12

LOS primeros rayos del sol matinal se habían extendido sobre la tierra cuando Ali se acercó a la cama de su señora para despertarla. Unos minutos después, Sinnovea abandonaba su recámara y bajaba por las escaleras. Anna se había quedado en el piso superior encargándose de algunos detalles de último momento que afectaban a su partida, pero el príncipe, Alexéi estaba esperándola justo a la salida de la puerta principal. Allí estaba cuando Sinnovea atravesó el umbral. La detuvo con una mano en el brazo, y luego frunció el entrecejo, molesto por el sol de la Aurora que brillaba en el cielo. Aparentemente estaba bastante dolorido por la presencia de la esfera celeste.

Ver a Alexéi sufriendo después de una larga noche de copiosas libaciones, que habían comenzado en la mansión de Vladímir, fue un pequeño apaciguamiento del resentimiento que Sinnovea sentía por ese hombre. Se vio tentada a darle un consejo, pero resistió esa urgencia y, a regañadientes, le brindó un momento de su tiempo, segura de que no podía cometer ningún acto de agresión contra su persona mientras estuviera a la vista de Ali, Iósif y Stenka.

—Permitir que te fueras de aquí fue idea de Anna, no mía —le informó Alexéi de mal humor.

—Reconocí de inmediato su intención de mantenerme en su lasciva guarida el mismo día en que anunció que Anna partiría —concedió Sinnovea con cauta reserva. Fue sólo por los sirvientes que hizo un intento de simular un ánimo cordial—. Sin embargo me asombra que usted hubiera pensado que iba a suceder de otro modo. Anna no es tonta, sabe.. Esa es la razón por la cual está tan ansiosa de verme casada con Vladímir. Me quiere fuera de la casa y bien lejos de usted. —Un ligero movimiento de su hombro precedió al siguiente comentario. —Por supuesto tiene una causa valedera.

—Anna tiene mucha más razón en odiarte ahora que antes —la provocó Alexéi—. Después que le conté cómo me acosaba, estaba más que ansiosa de verte casada.

Una encantadora ceja se levantó en señal de sorpresa.

—Bueno, veo que no le importa demasiado contar mentiras descabelladas, Alexéi, pero su pequeño plan para desacreditarme no tendrá consecuencias en mis acciones, se lo advierto.

—Yo soy el que te advierto, pequeña. —Emitió las palabras con los dientes apretados como si estuviera luchando por mantener su aplomo.— No tengo intenciones de permitir que escape a lo que se ha decretado. Aunque Natasha tiene el maldito hábito de confundir convenciones para adecuarlas a sus gustos...

Una vez más Sinnovea levantó una ceja levantó una ceja desafiante y lo interrumpió.

—¿Y qué hay de usted, señor? ¿Acaso no ha hecho lo mismo?

Alexéi ignoró la intromisión y continuó en un tono cínico.

—Estoy seguro de que Natasha tratará de minar tu compromiso invitando a su casa a esos hombres que pueden manchar tu reputación...

Sinnovea lo miró asombrada, nunca había considerado la idea de que la ruina de su honor pudiera ser u medio para evitar el matrimonio con Vladímir. Semejante plan implicaría un alto precio a pagar por su libertad, un precio que no estaba muy segura de querer entregar. Sin embargo, al menos podía contemplarlo si se encontraba en verdad desesperada.

—Me imagino lo preocupado que está por mi reputación, sobre todo considerando el hecho de que Vladímir podría mostrarse reticente a vincularse con una doncella cuya virtud haya sido mancillada —le respondió en tono despectivo—. Pero, por mi vida, Alexéi, no puedo imaginar que usted esté satisfecho de verme casada sin tratar de causarme más dolor, lo que me lleva a preguntarme qué planes tiene para reclamarme como víctima conquistada. Todo el mundo sabe que usted tiene preferencias por la vírgenes, pero lo mismo ocurre con mi prometido. ¿Está dispuesto a permitir que Vladímir pruebe primero la fruta sin mancha antes de buscar retribución?

—Si es necesario, haré una excepción en tu caso —le prometió Alexéi con una mueca macabra.

—Qué considerado —se burló Sinnovea con sequedad. Miró a lo lejos en un intento por recuperar el control de su temperamento volátil, y luego volvió a él con renovado vigor, desando aniquilar esa arrogancia—. Si tengo el poder de frustrar sus propósitos, Alexéi, permítame ser la primera en asegurarle que usaré todas las astucias de que sea capaz para ver que sus planes se desarticulen y sus ambiciones se anulen, aunque tenga que llevar al coronel Rycroft a mi cama para lograrlo.

