5

SEGURA tras la puerta trabada de sus habitaciones, Sinnovea se preparó con esmero para la primera cena en casa de los Taraslov. Por más que consideró la idea de postrarse ante el zar Mijaíl y rogarle que la liberara de esa prisión que, sin quererlo, había creado para ella, no le pareció muy sensato hacerlo. Sólo se expondría a duras críticas; si no de él, seguramente sí de la princesa Anna y el príncipe Alexéi, quienes no verían con compasión sus quejas. Se molestarían si manifestaba desagrado y los hacía parecer menos dignos de confianza del zar, y ¿quién podía predecir qué harían o dirían para salvar su imagen? Podían desvirtuar la realidad a gusto provocando que severos juicios se levantaran contra ella. Sencillamente, podría ser acusada de ser una chiquilla desagradecida, imposible de tratar por su terquedad. Por lo tanto, era crucial que mantuviera su tranquilidad y soportara todas las penurias que pudieran surgir hasta el momento en que recuperara su libertad.

Su situación no distaba mucho de parecerse a un campo de batalla, concluyó Sinnovea, al ver los hechos de manera retrospectiva, pues no existía ningún lugar de descanso dónde pudiera saborear cierta seguridad o serenidad. Tal vez un adivino tuviera la capacidad de predecir qué le deparaba el destino mientras estaba bajo la tutela de los Taraslov, pero su percepción se limitaba al momento presente. Sólo sabía que, mientras se quedara en esa casa, tendría que cuidarse tanto de Anna como de Alexéi. Bajar la guardia sería una locura. No podía confiar en ninguno de los dos ni por un momento. Para sobrevivir intacta, tendría que ejercitar su astucia como armadura protectora y guarecer sus flancos con cuidado; debía ser prudente y tener mucha paciencia, siempre orando con fervor para que esas precauciones resultaran eficientes. Tal vez así podría resistir y conservar sus fuerzas hasta el día en que fuese liberada de su tutela.

Firme en la resolución que acababa de tomar, Sinnovea se vistió con las ropas tradicionales de una doncella rusa con la esperanza de protegerse de ese modo de los ojos ávidos de Alexéi y, quizás hasta de evitar el disgusto de Anna. Si las preferencias de la princesa podían ser juzgadas por las convicciones siempre autoritarias de Iván, entonces, era mucho mejor usar el atuendo típico de su patria.

Sobre una enagua adornada con cintas y una blusa de mangas abultadas, se puso el sarafan de rico satén de color rubí, bordado con hilos de seda que combinaban con el tono zafiro de la blusa. Sobre este bordado se superponían hilos dorados que habían sido cosidos para enriquecer la artesanía de la pieza, copiando el diseño de pequeñas flores que embellecían la blusa. Las zapatillas de tacón bajo, de color azul, estaban trabadas con el mismo bordado y adornadas, además, con una banda de oro que rodeaba la suela. Su larga cabellera negra estaba entrelazada con cintas color zafiro y tejida en una sola trenza, según la costumbre rusa para las muchachas solteras. Sobre la cabeza, colocó un kokoshiniki redondeado, con la forma de la luna creciente, sobre la cual pequeñas joyas y cuentas azules y rojas relucían entre el elaborado bordado. Por último, se puso unos aros de oro, con trabajo de filigrana en el que se engarzaban diminutos rubíes.

Cuando el último lazo fue atado y la última hebilla abrochada, Sinnovea evaluó los resultados en un largo espejo con marco da plata, un lujo del que había disfrutado en su casa y estaba muy agradecida de tener con ella. Al juzgarse preparada para reunirse con los otros tres, no consideró la posibilidad de haber infravalorado con demasiado ligereza su gracia y pasado por alto el detalle de cómo sus ricas vestimentas realzaban su belleza. Había estado muy lejos de su intención alcanzar semejante esplendor, ya que podía provocar reacciones totalmente distintas entre sus acompañantes. Sin embargo, al entrar al gran vestíbulo, Sinnovea se dio cuenta de su estupidez y se maldijo por no haber tenido la previsión de vestirse con algo parecido a la capa oscura y con capucha de un monje ermitaño antes de unirse a los demás.

