Epílogo

Estaba a punto de acostarme cuando oí barullo en el vestíbulo.

Habían pasado dos semanas desde mi encuentro con Luke y todavía seguía esperando que desapareciera el dolor. No era fácil ser una persona madura. Pero mi sufrimiento me proporcionaba también un pequeño consuelo. Seguro que me haría más fuerte.

A veces lo creía.

Durante dos segundos al día, quizá.

El resto del tiempo me lo pasaba llorando, convencida de que jamás olvidaría a Luke. Mientras limpiaba los cuartos de baño, ponía las mesas y pasaba el aspirador por la escalera de Il Pensione no dejaban de resbalar lágrimas por mis mejillas. A nadie le importaba. Los propietarios del hotel eran italianos y estaban acostumbrados a expresar abiertamente sus emociones.

Cuando oí los gritos en el vestíbulo de la residencia estaba llorando como una Magdalena, y dispensándome a mí misma de la obligación de desmaquillarme como es debido.

Como en la residencia nunca había alborotos, bajé a echar un vistazo. El ruido procedía de la planta baja. Me asomé a la barandilla y vi que había un jaleo impresionante en el vestíbulo. Brad estaba forcejeando con alguien.

Y resultó que ese alguien era Luke. Me quedé de una pieza.

- Aquí no pueden entrar hombres -gritaba Brad-. ¡Está prohibido!

- Sólo quiero hablar con Rachel Walsh -protestaba Luke-. No quiero hacerle daño a nadie.

Yo sabía que aquello no podía ser una visita fortuita. Estaba convencida de ello.

Nuestro último encuentro había sido demasiado definitivo.

Entonces Luke levantó la cabeza y me vio.

- ¡Rachel! -gritó haciendo un esfuerzo para mirarme, porque Brad le estaba haciendo una llave de cabeza-. ¡Te quiero! -Brad lo soltó de golpe, seguramente porque le repugnaron aquellas palabras. Luke se tambaleó y cayó al suelo.

Yo no daba crédito a mis oídos, pero le creí. Al fin y al cabo, yo lo quería a él.

- ¡Repítelo! -le grité con voz temblorosa mientras Luke se ponía en pie.

- ¡Te quiero! -bramó, y extendió los brazos, suplicante-. Eres preciosa y encantadora, y no puedo dejar de pensar en ti.

- Yo también te quiero -dije.

- Ya buscaremos una solución. Volveré a Irlanda y buscaré trabajo allí. Vivimos momentos muy felices, y ahora podemos serlo aún más.

Todas las otras chicas habían salido de sus habitaciones, algunas en camisón.

- ¡Bravo, Rachel! -gritó una de ellas.

- Si a ti no te interesa -dijo Wanda, la tejana-, dímelo, que me lo quedo yo.

- Te quiero -repitió Luke, y empezó a subir la escalera. Hubo vítores y aplausos, y un par de chillidos de histeria.

- Yo también te quiero -murmuré, plantada delante de mi habitación, paralizada, viendo cómo él se acercaba.

Luke empezó a andar por el rellano. A su paso, las chicas se escondían en sus habitaciones y luego volvían a asomar la cabeza para contemplar su trasero.

- Rachel -dijo cuando finalmente llegó a mi lado.

Vi que hincaba una rodilla en el suelo, y me quedé de piedra. Las chicas estaban alborotadísimas. Luke me cogió una mano y, mirándome a los ojos, dijo:

- Imagino que si te propongo echar un polvo me enviarás a paseo, ¿no?