23

A la mañana siguiente Sinnovea dejó a su marido dormido mientras ella y Ali hacían uso de la sala de baños en la planta baja para su aseo matinal. Era evidente que Tyrone necesitaba mucho descanso, considerando las largas horas que había dedicado al entrenamiento de sus hombres y la preparación de la campaña que se llevaría acabo fuera de la ciudad. La mansión había estado llena de visitantes la noche anterior y, en medio del festín, Sinnovea no había podido encontrar un momento a solas con su marido, pues los invitados se habían negado a que los abandonara hasta la madrugada, y por una vez ella había sido la que se quedó dormida esperándolo en la alcoba.

Tyrone se despertó de su sueño un par de horas después y, al darse cuenta de que el lugar a su lado estaba vacío, se levantó de la cama antes de darse cuenta de que Sinnovea estaba sentada en una silla cerca de la ventana. Por un momento la observó, deleitándose con la visión. Estaba vestida con una bata de tonos suaves y estaba ocupada remendando un par de pantalones que se habían desgarrado durante uno de los ataques de práctica que había realizado en esos días.

—Buenos días —murmuró.

Sinnovea admiró su largo torso desnudo mientras su mirada subía para encontrar su atractiva sonrisa.

—Buenos días.

Tyrone se pasó los dedos por el cabello, en cierto modo avergonzado por levantarse tan tarde.

—No sabía que podía dormir tanto.

Sinnovea hizo a un lado los pantalones remendados, se levantó, y con una sonrisa fue hasta la puerta.

—Le dije a Ali que le haría saber cuando despertaras para que Danika pudiera enviarte algunos alimentos.

Abrió la puerta y llamó a la criada, que vino con suma rapidez a recibir instrucciones. Mientras ella se ocupaba de estas cosas, Tyrone entró en el vestidor, donde envolvió una toalla alrededor de las caderas y lavó su rostro en preparación para afeitarse.

—Creo que es el momento de dedicarme a enseñarte un poco de ruso —le dijo Sinnovea desde el dormitorio—. ¿Estás de acuerdo?

Tyrone se asomó a la puerta y apoyó la mano en el marco mientras sus labios se estiraban en una sonrisa ladeada.

—Me estaba preguntando cuándo lo harías. He estado esperando.

Sinnovea levantó una mano y sacudió sus trenzas sueltas con un aire de juguetona indiferencia mientras lo reprendía por sus extensas ausencias.

—No has estado mucho tiempo aquí como para que hablemos, mucho menos para que pueda darte algunas lecciones.

—Aquí estoy ahora, señora —declaró, observando con suma atención su cuerpo apenas cubierto que se movía por la habitación—. Y prometo solemnemente ser el más voluntarioso de los alumnos.

Sinnovea se preguntaba si había, por fin, causa para tener sospechas acerca del verdadero significado de la sonrisa que le torcía los labios. Se acercó a él y le quitó la cuchilla de la mano.

-Ya khachu pabritsa —dijo, pronunciando las sílabas con cuidado, obligándolo a repetir mientras lo hacía sentar en una silla. Apoyó el borde afilado contra la mejilla, quitando la barba y el jabón que había aplicado mientras él la miraba de reojo tratando de seguir todos sus movimientos. Ella volvió a decir la frase mientras se acercaba a él y quitaba el jabón que quedaba en la mandíbula—. Ya khachú pabritsa. Quiero afeitarme. Ahora repite.

-Ya khacha pabritsa

—¡Chú! —Le tomó el mentón con firmeza en la mano y, levantándoselo, lo forzó a mirarla de lleno en la cara. —Ya khachú pabritsa. Dilo bien esta vez.

-Ya khachú pabritsa.

Sinnovea sonrió, limpiando el resto del jabón.

—¡Excelente!

