CAPÍTULO 4
RAZÓN DE LA FUERZA
Pocos días después de que lo condujeran ante Fidel Castro para que sostuvieran aquella, su última entrevista, el ex coronel Antonio de la Guardia estaba amarrado al poste de ejecuciones, y si llevaba los ojos vendados, era a solicitud propia (y si además le amarraron las manos, fue también porque él lo pidió —«si no había inconveniente»). José Abrantes cayó después. Apenas comenzaba a extinguir una condena de 20 años cuando, en enero de 1991, le dieron lo que se llamaba en el argot de uso reducido de las tropas élites «el ticket de una sola vía». Entonces el autor comprendió cabalmente que no había producción del libro y que él mismo había alcanzado la condición de efímero en el proceso.
Así que este libro no estaba destinado por las autoridades cubanas a ser escrito y, por lo tanto, publicado. El autor tampoco contribuyó con su existencia. Fue elusivo en ese sentido. En esta ocasión hizo caso omiso de sus varios juramentos anteriores mediante los cuales se disponía a dar la vida por la Revolución cuando fuera necesario.
Fidel Castro estuvo al corriente desde su inicio en 1989 de ese operativo que debía preservarme en un inexpugnable silencio y cuyo objetivo final era previsible y para el cual llegó a contar con la asistencia de una celebridad literaria tan importante como Gabriel García Márquez y en el que se hacía indispensable mantenerme dentro de Cuba bajo la situación de acoso llamada por el término procedente del basketball como «gardeo a presión».
Mas no para todos se reservó la misma suerte, y por ello el sabor del triunfo puede ser, en ocasiones, muy amargo. Tres personas perecieron, por lo menos una de ellas asesinada, mientras me brindaban su ayuda para que pudiera salir de Cuba bajo las sombras del clandestinaje —asesinado el abogado Luis García Guitart, y seguramente asesinado el teniente Horacio Maestre; «Acho», Horacio, en esa tenebrosa sala de hospital a la que su familia no tuvo acceso hasta que se hallaron en condiciones de entregarle un cadáver después de los 21 días de una dolencia inexplicable («muerte institucional provocada», le llaman).
Los dos actuaban con un grado bastante aceptable de inocencia, puesto que no tenían ninguna otra vinculación con los hechos que no fuera su amistad conmigo. Como quiera que no existen fórmulas convincentes para hacerles saber que existe esta deuda de gratitud puesto que se encuentran fuera del área de combate y ya aseguraron su propio perímetro y observan un régimen de silencio radial y puesto que ambas situaciones son permanentes, uno sabe que se queda contenido en el territorio de la retórica. Pero existe la situación de las cuentas pendientes con Fidel. Es visceral, es sostenido. La sed de venganza, en verdad, se te aferra, inextinguible. Una vez Poe quiso demostrar que las cosas podrían ser tan recónditas que se sirvió de una imagen, de por sí inextricable: el polvo dentro de la roca. Absoluto e insondable. Dentro de la roca. El libro está terminado y las manos se hallan libres.