18

SINNOVEA llegó temprano al Palacio de las Facetas para cumplir con su cita con Su Majestad Mijaíl, el Zar de todas las Rusias. Fue exactamente cuarenta horas después de que Su Alteza Real le hubiera ordenado que fuera a verlo, y aunque sus temores no se habían visto aliviados, estaba esperando fuera de sus oficinas privadas con un aspecto compuesto y una dulce modestia, vestida con un sarafan color malva. Fue allí donde se convirtió en pasiva testigo de la entrada, ejecutada con sumo cuidado, dei coronel Rycroft. Estaba sentada en un lugar donde él no podía dejar de verla, pero con la mandíbula rígida y las facciones endurecidas, Tyrone se negó a reconocer su presencia en la antecámara cuando el comandante Nekrasov lo escoltó a la habitación donde lo esperaba el zar.

En la soledad que siguió al paso de Tyrone, Sinnovea se encontró, una vez más, dolorosamente asediada por el recuerdo del desprecio que había detectado en la voz del coronel poco después de que el primer latigazo se hubiera descargado. La había arrojado de su lado, furioso, y se la había entregado a Ladislaus para que se la llevara, lo cual reforzó las advertencias de Natasha de que llegaría a odiarla por la trampa que le había tendido. En el momento en que su amiga había pronunciado estas palabras, los sentimientos de él hacia ella parecían no importar demasiado; sin embargo, en este momento, el conocimiento del rechazo de Tyrone la llenaba de una pena impensable que no tenía alivio. Si bien su mente inquieta encontró una gran cantidad de excusas para convencerlo, se dio cuenta de que, aunque las explicaciones hubieran sido valiosas, sus esfuerzos por aplacarlo serían inútiles. Era evidente que el coronel Rycroft no estaba dispuesto siquiera a reconocer su existencia y se negaría a escuchar su descargo. En realidad, sus esperanzas de reconciliarse con él eran tan débiles que no le habría sorprendido en absoluto oír las objeciones que en ese momento presentaba a las sugerencias del zar.

—Le suplico que me perdone, Su Majestad. — Tyrone trató de mantener el control a pesar de su oscura disposición de ánimo, pero le resultaba difícil siquiera considerar la propuesta del zar. — Con todo respeto debo declinar.

Nunca podré tomar a la condesa Zenkovna por esposa sabiendo cómo me manipuló para conseguir sus propios fines. Si dentro de unos meses o unos años se requiere mi sangre en el campo de batalla, entonces espero que se derrame honorablemente como soldado a su servicio, pero lo que usted recomienda es pedirme demasiado.

—Me temo que usted ha malinterpretado mis palabras, coronel Rycroft. — Mijaíl sonrió con benignidad. — No le estoy pidiendo que esté de acuerdo con mi proposición. Mientras usted esté en este país, obedecerá cada una de mis órdenes, y lo que deseo ahora es que tome a la condesa Zenkovna por esposa con la mayor prisa posible. Antes de su muerte le prometí al padre de la joven que me ocuparía del bienestar de su hija, y sería muy laxo en el cumplimiento de esa promesa si permitiera que usted escapara de su participación en este asunto sin buscar alguna forma de retribución.

—¿No fue pago suficiente por mi participación los azotes en mi espalda? — le preguntó Tyrone con rudeza.

—Los latigazos fueron en verdad espantosos, pero no corrigen el problema. La condesa Zenkovna ha confesado su culpa al seducirlo con deliberación para que se convirtiera en su salvador... — Levantó los ojos un momento al escuchar un audible bufido de parte del coronel. Después de detenerse en el rostro desdeñoso del hombre continuó can más determinación. — Sin embargo, usted fue el que llevó a cabo la hazaña y es el único que puede enmendar la situación. Después de todo, usted no es un jovencito que puede hacerse el tonto. Es lo suficientemente mayor como para aceptar las consecuencias de sus actos y, supongo, mucho más experimentado en estas cuestiones que la muchacha. Es obvio que ella tenía una buena razón para creer que usted estaba dispuesto a llevársela, sí no, nunca habría considerado que este plan fuera viable.

—Su Majestad, ¿por qué no es tan gentil y considera mi posición? Mijaíl estaba perdiendo la paciencia con la persistencia del coronel. — ¿Acaso no era una virgen en su cama antes de que usted la poseyera? — preguntó.

Las delgadas mejillas de Tyrone se flexionaron con la tensión necesaria para mantener el control y no explotar.

—Era virgen, pero...

—¡Entonces no hay nada más que decir! ¡No permitiré que ningún otro hombre enmiende sus errores porque fue engañado por una joven idiota! ¿Gritaría su decepción en el campo de batalla si fuera engañado por un general inexperto?

—No, por supuesto que no, pero...

Mijaíl descargó su mano abierta sobre el brazo de su silla.

—Se casará con la condesa Zenkovna o, lo juro, veré que sea dado de baja sin honores por su servicio en esta tierra.

Después de semejante amenaza, Tyrone sólo pudo ceder ante la autoridad del soberano. Cuadró los talones mientras ofrecía al zar un saludo seco que significaba la aceptación de sus órdenes.

—Como usted ordene, Su Majestad.

Mijaíl se estiró y pulsó una cuerda de plata que hizo que el comandante Nekrasov entrara de nuevo en la habitación.

—Puede escoltar a la condesa Zenkovna a mi presencia.

Tyrone se atrevió a interrumpir, deteniendo al comandante con su solicitud.

—Le ruego un momento más de su tiempo, Su Majestad.

—¿Sí? ¿Qué pasa? — Mijaíl sintió un inmediato escepticismo sobre lo que el coronel pediría.

—Respetaré sus órdenes mientras esté aquí, pero una vez que me vaya, no estaré más bajo su autoridad. — Tyrone hizo una pausa mientras el zar inclinaba la cabeza en cauta aceptación de sus palabras, luego continuó con el mismo tono de respeto. — Si usted considera en ese momento que lo he complacido en el cumplimiento de mis obligaciones y que me he mantenido alejado de la condesa Zenkovna, lo que puede ser comprobado por su incapacidad para concebir un hijo mío, ¿me concederá la anulación de este matrimonio antes de que regrese a Inglaterra?

La cabeza del comandante Nekrasov giró con rapidez para observar a los dos hombres con una profunda perturbación por la perspectiva del matrimonio de Sinnovea con el coronel. No podía siquiera comenzar a entender el requerimiento del hombre, pues él estaría feliz de poner en peligro su vida para conseguir a la condesa como esposa.

Mijaíl quedó sorprendido por el ruego, pero no pudo encontrar excusa para negarlo. Después de todo, si no se le otorgaba la disolución dentro de los límites de Rusia, el coronel la buscaría en Inglaterra y Mijaíl no estaba dispuesto a someter a la condesa a esa particular humillación.

—Si todo es como usted dice, coronel, y todavía desea esa separación en el momento de su partida, entonces le concederé su petición, pero debo recordarle que todavía le quedan tres años de servicio aquí.

—Tres años, tres meses y dos días, señor.

—Es mucho tiempo parar mantenerse alejado de una mujer tan encantadora, coronel. ¿Considera que puede tener éxito en mantener esa conducta? Tyrone enfrentó la pregunta con honestidad en su mente. No tenía ninguna seguridad de que fuera capaz de ignorar a Sinnovea como esposa o de poder refrenar sus deseos hasta ese punto, pero quería dejar una puerta abierta para disolver el matrimonio si no encontraba ninguna razón para continuar con él. En ese momento, estaba decidido a seguir con su propio camino sin ella a causa de la decepción recibida, pero siempre había una posibilidad de qué en el futuro su ánimo se suavizara ante la idea. Podía prever que eso no sucedería en los próximos días, no con el enojo que bullía dentro de él, pero en los meses y años por venir, ¿quién podía decir dónde lo llevaría su pasión? Como el zar bien lo había señalado, Sinnovea era tan encantadora como hermosa, y si a eso se unía su loco deseo de confiar en ella, no podía garantizar que no volviera a caer víctima del canto de la sirena. Pero, por otra parte, quizá su corazón nunca pudiera recuperarse de sus heridas.

