24

TYRONE no podía siquiera pensar en hacer preparativos para dejar a Sinnovea la mañana siguiente, pues sabía que ella no estaba con ánimos de perdonarlo. Cuando las primeras luces del día entraron por la ventana, bañando todo con un suave matiz rosado, se ubicó al lado de la cama para ver a su esposa dormida, incapaz de recordar un momento que hubo pasado a solas con ella que no fuera considerado placentero. Aunque podría haber sido adverso a admitirlo a cualquiera excepto a sí mismo, a pesar de los azotes, la seducción planeada, había sido el momento más provocativo en su memoria hasta la noche anterior en que los dos se habían convertido por fin en uno solo. Era difícil imaginar que pudiera haber experimentado algo semejante a esa excitación. Sin duda, ella se había adueñado por completo de su mente y, tal vez ahora, también de su corazón.

Había vuelto a soñar con ella, y luego se había despertado con la suave y tentadora presión del cuerpo de su mujer contra su espalda desnuda. Ella había buscado su calor en sueños, y su pasión se había intensificado al ver esas suaves curvas desprovistas de ropas y completamente vulnerables a sus mínimos caprichos. Enfrentado una vez más con semejante tentación, había resuelto darle tiempo para que se adaptara a los cambios en la relación conyugal y aceptara sus atenciones de esposo. De otro modo su prolongada y sufriente abstinencia habría llegado al fin. Ella era su esposa, y él quería tratarla como si todo su mundo girara en torno de hacerla feliz.

Cuando miraba hacia atrás, hacia el momento en que había conocido a Sinnovea, Tyrone comprendió que había algo entre ellos que siempre faltó en su relación con Angelina. Aunque había sentido aprecio por su primera esposa, nunca la había valorado con todo su corazón, su mente y su cuerpo, como había sucedido con Sinnovea desde el principio. Tal vez, en lo profundo de su mente, nunca pensó en Angelina como una mujer madura, pues ella había sido más semejante a una niña, siempre exigiendo su afecto y la demostración de su afirmación de forma grandilocuente, abrazándose a él en momentos en que su deseo era sólo estar unos instantes tranquilo conversando con ella o visitar a su abuela o a sus padres sin tener que reprenderla porque se distraía o lo avergonzaba con sus constantes intentos de besarlo o acariciarlo.

Con una mirada retrospectiva, Tyrone pensaba que Angelina había crecido con la idea de que ella podía dominar el amor de cualquier hombre así como había exigido la atención de sus padres por ser hija única a la que se consagraron con devoción. Cuando Angelina se vio obligada a compartir su tiempo y su afecto en visitas a la familia o a los amigos, se había quejado de que él no la amaba y que apreciaba a cualquiera mucho más que a ella. Una vez, lo había forzado a probarle su amor prestándole atención sólo a ella. En su momento él había considerado la sugerencia y le había prometido cumplirla si ella abandonaba a sus amigos y a su familia por él. Como se resistió con vehemencia a ese acuerdo, no pudo hacer otra cosa que permitirle el mismo privilegio de visitar a aquellos a quienes él valoraba o consideraba sus compañeros cercanos.

Surgía claramente el contraste en la cabeza de Tyrone: Sinnovea era una mujer en todo el sentido de la palabra y no tenía miedo de que nadie le usurpara sus derechos y privilegios de esposa. Había sufrido una breve incertidumbre a causa de los desayunos que solía compartir con Natalia, pero por la forma en que alentaba el afecto creciente que tenía por Sofía, había demostrado su voluntad de compartirlo con otros. Había habido una única instancia en que sus celos se habían manifestado con claridad, y eso había sido después que Aleta hubiera intentado capturar su atención, junto con otras cosas, en su dormitorio. Nadie podía disputarle su derecho a estar indignada con una mujer que trataba de obtener de él todo lo que él le había estado negando a ella.

Y ahora estaba allí, luchando con el abrumador deseo de despertar a Sinnovea. Sin embargo se controló al saber que ella no estaría con voluntad de escucharlo después de haberla forzado a darle placer. Aun así, cuando se vistió y bajó para unirse con Natasha en el comedor, estaba perturbado y era incapaz de ocultar su inquietud.

Parece preocupado esta mañana, coronel comentó la mujer, que había decidido llamarlo del modo que creía que le iba mejor. Era un hombre que estaba acostumbrado a dar órdenes y a tener autoridad, aunque ella sospechaba que a veces se sentía totalmente perdido en lo que se refería a cómo tratar a su joven esposa . ¿Hay algo que lo está molestando?

Tyrone se apoyó en la silla con un prolongado suspiro.

Se acerca el día de mi partida, Natasha, y no quiero dejar a Sinnovea. Empiezo a preguntarme si las cosas van a ser un poco más fáciles en el futuro.

Natasha lo estudió un largo rato antes de darle una respuesta.

Si no lo conociera mejor, coronel, estaría tentada a pensar que se ha enamorado de la muchacha.

Su conjetura no sorprendió a Tyrone en lo más mínimo.

¿Qué voy a hacer? No intentó esconder su preocupación al confesar. El comandante Nekrasov vino aquí ayer para informar a Sinnovea que yo, en un momento de locura, había hecho un acuerdo con el zar según el cual él me otorgaría la anulación del matrimonio al terminar mi contrato militar... si yo, para esa fecha, podía presentar evidencia viable de mi vida célibe mientras estaba casado con Sinnovea.

Las cejas de la mujer se levantaron por la sorpresa.

¿Tiene alguna esperanza de cumplir esa hazaña, coronel?

Si hubiera estado en plena posesión de mis facultades en ese momento, y no hubiera estado tan indignado por el plan de Sinnovea, me habría dado cuenta antes de hacer la propuesta de que fracasaría muy pronto... y eso sucedió. Pero ahora, Sinnovea no quiere tener nada conmigo.

Yo no me preocuparía por su reticencia, coronel, en la medida en que tenga intenciones de enmendar las cosas en el futuro cercano.

Ese es el problema. No tengo mucho tiempo para persuadirla antes de partir. Estaré por aquí tal vez una semana más, luego me iré no sé por cuánto tiempo.

Tal vez Sinnovea considere lo que es prudente y le permita hacer las paces antes de que se vaya. Es verdad que a veces puede ser muy obstinada, pero en general cede cuando puede ver la verdad de un asunto Natasha se inclinó hacia delante en la silla y apoyó una mano consoladora sobre la de él y le ofreció el único consejo que le parecía apropiado . Haga su vida normal, coronel, pero busque una oportunidad de hablar con ella. Dígale la verdad y no tenga reparos en asegurarle que usted la quiere como esposa, inclusive después de regresar a su casa de Inglaterra volvió a apoyarse en el respaldo dela silla y contempló el gesto adusto del coronel un momento antes de preguntarle:

¿Sabe lo que va a hacer cuando regrese a su casa, coronel? ¿Ha hecho avances para arreglar sus problemas allí?