Los ojos oscuros se encendieron de ira mientras exhalaba estas palabras.

—¿Piensas, doncella, que algo así puede llegar a suceder mientras esté vivo? ¡Te equivocas al permitirte semejantes fantasías, encanto, porque no admitiré que ningún otro hombre te tenga!

—¿Ni siquiera el príncipe Vladímir? —le preguntó burlona.

—¡A través de él me vengaré de ti por las heridas que me has causado! No pasará mucho tiempo después de sobrevivir a algunos de sus fatigosos intentos antes de que me estés rogando que te satisfaga. No, no te escaparás al matrimonio con Vladímir, pues contrataré a hombres para que te vigilen y que vigilen todas las casas a las que vayas hasta el momento de pronunciar los votos. Nadie podrá ayudarte, preciosa. Nadie vendrá a rescatarte, ni siquiera tu precioso inglés.

—Eso está por verse, ¿no es cierto? —Sinnovea logró una sonrisa forzada mientras sus pestañas ocultaban su mirada. Se inclinó un poco, y con los dedos golpeteó casualmente el brazo del príncipe, como si estuviera reprendiendo a un estudiante desobediente. —Si yo fuera usted, Alexéi, evitaría toda mención sobre este asunto a su esposa antes de su partida, pues, desde este momento, voy a protegerme de su malevolencia. Si es necesario, llevaré mis quejas al mismo zar Mijaíl y haré que él se encargue de darles a ustedes dos su merecido. ¡Se lo juro!

Con un último apretón duro en el brazo, Sinnovea se alejó y, un momento después subía al carruaje que la llevaría lejos de la mansión Taraslov en lo que esperaba fuera su última partida.

Era una corta excursión hasta la amplia mansión Andréievna, pero para Sinnovea el paso del tiempo parecía aun más conciso pues sus pensamientos recorrían, acelerados, una amplia gama de posibilidades. No podía desechar a la ligera la idea que Alexéi, sin querer, le había presentado. La cuestión más importante a la que tenía que encontrar respuesta era si prefería mantener su honor intachable en un matrimonio miserable, o si estaba dispuesta a sacrificar su reputación para ganar la libertad de elegir su propia forma de vida y quizá hasta un marido. La segunda opción, aunque tentadora, podía traer serias consecuencias para ella de las que tal vez no se recobrara nunca. La sociedad era muy rápida para juzgar con dureza a una mujer caída y eso podía significar el ostracismo de sus pares. Sin embargo, si podía mantener sus acciones en secreto o, hasta simular su entrega a otro hombre (si eso pudiera ser posible), entonces su plan le brindaría todo lo que deseaba para su felicidad.

Cuando el carruaje entró en el sendero que llevaba a la casa, Natasha se apresuró a salir a darles la bienvenida con alegres saludos y una jubilosa sonrisa y, de pronto, la mañana pareció más brillante para Sinnovea. Ahora no sólo estaba protegida en la casa de una buena amiga, sino que, gracias a Alexéi, tenía una pequeña esperanza a la que aferrarse. Con el tiempo tan limitado, tendría que decidir rápido si un sacrificio así valía la pena cuando ya no hubiera nada más que hacer.

A pesar de la claridad de sus opciones, Sinnovea se dio cuenta de que encontrar una respuesta aceptable al acertijo que afrontaba era mucho más complicado de lo que podía hacer con justicia en el espacio de unos pocos días. Pero, al ir con Natasha y Ali a una pequeña capilla de madera ubicada en las afueras de la ciudad, tomó conciencia de lo cerca que estaba Alexéi controlando sus idas y venidas.

Las tres se habían presentado a prestar sus servicios a un monje que se consagraba a grandes actos de caridad. Fueran viejos, ciegos, tullidos, decrépitos o lisiados, todos los que estaban en necesidad eran aceptados en la pequeña iglesia donde el generoso fraile Philip se dedicaba a satisfacer sus necesidades. Para muchos, era conocido como san Philip, aunque usaba ropas harapientas y denunciaba la adquisición de riquezas por parte de la Iglesia oponiéndose a las ideas que sostenían muchos josephitas. Su principal preocupación era atender a “su rebaño”, que incluía a todos los que se acercaban a él en busca de comida, ropa o paz para sus almas. Las aflicciones de los pobres con frecuencia disminuían a un nivel más tolerable por su compasión o por la de aquellos que concurrían a colaborar con él en su generosa batalla.