—Mi éxito o mi fracaso le será anunciado antes del momento de mi partida, Su Majestad. Usted tendrá un informe completo de la condición de nuestro matrimonio en ese momento.

—Espero que para ese entonces su corazón se haya ablandado con el perdón, coronel. — Mijaíl suspiró. — Una mujer demasiado hermosa como para ignorar. Una vez consideré tomarla por esposa, pero pensé que no sería capaz de soportar la rigidez del terem. Me haría mucho daño verla herida por su rechazo.

—Podría ahorrar el dolor que sufrirá dentro de unos años si nos permitiera que ahora tomáramos caminos separados — sugirió Tyrone observando la reacción del zar desde debajo de las cejas.

—¡Jamás! — Mijaíl se levantó de la silla en un ataque de ira. — ¡Por todos los cielos, no conseguirá escapar de este matrimonio! ¡Lo veré casado antes de que termine esta semana!

Tyrone tuvo la suficiente prudencia como para darse cuenta de que había sido derrotado y que lo más aconsejable era su inmediata obediencia. Colocó una mano en el pecho e hizo un reverencia delante del Zar de Rusia, aunque el dolor del movimiento casi le hizo perder el control.

—Como usted diga, señor.

Mijaíl hizo un duro gesto con la cabeza al comandante Nekrasov, que se apresuró a cumplir con la orden. Cuando entró en la antecámara, logró una sonrisa triste mientras se aproximaba a la mujer que tanto admiraba y valoraba.

—El zar Mijaíl quiere que entre ahora, Sinnovea.

Una sonrisa dubitativa rozó los labios de la joven mientras se ponía de pie. — Creí escuchar gritos. ¿Su Majestad está muy enfadado? — Ciertamente no con usted, mi querida Sinnovea — le aseguró Nikolái. — ¿Dijo para qué quería que fuera? — te preguntó, incómoda.

—No se me permitió que me quedara en la habitación mientras hablaba con el coronel Rycroft. Tendrá que preguntárselo usted misma.

—Nunca pensé que pudiera enfadar a tanta gente con lo que hice... — Sus palabras se apagaron al darse cuenta de que Nikolái la miraba intrigado. — LY qué fue eso, Sinnovea?

Bajó los ojos para evitar su mirada más allá de lo mínimo indispensable.

—No fue nada de lo que esté orgullosa, Nikolái, y preferiría no hablar

del tema si es posible. — Luego recordó de pronto que no le había agradecido lo que había realizado al acudir en ayuda del coronel. Levantó la cabeza y apoyó una mano temblorosa en la de él. — Le estaré eternamente agradecida por su ayuda, Nikolái. Nunca soñé que traería al mismísimo zar con usted. ¿Cómo consiguió semejante hazaña?

—No hice más que avisarle que el coronel Rycroft estaba en peligro y nada pudo detener a Su Majestad. Parecería que el inglés ya se ha ganado el favor del zar y su respeto por sus méritos, Sinnovea. Es claro que esto es de gran importancia, pues fue lo que hizo que Su Alteza Real volara al lado del inglés y lo que sin duda le salvó la vida. — Nikolái miró a la cámara donde el zar resolvía sus asuntos y se apresuró a anunciar: — Debo hacerla entrar ahora, Sinnovea. El zar Mijaílla está esperando.

Sinnovea respiró profundamente en un esfuerzo por tranquilizar sus nervios. Asintió a Nikolái con un leve movimiento de cabeza y permitió que él la escoltara. Cuando entró de su brazo, su mirada recorrió con rapidez la enorme habitación y, de inmediato, descubrió a Tyrone, erguido, ligeramente a la izquierda del zar. El coronel no hizo ningún intento por mirarla, sino que mantuvo su rígida postura mientras Mijaílle indicaba que se adelantara. La joven obedeció y se hundió en una profunda cortesía delante del monarca. Esperó en tembloroso silencio a que el comandante Nekrasov se retirara por una puerta cercana.

—Sinnovea, he tomado varias decisiones respecto de su futuro esta tarde — le anunció Mijaíl — . Espero que no le resulten demasiado pesadas.

—Sus deseos son órdenes, Su Majestad — le respondió con calma, aunque notó que su voz perdía fuerza al hablar. No tenía idea de qué le aguardaba, pero estaba resuelta a no encontrar ninguna falta en lo que se le ordenara.

—He decretado que el coronel y usted se casen...

Apabullada por su revelación, Sinnovea giró la cabeza para ver la respuesta de Tyrone. Aunque el coronel se negaba a encontrar su mirada inquisidora, los músculos de las mejillas bronceadas por el sol se tensionaron en un intento de dominar su fastidio.

—Antes de que termine la semana — continuó Mijaíl, sin darle tiempo a que recuperara el aliento — . Se casarán pasado mañana en mi presencia. Esto les dará suficiente tiempo para decidir algunas cuestiones entre los dos. Es impensable que una boyardina rusa viva en el distrito alemán. Por lo tanto, Sinnovea, pregúntele a la condesa Andréievna si ella puede tenerlos en su casa como un favor personal hacia mí, y como sé que aceptará, doy este asunto por terminado. Una vez que se haya completado la ceremonia, pueden celebrarlo como mejor les parezca. Estoy seguro de que Natasha disfrutará convirtiéndolo en una gran ocasión, y aunque el coronel está todavía un poco indispuesto por las heridas en la espalda, les urjo a que participen como si se tratara de una situación festiva. No es frecuente que el Zar de todas las Rusias inicie personalmente la unión de dos de sus súbditos favoritos. Pueden considerar mi atención a este asunto como un cumplido personal a los dos. Ahora, ¿hay otro tema que desee discutir?

Esperó, pero como los dos negaron, les sonrió mientras les permitía que se retirasen.

Juntos le rindieron homenaje: Sinnovea con una reverencia y Tyrone con un ligero movimiento que le provocó un punzante dolor en la espalda. Cuando se enderezó y giró en los talones para salir de la habitación, Mijaíl lo detuvo de golpe.

—Coronel Rycroft, espero que considere lo afortunado que es de haberse ganado a una esposa tan hermosa y que la trate como corresponde. ¿No es propio de un caballero de su país dar el brazo a su prometida para mostrar cuánto la estima, en especial si hay una audiencia observándolo? Si no hay un requerimiento de este tipo en su país, entonces es mi deber informarle que en esta tierra las circunstancias exigen esos cuidados. ¿Me hago entender, coronel?

—Por supuesto, Su Majestad — replicó Tyrone de manera concisa y, colocándose al lado de Sinnovea, le presentó su brazo mientras miraba la puerta. Ella era consciente del disgusto que sentía él por tener que ofrecerle un gesto caballeroso, pero también se había dado cuenta de que él la había barrido con su mirada desde la cabeza a los pies antes de dirigir su vista a la puerta. También había guardado en su memoria una imagen de su apariencia y no tenía necesidad de volver a mirarlo para ver lo orgulloso y apuesto que estaba. En realidad, era demasiado bello en rostro y forma como para permitir que su pulso acelerado recuperara su ritmo normal. Estaba sorprendida por el hecho de que su mano había temblado al depositarse sobre la manga y estaba igualmente asombrada al darse cuenta de cuánto la afectaba su proximidad. Hasta la noche del engaño, había estado distante y poco receptiva, pero ahora, aunque le resultara increíble, su interior bullía de emociones demasiado ambiguas para ser evaluadas con claridad. La cuestión que la perturbaba tenía que ver con los cambios recientes que se habían desarrollado en su interior. ¿Como podía ser que ella, la altiva Sinnovea, se hubiera encandilado con un hombre en tan poco tiempo?