Tyrone observó cómo dejaba a un lado la navaja y luego levantó una ceja dudosa al verla tomar unas tijeras, que llevó amenazadoramente cerca de su cabeza. Sus ojos pestañearon cuando ella cortó el aire y él alejó la cabeza desconfiando de sus intenciones.

-Ya khachú pastrischsa. Quiero un corte de pelo.

—¿Cómo se dice no quiero un corte de pelo? —preguntó con sequedad.

Una risita puntualizó la respuesta de su esposa.

-Nie nada pastrichsa.

-Nie nada pastrichsa.

—¡Cobarde! —lo acusó en medio de risas mientras deslizaba los dedos a través de los bucles y los sacudió con vigor. Con un gruñido juguetón, se levantó de la silla empujándola con los hombros mientras se ponía de pie.

Sinnovea chilló de alegría y se aferró con las manos de su espalda, mientras trataba de enderezarse, pero Tyrone la hizo girar por la habitación hasta que todo empezó a dar vueltas a su alrededor. Se detuvo entonces y la levantó por encima de su cabeza antes de dejar que se deslizara despacio por su cuerpo. La toalla se aflojó y antes que los pies de la joven llegaran al piso, los lazos de su bata se desataron permitiendo que la prenda se abriera. Las caderas de Sinnovea descansaron sobre las de él con resultados asombrosos, y de repente, la muchacha se encontró mirando a las facciones cinceladas de su marido mientras él se detenía en los pechos desnudos de mujer. Ella esperó sin respirar por la anticipación, pues quería que él la toara, quería sentir su cálida boca contra su piel. No podía leer los pensamientos de Tyrone y se preguntaba si una vez más terminaría paralizado por la guerra que se llevaba a cabo dentro de él. Con la esperanza de arrastrarlo lejos de ese conflicto, se deslizó fuera de la bata con languidez y movió su cuerpo en una ondulación hipnótica, serpenteando contra él. Al sentir la excitación palpitante de su marido, le rodeó el cuello con los brazos, y, como jugando, frotó sus senos contra el pecho desnudo mientras se estiraba para rozar los labios en los de él.

—¿Cuándo me harás el amor? —susurró con suavidad contra su boca—. ¿Cuándo me tocarás... o dejarás que te toque? No podemos seguir así... soy una mujer y tú eres mi marido...

Un ligero golpe en la puerta interrumpió el instante, y, sorprendido, Tyrone levantó la vista y frunció el entrecejo a la ofensiva puerta.

—¿Quién es? —rugió, tenso.

—Soy yo, mi señor —replicó Ali—. He venido con sus alimentos, pero hay un mensajero esperándolo abajo. Dice que su explorador ha regresado con la noticia de que ha encontrado el campamento de Ladislaus y quiere hablar con usted de eso. Quiere saber si su explorador debe venir aquí o si usted pasará por los cuarteles hoy.

Tyrone sopesó sus posibilidades: odiaba partir en ese momento en que todo estaba madura para consumar el matrimonio, pero sabía que Aver estaría agotado después de su regreso a Moscú. Demoraría la unión nupcial por lo que parecía poco tiempo más.

—Dile al mensajero que iré para allá a hablar con el explorador.

Tomó a Sinnovea y la hizo dar otra vuelta en círculo. Luego la miró y le dio un exuberante abrazo antes de apoyarla en el piso. Le sonrió, se inclinó para acariciarle la boca con un beso ardiente y se dirigió al vestidor para vestirse como correspondía. Cuando regresó al dormitorio, recogió su espada y la puso en su cinturón. Casi sentía pena al ver que ella, decepcionada, se había vuelto a colocar su bata. Esta vez, sin dudar, le acercó la espalda contra el cuerpo y deslizó una mano dentro de la bata para atrapar un seno redondo, deteniendo el aliento de Sinnovea en el éxtasis de esa caricia.

—Regresaré esta tarde tan pronto como pueda —le susurró al oído, enviándole escalofríos a sus sentidos excitados—. ¿Me esperarás?

