Capítulo cinco

Va en el recibidor, Justin cruzó los brazos y miró a Sebastian.

—Es de las testarudas, ¿verdad?

Sebastian resopló.

—¿Testaruda? Se me ocurren otros calificativos que se ajustan mejor a su persona y que son mucho menos educados.

—La chica tiene iniciativa, eso debes admitirlo. Me pareció muy divertido cuando te llamó lord «Estúpido».

—No me cabe duda de que así fue; y sí, estoy de acuerdo en que la chica tiene iniciativa. Pero esconde algo, Justin. Estoy seguro de ello.

Los ojos de Justin se iluminaron.

—¿Nos apostamos algo?

—Perderías —predijo Sebastian con franqueza.

Justin se limitó a sonreír.

Después de la cena, Sebastian se retiró a la biblioteca y se acomodó en su silla favorita. El día había sido agotador. Los negocios le habían ocupado la mayor parte de la tarde, así como algunos pensamientos inquietantes sobre la chica que descansaba en la planta de arriba. Todavía no estaba seguro de por qué no podía dejar de pensar en ella. Aunque, al parecer, ella no había tenido ninguna dificultad en olvidarlo. Había pasado por su habitación una vez pero en el instante en que lo vio, cerró los ojos y fingió estar dormida.

El baile de Wetherby era esa noche pero había enviado una nota declinando la invitación. No quería dejar a una mujer herida sola con los sirvientes para cuidarla. Sin duda, habría murmullos sobre su ausencia, sobre todo después del anuncio hecho en Farthingale, pero no le había resultado difícil rechazar el compromiso.

Su decisión de buscar mujer tendría que posponerse.

Sentado cómodamente en su silla, se dispuso a leer el periódico. Había llegado por la mañana temprano pero, hasta ahora, no había tenido ocasión de leerlo.

No fue hasta mucho después, cuando oyó a Justin entrar y pedir el carruaje para ir a la fiesta. Justin se detuvo en la puerta de la biblioteca.

—Pensaba que estarías arreglándote para acudir al baile de Wetherby.

Sebastian negó con la cabeza.

—No lo creo —dijo secamente mientras señalaba con el dedo al piso de arriba.

—Ah, sí. Olvidé que tienes que vigilar nuestra plata. —Justin se enfundó unos guantes—. En cualquier caso, ¿cómo está ella?

—Mejor de lo que esperaba, aunque aún no parece tener muchas ganas de verme.

—Sí. No puedo imaginarme por qué. —Justin hizo una pausa—. ¿Estás seguro de que no quieres ir al baile?

—Estoy seguro.

—No encontrarás a la esposa perfecta aquí sentado. Te prometo que las más lindas damiselas de Londres estarán allí esta noche.

—Y todas estarán mirándote, Justin. Además, si he soportado treinta años sin mujer, no creo que me haga mal estar sin ella un poco más. —Sebastian abrió el periódico con decisión.

Justin se rió.

—Creo que estás equivocado en eso, es más, estoy seguro de que lo estás. —Antes de que pudiera detenerle, arrancó el periódico de las manos de Sebastian. Adornando la pose con una floritura, aclaró su garganta—: Aquí —anunció—, al final de la columna de sociedad del día. —Y procedió a leerlo:

«Señoras, ¡ajústense sus sombreros! Según sus propias declaraciones, el marqués de Thurston, el soltero más celebrado de la ciudad, busca esposa. Ya es oficial.»

—¡Ay, Señor! —suspiró Sebastian recostándose sobre el respaldo de su silla.

—Te prometo, Sebastian, que después de estos jugosos rumores, todas las bellas casaderas se llevarán una desilusión si no te presentas esta noche. Y a mí no me quedará más remedio que consolarlas.

—Estoy seguro de que encontrarás la manera de hacerlo. —Sebastian estaba ya ocupado con su periódico.

—No te quepa duda. Que tengas una agradable velada. Justin se disponía a cruzar la habitación cuando su hermano emitió una maldición. Justin se volvió y le miró.

—¿Qué ocurre?

—Lo sabía, ¡sabía que escondía algo! —La expresión de Sebastian era de preocupación cuando señaló uno de los artículos del periódico—. ¿Recuerdas el hombre del que ella habló? Bien, un hombre ha sido encontrado muerto en la calle adyacente a la que encontré a nuestra invitada.

—¡Caray!

—Al parecer, era miembro de una de las bandas de Saint Giles. Se ha descubierto un puñal cerca de su cuerpo.

Justin miró a su hermano.

—De verdad —dijo lentamente—, no pensarás que...

—Lo que pienso es que debería hacer otra visita a la señorita Saint James. Creo que podrá aclararnos bastante el asunto. —Alcanzó la puerta y le dio un tirón para abrirla—. Maldita sea —murmuró—, nunca debería haberla traído aquí.