Tyrone meditó la pregunta un instante, mientras se concentraba en acomodar la servilleta en su regazo.

Tengo una casa en Londres donde viví con mi primera esposa. Está allí esperándonos para cuando llegue el momento de marcharme de aquí. El otro asunto todavía no está solucionado. Mi padre no me dice demasiado en sus cartas, pero temo que los padres del hombre con el que me batí a duelo todavía no me han perdonado por matar a su único hijo. Sin embargo, estoy decidido a establecer allí mi hogar una vez que me vaya de Rusia miró hacia arriba para encontrar los ojos oscuros que descansaban sobre él. ¿Usted piensa que Sinnovea será feliz allí... conmigo?

Una sonrisa gentil se posó en los labios dela condesa.

Creo que Sinnovea será feliz en cualquier lugar, siempre que viva con el hombre al que ama. Además, tiene una tía en Londres... la hermana de su madre, que es el único familiar vivo que posee. Será bueno para Victoria tenerla tan cerca. Por supuesto, yo la voy a extrañar terriblemente...

Esta vez fue Tyrone quien apoyó una mano consoladora en la de la mujer.

Usted siempre será bienvenida en nuestra casa, Natasha. Su visita nos daría a Sinnovea y a mí la oportunidad de devolverle el favor que nos ha hecho al permitirnos vivir en su casa.

¡Por favor! Natasha se echó a reír desechando la idea de pagarle el favor con un movimiento de la mano. He disfrutado de cada momento de su estancia aquí y continuaré disfrutando de su presencia hasta que se vayan. Sin los dos ¡no sería más que una vieja solitaria!

¿Qué? Tyrone no pudo más que reírse ante semejante ocurrencia ¿Con todos sus amigos? Me parece difícil creerlo, Natasha.

Sinnovea está tan cerca de mi corazón como si fuera mi hija declaró Natasha con los ojos oscuros húmedos de lágrimas. Vosotros dos sois como mi familia, y, aunque tengo muchos amigos y muy buenos, hay un lazo más fuerte que une mi corazón con Sinnovea y que nunca nadie podrá reemplazar. Su madre fue mi mejor amiga; Eleanora fue la hermana que nunca tuve y, por eso, mi querido coronel, usted tendrá que saber disculpar todas las veces en que actúe como una mamá gallina.

Tyrone sonrió y se burló de ella.

Una madre por matrimonio, por así decir.

¡Se lo ruego, coronel! ¡Muestre un poco de respeto por sus mayores! insistió Natasha, y luego permitió que su risa se uniera a la de él.

Cuando el desayuno hubo concluido, Tyrone siguió el consejo de Natasha en la medida que le fue posible y se dirigió al trabajo sin volver a subir al dormitorio. Para gran alivio de sus hombres, estaba con ánimo más tolerante que en los últimos tiempos. En los días siguientes discutió las dificultades de la campaña con Grigori y con el explorador, Avar y diseñó con gran detalle la estrategia que usaría. Mientras trabajaba en los mapas, borradores y diagramas del área donde estaba ubicado el campamento de Ladislaus, los soldados de rango más bajo se aprovisionaban de alimentos, armas y equipos; los almacenaban, los reparaban, reemplazaban lo que era necesario y descartaban lo que no servía.

En anticipación a su partida, Tyrone permitió a sus hombres un par de días libres. Como estarían lejos al menos por quince días, él también se tomó un tiempo libre junto con el resto, pero evitó avisarle a Sinnovea, pues se dio cuanta de su estado de ánimo pensativo y su inescrutable reserva. Al principio había decidido hablar con ella acerca del permiso la noche antes de que comenzara, pero después de haber trabajado duramente con sus hombres durante el día, cuando Sinnovea regresó del vestidor y se unió a él en la cama, ya estaba dormido. En los últimos días, había adquirido la costumbre de quedarse en el vestidor, lejos de la vista de él hasta que se durmiera, negándole la posibilidad de hablar o de hacer cualquier otra cosa.

Se acostó a su lado bien tarde, cuidándose de no despertar a su marido, pues sabía que había ganado el derecho de descansar después de haberse sometido a un gran esfuerzo físico y mental durante el día. A pesar de su indiferencia, cada vez que él se encontraba cerca disfrutaba del momento en que podía observarlo mientras dormía. Tenía el cabello más largo de lo que nunca le hubiera visto. Unos mechones pesados caían sobre su frente y sus sienes, haciéndolo parecer un legendario dios griego de las historias de antaño.

Hacía poco tiempo se había hecho un largo rasguño en la mejilla con una lanza arrojada por un soldado joven e inexperto al que le estaban tratando de enseñar el arte de lanzar esa arma. La torpeza del muchacho casi le había costado un ojo y, aunque su marido había tratado de minimizar helecho diciendo que no era más que un pequeño rasguño y que carecía de toda seriedad, Sinnovea había insistido hasta que, finalmente, con un profundo suspiro de resignación, Tyrone cedió y aceptó sentarse en una silla para que ella le limpiara y le curara la herida. Su falta de preocupación era justificada, pues no quedaría ninguna marca de la herida. Su falta de preocupación era justificada, pues no quedaría ninguna marca de la herida, pero Sinnovea no estaba segura hasta que pudo comprobarlo por sí misma.

Heridas de ese tipo no eran nada nuevo para el coronel Tyrone Rycroft, pensó Sinnovea inclinándose sobre él. Había pequeñas marcas y cicatrices en todo su cuerpo. Mentalmente contó dos en su pecho, otras en los brazos y una justo encima de la ingle donde una lanza le había desgarrado el muslo y parte del bajo vientre sin causar daños de gravedad, pero dejando una prueba de su paso. Estaba muy agradecida de que el arma no hubiera ido más abajo, pues lo podría haber dejado incapacitado para provocarla con sus pasiones masculinas.

Al notar el frío en la habitación, Sinnovea subió las mantas hasta el hombro de su marido que, yacía de costado con el rostro hacia ella. Sus ojos se abrieron poco a poco para mirarla, apenas conscientes. Aun así, una sonrisa ladeada le curvó los labios entibiándole el corazón de un modo más eficaz que el más inteligente de los argumentos. Una sensación extraña, de afecto, la inundó y la hizo casi quedarse sin aliento, pues una indescriptible alegría le inundaba el alma. Se acercó a él tanto como se atrevió y apoyó la cabeza en la misma almohada mientras sus ojos acariciaban el rostro de su esposo. Un momento después, su brazo la rodeaba y la acercaba a su cuerpo. Sinnovea, con una sonrisa satisfecha, cerró los ojos, feliz de estar atrapada en su abrazo.