Sinnovea asintió y apoyó una mano sobre la de él mientras se recostaba contra su cuerpo.

—Por favor, apúrate.

Tyrone la hizo dar la vuelta y la apretó entre sus brazos. La besó con pasión sin retener nada. La dejó desfallecida por la febril intensidad de su beso, pero con la esperanza palpitando en su corazón, Sinnovea sonrió, y unos pocos momentos después, lo saludó desde la ventana desde donde observaba su partida.

El júbilo de Sinnovea parecía demasiado grande para guardárselo par ella misma y hasta las primeras horas de la tarde pasó su tiempo levantando el ánimo a casi todos los habitantes de la casa. Tarareaba una melodía, corría por los pasillos, y cada tanto se detenía para hacer intrincados pasos de una danza folclórica. Era una delicia verla y escucharla. Natasha se sonreía e intercambiaba señas con Ali, pues estaba segura de que todo iba sobre ruedas en la familia Rycroft.

Pero en ese instante de ligera alegría, pronto aparecieron las brumas oscuras de la tristeza para alejar la excitación de Sinnovea y su aspiración de un futuro brillante. El temido mensajero asumió la forma del comandante Nekrasov, que después de ver pasar al coronel Rycroft en la plaza y, después de haber considerado el asunto durante varias horas, decidió que el tiempo estaba maduro para informar a la dama de las intenciones de su marido. Por lo tanto, Nikolái se presentó en la mansión Andréievna y pidió con cortesía un momento de intimidad en el cual pudiera hablar con Lady Sinnovea. Se le permitió la entrada y luego fue conducido por un sirviente para que esperara en un área abierta del vestíbulo principal hasta que la señora estuviera disponible. Un momento después, Sinnovea entró en la habitación y se acercó con gracia a extender la mano en señal de bienvenida al comandante, que la tomó con ansiedad y depositó un beso en su piel pálida y sin imperfecciones.

—Qué gusto volver a verlo, Nikolái —murmuró con una sonrisa. Luego señaló un mirador desde donde podían ser observados pero no escuchados, y lo condujo hacia allí— Confío en que esté bien.

—Bastante bien —replicó Nikolái, saboreando su belleza acentuada por los delicados rayos de luz que atravesaban los paneles traslúcidos de mica—. Últimamente he estado muy perturbado por su matrimonio y no he tenido el ánimo para buscar solaz en la compañía de otra mujer.

—¡Oh, pero debió intentarlo, Nikolái! —lo alentó Sinnovea—. Nunca podrá haber nada entre nosotros y lamentaría mucho verlo tan entristecido por mi matrimonio con el coronel.

—¿Cómo puede ser feliz con él?

La pregunta tomó a Sinnovea de sorpresa. Aunque algo dentro de ella le advertía que no debía pedirle que se explicara, lo miró, confusa, alentando a Nikolái a continuar.

—¿El la trata como un esposo debe tratar a su mujer?

Escogió las palabras con cuidado para fingir una respuesta casual.

—¿Y por qué no? Yo soy su esposa.

Nikolái se apresuró, temeroso de que el coronel hubiera cedido a la irresistible tentación de su belleza.

—Su esposo dijo al zar que se mantendría lejos de usted hasta el momento en que regresara a Inglaterra y luego cometería la afrenta de pedir a Su Majestad Imperial uqe le otorgara la anulación del matrimonio.

—Usted debe de estar equivocado... —comenzó Sinnovea, sintiendo que la inundaba una profunda frialdad.

—¡Lo escuché yo mismo! —insistió Nikolái.

—¿Por qué ha venido a decirme esto ahora? —le preguntó Sinnovea con el corazón retorcido de dolor—. ¿Cuál es su propósito?

El comandante detectó el tono de irritación en su voz y se apresuró a calmar su desconfianza.

—Vine aquí a asegurarle mi lealtad en caso de que eso ocurriera. Si usted me aceptara, estaría muy honrado de intercambiar los votos con usted cuando su actual matrimonio se disuelva. Quiero valorarla como una esposa debe ser valorada.

