15
La primera mañana que desperté en la cama con Luke pensé que me iba a morir.
Tardé un momento en darme cuenta de que no estaba en mi cama. Mmmm, pensé con satisfacción, con los ojos todavía cerrados, ¿en qué cama estoy? Espero que sea en la de alguien agradable. Y entonces lo recordé todo de golpe. Fue como si me hubieran tirado un cubo de agua helada por la cabeza. Rickshaw Rooms, los Hombres de Verdad, el revolcón en el taxi, el polvo con Luke, y lo peor de todo: el hecho de que me encontraba en su cama.
Mentalmente me incorporé de un brinco, me tiré de los pelos y grité: «Cómo he podido?» Pero en la realidad me quedé inmóvil,, procurando no despertar a Luke. Procurándolo por todos los medios.
Con la luz del día había recobrado los sentidos, y estaba horrorizada. No sólo me había acostado con un Hombre de Verdad, sino que no había tenido el tino de despertarme de madrugada, vestirme a oscuras y salir de puntillas de la habitación, dejando allí a Luke, mis pendientes y algo más comprometedor, como mi pomada para el herpes. La verdad es que no me habría importado siquiera dejarme un tubo de pomada para las hemorroides encima de la almohada de Luke, como nota de despedida, con tal de haber podido salir de allí por piernas.
Abrí lentamente los ojos, cuidando de no mover el resto del cuerpo. Estaba de cara a una pared. Oí una respiración y noté su calor, y deduje que había alguien más conmigo en aquella cama.
Alguien que me dificultaba la huida.
Mi cerebro saltaba de aquí para allá como gato enjaulado, intentando recordar dónde había dejado mi ropa. ¡Cómo lamentaba no haberme despertado a las tres de la madrugada!
No; tenía que ser sincera y reconocer que el problema había empezado mucho antes. Me arrepentí de haber dejado que Luke Costello me besara. Es más, decidí que las cosas empezaron a decaer en cuanto puse el pie en Rickshaw Rooms. ¿Por qué demonios el portero no nos había mandado a paseo, como solían hacer todos los porteros? Ahora que lo pensaba, me daba cuenta de que el problema había empezado el día que oí hablar de Nueva York. Si me hubiera gustado Praga, nada de todo aquello habría pasado. Lástima que en Praga no hubiera más discotecas.
Permanecí tumbada en la cama, rígida, rememorando mi vida. Si hubiera conseguido aquella plaza en el curso de dirección de hoteles de Dublín, si no hubiera conocido a Brigit, que había sido una mala influencia para mí, si hubiera nacido chico…
Cuando descubrí que el origen de mi problema se remontaba al desastroso momento en que mi madre me parió, oí una voz. «Hola, cielo, dijo la voz (de Luke supuse, a menos que aquellos chicos compartieran alga más que los pantalones de cuero). De modo que estaba despierto. Aquella certeza echaba por tierra mis esperanzas de escabullirme de allí sin que él lo advirtiese. Me dieron ganas de taparme la cara con las manos y llorar, pero tenía que fingir que era una tetrapléjica muda.
Entonces noté que un brazo me rodeaba el cuerpo, desnudo, y tiraba de mí. Un comportamiento muy masculino, pues yo no era precisamente un peso pluma.
Me deslicé sobre las sábanas hasta entrar en contacto con otro cuerpo. Un cuerpo de hombre. Su atrevimiento me irritó. Yo no tenía intención de participar con Luke, el Peludo Hombre de Verdad, en un revolcón matutino. Luke podía considerarse muy afortunado por lo ocurrido la noche anterior. Me pasó por la cabeza acusarle de haberse aprovechado de mí, pero decidí que no era lo más indicado. Eso sí: yo había cometido un grave error, y aquello no volvería a repetirse nunca.
- Hola -murmuró Luke.
No le contesté. Estaba de espaldas a él, y no pensaba mirarlo. No podía mirarlo. Apreté los párpados y recé para que se marchara o se muriera o algo así.
Había llegado hasta su lado en la misma posición exacta en que estaba antes, al borde de la cama. Permanecí rígida como un cadáver, y lentamente él empezó a apartarme el cabello del cuello. Asombrada de su descaro, yo apenas me atrevía a respirar. ¿Cómo se atreve?, pensé, furiosa. Que no se crea que lo va a tener fácil. Voy a permanecer completamente inmóvil para que pierda todo interés por mí, y así podré escaparme.
Entonces noté una extraña sensación en el muslo, tan suave y leve que al principio pensé que me la estaba imaginando. Pero no me la imaginaba. Luke me estaba acariciando la parte externa del muslo con la otra mano, poniéndome la piel de gallina. Produciéndome escalofríos y cosquilleos. Subía hasta mi cadera, bajaba hasta mi rodilla, volvía a subir hasta la cadera…
Tragué saliva.
Estaba desesperada por salir de allí. Pero no me atrevía a hacer ningún movimiento brusco, como apartar la sábana de golpe (dándome el gustazo, de paso, de pegarle un codazo a Luke en los riñones), sin antes saber dónde iba a encontrar, al menos, parte de mi ropa.
¿Por qué no habíamos corrido las cortinas antes de acostarnos? No había forma de ocultar mi desnudez, pues la luz entraba a raudales por la ventana.
Luke seguía acariciándome el muslo con una mano y el cuello con la otra. Entonces noté una agradable sensación en el cuello que envió varias descargas eléctricas por todo mi cuerpo. ¿Qué me estaba pasando? Investigaciones posteriores revelaron que Luke había empezado a morderme.