Sinnovea se despertó tarde a la mañana siguiente y se sorprendió al ver que Tyrone aún no había salido. Lo escuchó en el vestidor afeitándose, y mientras él se ocupaba de esos menesteres, se deslizó de la cama, se puso una bata y voló escaleras abajo. Llamó a Ali y se apresuró a ocupar la sala de baños para su aseo matinal. Un momento después Tyrone entraba para entrometerse en su baño. Miró hacia arriba, alarmada, cuando la puerta se abrió de par en par y, al verlo dirigirse hacia ella con osadía, le ordenó a Ali que le pasara una toalla.

No tienes necesidad de apurarte, querida. Tengo un par de días libres antes de partir, así que no estoy muy apurado.

Me estaba preguntando eso respondió Sinnovea desde el otro lado de una enorme toalla, que Ali sostenía para ocultar su salida de la tina. En general, ya te has ido cuando me despierto.

Los hombres necesitaban unos días para relajarse antes de que comencemos, y yo también necesitaba un buen descanso.

Debiste habérmelo dicho después de secarse con vigor con una pequeña toalla detrás del improvisado biombo, Sinnovea pasó una loción por su piel antes de colocarse la bata. Podríamos habernos preparado mejor.

Tyrone rió burlón, pues había tenido éxito en pescarla en el tipo de desarreglo en que esperaba encontrarla. Una mejor planificación hubiera significado que ella habría estado levantada y vestida mucho antes de que él se despertara.

No veo razón para perturbar la rutina de tu día, querida. Sólo quería bajar y compartir tu baño.

Tyrone sonrió mientras la pequeña criada miraba asombrada.

Ali, sería tan amable de ir a buscar un cubo de agua caliente para el baño de su señora le indicó con placer. Será suficiente para mis necesidades de esta mañana.

Una chispa brillante en los ojos de la mujer acompañó a su risa mientras hacía una cortesía y corría a cumplir lo que le había ordenado, dejando a Sinnovea sola delante de su marido. La bata de seda se pegaba a su piel húmeda y presentaba una especial deleite a la mirada atenta de quien sentía que estaba perdiendo el juicio. Ali se lo hizo recuperar al volver y, haciendo un lado a su señora, vació el cubo en la tina.

Mejor que me sumerja mientras esté caliente reflexionó Tyrone en voz alta mientras desataba los lazos de su bata.

¡Ali, déjanos solos! le ordenó Sinnovea al ver que su marido no dudaba en desnudarse delante de la criada. La pequeña mujer se escurrió fuera de la sala en el preciso momento en que la prenda cayó delante de ella y, con una sonrisa, Tyrone se introdujo en el baño tibio y perfumado y se frotó el pecho ante la vigilante mirada de su esposa.

Sinnovea se retiró con movimientos exagerados, reprendiéndolo con furia.

¿Te has hecho tanto a las costumbres de este país, esposo mío, que no te importa nada desvestirte delante de mi criada? ¡Bueno, tú conmocionarías a la pobre Ali hasta lo más íntimo de su ser! ¡Dudo que haya visto un hombre desnudo en toda su vida!

Tal vez sea ya tiempo de que conozca algo de los hombres respondió Tyrone, admirando la audacia de la bata que revelaba las curvas de su mujer a la vez que escondía su desnudez hasta un grado en que ella podía creer, erróneamente, que era apropiado. En la aceptación casual de esta función, no prestó atención a su profundo escote y a la falda ondulante que frecuentemente se abría para dejar ver sus miembros largos y delgados.

Ali ha pasado sesenta y dos años de su vida, y ¿tú dices ahora que debe aprender algo sobre hombres? Sinnovea no podía creerlo. ¿Qué crees que debe hacer? ¿Ir a conseguirse un amante a esa edad? NO tengo dudas de que Ali se ha decidido por la soltería por preferencias y no tiene necesidad de ese tipo de conocimientos. ¡En verdad, nunca he escuchado nada tan ridículo!

Tyrone se encogió de hombros en un gesto casual.

Nunca se sabe cuando se puede quedar atrapada en una sala de baños con un extraño. Sin la instrucción adecuada, podría ahogarse de la conmoción.

¡Oh, sí! al verlo sonreír provocativamente Sinnovea miró a su alrededor en busca de un arma y escogió un cubo de agua helada con el cual lo bautizó como ningún sacerdote hubiera soñado hacer.

Tyrone recibió todo el contenido del cubo en el rostro y, casi sin aliento por la sorpresa, se incorporó en la tina, desnudo y comenzó a buscar a la atractiva culpable. Sacó una larga pierna por encima del borde, y, pestañeando para recuperar la claridad de su visión borrosa, registró la sala en busca de su esposa. Sinnovea ya estaba saliendo por la puerta, pues había decidido que era el momento de una partida rápida.

Abrió la puerta de par en par y salió corriendo, con las mojadas pisadas de Tyrone detrás de ella. Echó una mirada nerviosa por encima del hombro y se alarmó al descubrir que él seguía los talones. Dispuesta a escapar se dio la vuelta, pero tuvo que detenerse de golpe porque casi chocó con Natasha. Su gemido de sorpresa fue seguido de inmediato de otro cuando al trastabillar varios pasos hacia atrás se topó con el sólido cuerpo de su marido empapado. Como sabía muy bien que estaba tan desnudo como el día en que había nacido, Sinnovea hizo un esfuerzo paras mantenerse delante de él mientras trataba de sonreír a la condesa.

Buenos días, Natasha. Hermosa mañana, ¿no es cierto?

Vine a visitarte comentó la mujer mayor con humor mientras estiraba la cabeza hacia un lado para tener mejor imagen del cuerpo musculoso que Sinnovea trataba de ocultar. Pero veo que ya tienes compañía más que adecuada.

Sinnovea se puso delante de la línea de visión de la mujer en su intento por preservar la vergüenza de su marido, algo que pensaba que le faltaba.

Probablemente te estés preguntando por qué está Tyrone aquí declaró sin convicción.

¿Es él? bromeó la condesa. Es difícil reconocerlo sin su uniforme decidió dirigirse directamente al hombre. Lo extrañé en el desayuno de esta mañana, coronel, pero veo que tenía mejores cosas que hacer.

Tengo el día libre, Natasha, de modo que pensé llevar a cabo su consejo. Tal vez sea la última oportunidad que tenga antes de partir.

Que tenga suerte le deseó, luego frunció el entrecejo al contemplar la forma en que su cabello colgaba, mojado por encima de las orejas. ¿Alguien trató de ahogarlo, coronel? Se le ve un poco destartalado.

