CAPÍTULO 4
UNA MATRIUSHKA ESCONDIDA EN UNA MATRIUSHKA QUE ESCONDE OTRA
MATRIUSHKA QUE
Tony y Patricio comenzaron a buscar a Furry desde el lunes por la tarde. La idea era de Patricio. Pasaron por mi apartamento como a las 06:00 PM de ese día, y me preguntaron por Furry. Mi poderoso vecino vivía dos pisos debajo de mi apartamento, en una estancia fría y vacía, en la que su sala-comedor era dominada por un aparatoso y viejo componente de música Motorola, con tocadiscos de plato, doble casetera y radio y en el que todavía la reproductora de discos compactos no había hecho su aparición, y que era un local, el apartamento, por el que desandaba una anciana, amable y de paso lento, y de cartera colgada del antebrazo izquierdo y la dulzura habitual de las mujeres que enviudaron muchos años atrás y que a uno le da la impresión que hubo más placer que piedad en el gesto de cerrar para siempre los ojos del marido y que aún no se adaptaba totalmente a los pisos de mármol y los apartamentos en el onceno nivel. En otros tiempos, había sido la enérgica mujer que enarbolaba un grueso cinturón de cuero con el que usualmente despellejaba la escuálida espalda del Viceministro Primero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias cuando era niño, el niño que se jugaba a las cartas los centavitos de la merienda y al que ella sorprendía, capturaba y desollaba.
Por fin localizan a su hombre gracias a la gestión de los subordinados de MC Gustavo y Julio Machín, hijos del mártir revolucionario Gustavo Machín, «Tabo», que perdió la calavera con el Che en Bolivia, e incluso logran que Furry los invite el martes a cenar —a los cinco, porque los Machín resultan incluidos.
No he podido determinar, hasta hoy, si esta cena fue en la oficina de Furry en el MINFAR, o si se dirigieron al apartamento de Furry, dos pisos debajo del mío, en el edificio de los generales. Pero los grabaron. Los casetes fueron incluidos como las pruebas del fiscal en el juicio. Un juicio que, esa noche, aún no existe en la mente de los principales encartados. Se avecina.
No obstante, la tarde anterior, cuando Tony y Patricio se me presentaron para saber si yo como vecino tenía alguna noticia del paradero de Furry, y siendo en ese momento dos mellizos De la Guardia totalmente desconocidos para todo aquel que les hubiese conocido en las vísperas, fuera de control, los nervios a flor de piel, sonrisas forzadas —¡y acompañados de sus respectivas mujeres, Marielena y María Isabel!, como si ellas pudieran ofrecerles alguna protección—, Tony, antes de despedirse, tuvo la delicadeza de hacer un aparte conmigo y mientras los otros tomaban las sodas y el café que Lourdes —mi mujer «oficial», ¿recuerdan?— les brindaba, decirme que al día siguiente se anunciaba su destitución como jefe de MC y que si necesitaba sacar cosas de allí, que lo hiciera lo más temprano posible.
—¿O ya tú sacaste todo?
—Todo no. Pero mañana termino la razzia.
Estamos hablando de los toners necesarios para mi impresora láser Hewlett-Packard que aún podían permanecer en el almacén de «MerBar», una de las subsidiarias comerciales de MC creadas por Tony, y de los que me abastecí en cantidades suficientes para que me duraran unos cuatro años. Lo que no resistió, por cierto, fue una de las láminas plásticas de los rodillos del impresor, y sin la oficina de Tony, imposible de conseguir en La Habana castigada por el embargo norteamericano. Al final logré cambiar mi costosísimo equipo por un Okidata de puntos.