Justin subió las escaleras siguiendo a su hermano. En el dormitorio amarillo, Devon estaba sentada en la cama, con la espalda recostada en una pila de almohadas. Tansy, una de las sirvientas, acababa de retirarle la bandeja del regazo. En alguna parte remota de su cerebro, se sintió aliviado al ver que había comido casi toda la cena.

—Pero bueno, ¡si se trata de mi querido lord «Estúpido»! —Elevó la barbilla al verlo.

Sebastian apenas sonrió.

—Me alegra ver que se siente mejor. Quizás ahora estemos más cerca de conocer la verdad. —Se detuvo al lado de su cama y le dejó caer el periódico abierto sobre sus piernas—. Creo que encontrará esta noticia de lo más interesante. —Y le señaló el titular con el dedo.

Unos ojos grandes y dorados se movieron de su cara al periódico sin decir una palabra.

—¿Y?

Se mantuvo en silencio.

—¿Señorita Saint James?

Movió ligeramente la cabeza.

—No, no sé leer. Quiero decir que... conozco las letras, pero no sé ponerlas todas juntas para que tengan sentido, aparte de mi nombre.

Se maldijo a sí mismo. ¡Debería habérselo imaginado!

—Bien, entonces me veré obligado a explicárselo. —Y cogió él mismo el periódico—: Un hombre fue encontrado en Saint Giles esta mañana. A muy poca distancia de donde la encontré a usted.

Su rostro se volvió de un color aún más pálido.

—Según el periódico, se vio a una mujer que llevaba una capa larga manchada de barro y un gran sombrero.

Su vista se dirigió al desaliñado sombrero que colgaba del respaldo de la silla de damasco que estaba al otro lado de la habitación.

—La mujer —continuó Sebastian— se encontraba en disposición de alumbrar.

Dirigió una mirada furtiva al almohadón que descansaba en la silla y después se volvió a mirarla.

Ella se mordía el labio inferior. Sus ojos se encontraron con los de él un momento, y después los retiró inmediatamente. Una mirada de culpabilidad, si alguna vez hubo alguna.

—Ese hombre ha sido asesinado, señorita Saint James. Apuñalado en el pecho.

—¿Cómo? —dijo con desesperación—. ¿Quiere decir que está muerto?

—Eso es. Se encontró un puñal a su lado. La policía piensa que es el arma del asesino.

—¡Dios mío! —susurró.

—Ésta es mi pregunta. ¿Apuñaló usted a ese hombre?

Sus labios se entreabrieron. No fue la única respuesta que obtuvo; en realidad, su expresión acongojada fue más que suficiente.

—¿Quién atacó primero?

Ella evitó encontrarse con sus ojos.

—El puñal es mío —admitió en un tono muy bajo—, pero no fue como usted piensa. De verdad que no fue así.

—¿Intentaba robarle?

—¡No!

—¿Fue entonces una trifulca entre amantes?

—¿Amantes?... yo no tengo ningún amante —dijo con voz entrecortada—. ¡Le dije anoche que intentaba robarme! Me robó el monedero, y trató de robar mi collar.

Sebastian ignoró el temblor trémulo de sus labios. El momento de la verdad estaba cerca, estaba seguro de ello.

—El periódico dice que era miembro de una banda —dijo Sebastian—, ¿le conocía?

—No, se lo prometo. Sólo le conocía de oídas. Se llamaba Freddie. —Su mirada saltó hasta Justin, que se encontraba a los pies de su cama.

—Lo único que queremos es la verdad —dijo con calma.

—Ellos me cerraron el paso... Freddie y su hermano Harry. —Sus ojos se volvieron acusadores al mirar a Sebastian—. Le dije que eran dos. Harry alcanzó mi bolsillo y me quitó el monedero. Después salió corriendo con él. Freddie intentó arrebatarme el collar del otro bolsillo. No me importaba que me quitaran el monedero, pero mi collar... Intenté detener a Freddie, pero él me rodeó el cuello con sus manos. ¡No podía respirar! Recordé la daga que llevaba en mi bota y la saqué.

La mirada de Sebastian se dirigió ahora al cuello de Devon. «Por eso es por lo que tiene esos moretones —pensó—, de cuando Freddie intentó estrangularla.»

Justin dijo en alto lo que estaba pensando.

—Debe de haber sido Harry el que volvió y encontró el cuerpo de Freddie.

—No necesariamente —dijo Sebastian—. Puede que haya sido algún otro. Pero quizás él es el que ha informado a la policía...

Devon negó con la cabeza.

