4
Gregor Ramsay se preguntaba cómo demonios se había metido en esa situación. Centrarse en su objetivo en vez de en la mujer que tenía delante no iba a resultar nada fácil.
Aunque se había jurado resistirse a sus provocaciones, al verla a contraluz, con el sol a la espalda pasando a través de la fina tela de la camisola, supo que había perdido la partida. Tenía un cuerpo precioso, muy femenino, y el deseo de explorarlo hizo que le fuera imposible pensar en nada más durante varios minutos.
Había sido una suerte que la doncella hubiera llegado en ese momento y que Jessie hubiera salido de la habitación. Al principio había tratado de no mirarla mientras estaba desnuda en la tina, pero su fuerza de voluntad había durado poco. Al fin y al cabo, ¿por qué no iba a poder mirar?
Cuando, más tarde, ella le había propuesto, con su voz ronca, que la observara oculto en la penumbra, había captado su interés por completo. Y ahora la estaba mirando totalmente absorto, ya que la imagen de su rendición era lo más seductor que había visto nunca. Había tenido que recordarse varias veces cuál era el objetivo de todo aquello y el esfuerzo que había invertido en conseguirlo a lo largo de los años para no caer presa de sus bajos instintos.
Jessie era la sensualidad hecha mujer. Desde que la habían bañado y se había puesto ropa relativamente limpia resultaba todavía más tentadora. Era imprescindible que resistiera el impulso, o se pasaría los días enteros en la cama con ella. Y no se había tomado esas semanas para entregarse a la lujuria, sino para resolver los conflictos del pasado.
Sin embargo, cuando se había liberado los pechos, sacándolos fuera del corpiño y se los había acariciado y apretado entre las manos, Gregor apenas había podido recordar qué hacía allí. Ésa era la primera vez que veía sus pechos con buena luz. La pálida piel resplandecía. Los pezones tenían un tono rosado intenso que se oscurecía a medida que se endurecían. Jessie se los retorció con los dedos y luego tiró de ellos hasta que se alargaron y quedaron señalándolo con descaro.
Esa sola visión ya habría conseguido que se empalmara, de no ser porque ya lo estaba. Pero luego ella se levantó la falda y apoyó un pie en la silla, dejando su sexo al descubierto. Al recordar cuando estuvo en su interior durante su encuentro en la celda, su miembro se endureció todavía más. Dividido entre el deseo de poseerla y el de llevar a cabo su objetivo, se obligó a permanecer inmóvil en su escondite.
Ver sus fluidos brillando en sus dedos mientras se separaba los pliegues le hizo apretar los puños con fuerza. Quería sujetarle las nalgas con las manos, levantarle las caderas, separarle más los muslos y probarla.
El rubor cada vez más encendido de sus mejillas era la muestra externa de la pasión que ardía en su interior. Vio cómo ella se humedecía los dedos con sus deliciosos fluidos y los extendía por sus pliegues antes de empezar a acariciarse, primero lentamente, después con más rapidez. Con la espalda apoyada contra la pared, movía las caderas adelante y atrás, excitada.
Pero entonces se volvió de lado, privándolo así del espectáculo.
Gregor se aproximó un poco, pero ella cerró los muslos y las manos quedaron ocultas entre ellos. Él frunció el cejo. Jessie tenía la vista perdida en la distancia, pero él no podía librarse de la sospecha de que lo estaba provocando. «¡Menuda zorra!»
Como si lo hubiera oído, ella volvió la cabeza hacia él. No sabía de qué se sorprendía: era una profesional del sexo, que se entregaba a la lujuria y se olvidaba de las instrucciones que le había dado para llevar a cabo su misión con éxito.
Gregor sacudió la cabeza.
Ella dejó escapar una exclamación de sorpresa y se cubrió con las manos.
—Oh, señor, disculpe mi comportamiento. No sabía que estaba usted ahí.
Se dejó caer la falda, pero el brillo travieso de sus ojos le confirmó sus sospechas a Gregor. Aquella desvergonzada estaba jugando con él, y eso implicaba que no se estaba concentrando en su entrenamiento. Esa idea le dio la fuerza necesaria para centrarse en el objetivo que llevaba once años persiguiendo.
En tres zancadas se plantó ante ella.
