15

SIN aliento y conmocionada, Sinnovea hizo una pausa justo delante de las puertas que daban al jardín para recuperar el autocontrol. Habría sido simplificar y atenuar el verdadero estado de su abrumada sensibilidad decir que se sentía como una fragata desmantelada que arribaba hecha jirones. Sus armas femeninas habían sido destruidas y hundidas, mientras que las velas de su confianza en sí misma, que poco tiempo atrás se habían desplegado bien abiertas a los vientos de sus presunciones arrogantes, ahora colgaban desgarradas por el peso de su ingenuidad.

Todavía temblorosa por la intensidad de los avances de Tyrone, Sinnovea hizo lo que pudo para arreglar su cabello y recomponer su apariencia, pero no tenía la menor idea de cómo podría ocultar la perturbación de su cuerpo de mujer. Nunca había imaginado con qué intensidad podrían afectar los besos de un hombre a su anhelante cuerpo, pues ninguno de sus pretendientes había llegado tal lejos como Tyrone Rycroft. En realidad, con excepción de Vladímir, nunca había tolerado más que el ligero roce de un beso en los labios, y menos que nada la ardiente exploración de su boca y su pecho. Aun ahora le resultaba imposible apagar el fuego que la quemaba por dentro, y como se aproximaba el momento en que se vería sometida a la mirada de otros, sintió la necesidad de presentar una imagen tranquila aunque, en su interior, todavía se estremecía por el éxtasis que las caricias de Tyrone le habían provocado.

En un momento tendría que intercambiar vestido con Natasha y pasar por la inspección crítica y perspicaz de su amiga. Sabía que para ese entonces debía recuperar una cierta compostura. Su mayor preocupación era tener que desvestirse en presencia de la mujer, pues temía que sus pechos erguidos delataran los apasionados besos de Tyrone. No dudaba de que, si Natasha tenía la menor idea de que los avances habían llegado tan lejos, el juego terminaría mucho antes de empezar.

Con cierta aprensión, Sinnovea recogió las riendas de su determinación y fortaleció su ánimo para afrontar lo que estaba por venir. Aunque Natasha albergara alguna sospecha, Sinnovea sabía que tenía que encontrar alguna forma de eludir las preguntas de la mujer o de enfrentar la amenaza de que su amiga renegara del compromiso de ayudarla.

Levantó el mentón con un aire de serenidad que le costó simular y entró en el gran salón, mirando a un lado y a otro en busca de Natasha. Pronto encontró os ojos oscuros y radiantes al otro lado de la cámara e inclinó levemente la cabeza a modo de señal. Luego, con suma gracia cruzó la habitación iluminada en dirección al vestíbulo. Su paso se hizo más rápido al alcanzar las escaleras, y casi en una carrera frenética entró en sus habitaciones y saboreó la seguridad que le brindaban. Por un momento, se apoyó contra la puerta, jadeando como si acabara de ganar una difícil competición, y, poco a poco, sus temblores se redujeron a un nivel más tolerable. Con la calma recuperada, caminó hacia las ventanas frontales, abrió las cortinas y se situó contra el marco. Alexéi se adelantó desde las sombras para hacerle notar su presencia. Al ver que la saludaba, burlón, Sinnovea se retiró de la ventana y se permitió una lánguida sonrisa de victoria mientras corría las cortinas de seda con cuidado para que nada más se viera desde el exterior.

Para el momento en que Natasha se unió a ella, Sinnovea ya se había quitado el vestido y se había puesto otra creación de rico terciopelo, de un tono verde oscuro que, por su simple elegancia, realzaba a la perfección su belleza. Desoyendo las advertencias y convicciones de Natasha había elegido el vestido especialmente para la ocasión, u esta vez el escote era más que tentador para asegurarse de que las brasas de Tyrone se mantuvieran encendidas hasta que llegaran a su residencia. Una cosa era tratar de controlar su pasión, pero otra muy distinta era satisfacer sus preguntas si llegaba a sospechar los motivos que tenía para acompañarlo.

Para preservar una razonable fachada de decoro, Sinnovea se puso un chal sobre los hombros ocultando a la vista cualquier señal que pudiera haber quedado en su pecho. Con el mismo celo con que había guardado el secreto de su primer encuentro con Tyrone, así mantendría oculto todo lo que había sucedido entre ellos esa noche. No siquiera Ali tendría noticia de los acontecimientos presentes; la idea de la visita de Elisaveta había sido concebida con el expreso propósito de enviarla bien lejos de donde pudiera ver o escuchar algo.

De espaldas a Natasha, dejó que la mujer atara los lazos de su corpiño y luego acudió en ayuda de una amiga para que se quitara su sarafan. Después de hacerlo, escuchó el suave tintineo de las campanas que anunciaban que se acercaba un coche.

—Creo que Stenka ha regresado de casa de los Taraslow —advirtió—. Le he dado instrucciones de que me espere hasta que baje.

—¿De verdad piensas que lo engañarás, que creerá que soy tú? — preguntó Natasha con aprensión.

