57

Después de la visita de Luke y Brigit, mi mundo tardó dos semanas en derrumbarse.

Durante ese tiempo hubo un par de sacudidas de aviso, un par de mensajes sísmicos para advertirme del inminente trastorno.

Pero yo no supe interpretar aquellas señales, y no vi que se acercaba un enorme terremoto.

De todos modos, el terremoto se produjo.

Lo que Francie me había dicho acerca de la cantidad de chicos jóvenes que había en NA hizo que enfocara la reunión del jueves por la noche con más interés que antes. Por si las cosas entre Chris y yo no salían bien, sería bueno saber dónde podía encontrar una reserva de hombres, y cuál era el protocolo correcto allí.

Fuimos para allá: Chris, Neil, Francie, yo y un par más. Aquella noche Francie llevaba un sombrero de paja y un vestido largo floreado, abrochado por delante; el vestido le apretaba tanto que entre los botones se le veían, por una parte, el pecho lleno de granos y, por otra, los muslos celulíticos. A pesar de que Francie sólo llevaba un día en The Cloisters, yo ya la había visto con unos veinte modelos diferentes. A la hora del desayuno llevaba un chaleco de piel y unos vaqueros ceñidísimos metidos dentro de unas espantosas botas de tacón de aguja. En la sesión de la mañana apareció con un chándal naranja estilo años ochenta, con unas hombreras que le hacían parecer un jugador de fútbol americano. A la sesión de la tarde se presentó con una minifalda de PVC y un top sin espalda de piel de borrego de color rosa. Las prendas eran muy diferentes, pero todas tenían en común algunas características: eran baratas, poco adecuadas y no le favorecían nada.

- Tengo montañas de ropa -me dijo vanagloriándose.

Sí, pero ¿qué gracia tiene, si toda es así de asquerosa?, me habría gustado replicar.

Empezamos a subir la escalera que conducía a la Biblioteca, muy animados (mucho más de lo que habría sido normal, teniendo en cuenta adónde íbamos).

Pese a las fabulosas promesas de Francie, la persona que habían enviado de NA no era un hombre. Era Nola, la hermosa rubia con acento de Cork (a la que yo había tomado por una actriz) que había dirigido mi primera reunión.

- Hola, Rachel. -Me deslumbró con su sonrisa-. ¿Cómo estás?

- Muy bien -respondí, sorprendida de que recordara mi nombre-. ¿Y tú? -Quería seguir hablando, porque me sentía misteriosamente atraída por ella.

- Muy bien, gracias -contestó Nola, y esbozó otra sonrisa que me enterneció.

- No te preocupes -murmuró Francie-. Las reuniones del mundo real están llenas de tíos.

- Lo siento -se disculpó Nola cuando todos hubimos tomado asiento-. Sé que algunos de vosotros ya habéis oído mi historia, pero la mujer que tenía que venir esta noche sufrió una recaída el jueves y murió.

Me quedé muy impresionada, y miré alrededor, nerviosa, en busca de consuelo. Neil me miró, preocupado. «¿Te encuentras bien?», me preguntó en voz baja, y vi que, curiosamente, ya no parecía enfadado. Y no sólo eso, sino que además yo ya no lo odiaba. Asentí con la cabeza, agradecida, y me calmé un poco.

A continuación Nola empezó a hablarnos de su adicción. Tres semanas atrás, cuando le oí contar la misma historia, yo estaba convencida de que Nola estaba leyendo un guión. No me creí lo que dijo, sencillamente. Aquella chica era demasiado guapa y demasiado perfecta para haber hecho alguna vez algo disparatado. Pero esta vez fue diferente. Sus palabras sonaban completamente sinceras, y yo quedé fascinada con la historia de su vida. Nola nunca se había considerado buena para nada, y había empezado a tomar heroína porque le gustaba cómo le hacía sentir la droga; decía que la heroína había sido su mejor amiga, y que había preferido drogarse que estar con cualquier ser humano.

Yo la escuchaba atentamente.