Los hijos del mártir de Bolivia, «Tabito» y Julio Machín, son chivatos y están entregando a Tony y a Patricio. Se hallan al servicio de Furry, pero no hay que molestarse por eso. Patricio aspira a lo mismo. Al menos a un gesto comprensivo de Furry. Y si no comprensivo, al menos compasivo. Y ha convencido a Tony de que le lleve algún presente. Tony saca su más resplandeciente tesoro del almacén personal, una pistola Desert Eagle Magnum, calibre 44, con cañón de 6 pulgadas, de ocho tiros, que tiene un costo aproximado de 900 dólares y que uno de los lancheros que transportan drogas a través de Cuba hacia los Estados Unidos lo acaba de traer de Miami.59 Por lo demás, todo funciona como una cena de negocios, y son amables, y la atmósfera es disipada, y se sirven vinos y algún asado, y Furry se abstiene de mencionarles que el general de División Arnaldo Ochoa está preso, y Tabito y Julio Machín juegan a la perfección sus papeles de jóvenes cuadros que tienen el privilegio de asistir a una cena de esta relevancia, los supuestamente inexpertos jóvenes que saben guardar silencio ante la conversación de los mayores, y que se las arreglan hábilmente para pasar desapercibidos y que no son otra cosa que un par de agentes de la nómina de Furry, y él los tiene sentados allí para que le sirvan de testigos eventuales, además de que está grabando con micrófonos ocultos. Los dos niños fueron el encargo de Ricardo Gustavo Machín Hoed de Beche —«Tabo o Tabomachín»— a su hermano Tony «el Twin», antes de irse con el Che para Bolivia. Coño, Twin, no me falles en eso, brother. Si me pasa algo, ocúpate de los muchachos. Pero Gustavo Machín Gómez, «Tabito», es un muchacho con problemas de personalidad, que es una de las formas de los altos dirigentes revolucionarios cubanos de decir que tienen un hijo maricón; además de un deseo manifiesto y reiterado —de «Tabito»— de morir por la causa (sic). Julio es otro asunto. Un muchachón con otra «problemática». Y Furry no le ha dicho aún que su mujer le engaña y que la CIM (Contrainteligencia Militar) tiene decenas si no cientos de fotos que corroboran la consumación del hecho. (La infidelidad es uno de los temas más espinosos que se puedan tratar con Furry desde el caso de la aeromoza que le hizo conocer, en carne propia, la amargura de la experiencia.) Ochoa será descreditado en breve ante los ojos de Julio Machín, cuando sea imprescindible destruir esa imagen y hacerle clamar por venganza. Porque Arnaldo Ochoa es el hombre que, montado sobre su mujer, la de Julio Machín, aparece invariablemente en las fotografías producidas —y en custodia permanente— por la CIM. Un estratega en suelo africano del nivel de Montgomery o de Rommel es convertido involuntariamente y a sus espaldas, por el mismo aparato revolucionario que lo cosechara y forjara, en una presencia obscena, ridicula, de una suerte de baratijas pornográficas. Desde luego, no le enseñarán las fotos a Julio ni le dirán que lo sabían desde hace tiempo. Siempre existirá «un amigo», es decir, otro agente como el mismo, Julio, que se le acerque y le pase el recado, pero como informaciones y sospechas combinadas de su obtención. Aliusha, otra hija de mártir, es una razón adicional. En realidad es la verdadera razón. Más importante que todos los Machín supervivientes juntos. Y fundamenta que todo quede dentro de los límites del más estricto control. Aliusha, la esposa de Julio Machín, una médico cubana destacada en Luanda, Angola (que es donde, en diciembre de 1987, Ochoa la atrapa, y le hace crujir los huesos y las empellas, entre sus garras), una gordita más bien repulsiva, se encarga, ella misma, de espetarle a todo el mundo, a la primera oportunidad, que es la hija del Che Guevara, aunque por lo regular se abstiene de referirse a la madre. La madre, que apenas ella menciona debido seguramente a que carece de toda fama internacional, se llama Aleida March, y es una tiposa y arrestada trigueña criolla procedente del Movimiento «26 de Julio» de Las Villas, en el centro de la isla, y que se empata con el Che a bordo de un viejo jeep Willys militar modelo MB en un pedregoso camino de Sierra del Escambray al final de la guerra contra Batista. Aliusha tiene esta orientación vital. Su especialidad, en los salones a los que se hace invitar o a los que entra dando codazos, es manifestar su parentesco con Che Guevara. El Che Guevara que era el jefe de Gustavo Machín en las sierras bolivianas, la última vez que el Che fue jefe de algo... y que Tabo Machín tuviera un jefe, al menos en