Los seductores y perversos ojos de Alexéi y la sonrisa entusiasta que curvó sus labios generosos enseguida evocó en Sinnovea la imagen de una serpiente persiguiendo a un pájaro en el claro propósito de devorarlo. Su mirada pasó a Anna, y sorprendió a ésta en el instante en que fruncía el entrecejo, atacada por los celos, pero trataba de disimularlo con una forzada sonrisa de saludo. Ninguna palabra salió de sus labios congelados en una mueca. El príncipe demostrose mucho más locuaz.

—Mi querida condesa Sinnovea —murmuró Alexéi con calidez mientras daba un paso hacia delante para tomarle la mano y dejarla descansar entre las suyas.

Vestido con un caftán de seda roja, adornado con bordados de oro, parecía un jeque de piel bronceada, de los desiertos de Arabia. Sus ojos castaños brillaban con un provocativo fervor mientras mantenían la mirada fija en los de la joven. Debajo de su bien cuidado bigote, sus rojos labios se abrían en una sonrisa sensual.

—No había olvidado lo encantadora que era, querida —continuó—. Luce tan elegante como el cisne que nos regala su belleza.

Un cúmulo de acusaciones tentaron la lengua de Sinnovea, y aunque sus ojos se congelaron por un momento para mostrarle su disgusto por la desvergonzada invasión de su intimidad, sabiamente guardó silencio. Sin embargo, no superó la tentación de una venganza sutil. Utilizando la misma habilidad que había empleado con los dignatarios extranjeros que olvidaban la dignidad y se volvían demasiado rudos o impertinentes, Sinnovea liberó con estudiada elegancia la mano de entre las de Alexéi impidiéndole que tuviera la oportunidad de besar los largos dedos pálidos, mientras abría un abanico enjoyado. Con inteligencia, también rechazó los elogios, consciente de que Anna estaba mirándolos con una fría enemistad cuajada en los ojos. Sinnovea era la principal receptora del brillo de hielo y podía entender en ese momento qué se sentía al ser odiada con intensidad por otra mujer.

—Me siento abrumada por semejantes palabras de caridad hacia mí, príncipe Alexéi. —Fingió una mirada de tristeza—. Aunque suenen como miel a mis oídos, me temo que su gentileza sólo se ve superada por la piedad que siente por mí.

Su cortés reprimenda generó una sonrisa de afabilidad en los labios sensuales de Alexéi. Si reconoció cierto afán de humillarlo en sus maneras distantes, sólo sirvió para aumentar aún más su apetito. Se sentía atraído por su espíritu, ya que frecuentemente no conseguía sino placeres estáticos de las conquistas realizadas entre la vírgenes más reticentes; después de sucumbir, se mostraban muy solicitas para con él y dispuestas a concederle hasta el más pequeño de sus caprichos. Debido a la accesibilidad de su tremenda belleza, esta doncella en particular prometía ser un festín de excepcional dulzura con el cual podían deleitarse sus feroces pasiones. La gracia y el encanto de la joven darían, sin ninguna duda, una gran satisfacción al encuentro, al menos mas que cualquiera que hubiera tenido en los últimos tiempos.

Alexéi descubrió la mirada un tanto lejana de Sinnovea, y con la suya le prometió la seducción más ferviente y apasionada. Tenía confianza en el logro de su mete. ¿Qué mujer podía resistir por mucho tiempo sus atenciones amorosas y su postura física? Su cabello negro, matizado de gris a la altura de las sienes, y su complexión cálida y morena enfatizaban sus rasgos perfectos y acentuaban su encanto, aun cuando ya rondaba los cuarenta y tres años. Se inclinó hacia Sinnovea y con un descarado susurro ronco inquirió:

—¿Es en realidad inocente acerca del efecto que su maravillosa belleza produce el los hombres, Sinnovea? —preguntó.

