CAPÍTULO 3
EL LEVE RUBOR DE TUS MEJILLAS
AL CONTACTO DE MI MANO SEGÚN LOS ARCHIVOS
La noche comenzaba a caer en La Habana como caen las noches en La Habana cuando es el final de la primavera o el comienzo del verano y si una borrasca de cúmulos potentes, hacia las cuatro de la tarde, ha limpiado la atmósfera. Caen serenas, lentas, con la lentitud de una procesión, y el sol, en su eterna majestuosidad, se oculta tras un borde nítidamente visible en el horizonte del mar frente a la ciudad y que es una superficie imposible de abarcar de una sola mirada y en el que aún se puede distinguir el movimiento de sus corrientes y los brincos de la espuma en los sitios en que el agua plomiza de la superficie se agita y rompe.
Tenía tiempo. La indecisión por la cama en que habría de pernoctar se resolvió a favor del campamento de arriba: mi apartamento en el piso 13 del edificio de los generales. Apenas tenía conciencia de no estar actuando por el libro —y de estar violando, de hecho, casi todos los preceptos de usos y costumbres del buen agente. Nunca visitaba a Tony el fin de semana, y acababa de salir de su casa. Hacía meses que no dormía en el edificio, y hacia allá me estaba dirigiendo. Pero al menos en esto último hice bien. Fue una pequeña intuición que me dijo: ve para tu casa. Quería trabajar un poco en mi libro angolano y donde único tenía una computadora era en el edificio de los generales. Pero eso significaba enfrentar, al menos, la mirada interrogadora de Lourdes— mi esposa, ¿se acuerdan? —al verme llegar a mi casa un domingo por la noche.
Aunque aún no lo sabía, cualquier situación incómoda de un matrimonio en el que aún no hay convicción ni consenso de disolución, iba a ser superada por las expectativas creadas a partir de las 9, cuando Alcibíades se presentara en mi estudio, acabado de llegar del Comité Central, y me dijera que hacía 20 minutos se había tomado la decisión de sacar a Tony de la jefatura de MC.
Mala cosa esa decisión a estas horas de un domingo.
La noche y La Habana.
Hago desplazarse mi Lada 2107 color rojo amaranto a 80 kilómetros por hora sobre el pavimento de la Quinta Avenida, de Miramar, mientras escucho un casete que yo mismo he grabado del primer cidí de The Travelin Wylburys y que es la música que me estoy proporcionando yo mismo como fondo para mis pensamientos y para ver el escenario que se desplaza en mi entorno y entonces pensar en Tony y en Gabo, y en mí y en Tony, y en Gabo otra vez, y sin saber aún que a Tony lo han relevado —o están a punto de relevarlo— del mando y que Ochoa está preso.
Tomada la decisión de dirigirme al campamento de arriba.
Ni me entretengo en observar si tengo cola. Me cuento a mí mismo el chiste de que cuando uno escucha la penúltima pieza de ese cidí, que es «Margarita», no queda espacio bajo la bóveda craneana para la preocupación de contrachequearse.
La historia que explica por qué el célebre escritor Gabriel García Márquez se halla sometido al control de su también célebre amigo Fidel Castro y que debía ocultarse del conocimiento de Amado Padrón, para evitar todo ruido, es un episodio lo suficientemente sórdido —de algunos de sus mejores amigos en Cuba comprometidos en la búsqueda de información sobre lo que ellos llamaban «oscuros deslices» del escritor colombiano» para que se decida eludirse del presente relato. La orden «emanaba» del propio Comandante en Jefe. Quería saber en qué «vuelta» estaba el hombre. El chileno Max Marambio, mejor conocido como «Guatón» que había sido el jefe del GAP (Grupo de Amigos del Presidente), la escolta a principios de los setenta del posteriormente depuesto presidente chileno Salvador Allende, se encargaba del «primer escalón de vigilancia». Marambio, al que Cuba le había reciclado sus grados y lo había investido como mayor del MININT, informaba acuciosamente sobre cualquiera de las actividades de García Márquez, aunque su objetivo fundamental— según se la había asignado —era ilustrar sobre asuntos de implicaciones eróticas. Esta información era seguida a su vez de cerca por el general de División José Abrantes Fernández, ministro del Interior, que no confiaba un ápice en la gestión como chivato de Guatón pero que tampoco le hacía saber que a través de su todopoderosa organización de registro— todos los camareros, todos los maleteros, todas las sirvientas, todos los carpeteros, de todas las instalaciones hoteleras, que a su vez se hallaban saturadas de técnica, más todos los funcionarios de los «sectores» ideológicos y culturales del país —estaba acumulando información sobre García Márquez, el que a su vez, infeliz colombiano, consideraba a Abrantes como su mejor amigo en Cuba, desconocedor de la opinión de Abrantes de que García Márquez no era de confiar y que además tenía el coraje de escamotearle el cúmulo de información completo al propio Fidel Castro, para hacer uso con posterioridad de acuerdo con las conveniencias, siempre de acuerdo con las conveniencias. «Pepe» Abrantes no estaba haciendo otra cosa que activar un mecanismo y continuar acumulando kilómetros de tapes para los expedientes de comprobación sobre personal extranjero.
Debe explicarse algo antes de continuar. Una salvedad.
Cuando se dice que el Gobierno cubano posee grabaciones de video y/o de audio de todos los objetivos de su interés, se está diciendo enfáticamente que son todos. Por oficio, García Márquez es grabado en cualesquiera de las instancias que se localice y desde cualesquiera de los inmuebles posibles, pero en su caso, más que por acumular información útil sobre el colombiano, por el placer del chisme, y porque Fidel Castro es un insaciable consumidor de estas porquerías. No de la imagen y mucho menos la imagen sexual, que él más bien tiende a rechazar, así como cualquier otra reproducción de cualquier otro objetivo pero que sea obtenida a través de una cámara, ya sea de cine, video o foto fija, así como el desnudo expuesto sobre las tablas de un escenario, sino su necesidad de estar informado de todo lo que le rodee, una apetencia carente de límites.
Está bien. Graben lo que puedan —la imagen (y, de ser posible, el sonido, el sonido, ¡por Dios!, que lo importante es saber qué coño se está hablando).
En el caso de los diplomáticos norteamericanos agrupados bajo esa especie de embajada encubierta (re)inaugurada el 1.° de septiembre de 1977, en épocas de Jimmy Cárter, y denominada Sección de Intereses de los Estados Unidos de América (SINA, para los profesionales y entendidos), ubicada en el mismo edificio que una vez fue el de su auténtica embajada, la información actualizada y acumulada es sorprendente. Para empezar, los distinguidos diplomáticos —y repetimos que todos—, todos sin excepción, si fueron asignados para servir en Cuba con sus parejas, deben saber que sobre ellos existen miles de horas de grabaciones de video, desnudos y fornicando, el monto de duración de las grabaciones dependiendo de la rapidez o de las maromas que hayan empleado en la realización de sus actos —y que si fueron infieles, o son homosexuales, están cogidos. Si son homosexuales o cometieron adulterio, por supuesto que ya se les tiraron y les enseñaron las fotografías y ya ellos habrán elegido entre la lealtad a su país o pagar por el silencio.