Temprano esa mañana, llegó Sinnovea junto con Ali y Natasha. Se habían asignado la tarea de preparar la comida en la cocina ubicada en un cobertizo detrás de la capilla. Habían elegido deliberadamente ropas simples, de telas comunes, aunque la riqueza del carruaje era un claro testimonio de su fortuna. Poco después de que la comida estuviera terminada, Sinnovea se ocupó de distribuir las hogazas de pan y de servir un nutritivo guiso en unos tazones de madera para los hambrientos que se reunían allí. Natasha distribuía ropas que tenía en varios bultos que había juntado entre sus amistades, mientras que Ali entretenía a los niños con juegos y canciones, permitiendo que sus madres eligieran las ropas que abrigarían a sus familias en el invierno que se avecinaba.

En esta reunión de gente con necesidades obvias, se presentó Alexéi, vestido como el príncipe rico y poderoso que estaba seguro de ser. Cuando vio a la condesa, se adelantó, obligando a los de aspecto más desagradable a apartarse de su camino. En una muestra de burla cruel, hizo una reverencia delante de las dos boyardinas y ahogó una carcajada al echar una mirada a los alrededores.

—Cuánta generosidad de parte de las dos: consagrar su tiempo libre a estos seres miserables. Estoy seguro de que Iván Voronski estaría impresionado.

Sinnovea no se sintió dispuesta en lo más mínimo a brindarle una respuesta afirmativa. En realidad, si él hubiera dicho que sólo existía un sol en el cielo, se habría apresurado a encontrar un argumento que lo refutara. En ese momento recibió con beneplácito la oportunidad de estar en desacuerdo con su comentario con una profunda convicción.

—Y yo estoy igualmente segura de que Iván no comprende en lo más mínimo de qué se trata la caridad excepto cuando se trata de su propio bolsillo.

Con una mirada en derredor, Sinnovea de dio cuenta de que aquellos que habían estado esperando en fila para recibir comida ahora se replegaban, temerosos y reticentes a pasar delante del príncipe vestido con tanta ostentación. Al considerar su timidez y su apocamiento, que se veía con claridad en sus rostros, Sinnovea comprendió que la presencia de Alexéi había encendido el miedo entre aquellos que se habían acercado en busca de ayuda.

—¡Fuera de aquí, Alexéi! —le ordenó e hizo un gesto con la mano para indicarle que les dejara el camino libre a los que venían a pedir—. ¿No se da cuenta de lo que está haciendo? ¡Le tienen miedo!

—¿Miedo de mi? ¿Por qué? —Apenas podía simular su asombro.— Sólo he venido a ser testigo de la compasión que sientes por estos patanes malolientes. Anna también se asombrará cuando le cuente lo que estás haciendo. Ella pensaba que no te importaba un bledo nadie que no fueras tú misma. Sin embargo, ella no es tampoco tan compasiva como para poder juzgar a los otros. —Sus labios rojos se curvaron en una sonrisa condescendiente.— ¿Qué te ha puesto en este camino de benevolencia? ¿Estás tratando de pagar la penitencia por tus pecados?

Sinnovea plantó las manos en su delgada cintura y lo miró desafiante.

—Mi mayor pecado no ha sido cometido todavía, Alexéi. Eso será cuando contrate a un asesino para que lo estrangule. Si no es un gran secreto que debe guardar, ¿puedo preguntarle qué está haciendo usted aquí?

—Bueno, he venido al igual que tú, como un señor benevolente que quiere paliar el sufrimiento de los pobres. —Se dio media vuelta y se dirigió al humilde fraile.— ¡Mira Philip, o cualquiera que sea tu nombre! He venido a entregar lo debido a tu causa. —Arrojó unas monedas de poco valor que cayeron junto a las sandalias del monje.

—Agradeceré a Dios por esta generosidad, hijo mío —murmuró el monje de cabellos blancos y se arrodilló para recoger el dinero. Aunque percibió que lo que el boyardo quería era tenerlo humillado a sus pies, no era tan orgulloso para ignorar las insuficiencias de las que adolecía su pequeño ministerio.

