69

El otoño pasó volando, cada vez hacía más frío y nos plantamos en el invierno.

Algo había cambiado. Me di cuenta de que ya no estaba cabreada con Luke ni con Brigit. No habría sabido decir cuándo se produjo el cambio, porque el amor fraternal y el perdón no te despiertan de madrugada y se ponen a hacer carreras de Fórmula 1 en tu cabeza, como hacen la venganza y el odio.

No te quedas ahí tumbada, completamente despierta a las cinco de la madrugada, rechinando los dientes e imaginándote que vas a ver a las personas que quieres de verdad y les estrechas la mano. Y que les dices… les dices «Lo siento». No, esperad, que les dices: «Lo siento muchísimo.» (Sí, eso los dejaría hechos polvo.) No te quedas ahí tumbada y piensas que después de decirles eso esbozarás una dulce sonrisa. Y que para rematarlos, les preguntarás: «¿Crees que podremos seguir siendo amigos?»

Los sentimientos de bondad y fidelidad no te lamen la cara interna de los dientes ni te producen un sabor asqueroso en la boca.

Por primera vez me di cuenta de lo egoísta que era. Debía de haber sido durísimo, para Brigit y Luke, vivir conmigo y con el caos que yo había creado. Sentí mucha lástima por ellos, por la tristeza y la preocupación que les había causado. Pobre Brigit. Pobre Luke. Rompí a llorar desconsoladamente. Y por primera vez en la vida, no lloraba por mí.

Comprendí, con una claridad meridiana, que debía de haber sido un tormento para ellos embarcarse en un avión e ir a The Cloisters para decir lo que dijeron. Evidentemente, Josephine, Nola y todo el mundo se habían hartado de decírmelo, pero hasta ahora yo no había sido capaz de reconocerlo.

Jamás habría admitido ser drogadicta si Luke y Brigit no me hubieran obligado a enfrentarme a la verdad. Y ahora les estaba inmensamente agradecida.

Recordé la escena final con Luke, cuando nos despedimos en Nueva York, y ahora entendía por qué estaba tan enojado.

El desenlace llevaba todo el fin de semana gestándose. El sábado por la noche habíamos ido a una fiesta, y mientras Luke hablaba de música con el novio de Anya, yo fui a la cocina. Iba en busca de algo, cualquier cosa. Estaba muy aburrida. En el pasillo me encontré a David, un amigo de Jessica. Iba hacia el cuarto de baño, con una bolsita de cocaína, y me invitó a hacerme una raya.

Yo estaba intentando no tomar, porque a Luke no le gustaba que lo hiciera. Pero no podía rechazar un tiro gratis. Además, me halagaba que David fuera tan simpático conmigo.

- Sí, gracias -le dije, y me metí rápidamente en el cuarto de baño, detrás de él.

Después volví con Luke.

- ¿Dónde estabas, cariño? -me preguntó, y me abrazó por la cintura.

- Por ahí -mentí-. Hablando con la gente.

Creí que podría disimular el colocón tapándome la cara con el pelo. Pero Luke me hizo levantar la cabeza y al punto lo supo. Se le contrajeron las pupilas de rabia, o de otra cosa. ¿Decepción, quizá?

- Has tomado algo -me acusó.

- No es verdad -repuse, y abrí desmesuradamente los ojos.

- A mí no me vengas con mentiras -dijo Luke, y me dejó plantada.

Me sorprendió ver que recogía su chaqueta, dispuesto a marcharse de la fiesta. Por un momento pensé en dejarlo ir; así podría colocarme sin que nadie me leyera la cartilla. Pero últimamente nuestra relación estaba un poco tensa y no quise arriesgarme. Bajé corriendo a la calle, detrás de él.

- Lo siento -dije cuando lo alcancé-. Sólo ha sido una raya. No volveré a hacerlo.

Luke se volvió; tenía el rostro congestionado de ira y dolor.

- Siempre dices lo mismo, que lo sientes -me gritó, echando vaho por la boca-. Pero no es verdad.

- Claro que es verdad. Lo siento. -Y en ese momento lo sentía. Siempre lo sentía cuando Luke se enfadaba conmigo. Cuando más lo deseaba era cuando creía estar a punto de perderlo.

- ¡Rachel!

- Venga -dije-. Vámonos a la cama.

Sabía que Luke no se resistiría, que un buen polvo le haría callar. Pero cuando nos metimos en la cama, ni siquiera me tocó.

Al día siguiente, Luke volvía a estar tan cariñoso como siempre y supe que me había perdonado. Siempre me perdonaba; sin embargo, yo estaba deprimida. Como si la noche anterior me hubiera tomado dos gramos de coca, en lugar de una sola línea. Aquella angustia se me pasó con un par de Valiums, y me quedé muy relajada, incluso un poco aturdida.

El domingo por la noche nos quedamos en casa, acurrucados en el sofá y mirando una película de vídeo. De pronto me vi esnifando una larga y gruesa raya de coca, e inmediatamente tuve la sensación de que Luke me asfixiaba.

