CAPÍTULO 6
LOS UNO

Los viejos búfalos (como nosotros) saben (o deben saber) que el clima habla, que el clima anuncia. Razonable cuestión de orgullo hubiese sido descubrir las señales del tiempo, pues para algo se acumula esa cantidad de experiencia paciendo y bufando en la pradera, y debió servir —al menos— para que nos diéramos cuenta de los peligros que acechaban. Es esencial en el código de supervivencia. Otear el horizonte. Creer en los presagios, confiar en ellos. El sofoco y la opresión acompañantes de las condiciones meteorológicas que se cernieron sobre territorio cubano en vísperas del verano de 1989, justificarían el aserto. El clima habla. Demasiado sopor, demasiada opresión. Para entonces, toda la suerte del grupo está sellada. Se han tomado las previsiones sobre cada uno de nosotros y, para empezar, chequeo.

Es lo que estoy pensando después que William Ortiz se va, y le sigo dando vueltas a la cosa en la cabeza hasta que llega Amadito, y mantuve esa letanía mientras conducía rumbo a casa de Tony. «Vesco», me va a decir él dentro de poco. No presentimos lo que nos pueda ocurrir, pues estamos sacando a flote toda la historia posible, y esto es un síntoma. Creemos que la historia es un talismán y estamos equivocados, que la historia personal nos respalda y es un error fatal, y yo se lo digo a Tony.

—Oye, para lo único que sirve todo esto es para que nos hayan conocido.

—Vesco, Norber —dice Tony, y luego dice:

—Y Musculito, tú.

Es una de las operaciones más sensibles.

Musculito era el seudónimo de Eugenio Rolando Martínez, uno de los cinco plomeros de Watergate y un nombre legendario de la CIA en las infiltraciones marítimas en Cuba de los sesenta y que había cautivado a Bill Moyers en 1976 para la escena final de su documental The CIA’s Secret Army, que era el mejor producto que se podía servir a Carter para decapitar a la CIA y acabar de liquidar el apoyo a los cubanos de Miami. Musculito —aseguraba Tony— era en verdad un agente cubano, y Tony me lo había confesado con gran misterio, y Musculito había estado preguntando por Tony en Miami, porque Tony había sido el artífice de un traslado clandestino de Musculito a La Habana desde Jamaica después que éste cumpliera la condena por Watergate, puesto que Fidel lo quería ver. La operación había sido una de las más audaces y Abrantes había recibido a Musculito y lo había llevado ante la presencia del Comandante.

—Ésas son mentiras tuyas, Tony.

—Bueno. Tú sabes. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

—¿Un hombre nuestro en Watergate?

—En Watergate. En la CIA. Y en la Casa Blanca.

—¿Tú sabes lo que eso significa, Tony?

—Significa que estamos influyendo en política exterior.

—No, Tony. Significa que estamos hundidos hasta aquí en una conspiración. Hasta aquí —insistí con la palma de mi mano derecha, plana y horizontal como un cuchillo, a ras del cuello—. Y que Fidel va a ser eterno. No titubea. ¿Y si lo hizo para que cogieran mansita a esa gente allá adentro?

—Yo lo exfiltré en balsa de una playa de Jamaica. José Luis y El Lingo esperaban en uno de los yates de Fidel, «El Pájaro Azul», y Abrantes lo esperaba en el muelle de Tropas Especiales,6 donde lo recogió para llevárselo directo al Comandante.

José Luis era el coronel José Luis Padrón, uno de los mejores amigos de Tony. Estuvo al frente de las relaciones con los Estados Unidos desde la época de Jimmy Carter, hasta principio de los ochenta. Lingo —condensación veloz (aunque sin perder su pesadez) de Lingote— era el seudónimo del coronel Carlos Blanco Sales, reputado en el apagado susurro de los salones de la Seguridad cubana como el oficial con más trampas puestas a la CIA que la CIA hubiera caído en ellas.

No puede pasarnos nada, Norber, decía Tony.