Sinnovea giró para enfrentar la ventana mientras luchaba por contener una violenta erupción de lágrimas. Las razones de la contención de Tyrone ahora estaban dolorosa, horriblemente claras. Había tratado de deshacerse de ella y de su matrimonio antes de regresar a Inglaterra. Ella iba a ser desechada como esposa y sería olvidada tan pronto estuviera en las islas de su patria.

—¿Cuánto tiempo piensa él quedarse aquí? —le preguntó con acidez por encima del hombro.

—Poco más de tres años... hasta que termine con sus obligaciones.

—Gracias por advertirme, Nikolái —dijo Sinnovea con una voz apenas audible—, pero como todavía falta mucho tiempo no puedo prometerle mi mano, pues no sé qué va a pasar hasta entonces. Los dos debemos esperar y ver qué nos depararán los años. Tal vez usted se enamore de otra y lamente el día en que me hizo esta promesa.

—¡Jamás! —gritó el comandante enfáticamente.

—Sin embargo, lo mejor es esperar hasta el día en que el coronel Rycroft se vaya. No quiero que él piense que soy infiel a los votos que intercambiamos hasta que estos sean sometidos a dura prueba.

—¿Se mantendrá fiel a esos juramentos cuando sabe que no significan nada para él? —preguntó asombrado Nikolái.

Sinnovea lo miró con toda dignidad que pudo conseguir.

—Tiene mucho tiempo para cambiar de opinión. No querría poner en peligro esa posibilidad.

—¿Pero, por qué? —insistió Nikolái, incapaz de entender—. Estoy seguro de que otra mujer, después de escuchar lo que acabo de revelarle, se sentiría tremendamente ofendida.

Sinnovea replicó encogiéndose de hombros.

—Tal vez el coronel habló guiado por el resentimiento que le causó la herida que le inflingí. —Sus labios se curvaron en una triste sonrisa mientras agregaba:

—Tal vez porque lo amo demasiado como para abandonar la lucha cuando apenas ha comenzado.

Los hombros de Nikolái cayeron en señal de derrota, e incapaz de encontrar un argumento eficaz para destruir sus esperanzas, se dirigió hacia la salida sin haber recibido el menor aliento de parte de ella para regresar a esa casa.

Nikolái salió y estaba en el proceso de partir cuando se dio cuenta de que se había demorado demasiado para tomar la decisión inicial de venir, pues ahora veía que el coronel Rycroft estaba cabalgando por el camino que llevaba a la mansión. Aunque se apuró a montar y hacerse al sendero antes de que el hombre lo alcanzara, su prisa incentivó al otro a acercarse con más rapidez

—¡Comandante Nekrasov! —Tyrone apretó los dientes mientras lo saludaba con una sonrisa forzada.— ¿Qué lo trae por aquí? ¿Debo suponer que tiene algún recado del zar, o que se ha tomado la licencia de visitar a mi esposa durante mi ausencia? Estoy seguro de haberlo visto antes en la plaza y ahora se me ocurre que usted se detuvo y me vio pasar. ¿Qué debo pensar? ¿Ha venido a mis espaldas a reclamar el tiempo de mi esposa para usted?

Nikolái se puso rojo de una rabia mal reprimida, y después de la decepción sufrida con Sinnovea, no estaba de ánimo para sentirse bien dispuesta hacia el coronel.

—Vine a ver a su esposa, pero ¿qué le importa eso a usted? ¿No se sentiría aliviado si alguien la sacara de sus manos?

Tyrone se lanzó del caballo y sujetó las riendas al poste, luego caminó alrededor del caballo y observó con detenimiento a su rival.

—Podemos arreglar este asunto aquí y ahora, comandante, si su intención es tratar de sacármela de las manos. —Se burló con desprecio.— En el pasado se ha mostrado bastante ansioso y ha proclamado su objetivo cada vez que daba la espalda. Esta vez lo solucionaremos frente a frente.

