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A raíz de las sorprendentes revelaciones de Misty, toda la atención que me habían prestado durante la semana desapareció de repente. Los abusos sexuales de que había sido víctima Misty constituían un tema espectacular que ocupó las dos sesiones del viernes y muchas de las de la semana siguiente. Ahora todo el mundo le prestaba atención a Misty, y ella lloraba y rabiaba, gritaba y berreaba.

Yo tenía cierta sensación de anticlímax, y me daba la impresión de que la vida en The Cloisters continuaba igual que antes de la apocalíptica visita de Luke y Brigit. Cierto, ahora yo soñaba constantemente que los mataba a los dos. Pero seguía asistiendo a las sesiones de terapia de grupo, comiendo a la hora de comer, discutiendo y jugando con los otros internos. El jueves por la noche fui a la reunión de Narcóticos Anónimos, el sábado por la mañana a la clase de cocina, y el sábado por la noche participé en los juegos después de la cena. Pero sobre todo vigilaba atentamente a Chris. Su actitud evasiva me producía una gran frustración, pues aunque casi siempre se mostraba simpático conmigo, sólo lo hacía hasta cierto punto. Yo había imaginado que llegaría el momento en que me acorralaría para darme un achuchón, pero ese momento no llegaba nunca. En realidad, lo que más me preocupaba era que también estaba muy simpático con Misty.

Pese a aquella actitud escurridiza, Chris escuchaba con paciencia cuando me ponía a gritar como una histérica acusando a Luke y a Brigit de ser unos mentirosos de mierda. Es más, todos los internos me escuchaban, aunque a veces yo creía que se limitaban a seguirme la corriente. No me quitaba de la cabeza el día que Neil se enfureció con Emer. Llamó de todo a su esposa, y después todos le dieron palmaditas de ánimo en la espalda y le dieron la razón.

Chaquie fue la que evitó que me volviera loca. Me hacía compañía cuando yo no podía dormir de lo furiosa que estaba. Afortunadamente, se le había pasado el malhumor. Era una gran suerte, porque en aquel dormitorio tan pequeño no había sitio para dos mujeres furiosas.

Estaba mucho más enfadada con Luke que con Brigit. Pero también estaba desconcertada. Cuando vivíamos en Nueva York, Luke siempre era muy tierno y cariñoso conmigo, y no me acostumbraba a aquel cambio. El contraste era demasiado para mí.

Con una sensación agridulce, recordaba a Luke en el cenit de su encanto, en el mes de noviembre, cuando tuve la gripe. No conseguía apartar aquel recuerdo de mi mente. Lo rescataba constantemente de mi memoria, lo desenvolvía como si se tratara de una reliquia de familia y lo estrechaba contra mi pecho.

Brigit iba a estar fuera toda la semana. Había ido a hacer un cursillo a Nueva Jersey para aprender a mandar a la gente con eficacia. En cuanto Brigit se marchó, llegó Luke con una manopla y calzoncillos para toda la semana, naturalmente. ¿Qué gracia tenía disponer de un apartamento vacío si no aprovechabas al máximo la posibilidad de follar en todas las habitaciones sin miedo a que te interrumpieran?

Fue fabuloso. Casi como estar casados, sólo que yo todavía podía respirar. Nos encontrábamos en casa cada noche, preparábamos la cena, nos dábamos largos y sensuales baños juntos, follábamos en el suelo de la cocina, en el suelo del cuarto de baño, en el suelo del salón, en el suelo del pasillo y en el suelo del dormitorio. Por la mañana nos marchábamos juntos cogíamos el mismo tren para ir al trabajo. Él siempre tenía preparada una ficha de metro para mí. Él se apeaba antes que yo; me besaba delante de todo el mundo y se despedía de mí diciendo: «Nos vemos esta noche. Hoy me toca a mí preparar la cena.» La felicidad doméstica.

El miércoles me sentí un poco mal durante todo el día. Pero como estaba acostumbrada a sentirme mal en el trabajo, no hice mucho caso. Sin embargo, cuando salí de la estación de metro empecé a preocuparme. Tenía escalofríos, me dolía todo y estaba como atontada.

Subí la escalera de mi casa y las piernas se me quedaron agarrotadas. Luke, que me esperaba en el rellano con la puerta abierta, sonrió de oreja a oreja y dijo:

- ¡Hola, cariño! ¡Bienvenida a casa! -Me hizo entrar a toda prisa en el apartamento y añadió-: He encargado la cena, y llegará de un momento a otro. Como no sabía si preferirías batido de chocolate o de fresa, te he comprado los dos. Y ahora, tienes que quitarte esa ropa enseguida. ¡Estás empapada!

