73
No era una cita. Era el encuentro que menos se parecía a una cita de todos los que yo había tenido hasta entonces. Y tratarlo como una cita habría sido trivializar los sentimientos de Luke y mi madurez.
De todos modos, pasé horas arreglándome. ¡Horas!
¿Qué aspecto quiero ofrecer?, me preguntaba. ¿El de mujer atractiva o el de mujer madura y rehabilitada? ¿Qué hago? ¿Intento conquistarlo otra vez o le doy a entender que he cambiado mucho y que ya soy una persona adulta? Me decidí por el enfoque serio y sobrio: me recogí el pelo y me puse un libro sobre drogadicción debajo del brazo. Hasta le pedí a Mikey-Lou que me prestara sus gafas.
Como no me las prestó, comprendí que tendría que jugarme la carta del «hubo un tiempo en que estabas colado por mí». Rápidamente, intenté adoptar un aire sofisticado.
Pero casi no tenía ropa. Esa situación era el resultado de un año y medio de sueldos de hambre. Así que me ahorré el numerito de irme probando prendas. Nada de tirar blusas al suelo mientras sacaba a la siguiente voluntaria del armario.
Estaba condenada a ponerme mi falda vaquera larga y una camiseta corta, y eso me fastidió. Habría preferido ponerme algo espectacular. Hasta que me di cuenta de que así era yo ahora: sencilla, sincera; ya no me escondía detrás de nada. (Y mal vestida.) No tenía que fingir delante de Luke.
Eso sí, me puse toneladas de maquillaje. Me recogí el pelo, me lo solté, volví a recogerlo. Volví a soltarlo. Finalmente decidí recogerlo y no tocarlo más.
Antes de irme volví a soltarlo.
- ¡Estás guapísima! -me dijo Brad.
- Gracias -dije, nerviosa y no muy convencida.
Me esmeré en ser puntual. Cuando llegué al Café Nero no había ni rastro de Luke. Naturalmente, imaginé lo peor: que había cambiado de opinión y ya no quería verme. Decidí marcharme.
Pero me obligué a sentarme y pedí una bebida. Diez minutos, me prometí. Sólo me quedaré diez minutos.
Fue una verdadera tortura. Estaba nerviosísima y no paraba de mirar hacia la puerta, deseando ver aparecer a Luke.
Cuando entró en el local la vigésima persona que no era Luke, decidí irme. Busqué el monedero en el bolso para pagar el agua mineral…
Y entonces lo vi entrar por la puerta. Luke habló con el relaciones públicas del local, que le indicó dónde estaba yo. Me buscó con la mirada.
Verlo me causó una gran conmoción. Era más alto y más corpulento de lo que yo recordaba. Era mayor. Todavía tenía el pelo largo y llevaba unos vaqueros de piel, pero su cara había cambiado. Tenía cara de adulto.
Mientras Luke caminaba hacia mí, intenté adivinar lo que sentía por mí, pero fui incapaz de descifrar su expresión. Cuando llegó a mi lado no hubo saludos efusivos; no nos abrazamos ni nos besamos. Luke se limitó a decir: «¿Qué tal, Rachel?» Se sentó enfrente de mí, ofreciéndome un par de segundos maravillosos, cuando su entrepierna quedó a la altura de mis ojos: antes de desaparecer bajo el tablero de la mesa.
No me explicaba cómo podía haberme reído alguna vez de su aspecto. Luke era un chico guapísimo.
«Hola, Luke», balbucí, o alguna chorrada parecida. Apenas podía creer que fuera él, Luke, el que estaba sentado allí, al otro lado de la mesa. Tan cerca de mí que habría podido tocarlo.
Tenía la impresión de que hacía muchísimo tiempo que no lo veía. Pero, aun así no me habría extrañado que Luke me hubiera dado un beso, o que yo le hubiera cogido la mano.
Al menos eso era lo que yo sentía. De lo que sentía él no estaba tan segura.
Luke guardaba silencio y me miraba fijamente, con expresión un tanto hostil. Tenía que armarme de valor. Aquello iba a ser más difícil de lo que había imaginado.