Decir que estaba nervioso con aquella estratagema era minimizar las cosas, en especial después de haber escuchado de labios del coronel que había estado involucrado en un duelo a muerte por una mujer. No le había explicado cómo había muerto la dama, y eso la preocupaba sobremanera si consideraba el bienestar de Sinnovea. Sin embargo, sabía que la muchacha se había empeñado en que se llevara a cabo ese cambio de identidad y le haría más mal que bien asustarla ahora con semejantes revelaciones.

—Trata de no decirle nada de Stenka que pueda hacerlo sospechar de que tú vas en mi lugar — le indicó Sinnovea—. El juego peligraría si se diera cuenta de su error, pues querría detenerse e interrogarte antes de partir. Con Alexéi cerca, eso sería muy arriesgado. Si Stenka no puede verte bien, supondrá que está llevándome a mí a dar un paseo. Ya le he dicho dónde tiene que ir y, aunque se sintió confundido por mi deseo de abandonar la fiesta, obedecerá si hacer preguntas.

—He dejado que el príncipe Zherkof pensara que estás enferma y no te encuentras muy bien; por eso no se sorprenderá con mi ausencia, pues creerá que estoy atendiendo tus necesidades. Ha prometido sustituirme como anfitrión durante mi ausencia, de modo que, mientras ningún otro invitado nos vea salir, estamos razonablemente a salvo. ¿Dónde dejaste al coronel Rycroft?

—Está esperándome en el jardín. Ha alquilado un coche para esta noche, de modo que no tendremos necesidad de usar el tuyo.

Natasha habló a través del vestido de un azul intenso que estaba tratando de hacer pasar por su cabeza.

—Supongo que está claro que ha aceptado encantado todo esto, quiero decir, llevarte a su casa y lo demás.

—Algo así. —Sinnovea se negó a elaborar más la respuesta mientras ayudaba a la mujer a atar el corpiño.

Natasha estudió su nueva apariencia en el espejo. Pasó la mano por el cuello del vestido y reflexionó en voz alta:

—Desde lejos, Alexéi no será capaz de descubrir el engaño. —Giró la cabeza para considerar el reflejo desde diferentes ángulos y frunció el entrecejo al llegar al cabello—. Pero me temo que esto mechones grises me delatarán. ¿Tienes un velo para cubrirme la cabeza?

—Esto será suficiente.

Sinnovea ya había considerado el asunto y había separado una mantilla de encaje blanco que había usado en presencia de Alexéi. La acomodó en la cabeza de Natasha para cubrir los mechones encanecidos.

Con una sonrisa, la condesa Andréievna se dio la vuelta y se sometió a la inspección de su amiga.

—¿Qué tal estoy?

—Hermosa, como siempre— aseguró Sinnovea con ansiedad.— Ahora ponte delante de la ventana, como si esperases el carruaje y deja que Alexéi te vea. Una vez que estés fuera, no permitas que él se acerque lo suficiente como para reconocerte. En cuanto piense qu soy yo la que sube al coche, sentirá curiosidad por saber dónde me dirijo y me seguirá con sus hombres hasta que Stenka detenga el carruaje. Para ese entonces, ya estaré en casa del coronel Rycroft.

—¿Alexéi sabe dónde vive el coronel?

—Si no lo sabe, se ocupará de averiguarlo — respondió Sinnovea secamente.

Natasha emitió un suspiro pensativo y adelantó la mano para acariciar la mejilla de la joven.

—Por la forma en que te miraba el coronel Rycroft esta noche, es probable que no quiera demorar mucho más su placer. Tal vez te sea difícil contenerlo hasta que llegue Alexéi.

—Si no puedo contenerlo, no tendré a nadie a quien echar la culpa excepto a mí misma— murmuró Sinnovea, evitando la mirada de Natasha.

Estaba bastante asombrada de su determinación por alcanzar ese preciso fin y supo que de algún modo tendría que revitalizar su fortaleza para conseguir el resultado que antes había aspirado obtener.

—Debo irme. —Natasha suspiró y se consoló mientras pensaba en su solitaria excursión por la ciudad. Su boca se torció en una sonrisa traviesa mientras proponía un acuerdo más atractivo que el que Sinnovea había planeado para ella—. Tal vez podamos cambiar los papeles: así yo voy con el coronel Rycroft y tú te vas a pasear sola por la ciudad.

Sinnovea rió ante la sugerencia imposible.

—Dudo de que este cambio de planes asegure los mismos resultados.

Fingiendo un gesto de decepción, Natasha volvió a quejarse de su tarea solitaria.

—Pero... ¡será tan aburrido pasear sola por la ciudad, y le coronel es tan apuesto!

