CAPÍTULO 24
CAMPAMENTO DE LAS FUERZAS AFRICANAS
27 DE JULIO DE 1938 - 00:15 HORAS
Cuarenta y ocho horas después de la primera ofensiva sobre el Ebro, la situación era desesperada en ambos bandos.
La propaganda republicana hablaba de un gran triunfo. Pero la realidad era que estaban necesitados del apoyo de la artillería pesada y sobre todo de la aviación si querían que su avance cuajara. Además, las tropas estaban agotadas y faltas de equipamiento adecuado.
Por su parte, la propaganda franquista contaba la heroica resistencia de sus hombres y de la gran victoria de su aviación. Aunque la verdad era que todo lo ocurrido en esos días les había pillado por sorpresa y estaban perdiendo más y más posiciones a cada hora que pasaba.
Muy cerca de Gandesa, donde se estaban concentrando gran parte de las operaciones, había un campamento muy particular.
No habían levantado tiendas de campaña.
El campamento estaba formado por tres camiones, dos todoterrenos y un grupo de ciento ochenta hombres aproximadamente.
Se trataba del temido Batallón 22 del Cuerpo del Ejército Marroquí.
Habían asaltado el convoy del Batallón de Mujeres Antifascistas, y se habían hecho con los vehículos, las armas y varias prisioneras.
En esos instantes, el comandante Durán estaba frente a un malherido oficial republicano: el teniente Morales.
El teniente estaba agarrado por dos soldados marroquíes, que le hacían mantenerse de pie a duras penas. Tenía heridas en el rostro y en el abdomen.
Durán le observaba con indiferencia. Se ajustó las gafas y se dirigió a él.
—¿Dónde? —preguntó.
Morales escupió sangre al suelo.
El comandante se encogió de hombros. Sabía lo que le esperaba. Sabía que daba igual que hablara o no, así que prefirió callar.
—Muy bien —murmuró.
Cargó su pistola y, sin dudarlo un segundo, le disparó en la cabeza. La sangre salpicó a los dos soldados africanos que le sujetaban, aunque ninguno de los dos se apartó ni mostró la más mínima emoción.
—Traedme otro —dijo el Comandante—, éste ya no tiene nada que decir.
Los dos soldados soltaron el cuerpo inerte del teniente Morales y se dirigieron a la parte trasera de uno de los camiones.
Allí, asustadas, vigiladas por varios regulares marroquíes, estaban apiñadas veintinueve milicianas. Las supervivientes tras el ataque esa tarde al convoy.
Al observarlas, el suboficial marroquí Omar Amzi, se dirigió al comandante:
—Sólo quedan las mujeres, comandante.
Durán dio un trago de agua y, sin ni siquiera mirarle, respondió:
—Pues traedme a una.
Ante los gritos de las milicianas, Amzi subió al camión y agarró a una de ellas de un brazo. Era Tina, que intentaba librarse de él como podía. Sabía que, si la sacaban de allí, no sería para nada bueno. Tina le golpeó, le dio patadas, intentó morderle…
Amzi la empujó con violencia y al final la chica cayó del camión.
Las otras muchachas miraron con temor y odio al marroquí. Amzi sonrió y mostró sus dos muelas de oro. Dijo:
—Tengo para todas.
Y se bajó.
Al fondo del camión, herida levemente en un hombro, Elena Sandiego permanecía apoyada contra la cabina.
Aún no se había recuperado del shock.
El ataque de esa tarde había sido inesperado, y apenas había durado unos minutos. Mala suerte. Querían pelear y habían caído prisioneras.
Todos los integrantes del convoy creían circular por una zona controlada por las fuerzas republicanas. Y se dirigían hacia el frente con provisiones y la esperanza de poder ayudar a sus compañeros.
No esperaban entrar en combate hasta el día siguiente.
No esperaban que un batallón del ejército de África se echaría encima de ellas como un ciclón. Por sorpresa.
No esperaban que en menos de tres minutos, cinco conductores, tres oficiales, y cuarenta y dos milicianas muriesen en una acción de castigo perfectamente coordinada.
Salidos de la nada, los marroquíes habían saltado sobre los camiones y los coches, habían disparado a bocajarro.
Y en la lucha cuerpo a cuerpo, habían acuchillado a todos los que habían puesto alguna resistencia. Una masacre.
El resultado fue que el Batallón 22 había recuperado el control de la situación. Ahora tenían armas, municiones, víveres, vehículos y prisioneros.
Para Durán daba igual que se tratase de hombres o mujeres.
Eran enemigos.
Eso es lo único que contaba.
Desde el interior del camión, Elena escuchó los terribles gritos de su amiga Tina.
Elena cerró los ojos.
No volvería a verla.
Y muy pronto le tocaría a ella.
El comandante, sin embargo, tenía otros planes.
Había enviado un emisario para negociar con los republicanos.
Tenía algo que ofrecerles.
Y para ello, necesitaba con vida a algunas prisioneras.
Eso le daba a Elena alguna posibilidad.