—No pares —le ordenó—. Tócate como lo harías para él, y deja que te vea.
—Pero, señor… —protestó ella ladeando la cabeza y bajando la vista—, me da mucha vergüenza.
El aroma de su excitación era embriagador. Era obvio que estaba muy cerca del clímax. Gregor había estado tan pendiente de ella que no se había dado cuenta de lo frustrado que se sentía él. Aun así, la haría sufrir un poco. Si quería correrse, tendría que ganárselo.
—Tú no tienes vergüenza. Ni mucha ni poca. ¡Ninguna! —replicó.
Ella lo miró con los ojos abiertos como platos.
—Has olvidado la primera regla, la que mencionaste antes. Ese hombre debe creerse que eres inocente y pura, pero tus ojos brillan de lujuria.
Jessie negó con la cabeza con vehemencia al tiempo que se ruborizaba.
—Yo… Ha sido… sin querer.
Él puso entonces la mano sobre la de ella y la apretó contra su coño.
—Hazlo de nuevo —pidió—. Pero esta vez hazlo bien.
Ella caminó hacia atrás, tambaleándose, hasta llegar a la pared. Luego lo miró ruborizada, con los ojos muy abiertos, y empezó a acariciarse otra vez con una mano mientras se recogía más la falda con la otra.
—Señor, me muero de vergüenza —susurró—, pero no puedo parar. Es usted el que enciende esta hoguera en mi interior.
El miembro de Gregor estaba tan duro que le dolía. Las ganas de clavarse dentro de ella no dejaban de aumentar. Apretando los dientes, le ordenó:
—Esfuérzate más.
Jessie ahogó una exclamación de placer. Al mover la mano, aún cubierta por la de él, se tambaleó, y le costó mantener los párpados abiertos.
—Oh, señor, no puedo esconder lo húmeda y caliente que estoy. ¿Cómo voy a mirarlo a la cara después?… Dios mío, qué vergüenza.
Asintiendo con la cabeza para que continuara, Gregor introdujo un dedo entre los de ella. Ella movió las caderas adelante y atrás hasta que el dedo se deslizó fácilmente en su interior.
Esta vez fue él quien contuvo el aliento.
Estaba tan deliciosamente húmeda que su polla golpeó varias veces contra los pantalones, pidiendo paso. Los músculos internos de Jessie se contrajeron, capturando así su dedo, al tiempo que la boca se le abría con un gemido. Gregor introdujo el dedo más profundamente y lo movió en círculos, aprendiendo sus contornos, su forma, su textura, descubriendo su intenso calor y lo sensible y receptiva que era.
Jessie dio la bienvenida a su dedo, y sus manos empezaron a moverse al unísono. Sacudió las caderas cada vez más de prisa hasta que el abrazo de su carne le atenazó el dedo. No podría haberlo retirado aunque hubiera querido. Estaba cada vez más húmeda, a punto de estallar. Jadeando con fuerza, apoyó una mano en el pecho de él y la frente en su hombro. El cuerpo entero le temblaba.
—Ah…, ah…
Moviendo las caderas, se clavó una y otra vez en su dedo con movimientos apasionados y sensuales, exuberantes. A Gregor no le cupo ninguna duda de que podría conseguir a cualquier hombre que se propusiera. Tenía más talento y atractivo natural que cualquier cortesana que hubiera conocido antes. Y carecía de vergüenza. Desconocía por completo lo que era.
Pero eso no excusaba el hecho de que había vuelto a olvidarse del papel que estaba interpretando. Estaba tan perdida en las demandas de su cuerpo que se había olvidado de todo lo demás.
Con la mano libre, le agarró la barbilla y la obligó a levantar la cabeza.
—No eres lo suficientemente inocente, cariño. Ni te acercas.
—Pero, señor…
—Eres demasiado atrevida. Se te ve demasiado ansiosa de que un hombre satisfaga tus necesidades. —Y eso hacía que a Gregor le costara más resistirse a ella.
—No puedo evitarlo. —Jessie se revolvió, tratando de liberarse y perdiendo el terreno que había ganado. Fingió sentirse insegura, sin saber qué hacer. Tenía las mejillas encendidas, pero Gregor sabía que no era por vergüenza, ni por inocencia. Era lujuria, pura y dura.