No hubo más demoras, y con un dramático suspiro de resignación Natasha alisó el vestido y reacomodó la mantilla sobre su cabeza para ocultar mejor su cabello. Se encaminó, decidida a llevar a cabo el engaño y, con el mentón erguido con elegancia, se acercó a la ventana simulando que buscaba el carruaje mientras sostenía las cortinas. En ese momento, Sinnovea se apretó contra la pared para mantenerse fuera del campo visual hasta que los paneles de seda volvieron a cerrarse al mundo exterior. Después de depositar un beso en la mejilla de su amiga, Natasha se despidió de Sinnovea y la dejó esperando en el silencio de la habitación hasta escuchar los sonidos del vehículo que se marchaba, Dejó que pasara un rato más antes de atreverse a mirar por una pequeña abertura entre las cortinas. Su corazón dio un salto de júbilo triunfante al comprobar que Alexéi y los hombres que había contratado seguían al carruaje por el camino.

—Sin duda piensa que me encontrará sola y desprevenida— conjeturó Sinnovea—. Le sentará bien a su orgullo hacer el papel de tonto.

Se echó una capa de terciopelo negro sobre los hombros y levantó la capucha para cubrir la cabeza. Abandonó su habitación y se apresuró a descender por las escaleras privadas que había cerca de las habitaciones de Natasha. En un instante estuvo en el jardín, volando a los brazos de Tyrone.

—Estaba empezando a preguntarme si regresarías— murmuró mientras la apretaba contra su cuerpo.

Sinnovea echó la cabeza hacia atrás y encontró sus labios anhelantes. Saboreó su apasionado beso un largo rato, hasta que sintió que sus miembros se agitaban rápidamente con el violento palpitar del corazón del hombre. Sin aliento, partieron, y sonriéndole, Tyrone le tomó la mano y la condujo alrededor de la casa hacia el carruaje que los esperaba. La ayudó a subir y dijo al cochero las pocas palabras en ruso que había aprendido para ir y venir de su morada; luego subió y se sentó al lado de ella.

—Estás progresando mucho, coronel — comentó Sinnovea con una suave risa mientras él cerraba la puerta tras de sí—. No se necesita tanto tiempo para entenderte ahora.

—Si hubiera sabido que iba a venir a este país, habría comenzado tres años antes a aprender el idioma. —Tyrone le sonrió por encima del hombro mientras se estiraba para cerrar las cortinas de las ventanillas y asegurarse cierta intimidad. El coche se puso en movimiento y, entre risas, se apoyó en el asiento. Se inclinó sobre ella mientras sus ojos tentaban la oscuridad para hundirse en el brillante fulgor de los de ella—. Mientras tú puedas entenderme, no importa el lenguaje que hable, mi hermosa Sinnovea. Eso es todo lo que me importa. Descubrirte aquí ha hecho que todo valiera la pena.

—Estaba segura de que Natasha te había dicho que estaría en su casa esta noche.

—Tú has hecho que valiera la pena mi venida a Rusia — le explicó aclarando su afirmación anterior—. En cuanto a esta noche, estoy muy feliz de que hayas vuelto, Sinnovea. Estaba empezando a considerar seriamente ir en tu busca y saciar mi deseo dondequiera que te hubiera encontrado.

Sinnovea estiró la mano y con suavidad le acarició la mejilla, las marcas de la risa cerca de su boca hasta que sus dedos rozaron sus labios.

—Te burlas de mí.

Tyrone no respondió directamente a su suposición, pero le susurró.

—No tenía idea de cuán largo podía ser un siglo hasta que me encontré esperándote en el jardín.

Los delgados dedos subieron al puente de su nariz aquilina y siguieron su noble descenso.

—¿Cómo pasa el tiempo ahora?

—Me temo que demasiado rápido.

El pulgar de la joven desarmó un duro gesto en el entrecejo antes de que la punta de sus dedos se movieran, como con admiración, por su delgada mejilla.

—¿Qué puedo hacer para que se detenga?

—Quédate conmigo para siempre —le respondió.

Su mano hizo una pausa en su recorrido mientras sus ojos confluían en los de él, que la observaba si descanso.

—Sólo tengo un par de horas para estar contigo —advirtió Sinnovea—. Debo regresar esta noche.

—Entonces cada momento que pase estará perdido para siempre — murmuró Tyrone acercando la cara hacia la palma de su mano y depositando en ella un ardiente beso. Levantó la cabeza y acarició con sus labios el hermoso rostro que tenía delante del mismo modo que ella había recorrido sus facciones con los dedos—. Debo apresurarme a hacerte mía.

—Espero que no — suspiró Sinnovea contra su boca—. Por el contrario, me gustaría disfrutar del tiempo que pasemos juntos y convertirlo en un recuerdo duradero que los dos podamos valorar. ¿No es mejor saborear el amor despacio para conservar cada medida del placer que nos ofrece?

Los labios de Tyrone rozaron su frente y descendieron para sentir el pulso acelerado de sus sienes.

—Tu sabiduría me asombra, Sinnovea. Si no es la experiencia, ¿cuál es la fuente?

—Mi madre —suspiró, jugando con las cintas de seda que cerraban su chaquetilla.

—Una mujer sabia. Debió de amar mucho a tu padre para abandonar su patria y todo lo que conocía para venir aquí con él.