Sinnovea cerró fuertemente los ojos, avergonzada mientras Tyrone se llevaba las manos a la cintura y asentía con un gestó rápido antes de fijar la vista en la cabeza de su esposa.

Tal vez puedas considerar de nuevo tu partida, mujer, y regresar conmigo de modo que podamos discutir las cosas de un modo más civilizado sugirió, dispuesto a quedarse allí a discutir este punto con su atractiva esposa. Y se había formado un charco alrededor de sus pies, pero si ella no cedía pronto existía la posibilidad de que se hiciera más grande, pues él parecía insensible a su desnudez.

Sinnovea respondió con un gesto rápido y evitó mirar a su alrededor.

¡Bien! replicó Tyrone y sonrió de satisfacción. Te estaré esperando, de modo que te ruego que no tardes demasiado. Puedo destruir por completo la inocencia de Ali si tengo que ir a buscarte con un saludo a Natasha, di media vuelta con sus pies descalzos y regresó a la sala de baños mientras Sinnovea se apresuraba a retroceder en un esfuerzo por ocultar el cuerpo que se marchaba.

Las cejas de Natasha se alzaron divertidas al ver por un instante la parte posterior de Tyrone que apenas tapaba el cuerpo delgado de su esposa. No pudo resistir un comentario.

Sabes, Sinnovea, cuanto más veo al coronel, más me recuerda a mi difunto esposo.

Con una rápida cortesía, Sinnovea se excusó por su apuro y, mortificada, dio media vuelta y corrió hacia la puerta.

Natasha la saludó con la mano tratando de mantener la compostura, lo cual era muy difícil en medio de un ataque de risa.

Por supuesto, querida mía dijo a la espalda de la joven. En cualquier momento.

Sinnovea cerró la puerta detrás de ella y corrió detrás de Tyrone con los dientes apretados.

¿No sabes cómo comportarte? le preguntó.

Tyrone la enfrentó con las manos en la cadera.

No voy a envolverme en los hábitos de un monje para satisfacer tu naturaleza delicada, si eso es lo que quieres. Tampoco podrás hacerme creer que Natasha nunca ha visto a un hombre desnudo. En ese aspecto, no estoy avergonzado por el hecho de ser uno.

¡No, por supuesto! ¡Te paseas como un orgulloso pavo real y muestras tus posesiones a todas las mujeres que están cerca!

¿Y a ti qué te molesta? ¡Puedo hacer con mis tesoros lo que a ti no te importaría! Prefieres reservar ese envase para la espada de otro galán que darme consuelo y solaz.

Sinnovea contuvo el aliento ante semejante acusación.

¡Eso no es verdad!

¿Oh? Tyrone hizo un gesto elocuente con el brazo mientras menospreciaba su negativa . Entonces si no es para mí ni para otros, dime, por favor, ¿para quién lo reservas? ¿Para ti? ¿Cómo trofeo a tu pureza?

¡Por supuesto que no! Sinnovea pasó delante de él ofendida. Se dio la vuelta y empezó a acosarlo verbalmente . ¡Al menos no me pavoneo como un halcón hambriento, ansioso de conseguir un picotazo o dos!

Si parezco ansioso enfatizó la palabra que ella había usado, es sólo porque estoy muriendo por el dulce licor que escondes debajo de ese fino cinturón de castidad. Aunque estuviera muriendo, mantendrías la llave bien oculta en el cofre de tu mente.

¿Qué? ¿Querrías que te sirviera como una vulgar mujerzuela? Sinnovea se acercó a él, resulta y provocativa. Con un pequeño movimiento de los hombros alentó la caída de la bata de uno de ellos ¿Así es como me querías desde el principio, no es cierto? ¿Sin casarnos, pero en tu cama? ¿Tu amante? Mi querido coronel, ¿no estás molesto porque has tenido que pronunciar los votos matrimoniales conmigo? ¡Sí que lo estás! He escuchado rumores de que en tres años pretendes negar que alguna vez asumiste ese compromiso y sin duda nombrarías a cualquier vástago que engendraras como tu bastardo.

¡No pienso hacer eso, mujer! declaró Tyrone envolviendo una toalla alrededor de la cadera.Si te niegas a aceptar lo que te aseguro, entonces pondré en tus manos documentos que garantices mii nombre a todos mis herederos. ¿Eso será suficiente para aplacar tu enfado?

Sinnovea pesó la pregunta antes de responderla.

En parte, podría.

¿Qué más quieres de mí?

Sólo el tiempo mostrará cómo son las cosas respondió. Nada puede ligarte más que los votos que pronunciamos y todavía hay que ver si te mantienes fiel a ellos o no.

¿Considerarías, entonces, ir conmigo ante el zar y escuchar cómo me retracto de mi petición? Ya lo he hecho, pero si insistes, iré a verlo de nuevo.

Sinnovea levantó la vista para encontrar la de él.

¿Estarías dispuesto a hacer algo así?

No lo habría ofrecido si no estuviera dispuesto.

¡Ver para creer, Señor! sacudió la cabeza como un niño en un juego .Tal vez pueda estar segura cuando suceda.

Entonces, ¿podemos estar en paz hasta que me marche a buscar a Ladislaus? Tal vez te veas libre de mí antes de fin de mes y esta discusión no servirá de nada.

Sinnovea buscó el rostro de su marido con una súbita preocupación.

Espero que vuelvas intacto, coronel.

Haré todo lo que pueda Tomó su bata y se la echó a los hombros mientras le ordenaba:

Permíteme que pase un tiempo contigo antes de que me vaya. Después de esta semana no verás por un tiempo.

Los ojos de Sinnovea recorrieron su largo cuerpo preocupados.

¿Irás arriba así?

Sí dijo Tyrone descartando toda posibilidad de que ella lo persuadiera de otra cosa.

En lugar de molestarlo más, Sinnovea accedió a su descuido de la propiedad y, liderando el ascenso por las escaleras, cruzó la antecámara hacia sus habitaciones mientras él cerraba la puerta detrás de ellos. Tyrone pasó un momento en el vestidor, de donde regresó con un par de tijeras en la mano.

Ya khachú pastrichsa dijo pronunciando casa sílaba con cuidado mientras le entregaba el instrumento. Mozhna pakaroche Zadi.

Sinnovea empujó sus trenzas hacia la espalda y le sonrió.

¿Sólo en la parte de atrás? ¿No necesitarás un corte en los lados también?

Mozhna padaroche pa bakam... pazhalusta.

Estás progresando mucho, coronel.

Balshoye spasiba.

Sinnovea se echó a reír y se ajustó el cinturón de la bata.

De nada señaló con las tijeras una silla con respaldo recto que estaba cerca de la ventana. Siéntate allí le ordenó, donde tenga mejor luz.