este mundo. Tabo había entrado en La Paz, Bolivia, con un pasaporte falso ecuatoriano número 49836 a nombre de Alejandro Estrada Puig y se le quedó Alejandro como nombre de guerra. Orlando Pantoja Tamayo —«Olo» u «Olopantoja»— entró con otro pasaporte falso ecuatoriano, el número 49840. Estaba a nombre de Antonio León Velasco y se le quedó Antonio como nombre de guerra. Y como quiera que eran viejos compañeros de parrandas en La Habana, Tabo consideró oportuno solicitarle a Olo el favor de que, si a él, Tabo, le pasaba algo, y él, Olo, sobrevivía y lograba volver a Cuba, que velara si el Twin le estaba criando a los hijos tal y como había prometido. No tuvo una tercera oportunidad de solicitarle a otro «cúmbila» —amigo palo, socio del primer nivel— que vigilara si Olo cumplía su promesa de vigilar a Tony para que cumpliera la suya. En efecto, a Tabo no se le concedió ni la gracia de los moribundos que agonizan con cierta lentitud y tienen tiempo de dictar sus últimos edictos antes de retirarse de esta trampa de mierda en que lo meten a uno, la vida, ¿no?, ya que el comandante Machín —cuya principal acción de guerra en la lucha clandestina contra Batista, fue ametrallar desde un carro a toda velocidad una formación de indemnes policías del Servicio de Tránsito que saludaban la bandera frente a su estación del barrio chino de La Habana y llevarse a cinco de esos infelices de un solo rafagazo largo de Thompson—, y que los soldaditos bolivianos bajo el mando del entonces mayor Mario Salinas Vargas le dieron, en justicia histórica, del mismo caldo que es estar indemne cuando te acribillan a balazos, el 31 de agosto de 1967. Vado del Yeso. Ese solo nombre tenía que haberle despertado todas las sospechas. A todos. Empezando por «Vilo», que era el jefe del grupo y tenía la misión ordenada por el Che de completar la exploración y encontrarse con él. Vilo era el cubano Juan Vitalio Acuña, que se llamó «Joaquín» en la aventura de Bolivia. Pero Vilo no manda siquiera hacer un reconocimiento en la otra orilla del Masicuri, un par de hombres que pasaran primero y que les señalaran que no había emboscada y que el resto de la gente podía cruzar. Poco le queda por hacer a Tabo Machín después que se meta en el agua del Masicuri, al norte de su confluencia con el Río Grande, y que el agua comience a llegarle a la cintura y, elevando el fusil por encima de la cabeza, con los dos brazos, para protegerlo del torrente, trate de ganar la otra orilla y entonces creer que el rumor del agua se apaga y que ha visto un fogonazo. Lo próximo que ocurre y que tiene lugar 30 años después es que uno repasa las fotografías de esos ocho cadáveres de Vado del Yeso, por lo menos cinco de ellos apilados sobre bancos de madera de la parte vieja del hospital de Vallegrande, húmedos aún de las aguas, y aún indemnes, y con los labios superiores recogiéndose sobre las encías, y la ropa acartonada por las últimas emisiones de sudor que absorbieron y por una mugre terrosa y los coágulos de sangre y mientras uno sabe que ninguno de los bolivianos que abrió fuego tuvo la intención de vengar el atentado a los policías o acelerar el proceso de una estratagema de Fidel Castro para sacarse de arriba al argentino y a una porción de sus comandantes más belicosos. Ocho muertos y un prisionero y la famosa muchacha colocada por el KGB en la cola del Che herida y pidiendo clemencia «a grandes voces» pero rematada es la primera victoria del Ejército Boliviano contra el foco insurgente de los cubanos. Tamara Bunke Bider. Ése era el nombre de la muchacha reclutada por el KGB y que se llamaba Laura Gutiérrez Bauer de Martínez cuando actuaba de enlace en La Paz o «Tania» en la guerrilla. Enlace en La Paz, Bolivia, del Che —o del KGB— o de la DGI. El Che tiene que haberse vuelto loco con ella porque era lo más argentino que se podía localizar en La Habana hacia 1962 (y que no fuera la Embajada, que estaba a punto de cerrarse), después de tres años de Revolución; un tanto fuerte y no de carnes mórbidas o de curvaturas delineadas para detener el tránsito, ni apetecibles, más bien una moza del tipo Komsomol, de las que se destacaban en las acerías de los Urales o las grandes obras de choque soviéticas de posguerra, pero no quiere decirse que fuera masculina, que lo era un tanto, sino que su feminidad respondía a otras exigencias educacionales, y era sin discusión ninguna una de las piezas más exóticas que hubiesen aterrizado en Cuba por entonces, procedente de Alemania Oriental e hija de una fervorosa militante