10

EL príncipe Vladímir Dmítrievich era un boyardo con pecho de barril, cabello cano e importante bigote, que contaba con unos setenta años. Se había casado y había enviudado dos veces. En esas uniones había engendrado siete hijos. Se sabía muy bien que estaba buscando una tercera posibilidad de una nueva cosecha y, aunque muchos padres estaban deseosos de presentar sus hijas como esposas potenciales con la esperanza de acceder de algún modo a la riqueza del anciano, el príncipe Vladimir era muy cauto y discriminatorio como una anciana viuda temerosa de perder sus títulos y posesiones ante un sinvergüenza sin escrúpulos. A pesar de su cabello blanco, Vladimir era tan viril como muchos hombres que tenían la mitad de sus años y estaba más que ansioso de demostrar que era capaz de cumplir con sus funciones masculinas. Estaba orgulloso de su destreza y, cuando encontraba el aliento adecuado, se ponía atrevido y demasiado sugerente en lo que se refería a sus habilidades, en especial cuando una joven y atractiva doncella atraía su atención y él se entregaba a sus alardeos.

Los hijos de Vladimir eran todos robustos jóvenes con una tendencia a pelear por cualquier motivo. Sus temperamentos se desbordaban con facilidad, inclusive uno contra el otro, y por las causas más simples. Solían encontrar excusas para competir por todo. En realidad, en competencia de fuerza no encontraban nada más placentero que derrotar a todo un ejército de amigos, conocidos y familiares por igual. Decir que era un grupo ingobernable era ser demasiado suave. Sin embargo, eran muy agradables en muchos aspectos. Sólo se necesitaba una persona de gran percepción que descubriera cuáles eran esas cualidades.

Anna Taráslovna sabía que estaban tentando al destino al pedir al príncipe Vladimir Dmítrievich y a sus siete hijos que asistieran a la recepción en honor de Iván Voronski. La familia era lo suficientemente agresiva como para convertir la reunión en una riña, pero no podía encontrar una forma visible de separar al padre de sus hijos. En realidad, consideraría un tremendo milagro si la peleadora familia lograba pasar toda la velada sin recurrir a los puños, lo que la llenaba de preocupación. La única razón por la cual había pensado en invitarlos era Iván y su deseo de remplazar al sacerdote que Vladimir había contratado para su capilla privada y al que había dejado marchar unos meses atrás. Iván había prestado un oído comprensivo a las quejas del anciano acerca de la estrechez mental del monje, que había cometido la impertinencia de aconsejarle que tratara de calmar sus propensiones a la intemperancia, entre las cuales se destacaba su afecto por el vodka. Considerando la vasta fortuna de Vladimir, Iván estaba convencido de que la mejor idea era que Anna invitara a toda la familia, sino, el hombre se ofendería por la exclusión de sus hijos.

Por mucho que le preocuparan los peligros inherentes a invitar al bullicioso clan, Anna estaba más preocupada por el riesgo de permitir que la muchacha que estaba a su cargo asistiera a la recepción. Muchos que conocían a la joven condesa jamás la habrían considerado como posible causa de problemas, pero Anna despreciaba esos razonamientos. No sólo la belleza de Sinnovea podía atraer las ardientes atenciones de Alexéi, sino también la admiración incondicional del anciano Vladimir Dmitríevich.

Reticente al extremo a permitir que la joven avanzara en ninguna de esas dos áreas, Anna se dirigió a las habitaciones de Sinnovea antes de la llegada de los invitados para indicarle lo que el decoro requería de ella durante toda la velada. Si Anna hubiera podido retener a la joven lejos de las festividades sin despertar la curiosidad de los invitados que conocían a Sinnovea personalmente o sabían de su existencia por una anterior vinculación con su padre, lo habría hecho sin dudar.

Sin embargo, fue sólo después de ver a la muchacha vestida con sus mejores galas cuando muchas de sus aprensiones se convirtieron en un frío nudo de miedo en la garganta. Vestida de blanco invernal, Sinnovea tenía un aspecto tan deslumbrante como la reina de nieve de la fábula, y confirmaba los peores temores de Anna. La princesa, que había entrado en la habitación de la joven sin golpear, se quedó sin palabras por un momento ante la imagen que la recibía. Tratando de vencer su propio asombro ante la belleza que tenía enfrente, cruzó la recámara para encarar a Sinnovea de cerca.

—Si la veo divirtiéndose con mis invitados como una tonta sin cerebro o escucho algún rumor acerca de sus acciones, juro que no le permitiré dejar esta casa hasta que haya sido castigada como corresponde por cada falta. ¿Soy suficientemente clara? Aunque haya gozado de mucha libertad bajo la autoridad laxa del conde Zenkov, espero que se comporte con aceptable humildad y sea tan correcta y reservada como una doncella rusa debe ser.

Sinnovea respondió con una sonrisa forzada, pues le costaba tolerar las amenazas de la mujer.

—En verdad, princesa, se ha tomado demasiadas molestias para hacerme conocer sus deseos.

Una chispa de enfado encendió los ojos grises.

—¿Detecto una pizca de sarcasmo en su tono?

Sinnovea se había dado cuenta de que la mujer trataba de intimidarla continuamente.

—Mi manera de comportarme es, en general, reservada, Anna, por eso me paree bastante inútil que me dé consejos sobre la etiqueta adecuada para una dama. Después de todo, he logrado cumplir con esas funciones antes, sin causar sufrimientos o vergüenza indebidas a otros.

—No estamos hablando de su comportamiento en las cortes de los franceses o de los ingleses, ¡sino aquí en mi casa! —respondió Anna agitada—. ¡No voy a tolerar una conducta desenfrenada mientras esté con mis invitados!

—Si tiene tanto miedo de que la humille, Anna, ¿por qué no cierra la puerta con llave y ya está? —Sinnovea luchaba contra el resentimiento que crecía mientras la princesa le clavaba los ojos.— a mí no me molestaría en absoluto quedarme en mis habitaciones si eso ayuda a calmar sus inquietudes.

Anna enderezó su cuerpo delgado.