- … hasta que al final mi vida giraba exclusivamente alrededor de la heroína -explicó-. Tenía que conseguir dinero para comprarla, salir a buscarla, pensar cuándo podría inyectarme la próxima dosis, esconderme de mi novio, mentir sobre mi adicción. Resultaba agotador, y sin embargo la droga y todo lo que comportaba me llenaba tanto la vida que aquella obsesión me parecía completamente normal…

La grave expresión de su hermoso rostro, la hipnotizante sinceridad de sus palabras, transmitían a la perfección la rutina que había regido su vida, el infierno de ser esclavo de una fuerza superior a uno mismo. De pronto tuve la primera, aunque pequeña, conmoción, y pensé: Yo era igual.

Rechacé aquel pensamiento. Pero la idea volvió a asaltarme y zarandearme. Yo era igual.

Hice un esfuerzo y me dije que ni hablar.

Pero una voz más potente me lo repitió. Y mis mecanismos de defensa, debilitados por más de un mes de bombardeos continuos, y arrullados por las palabras de Nola, empezaron a fallar.

Me di cuenta de que, había chocado de frente con ciertas realidades nada agradables. De pronto reconocí que pensaba constantemente en la cocaína, los Valiums, el speed y los somníferos; en cómo ingeniármelas para conseguir dinero para comprarlos, en buscar a Wayne o a Digby para que me suministraran lo que fuera, en encontrar tiempo para drogarme, y en mantenerlo en secreto. Tenía que ocultarles mis compras a Brigit y a Luke, disimular que estaba colocada en el trabajo, y apañármelas para trabajar cuando tenía la cabeza en otro sitio.

Recordé, horrorizada, lo que Luke había dicho en el cuestionario. ¿Qué era exactamente? «Si es una droga, seguro que Rachel la ha probado. Seguro que ha tomado drogas que ni siquiera se han inventado todavía.» Me puse furiosa, como cada vez que pensaba en él y en lo que me había hecho. No quería que fueran verdad ninguna de las cosas que Luke había dicho sobre mí.

Estaba rabiosa y asustada. Casi presa del pánico. Y cuando Nola dijo: «¿Te encuentras bien, Rachel? Te veo un poco…», sentí un inmenso alivio al responder:

- Yo era igual. Siempre pensaba en lo mismo. No soy feliz -añadí con un tono un tanto histérico-. No soy nada feliz. No quiero ser así.

Noté que los demás me miraban, y deseé que no estuvieran allí. Sobre todo Chris. No quería que él fuera testigo de mi debilidad, pero por otra parte, estaba demasiado asustada para ocultarla. Miré con gesto suplicante a Nola, deseando queme dijera que todo se iba a arreglar.

Y Nola lo intentó.

- Mírame a mí -dijo sonriéndome-. Ahora ya no pienso en las drogas. Me he liberado de todo aquello. Y mírate a ti -agregó-. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? ¿Cuatro semanas? En todo este tiempo no has tomado nada.

Era verdad. De hecho, hacía mucho tiempo que ni siquiera me acordaba de las drogas. Sí., a veces pensaba en ellas. Pero no constantemente, como antes de entrar en el centro.

Entonces tuve una breve visión de la libertad, una visión fugaz de una vida diferente; pero luego volví a sumirme en el miedo y la confusión.

Antes de marcharse, Nola arrancó una hoja de su agenda y anotó algo.

- Mi número de teléfono -dijo, y me la dio-. Llámame cuando salgas, si tienes ganas de hablar con alguien.

Yo también le di mi número de teléfono, pues me pareció que era lo correcto. Luego fui al comedor. Eddie había esparcido el contenido de una bolsa de gominolas en la mesa.

- Lo sabía -gritó, sobresaltándome-. Lo sabía.

- ¿Qué te pasa? -preguntó alguien.

Yo les oía, pero no prestaba demasiada atención. Que Luke no tenga razón, pensé.