—¡Mi buen señor, volvería loca a cualquier muchacha con su gentileza! —amonestó Sinnovea, reconociendo el desafío presente en la mirada del príncipe. Daba la sensación de que esperaba que ella aceptara el reto para lanzar el ataque.

—¿Gentileza? —rió Alexéi tibiamente—. ¡Oh, no! Es puro y simple enamoramiento.

Aterrorizada ante semejante temeridad, Sinnovea levantó el abanico un poco más alto para mecerlo delante de sus mejillas encendidas. Ahora podía entender mejor por qué la reputación del príncipe estaba tan extendida. Aplicaba su engañosa seducción con el arte de un verdadero tenorio y avanzaba en sus hazañas con una verborrea incontenible y una presteza infatigable. No parecía sentirse en absoluto inhibido por la presencia de su esposa. Era sumamente directo y mostraba poca consideración por los sentimientos de Anna. Forzó a su huésped a rechazar sus altisonantes declaraciones y a replicar sus comentarios de manera que pudiera escapar de la hoja afilada del resentimiento de la princesa.

Sinnovea aceptó el desafío de lograr semejante hazaña, pues estaba decidida a no caer víctima de sus trucos lascivos, ni le permitiría pensar siquiera por un momento que se convertiría en otra diversión para él. Pasando por alto las picardías de Alexéi, respondió con habilidad incluyendo deliberadamente a Anna en la competición.

—No hay necesidad de que extienda su generosidad hasta tal extremo, señor mío. Aunque bien puedo ver el alto grado de belleza por el cual debo ser juzgada, estoy resuelta a soportar los inconvenientes de este pobre cuerpo que ve delante de usted sabiendo que está mucho más allá de mi capacidad poder competir con Anna, quien avergüenza al mismísimo sol con su esplendor.

Alexéi se apartó un poco para mirar con ojo displicente a su esposa y logró torcer su boca en una breve sonrisa.

—Sí, por supuesto —replicó con poco entusiasmo. Luego se permitió ser un poco más magnánimo—. Supongo que es como la gema que está demasiado al alcance de la mano.

—A veces —terció Anna en un tono glacial, apenas moviendo sus labios tensos—, la joya rara es subestimada cuando otra más llamativa aunque mucho menos valiosa, atrae la vista.

Iván se acercó desde la ventana donde se había situado, oscurecido por las sombras, y observó a Sinnovea con un detenimiento que nada tenía que ver con la admiración.

—Bien, condesa, me alienta ver que ha considerado que las vestimentas de su patria son dignas de ser usadas. Pensaba que sentía rechazo por ellas.

—Al contrario —respondió Sinnovea midiendo sus palabras, pues conocía el placer del clérigo por humillar aquellos que, en su mente, no ocupaban un lugar de especial importancia—. Simplemente no deseaba que semejantes tesoros no se estropearan en el viaje.

—Por supuesto, tenía ropas menos extravagantes para usar en el trayecto —la contradijo Iván como una demostración del poder que le había otorgado el disgusto que Anna ya había evidenciado hacia la muchacha. Parecía obvio que tenía permiso para complacer su deseo de venganza con cada palabra y seguir siendo considerado un santo por la princesa.

Alexéi intercedió en defensa de Sinnovea, consciente de la hostilidad que le manifestaban. Ni consideró por irrelevante el hecho de que sus retorcidas predilecciones fueran la causa principal de la animosidad de su mujer. En general, ignoraba los arranques temperamentales de Anna y sólo visitaba su cama cuando no tenía otras distracciones al alcance de su mano. Como a la mayoría de la mujeres, le resultaba difícil resistirse a los deseos de su esposo, pero su tendencia a reprenderlo continuamente lo alejaba de ella en busca de territorios inexplorados.