—Por desgracia, tuve la necesidad de invitar a varios conocidos suyos que han adquirido reconocimiento como ayudantes del zar. Ellos notarían su ausencia. —Anna respiró profundamente en un gesto de arrogancia.— Entiendo que usted es muy amiga de la princesa Zelda Pvlovna. Ella estará aquí, aunque su marido no pudo deshacerse de las obligaciones que le asignó el mariscal de campo. Ella asistirá a la reunión de esta noche con sus padres. Estoy segura de que usted los conoce mejor que yo.

Con la perspectiva alentadora de poder, por fin, conversar con sus amigos, Sinnovea se relajó y aceptó con gracia las directivas de la mujer. Después de todo no era su conducta lo que estaba en el centro de la disputa, sino las tendencias autoritarias de la princesa.

—Quédese tranquila, Anna. Pondré toda mi atención en cumplir con sus deseos.

—¡Bien! Me alegra ver que ha decidido ser razonable, para variar.

Sinnovea se mordió el labio y, con un gran esfuerzo de su voluntad, se contuvo y no respondió a la sugerencia de que había estado siendo difícil. En realidad, cualquier argumento en contra las habría arrojado a una discusión que podría haber arruinado toda la velada.

En el silencioso espacio de tiempo que siguió, Anna respiró profundamente antes de liberar un tedioso suspiro y revelar una concesión que le había costado mucho hacer.

—En contra de lo que consideraba correcto, he sido lo bastante generosa como para extender una invitación a la condesa Natasha y ella respondió afirmativamente. —Anna ignoró la repentina sonrisa de alegría de la muchacha y, con deliberación, omitió toda mención a sus motivos, que se centraban en la idea de que Natasha sería capaz de ocupar la mayor parte del tiempo de Sinnovea y, por lo tanto, se reduciría la amenaza de que la joven se relacionara con otras personas más delicadas por naturaleza.

Anna giró de un modo abrupto y cruzó la habitación, pero hizo una pausa en la puerta para observar a Sinnovea. El rico sarofan con incrustaciones de perlas y el kokosniki haciendo juego eran más hermosos que cualquier otro conjunto que Anna pudiera recordar, y aunque ella había gastado el contenido de una enorme bolsa en su propia creación dorada y amarilla resultaba evidente que había fracasado, pues ni llegaba a acercarse a la apariencia apabullante de la joven. Si se consideraba la belleza de Sinnovea, reflexionó Anna afligida, era posible que todas las precauciones que había tomado se desvanecieran delante de sus propios ojos, y que viera a su rival como la triunfadora en esta batalla por la última supremacía.

—No necesita apresurarse, Sinnovea. Los invitados están comenzando a llegar, y pasará un rato antes de que todos estén aquí. Natasha dijo que vendrá un poco más tarde, de todos modos.

Anna salió antes de que Sinnovea pudiera hacer otro comentario y se apresuró escaleras abajo para asegurarse de que todo estuviera en orden. Casi temía el momento en que Natasha se acercara a ella y se preguntaba si sería capaz de dejar de lado su orgullo para ofrecer un semblante agradable al saludar a esa mujer. Como mínimo, le sería muy difícil.

Sinnovea se quedó en sus habitaciones otra hora, al menos, pues había comprendido claramente que ese era el deseo de Anna. Sin embargo, estaba ansiosa por encontrase con sus amigos. Después de esa noche, no tenía idea de qué iba a pasar con ella. Si Anna seguía posponiendo la visita a su padre, no había forma de decir cuándo podría ir a quedarse con Natasha. Por la preocupación que Anna había demostrado hasta ahora por su progenitor, el hombre podía morir y ser enterrado en su tumba antes de que ella consintiera en disponer de nuevo sus compromisos sociales con Iván.

Cuando se decidió a dejar sus habitaciones, Sinnovea caminó por el pasillo hacia las escaleras y estaba a punto de descender al vestíbulo principal cuando fue interrumpida por el rápido avance de Alexéi que subía los últimos escalones. La muchacha tenía la firme sospecha de que él había estado esperando en las cercanías y había subido sólo después de escuchar que ella cerraba la puerta y empezaba a caminar. No tenía más remedio que esperar hasta que llegara al rellano. Con audaz confianza, el príncipe hizo una pausa delante de ella mientras su mirada trepaba desde los enjoyados dedos de sus zapatillas de satén hasta la cima adornada de perlas de su kokoshniki. Los labios rojos de Alexéi se separaron en una sonrisa lenta y sensual que no dejaba lugar a dudas sobre su disposición lujuriosa, mientras sus ojos oscuros se encendían de un ardiente deseo.

—He querido hablar contigo, Sinnovea —murmuró, y tocó con suavidad su todavía débil nariz, como si el verla le hubiera hecho recordar el incidente—. Aunque otros hombres podrían haberse sentido ofendidos por tu determinación para preservar tu virtud, querida, debo tener en cuenta que tu naturaleza es, quizá, diferente de la de la mayoría de las mujeres, y, estando en la situación en que estás, se te presentan serias dudas. Supón que hubiéramos sido descubiertos y que hubieras tenido que enfrentar el desprecio de tus amigos y el odio de Anna. Una perspectiva aterradora, debo confesar. Sin embargo, el dolor del descubrimiento parece mucho más remoto que las consecuencias que, sin duda, vas a sufrir si continúas negándome...

Sinnovea estaba resuelta a no escuchar ninguna de sus amenazas. Ya había oído suficientes intimidaciones de parte de Anna y estaba en el límite de lo que podía aguantar. Con enfadada reticencia, trató de pasarlo, pero el brazo del príncipe pronto se deslizó alrededor de su cintura para detener la huida. Sorprendida por un momento, miró la silenciosa sonrisa del abusador, y luego con un horrendo empujón que casi la arranca la cabeza de los hombros, él la envió dando tumbos a la pared más alejada, donde se estrelló en una sacudida. Atónita por la fuerza del choque, Sinnovea se tambaleó, y llevó una mano a la cabeza para detener su convulsionado universo. Alexéi la siguió, y con la misma mueca confiada que le torcía los labios rojos, la tomó casi con suavidad de la garganta, sólo para incrustarle la espalda contra la pared.