Cuando vino la camarera, Luke pidió una cerveza. Luego carraspeé e inicié mi disculpa, que llevaba bien ensayada.
- Gracias por venir, Luke. No te robaré mucho tiempo -dije deprisa-. Debería haber hecho esto mucho antes, pero es mejor tarde que nunca, o al menos eso espero. Lo que quiero decir es que siento mucho haberte causado dolor o tristeza cuando… bueno, cuando yo vivía aquí y nos conocimos. Era un desastre de novia, y no sé cómo podías aguantarme. Tenías toda la razón cuando te enfadabas conmigo.
¡Cómo me habría gustado tomarme una copa! Respiré hondo y proseguí:
- Jamás me habría comportado así si no hubiera sido drogadicta. Ya sé que eso no sirve como excusa, porque el hecho de saber por qué me portaba tan mal no reducirá d sufrimiento que te causé…
Le lancé una mirada furtiva. Luke estaba imperturbable. ¡Reacciona, por el amor de Dios!
- Fui desleal contigo -continué-. No demostré integridad, te traicioné y te decepcioné. Seguramente no te interesará saber por qué era tan informal; sólo quiero que sepas que he cambiado mucho, y que ya no abandono a mis amigos. Ya sé -añadí- que eso no te sirve de consuelo ahora; habría servido hace dos años, cuando te las hacía pasar canutas…
Yo no paraba de hablar, y mis palabras no causaban ningún efecto. Luke seguía callado. Hubo un momento en que cambió de postura, se puso de lado y colocó el brazo sobre el respaldo de la silla. Yo estaba muy ocupada con mi discurso, pero aun así pensé en lo bueno que estaba y en lo magnífico que era en la cama.
Seguí con las disculpas. Mantenía la cabeza gacha y deslizaba el vaso por la mesa húmeda, como si fuera un tablero de ouija. Hasta que al final me callé. Ya no podía pedirle perdón por nada más, y él no había abierto la boca. Antes del encuentro yo temía que él se enfadara conmigo. Pero habría preferido que se enfadara a aquella impenetrable pasividad. Al menos nos habríamos comunicado.
Como no quería quedarme allí callada, me disculpé por unas cuantas cosas por las que ya me había disculpado.
- Siento mucho haberme bebido aquella botella de JD de Joey, siento mucho haberte puesto en un aprieto, siento mucho haber alterado tu vida cotidiana con mi adicción… -Pero no continué, porque no tenía sentido volver a repetirlo todo. No me quedaba más remedio que marcharme-. Bueno, me voy -dije modestamente-. Gracias por haber venido.
Volví a buscar mi monedero, dispuesta a pagar y marcharme de allí.
Y entonces Luke desbarató todos mis planes diciendo:
- ¡Venga, Rachel, baja de la cruz! Necesitamos la madera.
- ¿Cómo dices?
- Siéntate y habla conmigo -dijo con un extraño tono que identifiqué como jovialidad forzada-. Hace casi un año y medio que no nos vemos. Cuéntame lo que has hecho. ¿Qué tal por Irlanda?
No me estaba ofreciendo una rama de olivo, sino sólo una aceituna. Pero me pareció que había suficiente. Dejé el bolso y me puse cómoda.
No resultaba fácil hablar relajada y desenfadadamente. La situación era demasiado artificiosa, y yo no había bebido ni iba a beber nada. Pero hice lo que pude.
Nos pusimos a hablar de la economía de Irlanda. De Celtic Tigers, de las inversiones extranjeras y de la renta per cápita. Parecíamos dos analistas políticos en un programa de televisión. Cuando se me presentaba la ocasión de decir algo gracioso, la agarraba al vuelo, con la esperanza de redimirme, de cambiar el recuerdo que Luke tenía de mí. Pero la economía no es un tema que dé para muchas risas. Seguimos charlando, un tanto cortados, deteniéndonos de vez en cuando y sin avanzar demasiado. Yo no quena marcharme, porque estar con Luke era muchísimo mejor que no estar con él, pero me estaba quedando hecha polvo.