—Sinnovea es muy afortunada por haber viajado tanto. Estoy seguro de que si luciera este traje en Inglaterra sería víctima de un sinfín de miradas envidiosas y críticas. Como ya ha demostrado con claridad, ha adquirido un gran conocimiento de las dos culturas y se siente cómoda tanto en nuestros sarafans como en esas horribles golillas almidonadas de los ingleses. —Se dio la vuelta para mirar a Sinnovea mientras continuaba—. Yo aplaudo su variedad, querida. Es lo suficientemente joven como para mostrarse flexible ante la variedad.

Anna apretó los dientes en una sonrisa mal simulada mientras su marido le dirigía una mirada intencionada. La sacaba de sus casillas ver sus cejas oscuras levantarse en señal de desafío. Si esa noche no se escapaba de la mansión, como tenía por costumbre, se prometía castigarlo por cortejar a la joven sin recato en su propia cara.

Borís entró en la habitación para anunciar que se había servido un zakuski en honor de los huéspedes y se retiró rápidamente mientras Anna enfrentaba a Iván y a Sinnovea.

—Estoy segura de que los dos deben de estar hambrientos y, sin duda, exhaustos por su encuentro con esos horribles ladrones. —Ignoró la sorpresa en el rostro de Alexéi y continuó fingiendo preocupación. Estaba ansiosa por airear su disgusto con su marido en la intimidad de la alcoba y tener una excusa para retirarse lo más rápido posible—. Debo recordar su extraordinario cansancio y no retenerlos demasiado con mi charla.

Después de haberles ofrecido la oportunidad para retirarse temprano, Anna los condujo al comedor, no sin antes dirigir una mirada de advertencia por encima del hombro hacia Alexéi, que seguía a Sinnovea. Allí, podía complacer sus nefastas urgencias con un ojo atento a las ondulantes caderas de la joven.

Los comensales rodearon una pequeña mesa para disfrutar del zakuski de caviar, jamón, sardinas, salchichas de cerdo llamadas balik y otras delicias servidas a modo de entrante antes de la comida principal. En su camino hacia la mesa, Alexéi pasó muy cerca de la muchacha para saborear la dulce fragancia de violetas inglesas que emanaba de ella, antes de colocarse cerca de su esposa. Borís trajo una canasta de pan llena de rebanadas de jlebni recién horneado, y sirvió un vodka con sabor a limón para los hombres y una chereunikina más suave, hecha con cerezas silvestres, para las damas. Alexéi hizo una breve pausa para aceptar un trozo de pan untado con una generosa porción de caviar que le había preparado su esposa, y luego se inclinó hacia atrás con la bebida para permitirse la oportunidad de una nueva serie de preguntas.

—¿Qué es eso de los ladrones, Sinnovea? ¿Acaso los acosaron renegados durante el viaje?

Sinnovea abrió la boca para responder, pero Anna se apresuró a interrumpir con su propia versión.

—Una historia espantosa de asesinato y destrucción. —La princesa sacudió la cabeza mientras un largo suspiro salía de su boca—. Pobre Iván, tuvo suerte de escapar con vida. Y la querida Sinnovea, bueno, es absolutamente inapropiado decir lo que ese horrible ladrón le exigió tras capturarla y llevarla al bosque...

Sinnovea miró a la mujer, sintiéndose víctima de una declaración tan sugerente. La sonrisa afectada que descansaba en los labios de Anna era benigna, aunque los ojos duros y grises mostraban abiertamente la malicia que había en sus insinuaciones. Los motivos parecían bastante simples para su joven huésped. Más allá de una mera trama para avergonzarla y causarle una pena indebida, Sinnovea estaba segura de que el objetivo de la otra mujer era impedir cualquier tentativa de su marido cediendo a su insaciable hambre de nuevas vírgenes. Aunque no tenía la menor intención de satisfacer las intenciones de Alexéi, Sinnovea no deseaba ver su nombre manchado por la malicia de otra persona.

Alexéi miró a las dos mujeres asombrado, sin duda, por la revelación de su esposa.