—No tienes que apurarte, mi pequeño cisne blanco —se burló y bajó su rostro hacia el de ella hasta que la joven pudo sentir su aliento caliente—. No notarán tu ausencia allí abajo hasta dentro de un rato, querida. Como ves, Anna está absorta presentando a Iván a sus invitados, lo que nos da libertad para que gocemos a nuestro antojo.

Sinnovea clavó sus unas en los dedos largos y delgados que cada vez apretaban más la banda enjoyada de su cuello impidiendo el flujo normal de sangre a la cabeza y obstaculizando seriamente su capacidad de respirar. En creciente estado de pánico, la joven comenzó a retorcerse a un lado y otro mientras la presión en la garganta comenzaba a oscurecerle el mundo. Como si estuviera a una gran distancia, escuchó la risa suave y burlona de Alexéi.

—¿Ves, Sinnovea? Me he reservado esta pequeña demostración sólo para mostrarte que es inútil que continúes luchando contra mí. No puedes tener la esperanza de impedirme que posea lo que quiero. Preferiría tu respuesta voluntaria, pero hasta que te sometas, me veré forzado a continuar demostrándote la locura de tu resistencia.

De repente Alexéi la soltó y dio un paso hacia atrás permitiendo que Sinnovea cayera de rodillas en busca de alivio contra la pared. Desesperada, trató de llenar de aire sus pulmones y se llevó una mano temblorosa a la garganta amoratada. Cuando levantó los ojos, vio que el hombre apoyaba una mano en la pared por encima de la cabeza y se inclinaba hacia ella. Estaba tan cerca que lo único que Sinnovea podía ver era su rostro y la seda azul del kaftan que lucía.

—Habría sido muy gentil contigo en la cabaña del leñador, Sinnovea, pero ahora me he vuelto impaciente y quiero terminar con esto lo más pronto posible.— La levantó y la tomó de las muñecas que aplastó contra la pared, una a cada lado de su cabeza mientras le observaba el rostro con detenimiento.— Tienes el esplendor de una luna de plata, Sinnovea, pero sigues tan distante como una reina virgen... una doncella de nieve que se ha apoderado de mi corazón. Así es como te llaman ¿no es cierto? He escuchado que decían: “¡La condesa Sinnovea Altinai Zenkovna, la reina de nieve! ¡La doncella de hielo!” ¿Eres tan fría como dicen, Sinnovea? ¿O te derretirás en mis brazos y te convertirás en el pájaro de fuego que he buscado por toda la tierra?

—¡Le advierto, Alexéi! —dijo atragantada, pues su garganta no había logrado recuperarse. Hizo una pausa y cerró los ojos por un momento, como si una marea la hubiera asaltado, luego apretó los dientes con una feroz determinación. Con lo que le quedaba de fuerzas, desafió la veracidad de sus amenazas. ¡Tendrá que matarme aquí mismo si insiste en llevar a cabo sus locuras! Con el poco aire que me ha dejado en los pulmones, gritaré y haré que toda la casa caiga sobre usted. ¡Juro que lo haré!

—Ay, Sinnovea, ¿cuándo aprenderás? No tienes más posibilidad que darme lo que te exijo. —Como si necesitara una vez más demostrarle que su fuerza era superior, Alexéi deslizó una mano por detrás del cuello de la muchacha y la tomó con crueldad de la nuca, forzándola a ponerse de puntillas hasta que sus ojos negros, desde muy cerca, se hundieron en los lagos verdes.— Si todavía piensas que no soy capaz de enderezar las cosas, querida, entonces escucha con atención. Si sigues negándote, juro que te convertiré en la prometida del primer anciano que sea lo suficientemente viejo como para vengarme. Tal vez así, encerrada en un matrimonio infeliz, estés dispuesta a recibir los dones masculinos de un perseguidos más competente. —Le dio énfasis a sus palabras golpeándole la espalda contra la pared y aplastándola con su peso. Aunque Sinnovea se retorció por el dolor que le inflingió, decidió no seguir escuchando sus amenazas.

—¡Salga de aquí! —logró articular mientras sus manos, con debilidad, trataban de golpear su ancho pecho—. ¡Déjeme en paz!

—¡Te dejaré en paz! —le gritó, mientras apartaba las manos y la apretaba a ella contra él. Su boca encontró la de ella y, con un hambre desenfrenada, forzó los labios de la muchacha a soportar la insultante intrusión de su lengua. Sus brazos la acercaron un poco más, y su mano robusta se movió por la espalda hasta aferrarse al glúteo.

Sinnovea luchó contra él, repelida por el hombre y su abrazo. Su cerebro rechazaba la audaz afrenta y estaba lleno de una furia incontenible. Con uno de sus brazos buscó en la pared hasta encontrar un pesado candelabro que sabía colgaba justo encima de su cabeza. Iluminada por las velas, chisporroteantes, estrelló contra el cráneo la pesada pieza, con toda la fuerza que le confería su sed de venganza.

Alexéi trastabilló, sin comprender del todo lo que sucedía y se llevó una mano a su frente mientras un aura rojiza descendía por sus ojos. Sinnovea no le dio al libertino la oportunidad de que volviera a interrumpir su huida, se soltó y voló por las escaleras. A tropezones, en su apuro por huir llegó ante la vista de Boris, que hizo una pausa en el rellano y se dio media vuelta, la miró sorprendido por su carrera, poco digna de una dama.

Aunque todo su ser temblaba por el ataque que el príncipe había cometido contra su persona, Sinnovea se impidió semejante muestra de pánico. Deliberadamente, redujo el ritmo de su respiración y fingió un semblante de serenidad, a pesar de los temores que la sacudían hasta su fibra más íntima. Continuó bajando el segundo tramo de las escaleras con un paso más lento, aunque su corazón galopaba enloquecido por el miedo de escuchar los pasos de Alexéi detrás de ella.