Luke solía decirme aquello, aunque mi ropa estaba completamente seca, por supuesto.

- Deprisa -dijo mientras empezaba a desabrocharme la gabardina de Diana Rigg-. ¡Estás calada hasta los huesos!

- No, Luke -protesté con un hilo de voz. Creí que me iba a desmayar.

- No quiero oír ni una sola queja, jovencita -insistió él, desabrochándome la cremallera de la chaqueta.

- Luke, me encuentro un poco…

- Rachel Walsh, si no te quitas la ropa ahora mismo, vas a pillar una neumonía. -Ya había llegado al sujetador-. ¡Estás hecha una sopa! -añadió, y me lo desabrochó con destreza.

Normalmente, llegados a ese punto yo ya estaba bastante excitada, y empezaba a quitarle la ropa a él. Pero aquel día no.

- Y ahora, la falda -dijo, y buscó el botón en la cintura-. Dios mío, está empapada. Debe de estar diluviando.

Debió de notar que yo no estaba reaccionando con el entusiasmo habitual, porque vaciló un momento y se detuvo.

- ¿Estás bien, cariño? -me preguntó.

- Me encuentro un poco mal -logré decir al fin.

- ¿Qué te pasa?

- Creo que estoy enferma.

Me puso la mano en la frente y casi me mareé de placer al notar el frío de su mano.

- ¡Dios mío! -exclamó-. Pero si estás ardiendo. Cuánto lo siento, cariño -añadió, muy compungido-. Y yo quitándote la ropa… -Me hizo poner otra vez la chaqueta y me ordenó-: Acércate a la chimenea.

- Pero si no tenemos chimenea.

- Yo te conseguiré una. Te lo prometo.

- Creo que me voy a la cama -dije. Me pareció que mi voz sonaba muy lejana.

El rostro de Luke se iluminó momentáneamente.-¡Estupendo!

Pero luego comprendió a qué me refería.

- Ah, ya. Sí, cariño, claro.

Me quité el resto de la ropa y la dejé en el suelo. Aunque para que hiciera eso no hacía falta que tuviera la gripe. Luego me deslicé entre las frías sábanas. Sentí un breve pero intenso placer. Debí de quedarme dormida, porque cuando abrí los ojos vi a Luke de pie, inclinado sobre mí con un surtido de batidos.

- ¿Chocolate o fresa? -me preguntó.

Negué con la cabeza.

- Lo sabía -dijo él, y se golpeó la frente con la mano-. ¡Lo tenía que haber pedido de vainilla!

- No -balbucí-. No es eso. Es que no tengo hambre. No quiero nada, de verdad. Creo que me estoy muriendo -añadí, y esbocé una sonrisa.

- No digas eso, Rachel -me reprendió con gesto angustiado-. No lo digas ni en broma. -Y agregó-: ¿Te importa que salga un momento?

Debí de poner muy mala cara, porque Luke se apresuró a explicarme:

- Sólo para ir a la farmacia. A comprarte medicamentos.

Volvió al cabo de media hora con una bolsa enorme. Me había comprado de todo: un termómetro, revistas, chocolate, jarabe para la tos…

- Pero si no tengo tos.

- Pero puede que la tengas más adelante -se justificó Luke-. Es mejor estar preparado. Ahora vamos a ver si tienes fiebre.

»¡Treinta y ocho y medio! -gritó, alarmado. Me tapó con el edredón y empezó a arroparme hasta que quedé metida en una especie de capullo-. La dependienta de la farmacia me ha dicho que te abrigues -murmuró. A medianoche me había subido la temperatura a cuarenta, de modo que Luke llamó a un médico. Llamar a un médico en Manhattan para que te visite en tu casa cuesta más o menos lo mismo que comprarse un piso con tres cuartos de baño. Luke debía de estar muy enamorado de mí.

El médico estuvo tres minutos, me diagnosticó la gripe («Gripe de verdad, no un simple resfriado»), dijo que no podía recetarme nada, dejó a Luke sin un céntimo y se marchó.

Pasé tres días malísimos. Deliraba, no sabía dónde estaba ni qué día era. Me dolía todo, sudaba, temblaba y me sentía demasiado débil para incorporarme sin ayuda cuando tenía que tomarme el Gatorade que Luke me obligaba a tomar.

- Inténtalo, cariño -me animaba-. Tienes que hidratarte.