—¿Tu coche está fuera? — preguntó Tyrone al entrar en la antecámara. — Sí — respondió con timidez, consciente del disgusto que él sentía por tenerla que acompañar aunque fuera por unos breves instantes — . Pero no tienes que escoltarme si te resulta una carga demasiado pesada.

—Su Majestad me ha ordenado que muestre mi consideración — respondió con sequedad —, al menos cuando nos estén observando. Hasta que estemos a solas, trataré de cumplir con la directiva que me ha dado.

Cuando el mariscal de campo entró por la puerta principal, Tyrone se detuvo abruptamente e hizo a su superior un saludo vivaz, pero después que el hombre los pasó, Sinnovea miró a Tyrone, preocupada, pues se dio cuenta del rictus de dolor que había invadido su rostro poniendo rígidos los músculos de sus delgadas mejillas. Pareció soportar un momento de agudo malestar, luego con un cauto movimiento de los hombros recuperó el control. Con estoicismo, continuó avanzando hasta que dejaron atrás el edificio con un paso más deliberado.

Cubrió los escalones con sólo uno o dos accesos de dolor, la dejó en el carruaje que la esperaba y, al cerrar la puerta, dio un paso atrás con un breve saludo a Stenka. Cuando el coche se alejó del palacio, Sinnovea se apoyó en el respaldo del asiento. Se mordió el labio que le temblaba y apretó los párpados para que no dejaran salir las lágrimas que surgían de su corazón. A pesar de su esfuerzo por controlar el torrente, cayeron en anchos canales desde sus oscuras pestañas. Podría decirse que todo había salido bien, pero no le daba ningún placer pensar que había tanto resentimiento atrapado en el hombre que pronto se convertiría en su marido.

Cuando el carruaje llegó a la mansión Andréievna poco tiempo después, Natasha estaba en la puerta de entrada esperando su regreso con ansiedad, pero acosada por el torrente de lágrimas que no cesaba de caer por sus mejillas, Sinnovea pronunció una débil excusa y se retiró corriendo a su cuarto, donde se encontró con Ali y una barricada de preguntas angustiadas.

—¡Oh, mi corderita! ¡Mi corderita! ¿Qué te ha roto de ese modo el corazón?

Con una súplica para que la criada la dejara sola, Sinnovea cayó boca abajo en la cama con baldaquino y sollozó, miserable, hasta que se sintió completamente seca de emociones. Los párpados delicados se habían hinchado y parecían rasparle los ojos mientras trataba de dormir para dar un respiro a su angustia. Pero ese alivio no llegó para darle paz. Por un rato observó la habitación sin un objetivo fijo. Apenas notó la caída de las coloridas hojas del otoño a través de los paños de cristal. Un poco después una luz irrumpió por la puerta, y, en silencio, Sinnovea se incorporó y permitió que Natasha entrara en la habitación.

—No puedo esperar un momento más. — La mujer se excusó por la interrupción y observó los ojos enrojecidos con gran preocupación. — Querida mía, ¿qué te ha ocurrido para que te pongas así? ¿Se te ha prohibido la entrada en la corte? — Una tímida sacudida de la oscura cabellera dio la respuesta tácita.¿Fuiste denunciada por el zar? — Un gesto inquieto de la delgada mano fue esta vez la respuesta negativa. — ¿Confinada en un convento?

—No, nada tan trivial — susurró Sinnovea en su desgracia.

Natasha perdió su aplomo y, tomando a la joven de los hombros, la sacudió mientras le exigía con desesperación una respuesta.

—¡Por todos los cielos, pequeña! ¿Qué sentencia ha decretado p4ra ti Su Majestad?

Sinnovea se tragó otro acceso de lágrimas y pronunció con cuidado cada una de sus palabras como si le costara modularlas.

—Su Majestad, el zar Mijaíl, ha ordenado que el coronel Rycroft se case conmigo antes de que termine la semana.

—¿Qué? — Natasha casi gritó de júbilo. — i Oh, Madre Santísima! ¿Cómo pudo ser tan inteligente?

Sinnovea frunció el entrecejo pues no comprendía a su amiga.

—No entiendes. Natasha. El coronel Rycroft me odia, como tú me lo habías advertido. No quiere saber nada de mí y declina profundamente tomarme por esposa.

—Oh, mi querida niña, deja de lado las penas y la angustia — le aconsejó la mujer mayor — . ¿No ves que todo tiene solución? El enfado del coronel se suavizará con el tiempo. Un hombre no puede ignorar a la mujer que es su esposa.

—¡Me detesta! ¡Me odia! ¡Ni siquiera quiso escoltarme fuera del palacio!

—Sin embargo, cambiará — le aseguró Natasha — . ¿Cuáles son los arreglos?

—Su Majestad preguntó si tú nos aceptarías a los dos en tu casa... Natasha la interrumpió y le acarició el mentón con un dedo.

—Nunca nadie podrá decir que el zar no tiene la sabiduría y la astucia para manejar por sí solo los asuntos de Rusia. Con esta orden ha demostrado su habilidad para manejar las cosas con inteligencia. — Sonrió a los ojos cargados de lágrimas de Sinnovea y trató de alentarla. — Por un tiempo la ira y aversión que sentís el uno por el otro será un castigo para los dos, Sinnovea, pero cuando la furia pase... — Levantó los hombros en un gesto de alegría. — Sólo Dios sabe cómo van a terminar las cosas. A nosotros nos queda esperar y ver con la ilusión de que todo sea para bien.

Natasha fue a abrir la puerta y recibió con una sonrisa a Ali que esperaba fuera con una tremenda ansiedad. Los ojos entristecidos de la anciana y los rasgos más arrugados que de costumbre denotaban la gran angustia que estaba sufriendo. Natasha tomó la frágil mano de la criada en la de ella y la hizo entrar.

—Nunca adivinarás, Ali — dijo con una sonrisa radiante — . El zar ha ordenado al coronel Rycroft que tome a tu señora por esposa.

Las cejas menudas se alzaron por la sorpresa. — ¡No me diga!

—Sí te digo — le aseguró Natasha — . De hecho, van a casarse antes de que termine la semana, lo que significa pasado mañana.

—¿Tan pronto? — preguntó Ali sorprendida — . ¿Está segura? — Tu señora acaba de decirlo.

—¿Entonces por qué está tan deprimida? — siguió preguntando Ali sin comprender. Estaba perpleja, pues era incapaz de pensar que alguna mujer pudiera lamentar la idea de casarse con un especimen tan magnífico.

—Un misterio, sin dudas, pero sus lamentos van a convertirse en júbilo, ¿no lo crees, Ali? — Hizo una breve pausa para recibir el asentimiento de la pequeña mujer. — ¡Sí, Ali! Es, sólo cuestión de tiempo. ¡Pero debemos organizar una fiesta para ellos! ¡Una celebración que corone el evento! Debemos decir al coronel que invite a sus amigos y nosotros invitaremos a los nuestros. — Natasha se echó a reír excitada ante la idea. — Estoy casi tentada de invitar a Alexéi sólo por el placer de verlo sufrir, pero temo que su presencia sólo logre provocar al coronel, y nosotros no podemos permitir eso. Por supuesto, la princesa Anna va a estar conmocionada cuando regrese y encuentre a la pareja ya casada. La última vez que la vi, estaba indignada porque el coronel había pedido al zar la mano de Sinnovea. — Natasha se inclinó hacia la criada irlandesa mientras continuaba con su avalancha de conjeturas. — Si quieres mi opinión, Ali, diría que la princesa Anna estaba celosa por la atención que el coronel prestaba a tu señora. Después de todo, nuestra pálida princesa ya no es muy joven y no posee la belleza de antaño. En lugar de sacar el mejor partido de su edad, se inclina más a soñar con la juventud que se ha ido. — Natasha echó hacia atrás su oscura cabellera y rió divertida. — Espero que se sienta completamente devastada cuando se entere del matrimonio de Sinnovea. Será lo que se merece por haber negado al coronel el derecho de ver a tu señora. En realidad, se habrían casado antes, si no fuera por esa bruja.