—Haría mejor en agradecerme a mí, anciano —le replicó Alexéi—. Tengo poder aquí en la tierra para verlo en prisión por asociarse con ladrones. —Movió la mano para señalar la multitud estremecida que se retraía cada vez más por el miedo que sentía por las intenciones del boyardo. Con pomposidad Alexéi preguntó: ¿Acaso no he visto a bandidos de este tipo robando pan?

—Oh, pero si lo hicieron, fue sólo un trozo o dos, y usted los perdonaría por una ofensa tan pequeña —se apresuró a decir el monje mientras luchaba por ponerse de pie—. ¡Muchos morirían de hambre sin el pequeño bocado de comida que les dan o logran encontrar!

—¿Acaso no he visto que también alimenta a aquellos mal vivientes que están encerrados en Kitaigorod? Tal vez también esté vinculado con esos patanes que buscan su liberación. He escuchado que esos criminales abandonan la ciudad y se unen a las bandas de ladrones. Quizás hasta se detengan aquí para alimentarse en el camino.

El santo extendió sus manos como rogando ser comprendido.

—Es verdad que usted puede haberme visto ayudándolos, pero la ley de la ciudad no contempla el alimento para los prisioneros que son mantenidos en grillos. ¿Y quién puede decir qué crímenes han cometido? Sean acciones dignas de lástima o aquellas declaradas poco valiosas para ser consideradas por jueces mundanos, en ambas categorías hay hombres que mueren por un pedazo de pan o un tazón de agua. Yo no les pregunto cuáles fueron sus crímenes cuando distribuyo comida. Sólo trato de asegurarles que existe el amor y el perdón, cualesquiera que hayan sido sus iniquidades. Pero con todo respeto, hijo mío ¿usted es tan perfecto que puede arrojar la primera piedra a estos pobres miserables?

La piel cetrina de Alexéi tomó un tono rojizo oscuro mientras se apresuraba a informar al fraile:

—¡Soy un príncipe! ¡Un aristócrata de nacimiento!

Una sonrisa curvó los labios arrugados del anciano.

—¿Trata de impresionar a Dios con su aristocracia cuando todos somos iguales ante sus ojos, hijo mío? Nadie es perfecto, ni el príncipe, ni el pobre.

Alexéi sacudió la cabeza en señal de desprecio y enfrentó al santo.

—¿Dios es ciego a los ladrones y a los asesinos?

—Dios ve todo, hijo mío, pero también perdona si hacemos el esfuerzo de pedírselo.

—¡Si es que hay Dios! —se burló Alexéi.

—Cada hombre debe decidir si quiere creer o no. Nadie puede forzarlo. Es un asunto del corazón.

Las cejas del príncipe se arquearon hacia abajo.

—Yo prefiero no creer. ¡Es una tontería creer en algo que no se puede ver!

—Dios ha elegido la tontería de este mundo para confundir la sabiduría del sabio. —El monje le devolvió una sonrisa sombría al príncipe.— Crea o no, hijo mío, no puede anular a Dios. El sigue existiendo.

—¡Sólo en la mente de los que son susceptibles a esas estupideces!

El generoso sacerdote habló con suavidad.

—Lo siento, pero no entiendo por qué ha venido hasta aquí si eso es lo que piensa. ¿Busca acaso el consejo de un tonto?

—Oh, he escuchado hablar mucho sobre la gente como usted —dijo Alexéi en tono despectivo—. ¡Puede estar seguro de eso! ¡Boxhie liudi! ¡Hombres de Dios! ¡Estúpidos santos! ¡Así es como los llaman! ¡Skitalets! ¡Vagabundos divinos! Establecen sus skti en áreas como estas siguiendo las premisas de la llamada orden de Nilus Sorski, ¡el más tonto de los tontos! Pero usted sabe tan bien como yo que Nilus murió después de que sus argumentos en contra de la riqueza de la Iglesia fueran desechados por Joseph Sanin y, desde entonces, sus seguidores han sido perseguidos por los josephitas y los grandes duques de Muscovi... ¡cómo lo será usted!

—Sus conocimientos de historia parecen muy adecuados, hijo mío, pero todavía no ha respondido a mi pregunta. ¿Busca consejo de mí?

Alexéi rió con cinismo.

—Usted no podría instruirme con su sabiduría de tontos. Sólo vine a garantizar la seguridad de la persona que está a mi cargo mientras se encuentre entre estos sucios campesinos.

