35
Al día siguiente no pude ir a trabajar, claro. No me sentía culpable porque, por una vez, estaba enferma de verdad. Me tomé otro puñado de pastillas y decidí disfrutar al máximo de mi día libre.
Fue un día estupendo.
Amodorrada por los analgésicos y por el bochorno que hacía, me instalé en el sofá y me tragué Geraldo, Jerry Springer, Oprah y Sally Jessy Raphael. Me comí un bote de helado y una bolsa de tamaño familiar de tortillas mejicanas. Después me quedé dormida.
Cuando Brigit llegó del trabajo me encontró tumbada en el sofá, con unos pantalones de chándal y un sujetador de deporte, comiendo cereales a la canela directamente de la caja. Porque como es bien sabido, los cereales comidos directamente de la caja, igual que los Club Milks rotos y cualquier cosa que te comas de pie, no tienen calorías.
- ¿No has ido a trabajar? ¿Otra vez? -fue lo primero que me dijo.
- Estoy enferma -me defendí.
- ¡Rachel!
- Esta vez estoy enferma de verdad. -Viviendo con Brigit no hacía falta tener madre.
- Si sigues así vas a perder el empleo.
¿Por qué estaba tan enfadada conmigo? Como si ella nunca me hubiera pedido que llamara a su oficina para decir que se estaba muriendo. De todos modos, hacía demasiado calor para discutir.
- Déjame en paz -dije-. Y cuéntame cómo te fue anoche con Nuestro Hombre en La Habana.
- ¡Madre de Dios! -exclamó Brigit. Era lo único que recordaba de las clases de español a las que se había apuntado, en un intento de conquistar al desagradecido Carlos-. ¡Un dramón! Apaga el televisor y pon en marcha el ventilador, que te lo cuento.
- El ventilador ya está en marcha.
- Ostras, y sólo estamos en junio. -Exhaló un suspiro-. Bueno, prepárate.
Me contó que había ido andando al Z Bar, y que Carlos ya se había marchado de allí. Así que fue a su apartamento, pero Miguel estaba montando guardia en la puerta, y no la dejaba entrar. Aun así, Brigit consiguió entrar en el recibidor, y desde allí vio a una chica hispana, un auténtico tapón, con una mirada feroz con la que parecía querer decir: «No te pases ni un pelo conmigo, o mis hermanos te enseñarán lo que vale un peine.»
- Y en cuanto la vi, supe que tenía algo que ver con Carlos. No sé cómo, pero lo supe, Rachel.
- Intuición femenina -murmuré. Aunque quizá debí decir «Neurosis femenina».
»Y ¿tenía algo que ver con Carlos, o no? -pregunté.
- Es su nueva novia, según ella. Me hizo entrar y se puso a gritarle no sé qué a Carlos en español; y luego me dijo: «Quédate con los de tu clase.»
- ¿Quédate con los de tu clase? -Estaba asombrada-. ¿Como en West Side Story?
- Exacto -dijo Brigit, furiosa-. Y yo no pienso quedarme con los de mi clase. Los hombres irlandeses son un desastre. Pero espera, que todavía no has oído lo peor. Me llamó «gringa». Así mismo. Me dijo: «Eres una gringa.» Y Carlos no le dijo nada, se quedó callado, como si ya no tuviera voz propia.
»¡Capullo de mierda! -gritó, y lanzó mi bote de desodorante, que rebotó en la pared del fondo-. Mira que llamarme gringa, la muy asquerosa. ¿Cómo se atreve a insultarme así?
- Pero si gringa no es ningún insulto…
- ¿Cómo que no? -saltó Brigit, acalorada-. ¿Que te llamen prostituta no es insultarte? Muchas gracias, Rachel…
- Gringa no significa prostituta -dije elevando el tono de voz. Cuando Brigit se ponía de aquella forma, tenías que elevar la voz para que te escuchara-. Significa blanco.
Hubo un breve silencio.
- Entonces, ¿cómo llaman en Cuba a las prostitutas?
- No lo sé. La que hizo el cursillo de español eres tú.
- Ya -dijo Brigit, un tanto turbada-. Ya me pareció que la chica quedaba un poco desconcertada cuando le dije que yo no era ninguna gringa, y que la única gringa era ella.