—El asunto ya está arreglado —declaró Nikolái cortante—. La dama prefiere creer que usted no la abandonará antes de regresar a Inglaterra.

Las cejas de Tyrone se elevaron por la sorpresa hasta que recordó que el comandante Nekrasov había estado en el palacio cuando él había manifestado su estúpida petición al zar y era obvio que Sinnovea ya sabía todo sobre el pacto también.

—Tal vez mi intención sea hacerle el amor en cada oportunidad que tenga y mantenerla tan gorda con niños en el vientre que usted no tenga oportunidad de volver a interferir. Ahora, váyase de aquí antes de que lo convierta en una masa sanguinolenta.

Nikolái no se dejaba atemorizar con tanta facilidad.

—Sólo quiero advertirle, coronel, si usted no la quiere, hay otros que sí, y si escucho un rumor de que usted la trata mal, lamentará el día en que vino a Rusia. ¿Le queda claro?

—Será un día helado en el infierno, amigo mío, el día que usted escuche esos rumores —vociferó Tyrone.

—¡Mejor! —asintió Nikolái—. Entonces tal vez usted viva par regresar a Inglaterra.

Con eso, Nikolái tomó las riendas y espoleó al animal para que saliera al galope. Tyrone lo miró irse y, con una maldición susurrada, giró sobre sus talones para dirigirse a la mansión. Como no encontró ninguna evidencia de la presencia de su mujer en la planta baja, fue a buscarla a su dormitorio. Las puertas rebotaron contra la pared por la fuerza con la que las abrió y cerró, y con un gesto de sorpresa, Sinnovea se apartó de la ventana limpiándose las lágrimas que corrían por sus mejillas antes de mirar a su marido.

—El comandante Nekrasov estuvo aquí —dijo Tyrone mientras la miraba como cuestionándola.

—Vino a ver cómo estaba —replicó Sinnovea con sumo cuidado. Al ver que la intención de Tyrone era discutir en profundidad la visita del otro hombre, se dirigió hacia la puerta abierta—. Natasha demoró la cena hasta que llegaras y está esperándonos abajo.

Tyrone trató de refrenar su impaciencia, pues sabía que ese tema debía ser discutido en la intimidad de su alcoba y no ventilado delante de otros. Levantó su brazo y se lo ofreció a Sinnovea que apoyó la mano en la manga.

—Pareces hermosa esta noche, Sinnovea —murmuró en un esfuerzo por romper el silencio.

—¿Si?

—Casi tan hermosa como el día que fuiste al palacio a pronunciar los votos conmigo.

Sinnovea le respondió distante.

—Ni siquiera me di cuenta de que hubieras notado que estaba allí. Parecías tan molesto por todo el asunto, hasta esperé que hicieras detener la ceremonia antes de que terminara.

—Estaba muy molesto.

—Supongo que todo hombre odia ser obligado a concretar un matrimonio que aborrece.

—Yo no aborrezco este matrimonio, sólo las circunstancias que lo produjeron.

—¿No te gustó que alentara tus apetitos, coronel? Creo recordar que ya estaban excitados.

Su distancia no se disipó durante la cena, y sin saber cómo reparar el daño sin que sus palabras parecieran triviales, Tyrone se encontró descendiendo en un oscuro estado de ánimo mientras observaba a su esposa. Llenó su copa varias veces y no comió casi nada. La mayor parte del tiempo ignoró los intentos de Natasha de sacarle conversación y su mirada casi no se apartaba de Sinnovea.