El monje miró de pronto a la joven condesa que, por la mañana temprano, había llegado con la condesa Adréievna y su criada. En los últimos años había demostrado ser una benefactora muy generosa. Aunque él tenía una huerta y un pequeño rebaño de ovejas que le permitía satisfacer las necesidades de los pobres, estaba muy agradecido cuando trabajadores tan gentiles y caritativos como ellas ofrecían su ayuda. Hasta habían enviado el cochero a comprar más comida cuando no había habido suficientes alimentos para satisfacer a los que llegaban. Ahora, gracias a ellas, muchos más podían ser alimentados.

—Aquí nadie le haría daño —declaró el sacerdote—. Esta gente aprecia lo que la condesa ha hecho por ellos.

Alexéi objetó esta afirmación con una risotada que indicaba su desprecio.

—Está muy por debajo del nivel de vida de la condesa codearse con estos gusanos.

—¿Con qué tipo de gente sugiere que debería codearse? —preguntó el fraile iluminado por una repentina revelación—. ¿Quiere acaso persuadirla de que regrese con usted?

Sinnovea se adelantó y clavó la mirada en el intruso. Luego, sin una palabra caminó hacia la puerta llevándose a Alexéi lejos del monje de cabellos blancos. Hizo una pausa en el portal para vociferar las objeciones a su presencia en el lugar.

—Es obvio cuáles son sus verdaderas preocupaciones, Alexéi. Hasta san Philip es capaz de reconocer sus motivaciones. Si es capaz de un acto decente, le ruego que se vaya de inmediato de aquí y nos deje en paz.

—Debes prestar atención a mis palabras, Sinnovea —insistió Alexéi.

—Se lo advierto ahora, Alexéi, ¡es mejor que usted preste atención a las mías! ¡Ya me he cansado de sus mentiras y sus sucios intentos de llevarme a la cama! Ahora, ¡váyase de aquí antes de que lo haga echar! ¡Y no se le ocurra volver nunca más!

Natasha escuchó la amenaza de la muchacha y se acercó al príncipe con una sonrisa divertida.

—Ten cuidado, Alexéi. Creo que la joven sabe lo que dice.

La mirada penetrante de Alexéi se hundió en la muchacha.

—He encontrado algunos hombres para que te sigan donde quiera que vayas, Sinnovea. ¡No te escaparás de mí! Te perseguirán hasta que vengas a rogarme que te libere de ellos.

—¿Debo quejarme al príncipe Vladímir por su estricta vigilancia? —indagó Sinnovea—. Tiene la suficiente riqueza como para mandar otros guardias que me protejan de los suyos.

—¡Sí! ¡Mándalo llamar! —le desafió Alexéi—. Insistirá en que los votos se profieran más rápido para salvarte de los rufianes que he contratado, y tendré mi venganza antes de lo que esperaba...

Con una ligera reverencia, se despidió de ella y se encaminó hacia la puerta. Sinnovea lo siguió con la mirada mientras atravesaba el área que se extendía desde la capilla donde un grupo de jinetes lo estaba esperando. Desde la distancia los hombres parecían formar una gran banda de mal vivientes vestidos con trajes llamativos. Fue más tarde cuando Sinnovea se dio cuenta de que su primera evaluación había sido verdadera. Era un grupo salvaje que provocó su furia cuando comenzó la vigilancia delante de la iglesia. Después que varias prostitutas se unieran a ellos, se dedicaron con liberalidad a beber grandes cantidades de kvass y vodka y a involucrarse en ruidosos altercados y bailes desenfrenados. Avergonzada por esta conducta incontenible, Sinnovea sólo pudo pedir perdón al freile Philip mientras se marchaba.

—No tenía idea de que iba a causarle semejantes problemas viniendo aquí.

—No es necesario que sienta que está en falta por lo que hacen esos hombres, mi pequeña —murmuró mientras sus ojos se dirigían por un momento a los bribones que abucheaban y hostigaban a aquellos que buscaban refugio en la iglesia—. Usted sabe bien que no es como ellos. La condesa Natasha tiene un gran corazón y es muy generosa, y usted se parece mucho a ella. No deje que estos rufianes la disuadan de volver por aquí. Hoy ha prestado un gran servicio a aquellos menos afortunados. Y las monedas que nos ha dado recorrerán un largo camino comprando más comida.

—Enviaré a uno de mis sirvientes con una suma regular que ayude a alimentar a los pobres.

—Puede estar bien segura, condesa, de que la usaré sólo para ayudarlos.