- Entonces, ¿qué? ¿Ya has terminado con Carlos? -pregunté-. ¿Estás hecha polvo?
- Hecha polvo -confirmó Brigit-. Esta noche tendremos que emborracharnos.
- Vale. O mejor, llamaré a Wayne y…
- ¡No! -gritó Brigit-. Estoy harta de ti y de tus…
- ¿Qué? -la miré, anonadada.
- Nada -murmuró-. Nada. Lo que quiero es salir y emborracharme y llorar toda la noche. La coca no te deja sentir desgraciada. Al menos si eres tú la que la toma -añadió enigmáticamente-. Voy a cambiarme.
»Prostituta -me gritó desde su dormitorio.
- Mira, tú tampoco eres ninguna santa -farfullé.
- No -dijo Brigit riendo-. Lo he mirado en el diccionario. Se dice prostituta.
- Ah, vale.
- Quiero asegurarme de que lo escribo correctamente en la carta.
- ¿En qué carta? -pregunté.
- En la carta que voy a escribirle a esa guarra. Oh, no.
- La muy descarada -continuó Brigit-. ¿Quién se cree que es para tratarme de esa forma? Le pienso decir de todo.
- ¿No sería mejor escribirle una carta a Carlos? -sugerí.
- Guarra, pendeja, golfa, perdularia… No, ni hablar.
- ¿Por qué no?
- Porque entonces él sabría que me importa. Mira -añadió-, si quieres conservar a Carlos tienes que ser muy buena en dos cosas.
- ¿Qué cosas?
- En perdonar y en hacer mamadas.
Sonó el teléfono. Ambas corrimos a contestar; yo me lancé hacia el teléfono del salón y Brigit hacia el de su dormitorio. Ella descolgó primero. Ya de niña tenía unos reflejos estupendos. Nos habíamos pasado muchas horas golpeándonos la una a la otra bajo la rótula con el extremo de una regla, gritando: «¡Se ha movido!»
- ¡Es para mí! -gritó desde su cuarto.
Unos siete segundos más tarde, volvió corriendo al salón y, jadeante, dijo:
- Adivina quién era.
- Carlos.
- ¿Cómo lo has sabido? Bueno, quiere pedirme disculpas. Y… va a venir esta noche.
No dije nada. ¿Quién era yo para juzgar?
- Venga, vamos a ordenar un poco. Llegará dentro de media hora.
Resignada, me puse a recoger bolsas vacías de tortillas mejicanas y latas de cerveza, y me llevé mi edredón al dormitorio.
Carlos no llegó al cabo de media hora. Ni al cabo de una hora. Ni al cabo de una hora y media. Ni de dos horas. Ni de tres.
Brigit se fue desintegrando a medida que avanzaba la noche; se fue desmoronando a cámara lenta.
- No puedo creer que me esté haciendo esto -susurró-. La última vez me prometió que no volvería a torturarme así.
Cuando llevábamos una hora y media esperándolo, Brigit me pidió que lo llamara por teléfono. No contestaban. Eso la tranquilizó, porque creyó que significaba que Carlos estaba en camino. Pero como pasados veinte minutos Carlos no había llegado, tuvo que descartar esa idea.
- Está con esa guarra -se lamentó-. Lo noto, Rachel. Lo sé. Soy una bruja, siempre presiento estas cosas.
En el fondo yo me alegraba. Quería que Carlos se portara como un cerdo con ella, para que Brigit se olvidara de él de una vez para siempre. Pero, por otra parte, me avergonzaba de pensar así.
Pasadas tres horas, Brigit se levantó y dijo:
- Bueno, voy para allí.
- No, Brigit -le supliqué-. Por favor… tu dignidad… tu amor propio… un cerdo… un asqueroso… no se merece ni que te enfades… qué sentido tiene… siéntate…
Y en ese preciso instante, sonó el timbre. Fue como si todo el apartamento exhalara un inmenso suspiro.
- Ya era hora -murmuró Brigit. Una extraña luz brillaba en sus ojos-. No te pierdas esto, Rachel -dijo y, apretando las mandíbulas, fue hacia el interfono. Lo descolgó, respiró hondo y, con una potencia que yo nunca le había oído, gritó-: ¡Vete a la mierda!
