60 Tamara Bunke y el autor fueron condiscípulos de esa Facultad. Para el autor, fue el primero de tres intentos por tener un grado universitario. Y si algo debemos reconocerle y darle por ello un par de palmadas en la espalda, es por haber abandonado y dirigirse a aprender periodismo en el mejor lugar posible de una Revolución: donde quiera que se anunciaba (o intuyera, aun mejor) una batalla. Y en ese breve tiempo de estudios a regañadientes, él fue uno de los mejores amigos de Tamara Bunke, al menos en esa aula. Ella llegaba a la Escuela en una moto Berlín, de la que evidentemente había sido provista por el KGB, para darle movilidad dentro del país. Era una época de mucho trasiego y libertad de movimientos para los espías soviéticos en La Habana, aunque eso mermó considerablemente a partir de la crisis de los misiles de octubre de 1962. Una vez, con orgullo infantil, ella me dijo que «la habían preparado desde pequeña para cumplir tareas»; y que había crecido en Argentina. Con el paso de los años, claro, uno relaciona todas las cosas. Su pasión juvenil (al menos su pasión juvenil manifiesta) eran las motos, y correrlas en las nieves de estrechas callejuelas alemanas y hacerlas resbalar y proyectarse a alta velocidad sobre acolchonados túmulos de nieve. Una vez me dijo que eso —y la falta de crudeza del invierno cubano— era lo único que extrañaba de sus estancias en la erre-de-a, que era la forma en que ya solíamos llamar a la República Democrática Alemana. Por otra parte, es poco conocido —hasta hoy— que Tamara había sido asimilada por una de las sociedades más consolidadas del ritual lésbico del país, de Cuba, que es el de las grandes señoronas del periodismo y que tuvo relaciones con dos de estas agresivas compañeras, Mirta Rodríguez Calderón y Angela Soto (que también fueron condiscípulas del autor en aquella Facultad universitaria). Fue precisamente Angela Soto, una bonita, talentosa y delicada mulata, la que introdujo a Tamara en su círculo. No por gusto, tres años después de Vado del Yeso, y con la muerte, emergieron las viejas amigas a la luz pública vinculando su nombre muy discretamente al de Tamara. Al menos emergió Mirta Rodríguez Calderón. Es la coautora —con Marta Rojas, también poderosa señora— de una especie de fotonovela socialista, Tania, la guerrillera inolvidable (Instituto del Libro, La Habana, 1970), que un viejo comunista, ya conocido por nosotros, Raúl Valdés-Vivó, dio en llamar —quizá debido a una impertérrita formación marxista que le impedía aceptar que, incluso para renovarles, los nuevos aires batieran, y que circularan en, los preceptos de la lucha de clases— Tania la lesbiana, como el remedo de una de las tiras gráficas de Crepax o de la serie DEATH. Por último, la otra coautora de Tania, la guerrillera inolvidable, Marta Rojas, era la más reputada de las lesbianas que se identificaban en La Habana de los sesenta, y la de mayor consolidación afectiva reconocida con los círculos cercanos a Fidel Castro en la misma época y hasta entrados los setenta y a la que se le suministraba un caudal interminable e inagotable de material informativo sobre un mismo y único cuento, que era la acción del asalto al cuartel Moncada comandada por Fidel Castro el 26 de julio de 1953, tema del que ella misma se consideraba su cronista oficial (\¿?\).<<