—No. —Él retiró la mano de su interior—. ¡No puedes cambiar el personaje tan bruscamente!
Ella lo miró con los labios entreabiertos, totalmente desorientada.
Riendo con ironía, él la apartó de la silla y se sentó en ella.
—Te demostraré que esto va en serio.
Entonces la agarró de la muñeca, la atrajo hacia sí y la tumbó boca abajo sobre su regazo.
—¡Señor! ¡Señor Ramsay! —gritó, olvidándose de fingir.
Manteniéndola inmóvil con una mano entre los omóplatos, le levantó la falda con la otra y le palmeó el culo. Las nalgas redondeadas rebotaron por el impacto, que Jessie sintió en todo el cuerpo.
—Eres muy cruel —protestó—. Estoy ardiendo. —Volvió la cabeza y lo fulminó con la mirada. No tenía ganas de seguir jugando.
Él le azotó de nuevo una nalga. Y luego la otra. A continuación, varias veces seguidas las dos a la vez. Cuando se detuvo, las atractivas curvas de su trasero y el calor que desprendían hicieron que Gregor se diera cuenta de que estaba librando una batalla perdida desde el principio. Al parecer, todo lo que él hacía la excitaba, poniéndolo en una situación comprometida. El mero hecho de pensar que su enemigo tendría los mismos problemas que él para resistirse a los encantos de la Puta de Dundee lo animaba a seguir adelante.
—No veo a una joven inocente por ninguna parte —declaró, disfrutando más de lo debido al darle un nuevo cachete en sus pálidas nalgas.
Ella apretó entonces los puños y se defendió golpeándole la pierna, pero lo único que consiguió fue que su propio trasero quedara más levantado. Él la azotó con ganas, contemplando con satisfacción la marca de sus dedos en la piel. Los gemidos de Jessie cada vez sonaban menos indignados y más sensuales.
—Sigues sonando descarada. Pareces una perra en celo.
—¡Maldito cretino! —gritó ella por encima del hombro—. ¿Cómo voy a parecer inocente con lo que me estás haciendo? Es imposible.
Gregor guardó silencio. Se planteó dejarla insatisfecha el resto del día y no permitirle que llegara al orgasmo hasta que se lo hubiera ganado con su esfuerzo, pero se sintió incapaz de impedírselo. En vez de eso, le acarició las nalgas con delicadeza.
Ella se estremeció y bajó la cabeza, de nuevo sumisa. Gregor sonrió para sus adentros. Por fin estaban llegando a alguna parte.
—¿Te refieres a esto? —preguntó, dándole una palmada justo entre los muslos, donde su clítoris hinchado parecía estar reclamando su atención a gritos.
—Sí, me refiero a eso. Por favor…, no puedo más… Ayúdame.
Gregor detuvo la mano que había estado a un centímetro de sus nalgas. Luego apretó los dientes y contó los segundos. Cuando ella se movió tratando de aproximarse a su mano, él la retiró un poco más. La tensión entre ambos había crecido demasiado. Tenían que resolver esa situación o no podrían seguir avanzando.
—¿Qué obtendré de ti si te ayudo? —le preguntó—. Piensa la respuesta detenidamente.
En el silencio que siguió a esas palabras, la tensión podría haberse cortado con una daga. A Gregor casi le pareció oír los pensamientos de ella, aunque la muchacha permanecía totalmente inmóvil. Se fijó en que se apoyaba en el suelo con las puntas de los dedos.
—La próxima vez me esforzaré en hacerlo mejor —respondió ella, casi sin aliento.
—Ésa era la respuesta correcta. —Gregor bajó la mano hasta el mullido cojín de su coño—. ¿Aquí? ¿Es aquí donde necesitas un hombre?
Ella permaneció quieta, con la cabeza colgando y el pelo arrastrándole por el suelo.
—Sí —repuso en voz muy baja, como si tuviera miedo de que él no fuera a librarla de su tormento. Por fin había comprendido quién estaba al mando.
Sonriendo, él le acarició la raja delicadamente con un dedo. Desde abajo le llegó un gemido apagado.