—No fue un gran sacrificio considerando lo que sentían.— Un nuevo suspiro de tristeza se escapó de sus labios—. Ojalá los hubiera podido tener conmigo un poco más. La princesa Anna fue un pésimo sustituto y el príncipe Alexéi es un lujurioso libertino. Par esta segura, una mujer debería huir de él antes de que se lo presentaran. Viví en constante temor de que me sorprendiera de repente. Aunque me hostigó con sus amenazas, considero un milagro haber escapado intacta hasta ahora.

—¿Sus amenazas? — preguntó Tyrone levantando la cabeza para observarla mejor.

Bajo esa mirada inquisidora, Sinnovea no pudo dejar de ruborizarse.

—El príncipe Alexéi se encargó de aclararme que me quería en su cama, y me amenazó con serias consecuencias si me resistía.

—Aunque no puedo culparlo por desearte, aborrezco sus métodos de persuasión.

—¡Qué bien expresar mis sentimientos, coronel!

Su boca abierta descendió para situarse encima de la de ella.

—Prefiero que vengas a mí por tu propia voluntad.

Las pestañas de Sinnovea temblaron cuando cedió al ardor feroz de su beso, y fue un largo rato después que Tyrone levantó la cabeza, dejándola en medio de suspiros de placer. En un susurro reconoció:

—Tus besos doblegan mi voluntad.

—¿Te satisfacen entonces?

—No, no me satisfacen —se quejó, siguiéndolo con labios anhelantes hasta que se inclinó hacia él—. Hacen que desee más.

Con una risa suave, Tyrone le quitó la capucha de la cabeza y regaló a sus labios suaves besos cálidos mientras sus dedos trataban de desatar los lazos de la capa. Cuando las cuerdas de seda se soltaron, empujó el terciopelo que le cubría los hombros dejando que la capa cayera sobre el asiento que estaba detrás de ella. Como el pedernal de cuya superficie se sacan chispas, así los ojos azules y grises chisporrotearon de deseo al ver el festín que tenían ante ellos. Sinnovea miraba a Tyrone en la escasa luz preguntándose si se había equivocado al mostrar tanto. Contuvo el aliento mientras él levantaba un dedo y dibujaba con él lánguidamente los hombros, el cuello, el camino que conducía hacia abajo hasta encontrar el borde del vestido. Por un momento pareció contentarse con recorrer la línea del escote, hasta que Sinnovea, temblando extasiada a la espera del instante en que se aventurara a ir más abajo, se acercó a él con los labios separados en busca de su boca. Era lo único que se le ocurrió par detener la exploración de su pecho, por fue como combatir fuego con fuego. El beso se volvió más profundo, y alcanzó el verdadero centro de su ser de mujer despertando todos sus sentidos en la ávida búsqueda del dulce rocío.

Aún con sus labios en los de ella, Tyrone alcanzó su cadera y deslizó una mano por debajo de sus glúteos llevándola sobre su regazo. Sinnovea apenas tenía conciencia de algo más de ese beso, y no fue hasta que se echó hacia atrás para recuperar el aliento cuando se dio cuenta de que sus faldas ya no estaban debajo de ella. Podía sentir que sus glúteos se apoyaban con audacia en la ingle y en los muslos vestidos de terciopelo de Tyrone. La conmoción la sacudió y la devolvió a la realidad delo que había ido a buscar. Ciertamente, si hubiera tenido un poco más de tiempo, aquel hombre habría usado su carruaje para calmar sus deseos.

Al darse cuenta de su vulnerabilidad, Sinnovea trató de abandonar el regazo, pero Tyrone la detuvo con su poderoso brazo. Estaba muy ansioso porque que quedara allí, pero era mucho más gratificante para sus sentidos tenerla sin esa innumerables capas de faldas y enaguas. Estaba seguro de que nada podía haberlo estimulado más que la propia sensación del peso de sus suaves muslos desnudos sobre él, excepto tener también los suyos sin ropa debajo de ella.

—No me dejes, Sinnovea — murmuró contra su oído —. Me gusta sentirte cerca de mí.

En un intento por distraerla, Tyrone la volvió a besar, esta vez sin reservas, entregándose por entero mientras exploraba la fortaleza de su resistencia. Su boca se estrelló contra la de ella, con una avidez desenfrenada, apoderándose de la dulzura embriagadora que poseía y exigiendo que ella le respondiera de la misma manera hasta que, lentamente, Sinnovea rechazara sus objeciones y le diera la que estaba buscando. A tientas al principio, mientras permitía que su lengua recorriera la boca de él; luego, con pasión al encontrar sus osadas estocadas con el mismo fervor.

Cuando levantó la cabeza, los ojos azules le sonrieron, brillantes, mientras su mano se movía por el pecho, recorriendo colinas y valles hasta que se detuvo a descansar en el hombro. Allí, su pulgar, con un movimiento casi imperceptible se deslizó debajo de la costura que unía la parte superior del corpiño con la manga.

Sinnovea ansiaba una nueva muestra y se acercó más mientras sus labios acariciaban la boca de Tyrone con golpecitos ligeros como los de una pluma. Él pareció echarse atrás, como si considerara con mucho cuidado esos besos juguetones. Con cierta decepción por su falta de entusiasmo, Sinnovea entrecruzó los dedos por detrás de su cuello, y con los brazos apoyados en su pecho lo miró desde la penumbra.