Pero nadie parece darse cuenta aunque seamos esas criaturas. Nadie percibe que el sol se apaga. Puede decirse (y nunca van a perder la apuesta) que somos los mejores en el negocio de cambiar la correlación de fuerzas, el mejor grupo, y que no tenemos competencia en el área de las misiones especiales y que es muy difícil localizar en toda la historia de la Revolución Cubana otro grupo de tarea con la experiencia del nuestro, que es, en el conjunto de las cosas, lo que nos permite reconocernos a nosotros mismos como búfalos viejos, viejos y sabichosos, muy taimados, que tal parece que sólo nos preocupa tener el hocico aplastado contra la tierra, como ventosas, absorbiendo nuestras hierbillas, cuando en verdad en lo que estamos es a la espera del menor ruido, movimiento furtivo o centelleo metálico en el horizonte, para armar la estampida.

Tenga en cuenta los scores.

Dos de nosotros clasificamos entre la flor y la nata de los servicios especiales a escala mundial, los hombres que hicimos posible que los propios Estados Unidos y el MOSSAD israelí consideraran a la Inteligencia cubana como una organización de respeto y verdaderamente profesional y que contribuimos decisivamente a superar la paradoja del país pobre con política exterior de superpotencia basándonos en la simple ecuación de tener a Fidel Castro gobernando y nosotros con luz verde para meter de contrabando hombres en cualquier lugar del planeta donde se pudiera armar o ya existiera un conflicto.

Un expediente acumulativo del conjunto de nuestras misiones cumplidas habla de asesinatos, guerrillas en Venezuela, Nicaragua, Colombia, Santo Domingo, Bolivia y El Salvador, el tutelaje cubano de Robert Vesco, establecimiento de santuarios y centros secretos de entrenamiento internacionales para movimientos guerrilleros, planes de voladura del canal de Panamá (planes aún vigentes, cuidado) y voladura (efectuada) del Puente de Oro en El Salvador, sabotajes a puertos y refinerías centroamericanas (Ilopango), guerras regulares y campañas de contrainsurgencia en Angola (que incluyó el traslado más grande de un contingente militar desde América hasta Africa en toda la historia, justa venganza, y probablemente el mayor desplazamiento trasatlántico de tropas de la guerra fría, comparable por números a Vietnam y Afganistán, con la salvedad de que salimos invictos) y Nicaragua, traslado de unos mil millones de dólares de Beirut a La Habana (que es la mayor fortuna nunca antes trasladada sobre el Atlántico como tesoros físicos a no ser en dirección contraria por la Flota de Indias), exfiltración e infiltración de importantes agentes de la CIA (entre jamaica o la Florida hacia o desde La Habana, caso Musculito hasta donde uno sepa), lavados de cientos de millones de dólares producidos por acciones de secuestros, reuniones y negociaciones a nivel de la ONU, pactos con el Ejército Sudafricano, actuación de combate en Vietnam, asaltos a embajadas, fusilamientos, batallas victoriosas en el desierto de Ogadén, tráfico de armas, quiebra del equilibrio en el Chile de Salvador Allende, intentos de controlar las rutas del narcotráfico, contactos con el zar de las drogas, Pablo Escobar, y con el más peligroso terrorista del mundo, el venezolano Carlos, entrenamientos del argentino Gomarán y del dominicano Caamaño, enterramientos de armas en el Caribe, planes de contingencia que comprendían hacerles la guerra a todos los objetivos políticos y militares norteamericanos en Europa, América Latina, los Estados Unidos, planes de rendez-vous (encuentros en alta mar), desembarcos de guerrillas, infiltraciones marítimas y aéreas, lanzamientos aéreos de armamentos, el planeamiento exquisito, hasta sus últimos detalles, del secuestro de Fulgencio Batista, el antiguo dictador cubano residente en Portugal, trasiego de dinero, armas, mercancías y tecnología entre los Estados Unidos y Cuba. En fin. El borde delantero de la Revolución Cubana. El expediente invencible. Ser Dios.

No, no es fácil romper esos récords. Pero en el que uno de nuestros admirados —pese a todas las diferencias de orden ideológico— rangers no dudaría en llamar our troop finest hour, y nosotros en el despreciable castellano de ataduras culinarias que nos ha sido legado la hora del cuajo, no tuvimos la capacidad de ver. Ninguno. No nos hagan caso si alguno quiere demostrar lo contrario. Había que explicar —con palabras de Tony y ciertos aportes míos— que erigimos una montaña de senos y de nalgas y hundidos en los húmedos charquillos de fluidos vaginales particulares que nos embriagaba, ninguno tuvo el tino de percibir un olor cercano, el de la pólvora.