—¡Váyanse, las dos! — gritó Sinnovea dolorida — . Están tomando esto a la ligera y es obvio que no les importo nada. ¡Les digo que estoy sufriendo y que pienso que no voy a poder dormir en un año!

—Entonces te dejaremos que llores en soledad — replicó Natasha sin la menor compasión — . Ali y yo estaremos felices de hacer todos los planes ya que tú te sientes tan mal. — Se dirigió hacia la puerta e hizo una pausa para observar a la joven. — ¿Dónde vais a proferir los votos? ¿Pensasteis en eso?

—Su Majestad tomó la decisión por nosotros. Van a ser pronunciados ante él en el palacio.

—Entonces tenemos que conseguirte un hermoso vestido para la ocasión. Debes estar más guapa que nunca, tanto para el zar como para el coronel.

—No creo que ninguno de los dos se preocupe por mi aspecto — respondió Sinnovea entristecida.

—Sin embargo, debes estar vestida con lo mejor si quieres tener una respuesta cálida de parte del coronel.

Ali se apresuró a intervenir.

—Mi señora ya había conseguido un sarafan para su boda con el príncipe Dmítrievich. Es bastante lindo para el poco tiempo que tuvimos para encontrarlo. Pienso que va a hacerle justicia, es rosado, tan elegante como ella misma.

—Toda va a estar bien — proclamó Natasha —, y la novia va a dejarlos sin aliento...

—¡Es impresionante! — susurró el comandante Nekrasov para sí mismo un par de días después cuando fue testigo de la entrada de la condesa Sinnovea en el palacio. Llevaba un sarafan de satén rosa pálido; las amplias mangas y la camisa que usaba debajo estaban bordadas con delicados hilos de oro y grupos de enormes perlas rosadas. Más perlas de variados tamaños se intercalaban en el resto del atuendo y se incrustaban en un elaborado kokoshniki que había sido colocado en su oscura cabeza. Una delicada diadema de perlas, casi tan pequeñas como semillas, colgaba del adorno y le cubría la frente, acentuando la apabullante belleza de su rostro. En verdad se veía en ella la magnificencia de la realeza unida a una cierta fragilidad que resultaba muy atractiva. Nikolái estaba seguro de que su corazón se rompería con semejante pérdida.

Tyrone estaba hablando con Grigori de espaldas a la puerta en el momento en que Sinnovea entró, pero cuando Natasha corrió de su lado y cruzó la habitación para hablar con Nikolái, el coronel giró la cabeza ligeramente para observar sin ser visto a su prometida. Nadie excepto Grigori y Nikolái fueron conscientes de su cuidadosa inspección, era evidente que sus ojos estaban mucho más excitados que lo que su ánimo de enfadada reticencia parecía aceptar.

Sinnovea terminó de arreglarse el vestido y miró a su alrededor, pero cuando sus ojos se detuvieron en aquel que la observaba y las órbitas azules subieron con lentitud por las gráciles formas hasta que se encontraron con los de ella, Tyrone se dio la vuelta con sólo un pequeño movimiento de cabeza, como si negara su exhaustiva observación. Su fría lejanía secó la calidez del corazón de Sinnovea que, mientras buscaba su apuesto perfil, no pudo tener la más mínima esperanza de que su enfado se hubiera aplacado.

Pronto recibieron una directiva de la capilla donde Mijafl estaba esperando con un sacerdote y el corazón de Sinnovea dio un salto en el pecho cuando Tyrone se acercó a ella para ofrecerle su brazo en cumplimíento de los requerimientos que acababa de transmitirle un sirviente. Con la mano temblorosa apenas apoyada en la manga de su chaqueta azul oscura, reunió el aplomo necesario y caminó al lado de él mientras los demás los seguían.

Sinnovea se sentía desvinculada de la ceremonia, como si vagara sin meta en una niebla oscura más allá de la habitación a la que habían sido conducidos. De lo único que tenía conciencia era de Tyrone, de pie a veces, otras de rodillas a su lado, de su mano oscura sobre los dedos delgados y pálidos y de sus labios descendiendo sobre los de ella para cumplir con el deber de sellar el vínculo. Bastante abrumada por su presencia masculina y luego por su partida abrupta, Sinnovea cerró la boca al darse cuenta de que se había abierto debajo de la de él. Sus mejillas se encendieron ante lo que pareció ser un crudo rechazo de su respuesta. Al ver que se alejaba, bajó la vista, temerosa de encontrar en su mirada cierta burla o, peor, una evidente repugnancia.

Pareció que pasaron sólo unos pocos momentos después de que, se intercambiaran los votos cuando comenzaron a recibir los buenos deseos del zar y fueron escoltados hasta el carruaje de Sinnovea. Viajaron en taciturno silencio hasta la mansión Andréievna, en una travesía interminable, ya que Natasha había tomado la iniciativa de aconsejar a Stenka que siguiera el camino más largo para que los invitados pudieran llegar antes que los novios. Tyrone se sentó en el extremo del asiento que estaba frente al de ella, como si quisiera evitar todo contacto. Una mirada tentativa en esa dirección convenció a Sinnovea de que sus hermosas facciones no se habían suavizado. Su mandíbula evidenciaba la tensión del enfado y los ojos azules estaban parcialmente enmascarados por los párpados bajos y el mentón apoyado en una mano mientras observaba lo que había al otro lado de la ventana.

La gente todavía estaba descendiendo de los carruajes delante de la casa cuando Stenka detuvo al coche en las cercanías del camino que llevaba a la mansión y esperó una oportunidad para llevar a su señora y su reciente esposo hasta la misma escalinata de entrada. El ambiente se había tornado frío después de la copiosa lluvia caída el día anterior, y no había transcurrido suficiente tiempo para que el barro se secara por completo y se convirtiera en un piso sólido bajo las ruedas del vehículo. Las dos de atrás se habían atascado con tanta firmeza que no pudieron ser liberadas por el grupo de caballos para consternación de Stenka y Iósif.

Con la cabeza fuera de la ventana, Tyrone consideró la situación por sí mismo y llegó a la conclusión de que no estaba con ánimos como para esperar que trajeran otro par de caballos que uniera su fuerza a los otros cuatro. Se bajó e hizo un gesto duro a Sinnovea para que se deslizara hacia adelante, a la puerta, y allí la tomó en sus brazos. Considerando la aparente aversión que sentía por ella, Sinnovea quedó aturdida por semejante galantería y no pudo determinar si debía rodearle el cuello con los brazos y apoyarle una mano en el pecho o en el hombro. Cuando un momento después, sintió que los pies de su esposo se resbalaban en el lodo, alarmada y temerosa de terminar en el barro, se aferró sin pensarlo dos veces con los dos brazos al cuello de Tyrone.

Natasha los estaba esperando en la puerta principal cuando llegaron, y mientras ella escoltaba a Sinnovea para que saludara a los invitados, Tyrone se quitó las botas embarradas y, en medias, se dirigió hacia la cocina, donde un sirviente se las llevó para limpiarlas. Mientras Tyrone esperaba el regreso del hombre, una niñita de unos tres años lo espiaba desde detrás del delantal de su madre buscando llamar su atención. Tyrone no pudo descifrar la razón, pero cuando la miró, captó algo en sus modales o en su apariencia que le hizo recordar de inmediato a su joven esposa. Aunque la causa podría haber sido los enormes ojos verdes o el oscuro cabello enrulado, se inclinaba más a pensar que la asociación provenía de la aprensión y la timidez que era tan evidente en el pequeño rostro y que acababa de percibir en los modos y los gestos de su mujer. En los últimos días había visto poca evidencia de la doncella altanera que había conocido en la sala de baños y bien podía imaginarse que Sinnovea estaba tan atemorizada ante su figura como ese pequeño duende que se ocultaba de él en ese mismo instante.

