Cinco
Lerner estaba entusiasmado como un niño en el día de Reyes; ¡ni una sola de sus nuevas sustancias había sido detectada!. La mejor noticia provenía, sin embargo, del Quantum: la estrella dimanada del talento de Kao.
Llamó a su socio chino:
—¡No la han detectado ni tan siquiera en los cócteles embargados de los gimnasios de medio mundo!, ¡eres un genio!
La torpeza de los aminoácidos dextrógiros les había supuesto algún desembolso económico, pero pocos distribuidores de los productos de Lerner reclamaron. Los titulares de sus «franquicias» intuyeron que aquello eran los gajes propios del negocio, y que tampoco debían matar a esa particular gallina que tantos huevos de oro les estaba proporcionando.
Lerner sólo había autorizado el uso del Quantum en un deportista profesional «de segunda fila», y los resultados fueron increíbles. Ted Finnegan había entrado en el equipo británico de relevos cuatro-por-cuatro en el último momento, y en contra de todos los pronósticos, gracias a las marcas obtenidas en las pruebas clasificatorias, se le incluyó, también a última hora, en el equipo de velocidad, una carambola del destino. Una semana antes de los Campeonatos de Europa en pista cubierta la estrella del equipo inglés, Stuart Milligan, se lesionó en un tobillo.
Finnegan fue un reemplazo sin pretensiones. Nunca antes había sobresalido especialmente, pero sus marcas en los campeonatos en pista cubierta fueron fantásticas; ganó en su serie y accedió a la final, en donde logró un cuarto puesto. ¡Sólo cinco meses de tratamiento con Quantum... y sin ser descubierto!
Lerner sabía que, de cara al uso del Quantum en deportistas de élite, debía mantener a la testosterona dentro de los límites legales, pero ahora esa testosterona sería fabricada por el propio deportista y no podría detectarse por la distinta composición en testosterona y epitestosterona[52], ni por su abundancia relativa en otros isótopos de carbono[53].
Ahora tenía que jugar fuerte. Los atletas de medio mundo se lanzarían a saco sobre el Quantum y... no les resultaría barato.
La batalla del Quantum, o del Flutón como lo llamaba Aunis, acababa de dar comienzo.