Al llegar a la planta baja, se apresuró hacia la cocina con el pretexto de controlar algunos detalles de último momento. Sabía que necesitaba un refugio donde pudiera estar lejos de las miradas curiosas de Anna y sus invitados, y a salvo de la venganza del príncipe Alexéi. Allí, de espaldas a Elisaveta, se limpió, nerviosa las lágrimas incontenibles que se le acumulaban en los ojos y se sonó la nariz con el pañuelo que la mujer le había facilitado. La cocinera omitió toda pregunta mientras trataba de mantener estable una copa de vino entre las manos temblorosas de la joven condesa. Agradecida, Sinnovea bebió un sorbo del Malieno, esperando que sus cualidades calmantes lograran serenar las violentas convulsiones que la sacudían desde lo más profundo de su ser.

Pasó un largo rato antes de que los temblores cesaran y Sinnovea hiciera un esfuerzo por recomponer su apariencia. Descubrió que esa tarea era mucho más simple que enmendar el daño que Alexéi había hecho en su garganta al tratar de estrangularla, pues ahora sufría de una ronquera al hablar y de una ardiente marca roja en el cuello.

Mucho después de lo que había imaginado, Sinnovea hizo su entrada en el gran vestíbulo, donde Iván, vestido con un kaftan de seda negra, parecía gozar de la admiración que le demostraban Anna y algunas de sus relaciones, que se ocupaban de honrar a la prima del zar con una especie de adoración, hiciera lo que hiciera. Otros, más reservados, y de algún modo más reticentes a ofrecer reverencia a ese hombre, miraban desde una respetuosa distancia.

Sinnovea hizo una pausa cerca de la entrada al gran salón y desde el perímetro exterior formado por el círculo de invitados, comenzó a buscar a la princesa Zelda hasta que descubrió a la mujer, de pie junto a sus padres cerca del otro extremo de la habitación. Por la formalidad con que los tres escuchaban a Iván, era obvio que no estaban del todo encantados con lo que estaban oyendo. Al prestar un poco más de atención, Sinnovea se dio cuenta de la razón por la cual estaban tan molestos, pues el príncipe Bazhenov había servido como uno de los enviados en las negociaciones entre Rusia y el país del cual siempre Iván hablaba mal.

—Les digo amigos míos, este país está en un callejón sin salida. Hemos perdido nuestro acceso al Báltico por el tratado con Suecia y nos están quitando nuestro comercio en Nóvgorod y otras importantes ciudades. Misteriosamente, han obtenido derechos de pesca en el Lago Blanco, y juro que pronto nos veremos asediados por extremistas luteranos aquí, en nuestro propio país. Si nos resistimos ¡serán los padres de nuestros nietos! ¡Escuchen mis palabras!

Un murmullo confundido de voces podía escucharse de parte de algunos de los huéspedes, pero ninguno se atrevió a desaprobar la autoridad que había permitido que los suecos se infiltraran en su país de un modo tan insidioso. El príncipe Bazhenov fue uno de los que habló en valiente defensa del tratado.

—Con la ayuda de Suecia, el zar Mijaíl nos ha brindado la primera paz que hemos conocido con Polonia después de muchos años de conflicto. ¿Qué sugiere que hagamos ahora? —preguntó con algunas sospechas—. ¿Qué nos levantemos en armas contra los suecos?

Iván fue cauto en su respuesta, pues había percibido la lealtad del viejo príncipe hacia el zar.

—Por encima de todo, debemos tener cuidado de nunca alienar a nadie contra el zar, pues allí late el corazón que nos da vida. —Hizo una pausa para lograr cierto efecto mientras juntaba la punta de sus dedos en pose contemplativa—. Tal vez si buscamos el consejo de otro estratega consumado que tenga conocimiento de estos asuntos, podamos ganar una nueva perspectiva acerca de la diplomacia y las tácticas que debemos emplear contra los suecos.

—¿Además del patriarca Filaret, usted quiere decir? —indagó el príncipe Bazhenov.

Iván abrió las manos en gesto de sublime inocencia.

—¿Dos cabezas no son mejores que una?

El anciano bufó sonoramente para demostrar su disgusto por el cariz que tomaba la discusión. Un momento después, le rogó a la princesa Anna que lo perdonara y se excusó, él y su familia, diciendo que tenía que asistir a una inspección con el zar muy temprano por la mañana, y necesitaba descansar.

Detrás de sus padres que se preparaban para partir, la princesa Zelda miró a su alrededor en busca de Sinnovea y sonrió de placer cuando finalmente la vio emerger en medio de la masa de gente.

—Pensé que tendríamos tiempo para hablar —le susurró Zelda al oído mientras se abrazaban—. Mi marido me ha contado ciertas cosas que estoy segura que te encantará escuchar, pero como ves, debemos partir. Papá está fuera de sí. Quienquiera que sea ese Iván Voronski, ¡no ha conseguido el beneplácito de mi padre!

—Te veré tan pronto como me sea posible —prometió Sinnovea en un rápido murmullo—. Entonces podremos hablar. Aquí no es un lugar muy seguro.

—Cuídate —le ordenó Zelda mientras la besaba en la mejilla.

En el umbral, Sinnovea esperó hasta que el príncipe Bazhenov hubiera conducido a su familia al carruaje y la comitiva se hubiera alejado. Luego entró en la casa y permitió que Boris cerrara la puerta detrás de ella. Hizo una pausa en la entrada del gran vestíbulo para escuchar la voz de Iván que insistía en exponer sus ideas, pero descubrió que sus puntos de vista eran muy desconcertantes. Se retiró entonces al comedor donde pronto sintió que su atención era atrapada por un grupo de varios boyardos que de pronto estaban rodeándola. Eran siete en total y se parecían mucho en altura, porte y también en las facciones. Tres de ellos tenían el cabello castaño claro y los cuatro más jóvenes, negro. Hasta las amplias sonrisas que les iluminaban el rostro indicaban su parentesco.

—¡Encantadora! —suspiró uno de ellos. Sonrió a Sinnovea y luego, con fingida conmoción, cayó en los brazos de uno de sus compañeros emitiendo un suspiro exagerado.

—¡Cautivadora! ¡Un regalo para la vista! —declaró otro con exuberancia, mirándola muy de cerca.

—Permítame presentarme, boyarda —dijo el más alto—. Soy el príncipe Fiódor Vladímirovich, el hijo mayor del príncipe Vladímir Dmítrievich, y estos —con una mano, señaló a todos sus compañeros—, son mis hermanos, el segundo, Igor, y luego Port, Stepán, Vasili, Nikita y Serguéi, el menor.

