NOTA FINAL

Como se ha advertido, sólo los nombres de dos personas —de relativa importancia para este texto— han sido cambiados, el de una muchacha, Eva María Mariam, y el de un viejo pelotero de Liga Amateur cubana, William Ortiz, pero también se elude identificar a dos disidentes —y esto es ahora la primera vez que se declara.

El Pelotero, que devino un contrabandista sin playa ni fortuna aunque en sus tiempos mejores de veterano lanzador de muy indistintas banderas, como son (o fueron) el KGB, la DGI (cubano) y la CIA, y de observación para, mínimo, otros dos —el DSE (cubano) y el FBI— es un agente desactivado en la actualidad por todo el mundo, abandonado a su suerte— al parecer para siempre. Y se ha dado a la fuga, huye sabe Dios de qué crimen que —puedo asegurarlo— no ha cometido.

Los disidentes aún se hallan en activo en las aceras clandestinas de La Habana.

Contribuyamos —modestamente— a su seguridad, sacarlos de foco; a uno, de la vendetta y su rosario de proyectiles; a los otros, de la ergástula castrista. William Ortiz, en los Estados Unidos —o quién sabe dónde— al que van a asesinar —quién sabe quién, no se sabe cuándo; y los disidentes, en Cuba, donde propugnan un proyecto de desobediencia civil, pacífica tarea a la que se entregan, a la vez que buscan «un poderoso fusil» con el objeto de Placerle volar» la cabeza del Presidente del Consejo de Estado y de Ministros (y se refieren al asunto como a una caza de elefantes o a la inconsciente diversión que podría derivarse de hacer reventar una calabaza y no la testa de Fidel Castro).

Era susceptible de variarse el nombre de una mujer, una muchacha que conoció la vida, el amor y la muerte, pero nunca se dio cuenta. El dios que es todo escritor votó. Ocultamiento aceptado. De cualquier manera la relación con ella le hubiese impedido al autor actuar con libertad, por el conocimiento milimétrico que de su persona tuvo, de sus temperaturas, tacto, olores, sabor por zonas, metal de voz, pliegues, enveses, y envases, y todas las otras suertes de partes y emisiones que esta clase de aventuras pone en juego. Se requería de libertad absoluta para el libro y el nombre de alguien con quien se ha tenido una relación carnal tan estrecha era un vector de inhibición.

Las otras personas y sus familiares tienen cobertura, protegidas en el anonimato. Personajes de importancia secundaria para el texto, cuya identidad real carece de relevancia para los efectos de la historia, y su sola mención les acarrearía, probablemente, enormes dificultades.

Con la excepción —lógica— de los que perecieron ante el pelotón de ejecución, o envenenados, o en lo que se suele llamar «oscuras circunstancias»— en las que, piensa uno, el cuchillo duele igual— o en los avatares de los combates, las demás personas que aparecen en el libro —y que lo hacen con sus nombres verdaderos (o al menos, con los nombres que nos fueron suministrados, o que ellos mismos nos suministraron)— estaban vivas en marzo de 1999, cuando el original fue entregado para su publicación —y podían ser localizadas regularmente, en Cuba o en los Estados Unidos. Localizadlos. La Habana o Miami.

Tres precisiones: Modesto Arocha, Ramón Cernuda, Humberto León, Lesbia Orta Varona, Adolfo Rivero y Waldo Valdés-Salvat accedieron a ser entrevistados y/o contribuyeron a verificar la información, pero no aparecen mencionados en el texto. Para la identificación de ciertas personas o lugares en las fotografías he sido lo más meticuloso posible y he contado para la tarea con el personal del Ministerio del Interior o del Departamento MC llegado a los Estados Unidos. La costumbre de retratarse de Tony actúa ahora como una bendición. Tenemos abundante material gracias a que él se solazaba haciéndose fotos. «Never say die» —la cita del lema del grupo en el relato— era en inglés. El grupo acostumbraba decirlo en inglés. Una cosa exacta se dijo antes en Key Largo, el viejo filme de 1948, de John Huston. Pero sólo Antonio de la Guardia, Patricio de la Guardia y Norberto Fuentes podrían reconocerlo.

Dulces guerreros cubanos
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