Nueve
Ibáñez y Madeo entraron en el despacho de Aunis con una botella de champagne francés y tres copas. Los Juegos habían terminado con mucha mayor brillantez de la que nadie hubiese esperado tras las convulsas semanas anteriores. Muy pocos positivos por dopaje, ni uno sólo a los productos de Lerner. Aún así, se habían batido un número similar de marcas que en los últimos Juegos de Atenas. François no estaba de tan buen humor como sus subordinados, pero lo disimuló; los chicos se lo merecían. Él se lo merecía.
No quiso hacer partícipes a sus subordinados de sus propios temores. Sí, habían ganado una batalla, pero la guerra acabaría volviéndose a perder. Acababa de escuchar al responsable médico de un equipo de fútbol andaluz en unas declaraciones a EuroSport y no podía, pese a dolerle, estar más de acuerdo con él.
—Siempre habrá dopaje. Si a los deportistas, que son humanos, les exigimos esfuerzos y objetivos sobrehumanos, ellos buscarán la manera de alcanzarlos.
Porque aunque François no lo sabía, delante de las narices de la WADA había desfilado un nuevo tipo de dopaje; uno mucho más difícil de detectar.
Un año atrás se había descubierto un compuesto aun sin nombre, el «M051», al que coloquialmente apodaban Mosi: el primer fármaco que promovía el aumento de mitocondrias en las células. El número de mitocondrias y su eficiencia aumentaba en un veinte por ciento, lo que se traducía en una mayor cantidad de energía. Este efecto era muy patente en el músculo. Los velocistas fueron advertidos de ganar por muy poca diferencia, y así lo hicieron. Seis corredores, seis medallas de oro. Mientras Aunis jugaba su particular partida de ajedrez con Lerner, media docena de atletas recibía el nuevo tratamiento. Pero aquella era otra batalla, y no precisamente la última. Otra partida de ajedrez se pondría en juego, pero en esa ya no competirían ni Aunis ni Lerner.
Aunis había librado la suya, con la ayuda inestimable de magníficos químicos analistas y de expertos en farmacocinética, para descubrir a los tramposos, a los usuarios de los fármacos como drogas... sin moral.
¿Moral o ética...? François se quedó un momento mirando a los dos entusiastas jóvenes que tenía enfrente y sonrió ante su propio chiste mental: la farmacocinética, que estudia la absorción, la distribución, el metabolismo y la eliminación, había desenmascarado a los tramposos: a los fabricantes, distribuidores y consumidores de drogas... a los actores de la fármaco-sin-ética.