porteña y un alemán y enviada por la Juventud Libre Alemana a estudiar en la primera Facultad de Periodismo organizada por la Revolución en la Universidad de La Habana, donde nunca se despojó de su uniforme de campaña de las milicias ni de la pistola Makarov que llevaba a la cintura.60 Ernesto Guevara de la Serna, al que los cubanos llamaban «Che» y que se hacía denominar «Ramón» en la guerrilla boliviana, no podía dar crédito a la noticia de que la hubiesen barrido con la tercera parte de sus fuerzas en medio de un río y sin ningún aseguramiento combativo. Imperdonable en hombres de la veteranía de Vilo y de Tabo. Por su parte Olo tendría bastante pocas oportunidades de regresar a La Habana y complementar los encargos de los amigos. Se la zafaron en el mismo lugar y día que al Che. Escuelita de La Higuera. 9 de octubre de 1967. Y por cierto que, poco antes de que los tumbaran a los dos, y con el Che bajo los efectos, a la mitad o igual proporción, de un ataque de asma y otro de histeria, y después de apuñalar por el lomo, montado sobre ella, la mula que cabalgaba, el argentino puso pies en tierra y abofeteó a Olo, por alguna de sus habituales indisciplinas. Una nimiedad, seguro. Por una sola vez en su vida Olo Pantoja quiso no perder los estribos y mantener el control total de su compostura y de inmediato supo que no lograría ninguna de las dos conductas y que nadie puede ser sobrio cuando llora como un puñetero niño, por lo que se arregló un poco su sucia y apestosa camisa y, con los dos ojos que una vez fueron de acero y que le gustaba pensar que se congelaban en el vacío, miró al argentino y le dijo: «¿Por qué tú me maltratas a mí? Tú me haces esto por la única razón posible. La única que te lo permite. Porque soy cubano.» Llantos, histeria y mugre no suplieron a la Revolución Boliviana propugnada por Che Guevara de las suficientes condiciones objetivas y subjetivas que, según el marxismo, se requieren para echar a andar estos procesos, razón por la cual para el 10 de octubre de 1967, Bolivia era territorio libre de guerrilleros castrocomunistas. Pero —oh entuertos de la Historia magistralmente elaborados por Fidel— Cuba se llevaba la mejor parte del pastel de esa derrota, junto con la simpatía y las condolencias de casi toda la humanidad.61 Se habla, desde luego, de la existencia de asesores militares norteamericanos en la lucha antiguerrillera, pero la única cosa cierta es que las acciones fueron planeadas y ejecutadas por oficiales y soldados bolivianos con pertrechos nada sofisticados. Fue un ejército humilde y sin grandes pedestales el que derrotó a la guerrilla liderada por un mito político. Eligió Bolivia pero antes pensó en Venezuela pero Douglas Bravo, un comandante venezolano, no aceptó cederle el mando a un cubanoargentino; de cualquier modo, la guerrilla se estaba derrumbando, como lo reconoció otro comandante venezolano, Teodoro Petkoff.62 Allá Occidente, pues, con sus complejos de culpa. Y en lo que respecta a Tony y su promesa a Tabo, el Twin no se vio obligado a dedicarles mucho tiempo a ninguno de sus hijos, ni a Tabito ni a Julio porque el mejor amigo de Tabo Machín y compañero suyo en el atentado a los policías del Tránsito, el comandante Raúl Díaz Argüelles, se divorció de Mariana Ramírez Corría, una bonita (entonces) y trigueña aspirante a locutora o actriz de televisión y Raúl Díaz Argüelles, que unos 6 años después se convierte en el artífice de las victorias iniciales de Cuba en Angola, se casó con la viuda de Tabo, una muchacha llamada Chiqui Gómez, madre por supuesto de Tabito y de Julio. Es así como los dos muchachos de Tabo crecieron, a la sombra benevolente del antiguo compañero de su padre de ametrallamientos de policías del tránsito indemnes, amén de recibir todos los cuidados y las atenciones que en aquellos años la Revolución Cubana brindaba a los hijos de sus mártires. Nada en la personalidad de Raúl Díaz Argüelles le permitía a los muchachos detectar al asesino despiadado que, desde el bando de los revolucionarios, había asolado La Habana de los años cincuenta, hasta que un día Tabito quiso tentar su suerte de niño finalmente huérfano y desvalido y, al hombre que lo alimentaba y que lo vestía y que lo curaba y con el que jugaba, se atrevió a llamarlo Papá. Díaz Argüelles no perdió la compostura. Pero miró al muchacho con los correspondientes ojos de acero congelado. «Tu padre se llama Gustavo Machín», le dijo. «Y le decían Tabo Machín. ¿Tú sabes eso? Tabo Machín en La Habana. Así era como le decían.