Aunque los otros hombres podrían haber mostrado ciertos signos de estar afectados, Tyrone parecía frío y sobrio cuando se excusó ante Natasha por retirarse temprano a su dormitorio y escoltó a su esposa escaleras arriba. Mientras Ali ayudaba a Sinnovea a vestirse para dormir delante de la estufa de su habitación, él se quitó la ropa en el vestidor y regresó al cuarto principal con una pesada bata. Se acomodó en una silla y observó cómo Ali cepillaba la larga cabellera de su esposa y supo que la hostilidad de Sinnovea no había disminuido ni un poco cuando le ordenó a la criada que le trenzara el cabello.

—Lo prefiero suelto —declaró con sequedad, despidiendo a la anciana.

Sinnovea respondió a la mirada interrogante de Ali con un movimiento de cabeza y la criada se marchó cerrando la puerta detrás de ella. Ahora que había logrado la intimidad que había estado buscando, Tyrone se acercó a su esposa y trató de tomarla entre sus brazos, pero ella lo esquivó y fue a ubicarse en el pequeño escritorio que estaba cerca de la ventana. De un cajón tomó un pequeño libro de sonetos encuadernados en cuero que pretendía leer antes de dormir.

—El comandante Nekrasov estuvo aquí. —Tyrone retomó la conversación donde la había dejado sin encontrar ninguna señal alentadora de parte de su esposa.— ¿Es tu costumbre entretener a otros hombres mientras estoy lejos?

—Nunca estuvimos en realidad a solas —explicó Sinnovea sin siquiera mirarlo—. Todo el mundo que pasara por la puerta podía vernos...

—Obviamente el comandante considera que está enamorado de ti —interrumpió Tyrone—. Si le dieras la oportunidad, no dudaría en llevarte a su cama. Parece de lo más dispuesto.

Sinnovea sintió el filo de su sarcasmo y, con la esperanza de evitar otro enfrentamiento con él, se levantó descalza de puntillas para apagar la vela que ardía sobre el escritorio. La había herido y necesitaba un tiempo para adaptarse a las novedades antes de tomar una decisión.

—El comandante Nekrasov ha sido un buen amigo en el tiempo que hace que lo conozco, coronel. Si no fuera por él que advirtió al zar Mijaíl de las intenciones de Alexéi, no estarías hoy aquí, al menos no como hombre entero.

—Parece de lo más dispuesto —Tyrone volvió a declarar con énfasis, siguiéndola detrás.— Como estaba yo. —Rió secamente. —Me mostré tan dispuesto que pensaste que estaba bien usarme para tu pequeño juego. No tuviste ningún problema en dejarme tocar tus suaves pechos. ¿Lo usarías a él para tus propósitos... y lo dejarías deseando lo que ahora me estás negando?

Sinnovea giró para enfrentarlo y por primera vez Tyrone pudo observar una furia de la cual no la creía capaz. Cuando miró esos enardecidos ojos verdes, se dio cuenta con asombro de que hasta ese momento había controlado muy bien sus emociones o no había tenido razón para desplegar su temperamento. Siempre había sido tan agradable en sus modos, inclusive cuando él la había provocado con deliberación, que nunca había esperado que reaccionara así.

—¡Yo no te he negado nada! —le gritó—. ¡Tú pusiste las barreras entre los dos para así poder reclamar tu libertad al regresar a Inglaterra! Después de establecer los límites ¿ahora quieres que te reciba con los brazos abiertos? Si tu intención es irte de aquí sin vínculos, ¿cómo puedes echarme la culpa por negarme esta noche? ¿Cómo puedes esperar otra cosa? Nunca me quisiste, ni quisiste la carga de este matrimonio. Aunque pronunciaste los votos no asumiste un compromiso honesto conmigo, ¡al menos no en tu corazón y en tu cabeza! Así que no tienes ningún derecho a cuestionarme. ¡No tienes derecho a jugar al marido celoso! Y en ese aspecto, no veo nada de malo en aceptar la compañía del comandante Nekrasov cuando has mostrado no tener interés en tenerme como esposa. El escuchó tu galante petición de liberarte de este matrimonio cuando estuviste delante del zar, así que vino a pedirme que me case con él cuando tú te marches.