El coronel Antonio de la Guardia cultiva orquídeas mientras están decidiendo su suerte en palacio. Es el más imaginativo de todos nosotros, y el de mayor preparación física e intelectual. El mejor. Pero él insiste en podar gajos y en estudiar el incremento de oscuridad y humedad del único orquideario de propiedad privada del país» que es ése suyo. Allí adentro, tijera en mano, deja vagar su mente y se complace escuchando en forma continua un rosario de canciones del extinguido cuarteto norteamericano de rock The Mamas and The Papas procedente de su pequeño pero costoso reproductor de casetes. No hay forma de que tome conciencia de que su cabeza está adquiriendo cada vez un precio más barato.

El general de brigada Patricio de la Guardia retozará en breve —está a punto de regresar de Angola— con María Isabel Ferrer, su nueva esposa, sobre una cama de aromáticas maderas de las selvas de Mayombe, aunque quizá sea entonces el único que se percate de que algo raro ocurre al otro lado de la ventana de la casa contigua con ese aparato de aire acondicionado que permanece encendido sin reposo en una zona residencial del oeste habanero —Miramar—, habitualmente apacible, poblada por profesionales y funcionarios gubernamentales de cierto nivel que suelen observar con celo las normas de uso restringido de fluido eléctrico (se trata de favorecer la campaña de ahorro de combustible promulgada por las máximas instancias revolucionarias). Patricio de la Guardia es, en definitiva, el que nos ha endilgado la categoría búfalo (nos ha bautizado a todos), y es en verdad uno de ellos, un viejo búfalo —aunque muy bien acompañado de mozuela de carnes duras—, y sabichoso, porque no acaba de aceptar la idea de ese aparato BK 1500 que los vecinos nunca apagan. Demasiado el silencio tras esas persianas entornadas, piensa. Demasiado tiempo esa máquina trabajando sin reposo.

El general de división Arnaldo Ochoa tampoco acepta, de inicio, las evidencias de una persecución implacable. Se mantiene en el (para él) noble ejercicio de llevarse a la cama, de dos en dos casi siempre, a todas las mujeres de La Habana que tan fácilmente se le rinden, y saltar con prestancia de cualquier lecho en que se encuentre hacia su puesto de mando en el Ejército Occidental donde se empeña ahora en dos objetivos fundamentales, el de mantener la vitalidad de los cientos de blindados que le están regresando —victoriosos, por cierto—, de la guerra que acaba de librar en Angola, y que debe dislocar en las áreas de su reserva, y el plan de ceba masiva acelerada de puercos y ganado vacuno con el que piensa elevar drásticamente el consumo de proteína de su aguerrida tropa.

El intelectual del grupo que —por supuesto— soy yo, Norberto Fuentes, pero que no soy manso tampoco, con dos condecoraciones militares ganadas en combate, se dedica a concebir una colección de obras literarias que lo llevarán sin duda hasta el Nobel (es lo que piensa, seriamente) y no sabe aún si debe rechazarlo (para seguir la rima de Sartre) o aceptarlo, y se está preguntando cómo lograr el suministro de los equipamientos electrodomésticos que cada vez se requieren con mayor entusiasmo en la casa de su mujer y de sus dos amantes. Pero es el único alertado sobre la persecución, así que puede aceptar a regañadientes el calificativo de paranoico. En realidad, puede ser que ellos tengan razón. Que sean innecesarias las precauciones. El resumen probable de la situación es que la alarma procede sólo de la mentalidad fantasiosa del intelectual del grupo. Estábamos diciendo que la situación se hallaba bajo control, y estuvimos diciendo eso mientras Arnaldo Ochoa se limitaba a mirarnos con su aire de superioridad y, a ratos, evidente desprecio, hasta que Alcibíades se apareció con el extraño recado.

Jueves, mayo 25.

05:15 PM.