Vino la camarera. Luke pidió otra cerveza y yo otra botella de agua. Después de la interrupción, Luke me preguntó, casi con timidez:
- ¿Es eso lo único que bebes ahora? ¿Agua?
- Sí.
- Madre mía. Cómo has cambiado. -Esbozó una sonrisa.
- Sí, mucho -dije con seriedad.
Y entonces nos miramos, nos miramos de verdad. Luke había descorrido las cortinas y ahora podía verlo, ver al Luke de antes, por primera vez. Nos sostuvimos la mirada mucho rato. Y sentí cierta confusión, porque continuamente olvidaba que estaba en el presente, y no en el pasado.
- ¡Bueno! -Luke se aclaró la garganta y cambió de humor-. Gracias por tus disculpas.
Esbocé una tímida sonrisa.
- Verás -dijo Luke-, creía que querías verme para pegarme la bronca por lo que dije aquel día en el centro de rehabilitación.
- No, qué va. -Me sorprendió saber que Luke hubiera pensado que ése era mi motivo, pero me alegré de que finalmente estuviéramos hablando de por qué estábamos allí. El balance de los déficits de pago no era mi especialidad-. Es lógico que dijeras lo que dijiste. Si no lo hubieras dicho, seguramente yo todavía estaría negando la realidad.
- Estaba seguro de que me odiabas -dijo él, arrepentido.
- Nada de eso -insistí. Bueno, ahora no lo odiaba, ¿no?
- ¿Seguro? -me preguntó.
- Seguro -le tranquilicé. Qué curioso. Luke preocupado por si yo lo odiaba.
- Por si te sirve de consuelo, te diré que no me hizo ninguna gracia decir todas aquellas cosas. -Exhaló un suspiro-. Y contestar aquel maldito cuestionario.
- Pero tenías que hacerlo. Era por mi bien.
- Te aseguro que me odié a mí mismo.
- Pues no tenías por qué odiarte -le consolé.
- Pues me odié -se lamentó él.
- Pues no debiste hacerlo. Yo me porté muy mal.
- No, Rachel.
- Que sí.
- No.
- Te digo que sí.
- Bueno, a veces, supongo -admitió por fin.
- Claro que me portaba mal. Sonreí para disimular mi malestar-. Y fue todo un detalle por tu parte ir al centro y pasar por aquel suplicio, cuando ni estábamos casados ni teníamos siquiera una relación seria, cuando ni siquiera estabas enamorado de mí…
- Oye, que yo estaba enamorado de ti -me interrumpió Luke, dolido.
- No, no lo estabas -le contradije.
- Te digo que sí.
- Mira, Luke, ahora no vamos a discutir por eso, pero les dijiste a todos mis compañeros que nunca habías estado enamorado de mí. Tengo testigos -añadí en broma.
- Dios mío. ¿Eso dije? -Se frotó la barbilla, y yo reconocí aquel gesto-. Sí, lo dije, claro.
Me miró fijamente y agregó:
- No debí decirlo, pero estaba muy enfadado contigo, Rachel. Por cómo me habías tratado y por cómo te habías tratado a ti misma.
Tragué saliva. Todavía me dolía oírle decir aquellas cosas. De todos modos, me alegraba saber que sí había estado enamorado de mí.
- Qué raro, ¿no? -dijo Luke con aire pensativo-. Cómo cambia el tiempo las cosas. Hace un año estaba furioso contigo, y ahora ya no lo estoy.
Gracias, Dios mío, pensé, y casi me estremecí de alivio.
- Pero aunque estuviera enfadado, te quería -prosiguió-. ¿Crees que si no te hubiera querido habría hecho un viaje de cinco mil kilómetros para sentarme entre un grupo de chalados y ponerte verde?
Reímos.
- Me pusiste de vuelta y media, desde luego -dije-. O sea que debías de quererme mucho.
- Ya lo creo. -Asintió con la cabeza-. Mucho. Ya estábamos de mejor humor.
