56
Pasaron los días.
La gente iba y venía. Clarence y Frederick se marcharon. También la pobre y catatónica Nancy, el ama de casa adicta a los tranquilizantes. Hasta su último día de estancia en el centro, los internos le acercaban de vez en cuando un espejo a la boca para comprobar si seguía respirando. Y bromeábamos diciendo que le íbamos a regalar un kit de supervivencia para cuando regresara al mundo exterior. Consistiría en un Walkman y una cinta con estas palabras grabadas una y otra vez: «Inspira, expira, inspira, expira, inspira, expira…» Yo suponía que Nancy no iba a aparecer nunca en el folleto publicitario de The Cloisters como ejemplo de los éxitos del centro.
Mike también se marchó, pero no sin que Josephine consiguiera hacerle llorar por la muerte de su padre. La expresión del rostro de nuestra orientadora no tenía desperdicio: sonreía igual que lo hacía aquel tipo al final de cada capítulo de El equipo A. «Me encanta cuando un plan sale redondo», debía de estar pensando.
En los diez días siguientes se marcharon Fergus, el cadete espacial, y el gordo Eamonn.
Una semana después de la visita de Luke y Brigit llegaron un par de nuevos internos, que, como siempre, provocaron una gran agitación.
Una de las recién llegadas era Francie, una chica regordeta que hablaba en voz muy alta y sin parar, atropelladamente. Yo no podía apartar la vista de ella. Llevaba una melena rubia que le llegaba hasta los hombros, y dos dedos de raíz oscura; tenía los incisivos tan separados que habría podido pasar un camión entre ellos; y se ponía un maquillaje barato demasiado oscuro para el color de su piel. Estaba gorda y llevaba una falda roja demasiado ceñida, con el dobladillo colgando.
Lo primero que pensé de ella fue que estaba como una cabra. Pero pasados unos segundos, Francie conocía a todo el mundo, les tiraba cigarrillos a los internos y bromeaba con todos como si llevara meses en el centro. Me di cuenta de que, aunque pareciera extraño, no podía negarse que Francie era una mujer muy sexy. Me puse muy nerviosa, y volvió a asaltarme el temor de que Chris dejara de interesarse por mí y la prefiriera a ella.
Francie tenía el porte de una diosa. Ni siquiera parecía importarle que se le marcara tanto el estómago con aquella espantosa falda que llevaba. Yo me habría suicidado. La observé, celosa, y vi que Chris también la observaba.
Al ver a Misty, Francie soltó un gritito y dijo:
- ¡O'Malley! ¿Qué haces tú aquí, borrachina?
- ¡Francie! -exclamó Misty, muy contenta, y sonrió por primera vez en casi una semana-. Lo mismo que tú.
Resultó que habían coincidido en The Cloisters el año anterior. Eran de la promoción del noventa y seis.
- ¿Ya habías estado aquí? -preguntó alguien, sorprendido.
- Pues claro. Yo he estado en todos los centros de rehabilitación, manicomios y prisiones de Irlanda -respondió Francie riendo a carcajadas.
- ¿Por qué? -pregunté yo, que me sentía extrañamente atraída por ella.
- Porque estoy pirada. Esquizofrénica, loca, chiflada, traumatizada… Elige la palabra que más te guste. ¡Mira! -añadió arremangándose la camisa-. ¡Mira cuántas laceraciones! Todas me las he hecho yo.
Tenía los brazos llenos de cortes y cicatrices.
- Esto es una quemadura de cigarrillo -dijo señalando una de las marcas-. Y esto, otra.
- Cuéntame, Francie. ¿Qué te ha pasado esta vez? -le preguntó Misty.
- ¡Qué no me ha pasado! -exclamó Francie poniendo los ojos en blanco-. No tenía nada que echarme al gaznate; lo único que había en casa era alcohol de quemar, y me lo bebí. Me desperté al cabo de una semana. ¡Había estado inconsciente una semana entera! ¿Te imaginas? Nunca me había pasado. Y cuando me desperté, ¡resulta que me estaban violando unos cerdos en las afueras de Liverpool!
Hizo una pausa para tomar aliento y retomó su relato.
- Me dieron por muerta, me llevaron al hospital, me salvaron la vida, me detuvieron, me deportaron, me enviaron a casa, y cuando llegué allí me mandaron para aquí. ¡Y aquí estoy!
Todos nos habíamos quedado callados, y los hombres, sin ninguna duda, soñaban con ser uno de aquellos cerdos de Liverpool.
- ¿Y tú? ¿Por qué estás aquí?
- Drogas -respondí, deslumbrada por aquella mujer.
- ¡Oh! Es lo mejor que hay. -Asintió con la cabeza apretando los labios con gesto de aprobación-. ¿Vas a las reuniones de NA? -me preguntó-. Narcóticos Anónimos -aclaró, impaciente, al ver mi cara de asombro-. ¡Ay! ¡Estos novatos!
- Sólo a las reuniones del centro -dije.
- ¡Ah, no! Ésas no valen nada. Ya verás cuando vayas a una reunión de las de verdad.
Se inclinó hacia mí y siguió diciendo:
- Están llenas de tíos. ¡Llenas! En NA está lleno de tíos. Ninguno tiene más de treinta años, y están todos locos por follar. Tendrás tíos para elegir. En cambio, en
AA no hay ni la mitad. Hay demasiadas mujeres y demasiados abuelos.
Hasta entonces, las reuniones de NA no me habían impresionado demasiado. Generalmente me quedaba dormida. Pero estaba encantada con lo que Francie acababa de decirme.
- ¿A cuáles vas tú? ¿A las de AA o a las de NA? -le pregunté manejando yo también las abreviaturas.
- Yo voy a todas. -Rió-. Soy adicta a todo. Al alcohol, a las pastillas, a la comida, al sexo…
El comedor casi echó a arder a causa de las chispas que saltaron de los ojos de todos los internos varones.
Debido a la conmoción que había causado la llegada de Francie, el otro nuevo interno pasó casi desapercibido. Pero cuando Francie y Misty se marcharon para hablar a solas y rememorar viejos tiempos, los demás nos fijamos en él. Era un hombre mayor; se llamaba Padraig, y temblaba tanto que ni siquiera era capaz de ponerse azúcar en el té. Mientras lo contemplaba, horrorizada, se le cayó todo de la cucharilla antes de llegar a la taza.
- Confetti -dijo Padraig para hacerse el gracioso. Le sonreí, pero no pude disimular la pena que me daba.
- ¿Por qué estás aquí? -me preguntó.
- Drogas.
- Mira -se acercó más a mí, y tuve que hacer un esfuerzo para no apartarme porque Padraig olía muy mal-, yo no debería estar aquí. He venido para que mi esposa me deje en paz.
Me quedé mirando a aquel hombre tembloroso, apestoso, sin afeitar y disoluto. ¿No será que nos equivocamos todos cuando decimos que no nos pasa nada?, me pregunté. ¿Todos?