La pérgola de las conspiraciones.

—Vesco, —dice Tony—, Robert Vesco.

Y luego dice:

—¿Y Musculito, tú?

Un personaje. Un peje gordo.

—El día que la historia del mundo cambió —le digo.

—Sí, señor —dice Tony.

—El día en que el pasado cambiará —digo.

—Sí, señor —dice Tony.

Es nuestro viejo código de referencia para el caso.

Operación Caribe. Tony y Musculito y Abrantes y Fidel y Nixon y Watergate involucrados. Uh, mucho.

—No puede pasarnos nada, Norber —dice Tony.

De nuevo va a caer la tarde. Pronto el ocaso. De nuevo, Tony y yo.

Aún con los perros retozando afuera, Tony no se siente cómodo en la pérgola y quiere ir afuera para tener control de lo que pasa, dominar afuera, desde el jardín exterior, el paisaje. La vieja lección, ley primigenia de las escuelas de inteligencia: ten siempre el dominio de la puerta, de los accesos, de las entradas. Hago una última, ligera referencia a Ochoa y me reservo la conversación que había sostenido con él, apenas dos horas atrás. Yo no acabo de comprender que Tony le está haciendo resistencia al cumplido con el mulato. Y como no lo comprendo, no me percato de lo más sencillo del mundo y es que Tony está respondiendo a órdenes estrictas. Y esas órdenes estrictas no pueden emanar de otra instancia que no sea José Abrantes Fernández. Es la única persona que puede competir conmigo a nivel emocional y político ante Antonio de la Guardia. Amado Padrón no cuenta para eso, por el bajo nivel social del que procede, y pese a ser blanco y gordo, incluso buen tipo de hombre blanco, lo tratamos con el cierto desdén racista que suele recibir en la Revolución Cubana todo aquel que venga de las posiciones más bajas, los plebeyos del comunismo.

Rocky, el pastor color amarillo y negro, el viejito, marcha delante. Gringo lo sigue.

Gringo —dice Tony.

Gringo ha tenido la experiencia acuática puesto que no tiene ni ocho semanas cuando en Key Largo le hacen abordar una lancha. William Ortiz esperó las 7 semanas para destetarlo, y en el camino Gringo conoció mal tiempo y los efectos de la navegación en la corriente del Golfo a bordo de un buque desvencijado, y desde que arriban a la Marina Hemingway, eran los únicos de su clase en Cuba y no podían haber dado con mejor amo para que los alimentara y entendiera, un tipo en su género que respondía a las mismas características de fortaleza sin musculaturas exhibicionistas, resistente, ágil, frugal, y leales en su justo sentido, tampoco sin exageraciones. Era una hermosa naturaleza viva la de Tony con sus jeans recortados y su pullover de ejercicios y sus sandalias ortopédicas, o sus favoritas, las sandalias Ho Chi Minh de mete-dedos pero de fabricación yanqui gracias a las factorías del Dr. School; Tony avanzando en aquel jardín bajo el sol de la tarde luego de una sesión de ejercicios con sus orquídeas y acompañado de aquellas dos bestias en su silenciosa escolta y luego los paños y las orquídeas, y Tony convirtiéndoseme, de repente, en un personaje de Nabokov y no de Forsyth.

Entramos en la parte mafiosa del diálogo, Tony me saca lo de Vesco, luego lo de Musculito.