—¿Te aburren mis besos de novata? — le preguntó en un ligero susurro, confundida por su falta de ávida participación.

Tyrone le sonrió ante semejante idea absurda.

—Estoy fascinado con todo lo tuyo, Sinnovea, aunque en este momento encuentro que tu vestido resulta especialmente tentador.

Su mirada bajó a las pálidas redondeces de seda que se henchían bajo la suave coraza del corpiño. Aunque ella parecía no advertir lo que estaba revelándole al acurrucarse contra su pecho, Tyrone sabía apreciar muy bien lo que las sombras dejaban entrever.

Cuando sus ojos se alzaron para encontrar los de ella, brillaron con el calor abrasador de dos carbones encendidos, y como Sinnovea había querido, su boca abierta se apoyó en la de ella con la misma urgencia que, sólo unos momentos atrás, había echado abajo las barreras de su resistencia femenina. Pero esta vez Tyrone estaba decidido a seguir adelante.

Con un sutil movimiento de la mano, separó la manga del hombro y continuó hacia abajo, impulsando el descenso de la prenda hasta liberar las deliciosas redondeces que se ocultaban bajo el vestido. Tomó uno de los senos con la mano y recorrió la piel suave y tibia, aplacando, por fin, los deseos madurados en sus sueños. Envalentonado por su falta de resistencia, bajó el corpiño un poco más, mientras el brazo que estaba detrás de su espalda le arqueaba la columna para elevar un poco más los pechos desnudos. La piel pálida y lustrosa brillo en la luz mortecina, y fue tan gratificante como un refinado festín después de un largo ayuno. Tyrone estaba hambriento y bajó la boca con gula para devorar lo que había soñado tanto tiempo. Comenzó a recorrer con sus labios los valles y las colinas que tantas veces había imaginado. Sinnovea no podía respirar con normalidad mientras la sed que Tyrone tenía de ella la consumía. Sentía un fuego encendido en su interior que se volvía más ardiente con el terreno que había ganado. Lo deseaba todo.

Concentrada en saborear el éxtasis que despertaba dentro de su cuerpo, Sinnovea no se dio cuenta de que la mano que el hombre tenía libre se deslizaba por debajo de las faldas, recorriendo el muslo y colocándose donde nadie antes se había atrevido a tocar. Si él la hubiera quemado, el efecto habría sido el mismo. Con una sacudida, Sinnovea luchó por incorporarse, y se encontró con su boca otra vez cubierta por la de él. Así intentaba silenciar sus protestas. El calor de ese beso hablaba de su urgencia, pero que la tocaran de un modo tan íntimo hizo que Sinnovea entrara en una vorágine de sensaciones ¡Era como ser abrasada por las llamas!

—¡Por favor, no! —alcanzó a decir liberando la boca. Colocó un brazo entre los dos, lo cogió de la muñeca y trató de detener su intrusión—. ¡No debes!

Con reticencia, Tyrone retiró la mano, aunque precisó una gran determinación para refrenar su ardiente pasión.

Era como encerrarse en una jaula de acero que controlara sus instintos, para no poseerla en ese mismo momento. Aunque el calor de su repuesta lo había convencido de que ella estaba dispuesta, no era tan tonto como para pensar que podía forzarla y aún así darle placer. La idea de que con un poco de paciencia Sinnovea podría convertirse en una amante que llegara a valorar tanto como a una esposa le fascinaba. Quería instruirla con sumo cuidado con las intimidades de que disfrutaba una pareja que se amaba y hacerle sentir innumerables sensaciones que hicieran muy difíciles para ella separarse de él en el futuro. Con esa meta en mente, supo que tenía que tomarse su tiempo. Debía esperar un poco más.

—Ven, Sinnovea —instó, mientras ella atravesaba su brazo sobre sus pechos desnudos para cubrirlos con la mirada. Tyrone levantó la capa y la extendió en un gesto de protección sobre sus hombros, dándole así lo que tanto deseaba—. Cálmate, mi amor. No te haré daño.

Sinnovea todavía temblaba por la conmoción que había sentido con su invasión y no estaba del todo dispuesta a dejarse convencer y relajarse contra su pecho. Deslizó una mono por la capa abierta y cubrió sus pechos con el vestido, pero no se atrevió a mirarlo por temor a que él captara un miedo diferente del que estaba esperando encontrar. En ese momento, le apareció que iba a ser muy difícil poder escapar de su ardor, pues sus osadías parecían no tener límites ni reservas. Cuando su mano se deslizaba hacia el territorio prohibido, Sinnovea había comprendido que él no tenía más que una cosa en mente. Por su vida, pudo ver que no había otra forma de evitar o que él había iniciado a no ser retirándose de su presencia. El orgulloso halcón que había elegido para llevar a cabo su rescate estaba tornándose muy difícil de manejar y, a menos que su buena fortuna le reservara lo inesperado, ella sería arrastrada a su nido y devorada antes de que terminara la noche.