Se dio la vuelta y se echó a reír a carcajadas.
- Así aprenderá ese mamón.
- ¿Puedo decirle algo? -pregunté.
- Claro que sí. -Brigit se estaba desternillando. Me aclaré la garganta y grité:
- ¡Sí! ¡Vete la mierda!
Nos abrazamos y seguimos riendo.
Entonces oímos un fuerte y largo timbrazo que nos hizo callar.
- No hagas caso -dije.
- No puedo -dijo Brigit, y volvió a reír a carcajadas.
Tuvo que esperar un rato para calmarse, y cuando creyó que ya podría hablar, descolgó el interfono y dijo:
- Entra, cerdo asqueroso. -Y apretó el botón del interfono.
Estaba receloso y ofendido. Y no me extraña. Porque no era Carlos, sino Daryl. ¡Daryl! Por lo visto, los sueños sí se hacían realidad.
Yo no podía creer que Daryl acabara de trasponer el umbral. La verdad es que ya lo daba por muerto. Comprendí que debía de haber perdido mi número de teléfono, pero que recordaba la dirección de la noche de la fiesta. Me alegré tanto que casi me da un pasmo.
Ahora que todo había salido bien, qué tontos parecían mis temores.
- Hola, Rebecca -dijo Daryl.
- Rachel -le corregí, turbada.
- Daryl -dijo él-. Me llamo Daryl.
Ya no lo encontraba tan guapo como me lo había parecido el sábado por la noche, pero no me importaba. Vestía muy bien y conocía a Jay McInerney, y con eso bastaba.
- Bueno, Rebecca -prosiguió Daryl, un tanto aturdido-, espero que…
- Perdona -le interrumpí-, pero me llamo Rachel.
Inmediatamente me arrepentí de haberlo dicho, por si Daryl interpretaba mi aclaración como una crítica.
- Pero no importa -añadí. Estuve a punto de decir: «Si quieres, puedes llamarme Rebecca.
- ¿Por qué me habéis mandado a la mierda? -me preguntó, y se sorbió la nariz con fuerza, lo cual explicaba aquella mirada un tanto extraviada.
Como Brigit se había quedado muda de asombro y de decepción, tuve que contestar yo.
- Creíamos que era otra persona…
Volvió a sonar el timbre, y Brigit, de repente, se puso contentísima. Corrió hacia la puerta, descolgó el interfono y se puso a gritar incoherencias. Sólo se le entendían una de cada diez palabras.
- Capullo de mierda tarde carajo mejores cosas que hacer cerdo asqueroso que te den por el culo.
Terminó diciendo: «Entra, mamón», y pulsó el botón del interfono.
Entonces Brigit miró a Daryl con otros ojos.
- Mamma mia -dijo enigmáticamente, y soltó una extraña risita-. Mamma mia. ¡Mama! ¡Mama! ¡Ja, ja!
No debí contarle lo de mi noche con Daryl. Ahora que Brigit se había vuelto majara, aquella información podía resultar peligrosa.
Brigit se metió el pulgar en la boca y acercó la cara a la de Daryl, y repitió una vez más: «¡Mama!» Soltó otra risita malvada y fue hacia la puerta, dispuesta a cantarle las cuarenta a Carlos cuando llegara.
Y cuando Luke entró con toda tranquilidad, con dos envases enormes de helado Ben amp; Jerry, Brigit se quedó de piedra.
- Hola, Brigit -dijo Luke con tono inexpresivo-. El calor no te sienta muy bien, ¿eh?
Brigit se quedó mirándolo, traumatizada.
- Hola, Luke -murmuró-. ¿Has sido tú el que ha llamado?
- Me temo que sí. ¿Qué pasa? ¿Ha vuelto a pirarse el cubano?
Brigit asintió con la cabeza.
- ¿Por qué no lo dejas correr y te buscas un novio irlandés como Dios manda? -sugirió Luke.
Brigit lo miró fijamente; sus ojos parecían dos túneles abandonados.
- ¿Te apetece un poco de helado? -le preguntó Luke con amabilidad.