Mientras los iba presentando, cada uno daba un paso al frente con una amplia sonrisa y cuadraban los talones en una reverencia galante. Después, Fiódor se colocó delante de ellos, aparentemente como portavoz de sus hermanos, que lo rodearon. Juntos esperaron la respuesta cuando el mayor preguntó:

—¿Y su nombre, boyarda?

Con una sonrisa agraciada, Sinnovea se hundió en una profunda cortesía delante de ellos mientras trataba de aclarar su garganta.

—Soy la condesa Sinnovea Altinai Zenkovna, recién llegada de Nizhni Nóvgorod.

—¿Tiene hermanas? —preguntó ansioso Serguéi y se quejó—: Nosotros somos muchos y usted una sola.

Por primera vez esa noche, Sinnovea fue capaz de sonreír, divertida, como si sus tensiones comenzaran a ceder.

—Me temo que no, príncipe Serguéi. —Acompañó su respuesta con un gesto de los hombros.— El destino quiso que fuera hija única.

—¿Y su marido? —Levantó una ceja oscura mientras preguntaba con aliento entrecortado.— ¿Dónde está él?

Una risa suave y ronca precedió a la respuesta.

—Perdón, mi estimado príncipe, pero no tengo ninguno.

—¡Una pena! —se lamentó entre risas. El príncipe Serguéi se acomodó su kaftan con confianza, hizo a un lado a sus hermanos y se colocó delante de ella para presentarse de nuevo—. Permítame, condesa, expresar mi profundo sentimiento de aprecio por su belleza. En los veinte años que llevo sobre esta tierra, nunca he visto a una doncella tan hermosa. ¿Me haría el gran honor de permitirme que la cortejara...?

De inmediato fue empujado por Stefan y sus ojos oscuros, que presentó una cálida sonrisa mientras tomaba el lugar que antes había ocupado su hermano.

—Serguéi no es más que un niño, condesa. Un joven sin experiencia, pero yo tengo treinta años, y aunque también es cierto que nunca he visto a nadie que la iguale en esplendor, pienso que usted estará de acuerdo en que soy más apuesto que Serguéi.

—¡Ja! —El robusto Igor hizo un movimiento con su brazo y alejó a Stefan a empujones. Con una mano en su hermosa barba, se colocó en audaz pose delante de ella y la miró con sus centelleantes ojos azules. —Ninguno de mis hermanos puede igualarme en experiencia... —Levantó una ceja en actitud de desafía, miró a un lado y a otro de sus hermanos mientras alardeaba: —Ni en apostura.

Fuertes risotadas acompañaron esta declaración, revelando el escepticismo de sus hermanos, que comenzaron a discutir entre ellos. En medio de esa disputa, había también gran cantidad de empellones y algunas palmadas también.

—¡No es cierto! ¡Yo soy el más apuesto!

—¡Vamos! ¿Crees que la condesa se tragará esas mentiras cuando estoy aquí para que me vea?

—¡Es una pena que no te hayas mirado bien en el espejo últimamente! ¡Te garantizo que he visto mejores rostros en la parte trasera de un oso!

Sinnovea estaba a punto de echarse a reír, pero e contuvo de inmediato cuando el ofendido dobló el puño y lo descargó sobre la nariz del que lo había insultado. Los hermanos pronto se dispusieron a dirimir la cuestión por la fuerza hasta que un sonoro bufido se escuchó directamente detrás de ellos. El sonido tuvo un efecto sobre los hombres, que Sinnovea encontró asombroso. Enfrió sus temperamentos de un modo tan abrupto y eficaz como lo hubiera hecho un cubo de agua helada. Se hicieron a un lado con rapidez para dejar pasar a un anciano que caminaba con paso incierto, como si hubiera pasado toda la vida en la cubierta de un barco. Ni el coronel Rycroft ni Ladislaus podían competir con su estatura, pues el hombre tenía al menos media cabeza más que cualquiera de los dos. Sinnovea no pudo ocultar su asombro cuando el hombre de cabellos blancos se acercó a ella. Una mano enorme se apoyó en el hombro de Serguéi, mientras el anciano se detenía al lado del menor de su estirpe.

—¿Por qué os estáis peleando, ahora? —farfulló con una voz profunda mientras observaba con detenimiento a la joven mujer.

—La condesa Zenkovna no tienen hermanas, papá —respondió el menor—. Estamos tratando de decidir quién de nosotros la cortejará.

—¿De verdad? —El anciano ya había adquirido un gran interés en la doncella y se vio alentado por el comentario de su hijo. Aunque un poco delgada para su gusto, tenía agradables redondeces en los lugares adecuados y tenía una estatura que se acomodaba con facilidad a su enorme marco. Anticipado ese momento, pasó el índice por debajo de su tupido bigote, y mientras jugueteaba con las puntas, le brindó su sonrisa más ardiente que dejó al descubierto unos hermosos dientes blancos.— Si me permite presentarme, condesa, soy el príncipe Vladímir Dmítrievich, y estos, como estoy seguro ya imagina, son mis hijos. ¿Se han presentado?

—Por supuesto, mi señor —respondió, con una nueva cortesía. Al levantar la vista por encima del brazo del anciano, vio que la princesa Anna se abría camino entre los invitados que se había reunido para ver las extravagancias de la familia del príncipe.

—¿Qué pasa aquí? —preguntó la princesa, tratando de parecer amable, pero sin lograrlo. Cualquiera que fuera el problema, señalaba a Sinnovea como la culpable. Una mirada de sus ojos grises transmitió con claridad el mensaje a la joven condesa que de inmediato se preguntó qué castigo le impondría Anna.

—Mis hijos y yo estábamos presentándonos a esta hermosa doncella —explicó Vladímir—. ¿Puedo preguntar por qué no fuimos informados antes de la presencia de la condesa Zenkovna?

La princesa Anna abrió la boca para explicar, pero se detuvo sin saber qué decir. Después de varios comienzos confusos, logró articular una débil excusa.

—No sabía que quería conocerla.

—¡Tonterías! ¡Cualquier hombre estaría interesado en conocer a una mujer con ese aspecto! ¡Al menos estoy seguro de que no me va a aburrir!