Tyrone hizo lo que ella le indicaba y, una vez más, tomó nota de la bata cuando ella se acercó a él. Le resultaba difícil pensar en sentarse rígido para un corte de pelo cuando habría preferido llevarla a la cama.

Sinnovea se embarcó en su tarea, paseando un peine por el pelo tupido.

Tu pelo es tan grueso que necesita un entresacado adecuado.

¿Has hecho eso antes?

Una o dos veces para mi padre, pero él siempre prefería que su mayordomo le cortara el cabello.

Tyrone arqueó las cejas, como dudando, cuando se encontró con su mirada.

¿Había alguna razón para esa preferencia?

Los labios de Sinnovea se torcieron mientras intentaban reprimir una sonrisa.

Nada digno de mencionar, pero sospecho que la pérdida de una oreja o dos podría haberlo persuadido de dejar que otro lo hiciera.

Tyrone hizo una mueca de miedo fingido y torció la cabeza, arrancando una risa a su mujer que acercaba peligrosamente las tijeras a su oreja.

Ten cuidado, necesitaré de mis orejas para oír a esa escoria de Ladislaus.

Por supuesto, mi señor Sinnovea se movió entre sus muslos y, jugando con los dedos entre el cabello, levantó un mechón para cortarlo y continuó de ese modo, tratando de cortar lo más parejo que podía.

Necesitaré otro baño después de esto observó Tyrone, sacudiéndose el cabello de sus hombros desnudos.

Con la punta de la lengua entre los dientes, Sinnovea se inclinó hacia delante y con cuidado le recortó el cabello que bordeaba la frente. Finalmente se enderezó y quitó los mechones sueltos lejos de su rostro.

Esto es lo que consigues por entrometerte en mis asuntos, coronel.

La sala de baños es lo suficientemente espaciosa para los dos insinuó Tyrone.

Conozco tus inclinaciones y no quiero que me vean jugueteando contigo en la sala de baños.

¿Jugarías conmigo aquí? preguntó, extendiendo una mano hacia la cadera de su esposa para tomarla de los glúteos y acercarla a sus piernas separadas.

Sinnovea se escapó de la mano con una sacudida de su cadera, un movimiento que hizo saltar las cejas de Tyrone hasta un punto increíble, pues los pechos libres de su mujer casi saltaron fuera de la bata, justo delante de su rostro.

¡Ten cuidado! le advirtió Sinnovea. Estás a mi merced y no tengo problemas en afeitarte la cabeza para impedir que alguna joven doncella te desee.

¿Puedes hacer de nuevo ese pequeño movimiento? bromeó Tyrone, tomándole el lazo de la bata. Su intento se vio desalentado de inmediato por una fuerte palmada en los nudillos.

Compórtate o lo lamentarás le aconsejó Sinnovea y, tomando un mechón de pelo de su pecho, se lo retorció hasta que lo hizo pestañear de dolor.

¡Basta malvada! Tyrone volvió a pestañear mientras ella quitaba la mano llevándose algunas hebras. El coronel se frotó el pecho que le dolía. Conoces el modo de quitarle el corazón a un hombrese quejó.

Una elegante ceja se alzó desafiante con la respuesta.

Y tú mi lord coronel, conoces el modo de destrozarme el corazón. Me tienes entre la espada y la pared, sin saber si tenemos un matrimonio que durará o morirá en unos pocos meses, hasta que te canses de mí.

¡Maldición, Sinnovea! gritó Tyrone, tratando de ponerse en pie. ¡No comiences con eso de nuevo! ¡Ya te ofrecí seguridades!

¡Siéntate! le ordenó y lo empujó de nuevo hacia la silla. ¡Aún no he terminado con tu corte de pelo!

¿Por qué no lo cortas de raíz y terminas de una buena vez? murmuró.

Ella miró hacia su regazo donde la toalla se había corrido.

Creo que no estás bien sentado para eso.

¡Maldición! Tyrone dejó caer los brazos. ¡Me castrarías también!

¡No maldigas delante de mí! lo reprendió. ¡No soy uno de los hombre de tu regimiento! ¡Soy tu esposa!

¡Eso lo sé muy bien, señora!

No sé tiró la cabeza hacia atrás.

Si esta es la forma en que vamos a pasar el día, ¡me voy a los cuarteles! Tyrone trató de levantarse de nuevo, pero con una mano en el pecho, Sinnovea lo presionó hacia abajo para que volviera a sentarse.

¡Dije que no había terminado! ¡Ahora siéntate hasta que lo haya hecho!

Con los dientes apretados, Tyrone se obligó a resistir el corte, que se había vuelto un tanto amargo por los reproches, pero Sinnovea seguía trabajando con las tijeras cerca de su oreja ignorando su gesto adusto. La irritación pronto cedió y se vio reemplazada por el interés más ardiente en las imágenes irresistibles que tenía al alcance de su mano. Ella giró un poco para juzgar los resultados de su trabajo sin darse cuenta de que su bata se abría para revelar una buena porción de un pecho redondo. Insatisfecha pasó por encima de la pierna de su marido para emparejar la curva por encima de la oreja. Se movió hacia atrás para cortar a la altura dela nuca, luego regresó para mirarlo de nuevo y pasó por encima del otro muslo para igualar las patillas.

¡Listo! dijo por fin, sujetándose la bata y subiéndose al muslo de Tyrone para considerar el trabajo terminado. El hecho de que su rodilla desnuda se apoyara levemente contra la ingle de su marido parecía no afectarla, aunque a él le ocurría algo totalmente diferente. No podía imaginar cómo ella podía distraerse con otras cosas cuando él estaba a punto de perder todo el control. Si su intención era castigarlo, había elegido la forma más eficaz de alcanzar su propósito.

Sinnovea acomodó con la mano el cabello corto y elogió la tarea realizada.

¡Está muy bien!

¿Puedo moverme ahora? le preguntó Tyrone, recorriendo con su mano el muslo de su esposa.

Sinnovea lo miró fijamente, como si saliera de en medio de la bruma. Reconoció la pasión que ardía en sus ojos y sintió que su propio pulso respondía con ansias. Con claridad, surgió el pensamiento en la mente: ella quería que él le hiciera el amor.

Tyrone percibió que no había reticencia en su rostro distendido y desató los lazos para que se abriera la bata y la alentó a que cayera al piso. Sus manos comenzaron un lento viaje ascendente desde las caderas, recorrieron loas costillas y acariciaron los suaves pechos mientras sus ojos descubrían los labios separados y la mirada cargada de deseo.