—¡¿Eso hizo?! —la demostración de furia de Tyrone era algo que Sinnovea nunca había visto antes, y esta vez fue ella la que se quedó atónita. El avanzó hacia ella con el rostro distorsionado por la rabia, y ante la ira descomunal de su marido, Sinnovea no pudo hacer nada sino trastabillar temblando de miedo—. ¿También probaría tus dones antes de pronunciar los votos y me engañaríais mientras yazgo de deseo por ti en nuestra cama? —rugió—. ¡Maldición! ¡Eso no me volverá a suceder! ¡No permitiré que otro hombre derrame su semilla en mi mujer a mis espaldas!

Sinnovea se quedó sin aliento de la indignación y su mano se estrelló en furioso golpe contra la mejilla de su esposo. La cabeza de Tyrone salió despedida hacia un lado por el impacto y, cuando volvió a mirar a su esposa, sus ojos, tenían un fuego nuevo bajo las cejas. Los orificios nasales se separaron y los músculos de sus mejillas se tensionaron.

—El comandante no podrá reclamar sangre virgen entre tus muslos —vociferó Tyrone. Extendió la mano y tomó la parte superior de su camisa, y con un solo tirón la desgarró por completo. Sinnovea contuvo el aliento y trastabilló de sorpresa. Por un breve instante se miró los pechos pálidos que brillaban a la luz de la vela, luego trató de huir, pero Tyrone le sujetó un brazo detrás de la cintura para impedirle el escape y la obligó a mirarlo acercándola contra su cuerpo. Sus ojos ardieron en los de ella por un segundo, y de inmediato su boca se hundió en la de ella en un beso exigente que la conmovió hasta lo más íntimo de su ser. Aunque ella intentó liberarse, no pudo moverse dentro de su feroz abrazo. Tampoco pudo apartarse de la invasión que sufría su boca por una lengua que exigía una respuesta. El beso se hizo más profundo, partiéndola en un brutal ataque que anunciaba su verdadero propósito. Ninguna protesta serviría contra esa pasión que lo consumía, pero cuando su cabeza bajó y sus besos bajaron, el fuego comenzó a salirse de control. El mundo de Sinnovea empezó a dar vueltas a medida que la boca ávida se acercaba a sus pechos. Tyrone le quitaba el aire de los pulmones con cada caricia de la lengua hasta que ella se retorció en su abrazo, sin saber si buscar su libertad o acercarse al rostro de su amado.

Tyrone se incorporó y, abriéndose la bata con una mano, se deshizo de ella con un movimiento de hombros. Empujó la camisa que descansaba en los hombros de Sinnovea hasta que cayó al piso, luego sus ojos siguieron la guía de sus manos que recorrían el cuerpo de su mujer, reclamando cada curva, cada colina, cada depresión, el pico más alto, el valle más profundo, encendiendo sus sentidos aunque ella seguía negándose a esa posibilidad.

Sus orificios nasales se ensancharon cuando se inclinó y la tomó entre sus brazos. En dos largos pasos estaba en la cama. La apoyó entre las almohadas y cubrió su cuerpo delgado con besos fervientes. Un temblor se apoderó de Sinnovea provocado por el frío de las sábanas y la corriente de aire que se formaba en la habitación. Al percibir el frío, Tyrone se incorporó sobre una rodilla en el borde de la cama y, estirándose, alcanzó las pesadas cortinas que colgaban alrededor y las corrió para impedir que el aire helado perturbara los cuerpos desnudos. Los largos tendones de sus brazos y sus piernas de flexionaron en el movimiento traicionando sus fuerzas. En ese momento, Sinnovea lo percibió en toda su magnificencia como el amante de las fábulas, ese que ansiaban todas las mujeres. Nadie que lo mirara podría negar sus hermosas facciones o la forma en que su cuerpo alto y musculoso complementaba su uniforme, sin embargo sólo una mujer que tuviera una relación íntima con él podría apreciar por completo la forma en que su ancho pecho se reducía a una delgada y musculosa cintura y sus caderas, estrechas terminaban audazmente en sus partes masculinas. Aunque lo miraba con cierto asombro, Sinnovea se dio cuenta de que estaba ansiosa y temerosa de lo que estaba a punto de pasar. Sin embargo, una extraña excitación la hacía temblar ante la idea de convertirse en su esposa de hecho además de derecho.