Su comentario llevaba todo el peso de su rechazo por Iván, así como el reproche a los intentos de Anna de conseguir sus favores para con el clérigo. Aunque pudiera ser considerado un anciano conforme a los criterios de algunos, todavía no había perdido la cabeza.

Con una sensación de derrota temporal, Anna hizo un valiente intento por sonreír y le murmuró entre dientes a Sinnovea:

—Creo que acabo de ver el carruaje de la condesa Natasha aproximándose por el camino que conduce a la casa. ¿Le importaría ir y saludarla, querida?

—Sí, por supuesto —respondió Sinnovea con ansiedad y volvió a mostrar sus respetos al anciano príncipe—. Si me disculpa, príncipe Vladímir, una amiga mía ha llegado y tengo muchas ganas de verla.

El anciano inclinó un poco la cabeza en señal de autorización, y Sinnovea se escurrió entre los invitados en medio de saludos a amigos y conocidos que encontraba a su paso. Cuando entró al vestíbulo principal, Sinnovea vio que el príncipe Alexéi bajaba por las escaleras. Aunque no había evidencia inmediata de su herida, bajaba los escalones con mucho cuidado, como si temiera que la cabeza se le cayera de los hombros. En respuesta a su mirada dubitativa, los ojos oscuros del príncipe se hundieron en los de ella con una promesa sin palabras: este asunto no terminaría hasta que él lograra vengarse o seducirla.

—¡Sinnovea, mi querida niña! —gritó Natasha desde el umbral reclamando su atención—. ¡Ven aquí y déjame mirarte!

Con Alexéi a sus espaldas observando cada detalle, Sinnovea miró a la mujer que le extendía las manos como saludo mientras caminaba hacia ella.

—¡Natasha, estás absolutamente deslumbrante!

La mayor de las dos rió y giró en círculo para permitir que la más joven la observara. Sinnovea aprobó lo que veía. El sarafan negro y plateado había sido bien elegido para dar énfasis a sus suaves ojos color ébano y para hacer justicia a su piel de porcelana. Cuando se lo dejaba suelto, el cabello oscuro que en los últimos años había adquirido algunos matices grises, parecía casi tocado por un pátina brillante, pero ahora la masa estaba cubierta por un delicado velo plateado que flotaba alrededor de sus hombros y caía en una cascada de pliegues traslúcidos por la espalda. Un kokoshniki adornado con una filigrana de plata y algunas piedras preciosas coronaba su cabeza.

Se le ocurrió a Sinnovea mientras admiraba la belleza de Natasha que cualquier enemistad que Anna detentara contra la mujer debía haber sido concebida por la simple semilla de los celos. Era evidente que el porte de la princesa de cabellos pálidos había declinado con mucha más rapidez que el de Natasha, aunque Anna era tres años menor.

—Esta ha sido una semana deliciosa —declaró Natasha con una cálida sonrisa—. He tenido la fortuna de escuchar los chismes más interesantes que te puedas imaginar y estoy segura de que estarás ansiosa por enterarte de ellos.

—Si se refieren al príncipe Alexéi, no estoy tan segura —murmuró Sinnovea con languidez—. ¡Estoy comenzando a detestar a ese hombre!

—Oh, no te aburriría con ese tipo de cosas, querida —le prometió la condesa—. ¡Lo que he escuchado es mucho más excitante!

Sinnovea ofreció su brazo a Natasha y la condujo hacia el gran salón donde se sentaron juntas sobre un banco bien mullido en una esquina tranquila.

—La princesa Zelda quería también compartir algo conmigo, pero tuvo que irse antes de contármelo. Ahora tú estás aquí, Natasha, ansiosa por revelarme tus noticias. Tal vez debas darme una pista acerca de su importancia. ¿Por casualidad, el zar Mijaíl ha escogido esposa?

—No, no, querida. —Natasha sonrió anticipadamente, pero hizo una pausa un momento mientras Boris venía a ofrecerles una variedad de bebidas en una bandeja de plata. Agradeció al hombre mientras aceptaba una copa de vino. Esperó hasta que se hubiera retirado a servir a otros invitados y se acercó a Sinnovea. —Estoy segura de que estarás ansiosa por saber que se ha estado hablando mucho de un cierto inglés...

La encantadora boca de Sinnovea se abrió por la sorpresa y, con cautela, preguntó:

—¿Ese inglés es, por casualidad, el coronel Rycroft?

Natasha ocultó cuánto la divertía todo este asunto bebiendo un sorbo de su copa. Casi con inocencia, indagó.

—¿No es el mismo que te rescató de las manos de ese bandido polaco... oh, cuál era su nombre?

—¿Ladislaus? —Sinnovea arqueó una ceja mientras continuaba interrogando a la mujer.— ¿Dónde escuchaste hablar de Ladislaus? No recuerdo haberte mencionado nada del ataque de mi coche.

El velo plateado brilló a la luz de las velas mientras Natasha sacudió la cabeza en señal de decepción.

—¡Pensar que siempre soy la última a la que le cuentas las cosas! ¡Estoy destrozada! —Emitió un fingido lamento. —Estoy comenzando a preguntarme si en verdad te preocupas por mí.

—¡Sólo he hablado de ese bribón cuando no tuve otra posibilidad! —se defendió Sinnovea.

—Oh, he estado escuchando algunos rumores acerca de él también —comentó Natasha—. Parece que, desde el incidente, se le ha visto una o dos veces en Moscú, pero ha logrado eludir a los soldados del zar. Hay algunos rumores horribles que dicen que quiere vengarse del coronel por las pérdidas que él y sus hombres sufrieron por su causa.

—Estoy segura de que el coronel estaría agradecido si ese enfrentamiento le devolviera el caballo que el bandido le robó —remarcó Sinnovea—. Pero dudo bastante de que ese encuentro sea algo que los que sufren del corazón puedan mirar.

—En este momento, no creo que el coronel esté muy preocupado por Ladislaus, querida mía —se atrevió a especular Natasha—. Pienso que tiene otras cosas de más importancia en mente.

Sinnovea miró a Natasha de reojo, mucho más curiosa por escuchar lo que tenía que decir.