—¿Qué significa eso? ¿Fue ultrajada por esos rufianes, pequeña?

—Temo que la historia ha cobrado vida después de tanto contarla, señor —replicó Sinnovea con una habilidad de la que no se sentía capaz, al menos en ese momento. Echó una mirada de reprobación hacia Iván, a quien culpaba de aquella última infracción—. No hay necesidad de alarmarse —explicó con cuidado—. Fui rescatada del rapto por la aparición a tiempo de un comandante de los Húsares de Su Majestad. Si el coronel Rycroft estuviera aquí, estoy segura de que confirmaría mi versión, lo cual hará sin duda en su informe al zar.

Alexéi se recostó en la silla mucho más tranquilo. Aunque era un autoproclamado galán, siempre se había enorgullecido del cuidado que había tenido en evitar, esas oscuras enfermedades asociadas con enfermedades promiscuas. Su padre había sufrido muchas penurias a causa de las enfermedades hasta que, finalmente, en medio de una dolorosa agonía y de frenéticas alucinaciones, el hombre había terminado con su propia vida. Hasta ese momento, Alexéi seguía perseguido por la memoria de aquel ser esclavizado, de ojos desorbitados, que se corto la garganta.. Abrumado cuando era joven por esa imagen aterradora, había prometido con un juramento solemne que nunca caería presa de ese oscuro flagelo. Era mucho más consolador y gratificante subirse a los tiernos y puros muslos de una virgen y, por un momento, saciar su deseo en ella hasta que se hastiara y decidiera buscar otras diversiones.

—¿Y ese coronel? —Alexéi dirigió su atención a la belleza de ojos negros—. ¿Fue él quien la escoltó hasta aquí?

—Su majestad asignó esa tarea al capitán Nekrasov —le informó Sinnovea—. Quien en realidad acudió en mi ayuda fue un inglés al servicio del zar. Estaba de maniobras con sus hombres en aquella zona cuando se encontró con mi carruaje detenido y logró ahuyentar a los ladrones.

—¡Un inglés! —exclamó Anna, azorada ante la idea de que un extranjero pudiera poseer semejante rango en Rusia—. ¿En qué puede estar pensando mi primo al incorporar a un inglés en sus tropas? ¿O ésta es otra de las sugerencias de su padre? ¡El patriarca Filaret logrará que nos maten en nuestras propias camas trayendo soldados mercenarios a la ciudad!

—Querida, ¿cómo puedes hablar así del buen patriarca? —se burló Alexéi.

—¡Iván puede decírtelo! Filaret ha asumido los poderes del zar a través de su hijo. Sus ambiciones han demostrado ir más allá de su obligaciones de patriarca. ¡De verdad! Se sentaría en el trono en lugar de su hijo si ni fuera por el hecho de que Borís Gudonov lo obligó a convertirse en monje para salvar a su propio reino.

Alexéi miró con severidad al clérigo que, convenientemente, había dirigido su atención a la comida.

—Hablar de ese modo es muy peligroso, Anna, y tú sabes tan bien como yo que su majestad no tiene ningún interés en gobernar Rusia sin el consejo de su padre. Sus negociaciones de paz con Polonia no se limitaron a ganar un armisticio, sino a obtener también la liberación de Filaret. Es verdad, el tratado nos costó una cantidad de pueblos y ciudades rusas; sin embargo, ganamos algo mucho más valioso, creo. El patriarca Filaret Nikítich tiene la sabiduría indispensable para tomar las decisiones correctas para nuestro país. Si ha traído extranjeros para asegurar nuestra paz y entrenar nuestras tropas, no encuentro nada reprochable contra el hombre por querer reforzar nuestra capacidad de defensa. ¡Es necesario!

—¿Qué estás diciendo, Alexéi? ¡Ese coronel Rycroft es un inglés! —Anna parecía sorprendida de que su marido pudiera tomar a la ligera ese dato.