Cambié de postura e intenté calmarme. Era domingo por la noche, me lo estaba pasando muy bien, y no había ninguna necesidad de salir de marcha. Paro la necesidad era más fuerte que yo. Tenía que marcharme. Notaba el sabor acre y entumecedor de la coca; casi notaba el colocón.

Luché contra la necesidad, la combatí con todas mis fuerzas, pero era irresistible.

- Luke -dije con voz temblorosa.

- ¿Qué pasa, cariño? -me preguntó con una perezosa sonrisa en los labios.

- Creo que será mejor que me vaya a mi casa. Me miró con expresión severa. Ya no sonreía.

- ¿Por qué? -me preguntó.

- Porque… -dije vacilante. Iba a decirle que me encontraba mal, pero la última vez que utilicé ese pretexto él se había empeñado en cuidarme. Me preparó botellas de agua caliente para mi imaginario dolor de estómago, y me obligó a comer jengibre para combatir mis falsas náuseas-. Porque mañana empiezo a trabajar muy temprano, y no quiero molestarte cuando me levante -dije.

- ¿A qué hora?

- A las seis.

- No pasa nada. Me irá bien llegar pronto a la oficina.

Oh, no. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente atento? ¿Cómo iba a escapar?

- Además, no me he traído bragas limpias -añadí. Cada vez me sentía más atrapada.

- Puedes pasar a buscarlas antes de ir a la oficina -propuso Luke.

- Entro demasiado temprano. -El pánico se estaba apoderando de mí. Las paredes de la habitación se me echaban encima. Me encaminé hacia la puerta.

- Oye, espera un momento. -Luke me lanzó una mirada extraña-. Estás de suerte. La última vez te dejaste unas bragas aquí y las metí en la lavadora.

Me dieron ganas de gritar. Empezaba a sudarme la frente.

- Mira, Luke -dije-, esta noche no me voy a quedar, y no se hable más.

Él me miró con expresión dolida pero severa.

- Lo siento -dije, al borde de la desesperación-. Necesito un poco de libertad.

- Sólo dime por qué. Hace cinco minutos estabas perfectamente. ¿Ha sido el vídeo?

- No.

- ¿Es por algo que he hecho? -insistió con lo que interpreté como una pizca de sarcasmo-. ¿Por algo que no he hecho?

- No, Luke -dije rápidamente-. Eres fantástico. El problema soy yo.

Comprendí, por su expresión dolida y molesta, que con aquellas palabras no solucionaba nada. Pero no me importó. Yo ya me veía en The Parlour, bailando y haciendo negocios con Wayne.

- Te llamaré mañana -dije-. Lo siento.

Salí por la puerta, demasiado aliviada para odiarme a mí misma.

Tardé diez minutos en encontrar a Wayne, y le pedí un gramo.

- Apúntamelo en la cuenta -dije con una risa forzada-. La semana que viene te pagaré.

- ¡Ay, la semana que viene! ¡Quién sabe dónde estaremos la semana que viene!

- Ja, ja, ja -reí, pensando en lo cabrón que era.

Finalmente lo convencí de que me fiara un cuarto de gramo, con lo que tendría suficiente para colocarme y librarme de aquella sensación sofocante.

Cuando volví del cuarto de baño, vi que Wayne había desaparecido. Todos mis conocidos empezaron a abandonar el local. Pero sólo era la una.

- ¿Adónde vais? -les pregunté.

- Es domingo -contestaron-. Mañana hay que trabajar.

¿Que mañana había que trabajar? Entonces ¿no iban a ninguna fiesta sino a sus casas, a dormir?

Al poco rato me quedé sola, con un colocón considerable y sin nadie con quien reírme. Intenté sonreírles a las pocas personas que quedaban, pero nadie me prestó atención. Empezó a darme la paranoia. No tenía dinero, droga, ni amigos. Estaba sola y nadie me quería, pero aun así me resistía a irme a mi casa.

Al final no me quedó otro remedio que marcharme. Nadie iba a invitarme a una copa, ni a prestarme dinero. Aunque se lo pidiera. Salí del bar, sintiéndome humillada.

Pero cuando llegué a casa e intenté acostarme, la cabeza me iba a toda velocidad. En la cama estaba peor que en The Parlour. Así que me tomé tres somníferos y me puse a escribir poesía, pues me sentía inmensamente creativa y con un talento espectacular.

Como todavía estaba zumbadísima, me tomé otras dos pastillas.

El placer del colocón se había esfumado, y ahora lo único que notaba era una vibración constante en la cabeza. Me entró pánico. ¿Cuándo pararía aquello? Y si no paraba nunca?

Mi terror iba de acá para allá, y finalmente se detuvo en la idea de que a la mañana siguiente tenía que ir a trabajar. No quería ni pensarlo. Pero tendría que ir, porque últimamente había faltado mucho, y me la estaba jugando. No podía llegar tarde, y tenía que dejar de cometer errores. Por lo tanto, necesitaba dormirme enseguida: ¡Pero no podía!

Cogí todas las pastillas que quedaban en la caja y, sin pensármelo dos veces, me las metí en la boca.