Tyrone sonrió a la niña, se arrodilló junto a varias piezas de madera que estaban esparcidas en el piso y comenzó a construir una estructura. La niña lo miraba con creciente fascinación. Poco a poco, con cautela, se aproximó para admirar su trabajo y rió cuando un difícil agregado al edificio hizo que su creación se desmoronara. Danika observaba la gestación de esta amistad con una sonrisa cálida aunque le era imposible entender al hombre que hablaba con su hija.

Sinnovea fue a buscar a Tyrone para que saludara a los invitados que esperaban su presencia, y como le habían informado dónde se encontraba, se detuvo junto a la puerta abierta mientras juntaba el coraje para interrumpir a la pareja. El reía y hablaba con la pequeña, pero la niña sólo se encogía de hombros, confundida, incapaz de entender el significado de sus oraciones. Sin embargo, la sonrisa que iluminaba sus pequeños labios evidenciaba el atractivo y la eficacia de su encantamiento. Sinnovea descubrió que su corazón se entibiaba al ver la ternura con que trataba a la niña, y una suave sonrisa le curvó los labios al recordar la ternura que había empleado con ella en el clímax de la pasión. Si no fuera por la animosidad que sentía en ese momento por ella, podría haberse sentido complacida de tener a ese hombre por maride. Aun así, con su ánimo oscuro y ominoso, era mucho más gratificante para sus sentidos que lo que podría haber sido el príncipe Vladímir.

Por fin el sirviente trajo las botas de Tyrone y se las entregó limpias y brillantes. Después de ponérselas, se incorporó y tomó la mano de la pequeña en la suya.

—Ahora debo irme — le informó —, pero como voy a estar viviendo aquí, me gustaría venir frecuentemente a la cocina para visitarte. ¿Te parece bien? La niña lo miró, extrañada por su aparente pregunta. Cuando Sinnovea entró en la cocina, la cara se le iluminó y corrió a tomar la mano de la condesa, pues se había encariñado mucho con ella en el poco tiempo que había vivido en la misma casa que ella. Tyrone se enderezó hasta alcanzar su altura completa y con reticencia observó a su esposa que hablaba a la pequeña en ruso. La cara de la niña se tornó radiante y, girando hacia el coronel, hizo una profunda cortesía y murmuró una respuesta.

Sinnovea tradujo, levantando por fin la vista hasta encontrar los ojos de su marido.

—Sofía dice que estará encantada de que vengas a visitarla tan seguido como quieras.

Tyrone se dio cuenta de que su esposa se sonrojaba mientras él continuaba mirándola. Le pareció evidente que bajaba la vista porque había malinterpretado su exhaustiva atención con disgusto por su presencia y su intervención. No se sentía con ánimo para explicarle que, a pesar de su enfado y de la hostilidad que sentía hacia ella, no podía dejar de admirar su belleza y sus seductores modales.

—No quise entrometerme — se disculpó Sinnovea con timidez, apoyando la mano sobre la cabeza de la pequeña mientras ella jugueteaba con las perlas que adornaban su sarafan — . Sólo pensé que querías que tus palabras fueran traducidas, eso es todo.

—Tendrás que enseñarme la lengua ahora que estaremos viviendo bajo el mismo techo — dijo Tyrone con fría reserva — . Tendremos que pasar el tiempo de algún modo.

La cabeza de Sinnovea se sacudió ante su sarcasmo, pero no tuvo tiempo de analizar su significado pues escuchó pasos apurados que se aproximaban a la cocina. Poco después Natasha irrumpió en la habitación.

—iSinnovea! — La mujer casi no tenía aliento. Se llevó una mano al pecho agitado mientras trataba de lograr la compostura necesaria para hablar. — ¡El príncipe Vladímir y sus hijos están aquí! Han venido a conocer a tu esposo, el coronel Rycroft, y por el ánimo que traen, es posible que necesitemos refuerzos.

Tyrone interrogó a su mujer burlonamente. — ¿Supongo que es tu prometido rechazado?

—¿Qué vamos a hacer? — La pregunta no fue más que un susurro frenético, pues Sinnovea temía al conflicto que podía gestarse. No podría soportar otro ataque a Tyrone.

—Cálmese, señora — le aconsejó su marido — . No es la primera vez que me enfrento a uno de sus perseguidores. Sólo espero que este príncipe en particular no sea tan irascible como el último.

—Es mejor que tenga cuidado — le aconsejó Natasha — . Los hijos del príncipe Vladímir tienen una gran disposición para pelear y nada les gusta más que arreglar sus diferencias con los puños. En otras palabras, coronel, podrían hacer que Alexéi pareciera un santo en comparación.

—Entonces, en los próximos minutos bien puede ser que veamos el fin de nuestra celebración — remarcó Tyrone con dureza. Levantó una ceja mientras inclinaba la mirada hacia Sinnovea y le ofrecía una mano — . ¿Los enfrentamos juntos, querida? Después de todo, no sucede todos los días que un hombre rechazado conozca al marido de su prometida.

Sinnovea sintió el aguijón del sarcasmo y respondió con un signo de reprobación.

—No tienes la menor idea de lo que esta gente es capaz de hacer cuando se la incita. Además, no estás en condiciones de tomar las cosas a la ligera. — Tal vez no, querida, pero las presentaciones pueden resultar muy interesantes.

—¡Si sobrevives a ellas! — acotó Sinnovea y, finalmente, se dignó a darle la mano mientras caminaban hacia el vestíbulo.

Tyrone respondió con una leve contracción en su sonrisa sarcástica. — Supongo que debería prepararme para enfrentar no sólo a estos sino a toda una legión de perseguidores desdeñados que has dejado en el camino. Tal vez sea un desafío mayor que pelear contra todos los enemigos del zar. Si hubiera sido más astuto, podría haber sacado una enseñanza de nuestro primer encuentro cuando tuve que salvarte de Ladislaus.

Sinnovea se atrevió a poner en palabras lo que esta declaración parecía insinuar,

—Tal vez hasta podrías haber reconsiderado mi rescate si hubieras sabido lo que sucedería en el futuro.

—Tal vez — replicó Tyrone, que no tenía ánimos de contradecirla. Sin embargo, cuando Sinnovea trató de retirar la mano, él sostuvo los dedos delgados con firmeza — . Chsss, querida. Debemos obedecer a Su Majestad y cuidar las apariencias delante de nuestros invitados.

Con esta reprimenda, Sinnovea le lanzó una mirada encendida. A pesar de su lucha por retirar la mano, no podía obtener su libertad sin crear una escena lo que, estaba segura, él haría si ella lo provocaba. Por lo tanto, con una caballerosidad exagerada, Tyrone la escoltó al gran vestíbulo como si fuera una novia apreciada y valorada.

—Señoras y señores, mi esposa y yo les damos la bienvenida a esta hermosa casa — anunció, haciendo una pausa justo al entrar a la sala llena de gente. En respuesta a los aplausos y las felicitaciones de los invitados, la pareja logró transmitir su aprecio con una reverencia y una graciosa cortesía.

El príncipe Vladímir no estaba en un estado de ánimo tan cortés. Se sentía de mal humor y con la aspereza de un oso viejo y herido. Se había sacudido con un fuerte bufido de desprecio cuando su hijo mayor le había anunciado que Sinnovea y su esposo se aproximaban a la habitación. Mientras la pareja caminaba entre los invitados, sus desteñidos ojos azules se fijaron en el hombre alto que la acompañaba. Sus hijos rodearon a la pareja, como para demostrar su voluntad de pelear con el novio.