En el siguiente instante, todo el peso de su cuerpo estaba sobre ella, y esta vez Tyrone no tuvo paciencia para esperar. Una mano ancha se deslizó por debajo de ella y le levantó las caderas contra la plenitud que él presentaba, encendiéndole los muslos con el calor de su pasión. Sus ojos duros se hundieron en los de ella como si le estuviera viendo el alma en el momento en que lanzó la embestida. De pronto un agudo dolor explotó en Sinnovea, arrancándole un pequeño grito mientras él presionaba más profundamente en su calidez. A Tyrone le parecía que habían pasado siglos desde uqe había conocido el alivio que había buscado. Estaba mucho más allá de toda lógica, y había abandonado todos sus planes de una cariñosa iniciación. Se decidió a conseguir su placer con audacia y rapidez, sin conciencia de que era rudo, incapaz de detener la intensa pasión que estaba a punto de explotar. Sus caderas endurecidas no tenían descanso, eran testigos del impulso de su búsqueda y su cuerpo musculoso se movía con vigor contra el de ella; su respiración entrecortada le llenaba los oídos y le transmitía a su mente todavía virginal una clara conciencia de la necesidad que sentía.

Por fin, la tempestad comenzó a apaciguarse cuando el celo de la pasión empezó a ceder en el cuerpo de Tyrone. En ese pequeño espacio de tiempo, Sinnovea entendió toda la frustración que él había soportado durante los momentos más íntimos uqe habían pasado juntos. Al principio, todos los sentimientos de placer habían retrocedido ante el dolor de su intrusión, pero todas las sensaciones que él había excitado con sus caricias revivieron a pesar de la urgencia. Ahora, cuando él no tenía nada más en reserva que darle para llevarla a la culminación del éxtasis que le había revelado antes, ella reclamaba el alivio del hambre uqe hervía en sus entrañas. No tenía modo de saber que pasaría gran parte de la siguiente hora tratando de enfriar las llamaradas que él había encendido en su interior, y sin embargo, no se había tomado el tiempo de apagar.

Avergonzada de decirle que sólo quería lo que él le había dado antes, Sinnovea ocultó el rostro y se negó a mirarlo mientras él tragaba de besarla y de hablarle.

—No soy un ogro, Sinnovea —le susurró mientras sus labios, se detenían en las sienes de su esposa—. Y estamos casados, sin importar lo que te haya dicho el comandante Nekrasov.

Después de un silencio increíblemente largo, Tyrone abandonó el intento de lograr que lo mirara y, con un suspiro de resignación, se levantó de encima de ella. Liberada de su peso, Sinnovea se refugió una vez más en el borde de la cama, donde se acurrucó formando un nudo y se negó a mirar en dirección a su esposo.

Toda disculpa en ese momento habría parecido poco sincera, pensó Tyrone mientras se levantaba y recorrían sin descanso la habitación. Se detuvo al lado de la cama, consideró las pequeñas manchas de sangre en la sábana y lo que ese espalda curva significaba. Aunque estaba indignado por haber sido utilizado de ese modo, él no podía negar, a pesar de la pesada carga en su corazón, que el dolor contra el que había batallado tanto tiempo, había desaparecido, y por primera vez desde el encuentro en la sala de baños sintió que podría dormir toda la noche sin despertarse con los sueños lujuriosos que tantas veces lo habían perturbado. En realidad, no podía creer que se hubiera contenido tanto tiempo.