Le pregunté a Luke por Gaz y sus amigos. Y sin darnos cuenta nos pusimos a hablar de los viejos tiempos. «¿Te acuerdas del día que Gaz se hizo el tatuaje?» «Y de cómo después se le infectó?» «¿Te acuerdas del día que hicimos palomitas de maíz y quemamos la cocina?» «¿Y de que Joey había robado el extintor del trabajo?» «Nos vino de perlas, ¿no?» «De eso no me acordaba.» «Yo tampoco. Acabo de acordarme ahora.»
Mientras charlábamos, de vez en cuando nos tocábamos el brazo. Era un contacto delicioso, agridulce, con vagas reminiscencias de otra época.
Cuando ya habíamos hablado bastante del pasado, yo empecé a comentar mis éxitos más recientes, como una niña pequeña que enseña con orgullo, sus regalos de cumpleaños.
- Hace un año y cuatro meses que no bebo nada ni tomo ninguna droga -dije.
- Bien hecho, Rachel. -Sonrió con admiración. Yo estaba encantada.
- Y voy a ir a la universidad -añadí-. En octubre. Él se quedó pasmado.
- ¿En serio?
- Sí. Voy a estudiar psicología.
- ¡Hostia! Sólo falta que me digas que te vas a casar, para rematar la transformación.
Sonreí. ¡Menuda ocurrencia!
- ¿Es así? -me preguntó tras un momento de silencio.
- ¿Qué?
- ¿Te vas a casar?
- No digas tonterías.
- ¿No has conocido a ningún chico interesante en Irlanda?
- No -contesté-. He conocido a muchos imbéciles, pero a ningún chico interesante.
Luke rió mostrando sus blancos dientes. Noté un vacío en el estómago.
- Siempre te he encontrado muy graciosa -comentó.
- ¿No sólo cuando me quitaba la ropa? -bromeé. No debí decirlo. Me asaltaron recuerdos y sensaciones. Recordaba el olor de su piel cuando estábamos juntos en la cama. Mi buen humor se desvaneció rápidamente, y volví a notar aquella tensión, acompañada de tristeza y una inmensa y angustiosa sensación de arrepentimiento. En aquel momento me odié por ser una drogadicta, por haber arruinado lo que podría haber sido una gran relación de pareja. Mi pesar se reflejaba en los ojos de Luke.
Nos miramos, y luego miramos hacia otro lado. Yo creía que con aquel encuentro en The Cloisters habíamos puesto el punto final a nuestra relación, pero me equivocaba. El punto final de la relación lo estábamos poniendo ahora.
- Rachel -dijo Luke-, sólo quiero decirte que ya no tienes que sentirte culpable respecto a mí.
Me encogí de hombros.
- No quiero pecar de cursi, pero quiero que sepas que te perdono -añadió tímidamente.
- Gracias.
- Y déjame decirte que no estabas tan mal -añadió con dulzura.
- ¿No?
- No siempre. Y cuando tenías un día bueno, eras la mejor. La mejor de todas.
- ¿En serio? -susurré. Su inesperada ternura me conmovió.
- Sí, en serio. ¿No lo recuerdas?
- Sí -admití-. Pero no sabía si eran imaginaciones mías. Como estaba siempre colocada… Entonces, a veces nos lo pasábamos bien, ¿no?
- Muchas veces -respondió Luke. Estábamos casi inmóviles; hasta el aire había dejado de circular a nuestro alrededor.
Una lágrima resbaló por mi mejilla.
- Lo siento -dije, y me la enjugué-. Es que no esperaba que fueras tan simpático conmigo.
- ¿Por qué no iba a serlo? -me preguntó Luke, sorprendido-. Yo soy simpático.
Sí, era verdad. Luke era un chico encantador. Y había sido mi chico. De pronto sentí una profunda tristeza.
- No me imaginaba que me entristecería tanto -expliqué.
- Yo sí.
- Ah, ¿sí? -Aquello me sorprendió-. Dime, Luke, ¿por qué accediste a que nos viéramos? ¿Por qué no me mandaste a paseo?