—Lo sé, lo sé. —Sinnovea sonrió y le tomó la mano endurecida por el trabajo para besarla.— Volveré cuando me libere de esos hombres, padre, pero por ahora, parece que debo soportar su proximidad donde quiera que vaya.

—Cuídese, mi pequeña, y que Dios vaya con usted.

Arrodillada delante de él, Sinnovea aceptó sus bendiciones e inició la marcha con Natasha y Ali subiendo al coche que las estaba esperando. En respuesta, la manada de pendencieros montó en sus caballos y comenzó a seguir al carruaje por el camino, abandonando a las prostitutas que les gritaban obscenidades por haberlas decepcionado.

Al ver la necesidad de apurarse, el cochero de Natasha azuzó con el látigo a los caballos para que galoparan a toda velocidad, pero a medida que las sombras de la noche se espesaron a su alrededor, la turba se volvió más osada, acercándose más, abucheando y riéndose mientras los hombres demostraban su habilidad con el caballo. Algunos hacían alarde de su destreza sentándose de espaldas en sus monturas o en jamugas; otros realizaban cabriolas sobre y fuera de sus sillas. Si las tres mujeres no hubieran estado tan asustadas sobre qué era lo que les esperaba en el camino, podrían haber admirado la habilidad de los jinetes. Pero en la situación en que se hallaban, las ocupantes del carruaje emitieron grandes suspiros de alivio cuando llegaron a casa sanas y salvas. Como los bribones se reunieron delante de la mansión y hablaban a gritos en medio de risotadas, los sirvientes se apresuraron a echar los cerrojos en las puertas y a colocar guardias para observar todos los movimientos.

Poco tiempo después, el mayordomo anunció la llegada del príncipe Vladímir y de sus hijos, lo que causó un gran revuelo en la casa. Natasha ordenó a sus sirvientes que se armaran con cualquier herramienta, arma o utensilio que pudieran encontrar para ayudar a los príncipes en lo que podía ser un peligroso altercado entre la familia y los rufianes, pero cando una criada llamó la atención de su señora al hecho de que no se veían enfrentamientos por ninguna parte, tanto Natasha como Sinnovea volaron a la ventana para comprobar si eso era posible. Un increíble alivio alentó sus espíritus y casi se alegraron con la entrada de Vladímir y de sus hijos a la mansión, sin hacer mención del tumultuoso grupo que las había seguido hasta la casa.

En los días siguientes, sin embargo, la banda de pendencieros hizo notar su presencia a Sinnovea en todos los lugares adonde iba, pero fue la sonrisa burlona que notó en el rostro de Alexéi, que vigilaba delante de la casa, lo que la decidió a tomar cartas en el asunto. ¡La colgarían y la despedazarían antes de permitirle que se quedara con el triunfo! Así, con suma resolución, llegó a la conclusión de que era mucho menos sacrificio quedar mancillada.

Aunque la solución a su problema era todavía muy endeble, fue suficiente para calmar la consternación que la había asaltado desde el decreto de Anna. Se resignó a los controvertidos medios de escape, consagrando toda su atención a la tarea de diseñar las tácticas por las cuales podría atraer al mundano coronel Rycroft para que se convirtiera en su seductor. Aunque esa tarea no parecía ofrecer un gran desafío, era el pago con su virtud lo que aparecía como una parte formidable del plan, pues el hombre tendría en mente reclamar para sí exactamente lo que ella deseaba preservar. Si sus acciones en la sala de baño presentaban una evidencia de su disposición masculina, la condesa no podía dudar de que el coronel tenía gran experiencia en un juego del cual ella sabía muy poco. Y si no era capaz de controlar el ardor del inglés, como deseaba, ¿dónde terminaría sino en su cama?

—Necesitaré tu ayuda —le rogó a Natasha después de explicarle con cuidado su propuesta—, pero si no tienes corazón para hacerlo, yo lo entenderé. Puede significar un gran peligro para las dos si las cosas salen mal. Como ya has comprobado por ti misma, el príncipe Alexéi está dispuesto a detener cualquier intervención que haga peligrar mi futuro como esposa del príncipe Vladímir. Además tiene serias sospechas de que tú intentarás ayudarme.