La próxima vez lo haría mejor. No lo provocaría ni cuestionaría sus decisiones. La acarició desde la húmeda entrada hasta el botón hinchado de la parte delantera, maravillándose por lo rápidamente que aumentaban de intensidad sus gemidos, y sintió que podía tocarla como a un instrumento. Al rozarle el clítoris, empezó a jadear. Se centró entonces en esa zona de su cuerpo, pensando que nunca había conocido a una mujer tan sensible y receptiva a sus caricias. Era una auténtica joya sensual. Minutos después, Gregor se había olvidado de lecciones e instrucciones. Sólo podía pensar en lograr que llegara al éxtasis. Era una necesidad casi física. Cuando le pareció que estaba a punto de estallar, dejó de acariciarla y le introdujo dos dedos en la abertura. El suspiro de alivio que ella soltó al notarlos clavados profundamente en su interior fue muy satisfactorio.
Gregor apoyó entonces la otra mano en la base de su espalda mientras movía los dos dedos dentro de su vaina caliente y húmeda. Los músculos de Jessie reaccionaron de inmediato, contrayéndose con fuerza a su alrededor, soltándolo y volviendo a agarrarlo. Los fluidos no dejaron de brotar de su interior en ningún momento, empapándole los dedos. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no hacer que cambiara de postura y tomarla allí mismo, para satisfacer la necesidad de ambos. En vez de eso, Gregor se obligó a aprender sus contornos internos. La exploró y disfrutó de cómo sus músculos se aferraban a sus dedos con desesperación.
Poco después, el cuerpo de ella se tensó, estremeciéndose de arriba abajo. Cuando finalmente se desplomó sobre sus rodillas, Gregor aprovechó para retirar los dedos empapados en sus jugos. Tras levantarla, hizo que se sentara sobre su regazo.
Ella se apoyó en su hombro, tratando de recuperar el resuello.
—Lo siento —susurró cuando pudo hablar—. Siento no haberlo hecho bien.
Él no replicó. No se fiaba de su voz. Le rodeó el cuerpo con un brazo y la atrajo hacia sí. Tardaría un rato en calmar su erección, pero había sido una lección necesaria. Para ella, pero también para él. Aunque desde el principio había sabido que era una mujer tremendamente seductora —y por eso mismo se había molestado en ir a sacarla del calabozo—, lo que no se había imaginado era que fuera a seducirlo a él de esa manera.
Ella levantó entonces la cabeza y lo miró. Sus labios se veían más oscuros en esos momentos, de un rojo más encendido. Varios mechones de pelo se le habían soltado de la cinta que los recogía, y tenía los ojos brillantes, al igual que las pestañas. Era curioso que estuviera tan afectada. ¿Sería por el placer que le había proporcionado o por haber tenido que someterse contra su voluntad?
Gregor sintió un enorme deseo de besarla, de notar aquellos labios suaves bajo los suyos. De sentir su cuerpo, flexible y saciado, debajo del suyo en la cama, donde haría que volviera a correrse y la disfrutaría de nuevo, esta vez desde el interior.
—¿Crees que serviré… si sigues dándome clases? —preguntó Jessie, pestañeando.
¿Sería su sumisión genuina o tal vez una estrategia para ablandarlo? Con una sonrisa irónica, le acarició la cabeza.
—Servirás.
—¿Crees que lograré llamar la atención de tu enemigo si sigo tus instrucciones?
Las palabras de ella le recordaron su objetivo: la misión que había dado sentido a su vida durante los últimos once años. Por unos instantes, la había olvidado. Al parecer, había hecho una buena elección al escoger a Jessie. No le cabía ninguna duda de que la joven captaría la atención de Ivor Wallace por completo. Y eso era lo más importante. Gregor se dijo que la lección había valido la pena.
Ella seguía mirándolo con los labios entreabiertos mientras esperaba su respuesta. Incapaz de resistirse, Gregor olió el dulce néctar que seguía impregnando sus dedos y se los chupó. Sabía de maravilla. Otro día lo probaría con más calma. Todavía no, pero sí antes de que lo hiciera su enemigo.
Jessie lo observó al tiempo que se mordisqueaba el labio inferior. Sus ojos se oscurecieron y el pecho se le elevó varias veces con rapidez. Volvía a estar preparada para unir sus cuerpos.
—Sin duda estarás más que capacitada para llevar a cabo la misión… —respondió él—. Con un poco más de práctica.