimos días me he dado cuenta de que hice mal al pedírtelo.

A Jessie le entraron ganas de echarse a reír y a llorar al mismo tiempo. Pero al ver la expresión en el rostro de él, resolvió tranquilizarlo.

—Estaré bien —le aseguró—. Deja que termine esto por ti. Te lo prometí.

—Eres muy cabezota. Ya veo que estás decidida a llevar el plan hasta el final, pero la verdad es que preferiría que te vinieras conmigo.

—Tus palabras me dan fuerza. —La muchacha se sentía rebosante de satisfacción—. Prométeme una cosa. Prométeme que, cuando todo haya acabado, me abrazarás y me besarás mientras llevo el vestido azul puesto por última vez, antes de decirnos adiós.

Él la estrechó entre sus brazos.

—El vestido es tuyo. —La besó en la boca, acariciándole suavemente los labios con los suyos—. Te lo prometo.

Jessie se fundió en su abrazo, alzando el rostro hacia él.

Esa noche les costó todavía más separarse que el día anterior. Permanecieron en la esquina de la casa besándose largamente, con los dedos entrelazados y los cuerpos pegados. Al fin, la joven se separó con brusquedad de él y le puso los dedos en los labios a modo de despedida.

La felicidad que la había embargado durante toda la noche empezó a diluirse en cuanto se alejó de Gregor. Al llegar a la puerta de servicio, miró por el ventanuco con inquietud. La cocina estaba totalmente a oscuras. Le había dicho a él que estaría a salvo, pero ¿sería así? Tras respirar hondo, abrió la puerta y se coló dentro.

Cuando sus ojos se hubieron acostumbrado a la oscuridad, deshizo el camino hasta el vestíbulo principal. Una vez allí, la invadió una gran inquietud. Entornó los ojos para ver si alguien se interponía en su camino hacia la salita de donde había sacado los documentos. Bajo el chal, apretó con fuerza los papeles enrollados.

En ese momento, la puerta del saloncito se abrió y Cormac apareció por ella con una botella en la mano, sin duda, de alguna remesa especial que su señor guardaba para su uso privado.

La muchacha se pegó a una pared entre las sombras, contuvo la respiración y escuchó. Entonces, el alma se le cayó a los pies al darse cuenta de que el ayuda de cámara estaba cerrando la puerta con llave. Si Cormac se llevaba la llave o la escondía, tendría que usar la magia para abrir la puerta, por lo que se demoraría en devolver los documentos a su sitio.

Jessie oyó a continuación el leve roce de sus pies descalzos sobre el suelo de madera, aproximándose. Cerró los ojos y musitó un hechizo. Era la primera vez que probaba a pasar desapercibida fundiéndose con las sombras. Con un dedo dibujó unas cortinas imaginarias ante ella y las cerró. Era un conjuro que Lennox había hecho alguna vez ante sus hermanas para asustarlas. No sabía si funcionaría, por lo que sólo podía esperar y comprobar qué sucedía.

En ese instante, algo llamó la atención de Cormac, que se encaminó pasillo abajo con decisión. Al llegar junto a ella, miró en su dirección.

La joven notó que la sangre se le helaba en las venas. Pero, unos segundos después, Cormac miró al frente y siguió andando.

¡No la había visto! Jessie volvió a respirar al oír el crujido de los escalones mientras el hombre regresaba a su habitación. Lo había conseguido. Había imitado el conjuro de las sombras de Lennox y había funcionado. El latido de su corazón volvió a la normalidad.

Esperaba que Cormac pensara compartir la botella con la misma mujer que el otro día y que no hubiera decidido ir en su busca. Esperaba poder marcharse de esa casa cuanto antes, porque sabía que tarde o temprano él se cansaría de su compañía actual y buscaría nuevas experiencias. Sus miradas lascivas no dejaban lugar a dudas.

Cuando la mansión volvió a quedar en silencio, Jessie se acercó a la puerta y comprobó con alivio que la llave seguía en la cerradura. Entró en la salita y dejó los documentos en el armario de donde los había cogido. Sin perder ni un segundo, volvió a salir de allí.

Mientras subía la escalera con cautela, siguiendo los pasos de Cormac, se preguntó si su hechizo habría funcionado. Tal vez el criado estaba ya tan borracho que no la había visto. O tal vez su magia era cada día más potente y ya era capaz de ocultarse de la vista de los demás. Si era así, se lo debía a Gregor. Su relación con él le imprimía la fuerza que necesitaba para expandir su don.

«Amor —pensó—. Es la fuerza del amor».

No obstante, darse cuenta de que estaba enamorada no la alegró, sino todo lo contrario. Porque el hombre que tantas cosas buenas había aportado a su vida pronto desaparecería de ella para siempre.