¡Se estaba pasando!
Tenía que marcharme de allí como fuera.
Podía negar descaradamente lo que era evidente. Podía levantarme de la cama como si tal cosa y simular que no me importaba buscar mi ropa a gatas por el suelo. Si encontraba mis bragas y por lo menos podía taparme el trasero, el resto ya no me importaba tanto.
También podía tomármelo a risa, envolverme con la sábana como si fuera una toga y… Un momento. ¿Qué hacía ahora?
Tragué saliva. El muy cerdo se las había ingeniado para deslizar la mano por debajo de la barrera de mi brazo, y me estaba acariciando los pezones con una delicadeza exagerada. Mis pezones parecían tacos de una bota de fútbol.
Con todo, seguí quieta como una estatua. Luke se acercó más, pegando su torso a mi espalda. Así pude sentir mejor los primeros indicios de su erección matutina.
Me encantan los penes semitumescentes, pensé, distraída. Evidentemente no son tan útiles como los penes tumescentes del todo, pero son tan regordetes y morcillones, tan… cachondos. No sabes nunca qué van a hacer a continuación; bueno, sí que lo sabes, claro, pero aun así…
Me di cuenta de que me estaba excitando.
Mi cuerpo reclamaba el desayuno.
No veía a Luke pero lo olía. Olía a tabaco, a pasta de dientes y a otra cosa, un olor almizcleño y sensual, un olor masculino. Esencia de hombre.
También notaba los indicios de mi excitación. Luke me estaba gustando; era grande y firme, suave y tierno. Sin embargo, decidí que podía irse al cuerno. Lo de la noche pasada había sido un error.
Cambió las piernas de posición, pegando sus muslos a los míos. Unos muslos enormes y duros. Yo estaba tan sensible a su tacto, que parecía que me hubieran quitado una capa de piel. No había nada como un poco de deseo para que me sintiera como si me hubiera pasado una hora exfoliándome como una loca.
No me sentía gorda y repugnante, como solía ocurrirme cuando estaba en la cama con un hombre. Mantenía la correlación de fuerzas, porque sabía que Luke me deseaba.
Noté su miembro erecto, que me rozaba suavemente el trasero.
Luke volvió a mordisquearme el cuello, y deslizó la mano hacia abajo, por la curva de mi vientre (¡mete la barriga, rápido!), y después siguió bajando un poco más. Volví a contener la respiración, pero por otros motivos.
Me acarició suavemente el vientre, pasando la mano por la cadera, por el muslo, por encima de mi vello púbico (intenté contener un gemido, que al escapar sonó como el agudo ruido que hace un perro cuando se pilla la cola en una puerta), otra vez por mi vientre, por la cadera, bajando lentamente con movimientos circulares.
Pero no tan lentamente como a mí me habría gustado.
Mi cabeza me aconsejaba que le apartara la mano y lo mandara a paseo, pero mi entrepierna gimoteaba como un chiquillo.
Sigue, por favor, pensé, desesperada, cuando Luke llegó un poco más abajo. ¡Oh, no! Había vuelto a subir hasta mi vientre. Se concentró de nuevo en mi muslo, pero esta vez un poco más arriba que antes, aunque no lo suficiente.
Mi pubis ardía y se derretía; era como una zona radiactiva. Y seguía sin mover ni un dedo.
Toda la sangre de mi cabeza había bajado a la zona pélvica, como un grupo de refugiados, llenándola e hinchándola. Notaba un vacío en la cabeza, y en cambio mi zona genital estaba supersensible.
Estaba tumbada de lado, preguntándome qué podía hacer, y de pronto todo cambió. Sin previo aviso, Luke pasó el brazo por debajo de mi cuerpo y me dio la vuelta. Hacía un momento estaba en posición fetal, rígida como un cadáver, y ahora estaba tumbada boca arriba, y Luke estaba encima de mí.
- ¿Qué haces? -dije con voz ronca. Estaba nerviosa y turbada. Tenía que admitir que Luke estaba muy guapo; la barba incipiente le sentaba bien, y a la luz del día sus ojos tenían un color precioso.
Miré hacia abajo y vi su pene erecto. Aparté rápidamente la vista, impresionada y excitada.
- Tengo ganas de jugar -dijo Luke, y esbozó una sonrisa enternecedora. Sentí que los últimos rastros de mi determinación se tambaleaban y se venían abajo-. Voy a jugar contigo.
Desde que me había despertado, yo tenía las piernas firmemente pegadas. Pero ahora Luke puso las manos entre mis muslos y los separó suavemente. Y el deseo me venció.
- A menos que tú no quieras jugar conmigo, claro -dijo Luke, inocentemente. Se inclinó y me mordió un pezón, con suavidad pero con decisión, y de nuevo se me escapó un gemido de placer.
Lo deseaba intensamente. Notaba cómo mi clítoris palpitaba y ardía, como si estuviera en llamas y, al mismo tiempo, derritiéndose. Ahora sé cómo se siente un hombre cuando tiene una erección, pensé.
Luke me miró y dijo: «¿Y bien?»; luego me mordió el otro pezón.
Si hubiera intentado levantarme y caminar, no lo habría conseguido. Me notaba pesadísima. Estaba atontada de placer.
- ¿Y bien? -insistió Luke-. ¿Quieres jugar conmigo?
Lo miré, y vi sus ojos azules, sus dientes blancos, sus atractivos muslos, su enorme pene morado.
- Sí -admití con un hilo de voz-. Quiero jugar contigo.