- Sentía curiosidad. Quería ver si habías cambiado. Y te echaba de menos -añadió risueño.
- Y ¿qué opinas? ¿He cambiado?
- Creo que sí. -Asintió con la cabeza-. Para estar seguro tendría que someterte a ciertas pruebas, pero al parecer has conservado todo lo bueno y te has librado de todo lo malo.
Aquello me hizo sentir muy orgullosa.
- No te veo muy cambiada -continuó, con aire pensativo-. Llevas el pelo más corto, pero sigues siendo una monada.
- Y tú sigues estando como un tren. -Conseguí esbozar una sonrisa, pero por dentro estaba destrozada.
No nos echamos el uno en los brazos del otro apasionadamente, derribando la mesa. El objetivo de nuestro encuentro era apagar las últimas brasas del fuego, no reavivar las llamas.
- Tengo que irme -dije. No me apetecía nada marcharme, pero ya me había torturado bastante contemplando el desastre que había provocado.
- Vale -dijo él, y se levantó-. Te acompaño a casa.
Yo me moría de ganas de saber si Luke tenía novia. Mientras caminábamos, intenté preguntárselo.
- Oye, ¿tienes…? -pero me interrumpí-. ¿Tienes…? -volví a intentarlo, pero tampoco acabé la frase.
Quizá fuera mejor que no lo supiera. Si me enteraba de que Luke salía con otra chica, lo iba a pasar fatal.
- ¿Sabes qué? -dijo Luke de pronto-. Desde que te marchaste no he salido con ninguna chica.
En ese instante creí en Dios.
- Cuídate -me dijo Luke cuando llegamos a la puerta de la residencia.
- Tú también -Me habría gustado morirme allí mismo.
- Y pórtate bien. -Todavía no se marchaba.
- Y tú.
Luke, titubeante, movió el brazo hacia mí; fue un movimiento mínimo, pero de pronto, como si nos hubieran disparado con un cañón, nos abrazamos con fuerza. Luke apretaba las piernas contra las mías, me rodeaba la espalda con los brazos, y yo tenía la cara pegada a su cuello y aspiraba su aroma por última vez. Deseé que aquel abrazo no terminara nunca. Entonces me aparté de él y corrí adentro, sin volverme para mirarlo. Casi me parto la crisma al tropezar con Brad, que había estado observando la escena con los ojos entrecerrados. Sospeché que ya no iba a querer ser amiga mía.
Sabía que el dolor remitiría, que lo superaría.
Lo más difícil fue que yo había esperado hasta el último momento, hasta que la relación estuvo muerta y enterrada, para reconocer cuánto había querido a Luke. Pero sabía que eso también lo superaría.
No dejaba de repetirme que jamás conocería a nadie como él.
Luego me sobreponía y decía: claro que sí. Operación Harry.
Como es lógico, me preguntaba qué habría sido de mi relación con Luke si yo no hubiera estado siempre colocada. O si nos hubiéramos conocido ahora y no compartiéramos un pasado que nos impedía tener un futuro. Pero sabía que no tenía sentido pensar esas cosas, porque no se puede cambiar lo que ya ha sucedido. Lo mejor que podía hacer era aceptar la situación.
Además, aunque no hubiera ganado el primer premio, me llevaba varios premios de consolación. ¿Acaso no me había dicho Luke que había estado enamorado de mí? ¿Acaso no me había perdonado? ¿Acaso no me había comportado como una persona adulta? ¿Acaso no habíamos quedado como amigos?
La tristeza que sentía me ayudaba a curar mis heridas. Había conseguido enfrentarme a la parte más caótica de mi pasado. Me había enfrentado a mis delitos y había reunido el valor necesario para pedirle perdón a Luke. Ya no tenía por qué sentir vergüenza cada vez que pensara en él.
Había enterrado el fantasma.
Estaba orgullosa de mí misma.
Era Rachel Walsh. Una mujer adulta. Un encanto, una monada, una oveja descarriada, una drogadicta.
Una oveja rescatada.
Una superviviente.