—No, él no se atrevería a ir a la policía. Pero quizás alguno de sus informantes ha dado el soplo. —Parpadeó y bajó la vista. Sebastian frunció el ceño—. En cualquier caso —dijo con un suspiro—, me están buscando, tanto él como la policía.

—Ellos están buscando a una mujer embarazada, con una capa y un ridículo sombrero —fue la observación de Sebastian—. Para una mujer que asegura no ser una ladrona, debo decir que su indumentaria indica todo lo contrario.

—¡No intente llamarme algo que no soy! Al parecer soy una asesina, ¡pero no soy una ladrona!

—¿Cómo se gana la vida entonces?

—Trabajo en el Crow's Nest, un establecimiento que, debo decir, dos caballeros como ustedes no visitarían.

¡Cuánta impertinencia! ¡Hablaba como si fuera una señorita remilgada!

Sebastian miró a su hermano.

—Se trata de una cervecería no lejos de los muelles —le informó Justin.

¡Ahora entendía por qué olía a pescado, tabaco y humo! Se dirigió a ella una vez más:

—Se ha tomado muchas molestias para engordar su figura.

—¡Pero no por la razón que usted se imagina!

Elevó sus cejas.

—Me gustaría entonces conocer esa razón —dijo tranquilamente.

Sus ojos ardían, pensó que de haber tenido fuerzas, le hubiese rodeado el cuello con sus manos.

—Vivo en un cuarto alquilado a un hombre que se llama Phillips, en una casa cercana a la calle Shelton. Cuando vuelvo a casa siempre es muy tarde, por eso, es una forma de protegerme.

Sebastian y Justin se miraron, los dos estaban en verdad confundidos. Su huésped los miraba como si fueran bobos:

—Un hombre raramente mira dos veces a una mujer en estado. Al menos, eso es lo que yo pensaba hasta anoche. —Se detuvo—. Yo no quería matar a Freddie. Sólo intentaba detenerle.

Una explicación lógica. Quizá la única pregunta posible es si se trataba de una explicación sincera. Con cuidado, Sebastian la miró, observando la manera en que sus labios rosados empezaban a temblar. ¿O sería sólo un truco de la luz del atardecer? Tal vez tanto desafío no era más que una armadura de bravuconería.

Miró a Sebastian.

—Quizá debería haberme dejado allí —dijo en voz muy baja—. Hubiese sido lo mejor...

—¡No diga tonterías! —Su tono fue cortante.

—Es verdad. La policía nunca me creerá, tampoco el juez. Soy pobre y vivo en Saint Giles. Es todo lo que necesitan saber para colgarme. Y Harry... —Un escalofrío la traspasó—, él es mezquino y cruel. Pude verlo en sus ojos. Y yo... yo maté a su hermano. Si alguna vez me encuentra, hará que desee haber muerto.

Esta vez fue Justin quien habló con sequedad.

—¡Escúcheme ahora! No hay necesidad de hablar en esos términos. Tampoco ha de tener miedo. No sufrirá ningún daño en esta casa, Sebastian y yo cuidaremos de que así sea. De hecho, puede quedarse aquí el tiempo que quiera. —Se levantó y caminó hacia la puerta. Su mano estaba ya en el picaporte—. Vamos. Debe descansar, así que será mejor que le deseemos buenas noches.

Sin duda, Justin poseía la arrogancia de los Sterling. A Sebastian no le quedó más remedio que seguirle por el pasillo. Justin estaba apoyado en el muro cuando Sebastian cerró la puerta.

—¿No fue anoche cuando dijiste algo de que me había encariñado con la muchacha? —Sebastian le concedió una larga mirada, llena de consideración—. Me pregunto si no eres tú el que ha sido seducido por, ¿cómo decirlo?, sus considerables encantos.

—¡Tonterías! —negó con rotundidad—. A pesar de las apariencias, no soy tan superficial como crees. Esta chica tiene problemas, no podemos volverle la espalda, y tampoco podemos echarla de casa. —Justin arqueó una ceja ante el mutismo de Sebastian—: ¡Vamos!, ¿no estarás pensando en serio que es una asesina?

Sebastian dudó, librando una batalla de conciencia que le revolvía el estómago.

—No —admitió—, pero ¿podemos ignorar el hecho de que viene de Saint Giles, hogar de maleantes, ladrones y prostitutas?

—Ah, entiendo. ¿Crees que es una mujer de virtud dudosa?

—En realidad, pienso que es una mujer sin ningún tipo de virtud.

—Las calles de Saint Giles son una cloaca inmune, donde difícilmente puede vivir alguien manteniéndose inocente.

—Ésa es precisamente la cuestión. El que ella diga que no es una ladrona, no significa que no lo sea.