- Que hay más gominolas amarillas que de ningún otro color -dijo Eddie-. Y negras hay poquísimas. ¡Mira! Dos negras. Cinco rojas. Cinco verdes. Ocho naranjas. Y ocho… nueve… diez… ¡doce! ¡Doce gominolas amarillas! No hay derecho. Todo el mundo las compra por las negras, y nos encajan las amarillas, que son asquerosas.

- A mí me gustan las amarillas -dijo alguien.

- ¡Qué guarro! -le contestó otro.

Hubo una acalorada discusión sobre las gominolas amarillas, pero a mí no me interesaba. Estaba demasiado ocupada intentando evaluar los daños causados de mi vida. Me preguntaba qué iba a hacer si tenía que dejar de tomar drogas durante un tiempo. Sólo era una hipótesis, desde luego, pero ¿cómo lo haría? Me aburriría como una ostra, eso seguro. Aunque tenía que admitir que últimamente tampoco me había divertido mucho. Pero sin drogas la vida se convertiría en algo insoportablemente tedioso.

Siempre podía reducir mi consumo, pensé aferrándome desesperadamente a mi adicción. Pero eso ya lo había intentado en otras ocasiones y nunca había funcionado. Ahora me daba cuenta de que no había sido capaz de controlarme, y sentí miedo. En cuanto empezaba, no podía parar.

Estalló otra discusión entre los internos, porque Stalin sabía todas las respuestas a las preguntas del Trivial Pursuit nuevo. Vincent estaba perplejo.

- ¿Cómo lo haces? -se lamentaba una y otra vez-. ¿Cómo lo haces?

- No lo sé -contestó Stalin encogiéndose de hombros-. Será porque leo el periódico.

- Pero si… -Vincent estaba desesperado. No llegó a decirlo, pero era evidente que pensaba: Pero si eres de clase obrera; ¿cómo puede ser que sepas cuál es la capital de Uzbekistán? Vincent había cambiado, y ya no hacía aquellos comentarios.

Aquella noche, irme a la cama fue como una bendición, porque así podría liberarme temporalmente de mi agitado y conmocionado cerebro. Pero me desperté, sobresaltada, de madrugada, pues se había producido otro brusco corrimiento en las placas de mi psique. Esta vez era un recuerdo espantoso de cuando Brigit me sorprendió robándole veinte dólares del bolso. Estaba robando, pensé, tumbada en la cama. Robar era vergonzoso. Sin embargo, cuando lo hice no me pareció tan grave. No me lo pensé dos veces. A Brigit la habían ascendido, me dije; ella tenía dinero. Ahora no podía creer que hubiera pensado de ese modo.

Y entonces, por suerte, volví a encontrarme bien.

El sábado por la mañana, antes de la clase de cocina, cuando Chris me rodeó los hombros con el brazo y me susurró: «¿Cómo te encuentras?», le sonreí y dije: «Mucho mejor.»

Seguía sin poder dormir pensando en cómo me vengaría de Luke, pero ahora el futuro se presentaba más alegre. Ya no me parecía que fuera a convertirse en zona siniestrada.

Volví a disfrutar con las cosas que me habían hecho feliz desde mi llegada a The Cloisters. Es decir, con las peleas. El lunes por la noche hubo una riña maravillosa entre Chaquie y Eddie sobre los caramelos de frutas. Los negros.

- Te he dicho que podías coger uno, pero eso no quiere decir que puedas coger uno negro -le gritó Eddie a Chaquie.

Chaquie estaba muy disgustada.

- Lo siento, ahora ya no puedo hacer nada.

Sacó la lengua para enseñarle lo que quedaba del caramelo.

- ¿Lo quieres? -le preguntó acercándose a Eddie con el caramelo en la lengua-. Di, ¿lo quieres?

Algunos internos gritaron:

- ¡Así me gusta, Chaquie! ¡Métele el caramelo en un sitio que yo sé!

- Ostras -dijo Barry el niño con admiración-. Esa Chaquie empieza a caerme bien.