Tyrone liberó un suave rizo oscuro que había quedado atrapado debajo de la capa y lo depositó sobre el terciopelo mientras trataba de calmarla con sus palabras.

—Las caricias que te he hecho, Sinnovea, son las mismas que cualquier marido y amante haría a la persona que adora. Son normales en el matrimonio.

—¡Nosotros no estamos casados! —gruñó Sinnovea, asaltada de pronto por la imagen del rostro profundamente perturbado de su madre.

—¿Te sentirías mejor si lo estuviéramos? — preguntó, y continuó con un candor que la desarmaba—. Parece que tú deseas esta unión tanto como yo, y sin embargo pareces no tener idea de qué debes esperar. Mi querida Sinnovea, si tú me devolvieras el favor de la misma manera, pensaría que se trata de un delicioso aperitivo antes de que la comida esté servida.

Los ojos de Sinnovea se agrandaron para observarlo, asombrada, hasta que Tyrone se encogió de hombros y sonrió.

—¿Me consideras imperturbable, Sinnovea? No, mi amor: soy un hombre, y te quiero como un marido quiere a su esposa. Quiero tocarte, amarte, y que tú hagas lo mismo. Dar placer es algo natural en los momentos de intimidad. —Se echó a reír mientras ella se relajaba un poco y permitía que él la acercara a su cuerpo—. Pensé que sabías algo de todo esto.

—Nunca antes había estado con un hombre —murmuró Sinnovea, apoyándose tímidamente contra él—. Aunque mi madre me dijo qué podía esperar en el matrimonio, sus instrucciones fueron bastante generales y faltas de detalle. Sin duda pensó que mi marido se encargaría de completar esas omisiones. Estoy segura de que debe de estar dando vueltas en su tumba en este momento. No creo que esto haya sido lo que deseara para mí. Un matrimonio honorable era lo que suponía que tendría algún día.

—Seré tan cuidadoso como cualquier marido —le prometió Tyrone con calidez—. No debes tener miedo de que abuse de ti. Al hombre le resulta mucho más placentero que la mujer responda con el mismo fervor que él siente hacia ella.

La apretó contra su cuerpo y se relajó, recostándose en el respaldo del asiento. Sólo se escuchaba el suave tintineo de las campanillas de plata en el silencio de la noche. No hizo ningún otro intento de avance en el carruaje, aunque le resultaba difícil ignorar la suavidad hipnótica que tenia entre los brazos y arrojar de su memoria la dulce tersura de su piel femenina. Sin embargo, parecía que su paciencia aplacaba los miedos de la muchacha, porque fue ella quien, con un suspiro delicado, se acomodó más ceca de su pecho. Él sonrió de placer, presionando su mejilla contra la frente de Sinnovea, y se sintió satisfecho por el momento, con demostrarle su afecto.

El coche se detuvo delante de un edificio de dos pisos que Tyrone había alquilado en el distrito alemán de Moscú. Si no hubiera habido escasez de casas disponibles en la comunidad en el momento de su llegada, se habría asegurado una morada más pequeña para ahorrar en el alquiler y, quizás, hasta las monedas que gastaba en la limpieza. Las habitaciones apenas tenían muebles, pero eran suficientemente acogedoras para él, y los esfuerzos de una viuda con ojos de vaca que venía con regularidad la mantenían limpia. Lo peor de su vivienda demostró ser tener que lidiar con la segregación que la ciudad imponía a los extranjeros. Se veía obligado a recorrer una gran distancia hasta donde se alojaban sus tropas rusas, y una más larga todavía hasta donde Sinnovea residía.

Al bajar del carruaje, Tyrone dejó a Sinnovea en el suelo delante de él, pagó al cochero y, con la ayuda de la traducción de la joven, prometió al hombre una buena suma de dinero si esperaba al final del camino por espacio de dos horas. El vehículo se alejó por el sendero mientras Tyrone enfrentaba a Sinnovea. La tomó entre sus brazos y la besó con toda la pasión que había controlado hasta el momento. Luego, entre risas, se apartó y frotó su nariz contra la mejilla de la muchacha arrancándole una sonrisa mientras trastabillaba en su camino hacia la puerta.

—Me emborrachas de placer — le susurró al oído.

—Pues espero que se te pase pronto para que no nos alejemos demasiado del camino —le urgió mirando por encima del hombro para ver qué riesgos quedaban por delante mientras él se tambaleaba por el borde del sendero; con los brazos firmes alrededor del cuello de Tyrone, se preparó para la caída que parecía próxima.

La risa de Tyrone estalló de repente, y Sinnovea contuvo el aliento por la sorpresa cuando la apretó contra él y la hizo girar alocadamente. La joven se dio cuenta de inmediato de que él estaba en perfecto estado en cuanto a sus facultades, y que sólo bromeaba con ella por el mero placer de hacerlo. Cuando se detuvo, ella estaba mareada y muy débil, rendida por completo en sus brazos. Aunque el mundo seguía dando vueltas a su alrededor, la única imagen lúcida parecía ser los ardientes labios de él devorando de nuevo los suyos.