Más allá del marco de las ventanas del lado este, el sol aparecía por detrás de una delgada capa de nubes, y en la luz enmudecida de los pálidos pechos brillaban con un tinte suave y lustroso, tentándolo a saborear la vista embriagante. Ella apoyó las manos en sus anchos hombros y arqueó la espalda cuando su boca y su lengua le encendieron los sentidos. Cuando por fin él levantó la cabeza, ella encontró sus labios anhelantes con un feroz ardor que igualaba al de él. Con una osadía que asombró inclusive a ella misma, bajó una mano hacia el pecho de él, recorrió el vientre chato y musculoso para reclamar sus derechos en él. La sorpresa de Tyrone era lo que ella había esperado, una respiración intensa a través de los dientes apretados, pero la conmoción no fue exclusiva de él. Su pasión pareció salirse de control, volverse más ardiente, más dura, más audaz, hasta que ella se apartó asombrada. Avergonzada de su propia temeridad, se habría alejado por completo, pero el brazo de su esposo ya estaba allí, tomándola de la cintura, atrayéndola hacia él.

No, amor, no te vayas. Tienes derecho.

La boca de Sinnovea se abrió, sorprendida, cuando encontró los ardientes ojos azules. Sus propios ojos estaban abiertos, maravillados, ansiosos, mientras sus suaves labios se movían con palabras sin sentido que ninguno de los dos escuchaba. La mirada de él tentó la de ella mientras su mano se movía hacia abajo para recorrer el muslo. Sinnovea hizo un valiente esfuerzo para apartarse del hipnótico poder que la mantenía hechizada, atemorizada a medida de perderse, pero cuando la boca de él cubrió la de ella, su beso abrasador la atravesó, adormeciendo su conciencia a todo lo que no fuera ellos dos. Lo único que pudo hacer fue responder a su esposo que la levantó y la sentó con las piernas abiertas sobre su ingle desnuda. Pequeños impulsos de excitación la recorrieron en el momento de su intromisión y, por un largo rato, saborearon la unión, abrazándose y besándose con pasión, tocándose y dejándose tocar como sólo los amantes enamorados pueden hacerlo. Luego las caderas de ella empezaron a responder a las de él, con languidez al principio, con un ritmo cada vez más enloquecedor después. El fuego líquido penetró en ella, como una gigantesca ola de pasión derretida hasta que el esplendor de su ardor los quemó en su cegadora brillantez. Sin aliento, se aferraron el uno al otro mientras los labios se confundían en un beso impaciente y frenético que confirmaba el estático deleite de la unión.

Era ya media tarde cuando bajaron para visitar a Natasha en la sala principal. La mujer mayor notó de inmediato el cambio en la actitud, pues los dos parecían reticentes a estar separados el uno del otro, incluso un breve espacio de tiempo. Se tomaban las manos como amantes hechizados y se intercambiaban cálidas miradas que comunicaban cosas que estaban más allá del discernimiento de los otros, excepto para Natasha que sabía y entendía, pues había experimentado ella también un gran amor. Las suaves miradas de Sinnovea revelaban la preocupación por su marido, lo que alentó que Natasha creyera que la devoción de la muchacha era mucho más profunda que un simple enamoramiento. En lo que concernía a Tyrone, se le veía muy pendiente de su joven esposa. Devoraba cada uno de sus movimientos, cada sonrisa, cada mirada interrogante. Le respondía, le pedía opinión, la escuchaba con interés mientras entrelazaba sus largos dedos con los de ella o le pasaba un brazo por los hombros para acercarla a su lado. Ninguno de los dos parecía avergonzado por sus ardientes muestras de afecto. Por el contrario, se echaron a reír cuando descubrieron que los observaba con una sonrisa en los labios.

Cuando se retiraron temprano esa noche, Natasha no se sorprendió en lo más mínimo. Le aconsejó a Ali que se mantuviera lejos del dormitorio hasta que ellos reclamaran su presencia, y no fue hasta la media mañana del día siguiente cuando la criada pudo reunirse con su señora en la sala de baños. Por primera vez en su vida, Sinnovea se sintió un poco avergonzada por su desnudez delante de una mujer, pero cuando entró Tyrone unos momentos después, no quiso ninguna toalla que la ocultara de su vista. Por el contrario, Ali fue enviada arriba, donde se contentó con preparar las ropas de su señora para ese día mientras tarareaba una feliz melodía.

Natasha declinó la invitación de Tyrone a unirse a ellos en una salida, pues había aceptado la petición del príncipe Zherkof de pasar el día con él y con su hija. En el carruaje, a solas con su joven esposa, Tyrone estaba lejos de sentirse decepcionado. Mientras Stenka los llevaba de paseo por la ciudad, discutían una gran cantidad de asuntos, a veces sensualmente explícitos y excitantes cuando Sinnovea trataba de poner a prueba sus conocimientos y experiencia masculinos, otras tan inocentes como la historia dela infancia de la joven o los regalos que debían comprar a Sofía, Ali y Natasha, en caso de que él no estuviera durante un largo período de tiempo y no pudiera compartir con ella la alegría de Sviatki, o la época de Navidad.

Tyrone se había descubierto pensando en sus asuntos como alguien que tenía los días contados y, a medida que pasaba el tiempo y la partida se acercaba, sus pensamientos se habían vuelto más introspectivos. Siempre había tenido que vérselas con la amenaza de no volver con vida de una expedición, pero ahora agonizaba con la perspectiva de tener que dejar a Sinnovea. Sentía un fuerte deseo de asegurarle que, si algo le sucedía, siempre sería bienvenida en su casa en Inglaterra, si alguna vez tenía la necesidad o el deseo de visitar a su familia. Había una posibilidad de que ella tuviera en su vientre un hijo de él y, en ese caso, no era correcto que sus padres y su abuela sólo recibieran la noticia de su muerte y nunca supieran de su esposa y el hijo que habían estado gestando. Por eso, mientras estaban solos en el carruaje, tuvo la oportunidad de afirmarle a Sinnovea el deseo de que su familia supiera de la existencia de ella si es que él no regresaba, pro la idea de que algo ominoso pudiera pasarle llenó a su esposa de temor.

No podría soportar tu pérdida lloró apoyada en su pecho. Debes cuidarte, y volver a mí sano y salvo.

Haré todo lo que pueda, señora murmuró Tyrone contra su frente. Ahora que te he encontrado, quiero volver con desesperación.

¡Debes hacerlo! ¡Debes hacerlo!

Seca tus lágrimas, Sinnovea le sugirió con suavidad. Pronto bajaremos del carruaje y la gente se preguntará por qué has estado llorando.

Con reticencia, Sinnovea se sentó derecha y se secó con un pañuelo los ojos enrojecidos y la nariz. Después levantó los ojos hacia su marido y le preguntó con una sonrisa:

¿Así está mejor?

Tyrone en un impulso volvió a acercarla hacia él y atrapó sus labios en un ardiente beso mientras comprendía en toda su magnitud lo miserable que se sentiría lejos de ella.