Sinnovea se aferró al brazo de Tyrone y se acercó a él lo más que pudo. Con temor miró a su alrededor preguntándose cómo acabaría todo. Le perturbaba pensar que su marido tuviera que volver a pagar el castigo por su plan perverso.

Pocos pasos detrás del belicoso clan, Grigori y varios oficiales ingleses bajaron sus copas y observaron con cuidado lo que sucedía, pues parecía que los príncipes estaban dispuestos a caer sobre el novio en cualquier momento.

Debido a la avidez del coronel para conseguir a la muchacha, no se habían sorprendido al escuchar que había peleado con su guardián que había contratado hombres para que lo castigaran por su audacia. Tampoco estaban asombrados por las repercusiones que estaban presenciando, sin duda provocadas por las rápidas directivas del zar de que la pareja se casara lo más pronto posible para impedir más intervenciones. No era ningún secreto que los problemas perseguían a aquel que se atrevía a aspirar a un tesoro prohibido.

—¡Muy bien! Así que usted es el maldito bribón que me robó mi muchacha — farfulló Vladímir — . ¿Quiénes son los ingleses, de todos modos? ¿Salvajes. que nos roban nuestras novias de debajo de nuestras narices para llevárselas y hacer con ellas sus viciosas hazañas? ¡Patán entrometido, debería ser azotado! La amenaza parecía inminente, pues sus hijos murmuraron algunas maldiciones y se acercaron peligrosamente. Tyrone levantó una ceja al boyardo de cabello blanco mientras la mano del anciano se apoyaba en la empuñadura de la espada. La intimidación era demasiado obvia para ignorarla. Sinnovea comenzó a adelantarse para hacer una súplica con la esperanza de aplacar a su ex prometido, pero fue detenida por Tyrone que la tomó del brazo y la acercó a su lado. No se sentía más inclinado a protegerse detrás de las faldas de una mujer de lo que lo había estado cuando lo colgaron de las vigas de madera del establo de los Taraslov.

—Quédate fuera de esto, Sinnovea — le ordenó — . Soy capaz de manejar este asunto solo.

—Pero el príncipe Vladímir me escuchará — susurró Sinnovea, implorante, mirando por encima del hombro de Tyrone al anciano. Con atrevimiento, levantó una mano temblorosa para apoyarla contra el pecho de su marido.

El príncipe Vladímir se disgustó ante semejante muestra de preocupación por el extranjero y, con una paso hacia adelante, tomó la manga del coronel para sacudirlo.

—¿Va a aceptar el consejo de una mujer?

—¡Sí¡¡Si es un consejo sabio! — replicó Tyrone, soltándose de la mano del príncipe — . ¡Ningún hombre me dice a quién le tengo que prestar atención! Un rugido de ira comenzó a surgir de la profundidad del pecho del anciano y salió a la superficie como un gruñido despectivo.

—El zar puede haberle pedido que viniera aquí y que instruyera a nuestro ejército, pero va a descubrir que la mayoría de los boyardos están ofendidos por la presencia de extranjeros en este país. ¡No sólo se entrometen en nuestra forma de hacer la guerra, maldito inglés, sino que molestan a nuestras mujeres también!

—¿Quién habla de intromisión? — le preguntó Tyrone con agudeza — . Yo conocí a la muchacha antes que usted y le pedí a Su Majestad que me autorizara a cortejarla. Usted llegó después y arregló todo con el príncipe Taraslov antes de considerar los deseos del zar. ¿Va a pelear contra un decreto real cuando ya fueron pronunciados los votos en presencia del zar Mijaíl?

Un gruñido apagado se liberó de la garganta de Vladímir en el momento en que perdía la paciencia.

—Yo cumplí con mis obligaciones de caballero y seguí el rito formal de conducta al conseguir a la condesa Sinnovea como mi prometida. ¿Dónde estaba usted cuando se firmaron y se sellaron los contratos?

Tyrone no pudo contenerse ante la endeble excusa del anciano. — Tenía la entrada prohibida a la casa de los Taraslov y no podía ver a la muchacha a causa de esa misma gente perversa que selló los documentos con usted. Por tanto, yo tengo más derecho a reclamarla que usted o que cualquier otro cobarde. Si no fuera por mí, nunca habría llegado a Moscú, sino que habría aplacado los apetitos lascivos de un ladrón bastardo que la había capturado.

—¿Piensa que porque la salvó una vez de una banda de ladrones ahora le pertenece? — se burló Vladímir con un gesto de incredulidad.

—¡No! — replicó Tyrone — . ¡Ella es mía porque pronunciamos los votos con el zar por testigo! Por eso le ruego que no me moleste más con sus frívolos argumentos pues no estoy dispuesto a soportar a nadie que trate de arrebatármela. — Dio un paso hacia atrás y observó con sumo cuidado a los hijos que se acercaban en postura agresiva. Con un paso más hacia atrás se aseguró de que nadie estuviera a sus espaldas y miró brevemente a su joven esposa para recibir una expresión de conmovida gratitud, aparentemente por su vehemente reclamo. Lo asombró que ella no entendiera todavía su carácter. ¿Qué pensaba que iba a hacer? ¿Descartarla como si fuera comida para los cerdos?

—Las órdenes del zar tienen precedencia sobre todo lo demás, ¿no es cierto, mi señora? — dijo en tono burlón, pero lo lamentó de inmediato al comprobar el dolor que le había infligido. Había una parte oscura en su persona

haber sido usado sin el menor reparo. Su orgullo le impedía mostrar compasión por ella, pero su sentido del honor se negaba a herirla, más delante de alguien que se había atrevido a desafiar el derecho que tenía sobre ella. En verdad, era una guerra de emociones en la cual él era el prisionero y no tenía idea de cómo iba a terminar.

Tyrone volvió a enfrentar a Vladímir y a sus hijos, y para su beneficio, trató de hacer el papel de cordial anfitrión y trató de hacer un gesto casual con los hombros sin tener en cuenta el malestar que todavía sufría en su espalda.

—Si usted y sus hijos quieren quedarse y unirse a nosotros en el festejo, muy bien, son bienvenidos a compartir nuestra fiesta. Hagan lo que les parezca, quédense o váyanse.

—¡Cuánta generosidad de su parte, coronel! — se burló Serguéi, desdeñoso, y dio unas palmadas a Tyrone en la espalda haciéndolo perder el aliento. A poca distancia, Sinnovea vio los anchos hombros de su marido que se tensionaban de dolor y pestañeó como si le doliera en carne propia. Quería ayudarlo de algún modo, pero sabía que Tyrone no era alguien que estuviera dispuesto a aceptar las atenciones de una mujer cuando se enfrentaba con oponentes de semejante talla. Los ojos azules se incendiaron con una súbita furia cuando giró para enfrentar al joven mientras su aliento pugnaba por salir entre los dientes apretados. La fingida amistad de Serguéi se hizo añicos ante las asombrosas dimensiones de la ira de Tyrone. Tomó al joven de la parte delantera de su kaftan y lo llevó hacia adelante hasta que Serguéi pudo ver por sí mismo la furia devastadora que ardía en los ojos brillantes del coronel. Se asustó y reaccionó de un modo instintivo: de una sacudida se liberó de la mano que lo sujetaba, pero en el instante siguiente, mientras trataba de escapar a tropezones, fue tomado de nuevo de la nuca y de su brazo izquierdo que fue retorcido dolorosamente detrás de su espalda. Su grito poderoso atrajo a sus hermanos deseosos de intervenir, pero otro gemido agonizante sirvió de desesperada súplica para que se mantuvieran en sus lugares.

—Ten cuidado cuando me tocas, mocoso — le advirtió Tyrone al oído — . O juro que te dejaré con un solo brazo. ¿Está claro?