—No tengo miedo de ese cuervo pomposo, pero estoy preocupada por lo que en verdad pueda pasarte con este plan que has ideado. —Natasha eligió las palabras con cuidado, pues no quería descorazonar a su joven amiga, pero sentía que era necesaria una precaución extrema. —Debo advertirte que debes ser muy cauta, Sinnovea. No sería una verdadera amiga si sólo te alentara a continuar y no te advirtiera del peligro que estás enfrentando. Francamente, pienso que tienes mucho más que temer del inglés que de Alexéi, al menos por el momento. Es obvio que Alexéi está actuando de un modo extraño al tratar de preservar tu virtud para el príncipe Vladímir. El coronel Rycroft no tiene ningún motivo para jugar esos juegos infantiles. Temo que una vez que le des alas, te costará mucho disuadirlo para que no lleve a cabo sus intenciones. No eres más que una niña, inocente de las pasiones que puedan arrastrar a un hombre, y yo sé que si lo tientas demasiado, es probable que compruebes lo lejos que puede llegar.

—Seguramente se sacia con prostitutas en el lugar donde vive. He escuchado rumores de que las rameras buscan a los extranjeros que vienen aquí sin mujer ni hijos. El debe de estar exhausto con todas esas atenciones.

—¿Quién propagó semejante chisme sobre este hombre? —preguntó Natasha indignada.

—Sinnovea le dio una rápida respuesta, confundida por los sentimientos que surgían dentro de ella. Era como si en los recovecos ocultos de su alma de mujer quisiera perder esta disputa.

—La princesa Anna esta segura de que el coronel Rycrolt se permitía esos servicios.

Natasha dejó caer una mano mientras se inclinaba hacia delante como para revelar un oscuro secreto.

—Bueno, mi niña, yo he escuchado rumores de que el coronel Rycroft ha recibido la burla de muchos de sus colegas oficiales por rechazar varias invitaciones de un cierto número de jóvenes boyardinas que han enviudado recientemente y se han ofrecido a él como amantes. En vista de que ha rechazado aceptar lo que se le ofreció gratis de parte de mujeres atractivas y ricas, ¿piensas que pagaría por el consuelo de mujeres de la calle? Parece concentrado en su trabajo y en ganarte a ti. Por eso, si tu plan es tenderle una trampa, debes tener cuidado. Es probable que no reaccione muy bien si lo tientas primero y luego lo atormentas con un rechazo.

Aplacada por el razonamiento de Natasha, Sinnovea continuó informándole de los requerimientos necesarios para el éxito de su plan.

—Es necesario que Alexéi y su banda sean notificados en el preciso momento para que lleven a cabo mi rescate antes de que sea hecho el pago. Tú eres la única en quien puedo confiar para cumplir esta misión —dijo—. Nadie podrá ayudarme si las cosas no salen a tiempo. Una vez que me vaya con el coronel Rycroft, él querrá que nos dirijamos a su casa y que me meta en su cama. De algún modo voy a contenerlo hasta que Alexéi llegue para detener las cosas. Ojalá que, para cuando él llegue, todo esté de tal modo que Alexéi piense que o hay nada más que hacer que contar a mi prometido mi indiscreción. El rechazo de Vladímir terminará con el resto.

Natasha intentó de nuevo ofrecer un sabio consejo a su joven amiga.

—¿Qué esperas que suceda cuando el coronel Rycroft y el príncipe Alexéi se enfrenten? ¿Piensas que el coronel te dejará ir sin pelear?

—Espero que el coronel Rycroft sea lo suficientemente inteligente como para saber que pelear con Alexéi no le reportará ningún bien.

—Dudo mucho de que el coronel conserve alguna lógica en el estado en que va a estar después de ser interrumpido justo en el umbral de la consumación de sus deseos.

—Entonces yo lo alentaré a que huya antes de que lo atrapen. Si se niega, será porque es capaz de defenderse solo. En lo que respecta a Alexéi, es mucho menos competente, pero no tengo dudas de que traerá hombres contratados que le aseguren protección.

—Mi pequeña, no puedo evitar el miedo que me produce esta idea alocada —le recriminó Natasha—. Con el tiempo vas a lamentar haber puesto en peligro tu reputación, pero después de que todo haya sido hecho, habrá muy poco que puedas decir o hacer para que las cosas vuelvan a estar bien. Ni pienses que todo va a salir como lo imaginas. Hasta en el mejor de los planes, siempre falla algo. Y si tú no eres la que pague, entonces, al menos considera la situación del coronel Rycroft. Es un extranjero en este país. ¿Quién acudirá en su ayuda si es apresado? El zar Mijaíl puede considerar la pérdida de tu virginidad como una afrenta a la memoria de tu padre y buscar una retribución de parte del coronel.