—Dime de una vez, ¿qué rumores escuchaste acerca del coronel Rycroft?

—Bueno, querida, estoy muy asombrada de que no los hayas escuchado todavía. ¡El coronel Rycroft ha pedido al zar autorización para cortejarte!

Sinnovea la miró atónita y sintió el calor del rubor que le encendía las mejillas.

—¡No pudo ser capaz de atreverse!

—Mucho me temo que sí. Y de la manera más persuasiva, además, por lo que escuché —le aseguró Natasha—. Le explicó con mucho detalle cómo había tenido la oportunidad de conocerte cuando te salvó de la banda de ladrones y luego le preguntó si había alguna ley rusa que le impidiera cortejar a una joven boyardina.

—¡Estoy arruinada! —gimió Sinnovea sintiéndose deprimida.

—Por el contrario, querida, Mijaíl le dijo al coronel que tenía que considerar seriamente su solicitud después de revisar todos los hechos. Pero, por supuesto, hasta ahora no ha habido ninguna indicación de que Su Majestad aceptara la petición del coronel. Parece que el comandante Nikolái Nekrasov también habló con el zar para pedirle el mismo favor poco después de la entrevista con el coronel Rycroft. Si quieres que aventure una conjetura, diría que Nikolái oyó la solicitud del inglés y decidió hacer lo propio.

—¿Cómo se atreven a arrastrar mi nombre delante del zar sin preguntarme siquiera? —Sinnovea se movió indignada en el banco ¿Acaso ella no tenía nada que decir en ese asunto?

Natasha contempló a su joven amiga con una ceja alzada.

—¿Tan hecha estás a las costumbres de otros países, Sinnovea, que te has olvidado de cómo se tratan aquí estas cuestiones? Deberías saber que pedir primero autorización a la doncella no es la forma de iniciar un cortejo aquí en Rusia.

Estoy segura de que si alguno de los hombres hubiera tenido confianza en que el príncipe Alexéi diera su aprobación habrían recurrido primero a él, pero Anna fue lo suficientemente elocuente, en especial en el caso del coronel Rycroft, de que no era bienvenido en esta casa, por eso recurrió a una autoridad superior. —Se encogió de hombros mientras agregaba:— Al mismo zar, nada menos.

—¡No alenté en absoluto al coronel Rycroft! —protestó Sinnovea.

Natasha notó que no ofrecía la misma declaración en el caso del comandante, lo que podía ser interpretado de dos formas diferentes. O ella había alentado a Nikolái y no le importaba revelar ese hecho, o ella nunca había pensado en él con seriedad. Sin duda, el coronel Rycroft era un hombre entre los hombres y podía hacer que una mujer olvidara a todos sus otros seguidores. Sin embargo, Natasha deseaba saber a cuál de los dos favorecía la muchacha.

—¿Y alentaste al comandante Nekrasov?

Sinnovea se quedó sin aliento, escandalizada ante semejante idea.¡Ella nunca había alentado a ningún hombre!

—¿Estás loca? ¡Por supuesto que no!

Natasha se echó a reír mientras recibía la respuesta.

—¿Un hombre como el coronel Rycroft no necesita ningún tipo de aliento, no es cierto? Simplemente va en busca de lo que desea tener. Y parece que esta vez eres tú lo que él desea, querida.

—¡Ni siquiera conozco a ese hombre! —insistió Sinnovea.

—¿Qué estás diciendo, mi niña? ¿Acaso no fue él quien te salvó de Ladislaus? ¿Acaso no fue él quien te llevó a tu coche sólo unos días atrás? —Los labios de Natasha se curvaron en una sonrisa gratificada cuando vio que las mejillas de su amiga se encendían de todos los colores

—Sí, por supuesto

—Entonces, es obvio que os conocéis —señaló la condesa.

—¡Apenas! —enfatizó Sinnovea, como si luchara por hacerse entender—. ¡Nunca formalmente!

La condesa mayor hizo un gesto de sublime serenidad con la cabeza.

—Aparentemente fue suficiente para encender la chispa del interés del coronel.

—¡Yo voy a desalentar a ese hombre! —declaró la joven con énfasis.

—Qué pena. —La fingida decepción de Natasha fue acompañada por un suave suspiro pensativo. —Debo admitir que estoy entre las damas que se vuelven locas por el coronel. En realidad, no ha habido tanta excitación por un hombre desde que el primer falso Dimitri trató de apoderarse del gobierno unos veinte años atrás y sus restos fueron arrojados desde un cañón. Te lo aseguro, Sinnovea, ¡el coronel Rycroft me excita! —Como en una ensoñación golpeteó con sus delgados dedos el brazo de su amiga.— ¿Has visto la forma en que se sienta en el lomo de un caballo, querida? —Ella ya sabía la respuesta, pero se apresuró a continuar con la alabanza. —Cabalga bien erguido, pero sus movimientos fluidos hacen que parezca que es una parte más del animal. ¿Puedes imaginarte a ese hombre en la cama?

—¡Por cierto que no!

Natasha ignoró la rotunda negociación de la joven. Aunque Sinnovea rechazaba que un pensamiento así hubiera entrado en su cabeza, Natasha sabía mucho más. Podía ver las oleadas de color que invadían las sienes de la muchacha. Se rió de su amiga que trataba de esconder su rubor con una mano.

—¿Entonces no te has fijado en él?

El tocado incrustado de perlas se cayó hacia delante como en silencioso reconocimiento.

—Un poco.

—Ay, Sinnovea —suspiró Natasha—. Si tuviera veinte años menos, me encargaría de que ese hombre gozada de todas mis atenciones.

Con afecto, Sinnovea tomó los dedos de la mujer y los entrelazó con los suyos.

—Querida Natasha, no entiendo tu encantamiento con este hombre, pero de veras admiro tu entusiasmo. Si alguna vez llego a admitir al coronel en mi presencia, haré todo lo necesario para presentártelo.