Este tío sí que entiende a las mujeres, pensé, aunque yo también me había quedado pasmada al verlo entrar en el apartamento. Sobre todo porque su visita coincidía con la de Daryl.
Brigit asintió con la cabeza y extendió un brazo. Luke le tendió un helado; ella vaciló, pero luego se lo quitó de las manos, como si temiera que él no fuera a dárselo.
- ¿Todo para mí… sola? -consiguió decir Brigit. Yo ya la había visto catatónica de desilusión en otras ocasiones, pero nunca tan grave.
Luke asintió.
- Todo para Brigit -dijo ella aferrándose al bote de helado.
Todos nos quedamos mirándola, preocupados.
- Qué bien -añadió ella-. Todo para la pobre Brigit.
Nos quedamos callados, mientras Brigit intentaba dar unos pasos.
- Cuchara -murmuró mientras iba hacia la cocina, tambaleándose-. Comer. Sentirse mejor.
No le quitamos los ojos de encima hasta que Brigit llegó a su dormitorio. Cuando cerró la puerta, Luke me miró:
- Hola, Rachel -dijo con un tono muy diferente del que había utilizado para engatusar a Brigit.
Era un tono de voz significativo que me hizo sentir como si ya hubiera comido un poco del helado que Luke me había traído. Pero de todos modos no pude saborear aquella sensación, porque no podía olvidar que Daryl rondaba por el salón, sorbiéndose la nariz.
- Hola, Luke -dije con, torpeza-. No te esperábamos. -En cuanto pronuncié esas palabras, me arrepentí, porque sonaron antipáticas. Así que me apresuré a añadir-: Pero me alegro mucho de verte. -También me arrepentí de haber dicho eso, porque el comentario sonaba falso y condescendiente.
Me estaba poniendo nerviosísima. ¿Por qué había tenido que coincidir Luke con Daryl? Y ¿por qué había tenido que coincidir Daryl con Luke?
Siempre llueve sobre mojado, y empecé a temer que el diluvio acabaría arrastrándome. Temía que Daryl me descalificara por ser amiga de un tipo que llevaba una camiseta de El señor de los anillos. Por otra parte, también me atormentaba pensar que para Luke, Daryl era una especie de chulo de discoteca. Me di cuenta de que quien me gustaba era Luke, aunque esa constatación no me hizo ninguna gracia.
Entonces Luke se fijó en Daryl, y le cambió la cara.
- Hola, Darren -dijo sin sonreír.
- Daryl -le corrigió Daryl.
- Ya lo sé -dijo Luke.
- ¿A alguien le apetece una copa? -pregunté con voz estridente antes de que se desencadenara una pelea. Luke me siguió hasta la cocina.
- Rachel -dijo con voz dulce, su atractivo cuerpo casi tocándome-. No te acuerdas, ¿verdad?
- ¿De qué? -Percibí su olor y me entraron ganas de pegarle un mordisco.
- Me pediste que viniera esta noche.
- Ah, ¿sí? ¿Cuándo?
- Esta mañana, antes de que me marchara.
El miedo me atenazó, porque no recordaba haberle dicho tal cosa. Y no era la primera vez que me ocurría algo parecido.
- Dios mío -dije con una risita nerviosa-. Debía de estar dormida. -En cambio, estaba lo bastante despierta para pedirle que llamara al trabajo por mí para decir que estaba enferma. «Di que eres mi hermano», recordaba haberle dicho.
- En ese caso -dijo él al tiempo que dejaba el otro bote de helado sobre la encimera-, me marcho. No hice nada para impedirlo. Sabía que estaba comportándome fatal, y que todo era culpa mía. Me habría gustado decirle que se quedara, pero estaba completamente paralizada; lo único que todavía me funcionaba era el cerebro, como si acabara de despertar de una anestesia general.
Vuelve, gritaba mentalmente; pero mi voz se negaba a cooperar conmigo. Sal detrás de él y agárralo por el brazo, me ordenaba la cabeza; pero mis piernas y mis brazos no obedecían.
Cuando la puerta, del apartamento se cerró detrás de Luke, oía Daryl sorber por la nariz y decir:
- Oye, ese tío es un antipático.
Me volví hacia él y decidí salvar lo que pudiera del desastre.