Sinnovea salió en defensa del coronel sin saber del todo por qué se sentía tan ofendida.

—Ese patán, Ladislaus, se burló de la habilidad de los hombres del zar hasta que el coronel Rycroft se enfrentó a su manada de lobos, y entonces el ladrón tuvo que lamentar la pérdida de aquellos que cayeron bajo el peso de la espada del coronel. Yo, por lo menos, estoy muy agradecida al inglés y a su habilidad, pues no estaría disfrutando de la seguridad de esta casa si no fuera por él.

Anna se burló mentalmente de esta declaración y volvió a hablar con cierta indiferencia.

—Por supuesto, querida mía, es lógico que estés agradecida a ese hombre. Después de todo, su madre era inglesa, pero otras boyardas serían más reticentes a valorar la presencia de un extranjero. —Su boca se curvó en una sonrisa sagaz mientras hacía una conjetura—: Supongo que consideró que el coronel era atractivo.

—No, en realidad —respondió Sinnovea con dureza, molesta de que Anna pudiera sugerir que sus sentimientos de aprecio estuvieran inspirados en la apostura del hombre—. A decir verdad, el capitán Nekrasov era de apariencia mucho más agradable, aunque no tan osado con la espada. Valoré la asistencia del capitán, pero no tuvo la oportunidad de salvarme.

—Una ocasión tan fortuita podría ser considerada obra de la Divina Providencia, a menos que hubiera una mano más poderosa que guiara los acontecimientos —acotó Anna—. Fue una suerte, en verdad, que ese inglés estuviera cerca para acudir en su ayuda. —Sonrió con astucia mientras agregaba—: Y, según usted declara, en el momento preciso. Tal vez estaba esperando allí para lograr su agradecimiento por la hazaña.

Sinnovea contestó con un fervor descontrolado.

—En vista del peligro que tuvo que afrontar ese hombre, no puedo hallar evidencia para apoyar la insinuación que sugiere que él, de algún modo, hubiera preparado el ataque para su propio provecho. Simplemente es inconcebible. Casi tuvo que pagar el precio más alto posible por mi rescate. Yo, por mi parte, estoy muy agradecida de haber escapado sana y salva de esos bandidos y aliviada de que el coronel Rycroft haya salido con vida.

Anna dirigió su mirada a Iván, que masticaba una tortita de caviar con tanta gula que parecía que fuera a embarcarse en un largo período de ayuno en los días venideros.

—¿Usted lo percibió del mismo modo, Iván?

Los ojos pequeños saltaron sorprendidos y por un momento se detuvieron en la princesa, pero, al darse cuenta de que se esperaba una respuesta de él, movió con vigor su mandíbula para deshacerse de la enorme masa que tenía en la boca. Tragó con dificultad, y trató de digerirlo todo con un buen trago de vodka. Luego, echó una mirada a Sinnovea para descubrir que él era el objeto de su curiosidad. Se limpió la boca con la mano, aclaró la garganta y estuvo, por una vez, de acuerdo con la condesa, pues sabía que ella podía llamarlo mentiroso si se atrevía a contradecir sus palabras.

—En general, es como la condesa Sinnovea a dicho. —Notó una chispa de irritación en los ojos plateados y se aprestó a calmar a la princesa—. Sin embargo, ninguno de nosotros puede discernir qué intenciones había en el corazón del inglés. Fue bastante brutal en su ataque a los ladrones.

—¿Qué? —Sinnovea no podía creerlo—. ¡Señor! ¿Está sugiriendo que el coronel Rycroft debía haberlos tratado como niños traviesos y darles una palmada en la mano, o quizá que debiera haber esperado a lanzar su ataque hasta que ellos hubieran matado a alguno de nosotros? Por los rumores que he escuchado, las bandas de ladrones como la de Ladislaus no acostumbran a mostrar compasión pos sus víctimas. Capturan y asesinan, sean hombres nobles o plebeyos. ¡Repito que somos afortunados de haber escapado con vida! Y en ese sentido, estoy segura de que tiene usted motivos para recordar al gigante Petrov que lo amenazó con lo peor a menos que le diera más dinero para aplacar su sed de riquezas.