—¡No es necesario! —rió Natasha—. Eso ya ha ocurrido. El príncipe Zherkof nos presentó después de que el coronel realizara una exhibición en el Kremlim el otro día. ¡Estuvo magnífico, querida! ¡Deberías haberlo visto! Estaba completamente cautivada por la habilidad de jinete del coronel y su tropa. Pienso que el zar también estaba complacido, al menos, eso parecía.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó Sinnovea con cautela. Tal vez hubiera sido el día en que lo había visto en el mercado, el día en que Ali la había hecho avergonzar por su conducta.

Los labios de Natasha se torcieron un poco mientras luchaba por mantener la compostura.

—Bueno, no estoy muy segura, querida, pero me parece que te vi a ti en los alrededores de la Plaza Roja ese día también. ¿Habías ido a comprar algo a Kitaigorod, tal vez? ¿Y por casualidad lucías tu atuendo de campesina?

El orgullo de Sinnovea quedó destruido por completo al darse cuenta de que la mujer había sido testigo del suceso que había acaparado las miradas de curiosidad de todos los que la rodeaban. —Estuve allí, pero no te vi.

—En realidad, no importa —le aseguró Natasha al ver su angustia—. Lo que importa es el hecho de que he tenido la oportunidad de invitar al coronel a mi casa la semana próxima, junto con algunos de sus oficiales, el príncipe Zherkof y algunos de mis amigos más íntimos. Y por supuesto, mi querida, tú también. Estaría muy satisfecha si convences a Anna de que te permita asistir. He escuchado algunos rumores de que, finalmente, ha decidido ir a ver a su padre, lo que te permitirá gozar de la libertad que necesitas. Tu presencia en mi reunión, sin duda atraerá a innumerables hombres apuestos.

Sinnovea la miró con una sonrisa dubitativa.

—¿Es mi compañía la que quieres o la de esos hombres?

—¡Ambas! —respondió Natasha sin avergonzarse y apoyó una mano en el brazo de la joven—. Y esta vez, mi querida pequeña, no estés tan hermosa y distante. Estoy segura de que, si escucho que te dicen una vez más doncella de hielo, abandonaré mi tarea de encontrarte un marido adecuado. Le dije a tu padre: “Alexandr, ¡esa niña necesita casarse antes de que sea demasiado viaja para tener hijos!” Y él me contestó “¡Natasha, deja de protestar! Estoy esperando a que se enamore.” ¡Bah! —La mujer dejó caer los brazos en un gesto de frustración y se inclinó hacia Sinnovea para darle un consejo.— La forma de enamorarse, querida, es haciendo hijos con un hombre como el coronel Rycroft. Te apuesto que no serías tan fría y distante si compartieras la cama con él.

Sinnovea se quedó sin aliento ante semejante sugerencia.

—¡Natasha! ¡Eres escandalosa!

Natasha suspiró pensativa.

—Eso era lo que decía mi último marido, fue con el que estuve más tiempo casada. —Sus ojos brillaban con el recuerdo al confiarle a su amiga. —Pero el conde Emelian Stepánovich Andréiev —su lengua mencionó el nombre con amorosa facilidad—, nunca, que yo sepa, jamás miró seriamente a otra mujer en todo el tiempo en que estuvimos casados.

Sinnovea con frecuencia había sentido que Natasha había amado a su último marido más que a los otros dos, y su corazón se enterneció al imaginar el amor y la excitación que la pareja había compartido.

—Si alguna vez me caso, Natasha, recurriré a ti en busca de consejos. Estoy segura de que guardas todos los secretos para mantener a un marido feliz y contento.

La condesa Natasha rió con esa idea.

—Probablemente pueda decirte una o des cosas. —Hizo una pausa para contemplar mejor el asunto, y luego afirmó con más convicción. — De hecho, quizá pueda decirte mucho acerca de cómo se mantiene la atención de un marido. Y si te casaras con un hombre que contara con mi aprobación, trataría de ser muy diligente en tu educación.

Sinnovea se volvió un poco desconfiada.

—Y, por supuesto, ¿me dirigirás en la elección?

—Naturalmente, querida. —Las esquinas de los labios de Natasha se torcieron hacia arriba en una sonrisa socarrona. —Me gustaría comenzar las formalidades invitando al coronel Rycroft a hablar contigo cuando venga. —Levantó una mano para detener el flujo de palabras, pues Sinnovea abría la boca para protestar.— ¿Es demasiado pedir? Después de todo, el coronel Rycroft te salvó de ser secuestrada y violada por ese bandido. —Levantó una ceja mientras preguntaba:— ¿Puedes acaso no ser gentil con ese hombre sabiendo que te libró de un destino tan cruel?

Sinnovea emitió un largo suspira de exasperación. Estaba bastante cansada de que se le recordara constantemente.

—Me cansarás hasta que esté de acuerdo contigo, y eso haré, pero no me gustará ¡te lo advierto!

Natasha replegó las manos en gentil consentimiento.

—Debemos esperar y ver con cuánto ardor desdeñas a este hombre, querida.

—Aunque tengas cierta inclinación por hacer de celestina tienes un verdadero corazón de svakhi, Natasha, lo que no será nada bueno para tus planes. La princesa Anna nunca permitirá que el coronel me corteje. Simplemente detesta a los extranjeros.

Natasha levantó la cabeza y sonrió complacida.

—Como te he dicho, querida, el hombre ha atraído la atención del zar. Se rumorea que Su Majestad está tan intrigado y divertido con las supuestas batallas y todos los ejercicios del coronel y sus hombres que todas las mañanas va a los miradores del muro del Kremlim a observarlos. Sabiendo esto, querida, ¿piensas que el zar Mijaíl esté tan mal predispuesto hacia el coronel que le niegue por mucho tiempo lo que anhela su corazón? Mi dulce Sinnovea, no apostaría mi dinero a que Anna tuviera el poder de persuadir al zar Mijaíl de actuar de otro modo, si se decide a conceder al coronel la autorización que le requirió.

—De verdad estás encandilada con ese hombre, ¿no ese cierto? —Sinnovea no podía dejar de maravillarse.

Con una sonrisa, Natasha consideró la suposición un breve instante antes de hacerle un ligero cambio.

—Atrapada por ese hombre sería una mejor descripción de mis sentimientos, querida. Mi opinión es que hombres como el coronel Rycroft son una raza en extinción.