—Yo hablaré en defensa del coronel Rycroft —declaró Sinnovea encaprichada, y ante la mirada incrédula de Natasha levantó los hombros sin convicción—. Presentaré mi causa ente el zar Mijaíl y admitiré que fui yo la que deliberadamente lo atraje para que me sedujera con el propósito de escapar del matrimonio con el príncipe Vladímir.

—Esa va a ser una historia que haga levantar más de una ceja —señaló Natasha para transmitir su escepticismo.

Sinnovea se puso de rodillas delante de la mujer y la miró suplicante.

—Oh, Natasha, si no intento esto, no tengo otra posibilidad de escapar. Alexéi logrará su venganza y yo estaré ligada para siempre al príncipe Vladímir hasta que uno de los dos esté muerto y enterrado en una tumba.

La condesa mayor emitió un suspiro melancólico.

—Pienso que tu plan es peligroso, mi pequeña, sin embargo entiendo tu reticencia a casarte con un anciano. Cuando era mucho más joven, yo también odié la idea de someterme a mi primer marido. Aunque era tierno, era mucho mayor que yo y no encontré dicha en nuestra cama.

Sinnovea apoyó una mejilla en la rodilla de Natasha.

—Yo no odio a Vladímir, Natasha. Es mucho mejor persona que cualquier otro que Alexéi hubiera podido elegir si hubiera tenido más tiempo. Es sólo que...

—Lo sé, Sinnovea. No es necesario que me lo expliques. Tu cabeza está llena de las gloriosas imágenes del amor y el matrimonio que tus padres compartieron. Si a alguien hay que culpar de las esperanzas que mantienes, es a Alexandr y Eleanora. Querían que disfrutaras de la misma dicha y devoción que ellos tuvieron.

—Tal vez Anna tenga razón —murmuró Sinnovea con tristeza—. Tal vez he sido demasiado mimada durante toda mi vida.

—Si eso es cierto, querida, me gustaría que todos los niños se criaran de ese modo, pues tú tienes todas las cualidades que desearía ver en una hija. —Natasha acarició el cabello oscuro con afecto—. No te preocupes por Anna y los insultos que te dirija. Vive en su propio infierno privado y busca compartir su destino con los demás. Debemos olvidarla y consagrarnos a cuestiones más importantes, como refinar ese ingenioso plan que has ideado. Cuanto menos quede al azar, mejor resultará para ti... y tal vez para el coronel Rycroft. Por supuesto, tú sabes que hay una gran posibilidad de que él te odie después de esto. El orgullo de un hombre queda muy herido cuando sus afectos y emociones son usados sin consideración por una mujer.

—El coronel Rycroft sobrevivirá a este golpe a su confianza mucho mejor que Vladímir si le revelara mi aversión por él. ¿Debo decir la verdad y que el anciano se muera por eso?

Natasha sacudió la cabeza para eliminar semejante idea.

—¡No, no, pequeña! No quiero que lastimes al anciano príncipe de ese modo. Es sólo que desearía que de algún modo suavizaras el golpe al coronel. El una pena perder el afecto de un hombre como él.

Sinnovea levantó la cabeza y buscó los ojos entristecidos de su amiga.

—¿Querrías que me entregara a él para salvar su orgullo?

Un gesto sombrío se adueñó del entrecejo de Natasha.

—Si sólo hubiera otra forma de lograr lo que tienes en mente. Tenía tantas esperanzas depositadas en el coronel Rycroft. Estaba segura de que, de todos los hombres que te han admirado, él era el que iba a ganar tu corazón.

—Tú viste en él mucho más de lo que yo pude, Natasha —replicó Sinnovea con suavidad, pero bajó la cabeza pues no quería admitir que tal vez, ella hubiera visto en él más de lo que se atrevía a confesar.

—Supongo. —La respuesta quedó flotando en el silencio de la habitación, y unos momentos después Sinnovea liberó su mente de temores y levantó la vista para ver que los ojos oscuros estaban humedecidos por las lágrimas. Aunque el ánimo deprimido de la mujer le recordó la gravedad de su plan, Sinnovea no pudo encontrar en su interior algo que le refrenara la impaciencia de que el tiempo pasara para ver cómo llegaba a cumplir sus deseos a través de esa estrategia.