Vladímir y todos sus hijos tenían un perfecto dominio de la lengua inglesa, de modo que entendieron con claridad la advertencia. Fue el padre el que dio un paso hacia adelante y con voz poderosa exigió que soltara a Serguéi.

, — Déjelo ir o enviaré a mis perros tras su cuerpo antes de que termine la noche.

Tyrone se burló del enorme anciano sin que la amenaza lo afectara en lo más mínimo.

—Entonces controle a estos perros que lo rodean ahora o tendrá una buena razón para buscarme después.

Vladímir levantó sus cejas blancas sorprendido. Era un hombre fuera de lo ordinario el que se atreviera a enfrentarlo a él y a sus hijos con semejante fortaleza. Elevó una mano arrugada en un gesto para que su familia se retirara. En respuesta, Tyrone empujó a Serguéi hacia adelante, hacia donde se encontraban sus hermanos.

Con una risa repentina, Tyrone acaparó su atención. Luego se llevó una mano al pecho e inclinó la cabeza y los hombros en un gesto de disculpa. — Debo pedirles humildemente que me perdonen por esta muestra intempestiva de mal carácter, caballeros. Estuve involucrado en un enfrentamiento con una banda de rufianes hace un día o dos, y ellos me abrieron la espalda. Todavía no está curada, por eso, mientras mantengan sus manos lejos de mí, tal vez pueda responder a su visita con la amabilidad propia de un anfitrión.

Serguéi se friccionó el brazo lastimado y farfulló una conjetura. — Usted se enoja con facilidad.

—Un defecto que salta a la vista cuando alguien me lastima. — Tyrone miró a los miembros de la familia y vio que sus miradas se dirigían a Sinnovea. Se hizo a un lado y, con deliberación, la tomó del brazo y la hizo adelantar, como una forma de dejar en claro los derechos que tenía sobre ella frente a los hijos y, en particular, frente al anciano, que echó una mirada nostálgica a la joven. — ¿Han venido a felicitarme por mi buena fortuna al tener una esposa tan dulce y tan hermosa?

Su pregunta era una trasposición de la verdad, pero Tyrone no pudo evitar extraer una pequeña venganza por el intento de querer amedrentarlo. Apoyó el brazo en los delgados hombros de su esposa mientras levantaba una copa que le había acercado un sirviente.

—Caballeros, ¿puedo proponer un brindis por lady Sinnovea Rycroft, la esposa y dueña de mi futura casa? — Bebió un sorbo de vino y, con la cabeza cerca del oído de la novia, la alentó en un susurro mientras le pasaba la copa.

Bebe, dulzura. Recuerda que tenemos que hacer felices a nuestros invitados. El comandante Nekrasov había entrado en el vestíbulo principal a tiempo para escuchar el brindis de Tyrone no se sintió demasiado complacido. Le parecía engañoso, considerando lo que el hombre había conseguido de parte del zar. Si no se había vengado del inglés hasta ese momento, Nikolái tomó la decisión de inmediato. Se prometió que advertiría a Sinnovea cuáles eran los planes de su marido y le rogaría que se mantuviera alejada de él hasta que el coronel se marchara de regreso a Inglaterra.

Ansioso de que se le presentara la oportunidad, Nikolái observó de cerca a!a pareja el resto de la tarde, pero hacia la noche su ánimo se había vuelta mucho más lúgubre. La pareja se mezclaba con sus invitados como si estuvieran muy enamorados el uno del otro. De la mano, se mantuvieron firmes y despidieron a Vladímir y a sus hijos. Más tarde, cuando fueron llamados a disfrutar del banquete en su honor, compartiendo el sitial de honor en la cabecera de la mesa que Natasha se había esforzado en preparar, se sentaron tan juntos que Nikolái pensó que estaban unidos por la carne. Se sintió muy perturbado ante semejante muestra de compatibilidad y temió que Sinnovea estuviera por ceder lo peor ante ese hombre. Durante la celebración parecía tan tímida y dulce en presencia de su esposo, como si realmente lo apreciara. Casi quebró la compostura del comandante ver que el coronel la trataba con que había conseguido extraer al zar! ¡Las caricias que le prodigaba eran demasiado para que Nikolái pudiera soportarlas! Los largos dedos recorrían las delgadas costillas o subían por el brazo, haciendo una pausa cerca de los pechos o las caderas para descansar en la cintura o atraerla a su lado... todo se acercaba tanto a las fantasías que Nikolái había alimentado de, algún día, poder reclamar a Sinnovea para sí.

Sus peores angustias todavía estaban por delante, recapacitó Nikolái, pues la pareja pronto se retiraría a la cámara nupcial y no podía alentar ninguna esperanza de abstinencia después de lo que había presenciado durante la tarde. Frente a la tendencia del inglés de acariciar y tocar a su esposa con tanta libertad, Nikolái se negaba a creer que el hombre pudiera mantenerse fiel a lo que había negociado con el zar. Deseaba con todas sus fuerzas poder advertir a Sinnovea la duplicidad de su marido, pues así podría impedir la unión, pero una y otra vez se vio frustrado en sus intentos, pues no encontró oportunidad de verse a solas con ella sin que el coronel estuviera en la inmediaciones. Sus ojos almendrados la siguieron, entristecidos, cuando por fin abandonó el vestíbulo escoltada por Natasha y un puñado de mujeres que habían sido invitadas y a quienes Sinnovea consideraba sus mejores amigas.

En los momentos que siguieron a su partida, algunos de los hombres comenzaron a reprender a Tyrone por haberles robado la doncella más hermosa delante de sus narices. Aunque también hubo algunas preguntas acerca de la prisa para efectuar el matrimonio, se negó a dar razones y dejó de lado la cuestión con una sonrisa sugerente.

—Todos han escuchado los rumores de mi impaciencia por cortejar a la condesa. ¿Pueden imaginarse mi ansiedad por llevarla a la cama? — Tyrone bebió otro sorbo de vodka con sabor a frutas y se apoyó en el marco de la puerta mientras hacía un gesto con el brazo y declaraba: — El zar se apiadó de mi dolor y desbarató todos los otros planes de compromiso y arregló nuestro matrimonio él mismo. ¡Eso es todo!

Nikolái sonrió con tristeza ante el sutil giro de la historia. El coronel no había mentido, pero había mostrado una imagen completamente diferente para los invitados de lo que en realidad había sucedido. Le dolía que Sinnovea no hubiera estado allí para escuchar la declaración engañosa de su marido.

Poco después, Natasha regresó al salón principal para anunciar que la esposa estaba esperando a su esposo. Los hombres se echaron a reír y rodearon a Tyrone, que bebió el contenido de su copa de un trago en lo que pareció ansiosa anticipación. Sólo él sabía de su intento de calmar algo más que las heridas de su espalda, pues la idea de estar a solas con Sinnovea en un dormitorio durante toda la noche ya le había generado recuerdos que ponían en peligro su verdadero objetivo.

Cuando sus amigos se acercaron más, Tyrone sonrió y de inmediato se replegó al ver que intentaban darle unas palmadas en la espalda.

—Tengan cuidado o me inutilizaran para mi esposa — les advirtió — . El estado de mi espalda tiene, por momentos, el poder de hacerme olvidar todo lo demás. Por eso, les ruego que procedan con cuidado en su intento por alentarme, de lo contrario, me veré impedido de cumplir mi propósito. — ¡Llevémoslo a hombros, muchachos! — alentó un oficial inglés llamado Edward Walsworth — . Necesita conservar sus fuerzas para cosas mejores. Además ha probado tanto vino, que temo que no sea capaz de encontrar el camino para saborear otras cosas.

