30
El grito de June se oía con tanta frecuencia en el campamento de Jesús que ya no sorprendía a nadie. El pastor Bligh, mirando por la ventana de su despacho hacia el lugar donde Tom había aparcado el coche, no prestó la más mínima atención a la niña y su locura. Estaba esperando que Tom subiera al vehículo y se largara. Había tomado una decisión.
En cuanto el coche se puso en marcha, le dijo a Trudy:
—Habrá castigo. —Y a continuación—. Quedaos aquí. De pie. Sin tocar nada.
Cerró la puerta con llave a sus espaldas, haciendo superflua la orden dada a Trudy, y se dirigió a la iglesia. Los feligreses no habían abandonado aún el edificio, ni siquiera se habían sentado. Ni lo harían, hasta que el pastor Bligh así se lo dijera. Cruzó la muchedumbre para ir al altar, levantó la mano y pronunció la oración que daba fin a la ceremonia.
—Podéis marcharos —dijo después. Sabía que la mayoría de los presentes debía de haberse percatado de la marca roja que le había quedado en la cara y de la sangre que se le había secado ya en la nariz. Llamó al señor Bosk—: Necesito tus servicios, Leo.
La hermana de Trudy, Tilly, y su madre, Monique, fueron convocadas a la sala de juegos. Y también Judy Susan, que había sido ya informada de la confrontación del pastor con Tom Hope y había limpiado la sangre seca de la cara de su marido con un paño húmedo. Roja de rabia, declaró que se encargaría personalmente de ir a buscar a Trudy y al niño para el castigo, cogió las llaves que le dio el pastor y decidió administrar un adelanto de bofetones y tirones de orejas.
—En cuestión de minutos tendremos a un par de personas que sentirán muy mucho lo que han hecho —dijo—. Y no contéis con las lágrimas. Las lágrimas no os llevarán a ningún lado.
Trudy se había casado con Tom sin apenas pensarlo cinco minutos. Los periodos de reflexión concienzuda nunca la habían llevado a nada, de modo que en general se decantaba por lo primero que le venía a la cabeza: abandonar a Tom, liarse con Barrett, plantar a Barrett y volver con Tom, dejar a Tom, incorporarse a la comunidad cristiana de Isla Phillip. Y ahora, cuando pasó por delante de la cocina, se le ocurrió entrar y armarse con el cuchillo de carnicero que utilizaba cuando le tocaba por turnos preparar la comida.
Para hacer realidad esa inspiración, gritó: «¡Corre!», y Peter salió disparado, y Judy Susan detrás de él. Los feligreses seguían dispersándose, entre ellos varios hombres, mujeres y niños que respondieron de inmediato al grito de Judy Susan de: «¡Detened a ese niño!».
Trudy, entretanto, entró corriendo en la cocina donde Margaret, la primera esposa del pastor Bligh, estaba preparando el cordero. Trudy fijó la mirada en el cuchillo que Margaret tenía en la mano, en aquella cara arrugada demacrada por el rencor, y sin cruzar palabra le imploró a la mujer que le entregase el cuchillo. Margaret miró fijamente a Trudy y enseguida apartó la vista, como si necesitase unos segundos de intimidad. Abrió a continuación la mano y dejó que Trudy le cogiera el cuchillo. Trudy lo escondió rápidamente bajo la manga de su túnica verde, sujetándolo por la empuñadura.
Cuando emergió de nuevo al caos que reinaba en el exterior, Peter estaba siendo devuelto a la jurisdicción de Judy Susan por un fornido chico de catorce años llamado Nicky Mack, que lo arrastraba por el cuello.
—¡Lo tengo, señora Bligh!
Judy Susan felicitó a Nicky y le encomendó la responsabilidad de arrastrar a Peter hasta la sala de juegos, donde le esperaba el castigo. A modo de recompensa, Nicky tendría permiso para ver la azotaina y actuaría como testigo. (Nicky se mostró encantado en aquel momento. No tanto después, cuando la policía de Newhaven lo emplazó a prestar declaración y le resultó difícil recordar cualquier cosa que no fuera la sangre).
El pastor se encargó personalmente de dejar al aire el trasero de Peter para la sesión de castigo. Cuando Leo Bosk se presentó con la gruesa correa de cuero, se dio cuenta enseguida de que algo iba mal. Y se mostró preocupado. No tenía ningunas ganas de administrar la correa contra las encendidas nalgas de Peter y dudaba que el pastor Bligh estuviera en su sano juicio. Nunca había visto que el pastor se implicara de aquella manera en una zurra; nunca lo había visto impulsado por la rabia.
Leo, con el niño retorciéndose ya en su regazo, expresó su opinión.
—Creo que no deberíamos, pastor.
—¿Qué dice? —replicó el pastor Bligh—. ¿Que no deberíamos? ¡Pues yo digo que sí y así se hará, señor Bosk! ¡Cuarenta golpes!
—No, pastor. No.
Judy Susan intervino para recordarle a Leo Bosk que en el campamento de Jesús la palabra del pastor era ley, y que si el pastor decía que había que administrar cuarenta golpes, o cuatrocientos, era el deber de Leo Bosk hacer lo que se le ordenaba, y sin remilgos.
—Tenemos reglas —dijo Leo—. La palabra del pastor no es la ley. Tenemos reglas. Y no pienso hacerlo. No pienso azotar con la correa a este niño otra vez. Miren lo que le he hecho ya.
Judy Susan, acalorada enemiga de la desobediencia en el campamento, o donde fuera, escupió a Leo Bosk en la cara. Cogió la correa, y habría administrado personalmente los cuarenta golpes de castigo de no ser porque Trudy impidió que su hijo sufriera más castigos cruzando rápidamente la sala en dirección al pastor Bligh y hundiéndole la hoja del cuchillo de carnicero en el estómago.
El pastor, perplejo, abrió los brazos y enlazó a Trudy y, por unos breves instantes, pareció que bailaran, Trudy sujeta por el pastor Bligh, que se tambaleaba a derecha e izquierda con el rostro contorsionado. Luego cayó muerto al suelo, con el mango de hueso del cuchillo sobresaliendo de su vientre.
Leo Bosk dejó rápidamente a Peter en el suelo y se arrodilló junto al pastor para ver si retirándole el cuchillo conseguía revivirlo. Judy Susan estaba temblando, mesándose el pelo. Tilly empezó a chillar, subiendo cada vez más de volumen. La madre de Trudy salió corriendo de allí. Nicky se quedó boquiabierto ante la enorme cantidad de sangre que empezó a manchar la camisa azul del pastor en cuanto le retiraron el cuchillo. Trudy se acercó con serenidad a su hijo y le subió el calzoncillo y el pantalón.
Peter miró una vez, y una segunda, al pastor muerto. Trudy le dijo al oído:
—Enseguida llegará la policía.
Y Peter asintió.