Iván asintió ante aquellas palabras, pues vio la oportunidad de lograr que su benefactora se preocupara aún más por su situación.

—Y de un modo bastante violento. El gigantesco patán no lo habría pensado dos veces antes de quitarme la vida.

Alexéi dirigió al clérigo una mirada un tanto maliciosa.

—No veo cicatrices de su enfrentamiento, Iván. Positivamente, parece gozar de muy buena salud y de un apetito envidiable. Me atrevería a decir que disfrutaremos de su compañía unas cuantas comidas más.

Un profundo rojo encendió el rostro marcado de viruela de Iván, pues había advertido la burla implícita en las palabras del otro hombre. El príncipe era propenso a lanzar comentarios malvados sobre su pobre persona, tal vez porque los dos sabían bien dónde podía buscar protección. Ser el favorito de Anna, sin duda, tenía sus compensaciones. Su presencia le garantizaba impunidad ante las agresiones físicas, lo cual lo llenaba de una excesiva arrogancia cargada de orgullo. Eso le permitía, cada cierto tiempo, jugar con su posición por encima del príncipe, e incluso provocarlo. En realidad, la idea le pareció bastante atractiva y una sonrisa de superioridad rozó sus delgados labios cuando cedió a la tentación.

—Según parece, príncipe, me verá mucho más que antes.

—¿Eh? —Las cejas oscuras de Alexéi se elevaron abruptamente mientras esperaba la explicación del clérigo.

—La princesa ha decidido, con gran sabiduría, que me ocupe de instruir a diario a la joven que tienen a su cargo.

—¿Qué? —La palabra escapó de los labios de Sinnovea, que se dio la vuelta para mirar a la princesa, sorprendida por el anuncio de Iván—. ¿Quiere eso decir que usted ha comprometido a este...este...?

—¿Condesa Sinnovea! —Anna exclamó con severidad para detener el flujo de palabras que amenazaba con salir a borbotones de la boca de la asombrada muchacha—. ¡Recuerde su posición!

Sinnovea se obligó a guardar un rígido silencio, pues no se atrevía a decir nada en semejante estado de indignación. Ésa no era una situación que pudiera soportar pasivamente durante mucho tiempo, y su mente corría enloquecida en busca de alguna vía de escape, ya que estaba muy claro que no sería capaz de tolerar a Iván todos los días. ¡El viaje a Moscú lo confirmaba!

Anna estudió a la joven con fría condescendencia.

—Estamos de acuerdo que usted ha sido enviada aquí porque necesita instrucción, Sinnovea —remarcó de un modo condescendiente—. Es obvio que siempre ha sido consentida por su padre y se le ha permitido desarrollar algunas costumbres bastante desagradables. Todo eso terminará, por supuesto. No toleraré modales groseros... o esa tendencia suya a discutirlo todo. Si es usted sensata, querida mía, pronto aprenderá a frenar esas inclinaciones. ¿Entiende?

Para Sinnovea, era evidente que cualquier protesta que estuviera tentada a hacer sería considerada un abierto desafío. Después de haber sido advertida en contra de decir lo que pensaba, no se le ocurría nada con qué defenderse, aunque en su interior seguía en estado de ebullición.

La sonrisa de placer que ostentaba Iván evidenciaba su satisfacción por haber presenciado lo que, para él, había sido una merecida humillación de la condesa. Estaba ansioso de arrojar carbones encendidos a la espalda de la desafortunada víctima.

—Puede confiar en que mis lecciones serán muy completas, princesa. Me consagraré con todo esmero a pulir sus modales.

Alexéi pareció muy apenado ante semejante proyecto.