Llegaron a la puerta y Tyrone se inclinó un poco hacia un lado para abrir el cerrojo, mientras se quejaba de la tendencia que tenía a caerse si no se le trataba con cuidado. Con un suspiro, quitó la traba y luego empujó con el hombro la placa de madera para entrar en la habitación a oscuras, haciéndola girar entre risas mientras daba un puntapié a la puerta para que se cerrara detrás de ellos. Por un momento se puso serio, separó los pies y apoyó la espalda contra una pared cercana mientras la volvía a besar con el mismo amoroso vigor que antes había demostrado. Sus brazos se deslizaron por debajo de las rodillas de la mujer, y sus voluminosas faldas se alzaron hasta dejar al descubierto sus muslos cuando sus pies se posaron en el suelo entre los de él.

—Dame un momento para recuperar mi aliento —rogó Sinnovea débilmente contra sus labios, abrumada por tanta pasión—. Mi mundo todavía está girando enloquecido y todo me da vueltas en la cabeza.

Tyrone la apartó un poco de él, pero reclamó sus manos para depositar en cada una de ellas un beso ardiente. Luego se enderezó y atravesó la habitación para encender una velas que la iluminaran. Con un ademán desenfadado señaló el cuarto en general, que estaba amueblado con nada más grande y confortable que una cuantas sillas duras, una pequeña mesa, un escritorio y un par de armarios altos.

Sinnovea se quedó a su lado y miró a su alrededor, consciente de que el tiempo de su seguridad estaba volando con rapidez. Ya estaba en el nido del halcón; sólo sería cuestión de minutos antes de que ella se convirtiera en su presa. Aunque la amenaza de que eso sucediera ya no la atemorizaba, estaba lejos de ser su objetivo.

—Está bastante limpio —observó Tyrone—, pero me temo que es demasiado austero para el gusto de una mujer.

—Es exactamente como lo había imaginado —respondió Sinnovea con una sonrisa dubitativa—. Después de todo, eres un soldado al servicio del zar, y estás aquí por poco tiempo antes de volver a irte. A pesar de eso, está muy bien.

—Le pago a una mujer para que limpie y cocine para mí —admitió Tyrone, quitándole la capa de los hombros y depositándola en el respaldo de una silla cercana. Como hechizado por la belleza de su perfecta piel de marfil, se estiró y frotó con una mano su hombro mientras al mirada se escapaba hacia abajo, hacia su vestido. Fascinado por la perfección expuesta ante él, agregó como de pasada—: Viene una hora o dos por día, pero se va antes de que yo regrese. Si no fuera por el hecho de que me supera en varios kilos, diría que me tiene miedo.

—Tal vez yo también debería tenerte miedo— murmuró Sinnovea con timidez, consciente del brillo de sus ojos y de dónde podía conducirla—. Apenas te conozco y, sin embargo, estoy aquí a solas contigo.

Tyrone la besó en la frente mientras le susurraba una pregunta.

—¿Tuviste miedo de mí en la sala de baños?

Sinnovea no encontró fuerza de voluntad para resistirse a las suaves caricias de los labios de él sobre los suyos.

—Estaba muy indignada por tu audacia porque me observaste sin hacer ningún esfuerzo por informarme de tu presencia.

Tyrone la miró con una sonrisa juguetona en sus hermosos labios.

—¿Me habrías dejado contemplarte si te hubiera hecho notar mi presencia?

—¡Por supuesto que no! — Sonrió cada vez más cómoda entre sus brazos—. ¿Cómo puedes preguntarme algo así?

—Entonces tal vez puedas entender por qué no quise decirte nada. La tentación de observar tu baño excedía en mucho mi capacidad de resistencia. Aun ahora, me gustaría verte como apareciste entonces y tenerte como lo hice en la piscina. —Continuó acariciando sus labios con breves besos mientras le preguntaba—: ¿Nunca nadie te ha dicho lo hermosa que eres sin ropa?

Sinnovea luchó por liberar la mente del encantamiento de aquellos besos. Consciente de la inquietud que temblaba dentro de ella, se alejó de esos labios y esos ojos que eran capaces de debilitarla con los poderes más cautivadores y persuasivos.

—En general las mujeres no hacen esos comentarios —respondió por encima del hombro, sintiendo que el pecho de Tyrone entraba en contacto con su espalda, pues él había vuelto a acercarse a ella—, y como tú eres el único hombre que me ha sorprendido, entonces debo aceptar tu juicio, cualquiera que sea.

Tyrone no estaba decepcionado con su nueva postura, pero le permitía gozar de una irresistible vista de su pecho apenas cubierto. La suave piel brillaba en la tibia luz de las velas encendiendo sus sentidos hasta que tuvo la seguridad de que era plomo derretido lo que corría por sus venas. Mirando hacia abajo, hacia aquella generosa imagen, habló de acuerdo con lo que observaba.

—Tus pechos son tan dulces como la miel de un panal, y tan suaves y tentadores que me vuelve loco la sola idea de hacerte el amor.