—Ella está en un serio aprieto, Sebastian. Si la entregamos a la policía, no la escucharán. Como ella mismo ha admitido, ha matado a Freddie. Viene de un lugar donde el crimen es el único legado. ¿Qué pasaría si la policía estuviese más interesada en quedar bien que en hacer justicia? No importaría que estuviese tratando de defenderse. Ladrona o no, no se merece la horca.

La observación le preocupó.

—Lo sé —dijo Sebastian—. Es muy posible que utilicen la excusa de que «así habría un desgraciado menos en las calles»... —Pero ahora esa indeseable estaba en su casa, y a decir verdad, no se sentía muy cómodo con la invitación permanente que había hecho Justin a la huésped—: Considerando que la has hecho partícipe de que puede quedarse en esta casa el tiempo que quiera, esperemos que no presuponga que puede considerar este lugar como residencia habitual.

—Bueno, en ese caso ya no sería una huésped, ¿no?

—En ese caso, quizá deberías llevarla contigo cuando encuentres una residencia en la ciudad. Creo que mencionaste esa posibilidad no hace mucho tiempo.

—Ah, no tengo prisa.

—Ya me he dado cuenta.

—Mi querido hermano mayor. Me gustaría señalar dos cosas. La primera es que fuiste tú quien trajo a nuestra querida señorita Devon a casa.

—Gracias por recordármelo.

—Y la segunda es que apuesto a que te sentirías muy solo viviendo en esta casa tan grande sin mi compañía.

—Aunque Julianna está ahora de viaje, ella todavía vive en esta casa —recordó a Justin—. ¡Y debo decir que desearía que nuestra querida hermana estuviese aquí para cuidar a la mujer que tenemos arriba!

—Como dijiste tú mismo, va mejorando.

—Aún necesitará algún tiempo para recuperarse del todo. Debería engordar un poco. Está en los huesos, por si no lo has notado.

—Lo he notado. Aunque teniendo en cuenta la opinión que te merece, me sorprende que tú lo hayas notado.

Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar el sentimiento de culpa que le carcomía.

—No soy ningún bruto insensible, Justin.

La expresión de Justin indicaba otra cosa.

—Me atrevería a decir que hay al menos una mujer en Londres que considera que tú eres el bruto insensible.

—Ay, yo me atrevería a decir que más de una. —Los ojos de Justin brillaron y tuvo que detenerse para esconder la sonrisa de su rostro—. Estaba horrorizada, Sebastian, y trató con todas sus fuerzas de no llorar.

Una visión cruzó su mente, la visión de unos ojos brillantes como el ámbar. Se había dicho a sí mismo que no eran lágrimas. Por el amor de Dios, no podía resistirse a una mujer llorando. Le destrozaba el corazón. Una mujer llorando podía partirle el alma. Julianna lo sabía muy bien. Una mirada baja, un labio tembloroso, un sollozo... ¡y estaba perdido! No es que Julianna fuera de las que lloraban por todo, ni mucho menos. Ella era fuerte y firme, y no conocía a una criatura más bondadosa que su hermana. Pero cuando ella o cualquier otra mujer lloraba, Sebastian sencillamente se veía desbordado. No podía evitar que le afectara, no podía dar media vuelta y marcharse. Haría lo que pudiese, lo que estuviera en su mano, para secar esas lágrimas.

Ahora, la extraña regañina de su hermano le había hecho sentirse peor. Dios bendito, incluso Justin, que se había mantenido inmune a las lágrimas femeninas, que había roto más corazones que ningún otro en Londres, se había sentido conmovido.

Maldita sea. Quizás era un bruto insensible. Porque lo cierto es que esa mujer de ahí arriba estaba en un grave apuro.

—Quizá deberíamos hacer algunas averiguaciones sobre lo que nos ha contado —se apresuró a decir—, en especial, sobre esa rata llamada Harry.

Justin asintió.

—Me encargaré de ello. —Y se volvió hacia las escaleras.

—Ah, ¡Justin?

Su hermano movió la cabeza sin volverse del todo.

—Debemos tener cuidado para que no se sepa de quién vienen dichas averiguaciones.

—¿Cómo? —Justin sacudió la cabeza—. ¿Acaso no soy un hombre de lo más discreto?

—En absoluto. —La observación no se merecía ni una mirada.

—Ah. —La sonrisa de Justin fue totalmente desvergonzada, totalmente perversa, totalmente Justin—. Quieres decir que «no siempre lo soy», ¿no es cierto?

—Creo que sabes de sobra lo que quiero decir.

—Pues lo soy —aseguró—, descansa tranquilo. Puedes confiar en mí.

Sus ojos se encontraron. Una sonrisa casi imperceptible se dibujó en la cara de Sebastian.

—Lo sé —dijo suavemente.