Luke no fue a trabajar el jueves ni el viernes para poder ocuparse de mí. Cada vez que me despertaba, él estaba cerca. O sentado en una silla en mi dormitorio, observándome. A veces estaba en la habitación de al lado, hablando por teléfono con sus amigos. «Gripe de verdad -le oía decir-. No un simple resfriado. No, el médico no ha podido recetarle nada.»

El sábado por la noche, como ya me encontraba un poco mejor, Luke me envolvió con el edredón y me llevó en brazos al salón. Una vez allí, me tumbó en el sofá. Intenté mirar la televisión durante unos diez minutos, pero no aguanté más. Nunca me habían mimado tanto.

Y ahora, mira. Nos habíamos convertido en enemigos. ¿Qué nos había pasado?

El domingo vinieron a verme varios miembros de mi familia. Recibí a mis padres con los ojos entrecerrados. Venían cargados de dulces para mí. Los muy cerdos quieren comprarme con chocolate, pensé. Conque soy tonta, ¿no? Conque soy demasiado alta, ¿eh?

Por lo visto mis padres no repararon en los desagradables mensajes telepáticos que yo les mandaba. Al fin y al cabo, nuestras conversaciones solían ser forzadas y poco naturales, y la de aquel día no fue una excepción.

Helen había decidido visitarme otra vez. Yo desconfiaba de sus motivos para hacerlo, y no les quité los ojos de encima a ella y a Chris, por si se miraban demasiado. Aunque Chris había sido muy atento conmigo después de aquella noche que lo pesqué consolando a Misty, yo siempre me sentía insegura cuando él estaba cerca.

Pero la invitada especial de aquel día era… ¡Anna! Me llevé una gran alegría al verla. No sólo porque era muy simpática, sino porque seguro que me había traído las drogas que yo tanto deseaba.

Nos abrazamos; luego ella se pisó la falda y tropezó. Anna se parecía mucho a Helen; era menuda, tenía los ojos verdes y el pelo largo y negro, pero no tenía la seguridad en sí misma que tenía Helen. Siempre tropezaba y se daba contra todo lo que encontraba. Quizá la gran cantidad de drogas blandas que consumía habitualmente tuviera algo que ver con aquella torpeza.

Helen estaba muy contenta, e hizo reír a todo el mundo contando la historia de todo un grupo de empleados administrativos que no habían podido ir a trabajar al día siguiente tras una visita al Club Mexxx. Supuestamente porque se habían intoxicado con la comida.

- Han amenazado con demandarnos -dijo alegremente-. Y espero que al negrero de mi jefe le caiga un buen puro. Porque todos sabemos -agregó- que aquellos empleados administrativos lo que tenían era una resaca de cine. ¿Cómo se les ocurre decir que se han intoxicado con la comida? Esa excusa está más que trillada. Anna siempre la utiliza. Yo también la habría utilizado, pero como hasta ahora nunca había tenido trabajo…

Finalmente conseguí hablar con Anna a solas.

- ¿Qué me has traído? ¿Perica? -le pregunté en voz baja.

- No -susurró ella, y se ruborizó.

- Pues ¿qué?

- Nada.

- ¿Cómo que nada? -dije, estupefacta-. ¿Por qué?

- Porque lo he dejado -me contestó ella esquivando mi mirada.

- ¿Qué es lo que has dejado?

- Pues… las drogas.

- Pero ¿por qué? -pregunté-. ¿Acaso estamos en Cuaresma?

- No lo sé. Puede que sí. Pero no es por eso.

- Entonces ¿por qué? -No entendía nada.

- Porque… no quiero acabar como tú -reconoció mi hermana-. Bueno, quiero decir… ¡en un sitio como éste! -rectificó-. Eso es. No quiero acabar en un sitio como éste.

Me quedé hecha polvo. Destrozada. Ni siquiera Luke me había hecho tanto daño. Intenté controlarme para que Anna no se diera cuenta del dolor que sentía, pero estaba destrozada.

- Lo siento -dijo Anna, muy consternada-. No quiero comerte el coco, pero cuando estuviste a punto de morir, me llevé un susto de miedo…

- No pasa nada -dije secamente.

- Por favor, Rachel -replicó intentando cogerme la mano para que no me marchara-. No me odies, por favor. Lo único que intento explicarte…

La dejé con la palabra en la boca, y, temblando como una hoja, fui al cuarto de baño a tranquilizarme. ¡Era increíble! Anna, mi hermana Anna, se me había vuelto contra mí. Anna creía que yo tenía un problema. Anna, la única persona con la que siempre podía compararme y decir: «Bueno, al menos no soy tan desastre como ella.»