Sinnovea no pudo resistirse al rubor que se adueñaba de sus mejillas mientras dejaba que su imaginación conjurara ese hecho. Si todas las atenciones que él le había prodigado hasta ese momento le habían perturbado tanto, se preguntaba si sería capaz de resistirse al éxtasis de la unión. Pero entonces, volvió a recordar que no estaba allí para ser consumida por su presa.

Tyrone se inclinó y depositó un beso en su nuca hechicera mientras le preguntaba:

—¿Realmente me tienes miedo, Sinnovea?

—No pensaba así hasta esta noche— replicó ella con honestidad.

Tembló con anticipación cuando las manos de Tyrone se deslizaron desde su cintura y se aproximaron a los pechos. Contuvo el aliento, maravillada, mientras los dedos del hombre jugueteaban con los pezones hasta que se apretaron bajo la tela del vestido. Tratando de restablecer su resistencia debilitada, Sinnovea rió temblorosa y, apartándose de él, le envió una mirada por encima del hombro.

—Ahora estoy segura de que me causas terror.

—Entonces tal vez un vaso de vino pueda calmar tus temores —sugirió Tyrone abriéndose la chaqueta mientras caminaba hacia un pequeño armario,

Se quitó la prenda y la colgó del respaldo de una silla. Luego desabrochó la camisa hasta la cintura mientras examinaba varias botellas. Cuando volvió con una pequeña jarra y la bebida que había elegido, Sinnovea se dio cuenta de que no era capaz de ignorar su nueva apariencia. Su mirada se posó en la abertura de la camisa mientras admiraba una fugaz imagen de su pecho musculoso cubierto de vello ondulado. Recordó el momento en que se había aferrado a él y apenas se había dado cuenta de su pecho curtido. Ahora el recuerdo parecía tan claro y corrosivo para su tranquilidad como el hombre en persona. En todas sus acciones, sin importar lo grande, pequeño o insignificante del movimiento, exhibía una incuestionable masculinidad que, en su opinión, hacía que otros hombres parecieran de algún modo desprovistos de hombría. Había contemplado, con suma curiosidad, a muchos del mismo género en sus numerosos viajes, y estaba segura de que, desde el punto de vista físico, el coronel estaba uno o dos puntos por encima de la mayoría; ciertamente, muy por encima del ya encanecido príncipe Vladímir. En verdad, una imagen del anciano vestido sólo con sus calzas le hizo apreciar más el recuerdo de las formas desnudas del inglés.

Tyrone hizo una pausa junto a la mesa para servir el vino y luego se acercó a ella con sólo una jarra. Durante un largo rato acarició los labios de Sinnovea con un suave beso antes de ofrecerle la chereunikina.

—Lo compartiremos —dijo contra su boca—. Tu sabor la hará más dulce para mí.

Con dedos temblorosos, Sinnovea levantó la bebida y, debajo de su cálida atención, bebió un largo sorbo de su borde. Cuando ella le devolvió la jarra, Tyrone terminó su contenido y volvió a acariciar su suave boca con la de él.

Un momento después se separó y miró a esos límpidos largos verdes, e inclinó la cabeza hacia las angostas escaleras que conducían a un oscuro pasillo.

—Iré arriba a encender algunas velas para nosotros.

Sinnovea levantó su vista dubitativa hacia el vacío oscuro que se extendía por encima de las escaleras.

—¿Qué hay allí?

—Mi dormitorio —respondió Tyrone, y levantó una ceja curiosa al verla temblar—. Es más cómodo que esto, Sinnovea. —Con una mano señaló los muebles que los rodeaban—. Como tú misma puedes ver.

—Por supuesto —repuso, aceptando su declaración.

Ahora que se aproximaba con rapidez el momento en que rediría su virginidad en el camastro de Tyrone Rycroft, Sinnovea se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo para poder escapar, pero permaneció allí. Aun cuando intentaba calmar los temores que la asaltaban, sentía como si fuera otra persona la que estaba en su lugar, haciendo todo lo que habría condenado dos semanas o un mes atrás. Era un hecho incontrastable que, en un unos pocos instantes, todo lo que ella había alentado con sus juegos de seducción terminaría en la culminación de los deseos de Tyrone, no necesariamente los suyos. Afrontaba la verdad de lo que había instigado y le resultaba imposible volver a mirarlo a los ojos.

Tyrone era demasiado sensible a los estado de ánimo de la mujer de la que se había enamorado como para no detectar un abrupto cambio en su disposición. Aunque estaba enloquecido por el enfriamiento de su ardor, se le antojaba evidente que Sinnovea no estaba del todo decidida a dejar que él le hiciera el amor. Tenía serias dudas de que sus besos pudieran calmar los miedos que ella estaba afrontando, y le pareció prudente dejarla un momento a solas para que considerara sus opciones.

Resignado a la posibilidad decepcionante de verse privado del dulce solaz de su pasión, Tyrone se acercó a las escaleras y comentó por encima del hombro:

—Volveré en un instante.