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Eyre Heath Moore, de Tennyson y Moore, informó a Tom por escrito de que su anterior esposa, Gertrude Christina Hope, que residía actualmente en el campamento de Jesús, en Isla Phillip, había expresado su deseo de que su hijo, Peter Carson, que residía actualmente en el campamento de Jesús, en Isla Phillip, quedara bajo custodia de Tom Hope con carácter permanente. Informaba asimismo a Tom de que el pastor Gordon Bligh, que residía actualmente en el campamento de Jesús, en Isla Phillip, había remitido una solicitud al Departamento de Servicios Sociales para Menores del estado de Victoria, solicitando ser nombrado tutor legal de Peter Carson aduciendo la incompetencia mental de la madre, Gertrude Hope, que estaba actualmente al cuidado del pastor Bligh en el campamento de Jesús, en Isla Phillip. Que el padre del niño, Barrett Carson, había fallecido en Brisbane en octubre de 1969 y no realizaría, por lo tanto, ninguna solicitud para hacerse con la custodia del niño. Si Tom deseaba ejercer sus derechos legales en el asunto, Eyre Moore le animaba a buscar un representante legal. Tom encontraría adjuntas cuatro cartas escritas para él por Gertrude Hope en el transcurso de los seis últimos meses. El pastor Bligh había confiscado en su día aquellas cartas, pero las había entregado ahora siguiendo el consejo de Eyre Moore. Eyre Moore había leído también un total de dieciséis cartas escritas a Tom por Peter Carson, confiscadas asimismo por el pastor Bligh, pero no se las había remitido a Tom porque consideraba que incluían afirmaciones de carácter problemático que no habían sido corroboradas.

Las cuatro cartas de Trudy eran la misma carta escrita cuatro veces. En la primera frase de todas las cartas podía leerse: «Solo verás esta carta si el pastor da su aprobación». Tom había pospuesto comentarle a su esposa lo de las cartas (lo que revelaba su contenido no sería acogido por ella como una buena noticia), pero ahora, sentado a la mesa de la cocina a las diez de la noche, le entregó las cinco cartas a Hannah, empezando por la comunicación de Eyre Heath Moore y continuando por la más antigua de las cuatro cartas de Trudy.

Querido Tom:

Solo verás esta carta si el pastor da su aprobación. ¡Querido Tom, fui muy mala esposa! ¡Tú me querías intensamente y a mí me dio igual! Pero tengo una cosa muy importante que decirte. Y es la siguiente. Quiero que Peter viva contigo. El ambiente del campamento de Jesús no es bueno para él. Peter te quiere. Ha intentado dos veces volver contigo y ahora el pastor lo tiene encerrado con llave, primero por las noches, pero ahora también durante el día. Peter es muy valiente. Me siento orgullosa de él. Pero, querido Tom, soy una mala madre y no sé cuidarlo como debería, pero lo quiero y lo que pasa solo es que no soy una buena madre y en mi cerebro se mezcla todo por culpa de este terrible error que cometí, recuérdalo, cuando te abandoné no solo una vez, sino dos veces, y luego pasé aquella época espantosa con Barrett que, me alegro decir, ya murió, en Brisbane. Peter te quiere y sé que tú quieres sinceramente a Peter, eso es lo único que comprendo de verdad, querido Tom. Tiene que estar contigo. Sé que te has vuelto a casar y confío en que esta vez disfrutes de un matrimonio muy feliz. Confío en que tu nueva esposa quiera a Peter, es lo que espero de verdad, y que Peter pueda vivir una vida muy, muy feliz en la granja.

Tu esposa de otros tiempos, Trudy, con amor.

Hannah permaneció encorvada en su silla. La vida se esfumó de su rostro. Tom estaba preparado, consciente de lo que iba a decir.

—Por supuesto, el niño tiene que estar contigo —dijo Hannah.

—Sí —contestó Tom.

—Y yo tengo que irme.

—No, Hannah. No.

—Sí, Tom. No pienso vivir con un niño. Otra vez no.

Tom confiaba en poder convencerla. Y seguía aún confiando en ello. Hannah decía siempre las cosas con mucha seguridad. Con mucho dramatismo. La convencería. Ya la había convencido un par de veces en el pasado. Se lo permitiría. No llevaría las cosas tan lejos, hasta el punto de abandonarlo. Rezaba a Dios para que no lo hiciera.

—Déjalo por ahora, cariño. Ya hablaremos del tema mañana.

Hannah no replicó. ¿La había visto alguna vez tan macilenta, tan demacrada? Tom le cogió la mano y se la besó. Los dedos se contrajeron.

—Sírveme una copa, Tom.

—¿Whisky?

—Coñac.

Tom, dolorido, le sirvió el coñac. Jamás habían hablado sobre aquel tema, marido y mujer, sobre lo que pasaría si Peter volvía a casa. Porque sabían que sería el final de todo, que Hannah se sumergiría en una cueva llena de espectros.

Bebió el coñac muy despacio, entró en el cuarto de baño, se cepilló los dientes. En la cama, Tom la atrajo hacia él. Le dijo:

—Cariño, amor mío, mi querida Hannah. No me dejes nunca.

Cuando se despertó con la alarma del despertador a las cinco —más tarde, porque Hector y Sharon se ocupaban ahora del ordeño—, Hannah se había ido.