Ruego que el tiempo pase rápido. No puedo soportar la idea de dejarte y no volver a verte, a tocarte, a amarte.

Aferrada a él, Sinnovea hizo un intento por parecer valiente.

Dentro de un mes o dos, la angustia habrá pasado y te estaré recibiendo de nuevo en mis brazos. Debemos tener valor y rezar para que no te ocurra nada malo.

Tyrone miró hacia fuera mientras Stenka detenía el carruaje en la Plaza Roja, luego volvió sus ojos a Sinnovea con una súplica.

Nos queda muy poco tiempo juntos. No lo perdamos todo aquí, donde no te puedo abrazar y besar como deseo. Me gustaría volver a casa lo más pronto posible.

Sinnovea le sonrió y deslizó su mano en la de él.

Nos apresuraremos.

Stenka quedó esperando en el coche mientras la pareja se apuraba hacia los mercados de Kitaigorod. Después de hacer la selección, regresaron con los regalos: un collar de oro para Natasha, una camisa de noche con encajes y un cal de lana para Ali, un vestido para Danika, y una muñeca y una casa de madera decorada con colores brillantes para Sofía.

Tyrone ayudó a Sinnovea a subir al vehículo y estaba a punto de entrar detrás de ella cuando se dio cuenta de que su segundo en el mando lo saludaba desde lejos tratando de atraer su atención en medio de la multitud. Asegurándole que regresaría pronto, Tyrone dejó a su esposa y se dirigió hacia donde Grigori lo estaba esperando.

Parece más feliz de lo que lo he visto en mucho tiempo, amigo mío remarcó Grigori con una sonrisa. Parece que finalmente el matrimonio le sienta bien.

¿Por qué no se acercó al coche para hablarme allí? le preguntó Tyrone, percibiendo que algo estaba molestando a su amigo.

El rostro del capitán se ensombreció.

Pensé que era mejor que Sinnovea no escuchara las noticias que traía, pero que usted debe conocer. Aleta está embarazada y el general Vanderhout está que trina. Jura que no es de él.

¿Cómo puede estar tan seguro a menos que no se acuesten juntos?

Lo que parece ser cierto. Escuché que se rumorea que él sufre de una enfermedad infecciosa que le impide saciar sus apetitos con su esposa.

¿Una enfermedad infecciosa? Tyrone frunció en entrecejo, confundido . ¿Quieres decir...?

Grigori levantó una mano para detener el flujo de preguntas que parecía estar en la punta de la lengua del coronel.

También escuché que se ha visto obligado a considerar qué mujer se lo contagió, pues él no ha sido precisamente fiel a Aleta.

Tal para cual reflexionó Tyrone en voz alta.

De todos modos continuó Grigori, Aleta ha diseminado el rumor de que usted es la causa de su estado...

¡Esa perra! gritó Tyrone y casi gruñó al pensar en la reacción de Sinnovea al escuchar semejante chisme. ¡No es verdad, por supuesto!

Ya lo sé, ¡para el general Vanderhout no! Parece que lo está buscando. Creo que es mejor si logramos partir antes de que lo encuentre.

¡Sí! ¿Pero qué le digo a Sinnovea? Ella va escuchar toda esta basura cuando no esté si no se lo cuanto ahora.

¡Así es! ES mejor que usted se lo cuente en lugar de permitir que otra persona la lastime. ¿Le creerá?

¡Debe hacerlo!

Sentada en el coche, Sinnovea inspeccionaba satisfecha los regalos que habían comprado. Cuando se dio cuenta de que un cuerpo oscurecía la puerta, levantó la vista con una sonrisa, esperando encontrar a Tyrone al lado del vehículo, pero el saludo se le heló en los labios cuando se encontró con los abrasadores ojos oscuros del príncipe Alexéi.

Sinnovea, mi pequeña doncella de hielo la saludó con sequedad. No sabía que fuera posible que embellecieras tanto en tan poco tiempo. ¿Puede ser, querida, que te hayas enamorado de tu marido? Tal vez hasta puedas estar agradecida por mi indulgencia al permitir que tu esposo conservara lo que sin duda valora más que nada en la vida.

La mirada glacial de Sinnovea trasmitía su desprecio.

Estoy muy agradecida de que Ladislaus y Su Majestad le impidieran llevar a cabo sus proyectos, Alexéi. Pero dígame, ¿cómo se atreve a estar en mi compañía cuando mi marido está tan cerca?

Alexéi arqueó una ceja en muestra de la desconfianza que le inspiraban sus pequeños engaños, y luego miró con cautela a su alrededor, tratando de encontrar al coronel en la multitud.

Bromeas, por supuesto, Sinnovea. ¿Qué hombre sería tan tonto de dejar a su hermosa mujer sola donde cualquier villano podría acercársele?

No estoy sola le recordó Sinnovea y con un gesto le señaló tanto al cochero como al lacayo.Iósif y Stenka están conmigo y, si gritara, estoy segura de que los dos estarían a uno o dos pasos antes de que mi esposo llegara.

¡Chsss! ¡Chsss! le advirtió Alexéi. Debería saber ya que puedo hacer que les corten las manos si se atreven a tocarme...

Sinnovea le replicó con desprecio.

No le creo, Alexéi, no cuando Su Majestad le ha advertido que tuviera cuidado con lo que hacía. Pero dígame, ¿va a quedarse hasta que regrese mi marido? ¿O huirá como el cobarde que es?

Dudo mucho que tu marido esté por aquí, señora, de modo que termina con esa endeble excusa Alexéi sonrió con afectación y trepó al coche. Se instaló en el asiento frente a ella mientras consideraba su incomparable belleza. Sabe, Sinnovea, podrías persuadirme para que te brindara mis atenciones después de todo. Es claro que vales el esfuerzo de perdonarte.

¡Por favor! ¡No se tome semejante molestia! se burló Sinnovea. ¡Déme su odio en cambio! Me resulta más fácil de manejar sus desaires.

He oído rumores de que pronto tu marido abandonará la ciudad. Necesitarás un hombre que te consuele mientras él esté lejos.

¿Por qué me rebajaría a aceptar sus atenciones cuando he tenido las mejores que hay?

Todavía eres tan inocente, querida el lascivo príncipe la miró con arrogancia. Después de que hayas estado un tiempo conmigo, aprenderás a reconocer a un verdadero hombre.

¡Un verdadero hombre! se mofó Sinnovea. ¡Maldito pomposo! ¡Ni siquiera tiene noción de lo que esa palabra significa en realidad! ¿Honestamente piensa que puede juzgar a un hombre por la cantidad de prostitutas que ha llevado a la cama? Los hombres de verdad son mucho más admirables a los ojos de una mujer, y desde mi punto de vista, usted no es mejor que el rústico cerdo que monta a la hembra que tiene más cerca para saciar sus deseos. Mi marido es mucho más hombre que lo que usted esperaría ser, Alexéi, de eso puede estar seguro.