En medio de risas y burlas Tyrone fue llevado en los hombros de sus amigos y el ascenso fue acompañado de resonantes cánticos procaces. En la antesala de las habitaciones de Sinnovea, bajaron a Tyrone delante de la entrada del dormitorio adyacente y se agruparon detrás de él para poder echar una mirada a ta novia, que había sido vestida para el placer de su marido. Tyrone nunca se había visto en la necesidad de negar el hecho de que se había dejado arrastrar a beber con liberalidad durante la celebración. Pero no podía creer que la bebida pudiera provocar que su corazón latiera con tanta violencia dentro de su pecho al ver la presencia que tanto temía y deseaba a la vez. Desde el primer encuentro, había tenido conciencia de la belleza sin rival de Sinnovea, pero en ese instante en que se enfrentaba con el hecho de que ella era suya por derecho conyugal y que podía ejercer las prerrogativas que esa particular unión le otorgaba, sintió una aguda punzada de dolor al pensar en lo que, en el ardor del orgullo herido, se había atrevido a prometer en contra de sus apetitos masculinos.

De pie dentro del círculo de sus asistentes, Sinnovea estaba tan atractiva y excitante como cualquier novia. Su cabello oscuro había sido separado en dos trenzas para significar su reciente cambio en el estado civil que luego habían sido entretejidas con una cinta dorada. Una exquisita bata de seda dorada flotaba, suelta, desde sus delgados hombros hasta el piso, y aunque el resplandor débil de las velas no permitía a su marido penetrar con los ojos la tela brillante, él sabía que debajo de esa tela transparente y de la camisa de fina gasa que tenía contra el cuerpo estaba tan suave y hermosa como hacía unos días atrás cuando había yacido en sus brazos. Verla fue suficiente para que todo su cuerpo iniciara una batalla con su cerebro, y, disminuido por los efectos relajantes de la bebida que había consumido, Tyrone no estaba del todo seguro de que sus objetivos pudieran soportar por mucho tiempo esa desgarradora belleza. Le parecía bastante absurdo castigarla a ella con su abstinencia cuando iba a ser él quien tuviera que soportar el tormento mayor.

¡Bah! La mente de Tyrone se rebeló ante esta falta de disciplina. Estaba permitiendo que sus apetitos lo llevaran a la ruina como a una oveja al matadero, del mismo modo que se había dejado seducir antes por esos ojos dulces y esas maniobras femeninas. Si no tenía cuidado, no iba a pasar mucho tiempo antes de que estuviera delante del zar, rojo de vergüenza, tratando de explicar cómo se había desviado de su propósito y la había dejado embarazada la misma noche de bodas.

Los invitados masculinos expresaron con gritos su aprobación ante la gracia de la novia, y Sinnovea, mirándolos, les agradeció con una tímida sonrisa. La princesa Zelda se acercó para susurrarle algo al oído, y, de inmediato con los ojos verdes, la novia buscó a su marido mientras un repentino rubor le cubría las mejillas.

Tyrone levantó un brazo y se apoyó en el marco de la puerta, consciente de que se había convertido en el tema de conversación de las mujeres. Por la forma en que lo recorrían con la mirada, creía que el diálogo tenía algo que ver con sus atributos físicos, tópico del que Sinnovea tenía conocimiento de primera mano. El hecho de que ella se contuviera y no ofreciera ningún comentario pareció frenar a la otra mujer y evitar más suposiciones, aunque eso no impidió que la novia encontrara su mirada con más candor del que había mostrado hasta ese momento, al menos desde que se habían pronunciado los votos matrimoniales.

La entrada a la cámara nupcial le trajo a la mente un suceso similar ocurrido unos tres años atrás cuando vio a su primera esposa, Angelina, ataviada con su ajuar. Su estado de ánimo entonces era muy diferente: alegre y ansioso como era lo común entre los novios que anticipaban el goce de su primera fruta. Podría haber sido otra vez así, se dijo, si sólo se aplacara...

O hasta podría ser mejor, el pensamiento se entrometió mientras consideraba la diferencia en el cortejo de las dos mujeres. En comparación con la repentina atracción que sintió por Sinnovea, su capitulación final a las súplicas de Angelina le parecía bastante demorada con una mirada retrospectiva. Angelina era la hija de los vecinos de sus padres, pero él la había ignorado durante sus años de juventud. Ella había logrado, por fin, atraer su atención sólo un par de años antes de la boda, pero había sido el desgaste de sus resistencias masculinas lo que los había llevado al matrimonio.

Otros cortejos se habían evaporado por diferentes razones: algunos, por el poco tiempo que le permitía su profesión, muchos por la pérdida del interés o la convicción de que una unión más profunda con una mujer en particular no era lo que más le convenía. Pero esta vez apenas podía apelar a su lógica y a su cabeza fría. En realidad, al considerar el empeño que había puesto en poseer a Sinnovea, le parecía increíble siquiera suponer que podría tener éxito en ignorar su presencia en la misma habitación, mucho menos en la misma cama.

Le había preguntado a Natasha con toda discreción si no sería posible suministrarle una habitación separada, sin importar lo pequeña o estrecha, pero la mujer había sonreído con gracia y le había dado la excusa de que, en general, tenía tantos huéspedes que le parecía improbable poder otorgarle lo que pedía sin restringir severamente sus gregarios hábitos de hospitalidad. Así, mientras contemplaba la tentadora imagen de la cámara nupcial, Tyrone tuvo que enfrentar la realidad de que o se arrepentiría muy pronto de su resolución o de que pasaría la mayor parte de su tiempo lejos de la casa.

Echó una mirada por arriba del hombro a sus divertidos invitados e hizo acallar las bromas hasta que los comentarios susurrados por las mujeres pudieron escucharse por encima del ruido. Caminó hacia el círculo que formaban las damas, y sus ojos se encendieron cuando se detuvieron en el esplendor de la novia. Como las asistentes observaban cada mirada, cada movimiento que realizaba la pareja, Sinnovea le ofreció una sonrisa dubitativa, pero sus ojos no podían evitar la revelación de una profunda desconfianza. Con una reverencia parca a las damas, Tyrone las envió fuera de la habitación entre cuchicheos y se detuvo cerca de su esposa.

—Por nuestros invitados, señora — le susurró como justificación por posar su atención en ella, luego le levantó el delicado mentón para besarla de lleno en la boca, mucho más por su placer que por el de sus compañeros.

Sinnovea quería apoyarse en él y entregarle por completo sus labios en el beso. El aroma de algún poderoso intoxicante le invadió los sentidos cuando la boca de él se movió deliberadamente sobre la de ella, pero no dejó de recordar el dolor que había sentido antes cuando ella había dejado que sus labios se separaran debajo de los de él y había hecho el papel de tonta. No estaba dispuesta a ser avergonzada otra vez con un nuevo rechazo.

Tyrone levantó un poco la cabeza y la miró, un tanto decepcionado por su cautela. No era tan tonto como para pensar que esa noche o cualquier otra fuera a ser remotamente gratificante mientras se contuviera y no encontrara el placer en ella. El pensamiento lo golpeó en su orgullo: no importaban las metas que se había propuesto alcanzar con su total abstinencia; cuando estaba tan cerca de ella, comprendía lo absurdo de ese objetivo.

Tyrone volvió a la antesala e hizo un último brindis con los hombres, pero no estaba tan concentrado en las copas como para no ver que Nikolái espiaba a Sinnovea a través de la puerta. No era ninguna sorpresa su resentimiento por la audacia del hombre de mirar a su mujer, y esa noche más que nunca. Después de haber enfrentado a tantos de sus perseguidores, no tenía ganas de compartir ni siquiera la más pura de las imágenes de la belleza de Sinnovea con otro hombre, en especial con uno que le había pisado los talones para copiar su conducta y pedir al zar autorización para cortejarla.

Con deliberación, Tyrone estiró hacia atrás una mano y cerró la puerta detrás de él, luego levantó los ojos hacia el comandante en señal de desafío: debía comprender que Sinnovea era suya hasta que él dispusiera lo contrario. Lo miró hasta que Nikolái, con el rostro oscurecido por el enfado, dio media vuelta y se marchó.