Y era el tipo más encojonado que yo conocí en mi vida. ¿Tú no sabes eso? ¿Tampoco lo sabes? Pues no se te ocurra más nunca, teniendo un padre como el que tú tuviste, llamar Papá al primer pendejo que te encuentres. ¿Tú me estás oyendo? Que no vuelva a ocurrir eso, Tabito.» La oportunidad de contribuir a la educación de Tabito y Julio le llegó a Tony a fines de 1975 cuando el transportador blindado BTR-152 de Díaz Argüelles, que era jefe de las primeras tropas internacionalistas que llegaban a Angola, cruzó sobre un campo minado por la fuerza propia y una esquirla le llevó de cuajo una pierna y le cortó la vena femoral. Mañanita no se convirtió por segunda vez en viuda de un combatiente internacionalista cubano pero sus tres hijas —Natasha, Virginia y Cecilia— con Díaz Argüelles sí conocieron el sacerdocio de ser descendientes directas del oficial cubano de más alta graduación caído en suelo extranjero (un sacerdocio que implica ser aplaudidas brevemente en cuanto acto de reafirmación patriótica, de tan abominables como interminables discursos e imposición de medallas y juras de banderas, se les ocurra inventar en el Partido o la Dirección Política del Ejército) mientras que los dos muchachos de Tabo con Chiqui Gómez —que sí acababa de alcanzar la situación del doble enviudamiento de mártir internacionalista—, conocieron de nuevo la misma orfandad, mientras que una de las hijas de Díaz Argüelles con Mariana, dentro de muy poco una hermosa jovencita, Natasha, tendrá la posibilidad en unos 14 años de mostrar del temple de los Díaz Argüelles de que ella está hecha. No me la pierdan de vista. Se va a casar con José Abrantes, que para entonces va a estar en una situación lamentable, jodida, y a quien le va a parir una hija. Pero eso es la historia que tiene lugar en el futuro. Por lo pronto lo que estamos barajando es que, rescatado por Tony del Instituto de Relaciones Económicas Internacionales (en la que se le acusa de conducta homosexual) y puesto por el propio Tony al frente de la oficina comercial de MC en Panamá, Tabito pronto va a considerar que la mejor fórmula de agradecimiento para con el viejo compañero de su padre es servírselo a sus adversarios de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, encabezados por el general Furry, y bajo un alud de informes sobre todas las operaciones panameñas de Tony. Julio, destacado en Angola, ha venido haciendo lo mismo en relación con Patricio.
—Bueno, mellizos —dice Furry, con su copa en la mano—. Ustedes me dirán en qué los puedo servir.
Furry sabe que le van a hablar de los negocios de Angola y que tratarán de obtener toda la información posible sobre su situación personal. Pero Furry les va a dar todo el cordel que sea necesario, puesto que ésas son las órdenes recibidas de Raúl.
Con uniforme de servicio de mangas largas y sus imponentes y quizá un tanto exageradas charreteras con sus nuevos grados de general de Cuerpo de Ejército, Furry disfruta de su vino y se dispone a escuchar la plática de cualquiera de los mellizos —como él les llama.
Un Abelardo Colomé Ibarra que era un hombre apuesto —e incluso carismático— y con el que se podían utilizar pequeñas bromas y acercársele como un amigo, hace años que ya no existe. Las luchas de rapiña por el ilusorio poder que se pueda obtener bajo Fidel Castro, le mermaron carne y lo encorvaron y le alargaron la quijada, y desde junio de 1989, cuando se le designe para el cargo, va a ser un Ministro del Interior apagado pero con ataques de priapismo y obstinado en recordar que pasó la mitad de su infancia en el techo de un excusado.
Ahora no. Ahora está degustando un Rioja y espera que uno de los dos mellizos se decida a hablar.