El orgullo de Alexéi se vio humillado por una comparación que ya había escuchado demasiadas veces.

¡Veo que todavía no has aprendido a frenar tu lengua, Sinnovea! ¡Pero te equivocas si piensas que no puedo lastimarte!

Se inclinó hacia delante con los ojos entrecerrados para continuar vociferando sus amenazas. De pronto, como un perro que acaba de ser asustado, saltó hacia un lado con un inicio de sorpresa mientras miraba hacia la puerta y descubría el enorme cuerpo del coronel Rycroft llenando el espacio abierto. Antes de que Alexéi pudiera salir por el otro lado, Tyrone lo tomó del borde de su kaftan color rubí y lo arrastró por el asiento mientras el príncipe trataba frenéticamente de liberarse de sus garras. Cayendo de rodillas al piso delante de Sinnovea, Alexéi le rodeó las piernas con los brazos y presionó su rostro en el regazo tratando de resistir. Estaba seguro de que el coronel quería lastimarlo en venganza por los salvajes azotes que debió soportar. Levantó la cabeza para mirar a la joven que trataba de empujarle lejos de ella.

¡Ten cuidado, Sinnovea! ¡Me encargaré de ver que tu esposo sufra algo peor que la castración! ¡La próxima vez me aseguraré de que los perros coman su cadáver! ¡Sinnoveaaaaaaa... ayúdame!

Tyrone tomó a Alexéi del cuello y le rugió en el oído mientras lo separaba de Sinnovea.

¡Maldito cobarde! ¿Dónde está tu coraje cuando Ladislaus no está cerca?

Los brazos y las piernas del príncipe se movían enloquecidos mientras el cuerpo salía despedido por la puerta. Aterrizó a poca distancia en medio de las verduras que un vendedor había arrojado de su carro. El príncipe se puso de pie a tropezones, y sin atreverse a levantar demasiado la vista, que quedó capturada en el borde dorado de su kaftan, se acomodó el atuendo y se marchó con pasos largos.

¡Coronel Rycroft! el nombre fue como un ladrido surgido de la proximidad. Tyrone dio media vuelta y vio al general Vanderhout que se aproximaba con una manifiesta indignación por lo que acababa de ver . ¿Qué significa esta ofensa? ¿Se ha vuelto loco?

¡Ese hombre insultó a mi esposa!

El general Vanderhout explotó de rabia.

¿Cómo se atreve a atacar a otro hombre por una falta de la que usted también es culpable?

Tyrone enfrentó a su superior directamente.

¿una falta de la que también soy culpable? alzó una ceja interrogante. He oído los rumores del estado de su esposa, general, pero me crea o no, yo no tengo nada que ver con eso.

Aleta dice que sí, y por esa ofensa, coronel, veré que le quiten su rango y lo devuelvan a su casa deshonrado.

Tyrone murmuró una maldición al sentir el aguijón de la venganza de Aleta. Parecía que estaba buscando una retribución por el rechazo que había sufrido, pero él no iba a aceptar sus acusaciones sin defenderse.

Le sugiero, general, que trate de lograr la verdad de este asunto antes de proceder con sus reclamos. Se ahorrará y ahorrará a su esposa una vergüenza mayor.

El general Vincent Vanderhout enrojeció hasta el cuello de su camisa mientras luchaba por encontrar una réplica adecuada para refutar la declaración de inocencia del coronel. Con el mismo fervor buscó una amenaza que atemorizara al hombre, pero cuando se encontró con la mirada de acero de esos ojos azules no pudo hacer nada excepto escupir en señal de frustración.

Debo irme ahora, general continuó Tyrone con rudeza, pero si desea charlar de este asunto con más detalle, tenga por seguro que tengo testigos que declararán a mi favor, varios oficiales de alto rango que pueden asegurar el número de veces que decliné las invitaciones de su esposa. Sus indiscreciones no me incumben, pero no permitiré que dañe mi vida con mentiras acerca de mi conducta inclinó la cabeza con un duro saludo de despedida y terminó la conversación abruptamente. Buenos días, general.

¡Esto no termina aquí, coronel Rycroft! gritó Vincent Vanderhout mientas Tyrone subía al carruaje. ¡Va a volver a escuchar hablar de este tema!

Tyrone maldijo entre dientes y se recostó en el asiento del coche.

Parece que una mujer vengativa tiene el veneno de una víbora.

¿Qué pasó? Sinnovea buscaba en el rostro enfadado alguna clave que le permitiera revelar lo que había encendido su temperamento.

Aleta está embarazada declaró Tyrone sin preámbulos, y el general Vanderhout asegura que no es el padre, por eso ella ha tomado la iniciativa de mentir y decir que yo lo soy miró en derredor y sacudió la cabeza. Pero no lo soy, Sinnovea. Te lo juro, nunca he tocado a esa mujer excepto para arrojarla fuera de mi vista.

Sinnovea se inclinó hacia delante y presionó su frente contra su cuello, disolviendo la mayor parte de su enfado al susurrarle:

Te creo, Tyre.

Tyrone no sabía qué lo había molestado más, si Alexéi enfrentando a Sinnovea o su discusión con Vanderhout. Su esposa terminó con ese pequeño debate.

Alexéi ha escuchado rumores de que partirás pronto le informó. Ahora ha decidido que le gustaría retomar sus esfuerzos por tenerme en su cama.

Tyrone se recostó para mirar a su esposa y reconoció la preocupación en su rostro. Le pasó un brazo sobre los hombros y tranquilizó sus miedos en la medida en que era capaz de hacerlo.

Pondré hombres que custodien la casa para que te vigilen en mi ausencia. Alexéi no es suficiente hombre como para enfrentar a guardias armados.

Sinnovea buscó los ojos.

¡Te extrañaré terriblemente, coronel!

Es un hecho, señora, que mi corazón se quedará contigo le susurró. Cuídalo bien.

Nunca te traicionaré le prometió con suavidad, acurrucándose en su pecho. Le pasó un dedo por el mentón y le sonrió mientas le comunicaba sus sentimientos. Creo que te amo, coronel.

Tyrone bajó su boca hasta la de ella y le susurró:

Y yo sé sin ninguna duda que te amo.

Con el siguiente latido del corazón, sus labios se unieron en un beso que selló sus votos de amor más que cualquier palabra pronunciada. Pasó un largo rato antes de que se separaran y, una vez más, esa noche se retiraron temprano a sus habitaciones para pasar las horas de dulce pasión en mutuas demostraciones de devoción.