—Seguramente se trata de algún tipo de broma, Anna. Sinnovea no tiene necesidad de ningún tipo de instrucción. Por lo que he escuchado, ha sido educada por algunos de los mejores mentores de este país, y en el extranjero casi ha recibido la misma formación que yo. No puedes pretender prolongar este arduo camino hacia la erudición.

—La muchacha necesita instrucción en los rigores de la vida y el decoro convencional. —Anna, obstinada, emitió su opinión desafiando a quien se atreviera a contradecir su decisión.

—¡Maldita molestia, si quieres saber lo que pienso! —replicó su marido.

Apoyó el vaso con brusquedad y se dio la vuelta con gesto severo. Sin dar ninguna excusa o explicación se encaminó a las puertas que conducían al vestíbulo y las abrió de golpe.

—¿Adónde vas? —preguntó Anna, presintiendo que estaba a punto de perder su compañía otra noche más.

—¡Fuera! —gritó el príncipe desde el vestíbulo y, moviendo sus brazos como un molino, llamó al mayordomo—. ¡Borís!

El ruido de pisadas apresuradas se escuchó en el tenso silencio de la espera que siguió a los gritos. El sirviente de cabello cano apareció casi sin aliento.

—Aquí estoy, señor.

Alexéi se dirigió al mayordomo con el mismo tono atronador.

—Ve al establo y dile a Orlov que prepare mi drozhki con mis caballos más veloces. Voy a salir esta noche.

—¿De inmediato, señor?

—¿Te lo ordenaría con semejante urgencia si tuviera la paciencia de esperar que nuestros huéspedes terminaran de cenar? —cuestionó irritado Alexéi—. ¡Por supuesto que de inmediato!

—Como desee, señor.

Sinnovea levantó la vista y descubrió que Anna miraba fijo al lugar donde, sólo un momento antes, había estado su marido. Las mejillas, usualmente pálidas, estaban ahora teñidas de un vibrante tono de rojo. Excepto por un pequeño movimiento en su ojo izquierdo, parecía haber asumido la rigidez de una piedra.

Ni siquiera Iván se atrevió a hacer más comentarios.

La cena no tardó mucho en ser servida. Sinnovea estaba completamente perturbada por la idea de que Iván iba a convertirse en su instructor, y aunque en circunstancias normales hubiera saboreado todos los platos, el ganso asado con su salsa agridulce le pareció insípido como también la pasta rellena de espárragos hervidos y aderezada con salsa de queso. Iván se prodigó en elogios hacia Elisaveta, la cocinera, y devoró cada bocado con el mismo placer, sorprendiendo a Sinnovea, que miraba con asombro cómo comía el clérigo. Parecía imposible que su cuerpo delgado pudiera contener la cantidad que consumía, y la joven se preguntaba cómo era posible que llevara a cabo semejante hazaña.

Cuando la cena por fin terminó, los dos huéspedes se retiraron a sus respectivas habitaciones. La princesa Anna tomó su propio camino hacia la estancia que compartía, cada vez con menos frecuencia, con Alexéi. Hasta sus disputas eran más tolerables que la soledad que la acompañaba y las febriles imágenes de su mente que mostraban a su marido en los brazos de otra mujer.

La velada demostró ser tan agotadora para Sinnovea como el viaje que acababa de soportar. No encontró nada en las pesadas sombras de sus aposentos que pudiera tranquilizar sus aprensiones. Sólo podía predecir un desastre en los días y las semanas por venir. Si había una cosa que Iván parecía realizar a la perfección era provocar su temperamento. y ¿cómo diablos iba a ser capaz de mantener modales tranquilos y corteses bajo condiciones tan arduas? ¡Estaba derrotada aun antes de comenzar!

Sinnovea dio vueltas y vueltas en la cama, incapaz de dormir mientras su mente hervía. Sólo cuando sus pensamientos se dirigieron inadvertidamente hacia el coronel Rycroft se serenó y cayó en un sueño pacífico. No podía dejar de pensar en el momento en que él la había mantenido abrazada a su cuerpo húmedo.