Voces, un resplandor, la cama moviéndose, una luz azul, sirenas, más voces, la cama moviéndose otra vez, un destello blanco, un extraño olor a desinfectante. «La muy boba», dice una voz. ¿Quién es?, me pregunto. Pitidos, pasos por un pasillo, ruido de metal contra metal, una mano que me sujeta la barbilla con fuerza, me obliga a abrir la boca, un objeto de plástico en la lengua, algo que me rasca la garganta. De pronto siento náuseas y me ahogo, intento incorporarme, me obligan a tumbarme, lo intento de nuevo, haciendo arcadas, pero unas fuertes manos me tumban otra vez. Basta, por favor.

Veinticuatro horas más tarde estaba en mi apartamento. Margaret y Paul habían llegado de Chicago para llevarme a un centro de rehabilitación en Irlanda. Yo no entendía a qué venía tanto escándalo. Aparte de tener la sensación de que un camión me había pasado por encima, me había tragado varias cuchillas de afeitar y estaba a punto de deshidratarme, me encontraba bien. No había sido más que un desafortunado accidente, y de lo que tenía ganas era de olvidarlo.

Y entonces llegó Luke.

Ostras. Me preparé para recibir una bronca por haber salido corriendo y haber tomado coca el domingo por la noche. Supuse que, con el descalabro del lavado de estómago, Luke se habría enterado de todo.

- Hola. -Le sonreí, nerviosa-. ¿No deberías estar trabajando? Pasa y te presentaré al muermo de mi hermana y a su horrible marido.

Luke saludó educadamente a Margaret y a Paul, pero se notaba que estaba cabreado. Con ánimo de aligerar la tensión, le conté la divertida historia de cómo me había despertado en el Mount Solomon, donde me estaban haciendo un lavado de estómago. Luke me agarró por el brazo y dijo: «Quiero hablar contigo en privado.» Me sujetó tan fuerte que me hizo taño, y me asustó la agresividad de su mirada.

- ¿Cómo puedes bromear sobre esto? -me preguntó furioso, después de cerrar la puerta de mi dormitorio con un portazo.

- No te pongas así. -Reí forzadamente. Al menos no me estaba riñendo por tomar coca el domingo por la noche.

- Casi te mueres, idiota -me espetó-. Imagínate lo preocupados que estábamos todos, desde hace tiempo. Piensa en la pobre Brigit. ¡Y lo único que sabes hacer es reírte!

- ¿Quieres hacer el favor de relajarte? -dije con tono socarrón-. ¡Fue un accidente!

- Estás loca, Rachel, te lo digo en serio -insistió Luke, acalorado-. Necesitas ayuda.

- ¿Qué ha pasado con tu sentido del humor? Eres peor que Brigit.

- No pienso contestarte. -Suavizando el tono, añadió-: Brigit dice que vas a ir a un centro de rehabilitación. Creo que es lo mejor que puedes hacer.

- ¿Te has vuelto loco? ¿Yo, a un centro de rehabilitación? -dije riendo-. ¿No ves que no puedo marcharme y dejarte solo? -Esbocé una dulce sonrisa para ver si Luke se ablandaba-. Eres mi novio.

Luke me miró fijamente.

- Ya no, Rachel -dijo al cabo.

- ¿Qué? Me quedé helada. Luke se había enfadado conmigo otras veces, pero nunca había roto la relación.

- Hemos terminado -dijo-. Eres un desastre, y espero que te cures y rehagas tu vida.

- ¿Has conocido a otra chica? -pregunté horrorizada.

- No seas imbécil.

- Entonces ¿por qué quieres dejarlo? -pregunté. No podía creer que estuviéramos sosteniendo aquella conversación.

- Porque no eres la Rachel que yo creía que eras.

- ¿Es porque tomé coca el domingo por la noche? -Hice de tripas corazón para preguntárselo.

- ¿El domingo por la noche? -dijo Luke, y soltó una carcajada-. ¿Qué tiene de especial el domingo por la noche?

»Pero sí -continuó-. Todo esto es culpa de las drogas. Tienes un problema grave, Rachel, y necesitas ayuda. Yo he hecho todo lo que he podido para ayudarte: convencerte de que no tomaras, obligarte a no tomar. Y te aseguro que estoy agotado.

De pronto lo vi agotado, en efecto. Y muy deprimido.

- Eres una chica estupenda, pero la droga te pierde. Estás completamente descontrolada, y yo me siento incapaz de seguir manejándote.

- Mira, Luke, si quieres lo dejamos, pero no me eches la culpa a mí. -No estaba dispuesta a dejarme manipular.

- Eres increíble -repuso él, enojado-. No hay forma de hablar contigo. -Se dio la vuelta, dispuesto a marcharse.

- Estás exagerando, Luke -dije, e intenté cogerle la mano. Yo sabía que le gustaba mucho, y él nunca había podido resistirse a mis carantoñas.

- Suéltame, Rachel. Estoy harto de ti. Eres un desastre, un auténtico desastre. -Salió al pasillo.

- ¿Cómo puedes ser tan cruel? -gimoteé corriendo detrás de él.

- Adiós, Rachel -dijo, y cerró la puerta.