33 «El Mariel» fue el éxodo de 125.000 cubanos desde el puerto de ese nombre, del oeste habanero, a Key West, Florida; la maniobra última de Fidel, de 159 días de duración, para acabar de desestabilizar el gobierno de Jimmy Cárter y desvanecer las esperanzas que pudieran quedarle de solucionar el diferendo con Cuba. Los coroneles del MININT José Luis Padrón y Antonio de la Guardia «llevaban» desde mediados de los setenta las relaciones con los Estados Unidos de América. «Llevar», en la lengua revolucionaria al uso, es la acción de atender o conducir alguna tarea. Ellos, pues —como embajadores itinerantes—, y junto con otro coronel de los servicios de inteligencia cubanos, Ramón Sánchez Parodi, que ocupaba en Washington D.C. el cargo de jefe de la Sección de Intereses de Cuba, ¡levaban esas conversaciones y se cansaron de escuchar las proposiciones norteamericanas de levantamiento del embargo e incluso hasta de la probable retirada —e inmediata entrega a la soberanía de Cuba— de la base naval de Guantánamo, un enclave militar de apenas 4 kilómetros cuadrados en el extremo oriental de la isla obtenido por los yanquis en la época de la guerra contra España de 1898 y cuya reivindicación como parte del territorio cubano es uno de los inspirados temas de la revolución de Fidel Castro. Pero nunca el olor del pastel que le horneaban fue lo suficientemente atractivo para un Fidel Castro que solia esperar al pie de la escalerilla del avión a sus briosos embajadores, enterarse de toda la historia y comentar: «Vamos a ver qué hacemos. Déjenme a mi las decisiones.» Todo menos entregar su recurso más valioso: el argumento antiimperialista. Asi, pues, cuando unos excitados y exultantes, así de contentos, José Luis, Tony y Ramoncito Sánchez Parodi le informaban al jefe de que veían ondeando pronto la bandera cubana en Guantánamo, él apuraba la insurrección de Shaba, haciendo que unos 2.000 infelices zairotas ya asentados como labradores en suelo angolano, cruzaran a la antigua provincia de Katanga e iniciaran el ritual de un baño de sangre africano (y sin que dejara ningún cabo suelto en el andamiaje de las relaciones internacionales, mientras sus oficiales de Operaciones Especiales inducían y armaban al personal zairota que habría de ser insurreccionado, sus embajadores activaban «los canales diplomáticos» en ONU y Washington para hacer saber al State Department que Cuba disponía de informes «dignos de todo crédito» acerca de «inquietud» entre las antiguas tropas katangesas dislocadas en territorio de la República Popular de Angola); o le filtraba a la CIA el dato de que una brigada de combate soviética estaba dislocada en Cuba, una unidad a la que él, socarronamente, llamaba «Brigada de Estudio», y que se hallaba en plena disposición combativa y que probablemente se estaban violando los acuerdos Kennedy-Jruschov; o hacía que Ochoa lanzara su ofensiva de tanques en el Ogadén; o —oh, Dios—, enviaba hacia las costas norteamericanos un contingente de 125 cubanos desde el puerto del Mariel y lograba el prodigio de que los barcos de la invasión fueran puestos por los propios invadidos, es decir, los habitantes del sur de la Florida.<<