Yo creo saber lo que está pasando. Dónde comenzó a dibujarse la sombra de las preocupaciones. Tony viene teniendo tropiezos desde que elude ajusticiar a Rafael del Pino, que era el general de aviación que desertó a Key West en 1987 y después se había mofado de lo que llamaba «toda aquella trova de Varadero del año 87» cuando Raúl Castro dictaba listas interminables de enemigos de la Revolución que debían ser ajusticiados en el exterior y Raúl llamando a Carlos Aldana preguntándole si no faltaba nadie en la lista y yo yendo con el mayor Carlos Cadelo de un lado para otro de Varadero después de la publicación de dos de mis libros —fue un año de alta productividad literaria del compañero Fuentes y Fidel repartiendo uno de ellos porque estaba muy contento con su contenido porque había el relato de un alzado contrarrevolucionario llamado Tondike que resistía un asedio de 11 días de las tropas revolucionarias dentro de un cañaveral incendiado y aunque era un contrarrevolucionario y «un negro asesino» (sic) desarrollaba una técnica de resistencia al fuego dentro de un cañaveral consistente en hundirse en la tierra como una serpiente y aguantar, y Fidel creía que los mandos militares de lucha irregular debían entrar en conocimiento de mi crónica, que ésa era una de las razones que me llevaba al recorrido porque Fidel me había pedido que le dedicara ese libro a una porción de dirigentes, pero la razón de mayor ánimo que me llevaba de una residencia veraniega de la cúpula dirigente a otra en aquel verano, sangriento al menos en sus pronósticos, era acompañar al mayor Cadelo, que había sido el verdadero artífice de la guerra en Angola motivo por el cual y producto seguramente de las tensiones inherentes a tan difícil misión había contraído la lamentable enfermedad de la impotencia transitoria y luego había desarrollado una porosidad inusitada en el glande la cual lo obligaba a orinar como una regadera, pero con el que me hallaba a gusto recorriendo las estaciones del reparto de mi libro entre los dirigentes de veraneo en Varadero y participando yo del trasiego de listas que se cursaba entre toda esa dirigencia cubana de 1987, en el convencimiento de que al final serían entregadas tales listas al coronel Antonio de la Guardia que ya debía estar preparado y en máxima disposición combativa e impuesto para dar inicio a las operaciones de limpieza, razón por la cual Aldana, a principios de 1989, un año después de los listados de Varadero, me reprochara que Tony no mataba nada, ni Tony ni el MININT; todos estaban locos por muertos, y Aldana averiguando si era que Tony se había negado a matar a Del Pino— tenían esa sospecha —y yo bastante ofendido porque alguien pudiera poner en entredicho la capacidad ejecutiva de ejecución de mi hermano Tony.

Pero él no entiende la situación. Menciona a Vesco y a Musculito como escudo. Nada le puede pasar. Tiene lógica. Es un razonamiento. Estamos en el poder. Estamos confiados, tranquilo, tú. ¡Tenemos el poder! No nos va a pasar nada, no puede pasarnos, no podía ser, Norber. En ese momento Antonio de la Guardia es el jefe del Departamento MC del Ministerio del Interior y es uno de los pocos hombres con acceso a grandes cantidades de divisas —el uso le ha puesto el nombre de moneda convertible— y tiene un grupo de hit men a su disposición «los killers». Patricio de la Guardia está al frente de la misión del Ministerio del Interior en Angola que es un país en guerra y es uno de los hombres que decide la situación del África Austral, lo cual incluye un país como África del Sur que es un país con, seguro, armas nucleares. Arnaldo Ochoa acaba de llegar de Angola precisamente, y hasta diciembre era uno de los únicos dos héroes de la República de Cuba. Norberto Fuentes era el escritor del grupo, con una vieja historia de disidente pero siempre mantenido dentro de las fronteras de la Revolución y que había accedido al grupo por sus características de aventurero. No en balde escribía un libro sobre Hemingway cada vez que se le presentaba la oportunidad y se había apropiado del personaje dentro de las fronteras cubanas. Y Fidel.

Tenemos a Fidel. Las acciones, las tareas revolucionarias.

Nos están escuchando.

Hay un back-up de toda la conversación final sobre Ochoa en la pérgola de las conspiraciones, que se logra sin muchos ruidos parásitos pese a que nos hallábamos al aire libre gracias a que nos hemos colocado para suerte de los kajoteros debajo de la hojita de parra donde ellos mismos, los kajoteros, colocaron la técnica, y tienen el material, puesto que todo ha sido grabado, pero de todas maneras los escuchas van en blanco porque nunca hablamos nada en concreto.

Otro micrófono nos seguía perfectamente desde la casa de enfrente, que era de un empleado del Ministerio de Educación, un tal Toledo, una especie de criado, que residía en esa casa, que era donde Tony, con su fino olfato para las persecuciones, me había querido siempre a mí como inquilino y como único vecino suyo; Tony desesperaba porque me mudara «hacia esa posición», pero Raúl Castro, con su fino olfato para la persecución, se había negado. Bien, allí estaba la brigada del K-J, que siguió el encuentro de los «O», que es el código radial de los kajoteros con su jefatura para identificar a los objetivos, pero después comenzó aquello a llenarse de gente, hombres de Tony, y entonces tuvieron mucha actividad, y tenía la suficiente cobertura del área, y resulta que uno de esos muchachos del control, al que de inmediato me le hago familiar al otro lado de la calle, conoce por primera vez un extraño y opresivo sentimiento de culpa, al descubrirme. «El Norber», se dice, la sangre agolpada en las sienes.

Entonces llega Amadito Padrón y ninguno de los dos mencionamos que acabamos de vernos, lo cual es un error porque no le permite a Tony actualizarse con el comportamiento de su principal subordinado, pero yo estoy atrapado en la contradicción aprendida desde muy temprano de que, entre hombres, no es aceptable estar corriendo con chismes, y es así como hay un aspecto para el cual Tony no sabe que debe prepararse, y Amado aprovecha un descuido de Tony con Gringo para pedirme que tampoco informe a Tony lo del maletín que contenía tres Rolex de platino y dos de oro macizo y un Omega también de oro y unos 30.000 dólares en efectivo y otros 20.000 pesos cubanos, y llega Neo y llega Willy Pineda y hacen bromas con el trabajo que se les ha terminado y llega Alex, y me dice que se ha conseguido una reproductora de casetes Pioneer cuadrofónica para su Lada y hago otro aparte con Amadito y digo que luego vamos a buscar el maletín.

Hacia las 8:00 pm, en su oficina de la calle 66, a unos 3 kilómetros de la casa de Tony, Amado me entregó —para custodia temporal— su maletín de cuero color beige. Abrió la tapa y me mostró el contenido, los relojes, los fajos de billetes, algunas joyas. Cerró la tapa y me advirtió que la cerradura no tenía combinación. «Espérate», me dijo. Estaba riendo con picardía. Abrió una gaveta de su buró. «Mira», dijo. Era una fotografía Polaroid.

Una muchacha más bien robusta, pero de formas adecuadas (nada que ver con las señoras de Rubens, por favor), alta, de pelo corto, de una piel rosada aunque de color probablemente blanqueado por el efecto del flash, aparecía de pie, descalza, con una cama de hotel aún arreglada a sus espaldas y sonriendo nerviosa, y sin atinar dónde colocar sus brazos que colgaban inquietos a los lados mientras mostraba, con toda seguridad por primera vez en su vida, y ante la incertidumbre eterna que puede resultar de una fotografía, la desnudez de unos gruesos pezones en las puntas de aquellas tetas de tamaño regular y la súbita oscuridad del buche de sus vellos púbicos que se apiñaban bajo su abdomen y en los que yo creí descubrir, de soslayo, el brillo de unas minúsculas gotas de rocío.

—Está buena, Amadito. Está buenísima —dije para complacer al amigo. Sonrió, satisfecho.

Yo no la conocía pero hacía rato que Amado me hablaba de ella. Una estudiante de medicina. Parecía apenada en la escena y que no le era fácil posar ante la cámara barata de Amado Padrón.

—Qué jodedora, Amadito —dije—. Mira como se ríe.

Voy, al final, de regreso hacia la casa de Eva María Mariam y voy preocupado por lo que había visto en casa de Tony. El ambiente era de tropa en disolución y era cada vez mayor mi convencimiento de que Tony iba a dejar fuera a Arnaldo. La imagen, que se me va a quedar en la memoria como en stop motion, es el grupo recostado a la cerca del jardín exterior de Tony, y las sombras, y Gringo multiplicándose en sus nerviosos movimientos como reflejos de plata y la luna ocultándose a tramos tras los islotes formados por los cúmulos estratos y Rocky no visible y los automóviles parqueados en aquella acera y las hierbas de enfrente, de la casa de enfrente, y el destello opaco en las ventanas y el sonido de sonajero entre los setos, y en ese final, cuando yo salgo de la oficina de Amadito, lo que tengo atrás es medio batallón de kajoteros.

Dulces guerreros cubanos
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